Hace 1950 años, la tierra de Roma fundada por Rómulo y Remo sería testigo del paso de dos nuevos fundadores, el apóstol de la llave y el apóstol de la espada, quienes siguiendo el mandato de su maestro con su testimonio total se convertirán en las columnas de la Ciudad de Dios entre los hombres.
San Pedro, por una parte, fue el Pescador a quien nuestro señor dijo ‘No temas; desde ahora serás pescador de hombres’ (cf. Lc 5, 5-6, 10)
San Pedro fue el Testigo que presenció la Transfiguración del Señor, su Agonía en el Huerto, y su Resurrección.
San Pedro fue el Predicador de la Verdadera Libertad quien en su carta enseñaba “Procedan como hombres verdaderamente libres, obedeciendo a Dios, y no como quienes hacen de la libertad una excusa para su malicia” (1 Pe 2:16)
San Pedro fue el Taumaturgo al que acudían multitudes para que, al pasar, siquiera su sombra cubriese a alguno de ellos y todos eran curados. (cf. Hech 5, 14-16).
San Pedro fue en fin el Papa, el Vicario de Cristo en la tierra, porque el mismo Cristo dijo: Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia (Mt 16,18).
San Pablo, por su parte, fue el Apóstol de las Gentes quien de muy buena gana se gastó y desgastó por las almas. (cf. 2 Cor 12,15).
San Pablo fue el Viajero incansable, realizando tres viajes misionales y cinco visitas a Jerusalén.
San Pablo fue el Perseguido enseñando que estamos “perseguidos, pero no desamparados; abatidos, pero no destruidos (2 Cor 4,7).
San Pablo fue el Formador quien instruía a los Romanos diciendo “No os conforméis a este mundo, sino transformaos por la renovación de la mente” (Rom 12,2)
San Pablo fue en fin el Misionero quien enseñó con su vida que “La caridad de Cristo nos urge” (2 Cor 5,14)
Un día como hoy, ambos daban a Cristo el testimonio supremo de amor: San Pedro derramando su sangre al morir crucificado cabeza abajo y San Pablo muriendo decapitado. San Agustín dirá: “El merecimiento hizo igual la pasión, y la caridad hizo que coincidieran en el día. Así lo hizo en ellos quien en ellos estaba y en ellos y con ellos padecía, quien ayuda a los combatientes y corona a los vencedores”[1]
Por eso aún hoy, después de 1950 años, es nuestro ideal el ser fieles a su glorioso legado.
Porque amar al Verbo Encarnado es amar a su Sucesor y a su Iglesia “fundada sobre los Apóstoles y perpetuada por la sucesión apostólica”[2], siendo “nuestro lema ‘con Pedro y bajo Pedro’”[3].
Porque estamos convencidos de que: “Allí donde está Pedro, allí está la Iglesia”[4], y con ímpetu amoroso, como Pedro lo hemos dejado todo[5] y hemos de ir por el mundo proclamando con él mismo: Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo (Mt 16,16) y no hay bajo el cielo otro nombre por el cual podamos salvarnos (Hch 4,10)[6].
Porque buscamos formarnos con un espíritu romano, el espíritu de la Ciudad Eterna de los Apóstoles Pedro y Pablo, lo cual “significa ser testigos, día a día, de la tradición viva de la fe, tal como es proclamada por la Sede de Pedro”[7]
Porque a imitación de los Apóstoles que obedientes al mandato de Cristo Id y enseñad a todas a todas las gentes…, enseñándoles a observar todo cuanto yo os he mandado, es nuestro deseo emprender con gozo y valentía la aventura misionera anunciando a todos los hombres que Jesucristo ha venido a seros, de parte de Dios, sabiduría, justicia, santificación y redención (1Co 1,30)[8]. Y quiere ser nuestro el gemido del Apóstol: ¡ay de mi si no predicara el Evangelio! (1 Cor 9,16).
Porque así lo hicieron los Apóstoles, según las palabras de San Pablo a los Corintios: “todo nuestro trabajo misionero y apostólico se fundamenta en la convicción de que es necesario que El reine (1 Cor 15,25)”[9]. Por eso “no queremos ‘dejar de intentar nada para que el amor de Cristo tenga el primado supremo en la Iglesia y en la sociedad’”[10].
Porque hoy, las palabras del Apóstol de los Gentiles: Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la Verdad (1 Tim 2,4) siguen siendo para nosotros la regla y el fundamento de toda nuestra actividad misionera[11]
Porque inspirados en el gran Formador de Apóstoles que fue San Pablo, nosotros queremos “imitar lo más perfectamente posible a Jesucristo; queremos esforzarnos fervorosa y decididamente por tener los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús… (Flp 2,5), de tal manera que seamos el buen olor de Cristo (2 Cor 2,15), embajadores de Cristo (2 Cor 5,20) … del misterio del Evangelio (Ef 6,19), carta de Cristo (2 Cor 3,3), revestidos de Cristo (Gal 3,27), firmemente convencidos de que estamos predestinados a ser conformes a la imagen de su Hijo (Rom 8,29), haciéndonos semejantes a Él (cf. Flp 3,10), y configurándonos con Él (cf. Flp 3,10). […]Hasta poder decir, con toda verdad, junto al Apóstol, Sed imitadores míos, como yo lo soy de Cristo (1 Cor 11,1), y ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí (Gal 2,20)”[12].
Porque hoy al igual que en los tiempos apostólicos, nuestros misioneros en los cinco continentes han de repetir con Pedro a otros tantos: No tengo plata ni oro; pero lo que tengo, te doy y en nombre de Jesucristo, dedicarse afanosamente a las obras de misericordia.
Porque hoy siguiendo el consejo de San Pablo: Perseverad siempre en la oración, vigilando en ella con acción de gracias (Col 4,2) nuestros monjes con sus sacrificios y oraciones han de ser “imanes de la gracia de Dios”[13].
Porque hoy, después de 1950 años de que Pedro y Pablo dieran su máximo testimonio de pertenencia a Cristo por el derramamiento de su sangre, hemos de estar también dispuestos, por lealtad a Dios, al martirio[14] y con el mismo Apóstol hemos de decir: para mí la vida es Cristo y la muerte una ganancia (Flp 1,21)[15].
Porque hoy, desde Oriente y Occidente, en los cinco continentes, los religiosos del Verbo Encarnado deseamos seguir marchando alegres en la esperanza (Rom 12,12)[16] y con intrépido ardor decimos: ¡Posumus! ya que sabemos a quienes nos hemos confiado (cf. 2 Tim 1,12)[17] y con el Apóstol exclamamos: todo lo puedo en aquel que me conforta (Flp 4,13). Por eso hemos de avanzar sin temor con la firme convicción de que todas las cosas se disponen para el bien de los que aman a Dios (Rom 8,28).
Porque la pasión de los bienaventurados apóstoles Pedro y Pablo ha hecho sagrado este día para nosotros. Siguiendo sus ejemplos: “Amemos la fe, la vida, los trabajos, los sufrimientos, la confesión y predicación de la fe. Hagamos que nuestro camino transcurra ante la mirada del Señor. Camino que era estrecho, escarpado y lleno de zarzas, pero el paso de tantos otros lo ha hecho suave. Porque el mismo Señor fue el primero en pasar por él; pasaron también los intrépidos apóstoles… y con ellos aquel que dijo: Sin mí nada podéis hacer. (Cf. San Agustín, Sermón 295, 8)
A la Reina de los Apóstoles, nos encomendamos para que Ella haga de nosotros:
- “apóstoles auténticos a quienes el Señor de los ejércitos dé la palabra y la fuerza necesarias para realizar maravillas y ganar gloriosos despojos sobre sus enemigos.
- Apóstoles que tengan las alas plateadas de la paloma, para volar con la pura intención de la gloria de Dios y de la salvación de los hombres adonde nos llame el Espíritu Santo.
- Apóstoles que sólo dejen en pos de sí, en los lugares donde prediquen, el oro de la caridad, que es el cumplimiento de toda la ley (cf. Rom 13,10).
- Apóstoles que lleven en la boca la espada de dos filos de la palabra de Dios (Heb 4,12); sobre sus hombros, el estandarte ensangrentado de la cruz; en la mano derecha, el crucifijo; el rosario en la izquierda; los sagrados nombres de Jesús y de María en el corazón, y en toda su conducta la modestia y mortificación de Jesucristo”[18].
- Apóstoles en definitiva que puedan, por el poder de la gracia divina, imitar y realizar en sus vidas el glorioso ejemplo y la indeleble enseñanza de los Santos Apóstoles Patronos de Roma
Santos Pedro y Pablo, rogad por nosotros y por el mundo entero.
[1] San Agustín, Sermón 299A
[2] Constituciones, 279.
[3] Constituciones, 211.
[4] Directorio de la Rama Oriental, 103; op. cit. San Ambrosio, Enarr. In Psalmos, XL, 30.
[5] Directorio de Vida Consagrada, 77; op. cit. Mc 10, 28.
[6] Directorio de Misiones Populares, 12.
[7] Constituciones, 265.
[8] Directorio de Misiones Populares, 50.
[9] Directorio de Espiritualidad, 225.
[10] Directorio de Espiritualidad, 58; op. cit. San Juan Pablo II, Alocución a los Obispos de la Conferencia Episcopal Toscana (14/09/1980), 5; OR (21/09/1980), 17.
[11] Directorio de Misiones Populares, 10.
[12] Cf. Directorio de Espiritualidad, 44.
[13] Directorio de Espiritualidad, 93.
[14] Directorio de Espiritualidad, 36.
[15] Directorio de Espiritualidad, 172.
[16] Directorio de Espiritualidad,206.
[17] Directorio de Espiritualidad, 221.
[18] Cf. San Luis María Grignon de Montfort, Tratado de la Verdadera Devoción, 58-59.