[Exordio] ¡Que alegría y que bendición poder estar en el seminario menor más numeroso del Instituto! ¡Cuánto quería estar aquí! Muchas gracias por la invitación. En verdad es un gran consuelo.
Cuando pensaba de qué hablarles en estas buenas noches, qué mensaje les quiero dejar, enseguida se me vino a la mente esa frase del Directorio de Seminarios Menores que dice así: “Todo cristiano debe ser alegre; para el niño [o para el joven] particularmente, esto es su vida”[1]. Y me pareció muy importante destacarlo porque no solo es uno de los elementos no negociables del Instituto, es decir que nos debe caracterizar a todos, sino que especialmente se debe destacar en los seminaristas menores.
Esta alegría[2] que debe ser distintiva de los menores, viene aparejada al ambiente de familia que debe reinar en esta casa[3]. Lo dice el derecho propio explícitamente: “otra característica de esta casa ha de ser la alegría juvenil”[4].
Muchos aquí, quizás habrán escuchado o leído como san Juan Bosco saludaba a sus jóvenes diciéndoles: “Estad alegres”. Esa es la consigna para todos los seminaristas menores del Instituto. Pero aclaremos que no se trata de cualquier alegría, no es la alegría eufórica de haber ganado un partido (aunque eso también nos pone contentos, claro), ni es la ‘alegría’ de que a uno lo eligieron para algo lindo y al otro no, eso ni se puede llamar alegría.
Sin embargo, hay ciertas características o manifestaciones concretas de cómo debe ser esta alegría.
1. Un afectuoso y alegre clima de familia
La primera nota de la alegría dice así: la vida en el “Seminario menor debe desenvolverse en un afectuoso y alegre clima de familia: el seminarista aprende a amar a sus compañeros como verdaderos hermanos y a sus Superiores como verdaderos padres”[5]. Es decir, esta alegría de la que estamos hablando nace de la caridad, de la caridad con los demás seminaristas, de la caridad con los superiores, con el bedel… Siempre el sentirse amado trae alegría. Por eso de la misma manera en que a cada uno de nosotros nos gusta experimentar que somos queridos y apreciados por los otros, nosotros tenemos que querer y apreciar a los demás. Esto no es un internado. Esta es la casa donde viven los más pequeños de nuestra Familia Religiosa y, por lo tanto, debe reinar el espíritu de familia, esto quiere decir que debe haber familiaridad de unos con otros, y como en toda familia este es una casa donde nos conocemos bien –con nuestras virtudes y defectos– y aun así nos queremos y nos queremos mucho, nos tenemos confianza y sabemos apreciar y valorar los dones, los esfuerzos de los demás y también sabemos aceptar sus correcciones, sus miserias… Y porque somos una familia, nos cuidamos los unos a los otros, nos respetamos y evitamos por todos los medios hacer daño al compañero como puede suceder, por ejemplo, cuando criticamos sin piedad al otro seminarista, o lo dejamos de lado, o no queremos compartir con algunos o los ridiculizamos cruelmente… Eso daña el espíritu de familia y, si actuamos así le estamos abriendo las puertas a la tristeza. ¿Me entienden?
Ustedes tienen que ser promotores de la alegría, queriendo a los superiores como a sus padres –y por lo tanto hablar con ellos con toda confianza–, y querer a los demás seminaristas menores como a sus hermanos: defendiéndolos, cuidándolos, ayudándolos en todo lo que puedan, siendo un apoyo para ellos. Y al mismo tiempo que nos esforzamos por ser causa de alegría para los demás, hay que evitar ser uno la causa de tristeza para otros: que ‘nadie sea disturbado o entristecido en la casa de Dios’”[6] , decía San Benito. Lo mismo les digo yo. Por eso si queremos que haya alegría en nuestra casa, lo primero es que haya caridad. Si esto falta, por más que tengamos la casa más linda, comamos helados todos los viernes y nos saquemos las notas más altas, no vamos a estar contentos.
2. Una alegría espiritual
Otra característica muy importante de esta alegría es que se trata de una alegría espiritual. San Tarcisio murió mártir por Jesús, es decir, sacrificó su vida por consolar a Jesús, no es que se la pasaba jugando, o de paseo y cantando canciones. Porque esta alegría está radicada ante todo en un profundo sentido de fe en el que domina y sobresale siempre la presencia del Señor como alguien que ama y salva[7]. Cristo es nuestro Amigo, que solo quiere nuestro bien y, de hecho, el máximo bien posible ¡cómo no llenarnos de alegría!
Esto no quiere decir que no vayamos a tener contratiempos, dificultades, sufrimientos, tentaciones o penas… sino que como nuestra alegría es sobrenatural (está apoyada y sujeta en Dios) todos esos sufrimientos y penas se sobrellevan con una sonrisa o casi diría que con olvido de que son penas o sacrificios. Porque como Dios es nuestro Padre, sabemos que Él tiene cuidado de todas nuestras cosas y por eso, no solo como seminaristas sino como simples cristianos, debemos “alegrarnos siempre y en todo”[8]. Al mismo tiempo hay que saber huir, como de una tentación serpentina, de todo lo que atente contra la alegría: el desaliento por las dificultades –sean estas las que fueren: en el estudio, en la oración, en la convivencia con los otros seminaristas–, el entretener pensamientos acerca de lo que hemos dejado, las preocupaciones por la familia y cualquier otra cosa que les haga estar menos contentos, porque eso no es de Dios. Y si alguna vez les pasa que les vienen pensamientos de tristeza o están preocupados o experimentan algún dolor o pena, hay que saber abrir el alma al director espiritual o al padre rector con toda confianza, porque todos necesitamos ayuda en la lucha…
Un ejemplo muy lindo de esta alegría espiritual nos lo da el mártir San José Sánchez del Rio, que es el patrono de nuestro Seminario Menor en Estados Unidos. Cuando lo tomaron prisionero y sabiendo que lo iban a matar escribió una carta a su madre que dice así:
“Mi querida mamá:
Fui hecho prisionero en combate en este día. Creo que en los momentos actuales voy a morir, pero nada importa, mamá. Resígnate a la voluntad de Dios; yo muero muy contento, porque muero en las filas de nuestro Dios. No te preocupes por mi muerte, que es lo que me mortifica.
Antes diles a mis otros dos hermanos que sigan el ejemplo de su hermano el más chico, y tú haz la voluntad de Dios. Ten valor y mándame la bendición juntamente con la de mi padre. Salúdame a todos por última vez y tú recibe por último el corazón de tu hijo que tanto te quiere y verte antes de morir deseaba.
José Sánchez del Río.”
Noten Ustedes la alegría sobrenatural y espiritual en las palabras de este mártir que ¡tenía apenas 14 años! Yo muero muy contento… La sociedad tecnológica en la que viven muchos jóvenes ha multiplicado, quizás las ocasiones de placer, de confort, pero encuentra muy difícil engendrar alegría ¿Se han dado cuenta? Y eso es porque la verdadera alegría es espiritual.
3. Cultivar y promover la alegría
Por último, el derecho propio muy paternalmente también nos invita a cultivar y promover la alegría. Y para eso aquí en el Seminario Menor, ¡tienen oportunidades miles! En la eutrapelia, en los juegos, en las competiciones, en los juegos florales, en los conviviums, en las fiestas de los santos, en las fiestas de la Familia Religiosa… todo eso no sólo tiene que hacerse, sino que tiene que enfervorizarnos en la alegría.
Yo me acuerdo cuando era bedel en el seminario menor en Argentina que yo veía a los seminaristas menores los fines de semana que se levantaban con más energía que nunca y era porque esos días podían jugar al futbol; uno los veía y le daba la sensación de que tenían más ganas de jugar que de vivir. Y después estaban cansadísimos, pero felices y muchas veces si durante la semana había habido algún roce o desacuerdo entre seminaristas, en el juego se olvidaban de todo y eran los mejores compañeros de equipo. Y esa alegría de jugar y de saltar y gritar por un juego les quedaba empapada en el alma y les servía de motivación para hacer frente a la lucha diaria en la escuela, en el servicio, y en todo lo que tenían que hacer, para hacerlo con ánimo magnánimo y generosidad. Creo que se la pasaban esperando el fin de semana para volver a experimentar ese gozo y recargar las pilas de alegría que les duraba toda la semana.
También es ocasión para alegrarse las noticias de la Familia Religiosa en el mundo. Ahora tenemos los videos de la ‘aventura misionera’ que salen semanalmente y es siempre motivo de alegría el ver todo lo bueno que están haciendo los demás miembros en otras partes del mundo.
“Todo debe contribuir a la alegría”[9] dice el Directorio de Seminarios Menores. Si estudio, si trabajo, si estoy en el servicio, si soy monaguillo, si hacemos juntos alguna salida… todo debe contribuir a que reine la alegría no sólo en mi alma o en mi comunidad sino en nuestra querida Familia Religiosa y en la Iglesia misma. Así es como se alegra Cristo, viéndonos que nos esforzamos por ser alegres, por cultivar alegría haciendo el bien a los demás, cumpliendo su santísima Voluntad.
Dicen que Santa María Mazzarello se interesaba tanto y tan continuamente por la alegría de las chicas que a imitación de Don Bosco siempre les preguntaba: “¿Estás contenta?” Y es que ella consideraba la alegría de sus hijas como prueba principal de su santidad[10]. Si sus hijas estaban contentas, entonces ella estaba haciendo las cosas bien. La misma regla se aplica a nosotros.
Por eso, también a quienes tienen como apostolado principal el trabajo en la formación de los Seminaristas Menores se les pide esta alegría. Ya que si los súbditos perciben la abnegación y verdadera alegría en sus formadores se van a sentir movidos a imitarlos. Pero también hay que decir que es responsabilidad de los formadores crear el ambiente para que se viva la fiesta y la alegría, sin temer hacer gastos para todo lo que contribuya al festejo[11]. ¡Que los chicos estén siempre contentos! Esa será también nuestra alegría.
[Peroratio] Con el canto a la Virgen, que es la Causa de nuestra alegría, le pedimos que acreciente nuestra alegría, a través de la práctica concreta de la caridad y de nuestra unión con Cristo. Y al mismo tiempo, demos gracias a Dios por las hermosas vocaciones de seminaristas menores con que ha bendecido al Instituto en este querido país. Y yo especialmente le pido a la Virgen que los cuide siempre y se consuele en verlos siempre alegres.
¡Que Dios los bendiga!
[1] Directorio de Seminarios Menores, 87.
[2] Directorio de Seminarios Menores, 10.
[3] Cf. Directorio de Seminarios Menores, 5. 10.
[4] Directorio de Seminarios Menores, 10.
[5] Directorio de Seminarios Menores, 5.
[6] Directorio de Seminarios Menores, 86.
[7] San Juan Pablo II, A las Hijas de María Auxiliadora en Roma, 12 de diciembre de 1981.
[8] Cf. Directorio de Espiritualidad, 205.
[9] 102.
[10] Cf. San Juan Pablo II, A las Hijas de María Auxiliadora en Roma, 12 de diciembre de 1981.
[11] Directorio de Seminarios Menores, 101.