50º Aniversario de la Cruz de Matará

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Exaltación de la Santa Cruz

 

Homilía con ocasión del 50º aniversario del ‘descubrimiento’ de la Cruz de Matará

 

[Exordio] Queridas Madre y Hermanas: La solemnidad que hoy celebramos reviste para todos los cristianos y muy especialmente para las Servidoras un carácter del todo peculiar. Es el misterio de “la cruz del Esposo Cristo”[1] como le llama San Juan de la Cruz.

Y, dicho sea de paso, cuando preparaba este sermón, vi con agrado que seis veces la Regla monástica de las Servidoras llama a Cristo: Esposo. Porque cada monja contemplativa ingresa a la vida monástica precisamente “para compartir la soledad de [su] Esposo, que por medio del Espíritu Eterno se ofreció al Padre”[2] en la Cruz.

Por tanto, si la Cruz es coextensiva a la vida cristiana, más aún lo es para una esposa de Cristo ya que la Cruz es el “espíritu” de quien se consagra a Dios y ese es también su camino: el de la Cruz, es decir, el de la negación. “El que hace algún caso de sí no se niega ni sigue a Cristo”[3] escribió con su radicalidad usual San Juan de la Cruz.

Esta es una de las casusas, sino la principal por la cual, hoy en día tantos cristianos y religiosos viven engañados [ejemplos] y piensan “que basta cualquiera manera de retiramiento y reformación en las cosas; y otros [que] se contentan con alguna manera ejercitarse en las virtudes y continuar la oración y seguir la mortificación, mas no llegan a la desnudez y pobreza, o enajenación o pureza espiritual”[4]; “y piensan que les bastará eso y esotro para venir a la unión”[5], a estos el Místico Doctor les advertía diciendo que eso “es andar por las ramas”[6], es “huir de imitar a Cristo”[7] y, por lo tanto, no aprovecharán en la perfección. Lo nuestro, lo verdaderamente cristiano es: el andar el camino de la Cruz del Esposo Cristo[8].

Hoy, además, esta solemnidad destella con especial luz porque se cumplen 50 años del ‘descubrimiento’ –por decirlo de algún modo– de la Cruz de Matará y 40 años de que la conferencia episcopal argentina reprodujera en su tapa la “Cruz tallada de Matará”. Digo ‘descubrimiento’ por referirme al hallazgo de los investigadores Martínez Moreno de la Cruz de Matará que se encontraba en posesión de la familia Sosa Ruiz, en Santiago del Estero[9] y que permitió que el mundo conociera la Cruz de Matará.

Hay una parte de la Cruz de Matará que quizás pocas veces le prestamos atención. Se trata de la figura que está a la base de la Cruz de Matará, figura que los investigadores piensan que “podría ser un jefe indígena, o cacique”[10].

Hablando acerca de esta figura dice Martínez Moreno en su trabajo Cruces Catequísticas de Santiago del Estero, que “su posición en actitud de súplica con los brazos cruzados sobre el pecho y en la base o inicio de la obra [o sea, en la base de la cruz], nos indicaría lo siguiente: El cacique implora la intercesión de María Santísima… a través del martirio de Cristo”[11] por su pueblo, que es lo que está centralmente representado en la Cruz.

Por eso en esa figura suplicante, en cierta manera me parece ver representada la misión de las hermanas y los religiosos contemplativos de nuestra Familia Religiosa y por lo tanto, la misión de Ustedes. Porque Ustedes también están en la base, al inicio, en la vanguardia de la obra de evangelización del Instituto. Y porque también Ustedes han sido llamadas a interceder ante nuestra Madre del Cielo por todas las almas, pero especialmente por los miembros de nuestra Familia Religiosa[12]. ¡Así debemos estar siempre, como el cacique, a los pies de Jesús y de la Santísima Virgen de los Dolores, muy cerca de la cruz! ¡Esa es nuestra vocación!

Es lo que dice nuestro derecho propio citando a Santa Teresa: “Para esto [para implorar la intercesión de María ante el trono de Dios] Cristo os ha reunido aquí; ésta es vuestra vocación y vuestro deseo, éste es el motivo de vuestras lágrimas y de vuestras oraciones… El día en que vuestras oraciones, disciplinas, anhelos y ayunos no fueran dedicados a esto que os he dicho, no alcanzaréis –sabedlo– el fin por el que el Señor nos ha reunido aquí”[13].

¡Esto es sumamente importante! ¡Crucial! Porque a las oraciones y a la santidad de vida de cada una de Ustedes esta confiada de modo particular nuestra Familia Religiosa, con todo su patrimonio, con todo ese magnífico espíritu que nos ha legado nuestro Fundador, con todas sus misiones…

Y siendo el propósito de la vida contemplativa el impetrar delante del Corazón misericordioso de la Madre de Dios por nuestra Familia, es responsabilidad de Ustedes y es el noble oficio que Dios les ha asignado, el contribuir con su holocausto a mantener incólume nuestra Familia Religiosa y el alegrarla con los frutos de una fe amorosa. ¡No es poco trabajo! ¡No es una vocación de poca monta!

Esa es la misión que Dios se ha complacido en otorgarles, como al cacique en la Cruz de Matará y hay que ser fieles. Y como la de él, también en nosotros, la autenticidad de la oración se verifica cuando esta está muy unida a la cruz de Cristo y a la Virgen de los Dolores al pie de la cruz.

Bien saben todas que testigo significa mártir y la Iglesia es fiel en el martirio, en el testimonio. Les digo esto, porque cuando el misterio de la Cruz toca nuestras vidas, con sus noches y sus arideces, al punto que el alma “viene a creer que todos los bienes están acabados para siempre”[14], Ustedes deben sentirse misioneras privilegiadas de nuestro Señor.

Particularmente cuando la fidelidad a la vocación se hace difícil o se hace Cruz, y por tanto la misma oración es crucificada. Bien sabemos que en las manos juntas de los que sufren, Dios ha puesto un gran poder. Lo vemos en el mismo misterio de Cristo que hoy contemplamos: Cristo aniquilado en la Cruz, “aniquilado en el alma sin consuelo y alivio alguno”[15]. Pero en este momento “del mayor desamparo”, “hizo la mayor obra que en toda su vida”, que fue “reconciliar y unir al género humano por gracia con Dios”[16]. Análogamente, la monja contemplativa, en unión con Cristo Crucificado, cuando se niega a sí misma, cuando le toca sufrir algo, con sus oraciones y con sus sacrificios, puede hacer por la Iglesia, por la misión de nuestro Instituto, por todas las almas, más que otros que realizan misiones y tareas de gran importancia.

Así es como el misterio de la Cruz que hoy contemplamos toma forma, se hace realidad en nuestras vidas.

San Juan de la Cruz en sus escritos identifica la “cruz” y el “amor”. Y una y otro con el seguimiento de Jesús. El amor es negación de sí, por cuanto es afirmación del otro como razón y centro de la propia vida. Y esta negación, “en que consiste la cruz pura espiritual”[17], “ha de ser una muerte y aniquilación”[18]. Por eso, parafraseando dos textos del Evangelio de San Juan dirá que “el que quiere poseer algo o buscarlo para sí, ése la perderá [su vida, su alma]”. Mientras que “el que renunciare por Cristo a todo lo que puede apetecer y gustar, escogiendo lo que más se parece a la cruz … ése la ganará”[19].

“Saber perder la propia vida significa actuar en comunión con toda la comunidad, mediante la obediencia sincera y la solidaridad mutua. Significa adherirse a Cristo con espíritu indiviso en la ofrenda a Él del propio cuerpo y de la propia alma, significa también poner una mayor confianza en la pobreza que en la riqueza, sin preocuparnos de otra cosa que no sea servir a Dios y a los demás”[20].  

Y a veces cuando vemos que ya han pasado varios años de vida religiosa y nos parece todavía estar comenzando, uno se pregunta ¿podré hacer eso? No sabemos.

El amor y la ciencia de la Cruz es una gracia enorme, pero sobre todo ‘es una gracia’ que debemos pedir insistentemente a Jesús, convencidos que es la mayor de las gracias y la que realiza de alguna manera la perfección de nuestra vocación, aún cuando parezca que supere totalmente nuestras fuerzas.

Es entonces que, con toda humildad y confianza podemos repetir la Oración del alma enamorada con los brazos cruzados en el pecho como el cacique de la Cruz de Matará y decir:

“¡Señor Dios, amado mío! Si todavía te acuerdas de mis pecados para no hacer lo que te ando pidiendo, haz en ellos, Dios mío, tu voluntad, que es lo que yo más quiero, y ejercita tu bondad y misericordia y serás conocido en ellos. Y si es que esperas a mis obras para por ese medio concederme mi ruego, dámelas tú y óbramelas, y las penas que tú quisieras aceptar, y hágase. Y si a las obras mías no esperas, ¿qué esperas, clementísimo Señor mío?; ¿por qué te tardas? Porque si, en fin, ha de ser gracia y misericordia la que en tu Hijo te pido, toma mi cornadillo[21], pues le quieres, y dame este bien, pues que tú también lo quieres.

¿Quién se podrá librar de los modos y términos bajos si no le levantas tú a ti en pureza de amor, Dios mío?

¿Cómo se levantará a ti el hombre, engendrado y criado en bajezas, si no le levantas tú, Señor, con la mano que le hiciste?

No me quitarás, Dios mío, lo que una vez me diste en tu único Hijo Jesucristo, en que me diste todo lo que quiero. Por eso me holgaré que no te tardarás si yo espero.”

[Peroratio] La Cruz donde están el Señor y la Virgen de Matará constituye un hermosísimo programa de vida que debemos esforzarnos por alcanzar, con la gracia de Dios, que nunca falta si uno hace lo que hay que hacer[22], escribió nuestro Fundador. Asimismo, es misión de cada Servidora el proyectar a las nuevas generaciones los altos ideales expresados en esta Cruz para que a lo largo y ancho de este mundo resuene el Evangelio de Jesucristo: Yo he vencido al mundo[23].  

Que la Virgen Santísima, la Madonna delle Grazie, nos consuele siempre en nuestros trabajos diarios y alimente nuestras esperanzas.

Para finalizar, puede ser útil recordar uno de los consejos que daba el Maestro de Fontiveros a la M. Ana de Jesús: “Ahora entre tanto… entreténgase ejercitando las virtudes de la mortificación y la paciencia, deseando hacerse en el padecer algo semejante a este gran Dios nuestro, humillado y crucificado; pues que esta vida, si no es para imitarle, no es buena[24].

[1] Cántico Espiritual B, canción 3,5.

[2] Rito de admisión a la vida contemplativa.

[3] Subida del Monte, lib. 3, cap. 23,2.

[4] Subida del Monte, lib. 2, cap. 7,5.

[5] Subida del Monte, lib. 1, cap. 8,4.

[6] Subida del Monte, lib. 2, cap. 7,8.

[7] Ibidem.

[8] Cántico Espiritual B, canción 3,5.

[9] Luego de la expulsión de los jesuitas en 1767, el patrimonio histórico religioso de la capilla de la Villa de Matará se llevó en gran parte al Museo Histórico y muchos elementos se dispersaron entre las manos de las familias arraigadas en el lugar. Fue así, como la familia Sosa Ruiz obtuvo la Cruz de Matará que atesoraban como una ‘reliquia familiar’ iluminada con velas y flores en su casa.

[10] A. Gramajo de Martínez Moreno – H. Martínez Moreno, Cruces Catequísticas de Santiago del Estero, p. 20.

[11] Cf. Ibidem.

[12] Cf. Regla monástica SSVM, 134.

[13] Directorio de Espiritualidad, 93.

[14] San Juan de la Cruz, Noche oscura, lib. 2, cap. 7,6.

[15] Subida del Monte, lib. 2, cap. 7,11.

[16] Subida del Monte, lib. 2, cap. 7,6.

[17] Subida del Monte, lib. 2, cap. 7,5.

[18] Ibidem, 6.

[19] Ibidem.

[20] Cf. San Juan Pablo II, A los sacerdotes, religiosos y laicos comprometidos en Mantua, Italia, (2/6/1991).

[21] Moneda de insignificante valor.

[22] Servidoras I.

[23] Jn 16,33.

[24] Epistolario, Carta 25, A la M. Ana de Jesús, 6 Julio 1591.

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