“Una invitación a realizar grandes obras”

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Queremos ser ‘como otra humanidad [del Verbo]’[1]

Buenas Noches del 5 de octubre de 2017
en el Seminario Mayor en Argentina

Queridos Padres, Hermanos, queridísimos seminaristas:

Nuestras Constituciones en sus principios generales señalan ya en el punto 7 que nosotros “queremos ser ‘como otra humanidad [del Verbo]’, y queremos ser cálices llenos de Cristo que derraman sobre los demás su superabundancia, mostrando con nuestras vidas que Cristo vive”.

Este querer ser ‘como otra humanidad del Verbo’ conlleva en sí un llamado implícito a la práctica de virtudes aparentemente opuestas, por ejemplo, el derecho propio enumera: la justicia y el amor, la firmeza y la dulzura, la fortaleza y la mansedumbre, una santa ira y la paciencia, la pureza y a su vez, un gran afecto, la magnanimidad y la humildad, la prudencia y el coraje, la alegría y la penitencia[1], “la pobreza y la entrega generosa[2], etc.

En estas buenas noches me pareció que podría ser de provecho para todos el detenernos en dos de ellas: la magnanimidad y la generosidad –no como virtudes abstractas o aisladas en nuestra vida religiosa– sino en relación al ímpetu misionero que debe caracterizar a todo religioso del Verbo Encarnado durante toda la vida. Porque sin ellas, hallo yo muy difícil, que uno no sea esquivo a la aventura misionera como un día prometimos. 

Ya en el mismo mandato misionero de Cristo a sus apóstoles Id y enseñad a todas las gentes (Mt 28,19), por todo el mundo (Mc 16,15) hay una cierta referencia a estas dos virtudes:

  • id y enseñad, con todo el esfuerzo que eso implica, con toda la renuncia que eso trae aparejado –el dejar la familia, el propio país, la propia cultura, el idioma de uno…– con toda la preparación que eso requiere y esto así, sin límites de tiempo, con una entrega generosa día tras día. En el decir de nuestro Directorio de Espiritualidad, con una entrega “sin disminuciones ni retractaciones, sin reservas ni condiciones, sin subterfugios ni dilaciones, sin repliegues ni lentitudes”[3]. En una palabra: con generosidad.
  • También, por otro lado, Cristo les dice que vayan y enseñen a todas las gentes y por todo el mundo, sin exclusivismos y sin exclusiones[4], sin límites geográficos, previniéndolos contra la tentación de “caer en particularismos, reduccionismos, parcialidades o unilateralismos que atenten contra la catolicidad”[5]. Sino a todos los hombres y en todas partes, así: con gran ánimo, con magnanimidad. Como el mismísimo Verbo Encarnado lo hizo y ¡nos mandó que lo hiciéramos!: Les he dado el ejemplo, para que hagan lo mismo que yo hice con ustedes[6], dice nuestro Señor.

Por eso enfáticamente nos invita el derecho propio a “comprometer toda nuestra vida en manifestar a Cristo al mundo, para que sea reconocido no solo por los pobres sino también por los ricos, no solo por los ignorantes sino también por los sabios, no solo por los de nuestra patria, también por los de otros pueblos”[7]. Y esto, aunque a veces nos toque sembrar entre lágrimas[8].

Nuestro querido Instituto ha sido formado “para inculturar el evangelio en la diversidad de todas las culturas, para prolongar la Encarnación del Verbo ‘en todo hombre, en todo el hombre y en todas las manifestaciones del hombre’ asumiendo todo lo auténticamente humano, y así realizar con mayor perfección el servicio de Dios y de los hombres”, como explícitamente dice nuestra formula de profesión[9].

Este es el ideal que debe latir en el corazón de cada uno de nuestros religiosos. ¡No hay que conformarse con menos!

Ser religioso del Verbo Encarnado “es una invitación a realizar grandes obras, empresas extraordinarias”[10]; “es tomar en serio, a fondo, las exigencias del Evangelio: ve, vende todo lo que tienes… (Mt 19,21)”[11], y hacerlo con el “ímpetu de los santos y de los mártires, que lo dieron todo por Dios”[12].

Ser un religioso del Verbo Encarnado es –como dice el derecho propio– “disponerse a morir, como el grano de trigo, para ver a Cristo en todas las cosas”[13]. Por eso el ser religioso del Verbo Encarnado trae consigo la vocación misionera –ya sea vivida en el claustro o en tierra de misión– y por tanto hay que estar dispuesto a ir a cualquier punto de la tierra donde sea necesaria la predicación del Evangelio y la celebración de la Eucaristía. “Por ello, hacemos nuestras las ardientes palabras de San Luis Orione –sigue diciendo el Directorio de Espiritualidad–: ‘Quien no quiera ser apóstol que salga de la Congregación: hoy, quien no es apóstol de Jesucristo y de la Iglesia, es apóstata’”[14]. Simplemente porque está en juego la gloria de Dios y la salvación de las almas.

Y para eso hay que comenzar ¡desde ya! No esperar que comience el otro de al lado. No esperar a hacer votos perpetuos, sino ¡ya! Cada uno tiene que luchar por lograr una “disposición martirial”. Cada uno tiene que comenzar a vivir y a vibrar en este espíritu desde que pone un pie en nuestras casas. Porque ese debe ser el espíritu que se respire en cada una de ellas. Cada uno tiene que levantar en alto el estandarte del Verbo Encarnado y estar dispuesto a hacer “cosas heroicas incluso épicas por Cristo y su Iglesia”[15]. Comenzando desde ya:

En cuanto al estudio no contentarse con una cantidad de ideas agarradas con alfileres, antes bien tener un conocimiento firme de la filosofía y de la teología que los haga capaces de comprender en toda su profundidad el drama del ateísmo contemporáneo y por tanto capaces de ofrecer soluciones eficaces[16].

En cuanto a la vida espiritual estar dispuesto a pasar por las purificaciones activas y pasivas del sentido y del espíritu[17]. Ser hombres de una disciplina viril[18]. Y como dice San Juan de la Cruz: “querer que nos cueste algo este Cristo”[19].

En lo pastoral: “a semejanza del Verbo Encarnado y crucificado debemos tener ‘sed de almas’”[20]. Y gastarse y desgastarse y querer perseverar así hasta el fin como tanto se nos ha enseñado siempre.

Y en todo moverse con una fe intrépida, una fe que no ahorra esfuerzo alguno para llevar el Evangelio de Jesucristo a todos los hombres que pueda. Sin reclamar más nada. Eso es la pastoral incisiva, entusiasta; eso es ‘morder la realidad’.

Hay todo un mundo que rehacer en Cristo. ¡Hay dos terceras partes del mundo que todavía no han oído hablar de Cristo y hay otros que los conocen tan poco!

Por eso es tan hermoso, tan entusiasmante, ese párrafo de nuestras Constituciones donde se lee el carisma que dice: “Por el carisma propio del Instituto, todos sus miembros deben trabajar, en suma docilidad al Espíritu Santo y dentro de la impronta de María, a fin de enseñorear para Jesucristo todo lo auténticamente humano, aún en las situaciones más difíciles y en las condiciones más adversas[21]

Decirse ‘religioso del Verbo Encarnado’ y “arrugar” (retroceder) ante las dificultades, las pruebas, los obstáculos, el abandonar lo emprendido por las ‘contradicciones de los buenos’, el temer agarrar apostolados por la grandeza de la obra o por miedo al sacrificio, y tantos otros límites humanos que a veces nos ponemos, es desdecirse, es una contradicción. Porque como acabamos de decir: Dios nos pensó para que todos trabajemos aún en las situaciones más difíciles y en las condiciones más adversas[22].  Allí, en esas situaciones es donde se demuestra el temple sacerdotal[23] que se tiene que forjar desde ya.

Las dificultades, la cruz, las persecuciones más crueles, las soledades… son parte del programa. Nada de eso puede disminuir u opacar el impulso misionero que debe ser cada vez más vivo en nuestras almas. Porque ser misionero es justamente estar totalmente dispuesto “a dejarse sacrificar gozosamente por hacer conocer, amar y servir a Jesucristo entre los pueblos de los infieles”[24], decía el gran formador de misioneros que fue el Beato Paolo Manna.  

De nuestro ser religiosos y de nuestro mismo carisma ‘del Verbo Encarnado’ se desprende la incompatibilidad de la mediocridad con nuestro espíritu. “El mediocre, se ampara bajo un falso equilibrio, se considera ‘línea media’, toda magnanimidad le parece soberbia, todo heroísmo le parece extremismo, toda generosidad le parece exageración, todo mediocriza: sea retiros, campamentos, misiones populares, catequesis, su propia vida espiritual, etc.”[25]

Nada tiene que ver con nuestro espíritu la mezquindad: como la de aquel que siembra tan tacañamente “haciendo lo menos posible con la excusa de no caer en el activismo, o porque la época es mala, o porque la familia no forma como antes, o por la acción malsana de los medios de comunicación social…, y que sólo sabe lamentarse: ‘Aquí no se puede hacer nada’”[26]. O como la de aquel “localista, al que sólo le preocupan los intereses de su parroquia, que vive enfrascado en su obrita, como si la Iglesia se agotase en su parroquia, o en su ciudad, provincia o país”[27].

Si un seminarista, si un sacerdote, si un hermano o novicio ‘se instala’, es decir, pone nido en cosas que no son Dios (su comodidad, lo bien que está en tal o cual oficio, la experiencia acumulada en tal o cual apostolado, toda la gente que mueve porque ‘él está a cargo’, y tantas otras cosas más que podríamos mencionar), ese religoso deja de vibrar por el ideal de morir por ver a Cristo en todas las cosas: ese tal, se busca a sí mismo. Si un religioso no busca con fervor adelantar en la vida espiritual, si se conforma con lo menos en vez de con lo más, es un religioso –si es que le cabe el apelativo– “esquivo a la aventura misionera”. Es decir, no se mueve por los mismos criterios de Cristo -cuya preocupación es salvar a los hombres-; no va en busca de las ovejas; le parece que con lo mínimo que hace ya le alcanza; se escuda quizás en la edad, en la falta de tiempo o de medios… y así termina despreocupándose por las almas a él encomendadas imponiéndoles ridículos obstáculos burocráticos, o echándole la culpa a lo malo que están los tiempos, etc.…

Queridos todos: ser religioso misionero del Verbo Encarnado “quiere decir todo lo que es más noble, lo más perfecto y heroico en la imitación de Nuestro Señor; por consiguiente, todo lo que se opone a este ideal hace daño y hiere el espíritu”[28].

Por eso no sólo debemos nosotros vivir la vida de Cristo buscando en todo a Dios, sino difundir la vida de Cristo en los demás[29].

Este es y este ha sido desde siempre el espíritu de nuestro querido Instituto: todo generosidad, celo y caridad. Por eso Dios nos libre de que, por nuestra pereza o mezquindad sea rebajado o empequeñecido este espíritu. Que nada en nosotros ofusque, aun lo más mínimo, el brillante ideal totalmente evangélico de la vida misionera, como lo entiende y realiza el Instituto y que con nuestra propia y personal santificación, constituye toda nuestra finalidad.

Para terminar, quisiera leerles unas buenas noches que dio San Luis Orione a sus hijos y que creo muy bien se aplican a nuestro caso. Se titula: “La dinamita de la Caridad” y dice así:

“Existen los religiosos benedictinos que tienen su finalidad; los franciscanos con la suya, los dominicos; existen los jesuitas con su finalidad tan especial. Y también nosotros tenemos nuestra finalidad exclusiva (…) Nuestra naturaleza, una característica que nos debe diferenciar de todas las otras Congregaciones.

Y si me preguntan cuál es esa característica que nos debe distinguir de todas las otras Congregaciones, yo les digo que es LA DINAMITA DE LA CARIDAD. En la caridad hacia los más humildes y abandonados hermanos nuestros tenemos que ser dinámicos y no marmotas. (…)

Nuestra Congregación debe ser dinámica, y no necesariamente numerosa. Jamás soñé yo con una Congregación numerosa. Cuando san Luis Gonzaga supo que los jesuitas habían llegado a los 20.000, se puso a llorar (…) La cantidad no es lo importante. No lo es, no lo es en absoluto. Durante la primera guerra mundial, cuando casi todos los nuestros estaban bajo bandera, nosotros no cerramos ninguna casa. Nos multiplicamos por siete y el Señor nos asistió espiritual y materialmente. Éramos como cuatro pobres nueces en un cajón…

Cuando son muchos, se trabaja poco y nada: poco y nada. Cuando son muchos, se pierde tiempo, hay críticas, murmuraciones, y siempre se termina por hacer algo inconveniente para el espíritu religioso. (…)

No vayan a la rastra, ni a remolque. Ahora en Italia han impuesto el paso romano: y nuestro paso, ¿cuál será? Todos tienen que meterse bien en la cabeza que nosotros marcharemos a paso apostólico. No sólo paso cristiano, sino paso apostólico. El que no siente la fuerza de la caridad, su fuerza llameante, la fuerza de la apostolicidad, se hubiera quedado en casa, en su pueblo, no con nosotros. A lo mejor, podrá ser un santo trapense… Pero el que permanece aquí debe ser un verdadero agitador de la caridad.

El que no tenga esta fuerte voluntad de llegar hasta el fondo, en el amor a Dios y al prójimo, que se vaya: podemos ser buenos amigos, pero no tenemos por qué ser muchos. ¡Pocos! ¡Pocos! Para que no haya que decir: «Multiplicasti gentem et non magnificasti laetitiam» (Multiplicaste a las gentes y no aumentaste la alegría – según la Vulgata, Is 9, 3).

(…) La nuestra no debe ser una congregación de flojos, o peor aún, de afeminados; debe ser una congregación viril y fuerte, no invertebrada; a tal punto que, si un día estallara una persecución (…), una persecución cruenta, nuestra Congregación debería caer entera, como la legión tebea, y morir mártir. Es así como se multiplica la simiente de los cristianos: «sanguis martyrum semen est christianorum». ¡exactamente así!

Nuestra Congregación tiene que estar preparada para las más duras pruebas; en defensa de la fe y de la Iglesia, del Papa, y también de la Patria; porque jamás tenemos que separar los sagrados amores de la fe y la patria.

Pero si no nos formamos, si Jesucristo no está en nosotros, si nuestro pecho no está encendido de amor a Dios, nunca estaremos preparados para tamaña empresa”[30].

Ser religioso del Verbo Encarnado es “inmolar cada día toda nuestra persona y toda nuestra actividad para honrar su Sangre con nuestra sangre”[31], como decía San Gregorio Nacianceno. Solo así podremos ser los cálices que derraman sobre los demás de su superabundancia.

Con el canto a la Virgen de los Dolores le pedimos que conserve en nosotros y agigante en nuestras almas con oleadas de caridad el fervor apostólico y la alegría de evangelizar[32].

[1] Directorio de Espiritualidad, 61.

[2] Cf. Directorio de Vida Consagrada, 228.

[3] Directorio de Espiritualidad, 73.

[4] Constituciones, 231.

[5] Directorio de Espiritualidad, 260.

[6] Jn 13, 15.

[7] Directorio de Espiritualidad, 87.

[8] Cf. Directorio de Misiones Ad Gentes, 144.

[9] Constituciones, 254. 257.

[10] Directorio de Espiritualidad, 216.

[11] Ibidem.

[12] Ibidem.

[13] Ibidem; op. cit. Cartas de Don Orione, Carta del 02/08/1935, Edit. Pío XII, Mar del Plata 1952, 89.

[14] Ibidem.

[15] P. C. Buela, IVE, Sacerdotes para Siempre, I Parte, cap. 4. 3.

[16] Constituciones, 259.

[17] Constituciones, 40.

[18] Cf. Constituciones, 228.

[19] Carta a la M. María de Jesús, OCD, Priora de Córdoba, Segovia, 18 de julio de 1589.

[20] Directorio de Espiritualidad, 68.

[21] Constituciones, 30.

[22] Ibidem.

[23] P. C. Buela, IVE, Sacerdotes para Siempre, II Parte, cap. 3. 11.

[24] Beato Paolo Manna, Virtudes Apostólicas, Carta circular n. 11, Milán, 1 de enero de 1930.

[25] Directorio de Espiritualidad, 108.

[26] Ibidem.

[27] Directorio de Espiritualidad, 108.

[28] Beato Paolo Manna, Virtudes Apostolicas, Carta circular Nº 6, 15 de septiembre de 1926.

[29] Directorio de Espiritualidad, 29.

[30] San Luis Orione, «Buenas noches» del 2 de enero de 1938.

[31] Citado por P. C. Buela, IVE, Sacerdotes para Siempre, I Parte, cap. 4.

[32] Directorio de Misiones Ad Gentes, 144.

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