Los incondicionales de Dios

Contenido

“Los incondicionales de Dios”[1]
Fórmula de renovación de votos mensual

“El alma que tiene asimiento a alguna cosa…, no llegará a la libertad de la divina unión”[2], escribió san Juan de la Cruz. Y eso mismo que escribió, es lo que él mismo practicó y lo que con tanto afán trató de inculcar en su trato con las almas. Porque esa es la vocación cristiana del hombre nuevo[3], una vocación a la libertad, pues: para ser libres nos libertó Cristo[4].

Por lo tanto, y como no podría ser de otra manera, toda la aspiración de nuestra espiritualidad, está dirigida enteramente a la conquista de la libertad. Precisamente porque “la libertad auténtica se identifica con la santidad, con la Ley Nueva, con la fe cristiana, con la caridad, es la libertad… de los hijos de Dios[5][6]. Pues que para eso se encarnó el Hijo de Dios: para librar a aquellos que por el temor de la muerte estaban toda la vida sujetos a servidumbre[7], como dice el apóstol San Pablo.

De aquí entonces, que lo propio de los miembros del Instituto del Verbo Encarnado sea “vivir en la libertad de los hijos de Dios que no se esclavizan: ni bajo los elementos del mundo[8]; ni bajo la letra que mata[9]; ni bajo el espíritu del mundo[10]; porque no debemos sujetarnos al yugo de la servidumbre… (de lo contrario) Cristo no nos aprovecharía de nada”[11]. Ya que “la servidumbre ninguna parte puede tener con la libertad”[12].

Consecuentemente, nuestras Constituciones hacen manifiesto el llamado a la conquista de la pobreza o desnudez espiritual al decir que en nuestro Instituto “puede practicarse más intensamente el cuarto grado de pobreza, conquistando así el desprendimiento total, no sólo de los bienes materiales −objeto propio de la virtud de la pobreza− sino de todo cuanto no sea el mismo Dios, lo que supone la perfección de la caridad y la santidad completa y consumada”[13] que como hemos dicho anteriormente se identifica con la libertad de espíritu y es camino para la unión con Dios.

Dado que a nosotros como miembros del Instituto se nos exhorta a formarnos según el magisterio de este gran maestro de la vida espiritual que fue san Juan de la Cruz, por ser sus enseñanzas “límpida fuente del sentido cristiano y del espíritu de la Iglesia” −como proclamó Pío XI al honrarlo con el doctorado− queremos presentar en estas pocas líneas el ejemplo de vida y la enseñanza sapiencial del Místico Doctor en orden a alcanzar “este generoso bien del alma, tan necesario para servir a Dios, como es la libertad del espíritu”[14].     

1. Libertad de espíritu

San Juan de la Cruz fue religioso de la Orden del Carmen 28 años (1563-1591), aunque sólo vivió 23 años en el Carmen descalzo (1568-1591). De todos modos, hemos de decir que ya desde antes de hacerse religioso, pero especialmente durante todos esos años y en no pocas circunstancias demostró que la lucha por alcanzar la libertad auténtica que venimos diciendo es el negocio de nuestra vida.

Se decide a ser carmelita

Al terminar sus estudios en el Colegio de la Compañía y con 21 años de edad Juan de Yepes era “codiciado de todos, amado y querido de muchas religiones, por su virtud y muestras que daba de santidad”[15]. Y a pesar de que lo codiciaban los benedictinos de San Bartolomé, los dominicos de San Andrés, los franciscanos de Santa Clara, los trinitarios calzados de la Concepción, los premostratenses de San Saturnino, los mismos jesuitas con quienes había estudiado, él dejando de lado todas esas propuestas, optó por entrar en la Orden del Carmen[16].

Su hermano Francisco de Yepes atestigua: “Él se acogió a lo más seguro y, determinando entrar en religión, puso los ojos en la del Carmen, y así se fue muy secretamente al convento de Santa Ana del Carmen de esta (Medina), donde pidió el hábito, y el prior y frailes se le dieron al punto con mucho contento”[17]. Demostrando con ello que la entrega a Dios −que llama a las almas por libre iniciativa de su amor[18]− exige también por parte del religioso una respuesta libre, y así entonces, haciendo oídos sordos a las solicitaciones de las demás órdenes religiosas, él quiso “corresponder libre y generosamente con el estímulo y la gracia del Espíritu Santo”[19] al llamado de Dios e ingresó en la Orden del Carmen.

Ese mismo acto de libertad implícito en su ingreso a los carmelitas lo mantuvo explícitamente a lo largo de toda su vida religiosa como ahora veremos.

Abandona la Orden Carmelita de regla mitigada

Así, por ejemplo, después de haber profesado como fray Juan de Santo Matía, andaba un poco desilusionado de su Orden y estaba tentado de irse a los Cartujos. Lo cuenta la misma Santa Teresa: “Yo alabé a Nuestro Señor, y hablándole, contentóme mucho, y supe de él como se querría también ir a los cartujos”[20]. Será ella misma quien en esa misma conversación lo convenza de que “esperase hasta que el Señor les diese monasterio y [del] gran bien que sería, si había de mejorase, ser en su misma Orden, y cuanto más serviría al Señor. Él me dio la palabra de hacerlo, con que no se tardase mucho[21]. Subrayemos aquí la libertad de espíritu de fray Juan que, aunque consiente con la propuesta de la fundadora, le pone como condición “que no se tardase mucho”[22]. Ya que la libertad de espíritu pide docilidad y prontitud en la ejecución de lo que pide el Espíritu Santo, por eso, no en vano nos advierte a nosotros el derecho propio que “los cálculos lentos son extraños a la gracia del Espíritu Santo”[23].

Así, pues, el 28 de noviembre de 1568, comenzó oficialmente en Duruelo (Ávila) la renovación del Carmelo adoptando desde entonces fray Juan el nombre de fray Juan de la Cruz.

Señorío sobre los hombres

Enseña el Directorio de Espiritualidad: “en la medida en que el religioso se entrega generosamente al servicio de Jesucristo, el único Rey que merece ser servido, adquiere una realeza efectiva, aunque espiritual, sobre los hombres, aun sobre los que tienen poder y autoridad, y aun sobre los que abusan de ella. Porque toman sobre sí la carga de sus pecados y sus penas, por un amor humilde y servicial que llega hasta el sacrificio de sí mismo”[24].

Según esto, con la misma libertad con que fray Juan de Santo Matía decidió abandonar la Orden del Carmen de regla mitigada para comenzar la reforma descalza, fue con la misma libertad que se dejó sujetar y someter a varios tormentos y vejaciones luego de que el 21 de mayo de 1575 en el Capítulo General de la Orden tenido en Piacenza se tomaran medidas contra los descalzos, pero no retrocedió en su intento, es decir, no renunció a mantenerse firme y fielmente carmelita descalzo.

Así fue que padeció su primera cárcel: simplemente por ser descalzo. Pues, algunos religiosos calzados, aprovechando el clima de hostilidad contra los descalzos, tomaron la justicia por mano propia, como fue el caso del prior de Ávila, el P. Valdemoro, quien se llevó preso a Juan de la Cruz y a su compañero fray Francisco de los Apóstoles, y los encerró en el convento de Medina del Campo. De allí salieron por orden del nuncio Ormaneto.

No se puede olvidar el comportamiento digno y noble de san Juan de la Cruz, cuando años más tarde, se presentó en Baeza para hacer la visita canónica al Colegio donde él era rector, el padre Diego de Cárdenas, provincial de los carmelitas calzados de Andalucía y otros religiosos que lo acompañaban. El provincial traía un breve vejatorio (algo así como un decreto de reprensión) para los descalzos. La cosa es que antes de que comenzase la visita, apareció la justicia ordinaria eclesiástica y encarceló al provincial y a sus compañeros. Fray Juan de la Cruz se presentó ante el juez eclesiástico que los tenía presos y le rogó que los soltase. Y éste así lo hizo. Fuera ya de la prisión los llevó a su Colegio y les preparó un banquete y con mucha paz los despachó. ¡Así se ‘vengan’ los santos! Pues había olvidado Cárdenas que ya carecía de toda jurisdicción sobre los descalzos[25].  

El segundo encarcelamiento que padeció san Juan de la Cruz ocurrió la noche del 2 al 3 de diciembre de 1577. “El delito” del que lo acusaron se ignora hasta el día de hoy. Lo cierto es que le dieron el tratamiento señalado en las Constituciones para los “reos del delito de rebelión”, y así estuvo poco más de ocho meses en la cárcel conventual de Toledo. Algunos argumentan que muy probablemente el motivo de su encarcelación haya sido por juzgársele cómplice de la rebelión de las monjas de la Encarnación cuando eligieron a Santa Teresa por priora en contra de la indicación y mandato del provincial que presidía la elección. Otros piensan que quizás fue el hecho de que vivía fuera del convento, en la casita de la Torrecilla[26], siendo tanto Juan de la Cruz como su compañero Germán de San Matías conventuales de Mancera. De todos modos, eso aquí no nos ocupa.

Lo que sí queremos hacer notar es el espíritu de príncipe con que se condujo el santo religioso durante el tiempo que estuvo en cautiverio padeciendo no pocas vejaciones: las disciplinas diarias, la estrechez y suma pobreza de la celda, la dieta escasa a la que fue sometido y que más bien era para que se acabase su salud que para mantenerlo con vida, la oscuridad, los intensos calores y el frío penetrante, el “tormento [de] los piojos”, la imposibilidad de decir misa, las despiadadas reprensiones para hacerle abdicar de sus principios y de su descalcez, etc. Así y todo, cada día cuando lo bajaban al refectorio para propinarle la disciplina los demás frailes se maravillaban de que Juan de la Cruz se mantuviese tan sólido e inquebrantable y de que no diese muestra alguna de que iba a cambiar. En efecto, a medida que pasaba el tiempo al verle cada vez más invencible en padecer, sufrir y callar, despectivamente los calzados le llamaban “lima sorda”, porque así se dice de la que está embotada con plomo y hace poco o ningún ruido cuando lima.  Y es que quienes se comportan como señores, por más reducidos que se vean se destacan por sobre los demás por la posesión de sí mismos y sentir el honor como la vida[27]. Sin embargo, esos ‘malos tratos’ no le afligían tanto como el oír a sus detentores decir que la Reforma de la Orden tenía los días contados.

Fray Juan jamás guardó rencor hacia el prior de aquel convento que tantos sufrimientos le causó. “De esta manera se había en las cosas que tocaban a los prójimos; y así padecía los trabajos que Dios le enviaba, sin admitir humano alivio ni consuelo”[28], testimoniaba Ana de Jesús, carmelita descalza en Segovia. En efecto, él mismo, como quien ha padecido la lima y el desamparo por parte de los superiores, escribirá luego en la segunda cautela contra el demonio, y que nuestras Constituciones[29] hacen suyas: “jamás mires al prelado con menos ojos que a Dios, sea el prelado que fuere, pues le tienes en su lugar. Y así con grande vigilancia vela en que no mires en su condición, ni en su modo, ni en su traza, ni en otras maneras de proceder suyas; porque te harás tanto daño que vendrás a trocar la obediencia de divina en humana, moviéndote o no te moviendo sólo por los modos que ves visibles en el prelado, y no por Dios invisible, a quien sirves en él. Y será tu obediencia vana o tanto más infructuosa cuanto más tú, por la adversa condición del prelado, te agravas o por la buena condición te aligeras”[30].

Señorío sobre sí mismo

En el derecho propio leemos que el religioso ejerce cierto dominio sobre sí mismo “en la medida en que el hombre triunfa sobre el pecado, domina los incentivos de la carne, y gobierna su alma y cuerpo. El religioso, en la medida en que somete cumplidamente su alma a Dios, llega a una situación de indiferencia y desapego a las cosas del mundo, lo cual no quiere decir impotencia sino al contrario, una voluntad dominadora y libre, capaz de dedicarse a las cosas sin dejarse dominar por ellas”[31].

Ejemplo de ello es el siguiente episodio en la vida de san Juan de la Cruz. Conociendo la talla espiritual de san Juan de la Cruz y el señorío del que era dueño, causa risa leer que sus captores de la cárcel conventual de Toledo le querían ‘comprar’ ofreciéndole una buena biblioteca, una buena celda, un priorato y hasta una cruz de oro. Ante tal oferta fray Juan de la Cruz responde categóricamente: “El que busca a Cristo desnudo no ha menester joyas de oro”[32]. Y así más tarde escribirá en su segunda Cautela contra el mundo que “es menester, […] aborrecer toda manera de poseer y ningún cuidado le dejes tener [a tu alma] acerca de ello: no de comida, no de vestido ni de otra cosa criada, ni del día de mañana, empleando ese cuidado en otra cosa más alta, que es en buscar el reino de Dios, esto es, en no faltar a Dios; que lo demás, como Su Majestad dice, nos será añadido[33], pues no ha de olvidarse de ti el que tiene cuidado de las bestias”[34].

Y con ese mismo señorío que trae aparejado el olvido de todo lo que no es Dios por amor a Dios, se fugó de la prisión. Pues según afirman algunos declarantes que “después de haber encomendado esto a nuestro Señor por algunos días, [fray Juan] sintió en su alma un impulso grande que se fuese, que nuestro Señor le ayudaría”. Y así lo hizo.

Ciertamente que la experiencia dolorosa de la cárcel marcó profundamente a fray Juan de la Cruz y le enseñó la ciencia de la cruz: “Dios lo hizo bien; pues, en fin, es lima el desamparo, y para gran luz el padecer tinieblas”[35]. Porque, “¿Qué sabe quien no sabe padecer por Cristo?”[36]; “El más puro padecer trae y acarrea más puro entender”[37].  

Esa misma ciencia de la cruz y libertad de espíritu fue la que trasmitió a todas las almas con quienes trató ya fuesen religiosos o seglares. En efecto, la mayor parte de sus súbditos destacan sus pláticas admirables, con las que los animaba a ser perfectos y les enseñaba que para subir a la perfección no se habían de querer ni bienes del suelo, ni del cielo, sino sólo no querer ni buscar nada que no fuera el solo buscar y querer en todo la gloria y honra de Dios. Y dicen que los que más le trataban andaban más aprovechados[38].

Cuentan sus súbditos que “no tenía cosas a que pudiese estar asido. Y esto mismo procuraba en sus religiosos, aunque fuesen cosas de devoción, como fuesen curiosidad, enseñándoles a tener libre el espíritu, que no le apacentasen en niñerías”[39]. Y les ponía este ejemplo: “Porque eso me da que una ave esté asida a un hilo delgado que a uno grueso, porque, aunque sea delgado, tan asida se estará a él como al grueso, en tanto que no le quebrare para volar”[40].  Asimismo, en sus diálogos frecuentes con los religiosos les “insistía en la fe y desnudez y desasimiento de las criaturas. Y ‘que en la oración no tuviésemos el espíritu tasado y determinado a subir por un camino a Dios, sino que nos dejásemos en sus manos, según el espíritu con que Su Majestad nos visitase; y que con las sequedades nos holgásemos mucho, no queriendo más que el gusto de Dios’”[41].

San Juan de la Cruz era un hombre con espíritu de príncipe, de esos que “en su conducta han puesto estilo”[42], y por lo tanto lo que enseñaba a otros antes se lo exigía a sí mismo.

Por ejemplo: llama la atención la libertad de espíritu de este hombre frente a lo prescripto por la regla acerca de la oración en común. En las Constituciones del P. Gracián, 1576, se dice: “será la oración en el coro estando todos juntos”. En las Constituciones de Alcalá, 1581, se prescribe del modo mas claro y detallado lo siguiente: “Tendráse la oración en el coro, donde estando juntos los hermanos se comience la Aña (antífona) Veni, Sancte Spiritus y la oración Deus, qui corda fidelium. Y luego haya un poco de lición de algún libro devoto que pueda ser materia de meditación. Y acabada, todos quedaran orando en silencio hasta que se acabe la hora…”[43].

Si no tuviéramos ningún testimonio en contra creeríamos que Juan de la Cruz habría observado al pie de la letra y con una escrupulosidad ejemplar lo prescripto por la regla. Sin embargo, sus súbditos cuentan como él salía al campo a rezar y hacía que ellos hicieran lo mismo y lo hacían con mucha devoción y quietud. Así se manifiesta la mencionada libertad de espíritu de fray Juan: salva lo de la oración en común, pero interpreta ampliamente lo del lugar en que habría que hacerla.

También en su práctica de la caridad era libérrimo. Por eso en la primera cautela contra el mundo aconseja que: “acerca de todas las personas tengas igualdad de amor e igualdad de olvido”[44], y vaya que si dio muestras de ello. Así, por ejemplo, cuando María de la Cruz[45] −monja carmelita descalza a quien el santo tenía en gran aprecio− se enfermó, sin importarle el ‘qué dirán’, “de la pobre comida que le daban en el convento de Granada, partía y enviaba de ella” fray Juan para el monasterio de las descalzas, cosa que la enferma estimaba y tenía como reliquia y cosa venida del cielo. Asimismo, cuentan que usualmente a la puerta del convento llegaba una viejita muy necesitada a pedir comida y que, si alguna vez dejaba de venir, enviaba a dos religiosos a averiguar el por qué y que le llevasen lo que necesitase[46]. Un ejemplo más: siendo fray Juan de la Cruz, prior de Granada, contra lo que alguno podría pensar de ‘favoritismo’, no dudó en llamar a su hermano Francisco de Yepes, experto en albañilería, para darle algún trabajo, y le pagó los gastos del viaje y vivió con ellos algunos meses en el convento[47]. Y es que san Juan de la Cruz era de esos hombres capaces de dar cosas que nadie obliga y abstenerse de cosas que nadie prohíbe[48].

Más de admirar todavía es la indiferencia y el desapego que exhibe el santo cuando en aquel Capítulo General de la descalcez en Madrid (1591), aun siendo él el primer definidor general (lo que sería para nosotros vicario general), “le afligieron mucho”[49] porque Juan de la Cruz se expresó acerca de los asuntos que en el Capítulo se trataban[50] “de la manera que siempre hacía, no como algunos que en el cónclave delante de Doria –el superior–, celebraban sus decretos y fuera los murmuraban”[51]. Pues mucho se lamentaba de que “en los capítulos nadie replica, sino que todo se concede y pasan por ello, atendiendo a sólo sacar cada uno su bocado; con lo cual gravemente padece el bien común y se cría el vicio de la ambición, [y decía como eso] se había de denunciar, sin corrección, por ser vicio pernicioso y opuesto al bien universal”[52]. Conforme a esto y antes que traicionar su conciencia, se pronunció con gran vehemencia porque nada tenía que ver con el la “ley de encaje que guía a muchos ignorantes que presumen de agudos” (como dice el Quijote). Eso le valió que en ese mismo capítulo le otorgasen una patente para irse a México y el quedarse sin oficio.

Así fue que en vistas a preparar su partida a las Indias[53] se marchó a la soledad de La Peñuela. Cumpliéndose de ese modo la petición fervorosa que tantas veces le había hecho a Dios: “Yo solo deseo que la muerte me encuentre en un lugar apartado, lejos de todo trato con los hombres, sin hermanos de hábito a quienes dirigir; sin alegrías que me consuelen y atormentado de toda clase de penas y dolores. He querido que Dios me pruebe como a siervo, después de que Él me ha probado en el trabajo la tenacidad de mi carácter; he querido que me visite en la enfermedad, como me ha tentado en la salud y en la fuerza; he querido que me tentase con el oprobio, como lo ha hecho con el buen nombre que he tenido ante mis enemigos. Dígnate, Señor, coronar con el martirio la cabeza de tu indigno siervo”[54] .

Señorío sobre el mundo

Dicen nuestro derecho propio que nuestros religiosos han de ejercer señorío sobre el mundo de dos maneras: Una de ellas, colaborando con el mundo de la creación por el trabajo y el mundo de la redención por el apostolado[55].

San Juan de la Cruz fue incansable en su labor pues era un hombre hábil en muchos campos. Su acción espiritual de dirección de almas, el manejo de la pluma, sus dotes para el gobierno, su habilidad para la prosa y el arte, no lo anulaban en otras áreas como el de las obras materiales poniendo suelos, haciendo tabiques, etc.

Así, por ejemplo, ya siendo Definidor General, podemos decir que levantó la ‘casa generalicia’ –aun enredado en mil preocupaciones de gobierno–. Pues él mismo se ocupó de hacer los planos que comprendían la iglesia actual y el claustro cuadrado. Cuenta Pablo de Santa María, testigo presencial: “Era el padre fray Juan de la Cruz muy afable y alegre para con todos, y para sí austero y penitente; y en lo más riguroso del invierno y con mucha nieve iba sin reparo en los pies a la cantera donde se sacaba la piedra a ser sobrestante de los peones, y nevando y granizando su cabeza y calva descubierta, parece que pegaba fuego a todos. Y muchos días de esto con ser de edad, comía a la una del día sin haberse desayunado más que con el Santísimo Sacramento, que parecía más de bronce que de carne”[56]. Otro de los hermanos que se emplearon en esta obra afirma también que cuando iban de mañana a trabajar ya tenían las herramientas aderezadas (dispuestas) y eran como si alguien les hubiese adelantado el trabajo y ellos ganado medio día.

Pero también era un hombre pródigo en sus apostolados: ya con las religiosas, ya con las familias, ya con los niños a quienes catequizaba, ya con los caballeros, ya con los jóvenes en los colegios donde estuvo, ya con quienes se encontraba a su paso en la calle, ya con toda clase de clérigos que acudían a consultarle.

Asimismo, cuando Juan de la Cruz estaba en el Colegio de Baeza, para poder atender plenamente a la gente que venía a confesarse cambió el horario, de tal manera que hacían las dos horas de oración temprano en la mañana, para poder estar libres y atender al pueblo a lo largo del día.

Otra de las maneras de ejercer señorío sobre el mundo, afirma el derecho propio es “rechazando el mundo, ya sea por lealtad al mundo mismo que debe ser tenido como medio y no como fin, ya sea por lealtad hacia Dios, resistiendo a las concupiscencias, tentaciones y pecados del mundo; siendo independientes frente a las máximas, burlas y persecuciones del mundo, sólo dependiendo de nuestra recta conciencia iluminada por la fe; dispuestos al martirio por lealtad a Dios, lo que constituye el rechazo pleno y total del mundo malo”[57].

Siendo Juan de la Cruz prior en Granada cae por allí el vicario provincial, Diego de la Trinidad, y comienza a presionar y marear a fray Juan, diciéndole que como superior tenía que visitar a las autoridades de la ciudad, principalmente al presidente y oidores de la Audiencia. Y esto lo decía, echándole en cara que “si no visitaba la gente grave de la ciudad, no podía sustentar su convento”. A obedecer tocan. Fray Juan llama a Jerónimo de la Cruz y le dice: “Tome vuestra reverencia la capa que dicen que es fuerza que visitemos”. Bajan a la ciudad y realizan su visita al presidente de la Audiencia durante la cual fray Juan le manifiesta que si no los habían visitado antes era por cumplir con la obligación del recogimiento religioso. El presidente les respondió, que sigan cumpliendo así con nuestro Señor y que realmente ellos casi no tenían tiempo para descansar, dando a entender que no estaban en falta por no visitarles.

Moraleja: la saca inmediatamente el santo, pues “saliendo, me dijo [dice fray Jerónimo de la Cruz]: ‘Declarado nos ha Nuestro Señor que no nos quiere para cumplir con hombres en el mundo, pues hay tantos que cuidan de esto, sino para con Su Majestad a solas’. Y nos volvimos derechos al convento. Y no me acuerdo le vi hacer otra visita de cumplimiento”. Es decir, lo hizo una vez como le mandó el superior, pero en contra de todo respeto humano no lo volvió a hacer. 

Ya hemos mencionado las vejaciones que sufrió fray Juan de la Cruz por ser fiel a su vocación de carmelita descalzo y cuánto le tocó padecer por mantenerse libre e independientes frente a las máximas, burlas y persecuciones del mundo sin importarle que por eso quedase sin oficio o su honra se viese pisoteada por la más infame persecución. Pero no hemos dicho, con cuánto afán san Juan de la Cruz muy de ordinario les decía a los suyos “que se había de huir de las honras del mundo como del demonio, porque todas estaban llenas de veneno”[58] . Y al mismo tiempo que se los decía, les daba ejemplo de ello, pues “era muy enemigo de exterioridades y de que le tuviesen por santo, ni gustaba que otros hiciesen esa demostración”. Prueba de ello fue cuando Diego Evangelista[59] levantó contra el santo un proceso difamatorio para desacreditarlo, llegándose hasta los conventos para hacer averiguaciones −queriendo probar había tenido ruines costumbres[60]− y enojándose mucho cuando no conseguía oír lo que quería. Muchos religiosos le escribieron a fray Juan de la Cruz instándolo a que se quejase al vicario general y definitorio de aquellas informaciones y diese razón de sí, pero el santo ‘a todos respondía con gran serenidad ser él un gusano, y que así nadie le hacía agravio, y que a lo que su Criador disponía en él, a él tocaba de abrazarlo por su amor y no otra cosa’[61].

Tal era la desnudez espiritual de fray Juan de la Cruz, que este mismo hombre que estando en oración a la pregunta de Cristo: ‘Fray Juan, pídeme lo que quisieres, que yo te lo concederé, por este servicio que me has hecho[62], es capaz de responder: ‘Señor, lo que quiero que me deis es trabajos que padecer por Vos y que sea yo menospreciado y tenido en poco’; es el mismo que luego escribe con gran nobleza de alma: “Ame mucho a los que la contradicen y no la aman, porque en eso se engendra amor en el pecho donde no le hay, como hace Dios con nosotros, que ama para que le amemos mediante el amor que nos tiene”[63].

“Eso es tener espíritu de príncipe, [eso] es orientar el alma a actos grandes… [eso] es preocuparse de las cosas grandes… es realizar obras grandes en toda virtud. [Eso] es ser noble”[64].

“Porque el amar es obrar en despojarse y desnudarse por Dios de todo lo que no es Dios”[65]. De tal manera que no nos importe nada acerca de la estima y buena opinión de los hombres, de la salud y fuerzas corporales, de los cargos u oficios que puedan darnos o quitarnos, de los sucesos prósperos o adversos que puedan sucedernos, de morir joven o viejo[66]. “De donde se ve claro que no sólo de todo lo que es de parte de las criaturas ha de ir el alma desembarazada, mas también de todo lo que es de parte de su espíritu ha de caminar desapropiada y aniquilada”[67]. Pues para la conquista de la libertad de espíritu hay que trabajar para que no quede el corazón detenido por cosa humana[68]. Ya que como escribe el Místico Doctor:

Cuando reparas en algo,
dejas de arrojarte al todo.
Porque para venir del todo al todo
has de negarte del todo en todo.
Y cuando lo vengas del todo a tener,
has de tenerlo sin nada querer.
Porque, si quieres tener algo en todo,
no tienes puro en Dios tu tesoro[69].

En este sentido afirma el santo con toda convicción: “dichosa el alma que ama, pues tiene a Dios por prisionero, rendido a todo lo que ella quisiere”[70]; pues que por eso dice: cuando lo vengas del todo a tener has de tenerlo sin nada querer.

Por eso paternalmente nos exhortan nuestras Constituciones a “amar todo lo que Dios quiere que amemos, sin ser esclavos de nuestros afectos a las creaturas, es decir, amar sin encadenarnos, poseer sin quedar presos, usar sin goces egoístas, conservar la completa independencia, buscar en todo y por todo la gloria de Dios”[71].

2. El magisterio sanjuanista sobre la libertad de espíritu

Casi que podríamos decir que el magisterio de san Juan de la Cruz consiste en disponer al alma a conquistar la libertad de espíritu y a consolidarla en ella.

Sin intentar en lo más mínimo hacer un análisis exhaustivo de su abundantísima doctrina, sólo damos aquí algunas pinceladas que estimamos de gran ayuda para que el corazón no ande en bajezas[72] y se levante a la cima del Monte de la perfección, donde dice el santo: “Ya por aquí no hay camino que para el justo no hay ley”[73].

Partamos diciendo que este gran Maestro de la fe enseña que “no podrá el alma llegar a la real libertad del espíritu, que se alcanza en su divina unión”[74] si se somete a otras cosas que no son Dios y su Divina Voluntad, es decir, si vive apegada. Y en esto insiste el santo: “el alma que tiene asimiento en alguna cosa…, no llegará a la libertad de la divina unión”[75]. Simplemente, “porque la servidumbre ninguna parte puede tener con la libertad, la cual no puede morar en el corazón sujeto a quereres, porque éste es corazón de esclavo, sino en el libre, porque es corazón de hijo”[76].

De esto se desprende:

a) Que si no hay esta verdadera renuncia evangélica −desasimiento de las creaturas− tampoco hay un salir a caminar hacia la unión con Dios. Pues nadie encontrará la vida nueva si no está dispuesto a caminar en la negación de sí mismo. Pero si se va por el camino de negar y perder la propia vida, siguiendo al Verbo Encarnado, entonces no sólo encontrará la vida verdadera, sino que gozará de muchos provechos que se sacan de la negación: paz interior, pobreza de espíritu, y el ciento por uno de posesión verdadera de Dios y de todo cuanto se ha negado anteriormente. Es aquí donde cobran todo su sentido las noches oscuras, las purificaciones activas y pasivas por las que debemos pasar[77], porque son ellas las que nos preparan para “quedar en la suma desnudez y libertad de espíritu, que se requieren para llegar a la divina unión”[78].

b) Todo apego −sea el que fuere− implica servidumbre. Lo cual es contrario a la doctrina de Cristo, pues como ya hemos dicho: para ser libres nos liberó Cristo[79]. La condición entonces para llegar a la verdadera libertad de espíritu es vencer la servidumbre a que someten los apetitos a quien se deja guiar por ellos. “Porque hasta que los apetitos se adormezcan por la mortificación en la sensualidad, y la misma sensualidad esté ya sosegada de ellos, de manera que ninguna guerra haga al espíritu, no sale el alma a la verdadera libertad, a gozar de la unión de su Amado”[80].

¿Y por qué decimos que es servidumbre? Lo explica el Místico Doctor: porque “la afición y asimiento que el alma tiene a la criatura iguala a la misma alma con la criatura, y cuanto mayor es la afición, tanto más la iguala y hace semejante, porque el amor hace semejanza entre lo que ama y es amado. […] Y así, el que ama criatura, tan bajo se queda como aquella criatura, y, en alguna manera, más bajo; porque el amor no sólo iguala, más aún sujeta al amante a lo que ama. Y de aquí es que, por el mismo caso que el alma ama algo, se hace incapaz de la pura unión de Dios y su transformación”[81].

San Juan de la Cruz nos lo ejemplifica para hacérnoslo ver aun más claro diciendo:

  • “Toda la hermosura de las criaturas, comparada con la infinita hermosura de Dios, es suma fealdad […]. Y así, el alma que está aficionada a la hermosura de cualquiera criatura, delante de Dios sumamente fea es; y, por tanto, no podrá esta alma fea transformarse en la hermosura que es Dios.
  • Y toda la gracia y donaire de las criaturas, comparada con la gracia de Dios, es suma desgracia y sumo desabrimiento; y, por eso, el alma que se prenda de las gracias y donaire de las criaturas, sumamente es desgraciada y desabrida delante los ojos de Dios.
  • Y toda la bondad de las criaturas del mundo, comparada con la infinita bondad de Dios, se puede llamar malicia. […] por tanto, el alma que pone su corazón en los bienes del mundo, sumamente es mala delante de Dios.
  • Y toda la sabiduría del mundo y habilidad humana, comparada con la sabiduría infinita de Dios, es pura y suma ignorancia. […] Por tanto, toda alma que hiciese caso de todo su saber y habilidad para venir a unirse con la sabiduría de Dios, sumamente es ignorante delante de Dios, y quedará muy lejos de ella.
  • Y todo el señorío y libertad del mundo, comparado con la libertad y señorío del espíritu de Dios, es suma servidumbre, y angustia, y cautiverio. Por tanto, el alma que se enamora de mayorías, o de otros tales oficios, y de las libertades de su apetito, delante de Dios es tenido y tratado no como hijo, sino como bajo esclavo y cautivo, por no haber querido él tomar su santa doctrina, en que nos enseña que el que quisiere ser mayor sea menor, y el que quisiere ser menor sea el mayor[82].
  • Y todos los deleites y sabores de la voluntad en todas las cosas del mundo, comparados con todos los deleites que es Dios, son suma pena, tormento y amargura. Y así, el que pone su corazón en ellos es tenido delante de Dios por digno de suma pena, tormento y amargura.
  • Todas las riquezas y gloria de todo lo criado, comparado con la riqueza que es Dios, es suma pobreza y miseria. Y así, el alma que lo ama y posee es sumamente pobre y miserable delante de Dios”[83].

Con esto nos quiere hacer ver el santo que “los apetitos y gustos, así como con lazos, enlazan al alma y la detienen [para] que no salga de sí a la libertad de amor de Dios”[84]. Mas también que las noches, aunque oscurecen el espíritu y el sentido, no lo hacen sino por darle luz a todas las cosas; y, aunque a uno lo humilla y pone miserable, no es sino para ensalzarle y levantarle; y, aunque le empobrece y vacía de toda posesión y afección natural, no es sino para que divinamente pueda extender a gozar y gustar de todas las cosas de arriba y de abajo, siendo con libertad de espíritu general en todo[85].

c) La conquista de esta libertad es fuente de señorío sobre todas las cosas. Es de notar como el santo contrapone este señorío al de cualquier reino o señorío del mundo cuando dice que el señorío temporal y la libertad temporal “delante de Dios ni es reino ni libertad”[86]. Por eso la radicalidad de la libertad que nos propone el derecho propio y san Juan de la Cruz es el de la libertad interior, ya que ese es el espíritu de nuestro Instituto: el “vivir plenamente la libertad de los hijos de Dios”[87]. “Desde el punto de vista negativo, es la liberación del pecado y de los apetitos que esclavizan al hombre. Positivamente, es la capacidad de dominio y de decisión en orden a la propia realización personal que se da obviamente en la comunión con Dios, para lo que ha sido creado y positivamente ordenado. En ella funda el Doctor Místico la libertad de espíritu, haciéndola coincidir con la divina unión”[88].

En efecto, en la cumbre del Monte de la perfección, donde se alcanza esta unión, escribe estas significativas palabras que el derecho propio cita en el párrafo donde habla de la libertad: “Ya por aquí no hay camino que para el justo no hay ley”[89].

Es decir, esta libertad no es sólo “libertas a malo”, sino fundamentalmente “libertas ad bonum”. Es pasar de la servidumbre del pecado al servicio de Dios, del hombre viejo al nuevo. Aunque se define como el paso de una servidumbre a otra[90], paradójicamente en ella está la verdadera libertad[91].

Por eso no sorprende que el derecho propio haya incluido el martirio al hablar sobre el señorío e invitarnos a estar “dispuestos al martirio por lealtad a Dios, lo cual constituye el rechazo pleno y total del mundo malo”[92]; y al afirmar a renglón seguido que “la gracia más grande que Dios puede conceder a nuestra minúscula Familia Religiosa es la persecución”[93]. Porque el alma que se sabe llamada a ser deiforme[94] no debe temer caminar por la senda angosta que lleva a la unión con Dios para la cual es necesario ir “desnudo de todo, sin querer nada”[95], lo cual consiste, dice san Juan de la Cruz, en “saberse negar de veras, según lo exterior e interior, dándose al padecer por Cristo y aniquilarse en todo, porque, ejercitándose en esto, todo esotro y más que ello se obra y se halla en ello. Y si en este ejercicio hay falta, que es el total y la raíz de las virtudes, todas esotras maneras es andar por las ramas y no aprovechar, aunque tengan tan altas consideraciones y comunicaciones como los ángeles”[96]. Por eso vivamente nos exhortan las Constituciones citando al Místico de Fontiveros: a la “nada, nada hasta dejar la piel y lo restante por Cristo”[97]. Por tanto, se debe agigantar en nuestro pecho el deseo de aquel mártir que decía: “Vengan sobre mí el fuego, la cruz, manadas de fieras, desgarramientos, amputaciones, descoyuntamientos de huesos, seccionamientos de miembros, trituración de todo mi cuerpo, todos los crueles tormentos del demonio, con tal de que esto me sirva para alcanzar a Cristo”[98].

Es decir, hay que saber renunciar, saber sacrificar lo que haya que sacrificar, pero no comprometer en nada nuestra marcha hacia la conquista de la libertad. Antes bien, hay que determinarse de veras, a caminar por “el camino de perfección en toda humildad y desasimiento de dentro y de fuera, no con ánimo aniñado, más con voluntad robusta”[99]. Poniendo todo el empeño en negarse “sabiendo que eso es seguir a Cristo”[100], y “si en algún tiempo alguno le persuadiere, sea prelado u otro cualquiera, −advierte el Maestro de la fe− alguna doctrina de anchura, aunque la confirme con milagros, no la crea ni abrace; sino más penitencia y más desasimiento de todas las cosas; y no busque a Cristo sin Cruz”[101]. Eso es ser “los incondicionales de Dios”[102]; eso es “no anteponer nada a su amor”[103]. Y ésa, y no otra, “debe ser la actitud sacerdotal de todo miembro de nuestra pequeña Familia Religiosa. […] Actitud en la que hay que vivir permanentemente, sin disminuciones ni retractaciones, sin reservas ni condiciones, sin subterfugios ni dilaciones, sin repliegues ni lentitudes. Tanto en los empeños de lo íntimo, como en los altos empeños históricos: [porque] no es capaz de edificar imperios quien no es capaz de dar fuego a sus naves cuando desembarca”[104].

De esta manera, el camino de la libertad es el camino de la “nada” que conduce al todo: “para venir a poseerlo todo, no quieras poseer algo en nada”[105]. Después de la renuncia a todas las cosas, el alma las tiene todas consigo y disfruta de ellas con libertad de espíritu: “Desnudo de todas maneras de afecciones naturales”, puede ahora “comunicar con libertad con la anchura del espíritu con divina Sabiduría, en que por su limpieza gusta todos los sabores de todas las cosas con cierta eminencia de excelencia”[106]. Y todo esto, sin que la parte sensitiva llegue a impedirlo[107].

Así lo expresa el santo en su Cántico muy hermosamente, cuando ya la Esposa (que es el alma) ha alcanzado la unión con el Divino Esposo y escucha su voz sin que nadie le estorbe, en anchura de espíritu: “libre de todas las turbaciones y variedades temporales, y desnuda y purgada de las imperfecciones, penalidades y nieblas, así del sentido como del espíritu, siente nueva primavera en libertad y anchura y alegría de espíritu”[108].

Por eso, esta “libertad dichosa y deseada de todos”[109] de la que venimos hablando, “es un bien que todos los bienes del mundo encierran en sí; es un señorío grande”[110]. Alcanzarlo y vivirlo en plenitud es nuestro programa.

De modo tal que lo propio de los miembros del Instituto del Verbo Encarnado es sujetarse a Cristo, a su Divina Voluntad, porque en ello reside la verdadera libertad y la plenitud de nuestra felicidad; y lo queremos hacer siguiendo el camino que siguió el mismo Cristo y que no fue otro sino el de la cruz. De tal suerte que, aunque nos hiciesen señores de todas las cosas criadas en este mundo y aunque nos amenazaran con perder la vida corporal[111], y todas nuestras obras vinieran a ser nada, debemos tener la hombría de tomar la “decisión formal de no pactar, no transigir, no capitular, no negociar, no conceder, ni hacer componendas con el espíritu del mundo”[112], ya que de otro modo, estaríamos en falta con Dios y padeceríamos nosotros mismos gran servidumbre y miseria.

La consigna es simple: “Demostrad con la profundidad de vuestras convicciones y con la coherencia de vuestro obrar que Jesucristo nos es contemporáneo”[113].

¿Cómo? Quitando de sí “totalmente lo que repugna y no conforma con la voluntad divina”[114], hasta “quedar resuelto en nada”[115], hasta hacerse “locos por Cristo”[116], lo cual es en el lenguaje de san Juan de la Cruz la más plena “libertad de espíritu”[117].

Nos llevarán de aquí para allá, se reirán de nosotros y nos tendrán por torpes, atrasados y, aun, débiles mentales; sin embargo, debemos saber bendecir a los que nos maldicen y reír junto con los que se ríen y burlan de nosotros como niños que no comprenden, y aun cuando se nos golpee, persiga y martirice, debemos dar gracias a Dios que nos encontró dignos[118].

Así entendido, ser los incondicionales de Dios es hacer efectiva la “oblación de mayor estima”[119] que cada año realizamos en los Ejercicios Espirituales. “Es ser nobles. Es ser hombres de corazón. Hombres que tienen algo para sí y para otros. Son los nacidos para mandar. Son los capaces de castigarse y castigar. Son los que en su conducta han puesto estilo. Son lo que no piden libertad sino jerarquía. Son los que se ponen leyes y las cumplen… Son los que sienten el honor como la vida. Los que por poseerse pueden darse. Son los que saben en cada instante las cosas por las cuales se debe morir. Los capaces de dar cosas que nadie obliga y abstenerse de cosas que nadie prohíbe. Son los que se tienen siempre por principiantes: […]sin cesar de aspirar nunca a una vida más santa y más perfecta, sin detenernos nunca”[120].

Y para una idea más acabada de la libertad de espíritu concluyamos con aquellas palabras que san Juan de la Cruz pone en boca de Dios Padre: “mira a mi Hijo, sujeto a mí y sujetado por mi amor, y afligido[121] , esa es la imagen de la verdadera libertad.

Para tan magna y sublime conquista no estamos solos, contamos con el auxilio extraordinario de la Santísima Virgen María porque nadie más que Ella “se halla totalmente orientada hacia Dios y cuanto más nos acercamos a Ella tanto más íntimamente nos une a Él”[122]. “Creo personalmente −decía san Luis María Grignion de Montfort− que nadie puede llegar a una íntima unión con Nuestro Señor y a una fidelidad perfecta al Espíritu Santo sin una unión muy estrecha con la Santísima Virgen y una verdadera dependencia de su socorro”[123]. Por eso nos recomendaba que cada día renovemos nuestra consagración a María. “Y cuanto más lo repitas −decía él− más pronto te santificarás y llegarás a la unión con Jesucristo. Unión que sigue siempre a la unión con María, dado que el espíritu de María es el espíritu de Jesús”[124].

Que el Verbo Encarnado que encontró su libertad en dejarse encerrar en el seno de María Santísima nos halle cada día “más esclavos” de tan dulcísima Madre.

 

[1] Orígenes, Sobre la oración, 13: PG 457.

[2] San Juan de la Cruz, Subida al Monte, Libro 1, cap. 11, 4.

[3] Cf. Constituciones, 43.

[4] Ga 5, 1.

[5] Ro 8, 21.

[6] Directorio de Espiritualidad, 195.

[7] Ibidem, 32; op. cit. Heb 2, 15.

[8] Gal 4, 3.

[9] Cf. 2 Cor 3, 6.

[10] Cf. 1 Cor 2, 12.

[11] Cf. Directorio de Espiritualidad, 39.

[12] San Juan de la Cruz, Subida al Monte, Libro 1, cap. 4, 6.

[13] Constituciones, 68.

[14] San Juan de la Cruz, Subida al Monte, Libro 3, cap. 23, 6.

[15] José Vicente Rodríguez en San Juan de la Cruz – La biografía, cap. 3, p. 127.

[16] Cf. Ibidem.

[17] Ibidem.

[18] Directorio de Vocaciones, 83.

[19] Directorio de Vida Consagrada, 151; op. cit. Optatam Totius, 10; Cf. CIC, c. 247, § 1.

[20] Fundaciones, 3, 17.

[21] Cf. Ibidem.

[22] Ese encuentro de fray Juan de Santo Matía con Santa Teresa ocurrió durante los meses de agosto-octubre de 1567.

[23] Directorio de Espiritualidad, 16; op. cit. San Ambrosio, Comentario a San Lucas, II, 19. 

[24] Directorio de Espiritualidad, 35.

[25] José Vicente Rodríguez, San Juan de la Cruz – La biografía, cap. 16, p. 416.

[26] Por ser confesor de las monjas de Ávila.

[27] Cf. Directorio de Espiritualidad, 41.

[28] José Vicente Rodríguez, San Juan de la Cruz – La biografía, cap. 34, 728.

[29] Constituciones, 76.

[30] Cf. San Juan de la Cruz, Las Cautelas, 12.

[31] Directorio de Espiritualidad, 34.

[32] José Vicente Rodríguez, San Juan de la Cruz – La biografía, cap. 13, p. 309.

[33] Mt 6, 33.

[34] Cf. San Juan de la Cruz, Las Cautelas, 7.

[35] San Juan de la Cruz, Epistolario, Carta 1, A Catalina de Jesús, Carmelita Descalza. 

[36] San Juan de la Cruz, Dichos de luz y amor, 186.

[37] Ibidem, 126.

[38] Cf. José Vicente Rodríguez, San Juan de la Cruz – La biografía, cap. 28, pp. 620-621.

[39] Ibidem, cap. 19, p. 467.

[40] San Juan de la Cruz, Subida al Monte, Libro 1, cap. 11, 4.

[41] José Vicente Rodríguez, San Juan de la Cruz – La biografía, cap. 19, p. 466.

[42] Directorio de Espiritualidad, 41.

[43] José Vicente Rodríguez, Juan de la Cruz y su estilo de hacer comunidad.

[44] San Juan de la Cruz, Las Cautelas, 5.

[45] Apodada “Machuca” a quien el santo mismo animó a seguir la vocación carmelita, intercedió por ella ante las monjas porque no tenía dote y luego él mismo le dio el hábito, el velo y la profesión.

[46] Cf. José Vicente Rodríguez, San Juan de la Cruz – La biografía, cap. 21, p. 507.

[47] Cf. Ibidem, cap. 19, pp. 447-448.

[48] Cf. Directorio de Espiritualidad, 41.

[49] Declaración autógrafa de fray Juan de Santa Ana. Citado por José Vicente Rodríguez en San Juan de la Cruz – La biografía, cap. 34, p. 721.

[50] “Leyes, actitud de las monjas, problema del padre Gracián”. Fray Juan no era partidario de multiplicar leyes, sino enemigo, y así lo manifestó. Además sostenía que no se debía abandonar el gobierno de las religiosas ni que todas vayan a pagar lo que hayan hecho algunas pocas. Otro tanto le tocó padecer por el caso del P. Gracián, pues querían que lo condenase, a lo que San Juan de la Cruz se resistió siempre (aun cuando le había llegado un breve del Papa para que investigase al P. Gracián y lo sentenciase; véase José Vicente Rodríguez en San Juan de la Cruz – La biografía, cap. 34, p. 720-722).

[51] José Vicente Rodríguez en San Juan de la Cruz – La biografía, cap. 34, p. 714; op. cit. Reforma, t. 2, lib. 8, c. 45, 558.

[52] Ibidem, cap. 36, p. 775.

[53] Lo cual nunca se concretó porque enfermó y murió antes.

[54] J. Brouwer, De achterground der Spaanse mystiek, Zutphen, 1935, p. 217. Citado por Santa Edith Stein, La ciencia de la Cruz, Fragmento, p. 369.

[55] Directorio de Espiritualidad, 36.

[56] José Vicente Rodríguez en San Juan de la Cruz – La biografía, cap. 27, 616.

[57] Directorio de Espiritualidad, 36.

[58] José Vicente Rodríguez en San Juan de la Cruz – La biografía, cap. 21, p. 500.

[59] Argumentan los biógrafos que Diego de Evangelista quedó muy resentido contra el santo cuando este siendo superior de él lo reprendió por el excesivo celo en la predicación que lo llevaba a ausentarse de sus obligaciones en la vida comunitaria.

[60] José Vicente Rodríguez en San Juan de la Cruz – La biografía, cap. 39, p. 828.

[61] Ibidem, cap. 39, p. 834.

[62] Haber puesto su Imagen en la iglesia para ser venerada y reverenciada por los demás religiosos.

[63] San Juan de la Cruz, Epistolario, Carta 33, A una religiosa Carmelita Descalza, en Segovia Úbeda, finales de 1591.

[64] Cf. Directorio de Espiritualidad, 41.

[65] San Juan de la Cruz, Subida al Monte, Libro 2, cap. 5, 7.

[66] Cf. Constituciones, 68.

[67] San Juan de la Cruz, Subida al Monte, Libro 2, cap. 7, 4.

[68] Cf. San Juan de la Cruz, Dichos de luz y amor, 143. Citado en Constituciones, 68.

[69] San Juan de la Cruz, Subida al Monte, Libro 1, cap. 13, 12.

[70] San Juan de la Cruz, Cantico Espiritual B, canción 32, 1.

[71] Constituciones, 68.

[72] Cf. San Juan de la Cruz, Epistolario, Carta 7, A las Carmelitas Descalzas de Beas Málaga, 18 noviembre 1586.

[73] San Juan de la Cruz, Monte de perfección. Citado en el Directorio de Espiritualidad, 195.

[74] San Juan de la Cruz, Subida al Monte, Libro 1, cap. 4, 6.

[75] Ibidem, Libro 1, cap. 11, 4.

[76] Ibidem, Libro 1, cap. 4, 6.

[77] Constituciones, 10 y 40; Directorio de Espiritualidad, 22.

[78] Cf. San Juan de la Cruz, Subida al Monte, título.

[79] Ga 5, 1.

[80] San Juan de la Cruz, Subida al Monte, Libro 1, cap. 15, 2.

[81] Cf. Ibidem, Libro 1, cap. 4, 3.

[82] Lc 22, 26.

[83] Cf. San Juan de la Cruz, Subida al Monte, Libro 1, cap. 4, 4-7.  

[84] San Juan de la Cruz, Noche Oscura, Libro 1, cap. 13, 14.

[85] Cf. Ibidem, Libro 2, cap. 9, 1.

[86] San Juan de la Cruz, Subida al Monte, Libro 2, 19, 8.

[87] Constituciones, 34.

[88] Eulogio Pacho, Diccionario de San Juan de la Cruz, p. 102.

[89] San Juan de la Cruz, Monte de perfección, Vida y obras de San Juan de la Cruz, BAC, Madrid 1982, 71. Citado en Directorio de Espiritualidad, 195.

[90] Ro 6, 22: libertados del pecado, y hechos siervos para Dios.

[91] Cf. Eulogio Pacho, Diccionario de San Juan de la Cruz, p. 102.

[92] Directorio de Espiritualidad, 36.

[93] Ibidem, 37.

[94] Cf. Directorio de Vida Consagrada, 10 y 14. Ver también San Juan de la Cruz, Cántico espiritual B, canción 39, 4.

[95] San Juan de la Cruz, Subida al Monte, Libro 2, cap. 7, 7.

[96] Ibidem, Libro 2, cap. 7, 8.

[97] Constituciones, 68; op. cit. San Juan de la Cruz, Avisos y Sentencias espirituales, 68, 4.

[98] Directorio de Espiritualidad, 144; op. cit. San Ignacio de Antioquia, Carta a los Romanos, 5, 3.

[99] San Juan de la Cruz, Epistolario, Carta 16, A la M. María de Jesús, OCD, Priora de Córdoba Segovia, 18 julio 1589

[100] San Juan de la Cruz, Subida al Monte, Libro 2, cap. 7, 5.

[101] San Juan de la Cruz, Epistolario, Carta 24, Al P. Luis de san Ángelo, OCD, en Andalucía Segovia, 1589-1590. Citado en Directorio de Vida Contemplativa, 92.

[102] Fórmula de renovación de votos mensual; op. cit. Orígenes, Sobre la oración, 13: PG 457.

[103] Cf. Constituciones, 37.

[104] Cf. Directorio de Espiritualidad, 73.

[105] San Juan de la Cruz, Subida al Monte, Libro 1, cap. 13, 11.

[106] San Juan de la Cruz, Noche Oscura, Libro 2, cap. 9, 1.

[107] Ibidem, Libro 2, cap. 23, 12.

[108] San Juan de la Cruz, Cántico espiritual B, canción 39, 8.

[109] San Juan de la Cruz, Noche Oscura, Libro 2, cap. 22, 1.

[110] Constituciones, 65; op. cit. Santa Teresa de Jesús, Camino de Perfección, cap. II, 5.

[111] Cf. San Ignacio de Loyola, Ejercicios Espirituales, [165].

[112] Directorio de Espiritualidad, 118.

[113] San Juan Pablo II, Discurso del Papa a los jóvenes de Brescia; OR (03/10/1982), 4. Citado en el Directorio de Espiritualidad, 115.

[114] San Juan de la Cruz, Subida al Monte, Libro 2, cap. 5, 3.

[115] Ibidem, Libro 2, cap. 7, 11.

[116] Directorio de Espiritualidad, 181.

[117] Cf. Subida al Monte y Noche oscura.

[118] Cf. Directorio de Espiritualidad, 181.  

[119] San Ignacio de Loyola, Ejercicios Espirituales, [98].

[120] Directorio de Espiritualidad, 41.

[121] Subida al Monte, Libro II, cap. 22, 6.

[122] San Luis María Grignion de Montfort, El secreto de María, 21.

[123] San Luis María Grignion de Montfort, Tratado de la verdadera devoción de María, 43.

[124] Ibidem, 259.

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