La religiosa esposa

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[Exordio]  Hemos considerado y contemplado en la homilía del día de ayer ese don profundo e inefable que Cristo ha hecho a toda alma consagrada, particularmente a las religiosas, que es el de haberlas llamado a la dignidad de esposas, constituyéndose el mismo y con toda propiedad, en Esposo Divino de esa alma. Ya en esta vida, adelantando así −por una inefable elección de amor los desposorios místicos del cielo eterno. Cristo esposo de las vírgenes. Veamos ahora, en la homilía de este día esta misma verdad pero desde el otro ángulo, desde la perspectiva de la esposa. De manera ya más concreta, lo que esta realidad inefable supone para toda alma que ha sido escogida para transitar esta vida como esposa del Verbo, … íntimamente unida Él, justamente en amor esponsalicio.

1. LA RELIGIOSA ESPOSA 

Es de admirar por cierto lo que consideramos ayer, lo que Cristo hace por aquella alma que Él elige para que se constituya a título peculiar en su divina esposa. Hemos visto su amor de elección, por el que la eligió entre tantas (esta es una gran verdad); su amor de donación, por el cual de alguna manera se entregó por ella, dándose en mística entrega de amor; su amor exclusivo, ya que no hay amor más grande que este, amor esponsalicio. Detengámonos por algún momento a considerar lo que esto significa para cada una de las almas religiosas a las que Nuestro Señor ha querido honrar con tan sublime título.

Constituirse en esposa −aun en el plano natural, cuanto más en el sobrenatural− requiere toda una disposición del corazón. Al tiempo que supone una elección por parte del amante, implica también, por parte de la persona amada, una correspondencia de amor en la entrega. De aquí que la esposa, por así decirlo, conmovida por el don del amor manifestado debe predisponerse a devolver amor por amor. Si Dios se le ha donado y se le ha declarado en todo, es menester también para que haya un auténtico desposorio que también la esposa se entregue totalmente a ese amor: San Juan Crisóstomo les hacía recordar a las vírgenes: “pensad que se os ha dado sin reservas”, haced vosotras lo mismo.

En primer lugar tres estimo son las características con las que la esposa debe corresponder al amor del esposo:

A. Debe ser un amor uno, lo cual implica:

En primer lugar, ser almas de un solo amor. Toda religiosa debe saber que por ese divina unión de amor debe cancelar todos los demás amores para vivir solo para Él (como lo hacen las esposas). Y ya que Su amor fue sublime, deben disponerse a vivir con un amor sublime, solas para Él. Deberán vivir como si solo existiese su Divino Esposo. Debe ser solo para Él, como las buenas esposas lo son con sus maridos. No hay otra cosa que deba importar, no hay otra cosa en que deba pensar, menos aún −si el amor es verdadero− no hay otro amor que se deba anteponer. Solo para Él, por eso decía San Juan de Ávila que a la religiosa le compete, en virtud de su divino desposorio, gemir por el Esposo: “Para ser esposa de Jesucristo ha de ser paloma. Ha de ser también la esposa de este Señor tórtola. ¿Por qué tórtola? Porque su canto es gemir. El canto y risa de la monja ha de ser llorar por su desposado, Cristo. En el coro, en la huerta, en el refectorio, en la celda y en todas partes, ha de andar gimiendo por su esposo Jesucristo, y este ha de ser su oficio y este ha de ser su canto, y cuando con más dulce melodía este cantando en su coro, ha de estar su corazón gimiendo con un interior y muy profundo suspiro por su muy querido Esposo, cuya memoria y deseo nunca se le ha de apartar de su corazón. Con eso ha de venir al sueño, y eso ha de soñar durmiendo, y esto ha de ser lo primero que venga a su memoria en recordando; el corazón siempre derretido en amor suyo, y la memoria no ocupada en otra cosa que en su querido Esposo”[1].

Es el mismo San Juan de Ávila quien dice, una sola cosa le compete a la esposo y es mirar por la honra del Esposo, lo escribe el en un diálogo muy hermoso. “Mirad también que habéis de mirar mucho, como buenas esposas por la honra de vuestro esposo. Sabéis que es lo primero que dice el esposo a su esposa, principalmente si es celoso? Dícele: ‘Esposa mía, mira que mi honra está en vuestras manos, y que de vos depende toda mi honra. Por un solo Dios, os pido que miréis por mí (son palabras que cada uno de nosotros debe sentir dirigida a sí mismo)”. ¿Qué dirá a esto la esposa si es buena? “Miraré por vuestra honra, a vuestra honra jamás haré maldad”. Principalmente, si el esposo le dijese: “Esposa mía, mirad que ese que anda tras vos, no es por amor que a vos tiene, sino por odio que a mí me tiene, y como deshonrándoos a vos, me deshonre a mí”. ¿Qué responderá la esposa cuando quisiese ser engañada por algún otro amor: “Vete traidor, que vos no andáis tras de mí porque me queréis bien, sino por deshonrar a mi esposo … si no mirara más que a mí, consintiera quizá con la tentación, pero con esto tú quieres deshonrar a mi esposo y por eso no te llevarás de aquí nada, sino que te irás vencido mediante el favor de mi esposo, porque donde tu pensabas deshonrar a él y a mí, quedas tu deshonrado y queda mi esposo con la honra, pues a él se la debo”.

Muy hermosamente dicho: al a la religiosa le compete mirar por la honra de su Divino Esposo. Su amor no debe ser jamás ensuciado por otro amor, debe ser único. San Francisco de Asís decía que la

esposa debe decir: “Vos sois mi honor, mi fortuna y mis delicias: lo sois todo para mí”. San Pablo lo declaró: La virgen consagrada a Dios no piensa más que en Dios y en ser toda de Dios” (1 Car 7,34-35). 

En segundo lugar, un amor uno implica también, ser almas que se unen por el amor, que se mimetizan por el amor. Esto también le es requerido a toda esposa y de manera particular a la esposa del Verbo. El amor esponsalicio exige necesariamente la unidad, y la unidad intima: ya no son dos sino una sola carne, dice el Génesis. Esposo y esposa se unifican en el amor, son unos en su amor. Es por eso que enseña el mismo Juan de Ávila que la esposa y el esposo deben ser de la misma condición, esta es su obligación, asemejarse al esposo: “Que más hay que hacer, señoras, esposas de Jesucristo, que tengáis las condiciones de vuestro Esposo, para que seáis unas con Él”. Esto es un imperativo del amor esponsalicio, en el mundo lo vemos también… un matrimonio es estable, cuando son uno, o como se dice habitualmente cuando uno es para el otro, o cuando son par en lo uno. Pues dice San Juan de Ávila: “No hay cosa más necia que juntarse en uno dos que tengan condiciones muy diversas”. Así pues, señoras, para ser las que debéis, pues que sois esposas de Jesucristo, habéis de imitarle en sus condiciones, para que seáis conformes a Él, como es razón que lo sea la esposa al esposo, y a tal esposo como al que señoras, tenéis”. Es por eso que tanto se insiste que la vida de la religiosa debe ser semejante a la de Cristo, debe ser como otra humanidad suya, en la que no se pueda encontrar división. Así como uno no concibe una esposa que no se una con su esposo, no se concibe una esposa que no entienda amores con Jesucristo. ¿Por qué? Porque el amor es esponsalicio, por esto deben ser una con el… como las esposas … sino no son esposas.

B. Debe ser un amor indisoluble …

Como el de los esposos. Tal debe ser la unidad que se estreche entre la esposos que no puede haber nada que hiera al amor o que marque algún síntoma de disolubilidad. Si hay disolubilidad es porque el amor esta frío, está herido. Es por eso que en el amor esponsalicio del alma con Dios −como tantas veces lo recuerda la Sagrada Escritura− debe necesariamente estar implicado un odio decidido al pecado, a las afecciones desordenadas, a los falsos amores, en una palabra a todo aquello que pueda atentar a la disolución del amor.

Esto es muy hermoso y es muy consolador pensarlo. Es el más fiel de todos los esposos, si −Dios no lo permita− hubiese disolución esa disolución sería por nuestra fidelidad. Si nosotros somos fieles se trata entonces de un amor que jamás se podrá romper. Es el Esposo es el más fiel de todos, si el amor entre una esposa de Cristo se quiebra siempre será por la infidelidad de la esposa, porque de alguna manera esta traicionando aquel amor y peor aún está despreciando aquel amor. La disolubilidad del matrimonio implica una infidelidad al amor, esta se da por parte de alguno de los esposos, pero jamás puede darse por Jesucristo, ya que Él es fiel. San Pablo remarca esta verdad de manera contundente cuando escribe: Es cierta esta afirmación: si hemos muerto con él, también viviremos con él, si nos mantenemos firmes, también reinaremos con él, si le negamos, también el nos negara; si somos infieles, el permanece fiel, pues no puede negarse a sí mismo (2Tim 2,11-13). La religiosa esposa debe por tanto disponerse −como toda esposa− a entregarse en un amor de fidelidad, como fiel es el amor que le ofrece el esposo. Por eso bien recomienda la carta a los Hebreos: Al que es llamado lo que se le solicita es que sea fiel. 

C. Debe ser un amor para siempre:

Dios te escogió para un amor eterno, no solo indisoluble, sino también irrevocable. Las vocaciones como los dones de Dios son irrevocables enseña también la carta a los Hebreos. “Si él te eligió, ten por seguro que no es ni una elección falsa ni una elección frágil, es una elección eterna”. Es por eso que muy bien a las religiosas se las llama esposas de la nueva y eterna alianza. Y este nombre es pleno de significado, si bien no podemos desarrollarlo aquí en toda su extensión. Ser esposas de la nueva alianza significa ser esposas para siempre. Vuestra vocación es eterna, dice el profeta Oseas. Tal es la vocación religiosa, tiene pues resonancias de eternidad. Por eso las esposas del Verbo, por ser esposas del Nuevo Testamento (no como las del Antiguo) son esposas para siempre, esta es su vocación, vocación garantizada por la más estable fidelidad. La unión esponsalicia entre Dios y su pueblo en el Antiguo Testamento (en la antigua alianza) se mostró frágil el pueblo infiel la destruyó, y quebró la alianza como lo declara el profeta Jeremías (ellos destruyeron mi alianza). En el Nuevo Testamento no es así, la alianza entre Dios y su pueblo fue realizada de manera contundente con el sello precioso de la Sangre de Cristo, es sólida, estable y, por tanto, eterna. Las religiosas, esposas de! Verbo, son religiosas de esta alianza. “Alianza llena de amor ya que fue lograda gracias a que le Divino Esposo de tal manera penetró en el interior de la esposa que le cambió el corazón para que fuese para siempre suya”. Ser esposas de la nueva alianza significa ser esposas de la berit olam, es decir, esposas para siempre. Encontré a la que ama mi alma, mía es y no lo dejaré (Cant 3,4). 

2. LAS PECULIARIDADES DE SER ESPOSA DEL VERBO 

En segundo lugar quiero también decir que en el amor esponsalicio entre cada religiosa y el Verbo Encamado sedan algunas peculiaridades sublimes que no pueden ser dejadas de lado. Antes bien, es necesario conocerlas muy bien, tenerlas muy presentes para damos cuenta de toda la pureza que significa este amor, para saber todo lo que implica y también para saber conocer todas las delicias que posee. De todas estas peculiaridades quiero exponer solamente a cuatro que cualifican muy bien la grandeza del amor del esposo:

A. La religiosa es esposa por la fe y en la fe. EI desposorio místico se hace por la fe y en la fe de Hijo de Dios. Lo dice el Señor por medio del profeta Oseas: Te hare mi esposa por la fe (Os 2, 10). Esto implica consideraciones muy sublimes y profundas. El conocimiento esponsalicio entre el esposo y la esposa estará constituido por el sublime conocimiento de la fe, el más elevado de todos, el más espiritual de todos, el más puro, el más profundo y el más acabado, el más sólido y seguro ya que se apoya en la ciencia misma que Dios tiene de sí. A esto te llama. De alguna manera, por esta unión esponsalicia y por esta elección de amor, la esposa es invitada a conocer más de las profundidades de Dios que ninguna otra alma. Su unión es mística y espiritual, no banal y carnal. La más profunda de las uniones, la unión de intenciones, de alma y de corazón, es la unión que nada ni nadie podrá romper. Tal es la unión, tal es el amor. Por eso toda religiosa, por más que alguna vez este sola, por más que esté lejos, por más que esté atribulada o atormentada en el martirio, su seguridad y su paz deben ser imperturbables. ¿Por qué? Porque su Esposo siempre estará junto a ella. Esto garantiza y sella la unión de una manera profunda, estable y duradera. Es el amor más puro porque es espiritual no condicionado a nada que sea carnal, es la pureza más honda y profunda de la noción de amor, es por eso también que sus gozos son inefables. Baste para esto leer los escritos de cualquiera de las grandes místicas cuando hablan de las delicias del matrimonio espiritual: Santa Catalina de Siena, Santa Teresa de Jesús o Sor Isabel de la Trinidad.

De aquí el requerimiento imperioso de crecer en la vida de oración que es donde justamente se da la unión de amor en este divino matrimonio. Es allí donde se deben encontrar las delicias con el Esposo, es allí donde deben experimentar los goces de este sublime amor. Lo dijo el papa Juan Pablo II en aquella conocida audiencia de los miércoles: “Entre todos los valores presentes en la vida consagrada femenina, se deberá siempre reconocer el primer puesto a la oración. Ella es la forma principal de actuación y de expresión de la intimidad con el Esposo Divino. Todas las religiosas son llamadas a ser mujeres de oración, mujeres de piedad, mujeres de vida interior, de ‘vida de oración’.

B. La fecundidad por la cruz: El mundo piensa que cuando una virgen se consagra, renuncia a ser madre, pero está muy equivocad Aceptar ser esposa del Verbo Encarnado es disponerse a todo lo contrario, es disponerse a ser la más fecunda de todas las madres. Su fecundad será tanto mayor −como con toda esposa− cuanto mayor sea la unidad que guarde con su Divino Esposo, aquel

que realizó la obra más fecunda que el mundo haya jamás contemplado, ya que fecundo la redención de los hombres mediante el árbol de la cruz. “De aquí aparece la dimensión de fecundidad propia de la virginidad consagrada, en cuanto hay una participación más profunda en el sacrificio de Cristo por la redención del mundo”. Es por esto que la unidad de fecundidad con el Divino Esposo debe realizarse abrazándolo a la cruz. El esposo y la esposa deben ser de la misma condición para ser fecundos, es por eso que debe amar la cruz como Cristo la amo, en ella debe encontrarse con Él y en ella debe gozar con Él. Bien dijo el padre Buela en una de sus homilías, que las religiosas son esposas de la sangre. La cruz es el lecho de amor, pues es en la cruz y en la fecundidad de la cruz donde fueron desposadas con un amor apasionado de Dios por ser alma, amor apasionado de Jesús por su vírgenes esposas.

Por eso dice San Alfonso que: “aunque es cierto que Jesucristo murió por todos, murió especialmente por las vírgenes, sus esposas”. Y por eso bien dice Santa Magdalena de Pazzi que, habiendo sido la religiosa llamada a ser Esposa del Crucificado, no debe mirar en toda su vida y en todas sus acciones más que a Jesús Crucificado, y no debe ocuparse más que en considerar el gran amor que le tuvo su Divino Esposo. Y San Juan de Ávila: “La vida de la esposa debe ser semejante a la de su Esposo. ¿Cuál fue su vida? Bien le sabéis: trabajos, lloros, pobreza, humildad y, finalmente, amor tan grande de su esposa, que por amor suyo derram6 su sangre, para hermosear a su esposa, que estaba afeada, y murió en la cruz para darle vida, porque estaba muerta… Mirad, señoras, cual es vuestro Esposo y cuanto es el amor que os tiene y con que os ama. ¿Ha habido esposo en el mundo que saque sangre de sus venas para perfume de su esposa? No se ha visto jamás. Pues veis lo aquí. Un Esposo tenéis, señoras, que rompió sus venas, que abrió su costado, para hacer un perfume para hermosearos y una medicina con que sanases de vuestras enfermedades y llagas. ¿Veis aquí la vida de vuestro Esposo y el amor que os tiene? Pues semejante ha de ser a esto, señoras, vuestra vida: lloros, pobreza, humildad, menosprecio, obediencia y cuanto más de esto tuviereis, más semejante seréis a vuestro Esposo y asimismo más queridas suyas seréis, porque sois a Él más semejantes y habéis lo de amar tanto que derraméis por Él la Sangre, si menester fuere, y pongáis la vida por lo que a su honra toca”… y sigue “sangre habéis de derramar señoras, por amor de vuestro Esposo” […]. Y así conviene que, pues vuestro Esposo fue por ese camino, no sería buena esposa la que por aquí no fuere”. Que bien lo decia San Alfonso al decir: “El esposo crucificado quiere esposas crucificadas”.

C. La maternidad espiritual. Si fecundas entonces madres. Pues las religiosas junto al Divino Esposo engendran por sus dolores y sus sufrimientos, por su unión íntima por medio de la oración con el Esposo y de la cruz con Él, almas para la vida eterna, almas para la vida de la gracia. Como maternidad, no hay maternidad más grande y sublime que esta, engendrar para la vida eterna. No tiene ni sombra de comparación la maternidad carnal que engendras hijos para la muerte, la maternidad espiritual, en cambio engendra hijos para la eternidad. Es por eso que las religiosas son de manera particularísima asemejadas a la Santísima Virgen que fue madre de la gracia, aquella que nos engendró a una vida mucho mayor y más perfecta y hermosa que a la que nos engendraron nuestras madres naturales. No darse cuenta de esto es no entender la grandeza de la virginidad consagrada que lejos de renunciar a la fecundidad supone una disposición para llegar a ser madres en un sen ti do mucho más pleno y perfecto… como la Santísima Virgen María. Lo dijo el Papa: “La virginidad comporta una renuncia a la maternidad física, pero para traducirse, según el designio divino, en una maternidad de orden superior, sobre la cual brilla la luz de la maternidad de la Virgen María. Toda virginidad consagrada está destinada a recibir del Señor un don que reproduce en una cierta medida los caracteres de la universalidad y fecundidad espiritual de la maternidad de María. Supongo que lo sabrán, pero se dan cuenta lo que esto significa. El mundo no entiende, llega pensar que supone un fracaso … es no en tender nada lo que significa para un alma ser esposa del Verbo”.

D. Finalmente, peculiaridad de la esposa del Verbo debe ser su alegría. De todo lo dicho se sigue entonces la fuente de alegría que significan los desposorios místicos de la cru Aqui hay también mucho para pensar y mucho para decir, pero no podemos decirlo aquí. Que pobre es la alegría a la que pueda 11egar una mujer casada en este mundo comparada con aquella sublime alegría, de orden superior y espiritual que es a la que es Hamada a ser esposa de Jesucristo. A la esposa del Verbo −dice San Alfonso− le compete los mayores gozos y las mayores alegrías. “¡Oh, señoras mías, esposas de Jesucristo, y quien os supiera decir los requiebros y platicas, tan suaves y amorosas, que pasan entre la esposa que así lo deja todo para ocuparse en solo su esposo! ¡Quien os supiera decir la suave música que la tal esposa oye de la cruz de su amado, los abrazos tan amorosos, los regalos tan de verdadero esposo que pasan entre esos dos amados! Vosotras, señoras, como gente por quien habrá pasado y pasará cada día, sabríades informar mejor de este negocio a los que no lo sabemos. Vuestro es este oficio, y a vosotras pertenece saberlo esto; y quien esto no sabe, aún no sabe del todo ser verdadera esposa …. ¿Se os acuerda, señoras , de lo que otra vez aquí he dicho. Que no dio Dios la suave comida del maná a los del pueblo de Israel hasta que se les acabo la harina de Egipto? Así, pues, vuestro Esposo no os dará el mana de su consolación y regalo sí primero no se nos acaba la harina del regalo que buscamos nosotros, y si primero no se acaba el consuelo de Egipto, el consuelo que teníamos en la tierra”. Solo entregándoos a el “seréis buenas esposas y pareceréis hermosas delante de sus ojos”. En resumen, no hay esposo que pueda hacer más feliz a su esposa, con la más sublimes de sus felicidades, que el Divino Esposo.

[Peroratio] En fin para terminar hoy, cada religiosa debe sentir en su corazón la pregunta que Cristo hizo a Pedro y a los otros discípulos en la última cena después de haberle lavado los pies: ¿Scitis quid facerim vobis? “Entendéis lo que os he hecho?”. Lo mismo podemos decir nosotros ahora y −sigo con San Juan de Ávila− “os puede decir vuestro querido esposo Jesucristo: ¿entendéis en lo que os he hecho? ¿Entendéis las mercedes que el Señor os ha hecho en apartaros del mundo y escogeros por esposas suyas? ¿Lo entendéis, señoras? ¿Comprendéis lo que con vosotras ha hecho? Tenedlo pues bien entendido. Que antes de que fueseis nacidas, ni engendradas, y mucho antes -¡qué digo mucho!−, infinito antes que el mundo se hiciese os tenía ya Dios adscriptas en su pecho a todas estas que aquí estáis para esposas suyas… os tenía Dios a todas escogidas entre tantos millares de gentes, no solo para que le conocieses por la fe, como los demás cristianos, sino que precisamente entre los demás cristianos os escogió para una vocación tan sublime como es para ser esposas suyas”. Entendedlo bien… Tenedlo pues bien entendido.

[1] San Juan de Ávila, Pláticas a monjas, n. 15, pto. 7, 884.

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