Entrar en el espíritu de esta consagración

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Conferencia en Saint Laurent Sur Sevre – Día de Nuestra Señora del Santísimo Rosario

 

Como decía en la homilía de la Santa Misa, hoy tenemos la gracia de estar reunidos como Familia Religiosa a sólo unos pasos del lugar donde descansan los restos del gran San Luis María Grignion de Montfort.

Hoy es una fecha significativa para nosotros, entre otras cosas, porque también hoy se cumple el 51 aniversario de la ordenación sacerdotal de nuestro Fundador; quien, desde un principio, quiso, que nuestro Instituto fuese, misionero y mariano. Y, como el mismo P. Buela dijo alguna vez, ha sido “por inspiración de la Virgen, [que] nos consagramos a Ella con un cuarto voto según la letra y el espíritu de San Luis María Grignion de Montfort”[1].

Y así, en nuestras Constituciones leemos que lo nuestro es trabajar “en suma docilidad al Espíritu Santo y dentro de la impronta de María”[2] −eso es un elemento constitutivo de nuestro carisma− “para prolongar la Encarnación en todas las cosas, haciendo un cuarto voto de esclavitud mariana según San Luis María de Montfort”[3]. Por eso la devoción mariana es uno de los elementos no negociables adjuntos al carisma, que “no puede perderse sin grave perjuicio de nuestro carisma”[4], es decir, sin que se desfigure nuestra identidad como Familia Religiosa del Verbo Encarnado.

En este hermoso día, además, para colmo de bendiciones, hemos tenido la dicha y el privilegio de renovar nuestra consagración a la Virgen. Por eso, me pareció que podría hacernos bien a todos que antes de que cada uno siga su camino y volvamos a nuestras casas reflexionemos sobre lo que significa el vivir nuestra consagración según el espíritu de San Luis María. Y lo explicaremos señalando algunos aspectos o puntos específicos de nuestras Constituciones que −a mi modo de ver− son claves en la adquisición de ese espíritu del santo de Montfort del que nos habla el P. Buela.

Como Ustedes bien saben nuestra espiritualidad “que quiere ser del Verbo Encarnado”[5] está “signada, con especial relieve[6] por la consagración a María “‘en materna esclavitud de amor’ según el modo admirablemente expuesto por San Luis María Grignion de Montfort”[7]. No vamos a ahondar aquí sobre todo lo que Ustedes ya saben sobre el cuarto voto. Antes bien, quería enfocarme un poco en la vida de San Luis María para captar el espíritu con que él vivía, ya que implícitamente el derecho propio nos lo presenta como un modelo del amor de Cristo en María, deteniéndome en algunos pasajes del derecho propio que me parecen demuestran a las claras el influjo de la espiritualidad montfortiana en todo lo nuestro.

Hay cuatro puntos al respecto, que me parece, merecen toda nuestra consideración y que son como eslabones de una cadena que nos llevan a adentrarnos en ese espíritu.

1. “Especialistas en la sabiduría de la cruz” (Const. 42)

Partamos diciendo “que nuestra espiritualidad se deriva de la Persona del Verbo y de su Madre”[8]. Eso es cita textual de las Constituciones, que en los cinco párrafos siguientes se dedica a desglosar los principios básicos que brotan de esta verdad y sobre los que se funda la vida espiritual de nuestro Instituto[9].

La primacía de Jesucristo, la preexistencia de la Persona del Verbo Encarnado, el misterio del Verbo Encarnado como camino para ir al Padre, el misterio de su vida terrena donde desde el seno de su Madre nos enseña a depender totalmente de Ella[10], etc. Todo eso lo pueden leer Ustedes mismos en las Constituciones números 37 al 41 con gran provecho.

Pero llegamos al número 42, donde, hablando de la salida de este mundo del Verbo Encarnado y por lo tanto del “Misterio Pascual de nuestro Señor [que] es fuente inexhausta de espiritualidad”[11] nos dice que “debemos ser especialistas en la sabiduría de la cruz, en el amor a la cruz y en la alegría de la cruz”[12]. Y aquí tenemos uno de los muchos puntos de encuentro o más bien influjos del espíritu de San Luis María en nuestra espiritualidad.

La Real Academia Española define la palabra ‘especialista’ como un adjetivo que describe a una persona que cultiva, practica o domina una determinada disciplina, materia o actividad[13]. Esto quiere decir que nosotros tenemos que cultivar la sabiduría de la cruz y poner en práctica el amor a la cruz, hasta llegar a dominar esta ‘ciencia’ que será cuando demostremos alegría en la cruz.  

Muchos comentadores de San Luis María arguyen que “el ‘corpus montfortiano’ en su conjunto, es un ir y venir hacia la cruz”[14] y así todas sus obras subrayan la centralidad de la cruz en la vida de seguimiento de Cristo. Y esto es muy importante captarlo bien. Porque como bien dice el derecho propio: “Si en la actual economía salvífica fue necesaria la Pasión de Cristo, también será necesario nuestro padecer. Si hubiese otro camino para ir al cielo, Jesucristo lo hubiese seguido y, es más, lo hubiese enseñado. Pero no es así, Cristo fue por el camino regio de la santa Cruz y nos enseñó a ir por él”[15]. Por lo tanto, primera realidad que hay que aceptar es de que la cruz es parte de nuestro programa, con una aceptación tal que sea imagen −podríamos decir− de la aceptación que tuvo Montfort. Es decir, no una aceptación cualquiera, sino una aceptación montfortiana.

Ya algo hemos dicho en la homilía de esta mañana acerca de los sufrimientos que le tocó padecer al Santo misionero: puesto que desde su niñez sufrió el temperamento violento de su padre, sin embargo, él rezaba por su conversión. Cuando ya era más jovencito se presenta como una persona que se compadece ante la cruz de los demás y se le ve dando sus ropas a los pobres, repartiendo limosnas. Luego, ya en el seminario, vive la triste realidad de las no pocas batallas que le daban sus compañeros seminaristas con sus burlas y humillaciones.

“En el seminario de París”, cuenta uno de sus biógrafos, “Montfort conoció muchas persecuciones. Sus enemigos le hacían la vida imposible. Hasta sus profesores le maltrataban y calumniaban”[16]. Sufrió el abandono de sus amigos como él mismo cuenta en una carta a María Luisa Trichet: “No tengo más amigos que a Dios solo. Todos los que tuve en otro tiempo en París me abandonaron”[17], entre ellos se encontraba también su director espiritual el Señor Leschasier[18]. En 1703, se encuentra a solas viviendo en la calle Pot-de-Fer en París. Se imaginan que a estas alturas Monfort ya era un hombre empobrecido y crucificado. Pues, los hombres queriéndolo o no hicieron jirones su reputación. “Es un hombre sospechoso de todos”[19], dice uno de los comentaristas. Tenía por entonces solo 30 años.

En su ministerio sacerdotal, va a conocer igual situación. Por las calumnias e injusticias vertidas sobre él, le echaron de siete diócesis, arguyendo un celo intempestivo en sus misiones a pesar de su obediencia a sus obispos. En todas partes les molestaba esa primacía que le da a la vida espiritual porque contrastaba vivamente con quienes se contentaban con una espiritualidad mediocre. Baste como ejemplo de esta situación de humillación el caso del Calvario de Pontchâteau.

¿Y cómo vivía San Luis María todas estas situaciones tan dolorosas? …aquí esta lo importante:

Con un auténtico espíritu magnánimo, orientando el alma “a realizar grandes obras, empresas extraordinarias”[20].  

Su espíritu era el espíritu de príncipe[21] que leemos en el derecho propio: se preocupaba de las cosas grandes… (piensen solamente en el Calvario de Pontchâteau: entre 400-500 personas trabajaron en su construcción −aunque algunos dicen que fueron miles−, era una obra inmensa para la época y sin embargo lo hizo; pero también realizaba obras grandes en toda virtud. Porque era de espíritu noble ¡lejos de él ser tributario! San Luis María no se subordinaba indebidamente a los poderes temporales, a las modas culturales, al espíritu del mundo, como si fuesen el fin último en lugar de Dios[22]. Por eso jamás quiso desligar el evangelio que predicaba de la cruz, como hacen tantos hoy en día por querer conquistar adeptos. O como hacen tantos otros que buscan reducir el mensaje de Cristo a una revolución política y social. Montfort privilegió la ‘revolución’ espiritual que pasa por la cruz y lleva también a la cruz para conformarse con la Sabiduría eterna. Es decir, lo que propone, entra en la estrecha lógica de la imitación de Jesucristo.

Por eso era capaz de castigarse (de mortificarse) y de castigar. Por eso sentía el honor como la vida y sabía en cada instante las cosas por las que se debe morir. Por eso, sabía dar aun sin estar obligado a ello y sabía también abstenerse de cosas que nadie prohibía[23].  

Pero San Luis María, de manera particular, mostraba su grandeza de alma en las tribulaciones y dificultades, que fueron muchas y grandes como hemos ejemplificado hace un momento. Y se ve que era magnánimo porque no se hacía la víctima. Y en una carta magnifica escribe: “Hombres y demonios, en esta gran ciudad de París, me arman una guerra muy amable y dulce. ¡Que me calumnien, que me ridiculicen, que hagan jirones mi reputación, que me encierren en la cárcel! ¡Que regalos tan preciosos! ¡Que manjares tan exquisitos! ¡Que grandezas tan seductoras! [y presten atención a lo que dice:] Son el equipaje y cortejo de la divina Sabiduría, que Ella introduce consigo en casa de aquellos con quienes quiere morar”[24]. ¿Se dan cuenta? Con ese espíritu enfrentaba las cruces. Es más, pedía a otros a que rezaran para que Dios le diera cruces y cuando Dios le mandaba alguna, pedía que se unieran a su acción de gracias.  

El de alma pequeña siempre estima que está sufriendo mucho y así se muestra ante los demás. Por eso nuestras Constituciones citando al Santo misionero nos advierte de este engaño sutil e ingenioso pero lleno de veneno que es el creer que nuestras cruces son grandes y que nos vienen como prueba de nuestra fidelidad[25]. “¡Mucho cuidado! −sigue diciendo− con ese volver y revolver deleitosamente los propios males, esa creencia luciferina de que sois de gran valía…”[26]. San Luis no era de éstos. Él no se la creía. No se hacía la víctima porque era auténticamente magnánimo. Y porque era auténticamente magnánimo, era profundamente humilde. En la Carta a los Amigos de la Cruz escribe: “no somos más que gallinas mojadas y perros muertos”[27]. Pretender ser grande sin ser humilde, es total y esencialmente distinto a ser grande y humilde. La diferencia tal vez a alguien le parezca mínima, pero en esta diferencia va la vida.

Montfort vive todas las injusticias que encuentra, todos sus fracasos pastorales con tranquilidad y en paz. No se desanima ante las dificultades, al contrario, está viviendo en la paz de una persona consciente de hacer la voluntad de Dios. Y esto es muy importante para nosotros aprenderlo y ejercitarse y tratar de ser especialistas en esto, porque −escúchenme bien− lo nuestro es trabajar, vivir, misionar, “en las situaciones más difíciles y en las condiciones más adversas”[28]. Ese es nuestro ‘ambiente natural’. ¡Ese es nuestro programa! Y eso es vital en el espíritu de Montfort.

Por eso dice San Luis María a los amigos de la cruz y yo se los repito a Ustedes: “¡no se hagan ilusiones!”[29]. Necesariamente, si hacemos las cosas como Dios manda, la cruz va a estar presente en nuestras vidas: en el estudio, en la misión, en la comunidad, en la vida de oración, en lo que hace a la situación del Instituto, en la propia familia, en lo que hace a nuestra salud o fuerzas físicas, etc. “Si ustedes −dice el Santo misionero− se precian de que les guía el espíritu de Jesucristo y que viven la vida de esa Cabeza, lacerada de espinas, no esperen sino abrojos, azotes, clavos, etc., en una palabra, Cruz”[30]. Mas filosofía realista que esa, no hay.

Entonces, ¿qué hacemos? Porque esto suena a locura, podría decir alguno. Y yo le respondo con lo que Montfort le decía a una religiosa que padecía grandes cruces: “Tenga confianza. Es señal segura de que [Dios] la ama”[31]. Y agrega: “Digo segura porque la mejor señal de que Dios nos ama es el vernos odiados por el mundo y asaltado por cruces, tales como la privación de las cosas más legítimas, la oposición a nuestras más santas iniciativas, las injurias más atroces y punzantes, las persecuciones y malas interpretaciones por parte de las personas mejor intencionadas y de nuestros mejores amigos, las enfermedades desagradables, etc.”[32].

Que es exactamente lo que el derecho propio nos enseña cuando dice: “Cuando el mundo nos diga: ¡Mirad a los locos! se les tiran piedras y ellos besan la mano que las tira, se ríen y burlan de ellos y ellos ríen también, como niños que no comprenden; se les golpea, persigue y martiriza, pero ellos dan gracias a Dios que los encontró dignos. Cuando el mundo diga eso, es señal que vamos bien. ¡Locura del amor!, pero que la locura de la Cruz hace más sabía que la sabiduría de todos los hombres[33][34].

¡Cuántos religiosos se espantan por las cosas que dicen del Instituto! ¿Se olvidan acaso de que “la gracia más grande que Dios puede conceder a nuestra minúscula Familia Religiosa es la persecución”[35]?

“Adiéstrense, pues, en esta ciencia supereminente, bajo la guía del Verbo Encarnado” [36], dice San Luis María. “Aquel de entre ustedes que sepa llevar mejor su cruz, aunque sea un analfabeto, es el más sabio de todos. […] ¡Alégrate, pues, tú, pobre ignorante, y tú, humilde mujer sin talento ni letras…! ¡Si sabes sufrir con alegría, sabes más que cualquier doctor que no sepa sufrir tan bien como tú lo haces!”[37] . ¿Se dan cuenta? En saber sufrir con paciencia está el camino para unirse a Cristo y alcanzar la Sabiduría. “¡Todo está en saber morir! ¡Esa es la gran ciencia!”[38], dice el derecho propio, y es el primer eslabón de esta cadena para alcanzar la sabiduría de la cruz.

Por tanto, lejos de nosotros comportarnos como enemigos de la cruz[39]. Y, ¿cuándo nos comportamos como enemigos de la cruz? Nos lo dice el Directorio de Espiritualidad en el número 138: cuando la rechazamos, cuando la recortamos, cuando la rebajamos, cuando evitamos ser perseguidos a causa de la cruz de Cristo, cuando no predicamos entero el mensaje del evangelio. Pero también cuando sacrificamos “la verdad y la propia conciencia pretendiendo mantener una paz falsa, no contrariar al amigo, evitar algún problema o, en ocasiones, sacar ventaja con el silencio o con el aplauso”[40]. Es decir, cuando somos mundanos.

Y ¿cómo podemos identificar a los religiosos mundanos? Respondo parafraseando algunas líneas de la Carta a los Amigos de la Cruz que dicen así: “Son esos religiosos a quienes ustedes encuentran por todas partes, trajeados a la moda, delicados en extremo, altivos y engreídos a más no poder, no son los verdaderos discípulos de Jesús crucificado. […] ¡Válgame Dios! ¡Cuántas caricaturas de religiosos hay por ahí, que pretenden ser miembros de Jesucristo, cuando en realidad son sus más alevosos perseguidores, porque mientras hacen con una mano la señal de la cruz, son sus enemigos declarados en el corazón!”[41]. Y en otro lado agrega: “¡Aman demasiado los placeres, se preocupan excesivamente de sus comodidades, aprecian demasiado los bienes de este mundo, temen demasiado los desprecios y las humillaciones! Sí, estiman y alaban la cruz, pero en general, no en concreto la suya, de la cual huyen cuanto más pueden o la llevan arrastrando de mala gana, entre murmuraciones, impaciencias y lamentos”[42].

Si nosotros como miembros de la Familia Religiosa del Verbo Encarnado queremos vivir según el espíritu de esta consagración entonces tenemos que vivir en el más y en el por encima… donde ya no se cuenta, ni se calcula, ni se pesa, ni se mide[43]. No utópicamente, no cuando haga los votos perpetuos o cuando cumpla 50 años de sacerdocio, sino en la vida diaria, ahora y cuando volvamos a nuestras casas y tengamos que lidiar con las pequeñas cruces de todos los días. “Saquen provecho de todo. No desperdicien la menor partícula de la cruz verdadera”[44].

Si hay algo que San Luis María nos quiere enseñar es que la cruz es el camino sine qua non para unirse a la Persona del Verbo Encarnado, para impregnarse de sus sentimientos, para llegar a ser en verdad como otra encarnación del Verbo[45]. Tenemos que darnos cuenta de que la cruz tiene un valor intrínseco en sí misma. Porque si Dios nos manda la cruz (como solemos decir) nos manda también a Jesucristo y por eso: Jamás la Cruz sin Jesús y jamás Jesús sin la Cruz[46].

Cuando San Luis María era perseguido por toda Francia, expulsado de las diócesis, echado de varios hospitales, cuando mandaron demoler el Calvario que tanto le había costado levantar, cuando lo tienen durmiendo bajo una escalera, cuando los compañeros de seminario se burlaban de él, no fue a Twitter a decirle al mundo “están siendo injustos conmigo”, ni a decirle al mundo que la Iglesia tiene que cambiar su doctrina, ni tampoco empezó su propia Iglesia (aunque tenía un montón de gente que lo seguía); ni tampoco se sentó enojado a escribir un blog ventilando su sensibilidad poco mortificada y diciendo ‘cuánto lo maltrataron’. Él obedeció y se volvió poco a poco más como Cristo. Porque la cruz según el espíritu del santo es el vehículo para que lo divino penetre en lo humano y, sin confundirse, sin mezclarse, sin absorberse, y sin oponerse destructivamente, lo humano o lo natural va siendo elevado poco a poco al plano sobrenatural y divino.

Creo que si San Luis María viviese se haría del Verbo Encarnado. Si queremos entrar en el espíritu de la consagración que nos habla el P. Buela, para lograrlo, es pues necesario mirar como San Luis María se volvió un especialista de la Cruz. 

2. “Sufrir con Ella” (Const. 89)

Algunos de Ustedes han visitado o van a visitar la primera casa y capilla de las Hijas de la Sabiduría donde se halla la Cruz de Poitiers («Croix de Poitiers»). Esta cruz “habla de todo lo que se debe hacer y vivir para llegar a la santidad o para ser especialistas en la ciencia de la cruz.

No obstante, para poder llegar a poner en práctica todas las enseñanzas que se encuentran en esa cruz y todos los medios que Luis María predica para la santidad, se necesita la gracia”[47]. Porque claro, uno lee lo que está escrito en esa cruz y dice: “esto es masoquismo… es imposible”. Sin embargo, Montfort es consciente de que nuestra naturaleza rechaza la cruz, la teme, la evita, se lamenta de que sea tan pesada, y sabe por experiencia propia de que solo venciéndose la puede aceptar. Pero para eso, es necesario la gracia. ¿Se entiende?

Él mismo lo reconoce cuando dice: “Para poner en práctica todos estos medios de salvación y santificación, necesitas absolutamente de la gracia y los auxilios divinos. Que sin duda se conceden a todos, aunque en diversa medida. Digo esto porque, no obstante ser Dios infinitamente bueno, no da a todos su gracia con la misma intensidad[48]. Pero da a cada uno la suficiente. Con fidelidad a una gracia mayor, realizarás grandes acciones; a una gracia menor, las realizarás limitadas. El precio y la excelencia de la gracia dada por Dios y acogida por el hombre aquilatan el precio y excelencia de nuestras acciones. Estos son principios incontestables”[49]. Y aquí viene el segundo eslabón de esta cadena.

Porque para encontrar la gracia, hay que hallar a María. Por eso, si ustedes se fijan, en el punto del encuentro entre la parte vertical y la parte horizontal en la Cruz de Poitiers, se encuentra el monograma de María: MA. ¿Por qué? Porque María es tesorera[50] de la gracia que capacita al hombre para llevar su cruz.

Y este es el punto que quiero destacar aquí y poner a consideración de todos Uds. Si queremos ser especialistas en la sabiduría de la cruz, en el amor a la cruz y en la alegría de la cruz según el espíritu de esta consagración, necesitamos, enfocarnos en el hecho que sólo podremos lograrlo viviendo la esclavitud mariana en sus aspectos más relevantes. Con María, en María, por María y para María[51], con toda la riqueza que tienen esas palabras. Ser especialistas en la sabiduría de la cruz “se logra bien logrado” según el espíritu de esta consagración, solamente con la cercanía, compañía y ayuda de la Madre de Dios. Mucho se puede hablar del cuarto voto que hacemos y de todos los elementos que conlleva, pero este aspecto por todo el significado que posee, a mi modo de ver tiene una preponderancia particular, por todo lo que encierra en referencia a los demás eslabones de la cadena que venimos hablando.

De aquí que lo nuestro −según lo indica el espíritu de San Luis María− no solo es cargar con la cruz en pos de Cristo, sino hacerlo bajo la guía de la Santísima Virgen.

Muchas veces pensamos que nuestra devoción a la Virgen se reduce a tener el escapulario de la Virgen, a rezar las tres avemarías o a cantarle a la Virgen después de una noche de eutrapelia. Pero pocas veces nos acordamos del rol preponderante que tiene nuestra Madre del Cielo cuando Dios nos bendice con alguna cruz.

La Virgen no es distante, sino Madre solícita. Y así como estuvo al pie de la cruz cuando Cristo moría, así está al pie de mi cruz cuando me acusan injustamente, cuando padezco alguna enfermedad, cuando fracaso, cuando me toca un superior/a insufrible, cuando me toca una misión super difícil…

Por tanto, debemos recurrir a la Santísima Virgen “con gran sencillez, confianza y ternura”[52] en todo tiempo, lugar y circunstancia, pero especialmente a la hora de la cruz.

Por eso nuestras Constituciones nos mandan, en una expresión llena de contenido a “sufrir con Ella”[53] y yo diría, aferrados a Ella. Es algo para tener siempre presente… sino no funciona… no se aprende, ni se vive, ni se puede ser especialista en la locura, ciencia, sabiduría y alegría de la Cruz.

Porque el camino de la cruz es empinado, pero con esta Bondadosa Madre se avanza más suave y tranquilamente[54]. De modo tal que, en las dudas, Ella nos ilumine; en los extravíos, nos convierta al buen camino; en las tentaciones, para que nos sostenga; en las debilidades, para que nos fortalezca; en las caídas, para que nos levante; en los desalientos, para que nos reanime; en los escrúpulos, para que nos libre de ellos; en las cruces, afanes y contratiempos de la vida, para que nos consuele[55].

Para nosotros, los miembros del Instituto, la Madre de Dios es nuestro recurso ordinario en todas las dificultades materiales y espirituales y en las circunstancias más difíciles y adversas.

Ahora quisiera aquí hacerles una advertencia: no vayan a pensar que por que acabamos de renovar nuestra consagración a la Virgen ahora estamos libres de toda cruz y vamos a vivir una vida suffering free. Muy por el contrario. Muy probablemente tendremos que sufrir más que los demás[56]. Porque los que más quieren afectarse en el servicio de la Madre de Dios reciben más grandes favores del cielo, que son precisamente cruces.

Pero, al lado nuestro esta Ella que, como dice San Luis María, “endulza todas las cruces”[57]. Y al repartirnos más cruces nos da también gracia para cargarlas con alegría y con paciencia. “Y si por algún tiempo estos amigos de Dios deben necesariamente beber el cáliz de la amargura, dice el Santo, el consuelo y la alegría que reciben de su bondadosa Madre −después de la tristeza−, les animan inmensamente a cargar con cruces aún más pesadas y amargas”[58].

Por tanto, aunque las circunstancias se tornen aún más difíciles, hay que mantenerse en paz, y enseñarse a confiar en el consuelo de nuestra Madre, porque como dice el Santo misionero: “la protección de la Santísima Virgen es demasiado grande”[59]. No hay que achicarse ante las cruces, hay que “ponerle rostro”, como dice San Ignacio. ¡Que digan lo que quieran! Como decía San Luis María en la carta que citamos antes. Ese es el espíritu magnánimo y humilde que nos transmite el Santo. Eso es entrar en el espíritu de esta consagración.

Fíjense Ustedes que nuestras Constituciones dicen que el espíritu de nuestra Familia Religiosa no quiere ser otro que el Espíritu Santo[60], que es precisamente el Espíritu de Cristo[61] y a renglón seguido dice que necesitamos que la Santísima Virgen sea el modelo, la guía, la forma de todos nuestros actos[62]. ¿Por qué?, Simplemente, porque el “espíritu de María es el espíritu de Dios, porque Ella no se condujo jamás por su propio espíritu”[63]. Entonces si nosotros queremos alcanzar a Dios, unirnos a Él, tenemos que colocarnos en actitud de total y absoluta disponibilidad respecto de María y por Ella, de Jesucristo[64].

Es “fácil” consagrarse a la Virgen y renovar la consagración una vez al año, es “fácil” rezar el rosario, “lo realmente difícil es entrar en el espíritu de esta consagración”[65]. Ya que el espíritu de la consagración es el espíritu de María, que es el espíritu de Cristo y que, como dice San Luis María, es el espíritu de la Cruz.

Por eso, “¡qué dichoso −dice San Luis María− quien se halla totalmente poseído y es conducido por el espíritu de María! ¡Espíritu que es suave y fuerte, celoso y prudente, humilde e intrépido, puro y fecundo!”[66].

Como el espíritu de Cristo es el Espíritu Santo y ese es el espíritu de nuestro Instituto, nada tiene que ver con el “‘espíritu de oposición’, que forma grupos o bandos de oposición a cuanto ordene el Superior”[67]; el nuestro no es “espíritu de reserva, de no participación, de no consentimiento con los demás”[68]; no es el “espíritu de empleado público burocrático, con multiplicadas exigencias para la gente a quien ve como clientes, que se cree ‘obediente’ porque cumple con las formalidades pero no quema ni se quema con el fuego del Espíritu Santo, y no sabe lo que es el aventurarse por Cristo, ni es creativo, ni realiza apostolados inéditos”[69]; no es el “espíritu de ghetto, que pretende que la Iglesia se agota en su parroquia, ciudad, provincia o país”[70]; no es el “espíritu tributario”[71].

Tampoco es un espíritu de cálculos lentos[72].  Es un espíritu que nos mueve a obrar, porque “el obrar es propio del amor[73], afirma el Directorio de Espiritualidad. Por eso hay que seguir la clarividente moción del Santo misionero y que dice −presten atención−: “estando totalmente consagrado a su servicio conviene, pues, que no te quedes ocioso, sino que actúes como el buen siervo y esclavo. Es decir, que, apoyado en la protección de la Virgen María, emprendas y realices grandes empresas por esta augusta Soberana”[74].  La Madre de Dios no fue un instrumento pasivo, sino cooperadora de la salvación humana, por tanto, “nosotros tampoco debemos ser instrumentos pasivos”[75] (esto es textual del directorio) ¿Se entiende por dónde va la cosa?

Un montón de veces el derecho propio dice explícitamente en que consiste para nosotros este espíritu del Instituto. Nombro aquí algunos ejemplos para ilustrar:

  • “Es el espíritu de fe y de amor”[76].
  • Es el “espíritu de príncipe”[77].
  • Es “espíritu de generosidad y pureza de intención”[78].
  • Es “espíritu de servicio”[79].
  • Es “espíritu de observancia”[80].
  • Es “Espíritu de Verdad”[81].
  • Es “espíritu de sacrificio”[82].
  • “Espíritu de comunión”[83].
  • Es “espíritu de fe, de sabiduría y de fortaleza”[84].
  • Es el “espíritu de las bienaventuranzas”[85].

Por tanto, el “cuarto voto según la letra y el espíritu de San Luis María” debe ser vivido por los miembros del Instituto con estas notas o características que acabamos de mencionar. Para lograrlo, tenemos quizás el mejor ejemplo en el padre de Montfort. 

3. “… despojarse por Dios de todo lo que no es Dios” (Const. 68)

Es este otro punto central y de capital importancia para tenerlo siempre actual. No hay otro camino para la unión que el desprendimiento, que el vaciamiento o despojo de todo lo que no es Dios. Doctrina eminente y egregia en San Juan de la Cruz, doctrina perfectamente plasmada en la doctrina y particularmente en la vida de Montfort. Estamos aquí ante una condición sine qua non, ante un elemento ineludible, que requiere convicción y energía para emprenderlo. [No tenemos mucho tiempo por lo cual lo trato muy brevemente]

Para poseer este espíritu hay que primero “despojarse por Dios de todo lo que no es Dios”[86], como nos lo indica el derecho propio. Y en esto también coincidimos en todo con San Luis María quien manda “vivir en auténtica pobreza interior y exterior renunciando efectivamente a los bienes del mundo”[87]. Similarmente nuestro derecho propio nos dice: “El consejo evangélico de pobreza, a imitación de Cristo, implica una vida pobre de hecho y de espíritu, esforzadamente sobria y desprendida de las riquezas terrenas”[88].

Así es que en la enseñanza montfortiana, una de las cruces más hermosas es la pobreza voluntaria. Montfort nos enseña que se debe “seguir desnudo al Cristo desnudo”, utilizando las palabras de San Jerónimo que también nosotros citamos en el número 61 de las Constituciones.

Esto es así porque “la pobreza asumida por Cristo aumenta la libertad de espíritu y el espíritu de príncipe que por nuestra consagración como religioso debemos tener”[89]. Y en otro lado agrega el derecho propio: “El religioso debe ser pobre para alcanzar la perfección”[90]. Ya que es siendo pobres de espíritu que Dios nos viene a saciar el alma con las riquezas de su Sabiduría. Y por eso la pobreza se presenta como el tercer eslabón de esta cadena.

Durante su vida San Luis María nos dio grandísimo ejemplo de pobreza: como no tenía muchas cosas, gozaba de esa libertad de espíritu que decíamos y por tanto estaba siempre dispuesto a marcharse a cualquier lugar para servir en la edificación del Reino con la sola compañía de la Divina Providencia. Era inconcebible para él que un verdadero seguidor de Jesús no caminase sobre las huellas de su pobreza.

4. “Predicadores incansables…” (Const. 231)

Hay un cuarto elemento que es, a mi modo de ver, esencial explicitarlo, a la hora de hablar de introducirse en el espíritu de esta consagración; elemento vivido de una manera eximia por el padre de Montfort. San Luis María no era solo un místico (y de gran envergadura), sino que por serlo, era un hombre de acción, y eso se vio en su vida practicado con una pasión y energía que no es fácil de hallar – me atrevo a decir– incluso en otros santos.

Lo que vivió en su alma lo llevó a la acción, contemplata aliis tradere se lee en la primera línea de su autobiografía; y esto él lo logró de una manera admirable y encomiable; y en esto es también nuestro modelo.

De modo tal que el amor a la cruz, practicado de la mano de la Virgen, viviendo sin apegos (pobres), nos conduce necesariamente al celo y amor por las almas. Porque el bien es difusivo de sí. Y, por tanto, éste también es un elemento ineludible del espíritu  de esta consagración. En efecto, nuestras Constituciones nos hablan de “ser predicadores incansables […] con una lengua, labios y sabiduría a los que no puedan resistir los enemigos de la verdad”[91]. Por tanto, si hemos de ser especialistas en la sabiduría de la cruz eso se tiene que plasmar en el amor a las almas y en el celo apostólico y misionero. “Esencialmente misioneros” decimos y es una frase fuerte

Según esto, vemos que, San Luis María confiado enteramente en la Providencia predicó 115 misiones en Francia[92]. Eso era lo que al él le entusiasmaba: las misiones a los pobres en el campo. Trabajaba sin descanso en varias parroquias y decía que en el catecismo a los pobres de la ciudad y del campo era donde él se hallaba a sus anchas[93].

Como Ustedes saben San Luis María es uno de los modelos en quien nos inspiramos para la prédica de las misiones populares[94]. Y como todos aquí son o se preparan para ser misioneros, vamos a referir brevemente lo que el Directorio de Misiones Populares dice acerca de él, y así apreciaran cuánto influjo tiene el espíritu del Santo misionero en nuestro modo de hacer apostolado.

“San Luis María Grignion de Montfort fundó en 1705 los ‘Padres Misioneros de la Compañía de María’, caracterizados por su devoción mariana y por su celo apostólico. San Luis María llevaba siempre una cruz y una estatuilla de la Virgen que acomodaba en las Misas, en el confesionario, en su habitación, etc. Se valió especialmente de las procesiones y de los cánticos.

Los temas de sus sermones de misión eran: la vida de la gracia, el pecado, la muerte, el juicio, el infierno y el cielo. Además, hablaba de la vida conyugal, del Santísimo Sacramento del Altar, de la bondad de Dios, cada sábado de la misión daba un sermón sobre la Virgen. Además, en el transcurso de seis semanas, hablaba ordinariamente de la penitencia, y explicaba cada día uno de los misterios del Rosario. Para penetrar al pueblo en las verdades de la fe cristiana, componía cánticos de misión. Las ceremonias que hacía durante las misiones eran la conmemoración de los muertos, la adoración al Santísimo Sacramento, la consagración a la Santísima Virgen, la renovación de las promesas del Bautismo y la erección de un crucifijo.

También regresaba después de un tiempo para asegurar los frutos; su “vuelta de la misión” duraba una semana en la que concentraba todo en la preparación para la muerte”[95].

Asimismo, como Ustedes saben, es de particular importancia para nuestro apostolado la predicación[96]. Por eso, paternalmente el derecho propio nos exhorta a que tengamos aprecio a la enseñanza de los grandes maestros de la predicación sagrada[97] y en este caso, una vez más, nuestro Fundador ha elegido a San Luis María.

Los números 105 a 110 del Directorio de la Predicación de la Palabra están dedicados a ilustrar el estilo o el espíritu con que predicaba el Santo misionero. El cual nos exhorta principalmente a no ser mundanos, sino a predicar como los apóstoles. “Nada más fácil que predicar a la moda… ¡qué cosa tan difícil y sublime es predicar como los apóstoles!”[98].

“Es necesario que el predicador denuncie el espíritu del mundo, y no que viva según él: ‘Dado que el predicador a la moda no ataca el corazón, que es la ciudadela donde el tirano se ha hecho fuerte, éste no se inquieta mucho por el barullo de fuera’”[99]. “‘Pero basta que un predicador lleno de la palabra y del espíritu de Dios abra apenas la boca, y todo el infierno tocará alarma y removerá cielo y tierra para defenderse…Un predicador con este temple divino removerá, con las solas palabras de la verdad toda una ciudad y toda una provincia, por la guerra que en ella se levante”[100].

También se enumeran las cualidades que debe tener un predicador según San Luis María, que dejan traslucir ese amor a la cruz del que hablábamos antes. Por eso dice:

“El misionero apostólico −o sea, nosotros−  predica, pues, con sencillez, sin artificios; con verdad, sin fábulas, ni mentiras, ni disfraces; con intrepidez y autoridad, sin miedo ni respeto humano; con caridad, sin herir a nadie, y con santidad, no mirando sino a Dios, sin otro interés que el de la gloria divina y practicando primero él lo que enseña a los demás”[101].

Y también nos advierte de las cosas que los predicadores tienen que evitar cuando predican:  

– “complacerse en lo que dicen y en el fruto que alcanzan; – mendigar aplausos directa o indirectamente después de la predicación; – envidiar a otros al ver que son más seguidos, más patéticos, etc.; – escuchar o promover murmuraciones contra otros predicadores; – encolerizarse, algo que es muy fácil y natural cuando los oyentes dan ocasión para ello mientras el predicador habla; – apostrofar directa o indirectamente a un oyente nombrándolo veladamente, señalándolo con la mirada o con la mano o diciendo cosas que sólo pueden aplicarse a él; – condenar continua, afectada o exageradamente a los ricos y grandes del mundo, a los magistrados y oficiales de la justicia u oficiales de la justicia; – censurar, criticar o detallar los pecados de los sacerdotes”[102].

Y finalmente, nos recuerda que Jesucristo nos “envía igual que a los apóstoles, como corderos en medio de lobos[103]. [Y por lo tanto] es necesario que imiten la dulzura, humildad, paciencia y caridad del cordero, a fin de trasformar, por este medio tan divino, los lobos mismos en corderos”[104]

*****

En fin, me parece que, en estos cuatro puntos, como eslabones de una cadena, se condensa la gran influencia de la doctrina montfortiana en nuestra espiritualidad y en nuestro modo de hacer apostolado. Para que nos demos cuenta de que la consagración a la Virgen según el espíritu de San Luis María no se vive solamente cuando nos consagramos, o cuando rezamos el rosario, sino que debe ejercer su influjo en toda nuestra vida de una manera profunda. Solo así llegaremos a “ser otros Cristos”[105], que es nuestro objetivo y que será cuando habremos alcanzado la Sabiduría de la Cruz.

Ya que entrar en el espíritu de esta consagración significa adherirse al espíritu que poseen los verdaderos discípulos de Jesucristo. Y caminar sobre las huellas de su pobreza, humildad, desprecio de lo mundano y caridad evangélica, enseñando la senda estrecha de Dios en la pura verdad, conforme al santo Evangelio y no a los códigos mundanos, sin inquietarse por nada ni hacer acepción de personas; sin perdonar, ni escuchar, ni temer a ningún mortal por poderoso que sea[106].

El espíritu de la consagración a la Virgen nos hace especialistas en la ciencia de la cruz, hombres libres, desprendidos de todo[107], hombres siempre disponibles[108], siempre dispuestos a correr y sufrirlo todo por el Verbo Encarnado y por su causa, sabiendo que los combates y las persecuciones solo servirán para hacer brillar más el poder de la gracia de Cristo, la energía de su virtud y la autoridad de María Santísima[109].

Esto debe entenderse no solo a nivel individual, sino a nivel Instituto y Familia Religiosa. SLM fue fundador de dos congregaciones religiosas: la Compañía de María (sacerdotes) y las Hijas de la Sabiduría (religiosas) y por ambas tuvo que padecer grandes tribulaciones.

Por eso también con él recemos por nuestra Congregacion a fin de que todas las cruces que nos toquen padecer como Instituto y que puedan poner a prueba nuestra fidelidad y confianza solo sirvan para dar solidez a la Familia Religiosa, para cimentarla más firmemente sobre la Sabiduría misma de la cruz del Calvario.

Por eso, hoy y siempre con San Luis María digamos: Señor Jesús, acuérdate de tu Congregación.

[1]  Carlos Buela, IVE, Homilía “Todo lo hace Ella”, en el 25º aniversario de ordenación sacerdotal, Basílica de Santa María Mayor (Roma) 7/10/1996.

[2] Constituciones, 30.

[3] Constituciones, 17.

[4] Carlos Buela, IVE, Juan Pablo Magno, cap. 30.

[5] Directorio de Vida Consagrada, 413.

[6] Directorio de Espiritualidad, 19.

[7] Constituciones, 83.

[8] Constituciones, 36.

[9] Cf. Ibidem.

[10] Cf. Constituciones, 41.

[11] Constituciones, 42.

[12] Ibidem.

[13] https://dle.rae.es/especialista?m=form

[14] Abraham Ndongo Minkala, El camino de santificación según San Luis María Grignion de Montfort, p. 347.

[15] Directorio de Espiritualidad, 134.

[16] Cf. O. Maire, Grignion de Montfort; L’errance du Pèlerin, Vendéé, 2008, p. 18.

[17] San Luis María Grignion de Montfort, Obras, Cartas, A María Luisa Trichet, abril-mayo de 1703.

[18] “Su oráculo había enmudecido; ya no le daba respuestas. Llego hasta rechazarlo cuando se presento ante él. Hablo del Señor Leschasier, que desaprobó entonces la conducta de Montfort y le negó todo consejo”, Blain, 217.

[19] Abraham Ndongo Minkala, El camino de santificación según San Luis María Grignion de Montfort, p. 336.

[20] Directorio de Espiritualidad, 216.

[21] Directorio de Espiritualidad, 41.

[22] Directorio de Obras de Misericordia, 245.

[23] Cf. Ibidem.

[24] San Luis María Grignion de Montfort, Obras, Cartas, A María Luisa Trichet, 24 de octubre de 1703.

[25] Cf. Constituciones, 125.

[26] Ibidem, op. cit. San Luis María Grignion de Montfort, Carta circular a los Amigos de la Cruz, 48.

[27] San Luis María Grignion de Montfort, Carta circular a los Amigos de la Cruz, 44.

[28] Constituciones, 30.

[29] San Luis María Grignion de Montfort, Carta circular a los Amigos de la Cruz, 27.

[30] San Luis María Grignion de Montfort, Carta circular a los Amigos de la Cruz, 27.

[31] San Luis María Grignion de Montfort, Obras, Cartas, A una religiosa del Santísimo Sacramento, otoño de 1702.

[32] Ibidem.

[33] 1 Co 1,25.

[34] Directorio de Espiritualidad, 181.

[35] Directorio de Espiritualidad, 37.

[36] Cf. San Luis María Grignion de Montfort, Carta circular a los Amigos de la Cruz, 26.

[37] Ibidem.

[38] Directorio de Espiritualidad, 173.

[39] Flp 3,18.

[40] Directorio de Espiritualidad, 253.

[41] San Luis María Grignion de Montfort, Carta circular a los Amigos de la Cruz, 27.

[42] San Luis María Grignion de Montfort, Amor a la Sabiduría Eterna, 178.

[43] Directorio de Vida Consagrada, 398.

[44] San Luis María Grignion de Montfort, Carta circular a los Amigos de la Cruz, 49.

[45] Cf. Directorio de Espiritualidad, 1.

[46] San Luis María Grignion de Montfort, Amor a la Sabiduría Eterna, 172.

[47] Abraham Ndongo Minkala, El camino de santificación según San Luis María Grignion de Montfort, p. 341.

[48] Ro 12,6.

[49] San Luis María Grignion de Montfort, Secreto de María, 5.

[50] Cf. Ibidem, 10.

[51] Cf. Constituciones, 85-88.

[52] San Luis María Grignion de Montfort, Tratado de la Verdadera Devoción a María, 107.

[53] 89.

[54] Cf. San Luis María Grignion de Montfort, Tratado de la Verdadera Devoción a María, 152.

[55] Cf. San Luis María Grignion de Montfort, Tratado de la Verdadera Devoción a María, 107.

[56] Cf. San Luis María Grignion de Montfort, Secreto de María, 22.

[57] San Luis María Grignion de Montfort, Tratado de la Verdadera Devoción a María, 154.

[58] San Luis María Grignion de Montfort, Secreto de María, 22.

[59] Cf. San Luis María Grignion de Montfort, Obras, Cartas, A María Luisa Trichet, abril-mayo de 1703.

[60] Constituciones, 18.

[61] Constituciones, 19.

[62] Ibidem.

[63] San Luis María Grignion de Montfort, Tratado de la Verdadera Devoción a María, 258.

[64] San Luis María Grignion de Montfort, Secreto de María, 44.

[65] Ibidem.

[66] Cf. San Luis María Grignion de Montfort, Tratado de la Verdadera Devoción a María, 258.

[67] Constituciones, 79.

[68] Directorio de Espiritualidad, 252.

[69] Cf. Directorio de Espiritualidad, 108.

[70] Ibidem.

[71] Directorio de Obras de Misericordia, 243.

[72] Cf. Directorio de Espiritualidad, 16.

[73] Directorio de Espiritualidad, 202.

[74] Cf. San Luis María Grignion de Montfort, Tratado de la Verdadera Devoción a María, 265.

[75] Directorio de Espiritualidad, 18.

[76] Constituciones, 33.

[77] Constituciones, 65.

[78] Constituciones, 234.

[79] Constituciones, 301.

[80] Constituciones, 356.

[81] Directorio de Espiritualidad, 267.

[82] Directorio de Espiritualidad, 178.

[83] Directorio de Espiritualidad, 252.

[84] Directorio de Espiritualidad, 283.

[85] Constituciones, 1.

[86] Subida del Monte Carmelo, II, 5, 7.

[87] San Luis María Grignion de Montfort, Amor a la Sabiduría Eterna, 197.

[88] Constituciones, 63.

[89] Cf. Constituciones, 65.

[90] Directorio de Vida Consagrada, 76.

[91] Constituciones, 231; op. cit. San Luis María Grignion de Montfort, Súplica ardiente para pedir misioneros, 22.

[92] Cf. Guía del Peregrino, pp. 495-498.

[93] Cf. San Luis María Grignion de Montfort, Obras, Cartas, Al señor Leschassier, sulpiciano, 16 de septiembre de 1701.

[94] Cf. Directorio de Misiones Populares, 51.

[95] Directorio de Misiones Populares, 109.

[96] Cf. Constituciones, 16; Directorio de Espiritualidad, 271.

[97] Constituciones, 182.

[98]Directorio de la Predicación de la Palabra, 105.

[99] Directorio de la Predicación de la Palabra, 106.

[100] Directorio de la Predicación de la Palabra, 107.

[101] Directorio de la Predicación de la Palabra, 108.

[102] Directorio de la Predicación de la Palabra, 109.

[103] Lc 10,3.

[104] Directorio de la Predicación de la Palabra, 110.

[105] Directorio de Espiritualidad, 30.

[106] Cf. San Luis María Grignion de Montfort, Tratado de la Verdadera Devoción a María, 59.

[107] Cf. San Luis María Grignion de Montfort, Súplica ardiente para pedir misioneros, 7.

[108] Cf. San Luis María Grignion de Montfort, Súplica ardiente para pedir misioneros, 10.

[109] Cf. San Luis María Grignion de Montfort, Súplica ardiente para pedir misioneros, 13.

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