Obras de Misericordia

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Las obras de misericordia

 

En una sociedad en la que la ciencia y la tecnología avanzan vertiginosamente, y no obstante el desarrollo social e industrial que permea grandes sectores de la sociedad, aún perduran la pobreza, el dolor, la enfermedad, el sufrimiento físico y moral, la falta de sentido y la soledad, engendrando así nuevos pobres; el Instituto todo, cual otra prolongación de la Encarnación del Verbo[1],  quiere dar “testimonio de que el mundo no puede ser transformado ni ofrecido a Dios sin el espíritu de las bienaventuranzas”[2].  

“A imitación del Verbo Encarnado, el Misionero del Padre, enviado a los pobres”[3] nuestro Instituto quiere “continuar revelando a los hombres el amor misericordioso de Dios para con el género humano, y seguir encarnándolo mediante todo tipo de obras de beneficencia y aliviar con ello muchos de los males que aquejan al hombre actual”[4], porque entendemos que “amar a Dios manifestándolo en el amor concreto a los hermanos, es el único medio posible de amar a Dios, según nos lo enseñó el mismo Jesucristo”[5].

Así entonces, y conforme al maravilloso carisma que nos ha sido legado de “enseñorear para Jesucristo todo lo auténticamente humano”[6], las obras de caridad se vuelven para cada uno de los miembros del Instituto un medio aptisímo y eficaz de evangelización. Por eso y porque la caridad de Cristo nos urge[7], lo nuestro es “privilegiar la atención de pobres, enfermos y necesitados de todo tipo practicando concretamente la caridad, como testimonio”[8]. En este sentido las obras de misericordia –corporales y espirituales–, y de entre todas ellas sobre todo las que nos ponen en contacto directo con personas discapacitadas, se convierten en uno de los elementos no negociables adjuntos al carisma del Instituto y queremos que así lo sigan siendo siempre. Porque ese “sigue siendo el camino real para la evangelización”[9]. De hecho, tan convencidos estamos de ello que consideramos a los miembros que se dedican a las obras de misericordia, junto con los mismos beneficiarios de dichas obras, como “piezas claves del empeño apostólico de nuestro Instituto”[10].

Por este motivo, dentro la gran variedad de apostolados que pueda abrazar nuestro Instituto, es nuestra decisión firme y acabada el “reservar un lugar preferencial a la labor caritativa, ya que es un componente esencial de la misión evangelizadora de la Iglesia y un elemento imprescindible para la evangelización de la cultura”[11].

Más aun, las obras de misericordia “están en el corazón del Instituto”[12]:

  • Porque tienen un insustituible valor testimonial en toda cultura y circunstancia. En efecto, en aquellos países donde la proclamación explícita del Evangelio está prohibida y la única forma de hacerlo es a través del testimonio silencioso de los religiosos, las obras de misericordia pueden llegar a ser el único medio de evangelización.
  • Pero también porque en aquellos países donde se puede predicar con la palabra, las obras de misericordia nos permiten corroborar con obras lo que se anuncia[13]. Ya que muchas personas, aunque estén condicionadas por los múltiples atractivos de una sociedad a menudo opulenta e inclinada al egoísmo, es más sensible que nunca a los gestos de amor desinteresado, como lo testimonian incansablemente las personas que visitan o son atendidas en los numerosos hogarcitos que atienden nuestros religiosos.
  • Porque las obras de caridad permiten a los religiosos y, por ende, a todo el Instituto, manifestar la predilección de Jesucristo por los pobres y pequeños, de manera tal que la experiencia del trabajo con los pobres, con los niños abandonados por sus padres, con los ancianos no autosuficientes, con los enfermos terminales y sin asistencia, con los jóvenes adictos, etc., se vuelve una escuela de vida de fe para los religiosos. Con ellos y en las casas del Instituto dedicadas específicamente a su atención, se experimenta de manera palpable la presencia y acción de la Providencia Divina, en lo material y principalmente en lo espiritual.
  • Además este apostolado es fuente pródiga de vocaciones. Porque Dios infinitamente providente siempre ha de enviar quienes se ocupen de sus pobres y más necesitados, si se los atiende como Él quiere[14].

Conscientes de ello, y sabiendo que “el sacerdote es el hombre de la caridad”[15] el Instituto se esfuerza por cultivar en sus candidatos “un amor preferencial por los pobres, en los que de modo especial Cristo se halla presente[16], y un amor misericordioso y lleno de compasión por los pecadores”[17]. Porque es eso lo que en verdad nos permite ser testigos creíbles del amor de Cristo[18].

Lo nuestro es ser como el Buen Samaritano que se detiene junto al sufrimiento de otro hombre, quienquiera que sea, y ser compasivos; no sólo cuando es emocionalmente reconfortante o conveniente, sino también cuando es exigente e inconveniente[19]

El Verbo Encarnado nos lo dijo: pobres habrá siempre entre vosotros[20]. Por tanto, las obras de caridad siempre serán necesarias. Y dentro del Cuerpo Místico de Cristo, nosotros, los miembros del Instituto del Verbo Encarnado queremos destacarnos por la caridad exquisita y extensiva con la que buscamos transformar el mundo según el espíritu de las bienaventuranzas, siendo en el mundo lo que fue Cristo: “el rostro de la misericordia del Padre”[21].

[1] Cf. Directorio de Obras de Misericordia, 15.

[2] Constituciones, 1; op. cit. Lumen Gentium, 31.

[3] San Juan Pablo II, Al capítulo general de la Congregación de la Misión (Lazaristas o Paúles) (30/06/1986).

[4] Directorio de Obras de Misericordia, 15.

[5] Ibidem.

[6] Constituciones, 31.

[7] 2 Co 5,14.

[8] Cf. Constituciones, 174.

[9] Directorio de Evangelización de la Cultura, 157; op. cit. Benedicto XVI, Discurso a los obispos, sacerdotes y fieles laicos participantes en la IV asamblea eclesial nacional Italiana, Feria de Verona (19/10/2006).

[10] Constituciones, 194.

[11] Cf. Directorio de Evangelización de la Cultura, 156.

[12] Notas del VII Capítulo General, 106.

[13] Cf. Directorio de Obras de Misericordia, 70.

[14] Cf. Ibidem.

[15] Constituciones, 206; op. cit. Pastores Dabo Vobis, 49.

[16] Cf. Mt 25,40.

[17] Directorio de Seminarios Mayores, 238.

[18] Cf. Directorio de Obras de Misericordia, 8; op. cit. San Juan Pablo II, Mensaje para la XI Jornada mundial del enfermo (11/02/2003).

[19] Cf. San Juan Pablo II, Homilía para los fieles de la Provincia Eclesiástica de Los Ángeles, USA (15/09/1987). [Traducido del inglés]

[20] Mt 26,11

[21] Misericordiae Vultus, 1.

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