A los párrocos del IVE

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A los párrocos del IVE

 

“El Instituto del Verbo Encarnado asumirá los apostolados más conducentes a la inculturación del Evangelio”, se lee en el número 169 de las Constituciones. Por eso, “atendiendo a los pedidos de obispos podrán aceptarse la dirección de parroquias, preferentemente en zonas misioneras o más necesitadas”[1].

Así es que hoy en día el Instituto atiende en todo el mundo unas 110 parroquias, algunas de ellas santuarios[2], otras catedrales[3], algunas en medio de grandes ciudades como en New York o Hong Kong, otras en zonas más rurales como las de Escocia o Bolivia, algunas emplazadas en zonas residenciales como la parroquia en Australia, otras en medio de la selva, como la parroquia que atiende el Instituto en Wagina (Islas Salomón).  Lo cual hace que la inmensa mayoría de los más de 400 sacerdotes del Instituto esté dedicada –de una u otra manera– a la pastoral parroquial, ya sea como párrocos, vicarios, miembros de la comunidad adjunta a una parroquia o colaborando eventualmente con las predicaciones de triduos, novenas, fiestas patronales, confesiones, etc., que tienen lugar en alguna parroquia.  

Queriendo entonces prolongar la obra redentora del mismo Cristo[4], según el carisma propio de inculturar el evangelio en la diversidad de todas las culturas[5], el Instituto le da al apostolado parroquial “gran importancia”[6]  y “preferencia”[7] – pues es uno de los “lugares” principales donde el Instituto podrá ejercer su carisma específico[8]– y lo consideramos como un ambiente privilegiado para el encuentro con el mensaje de Cristo[9].

Por eso quisiéramos aprovechar esta oportunidad para destacar las características que, según el carisma propio, deben relucir tanto en el sacerdote dedicado a la pastoral parroquial como en la parroquia misma del IVE, si es que se desea contribuir eficazmente “a enriquecer a la Iglesia universal”[10].

De más está decir lo altamente recomendable que resulta en esta materia, la lectura del Directorio de Parroquias que, aun siendo muy breve, ilumina mucho para la práctica de la pastoral parroquial.

Antes de comenzar a tratar estos dos puntos, y a modo de introducción, quisiéramos definir qué es lo que entendemos por parroquia.

“La palabra ‘parroquia’ viene del griego para (= cerca) y oikos (= casa), significando un conjunto de casas o, también, un grupo de habitantes vecinos. Etimológicamente significa vecindario, en el cual Jesucristo es el principal Vecino. Otros hacen derivar la palabra ‘parroquia’ del griego parojeo (= transportar) o del griego parechō (= suministrar). Ambas cuadran muy bien con el oficio del párroco que habita en medio de sus feligreses para suministrarles la buena doctrina, los sacramentos, etc. De hecho, se entienden tres cosas al hablar de parroquia[11]: 1.º El conjunto de los fieles que están bajo la jurisdicción del párroco. 2.º El templo donde éste ejercita sus funciones. 3.º La porción del territorio de la diócesis”[12].

San Juan Pablo II afirmó una vez que “podría decirse que la parroquia es una familia de familias, pues la vida de la parroquia va íntimamente ligada tanto al vigor como a la debilidad, o a las necesidades de las familias que la componen”[13]. Y todas esas familias que conforman una parroquia católica determinada, se hallan reunidas precisamente por su fe en Jesucristo. En el libro de los Hechos de los Apóstoles leemos lo siguiente acerca de la vida de los primeros cristianos: Acudían asiduamente a la enseñanza de los apóstoles, a la comunión, a la fracción del pan y a las oraciones[14]. Por tanto, la instrucción en la fe de los Apóstoles, la construcción de una comunidad viva, la celebración de la Eucaristía y de los demás sacramentos y la vida de oración, constituyen los elementos esenciales de la vida de toda parroquia[15].

En este sentido, cada parroquia está fundada sobre una realidad teológica, esa realidad teológica es Jesús Eucaristía. “Sin el culto eucarístico, como su corazón palpitante, la parroquia se vuelve estéril”[16].

Estimamos conveniente entonces hacer explícita esta aclaración: “la parroquia no es principalmente ni el edificio, ni las instituciones, ni lo canónico, ni el territorio, ni la beneficencia, ni los trámites. Principalmente es la realidad teológica de ser una comunidad eucarística. También será, pero secundariamente, el templo, las instituciones, lo canónico, el territorio, la ayuda a los pobres, los trámites indispensables y mínimos propios de una sociedad organizada”[17].

1. El párroco del IVE

 

Naturalmente, cuando un obispo confía una parroquia al Instituto, no la confía a un religioso considerado individualmente sino al Instituto como tal. Por tanto, se trata de la presencia del Instituto en una diócesis y no de religiosos individualmente considerados[18]. Entonces decimos que cuando se le confía una parroquia al Instituto “en un cierto sentido, pasa a ser parroquia religiosa [del IVE], por cuanto en tal parroquia el Instituto expresa el carisma propio y el apostolado propio, aún en la sujeción al obispo”[19]. De modo tal que, un párroco del IVE deberá configurar la parroquia según el carisma y espiritualidad del Instituto[20]. Para lo cual es imperativo que el párroco esté embebido del carisma del Instituto y muestre gran fidelidad al mismo, incluyendo las sanas tradiciones que forman parte del patrimonio del Instituto[21].

El derecho propio abunda en detalles acerca de la vida comunitaria y del gobierno de la comunidad de religiosos en una parroquia para la marcha armoniosa de la misma, pero sobre eso no trataremos ahora. Remitimos a la lectura del Directorio de Parroquias, 8-40. Dejamos de lado, asimismo, la consideración de esas aptitudes humanas que tanto facilitan el trabajo pastoral, como la capacidad de organización, la simpatía y el buen humor, la facilidad para las lenguas, los dotes de educador y catequista, la capacidad de previsión y de iniciativa propia.

Aquí más bien queremos hablar de las virtudes características que debieran despuntar en la conducta de un sacerdote dedicado especialmente a la pastoral parroquial.

Caridad 

Como todo sacerdote, quien desempeña el oficio de párroco, está llamado a reflejar en la vida diaria la paternidad de Dios. Por algo, el apelativo más frecuente que nos atribuye el sensus fidelium es precisamente el de padre, y la pastoral parroquial ofrece el ámbito propicio para ejercitar con gran fruto la paternidad espiritual a través del ejercicio concreto de la caridad. Por eso no sorprende que la primera virtud que deba resaltar en un párroco del IVE es la caridad, ya que, “la caridad es imprescindible para evangelizar la cultura”[22].

Pues a imitación del Verbo Encarnado que no vino a ser servido sino a servir[23] se espera que un párroco sea el primero en servir a los demás, compartiendo con las almas a él encomendadas sus problemas y sus dificultades.

Es interesante notar que el derecho propio declara específicamente cómo se ha de manifestar esta caridad, según el tipo de ovejas que le toque pastorear. Así por ejemplo dice que ha de prodigar “caridad a los enfermos, especialmente a los moribundos, fortaleciéndolos solícitamente con la administración de los sacramentos y encomendando su alma a Dios”[24]; que un párroco del IVE “tratará siempre con particular diligencia a los pobres, a los afligidos, a quienes se encuentran solos, a los emigrantes o que sufren especiales dificultades”[25]; que “deberá extremar la caridad y el buen trato[26] con los débiles en la fe, e imitando a Cristo: No disputará ni gritará… la caña cascada no la quebrará y no apagará la mecha humeante hasta hacer triunfar el derecho[27]. Debe ser afable con todos los que van a su parroquia[28], con los que entran en “la oficina parroquial, con cada familia que recibe su visita”[29], etc.

Dado que la gran mayoría de nuestras parroquias se encuentran en lugares difíciles (muchas en lugares donde nadie quiere ir) y en los que la pobreza ya material, ya espiritual, es el marco normal en el que se desenvuelve la vida de nuestros parroquianos, nos parece que es bueno recordar que “deberíamos avergonzarnos profundamente, si alguna vez, desviándonos del camino de la caridad concreta a los pobres, dejamos de atenderlos para dedicar nuestra atención solamente a aquellos enfermos, alumnos, etc., que puedan retribuirnos materialmente”[30]. Hay que cuidarse de la tentación de pensar que “todos los pobres que golpean a sus puertas son aprovechadores”[31].

Esta virtud que debería resaltar en los sacerdotes dedicados a la pastoral parroquial hace patente la necesidad de que “toda la formación de los candidatos al sacerdocio esté orientada a prepararlos de una manera específica para comunicar la caridad de Cristo, Buen Pastor”[32].

Paciencia 

Una de las virtudes más necesarias para la pastoral parroquial es, ciertamente, la paciencia. Por eso advierte el derecho propio: “si no tenemos paciencia con los feligreses, entonces nada detendrá a las ovejas y se irán detrás de pastores falsos, porque los pastores que Dios les había dado se apacentaron a sí mismos”[33]. Y agrega: “frente a la pastoral de la prepotencia preferimos la de Jesucristo”[34].

Esta es la paciencia que se pide de un párroco del IVE en el trato, por ejemplo, con los que dudan en la fe, para “contestar con paciencia y claridad las objeciones que plantean”[35], o con los débiles en la fe, pues estos “en más de una oportunidad esta clase de fieles acaban alejándose de la Iglesia de Cristo no sólo por su fe debilitada sino sobre todo por la impaciencia del pastor”[36].

San Manuel González, hablando de las circunstancias en la que hoy se ejerce el oficio de párroco, decía: “Es verdad que no pueden ser peores”[37]. Y en un trazo ilustra algunas de esas situaciones que no pocas veces ponen a prueba la paciencia del sacerdote: “El cura que, como fruto de una vida de sacrificios y amarguras recoge una iglesia casi siempre vacía, un cinco por ciento, si acaso, de fieles que cumplan con el precepto pascual y dominical; la mayor parte de los enfermos que mueren impenitentes o, a lo más, con el santo óleo condicional; los hombres mismos por él favorecidos con colocaciones, favores o limosnas, que vuelven la cara por no saludarlo; los mismos que frecuentan el templo, aburridos a lo mejor, y por contera y remate de todo esto, sus obras, las más buenas, las hechas con mejor intención, mal interpretadas o calumniadas. El cura, repito, que ve todo esto, verdaderamente necesita todo el heroísmo de un mártir para amanecer cada día con la cara sonriente, el corazón esperanzado y el espíritu suficientemente tranquilo para seguir abriendo su surco, sin desmayar y sin caer”[38].

No hay que empeñarse en engañarse y hay que admitir que el sacerdote, como hombre, está hecho del mismo barro de que están hechos los hijos de Adán. Y una larga y triste experiencia demuestra que es un barro bastante frágil y quebradizo. Sabemos, porque lo enseña la sagrada teología, que, sin un privilegio especialísimo de la gracia, nadie puede verse exento de todos y cada uno de los pecados veniales, y la Sagrada Escritura dice que siete veces cae al día el justo. Sin embargo, podemos trabajar por modificar el carácter y disminuir el número de nuestras faltas y hasta quitarles su habitualidad. Pero sin olvidar nunca que para conocer lo que puede un hombre, hay que contar siempre con que tiene un carácter que a unos gustará y a otros no, y unas faltas que unas veces le harán no llegar y otras pasarse[39].

Por eso San Juan Pablo II dirigiéndose a un grupo de sacerdotes en la ciudad de Prato hacía hincapié en que, si “la paciencia en el trabajo apostólico ha sido siempre necesaria, [lo es] tanto más en nuestros tiempos. Paciencia –aclaraba el Santo Padre– no significa aquiescencia al error, tolerancia pasiva, convivencia tímida e inerte, ceder al equívoco y a la ambigüedad. Paciencia significa la aceptación de los designios de la Providencia, que respeta los tiempos y los modos de la maduración de cada individuo y de los pueblos. Tener paciencia significa eliminar las irritaciones, las exasperaciones, los enfados y también las frustraciones, las desmoralizaciones, los cansancios, para comprometerse en el cumplimiento de la propia misión con incansable dedicación, en la humildad y en el silencio, siempre con coherencia y prontitud”[40].

Celo 

Lo dice claramente el derecho propio: “el ministro de Dios… tendrá un celo incansable por las almas, espíritu de sacrificio”[41].

En un conocido sermón de San Alfonso María de Ligorio él declara que es “obligación de todos los sacerdotes el tener celo por las almas”. Se dice que: “Hay muchos y hay pocos sacerdotes; muchos de nombre, pero pocos por sus obras”, y agrega San Alfonso: “El mundo está lleno de sacerdotes, pero son contados los que se esfuerzan por ser sacerdotes de verdad, es decir, por satisfacer el oficio y la dignidad del sacerdote, que es salvar las almas”[42].

Entiéndase bien que el gran carisma de la vida religiosa y sacerdotal es el amor generoso a Cristo y a los miembros de su Cuerpo. Ese amor se expresa en el servicio y se consuma en el sacrificio. Por tanto, la disposición para la entrega será proporcional al amor, y cuando el amor es perfecto, el sacrificio es completo[43]. De aquí que lo nuestro sea el estar dispuestos a jugarse la vida para que los otros tengan vida y esperanza[44] e intentar con “sana creatividad”[45] –y sin desalentarse– crear oportunidades para llegar a todas las almas que se nos encomiendan en nuestro ministerio sacerdotal. Nada de excusarse de que ‘uno está solo’, de que ‘no tiene medios’ o de que ‘le falta apoyo’… un sacerdote del Verbo Encarnado debe “moverse a impulsos de celo”[46]. Lo nuestro propio es “tener impaciencia por predicar al Verbo en toda forma… Hay que buscar las ovejas, emplear el método del diálogo, del testimonio y de la solidaridad, corregir a los pecadores, enseñar la doctrina: la fe viene por el oído[47], visitar a los enfermos, llevar a las almas al sacramento de la Reconciliación”[48]. En una palabra, hay que trabajar industriosamente por la causa de Cristo.

Conviene aquí recordar que el programa sacerdotal, especialmente en nuestro Instituto que es por naturaleza misionero, “implica disponibilidad”[49]. Lejos de nosotros los “sacerdotes que, por la más mínima excusa, por no exponerse a un trabajillo o por recelo de cualquier enfermedad, descuidan la ayuda de las almas. Decía San Carlos Borromeo que el párroco que quiera adoptar toda clase de comodidades y utilizar cuánto pueda para favorecer la salud corporal, nunca podrá desempeñar bien sus obligaciones. Y añadía que el párroco nunca se debía acostar sino después de tres ataques de fiebre”[50].

Al mismo tiempo hay que recordar la sabia sentencia de San Manuel González que nos previene de ocasionales desalientos y convencerse de “que podemos y debemos trabajar con todo ahínco por convertir a las almas, porque ésa es nuestra parte. Pero no debemos inquietarnos si no se convierten, porque ésa es la parte de Dios y de ellas”[51].

Fe

El párroco debe testimoniar la fe como sacerdote, es decir, ser canal de gracia para comunicar la vida divina mediante la digna celebración de los divinos misterios, la administración de los sacramentos y, en particular, del sacramento de la reconciliación.

Es necesario ser hombres de fe. Sin fe la vida religiosa y sacerdotal no tiene sentido. Es preciso ser hombres de fe íntegra, de tal manera que, al oírnos, todos puedan reconocer inequívocamente la Palabra de Dios. Solo Cristo es la luz de los hombres que brilla en las tinieblas[52]. Esta luz Dios la depositó en manos de la Iglesia, que con asistencia del Espíritu Santo fielmente la conserva y la transmite. Por tanto, una expresión clara de esa fe es la adhesión sincera y confiada a toda doctrina del magisterio auténtico de la Iglesia, de la cual debe ser eco nuestra predicación y nuestra catequesis. Recuerden todos siempre: ¡La fe se fortalece dándola![53].

Finalmente, el derecho propio, recordándonos que la pastoral es Cruz, agrega a estas características que deben sobresalir en el sacerdote dedicado a la pastoral parroquial las siguientes: “misericordia, prudencia, presencia de espíritu, tranquilidad de ánimo, capacidad para vencer la repulsión que pueden causar ciertas enfermedades, fortaleza espiritual frente a los peligros que pueden salir al encuentro en el cumplimiento de su ministerio y, en fin, disponibilidad con todos”[54].

2. La parroquia del IVE

 

Como dijimos anteriormente, las parroquias confiadas al Instituto se vuelven por así decirlo parroquias religiosas[55], ya que si bien el ejercicio del apostolado en cuanto tal está sujeto a la potestad del obispo, nosotros debemos ejercer nuestro propio modo de apostolado, que es conforme a la índole y a la naturaleza de nuestro Instituto religioso[56]. Hay que tener en cuenta que el obispo nos ha llamado a su diócesis para que hagamos precisamente eso: nuestros apostolados, con nuestro modo y estilo propios. Para ello recibimos, el día de la erección canónica de nuestro Instituto, la misión canónica. Es decir, fuimos enviados por la Iglesia y para hacer nuestros apostolados en nombre de la misma Iglesia.

Nuestro Instituto tiene un carisma que mantener y promover en la Iglesia, lo cual implica que los religiosos deben permanecer fieles a la propia identidad y al propio patrimonio, al servicio de la Iglesia entera, sin identificarse y perderse o dejarse absorber por una Iglesia particular y, por otra parte, deben obrar en el interior de ésta y en la fidelidad y obediencia a los legítimos pastores[57]. ¡Qué triste resulta cuando uno visita una parroquia del IVE y casi no nota diferencia con la parroquia diocesana vecina!

Todo esto significa que las parroquias constituyen para los miembros del Instituto “un ámbito especial para el ejercicio de algunos de nuestros apostolados específicos” y, por tanto, se los ha de privilegiar ya que ellos, de hecho, configuran un estilo propio. Acerca de estos apostolados el derecho propio especifica y enfatiza que la nuestra debe ser una “pastoral entusiasta”[58], no adormilada; “incisiva”[59], no burocrática; “de propuesta”[60], no de cancelación al mínimo obstáculo.

Permítannos entonces ahora referirnos a estos apostolados específicos.

La celebración Eucarística: La celebración litúrgica, particularmente la celebración Eucarística, debe ser el centro de la comunidad parroquial de fieles[61]. Por eso es necesario que los sacerdotes dedicados a la pastoral en parroquias tomen como obligación personal el enseñar a los fieles a recibir piadosamente la Eucaristía, “mediante una seria formación litúrgica, de modo tal que puedan comprender el sentido que tienen los símbolos que celebran, y tomar parte activa en las celebraciones”[62].  

Hacia este fin, el derecho propio invita a los párrocos a “organizar equipos dedicados a la preparación de las diversas celebraciones: guías, lectores, responsables de la colecta, organistas y responsables de la música litúrgica, coros, encargados de la sacristía y del templo, grupos de monaguillos”[63], etc. Y si bien el domingo será el día central en la semana para toda la parroquia[64] también se prevé que haya grandes y solemnes celebraciones en ocasiones tales como “la Semana Santa, las novenas y fiestas patronales, las primeras comuniones y confirmaciones, las misiones populares”[65], la Navidad, la Vigilia Pascual y Pentecostés[66]. Será trabajo del párroco entonces el promover con ahínco y con anticipación estas celebraciones si quiere que atienda el mayor número de gente posible[67], además de prepararlas bien. Ya lo decía San Alberto Hurtado en uno de sus poemas: el “improvisar por principio” es uno de los pecados del hombre de acción[68]. Por eso la Misa dominical debe ser bien preparada porque para muchos la conservación y la alimentación de la fe está ligada a la participación en tal celebración Eucarística. Además, no puede faltar en una parroquia del IVE la adoración eucarística.

 Un detalle importante y que a veces queda en el olvido, es esta exhortación que traen nuestras Constituciones: “De manera especial ténganse, según los lugares, abiertos los templos, y si hay peligros, búsquese prudentemente que haya algún tipo de vigilancia, pero salvo en circunstancias realmente graves e insolubles, que el Pueblo de Dios pueda acceder con comodidad a Jesús presente en el Sagrario”[69]. ¡Cuánta pena da ver templos sólo abiertos a la hora de la Misa y que casi ni se nota que están abiertos porque sólo le han quitado el seguro a la puerta, pero las puertas permanecen cerradas y debieran estar abiertas de par en par (para que la gente sepa que está abierta) y para peor adentro todo es lúgubre, oscuro, porque con la excusa de que se gasta mucho de luz sólo prenden algunos focos durante la celebración de la Misa!

Mencionamos, además, que la Instrucción Redempitionis Sacramentum precisa que “es un derecho de la comunidad de fieles que, sobre todo en la celebración dominical, haya una música sacra adecuada e idónea, según costumbre, y siempre el altar, los paramentos y los paños sagrados, según las normas, resplandezcan por su dignidad, nobleza y limpieza”[70]. Esto le dará a la Iglesia y al culto un atractivo que muy pronto se convertirá en aumento en la devoción del mismo cura y de sus fieles.

San Manuel González advierte además que “la falta de puntualidad en la santa Misa o de los cultos, es causa suficiente muchas veces para dejar desierta una iglesia… La hora fija de los actos parroquiales no solamente atrae fieles, sino que es hasta un buen ejemplo de orden y seriedad que se da para las familias cristianas”[71].

La catequesis, tanto de los niños como de los adultos. Debe tener prioridad entre los apostolados parroquiales, – de toda parroquia, no solo de la que es atendida por nosotros-. Pero a nosotros nos toca hacer este apostolado muy a conciencia también según el derecho propio, que dice claramente[72] que queremos dedicarnos “de manera especial… a la predicación de la Palabra de Dios… en todas sus formas. En el estudio y la enseñanza de la Sagrada Escritura… la Catequesis…[73], participando de la función profética de Cristo[74]. Por eso, “como Congregación debemos tener siempre presentes las palabras del Santo Padre a los religiosos: ‘Os exhorto de todo corazón a vosotros, que en virtud de la consagración religiosa debéis estar aún más disponibles para servir a la Iglesia, a prepararos lo mejor posible para la tarea catequética… ¡Que las comunidades dediquen el máximo de sus capacidades y de sus posibilidades a la obra específica de la catequesis!’”[75].

▪ La obra de los Ejercicios Espirituales: “La predicación de Ejercicios Espirituales ignacianos en nuestras parroquias es una característica propia del Instituto. Está comprobado el modo en que dichos Ejercicios potencian la vida parroquial por medio del fortalecimiento de la vida espiritual de los fieles. Todos los sacerdotes destinados a la pastoral parroquial deben sentir la realización de los Ejercicios como responsabilidad propia y colaborar en lo que les corresponda. Es conveniente que haya en toda parroquia una comisión de apoyo a la organización y coordinación de los Ejercicios”[76].

La variada realidad de nuestras parroquias hace quizás más difícil en algunos casos la predicación de los Ejercicios Espirituales, pero eso no significa que nuestros sacerdotes estén exentos de predicarlos, o que nuestros parroquianos no puedan hacerlos ya que con las diversas adaptaciones que están estipuladas[77] se pueden poner al alcance de todos para que “todos los fieles puedan gozar del beneficio que reporta la vida de oración”[78].

Por eso es de desear que en todas nuestras parroquias los párrocos no solo promuevan activamente los Ejercicios Espirituales, sino que se esfuercen por enviar gente de su parroquia a los Ejercicios que se organizan a nivel provincial, y que ellos mismos prediquen Ejercicios en sus parroquias o inviten a otros sacerdotes a hacerlo en aquellos días del año que es más fácil para los fieles asistir, haciéndolos accesibles a la mayor cantidad de gente posible. No debiera haber parroquia del IVE en que los catequistas, los matrimonios, los jóvenes, los miembros de la Tercera Orden no realicen Ejercicios anualmente. Después de la administración de los sacramentos, este debiera ser para el párroco un apostolado prioritario. Ya que, como establecen nuestras Constituciones, “el Instituto habrá de encarar la evangelización de la cultura a través de la santificación de las personas individuales, lo cual se hará, preferentemente, por la predicación de Ejercicios Espirituales según el método y espíritu de San Ignacio de Loyola, y, además, por la dirección espiritual”[79].

Las confesiones: “La máxima disponibilidad de los sacerdotes para la confesión debe ser algo propio de nuestras parroquias, procurando también que haya siempre durante la Santa Misa uno o más confesores”[80].  Asimismo, insiste en otro párrafo el Directorio de Parroquias que el “apostolado hacia los pecadores se ejercitará de modo particular en la administración del sacramento de la reconciliación, estando siempre disponibles en cualquier momento para oír confesiones, esforzándose en poseer la ciencia debida y actualizándose en cuestiones de moral y, sobre todo, a ejemplo de Cristo, mostrando entrañas de verdadera misericordia”[81].  Puede suceder que algunas de nuestras parroquias en ocasiones tengan solo un sacerdote lo cual dificulte la disponibilidad deseada, no obstante, el derecho propio hace la siguiente previsión a tener en cuenta: “Se ha de invitar también a otros sacerdotes ajenos a la parroquia para oír confesiones, y donde sea posible y conveniente, instálese un centro de confesiones permanente”[82].

El santo y experimentado obispo de Málaga afirmaba: “Un cura sentado en su confesonario desde antes que salga el sol, dispuesto a no cansarse ni aburrirse de la soledad, no tardará mucho tiempo en ver llegar samaritanas y samaritanos que vengan a pedirle el agua que salta hasta la vida eterna”[83]. Porque “un cura sentado en su confesonario desde muy temprano, aunque no tenga penitentes que confesar en toda la mañana, o hasta muy tarde, es siempre una dulce y avasalladora violencia sobre el Corazón de Jesús para que derrame gracias extraordinarias”[84]. Para tener en cuenta.

La predicación: “El párroco y los sacerdotes colaboradores procurarán que ‘la Palabra de Dios se anuncie en su integridad a quienes viven en la parroquia’[85] adoctrinando a los fieles laicos ‘en las verdades de la fe, sobre todo mediante la homilía’[86][87]. Por eso si bien el derecho canónico establece que “la homilía que ha de hacerse los domingos y fiestas de precepto”[88], también nuestros sacerdotes se esforzarán en hacer una predicación breve todos los días[89], la cual hay que preparar concienzudamente y en algunos casos hasta ensayar.

 La parroquia es centro de la instrucción religiosa, por tanto, el párroco tiene el grave deber de completar con el catecismo la instrucción religiosa recibida en la familia, de difundir la Palabra de Dios por las misiones populares, por la predicación ordinaria, por las pláticas que se dan a los distintos grupos de la parroquia, etc., tratando de que sus miembros den auténtico testimonio de Jesucristo, como miembros vivos y activos de su Cuerpo Místico, enseñándoles a ordenar según Dios su vida familiar y laboral, insertándose por sus actitudes participativas, misioneras, solidarias y ecuménicas con la Iglesia Universal[90].

San Manuel González da algunos avisos respecto de la predicación diaria que nos pueden ser útiles: “por predicación parroquial se entiende una predicación sencilla, sin gritos, ni patéticos golpes de efecto y, sobre todo, de diez minutos de duración. El tiempo y el uso quitan a la predicación del párroco el atractivo de la novedad y aburre o aparta a los fieles noveleros, es cierto. Pero también es cierto que lo que pierde en atractivo para éstos, lo gana en autoridad, prestigio y gusto para los buenos feligreses, sobre todo si es predicación breve y sentida. Lo breve evita el cansancio, lo sentido produce interés y estrecha vínculos. El cura que predica a diario no tiene que preocuparse por el peligro de ‘agotar la materia’ ya que todo lo más que repetirá serán los conceptos y éstos conviene que sean repetidos para que no se olviden y se lleven a la práctica”[91].

Al mismo tiempo, se espera que en nuestras parroquias se “fomentarán ‘las iniciativas con las que se promueva el espíritu evangélico, y todo lo que se refiere a la justicia social’”[92], con los pobres buscando aliviar su situación, impulsando una pastoral de la caridad[93]; y con los ricos fomentándoles el desapego, el sentido de la justicia, y la misericordia con los más débiles[94]. De nuestra parte, “se ejercerá la justicia en la visita de las casas, en la atención a los enfermos, en la afabilidad con los que vienen a la parroquia, en la paciencia con quienes no entienden en las cosas de Dios. Ésas serán nuestras armas”[95].

A su vez, se recomienda que, en todas nuestras parroquias, especialmente aquellas donde la fe está más arraigada, se incluya “la animación misionera como elemento primordial de pastoral ordinaria, tanto en asociaciones como en grupos, especialmente los juveniles”[96]; ya que “la parroquia debe engendrar fieles capaces de hacer germinar la semilla del Evangelio en el ambiente donde viven”[97]. Por eso el párroco y los demás sacerdotes de la comunidad, deberán esforzarse “con todos los medios posibles, también con la colaboración de los fieles, para que el mensaje evangélico llegue igualmente a quienes hayan dejado de practicar o no profesen la verdadera fe”[98]. A este propósito varias veces el Directorio de Parroquias nos recuerda la actualidad, excelencia y eficacia de las misiones populares.

Muchos otros apostolados propios podrían mencionarse aquí y que por falta de espacio no hemos de tratar. Prioritaria debe ser la atención de los enfermos, que es uno de los pilares de toda pastoral parroquial, pero como hablamos de nuestras parroquias, esta presentación quedaría incompleta si no mencionásemos estos últimos dos, aunque brevemente:

  Oratorio: “Todo superior procure que se organice un Oratorio festivo en su parroquia, colegio, casa y otras obras de su jurisdicción, considerando que esta obra es una de las más importantes de todas las que se le han confiado”[99]. Por tanto, el Oratorio festivo no debiera faltar en ninguna parroquia del IVE por más pequeña y pobre que sea. Sea nuestro anhelo el “que muchos, muchísimos niños y jóvenes frecuenten el Oratorio y lo amen; e incluso, que una obra como ésta se multiplique y pueda prosperar donde ya existe o surgir donde todavía no exista, junto a cada parroquia[100].

El Oratorio es además una fuente incipiente de vocaciones porque al ser escuela de servicio, donde se aprende a trabajar desinteresadamente para la comunidad, para los pequeños y los pobres, se transforma en un camino privilegiado para el nacimiento y el crecimiento de auténticas vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada y misionera, así como de sólidas vocaciones laicas, conyugales o no, basadas en la entrega de sí al servicio de los demás[101]. “Recuérdese que las vocaciones serán el signo de madurez de una parroquia[102], y que el trabajo vocacional debe convertirse en una prioridad pastoral[103], sabiendo fomentarlas con generosidad y desprendiéndose de ellas cuando deciden seguir más de cerca a Jesucristo”[104].

Tercera Orden: porque “la parroquia es un lugar privilegiado para la inserción y apostolado de la Tercera Orden”[105], en todas las parroquias del IVE, “se tratará de fomentar la institución y crecimiento de la Tercera Orden Secular de la Familia Religiosa del Verbo Encarnado, procurando –en la medida de las posibilidades– su incorporación o participación a la vida de la parroquia y de la comunidad religiosa local”[106].

Además, es más que deseable que en todas nuestras parroquias se conozca la obra que el Instituto realiza en el mundo, que sepan de nuestra devoción a la Virgen de Luján, de nuestro cuarto voto mariano, de nuestro amor y veneración por San Juan Pablo II, que se persuadan por nuestra conducta de los no negociables y que de a poco y según la composición de la parroquia, se vayan haciendo costumbre entre ellos nuestras “sanas tradiciones”. ¡Cuánto bien hace que siempre que se pueda los fieles de nuestras parroquias participen de las fiestas organizadas por la Familia Religiosa o que la parroquia misma sea la anfitriona de alguna de estas fiestas! ¡Qué gran empujón para la fe de los jóvenes y niños cuando participan de los campamentos, de las jornadas de los jóvenes, de los cursos para universitarios, organizados por la Familia Religiosa! Lo mismo se diga de cuando asisten a las ordenaciones, a las tomas de hábito. ¡Cuántas bendiciones atrae sobre nuestros parroquianos el que participen en misiones populares, en voluntariados en las obras del Instituto; que sean benefactores de nuestros misioneros o de los nuestros en casas de formación!

En fin, por gracia de Dios, en nuestro Instituto, tenemos oportunidades de sobra para promover e inculcar el carisma entre los fieles de nuestras parroquias y contribuir grandemente a enriquecer la Iglesia local. No poco depende del amor que el párroco tenga al Instituto y de su buena voluntad y magnificencia para hacer el bien a los demás[107].

***

Queremos terminar con la ardorosa consigna que San Manuel González les daba a sus sacerdotes:

“Amadísimos sacerdotes, los que os sentáis en las primeras sillas de la Catedral como los que pastoreáis la apartada aldea, recibid y guardad en vuestros corazones esta sola palabra que os doy como consigna para esta hora tan llena de confusiones que exaltan, como de pesimismos que acobardan y deprimen; en esta hora, no sé si de ocasos funerarios o de auroras misteriosas: Cumplid vuestro ministerio. En nombre de Jesucristo que os eligió y puso, de la madre Iglesia que os necesita, de la sociedad que al fin y a la postre os echará de menos, de las almas paralíticas que claman por el hombre que las haga andar, de los pequeñuelos que piden pan, de vuestros propios intereses, los espirituales y aun los terrenos… ¡Cumplid vuestro deber! ¡Todo el deber, el de justicia y el de caridad! Y después… ¡Esperad tranquilos!”[108].

“Seguid en vuestros puestos, aunque os rodeen la soledad y el silencio del abandono; que vuestra boca no deje de abrirse para hablar del Evangelio, aunque nadie os oiga, y que vuestras manos no dejen de extenderse para ofrecer con la una la Eucaristía que alimenta las almas, y con la otra el pedazo de pan de vuestra pobreza que sostiene el cuerpo, aunque no tropiecen con bocas ni manos que os lo reciban. Que vuestros pies no dejen de moverse para ir, como mandaba el Maestro, ir siempre, aunque las espinas siembren vuestro camino y ni unos ojos amigos crucen su mirada con los vuestros… Seguid en vuestros puestos, pase lo que pase; que por lo pronto vosotros dais gloria al Padre celestial que os envía; aminoráis y retardáis, sin duda alguna, el triunfo del mal, y dais ejemplo, el ejemplo de que tanto necesita el mundo en estos momentos, de que las batallas se ganan, no desertando del deber, sino cumpliéndolo”[109].

[1] Constituciones, 173.

[2] Por ejemplo en Ánjara (Jordania), en California, en Phoneix y en Emmitsburg (USA), en Roccavivara (Italia), en Neumarkt in der Oberpfalz (Alemania), en El Pueyo y en Valvanera (España).

[3] En Saintes (Francia), en Túnez, en Alepo (Siria), y en Bagdad (Irak).

[4] Constituciones, 182.

[5] Cf. Constituciones, 5; 254; 257.

[6] Directorio de Parroquias, 2.

[7] Constituciones, 173.

[8] Cf. Directorio de Parroquias, 33.

[9] Cf. Directorio de Evangelización de la Cultura, 243.

[10] Directorio de Parroquias, 2.

[11] Cf. CIC, can. 216.

[12] Carlos Buela, IVE, Mi Parroquia – Cristo Vecino, presentación, p. XVII.

[13] Discurso a la comunidad católica hispana en San Antonio, Texas (13/09/1987).

[14] Hch 2, 42.

[15] San Juan Pablo II, Discurso a la comunidad católica hispana en San Antonio, Texas (13/09/1987).

[16] Carlos Buela, IVE, Mi Parroquia – Cristo Vecino, presentación, p. XIV; op. cit. Congregación para el Clero, Instrucción «El presbítero, pastor y guía de la comunidad parroquial», 3.

[17] Carlos Buela, IVE, Mi Parroquia – Cristo Vecino, presentación, p. XIV.

[18] Directorio de Parroquias, Anexo, p. 57.

[19] Ibidem.

[20] Directorio de Parroquias, Anexo, p. 58.

[21] Cf. c. 578 del CIC.

[22] Constituciones, 174.

[23] Mc 10, 45.

[24] Directorio de Parroquias,119; op. cit. CIC, can. 529 § 1. Si no puede él personalmente ni con la ayuda de sus sacerdotes colaboradores, entonces proveerá haciendo instituir ministros extraordinarios de la Eucaristía entre sus mejores laicos, de tal modo que los enfermos de la parroquia puedan recibir semanalmente –e incluso más veces si así lo piden– el sacramento de la Eucaristía.

[25] Directorio de Parroquias, 111.

[26] Directorio de Parroquias, 131.

[27] Mt 12, 19-20.

[28] Cf. Directorio de Parroquias, 84.

[29] Cf. Directorio de Parroquias, 4.

[30] Directorio de Vida Consagrada, 98.

[31] Directorio de Espiritualidad, 108.

[32] Cf. Constituciones, 228.

[33] Directorio de Parroquias, 84.

[34] Ibidem.

[35] Directorio de Parroquias, 125.

[36] Directorio de Parroquias, 131.

[37] Obras completas, Lo que puede un cura hoy, p. 644.

[38] Ibidem.

[39] Cf. San Manuel González, Obras completas, Lo que puede un cura hoy, cap. 2, p. 649.

[40] A los sacerdotes y a los consagrados en Prato, Italia (19/03/1986).

[41] Directorio de Parroquias, 121.

[42] Citado por Carlos Buela, IVE, Sacerdotes para siempre, Parte I, cap. 5, p. 366.

[43] Cf. San Juan Pablo II, Al clero, a los religiosos y religiosas en Seúl (05/05/1984).

[44] Cf. Directorio de Vida Consagrada, 270.

[45] Constituciones, 160.

[46] Cf. Directorio de Misiones Ad Gentes, 165.

[47] Rm 10, 17.

[48] Cf. Directorio de Espiritualidad, 115.

[49] Carlos Buela, IVE, Sacerdotes para siempre, Parte II, cap. 3, p. 572.

[50] Cf. Carlos Buela, IVE, Sacerdotes para siempre, Parte I, cap. 5, p. 369.

[51] Obras completas, Lo que puede un cura hoy, p. 646.

[52] Cf. Jn 1, 4-5.

[53] Cf. Directorio de Misiones Ad Gentes, 13.

[54] Directorio de Parroquias, 121.

[55] Cf. Directorio de Parroquias, Anexo, p. 57.

[56] Directorio de Parroquias, Anexo, nota al pie n. 2: “Los religiosos reverencien siempre con devota delicadeza a los obispos, como sucesores de los Apóstoles. Además, siempre que sean legítimamente llamados a las obras de apostolado, deben cumplir su encomienda de forma que sean auxiliares dispuestos y subordinados a los obispos. Más aún, los religiosos deben secundar pronta y fielmente los ruegos y los deseos de los obispos, para recibir cometidos más amplios en relación al ministerio de la salvación humana, salvo el carácter del Instituto y conforme a las Constituciones, que, si es necesario, han de acomodarse a este fin, teniendo en cuenta los principios de este decreto del Concilio. Sobre todo, atendiendo a las necesidades urgentes de las almas y la escasez del clero diocesano, los Institutos religiosos no dedicados a la mera contemplación pueden ser llamados por el obispo para que ayuden en los varios ministerios pastorales, teniendo en cuenta, sin embargo, la índole propia de cada Instituto. Para prestar esta ayuda, los Superiores han de estar dispuestos, según sus posibilidades, para recibir también el encargo parroquial, incluso temporalmente” (Concilio Vaticano II, Decreto Christus Dominus, 35; énfasis nuestro).

[57] Directorio de Parroquias, Anexo, pp. 56-57; op. cit. Velasio de Paolis, La vita consacrata nella Chiesa, Bologna 1992, p. 334.

[58] Constituciones, 181.

[59] Constituciones, 158.

[60] Ibidem.

[61] Cf. Directorio de Parroquias, 59.

[62] Directorio de Parroquias, 58.

[63] Directorio de Parroquias, 54.

[64] Directorio de Parroquias, 56.

[65] Directorio de Parroquias, 89.

[66] Cf. Directorio de Parroquias, 55.

[67] Recuérdese que debe ser nuestro intento el buscar llegar a la mayor cantidad posible de fieles. Cf. Directorio de Parroquias, nota al pie 91.

[68] San Alberto Hurtado, La búsqueda de Dios. Conferencias, artículos y discursos, Eds. Universidad Católica de Chile, Santiago de Chile 2005, pp. 48-49.

[69] Constituciones, 158.

[70] Redempitionis Sacramentum, 57.

[71] San Manuel González, Obras completas, Lo que puede un cura hoy, cap. 5, p. 665.

[72] Directorio de Catequesis, 2-3. Se vea todo el Directorio.

[73] Cf. Directorio de Espiritualidad, 227: “La Iglesia es Jesucristo continuado, difundido y comunicado; es como la prolongación de la Encarnación redentora, al continuar la triple función profética, sacerdotal y real”.

[74] Constituciones, 16.

[75] Cf. San Juan Pablo II, Exhortación apostólica Catechesi Tradendae, 65.

[76] Directorio de Parroquias, 86.

[77] En las misiones populares; Ejercicios abiertos o públicos, en iglesias o parroquias; Ejercicios predicados en retiro, o intensivos; repeticiones que escalonadas podrían llegar a ser propiamente Ejercicios de primera semana o incluso más; días de retiro, etc.  

[78] Directorio de Ejercicios Espirituales, 4.

[79] Cf. Constituciones, 171.

[80] Directorio de Parroquias, 87.

[81] Directorio de Parroquias, 135.

[82] Directorio de Parroquias, 87.

[83] San Manuel González, Obras completas, Lo que puede un cura hoy, cap. 5, p. 667.

[84] San Manuel González, Obras completas, Aunque todos… yo no, p. 13.

[85] CIC, can. 528 § 1.

[86] Ibidem.

[87] Directorio de Parroquias, 88.

[88] CIC, can. 528

[89] Directorio de Parroquias, pie de página 55.

[90] Cf. Carlos Buela, IVE, Mi Parroquia – Cristo Vecino, presentación, p. XVIII.

[91] Cf. San Manuel González, Obras completas, Lo que puede un cura hoy, cap. 5, pp. 667-668.

[92] Directorio de Parroquias, 99.

[93] Cf. Directorio de Parroquias, 110.

[94] Directorio de Parroquias, 109.

[95] Directorio de Parroquias, 84.

[96] Directorio de Misiones Ad Gentes, 158.

[97] Directorio de Parroquias, 89.

[98] Directorio de Parroquias, 88.

[99] Directorio de Oratorios, 6.

[100] Cf. Directorio de Oratorios, 8.

[101] Cf. Directorio de Oratorios, 7.

[102] Cf. Directorio de Vocaciones, 82.

[103] Cf. Directorio de Vocaciones, 77.

[104] Directorio de Parroquias, 104.

[105] Directorio de Parroquias, 2.

[106] Directorio de Parroquias, 77.

[107] Cf. Directorio de Parroquias, Anexo, p. 59.

[108] Cf. San Manuel González, Obras completas, Artes para ser apóstol como Dios manda, cap. 5, p. 1534.

[109] Cf. Ibidem, pp. 1532-1533.

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