Rege O Maria

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Hoy, la Familia Religiosa del Verbo Encarnado quiere decir[le al mundo]: Rege O Maria!

  • Porque nuestra espiritualidad es la del “Ave María” y la del “Ángelus”[1];
  • Porque nuestro himno es el de la kénosis[2] y en nuestras almas resuena el “Gloria” cuando le llamamos “Madre”;
  • Porque en su fiat y en su magnificat nuestra vida religiosa encuentra el modelo de entrega de nuestra propia vida[3]:

Rege O Maria!

  • Porque nuestra identidad es ser “esencialmente misioneros y marianos”[4] y María, “la primera Misionera después de su Hijo Jesucristo”[5], es modelo eminente a seguir en nuestra tarea de inculturar el Evangelio[6];
  • Porque la Madre de Dios, cual torre ceñida de fuertes defensas, es la salvaguarda de nuestra fe y consolida los vínculos de comunión entre sus hijos;
  • Porque Ella fue, por elección divina, la aliada en la lucha contra el pecado y sus consecuencias[7] y su enemistad irreconciliable con el enemigo malo no tendrá fin:

Rege O Maria!

  • Porque no se nos ha dado en este valle de lágrimas mayor consuelo que el poder decir “que el tesoro de Dios, en el que Él ha puesto lo más precioso que tiene, es también el nuestro”[8];
  • Porque queremos dar gracias a Dios por sus incontables beneficios y obtener otros nuevos a través de la Omnipotencia Suplicante de María;
  • Porque la Madre del Verbo Encarnado y Madre nuestra, es imagen y cumplimiento del Reino de Dios, y a él nos llama y en él nos espera;

Por todo esto y mucho más nos nace como impulso natural del alma el decir:     

Rege O Maria!

Y así como en otro tiempo legiones de hombres y mujeres se unían bajo un mismo estandarte para vencer enemigos y conquistar triunfos para su rey, hoy los miembros de la Familia Religiosa del Verbo Encarnado desde los cuatro puntos cardinales nos hemos unido bajo el estandarte celeste y blanco de la Pura y Limpia Concepción de Luján representado en el signo del escapulario que acabamos de recibir a fin de manifestar nuestra pertenencia irrevocable a la Santísima Virgen María y nuestro más absoluto y radical compromiso para trabajar sin reservas por el reinado de Jesucristo a través de su santísima Madre según la misión de la Familia Religiosa del Verbo Encarnado, que no es otra que “llevar a la plenitud las consecuencias de la Encarnación del Verbo”[9].

El escapulario que a partir de hoy llevamos al pecho es el signo de nuestra “alianza” y comunión recíproca con la Madre de Dios. Y así como los grandes del mundo tienen a honor que otros hombres lleven su insignia, así confiamos que María Santísima mirará complacida el que nosotros, sus devotos hijos, llevemos su escapulario como testimonio claro y valiente de que estamos consagrados a su servicio. Ese es nuestro timbre de honor y según este sublime oficio queremos destacarnos.

Pero el escapulario no sólo es signo de nuestra alianza, es también molde donde queremos aprender la más absoluta disponibilidad a la voluntad del Padre para transformarnos en lo que Dios quiere que seamos: otros Cristos[10]; y es también escudo y baluarte mientras “vamos peregrinando entre las persecuciones del mundo y los consuelos de Dios”[11] según aquellas palabras de San Agustín: “¡Oh! ¡Qué poderosos y fuertes somos ante Jesucristo cuando estamos armados con los méritos e intercesión de la digna Madre de Dios quien venció amorosamente al Todopoderoso!”[12].

Así entonces, si el escapulario de la Virgen de Luján es nuestro estandarte, nuestro molde, nuestro escudo y baluarte, el “marianizar la vida”[13] es nuestro programa de vida.

Marianizar es algo más que invocar a Nuestra Señora, es copiar el estilo de María Santísima, su sí constante, sus sentimientos, es incorporar en nuestra existencia todo lo que es y contiene el espíritu de María Santísima.  

“Todo por Jesús y por María;

con Jesús y con María;

en Jesús y en María;

para Jesús y para María”[14].

 

Ese es el “código fundamental” de nuestra espiritualidad. Es la perla preciosa que debemos atesorar, custodiar, saber transmitir a las gentes y legar a quienes vendrán después que nosotros. Démonos cuenta de que “la congregación va a vivir siempre dentro del Inmaculado Corazón de María si cada uno de nosotros es capaz de hacer que otros vean que no sólo por nuestras palabras sino que por nuestra obras nosotros somos de Ella”[15].

¡Alegrémonos entonces y hagamos fiesta! Ya que esa es la respuesta que cabe a un amante a quien ha caído en suerte aquello que ama[16]. Y a nosotros, Dios nos ha concedido el honorífico privilegio de ser esclavos de María.

Oigan bien todos: Que el llevar el escapulario cerca de nuestro corazón avive nuestra esperanza porque del mismo modo en que Dios “miró” a nuestra Madre la Virgen María e hizo en Ella “grandes cosas” desplegando su poder, confiamos que así hará con nosotros sus hijos de la Familia Religiosa del Verbo Encarnado que lo entregan todo por manos de su Santa Madre; y por eso podemos esperar con esperanza cierta que nuestro Señor dispersará a los soberbios, derribará a los poderosos, saciará a los hambrientos, enaltecerá a los humildes y protegerá a sus siervos, para siempre[17].

Por eso: “¡Oh! tú, quien quiera que seas [y donde sea que te encuentres; con todas tus limitaciones y miserias, con todos tus éxitos y fracasos, con todos tus triunfos y batallas, con todas tus virtudes y pecados] …mira la Estrella, invoca a María.

[…] Que su nombre nunca se aparte de tus labios, jamás abandone tu corazón; y para alcanzar el socorro de su intercesión, no descuides los ejemplos de su vida. Siguiéndola, no te extraviarás; rezándole, no desesperarás; pensando en Ella, evitarás todo error. Si Ella te sustenta, no caerás; si Ella te protege, nada tendrás que temer; si Ella te conduce, no te cansarás; si Ella te es favorable, alcanzarás el fin. Y así verificarás, por tu propia experiencia, con cuánta razón fue dicho: “Y el nombre de la Virgen era María[18].

¡Ea! ¡Ánimo! Que nosotros somos de la Virgen y la Virgen es nuestra.

Hoy y siempre que nuestro clamor sea: ¡Rege o Maria!

¡Que viva la Virgen!

 

[1] Cf. Directorio de Espiritualidad, 78.

[2] Ibidem.

[3] Cf. Directorio de Vida Consagrada, 410; op. cit. Elementos Esenciales de la Vida Religiosa, 53.

[4] Constituciones, 31.

[5] Directorio de Misiones Ad Gentes, 175.

[6] Cf. Ibidem, 172.

[7] Cf. San Juan Pablo II, Homilía en el Santuario de Ntra. Sra. de la Alborada, (31/1/1985).

[8] Cf. San Luis María Grignion de Montfort, Tratado de la Verdadera Devoción, 216.

[9] Ibidem.

[10] Constituciones, 7.

[11] San Agustín, De civ. Dei., XVIII, 51, 2: PL 41, 614.

[12] Citado por San Luis María Grignion de Montfort, Tratado de la Verdadera Devoción, 145.

[13] Constituciones, 85.

[14] Ibidem, 47.

[15] Cf. San Pedro Julián Eymard.

[16] Cf. Directorio de Espiritualidad, 212.

[17] Cf. Ibidem, 84.

[18] San Bernardo, Super missus, 2ª Homilía, 17.

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