Nudo de relaciones
Recordando el pensamiento de nuestro Fundador
Durante la Novena de la Anunciación
En el sexto día de la novena en el que pedimos específicamente por nuestra fe en el sacerdocio de Cristo recordamos lo que el P. Buela escribió en su libro “Sacerdotes para siempre”.
Nudo de relaciones
El sacerdocio es, esencialmente, comunión. Por eso el sacerdocio es un nudo de relaciones. Nudo que son lazos que se estrechan y cierran de modo que es casi imposible que se puedan soltar, y cuanto más se los tironea, más se los aprieta. Un nudo de múltiples y multiformes relaciones. De ahí que el vivir el sacerdocio como misterio de comunión, es algo nunca alcanzado en total perfección. […]
Relación con el Verbo Encarnado
Segunda Persona de la Santísima Trinidad hecha hombre: con todos los misterios de su vida, Pasión, Muerte y Resurrección. Con lo que hizo y enseñó. De manera particular con la Eucaristía, como sacramento sacrificial y como sacrificio sacramental.
Raíz sacramental
«Mediante la ordenación sacramental hecha por medio de la imposición de las manos y de la oración consagratoria del obispo, se determina en el presbítero “un vínculo ontológico específico, que une al sacerdote con Cristo, Sumo Sacerdote y Buen Pastor”.
La identidad del sacerdote, entonces, deriva de la participación específica en el sacerdocio de Cristo, por lo que el ordenado se transforma en la Iglesia y para la Iglesia, en imagen real, viva y transparente de Cristo Sacerdote: “una representación sacramental de Jesucristo Cabeza y Pastor”. Por medio de la consagración, el sacerdote “recibe como don un poder espiritual, que es participación de la autoridad con que Jesús, mediante su Espíritu, guía a la Iglesia”.
Esta identificación sacramental con el Sumo y Eterno Sacerdote inserta específicamente al presbítero en el misterio Trinitario y, a través del misterio de Cristo, en la comunión ministerial de la Iglesia para servir al Pueblo de Dios».
Identidad específica
«La dimensión cristológica −al igual que la trinitaria− surge directamente del sacramento, que configura ontológicamente con Cristo Sacerdote, Maestro, Santificador y Pastor de su Pueblo.
A aquellos fieles, que −permaneciendo injertados en el sacerdocio común− son elegidos y constituidos en el sacerdocio ministerial, les es dada una participación indeleble al mismo y único sacerdocio de Cristo, en la dimensión pública de la mediación y de la autoridad, en lo que se refiere a la santificación, a la enseñanza y a la guía de todo el pueblo de Dios. De este modo, si por un lado, el sacerdocio común de los fieles y el sacerdocio ministerial o jerárquico están ordenados necesariamente el uno al otro −pues uno y otro, cada uno a su modo, participan del único sacerdocio de Cristo−, por otra parte, ambos difieren esencialmente entre sí46.
En este sentido, la identidad del sacerdote es nueva respecto a la de todos los cristianos que, mediante el Bautismo, participan, en conjunto, del único sacerdocio de Cristo y están llamados a darle testimonio en toda la tierra47. La especificidad del sacerdocio ministerial se sitúa frente a la necesidad, que tienen todos los fieles de adherir a la mediación y al señorío de Cristo, visibles por el ejercicio del sacerdocio ministerial.
En su peculiar identidad cristológica, el sacerdote ha de tener conciencia de que su vida es un misterio insertado totalmente en el misterio de Cristo de un modo nuevo y específico, y esto lo compromete totalmente en la actividad pastoral y lo gratifica».
Relación con la Virgen
«Existe una “relación esencial… entre la Madre de Jesús y el sacerdocio de los ministros del Hijo”, que deriva de la relación que hay entre la divina maternidad de María y el sacerdocio de Cristo.
En dicha relación está radicada la espiritualidad mariana de todo presbítero. La espiritualidad sacerdotal no puede considerarse completa sino toma seriamente en consideración el testamento de Cristo crucificado, que quiso confiar Su Madre al discípulo predilecto y, a través de él, a todos los sacerdotes, que han sido llamados a continuar Su obra de redención.
Como a Juan al pie de la Cruz, así es confiada María a cada presbítero, como Madre de modo especial.
Los sacerdotes, que se cuentan entre los discípulos más amados por Jesús crucificado y resucitado, deben acoger en su vida a María como a su Madre: será Ella, por tanto, objeto de sus continuas atenciones y de sus oraciones. La Siempre Virgen es para los sacerdotes la Madre, que los conduce a Cristo, a la vez que los hace amar auténticamente a la Iglesia y los guía al Reino de los Cielos.
Todo presbítero sabe que María, por ser Madre, es la formadora eminente de su sacerdocio: ya que Ella es quien sabe modelar el corazón sacerdotal; la Virgen, pues, sabe y quiere proteger a los sacerdotes de los peligros, cansancios y desánimos: Ella vela, con solicitud materna, para que el presbítero pueda crecer en sabiduría, edad y gracia delante de Dios y de los hombres.
No serán hijos devotos, quienes no sepan imitar las virtudes de la Madre. El presbítero, por tanto, ha de mirar a María si quiere ser un ministro humilde, obediente y casto, que pueda dar testimonio de caridad a través de la donación total al Señor y a la Iglesia.
Obra maestra del Sacrificio sacerdotal de Cristo, la Virgen representa a la Iglesia del modo más puro, sin mancha ni arruga, totalmente santa e inmaculada (cf. Ef 5,27). La contemplación de la Santísima Virgen pone siempre ante la mirada del presbítero el ideal al que ha de tender en el ministerio en favor de la propia comunidad, para que también esta última sea Iglesia totalmente gloriosa mediante el don sacerdotal de la propia vida».
El amor a María se manifiesta visiblemente en el rezo del Santo Rosario. […]
Que María Inmaculada nos alcance la gracia de ser fieles al misterio de comunión que representamos.