El ejemplo religioso de San Juan de la Cruz

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Fiesta de la Presentación del Señor

 

[Exordio] San Juan Pablo II decía que si bien es cierto que Dios nos ha llamado individualmente a cada uno, no nos ha llamado a estar solos, sino a formar parte de una familia. Hoy, en la fiesta de la Presentación del Señor, tenemos una vez más la dicha de celebrar la gracia enorme e inmerecida de ser religiosos en una familia que es nuestra familia religiosa del Verbo Encarnado. Aquí es donde Dios nos ha llamado para obrar en despojarnos de todo lo que no es Dios para amarle y pertenecerle exclusivamente a Él[1], según una hermosa expresión de San Juan de la Cruz en la Subida al Monte Carmelo citada en nuestras Constituciones.

En este día y en esta fiesta, yo quisiera proponer a la consideración unos puntos del gran Místico Doctor de Fontiveros sobre la vida religiosa, recordando que el derecho propio nos propone la doctrina de San Juan de la Cruz como sobresaliente a la hora de formar “hombres virtuosos”[2].  

1. San Juan de la Cruz, religioso

Del total de 49 años que vivió fray Juan de la Cruz (1542-1591), 28 años fue religioso (a la edad de muchos de nosotros él ya había culminado su obra y misión en esta tierra). De esos 28 años, 23 fue carmelita descalzo[3] ejerciendo la mayor parte de esos años cargos de autoridad en su Orden. Estando en Segovia, siendo Definidor General decía algo muy interesante que quizás muchos podemos repetir sin la exageración del santo, decía: “cuando me acuerdo de los disparates que he hecho siendo prelado [superior], me salen colores al rostro”[4].

Como estuvo en los inicios de la Reforma del Carmen le tocó levantar conventos, padecer la pobreza de los inicios, revisar las Constituciones, llevar a cabo varias fundaciones, ser superior y ejercer al mismo tiempo muchos apostolados y estudiar, estar presente en los primeros Capítulos –ordinario y extraordinario– de los Descalzos, y sufrir en carne propia las dificultades de su Orden. Con todo el bagaje de gracias que eso significa.

El Verbo Encarnado lo eligió a él como a una de las “primeras piedras”, y una primera piedra del todo especial, ya que sobre “esta piedra” Nuestro Señor planeó que construir el edificio de la reforma carmelita. Por eso debemos decir que Juan de la Cruz fue no sólo un receptor privilegiado del carisma teresiano, sino un gran trasmisor. Es más, fue un exponente inigualado y enriquecedor de ese mismo espíritu que recibió al rebasar ampliamente la letra de la regla, al punto que fue considerado por sus súbditos como “ejemplo de todas las virtudes que en el estado religioso se profesan”[5]. (¡Vaya halago!)

Sin ir más lejos, otro de los religiosos hablando de su ejemplo “raro y grande”, decía que “vivió el santo padre con grande perfección de vida, y con la misma perfección grande se vivía en los conventos que tenía y tuvo a su cargo”[6]. Su secreto estaba en esto: “el prelado más bien había de enseñar con obras que con palabras”[7]. Porque como él mismo escribió en la Llama: “Cual fuere el maestro, tal será el discípulo, y cual el padre, tal el hijo”[8]. Así es que entonces, fray Juan de la Cruz se determinó como muy pocos en poner por obra aquel mismo aviso que daba a un religioso: tenga “constancia en obrar las cosas de su Religión y de la obediencia, sin ningún respeto de mundo, sino solamente por Dios”[9].

2. Algunos puntos sobre el entendimiento de la vida religiosa en San Juan de la Cruz

¿Como entendía san Juan de la Cruz la consagración religiosa? Quisiera señalar algunos puntos sobre un estudio hecho por el padre Vicente Rodríguez, quizás el más grande conocedor de la vida y de la obra del Santo en la actualidad, que se titula “San Juan de la Cruz y su estilo de hacer comunidad”. Son seis y son los siguientes.

  1. Lo esencial que el santo tenía siempre en consideración, se puede encontrar en una carta a una de las monjas de Beas a quien le dice insistentemente: “no es suya, sino de Dios[10]. Esa es, en primer lugar y de manera sucinta su idea: ser religioso es pertenecerle a Dios por completo. Por eso más adelante explicita en esa misma carta: “de tal manera quiere Dios que el religioso sea religioso, que haya acabado con todo y que todo se haya acabado para él; porque él mismo es el que quiere ser su riqueza, consuelo y gloria deleitable”[11].
  1. Característica para lograr este aspecto esencial es la determinación constante. En sus escritos se ve muchas veces una insistencia en esto, como también sucede en Santa Teresa y es bueno tenerlo en cuenta. A la vida religiosa hemos venido urgidos –dice el santo– “de santos deseos y motivos de dejar el mundo y mudar de vida o estilo y servir a Dios”[12], “a caminar imitando al modelo que es Cristo”[13]. Y para esto se requiere, una “perfecta osadía y determinación en las obras [que] pocos espirituales alcanzan; porque, aunque algunos tratan y usan este trato, y aun se tienen algunos por los de muy allá [es decir, por muy avanzados], nunca se acaban de perder en algunos puntos, o de mundo o de naturaleza, para hacer las obras perfectas y desnudas por Cristo, no mirando a lo que dirán o qué parecerá. […] Todavía tienen vergüenza de confesar a Cristo por la obra delante de los hombres; [y] teniendo respeto a cosas, no viven en Cristo de veras”[14].
  1. Una característica particular de vivir su pertenencia a Dios está dada por lo que algunos sanjuanistas consideran “los cuatro medios” para unirse a Dios. En los Avisos que da a uno si “quisiere ser verdadero religioso y cumplir con el estado que tiene prometido a Dios”[15] San Juan de la Cruz recomienda: la resignación, la mortificación, el ejercicio de virtudes, la soledad corporal y espiritual; como medios “para que no pueda el corazón ser detenido por cosa humana”[16]. Es por medio de la práctica de estos “cuatro medios” o “vías”, enseña San Juan de la Cruz, donde se logra la perfección del estado religioso que se identifica con la verdadera libertad, “la libertad dichosa y deseada de todos”[17], como escribe en su Noche oscura.
  1. El amor a su Instituto y a su regla. El mismo que escribía a un religioso: “En ninguna manera quiera saber cosa, sino sólo cómo servirá más a Dios y guardará mejor las cosas de su instituto”[18]; fue el mismo que cada viernes leía o hacia leer la regla cumplimentando lo que mandaban sus Constituciones pero rebasándola con toda amplitud con la abundancia y altura de las instrucciones que daba a sus religiosos. Y así, lo que Juan de la Cruz enseña en sus libros acerca del modo de vivir y perfeccionarse en la vida religiosa, él mismo lo encarnó y animó desde su puesto y acción de superior.
  1. Dos grandes virtudes se destacan en la vida religiosa de San Juan de la Cruz como fundamento sobre las que edificó la caridad y estas son: la obediencia y la humildad.

– La devoción a la obediencia, la que recomienda principalmente en relación al oficio encomendado a modo de examen. Enseñando que es en el oficio dado donde mejor se manifiesta la voluntad de Dios. Con gran vigor les inculcaba a sus religiosos: “No deje de hacer el oficio que tiene, y cualquiera otro que la obediencia le mandare, con toda la solicitud posible y que fuere necesaria, sino que de tal manera lo haga que nada se le pegue en él de culpa, porque esto no lo quiere Dios ni la obediencia”[19].

– La humildad, dice él, debe ser la virtud actual y por otro lado dice también es la virtud viril. Cuando comenzó a declinar su estrella en aquel Capítulo de Valladolid en que se vio envuelto en crueles calumnias y se quedó sin oficio y se marchó al desierto de La Peñuela escribió: “Andar a perder y que todos nos ganen es de ánimos valerosos, de pechos generosos”[20] porque el “señorío y libertad temporal, delante de Dios ni es reino ni es libertad”[21].

  1. Finalmente, no se puede vivir bien la vida religiosa sin poseer una auténtica libertad de espíritu. Y así, aunque exigía gran fidelidad a la regla al mismo tiempo no se ataba nunca a la letra. Hay muchos ejemplos de esto.

Cuentan sus biógrafos que San Juan de la Cruz era un poco el alma de todo en su comunidad, y ésta funcionaba al son y al aire de su superior. Sin embargo, aún siendo muy observante llama la atención la libertad de espíritu de este hombre frente a lo prescripto. El p. Vicente pone un ejemplo acerca de la oración en común. Las Constituciones de Gracián decían “será la oración en el coro estando todos juntos”. Unas Constituciones más tardías, aprobadas incluso por el mismo Juan de la Cruz prescriben hasta las oraciones que se habían de decir. Viniendo de San Juan de la Cruz uno creería que las habría observado al pie de la letra con una escrupulosidad ejemplar. Sin embargo, dicen los testigos que “se le veía buscar con solicitud lugares secretos y acomodados para la contemplación”[22] y así a la oración de prima de la noche y en la oración por la mañana se salía afuera de la capilla, y a veces, hacía que sus religiosos hicieran lo mismo para rezar. Con lo cual fray Juan salva lo de la oración en común, pero interpreta ampliamente lo del lugar donde habría que hacerla. ¿Por qué? Porque advertía que no hay que ser como esos muchos que “cegándose de la bajeza de la letra y no entendiendo el espíritu y verdad de ella, quitaron la vida a su Dios y Señor”[23].

De ejemplos como este hay muchos en la vida del santo: por ejemplo, cambió los horarios de oración para que pudiesen él y sus frailes atender más confesiones; se comió una reprimenda del provincial porque decía que no visitaba seglares y que le convenía hacerlo para conseguir limosnas, lo hizo una vez y ya no volvió más porque decía que perdía tiempo y que más le valía rezar para que Dios proveyese lo necesario (y de hecho así fue siempre); otra vez lo criticaron porque sus frailes comían carne, a él no le importó, porque sus súbditos decían que tenían necesidad de ello y por eso era justo que él les creyese y se las diera, y así otros muchos ejemplos más…

[Peroratio] De nuestra parte, debemos persuadirnos de lo que dicen nuestro Directorio de Espiritualidad: que nuestra consagración como religiosos nos “empuja a exigencias irresistibles de sacrificio por amor a Cristo lo cual es al mismo tiempo un acto de fe integral y de entrega total, con la decisión formal de no pactar, no transigir, no capitular, no negociar, no conceder, ni hacer componendas con el espíritu del mundo”[24].

Por eso, a pesar de nuestras miserias y pecados y al hecho irrefutable de que pasan los años y parece que cada vez nos falta más, podemos pedir hoy a Nuestro Señor que nos conceda la preciosa gracia de ser buenos religiosos, sin desanimarnos por nuestras faltas, miserias e inconstancias, convencidos de que Dios nos la concederá. Quizás podemos hacerlo con esa hermosa oración que compuso el mismo Juan de la Cruz y que dice así:

¡Señor Dios, amado mío! Si todavía te acuerdas de mis pecados para no hacer lo que te ando pidiendo,
haz en ellos, Dios mío, tu voluntad, que es lo que yo más quiero,
y ejercita tu bondad y misericordia y serás conocido en ellos.

Y si es que esperas a mis obras para por ese medio concederme mi ruego,
dámelas tú y óbramelas, y las penas que tú quisieras aceptar, y hágase.

Y si a las obras mías no esperas, ¿qué esperas, clementísimo Señor mío? ¿Por qué te tardas?
Porque si, en fin, ha de ser gracia y misericordia la que en tu Hijo te pido,
toma mi cornadillo, pues le quieres, y dame este bien, pues que tú también lo quieres.
 

[¿Quién se podrá librar de los modos y términos bajos
si no le levantas tú a ti en pureza de amor, Dios mío?

¿Cómo se levantará a ti el hombre, engendrado y criado en bajezas,
si no le levantas tú, Señor, con la mano que le hiciste?
] 

No me quitarás, Dios mío, lo que una vez me diste en tu único Hijo Jesucristo,
pues en Él me diste todo lo que quiero.
Por eso me holgaré que no te tardarás si yo espero.

[1] Libro 2, cap. 5, 7. Citado en nuestras Constituciones, 68.

[2] Constituciones, 212.

[3] Inició la renovación del Carmelo entre los frailes en noviembre de 1568 en Duruelo (Ávila).

[4] BMC, 14, 284: declara Lucas de San José.

[5] José Vicente Rodríguez, OCD, Juan de la Cruz y su estilo de hacer comunidad; op. cit. Biblioteca Mística Carmelitana, 22, 296: declara Juan de Santa Ana.

[6] BMC, 14, 301: declara Martín de San José.

[7] BMC, 22, 296: declara a Juan de Santa Ana.

[8] Llama de amor viva B, canción 3, 30.

[9] Avisos a un religioso, 5.

[10] Epistolario, Carta 9, A la M. Leonor Bautista, OCD, en Beas Granada, 8 febrero 1588.

[11] Ibidem.

[12] Llama de amor viva B, canción 3, 62.  

[13] Santa Edith Stein, La Ciencia de la Cruz, Parte II, pág. 100.

[14] Cf. Cántico Espiritual B, Canción 29, 8.

[15] Avisos a un religioso, 1.

[16] Dichos de luz y amor, 143. Frase que citan explícitamente nuestras Constituciones, 62.

[17] Libro 2, cap. 22, 1.

[18] Avisos a un religioso, 9.

[19] Ibidem.

[20] Dichos de luz y amor, 136.

[21] Cf. Subida al Monte, Libro 2, cap. 19, 8.

[22] José Vicente Rodríguez, OCD, Juan de la Cruz y su estilo de hacer comunidad; op. cit. Ms. Vaticano 2867, fol. 50r.

[23] Subida al Monte, Libro 2, cap. 19, 8.

[24] Cf. Directorio de Espiritualidad, 118.

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