San José Valientísimo

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Homilía predicada con ocasión del 35.º aniversario de la fundación de las SSVM

 

[Exordio] Nos encontramos hoy aquí, al resguardo del Inmaculado Corazón de María, para celebrar la hermosa fiesta de San José, su Castísimo Esposo; ocasión que se torna todavía más festiva al celebrar también en 35.º aniversario de la fundación de nuestras hermanas las Servidoras del Señor y de la Virgen de Matará.

De entre los muchos títulos con que invocamos a San José, padre adoptivo del Verbo Encarnado, se hallan los títulos de Custodio del Redentor, Servidor de Cristo, Ministro de la salvación, Apoyo en las dificultades, Patrono de los exiliados, Patrono de los afligidos, Patrono de los pobres (que son los títulos letánicos agregados por el Papa Francisco en mayo de 2021). Cada uno de ellos revela de algún modo, una ‘misión’ de este gran Santo. Sin embargo, hay otros títulos que nos revelan la heroicidad de sus virtudes justamente para que lo imitemos y para que lo invoquemos cuando nosotros mismos estemos en necesidad de practicar esa virtud. Así entonces, tenemos la invocación letánica que honra a San José llamándole: José, justísimo; José, castísimo; José, prudentísimo; José, valientísimo; José, fidelísimo.

En esta homilía −si me permiten− quisiera invitarlos a reflexionar sobre el título de José, valentísimo.

Hombres y mujeres fuertes

 

El texto latino de las letanías a San José usas la expresión de Joseph fortisimo, la cual hace referencia a la fortaleza física que habría tenido el joven esposo de la Virgen María. Imagínese ustedes que caminó a pie desde Israel a Egipto. Pero no solo a eso se refiere el título de Joseph fortisimo sino más bien a la dimensión espiritual que este título evoca, a la virtud cardinal de la fortaleza sobre la cual se apoya la valentía.

La traducción de esta letanía como José valientísimo nos lleva a la raíz de la palabra que es valens lo cual significa fuerte, robusto, el que no tiene miedo. Valiente es el que ama más el bien que teme el mal y el sufrimiento.

Cuando uno piensa en un hombre fuerte, en un hombre valiente, puede ser que a alguien se le venga a la memoria un soldado que defiende la patria exponiéndose al peligro en medio de una guerra. Y, sí, ese soldado es valiente. Pero, también es cierto, como nos lo demuestra el gran Patriarca San José, de que también en tiempo de paz necesitamos fortaleza.

De hecho, un gran testimonio de fortaleza o de valentía nos lo ofrece quien expone la propia vida por salvar a alguno que está a punto de ahogarse, por ejemplo, o un bombero que no duda en ponerse él mismo a las llamas para rescatar una persona o los hombres que prestan su ayuda en las calamidades naturales, como hemos visto en la televisión durante el terremoto en Siria y en Irak.

En verdad, son muchos los ejemplos de valentía que se dan aun en la cotidianeidad de nuestras vidas. Pienso, por ejemplo, en una mujer, madre de familia ya numerosa, a la que muchos “aconsejan” que elimine la vida nueva concebida en su seno y se someta a una “operación” para interrumpir la maternidad; y ella responde con firmeza: “¡no!”. Claro que ella se da cuenta de toda la dificultad que este “no” significa: dificultad para ella, para su marido, para toda la familia; y, sin embargo, responde: “no”. Pero el bebé que lleva en su seno es algo demasiado grande, demasiado “sacro”, como para ceder ante semejantes presiones. Otro ejemplo, puede ser el de aquel hombre al que se le promete la libertad y hasta una buena carrera y mejor salario aun, a condición de que reniegue de sus principios o apruebe algo contra su honradez hacia los demás. Y también éste contesta “no”, incluso a pesar de las amenazas de una parte y los halagos de otra ¡Ese es un hombre valiente!

Según la doctrina de Santo Tomás, la virtud cardinal de la fortaleza es la que está de base para la práctica de la valentía. Y ésta se encuentra en el hombre:

– que está dispuesto a afrontar los peligros;

– que está dispuesto a soportar las adversidades por una causa justa, por la verdad, por la justicia, por la fidelidad a la palabra dada, etcétera.

Por eso la valentía requiere siempre una cierta superación de la debilidad humana y, sobre todo, del miedo. Porque nosotros, por naturaleza, tememos espontáneamente el peligro, los disgustos y sufrimientos, lo desconocido.

Para ser hombres y mujeres verdaderamente valientes hay que “superarse” a sí mismo, superar nuestras propias limitaciones aun corriendo el “riesgo” de encontrarse en una situación difícil, desconocida, implica además no temer asumir el riesgo de ser mal visto, el riesgo de exponerse a consecuencias desagradables, a injurias, a degradaciones, a pérdidas materiales y tal vez hasta ponerse en riesgo de ir a la cárcel o de sufrir persecuciones despiadadas. Para alcanzar tal fortaleza, tal valentía, el hombre/la mujer debe estar sostenido por un gran amor a la verdad y al bien a que se entrega. Porque como bien decía San Juan Pablo II, “la virtud de la fortaleza camina al mismo paso que la capacidad de sacrificarse1.

Y para quienes somos religiosos de nuestra querida Familia Religiosa del Verbo Encarnado esto es muy importante y nos recuerda aquella línea del Directorio de Espiritualidad que dice: “Esta es la idea clamorosa: sacrificarse”2. Que es lo mismo que decir: ¡sean valientes! ¡sean fuertes!

El ejemplo de valentía de San José

 

Veamos entonces el ejemplo de valentía de San José.

San José no solo fue fuerte o valiente, sino que lo fue en grado heroico y superlativo: fortísimo, valientísimo. ¿Por qué? Porque San José no solo fue valiente o fuerte en determinadas ocasiones las cuales conocemos de los pasajes su vida relatada en los Evangelios sino que también en esa parte de su vida que no conocemos llevó una vida heroica a lo largo de muchos años, con decisión −costare lo que costare−, con coraje para la lucha, con mucha constancia y aguante para llevar el esfuerzo hasta el fin sin abandonar las armas en medio del combate3. Era el hombre del duc in altum, porque fue un hombre llamado “a realizar grandes obras, empresas extraordinarias”4.

Por ejemplo: San José se mostró siempre fuerte en el dominio de sí mismo, viviendo una vida de castidad singular y mostrando gran fidelidad en el cumplimiento de sus promesas. Siendo joven el justo José pidió la mano de la Virgen María a sus padres Santa Ana y San Joaquín para casarse con Ella y ya esto, hoy en día, puede considerarse un acto de valentía, porque su deseo era de amar a su esposa para siempre y deseaba hacerlo bien delante de Dios y de los hombres. Cuando luego Ella resultó embarazada San José sufrió gran incertidumbre, pero no retrocedió y eligió de nuevo amar a la Madre de Jesús y más aun, animado por una verdadera pureza de corazón recibió a la Virgen María en su casa.

“Tuvo la valentía de asumir la paternidad legal de Jesús, a quien dio el nombre que le reveló el ángel: Tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados56.

Al poco tiempo los esposos tuvieron que viajar a Belén con toda la inseguridad de no tener un lugar donde quedarse en esta ciudad y estando muy cerca de la hora del parto. Sin embargo, San José llevó sus preocupaciones solo, las guardaba en su corazón con el deseo de no inquietar a la Madre.

Pero, creo yo, que el episodio donde más destaca la valentía de San José fue cuando tuvieron que partir hacia Egipto. Como Ustedes saben fue en medio de la noche cuando que José recibió del ángel la orden de partir para proteger al Niño Jesús de Herodes. Podemos imaginarnos a José despertar a la Virgen en medio de la noche para comunicarle la noticia… Santa Catalina Emmerick en su libro cuenta que “luego [de darle el aviso a María] José entró en una cuadra (establo) donde tenía el asno y pasó a una habitación donde había diversos objetos y arregló todo para la pronta partida. Por su parte, María, se levantó y se vistió para el viaje”. “Para aquellas santas personas la voluntad de Dios era lo primero”, continua Santa Catalina relatando, y aunque “estaban muy afectados y afligidos, no se dejaron llevar por la tristeza y dispusieron lo necesario para el viaje. María no tomó casi nada de lo que habían traído de Belén”. Imaginemos lo doloroso de la despedida entre los Santos Esposos y los padres de la Virgen con quienes vivían, pues no sabían si se volverían a ver.

Era aun de noche cuando se marcharon. Dicen que la Virgen envolvió al Niño para protegerlo del frío con su manto y comenzaron a caminar, era un camino largo, incierto, les aparecían serpientes, animales feroces, hasta ladrones… sufrían toda clase de privaciones, padecían sed −de hecho a veces tenían que mendigar agua−, padecían gran fatiga y estaban tristes. También alguna vez se perdieron porque tenían que tomar los senderos apartados y evitar los poblados y las posadas públicas porque iban huyendo. Dice Santa Catalina Emmerick que “María estaba muy afligida y lloraba”. Y sin embargo, de la mano de San José valientísimo, siguieron adelante.

Imagínense lo que fue para la Sagrada Familia establecerse en un país completamente desconocido, desprovisto de todo socorro humano. Cuentan que se fueron a vivir en las ruinas de un edificio al cual José le añadió una estructura de madera. Allí la Virgen cosía y tejía mientras San José afuera en el patio trabajaba la madera con las pocas herramientas que había podido llevar. Pasaban muchas humillaciones y muchos trabajos entre gente desconocida, pagana, con una cultura y tradiciones totalmente ajenas a las suyas.

Cuánta paciencia y serenidad de espíritu mostró San José frente a todas las tristezas y adversidades que les asediaban al verse perseguido de los poderosos, desconocido de todos, sin recursos humanos, en una vida tan llena de privaciones y amenazados por la amargura de peligro de aquellos dos seres tan queridos. Cuántas veces San José habrá sentido que la tarea lo superaba cuando trataba de cumplir lo mejor posible su rol de padre nutricio del Hijo del Padre Celestial.

¡Y luego tuvo que volver a Nazareth! Y hacer el mismo camino. Y ya “de regreso en su tierra, vivió de manera oculta en el pequeño y desconocido pueblo de Nazaret, en Galilea −de donde, se decía: No sale ningún profeta y no puede salir nada bueno7−, lejos de Belén, su ciudad de origen, y de Jerusalén, donde estaba el templo”8. No obstante allí, en ese lugar insignificante a los ojos del mundo, perseveró en el cuidado amoroso de su amadísima Esposa y de su Hijo, el Verbo Encarnado. Cuántas veces en la intimidad de la familia habrán conversado acerca de la Pasión porque reconocían que se había cumplido en ellos el nacimiento del Emanuel, el Dios con nosotros profetizado por Isaías, y anticipaban en la fe el cumplimento anunciado acerca del Siervo Sufriente, el Varón de Dolores. No obstante, podemos decir que de San José, aprendió Jesús la valentía para enfrentar su hora, la hora de la Pasión.

Cuántas muertes sufrió el corazón del padre adoptivo de Jesús pensando en los sufrimientos que le esperaban al Hijo que le fue confiado. Y allí en la íntima familiaridad y en la serenidad de la vida oculta en Nazaret, el Custodio del Redentor renovaba cotidianamente su sí al Señor, viviendo solo “para Jesús y para María”9 y haciendo todo “por Jesús y por María”10.

Pensemos en la aflicción que habrá atravesado el corazón de San José cuando el Niño se le perdió durante la peregrinación a Jerusalén. Imaginemos la pena de este padre tan protector de su familia.

Sin embargo, en todas situaciones adversas y difíciles, el carpintero de Nazaret sabía transformar el problema en una oportunidad, anteponiendo siempre la confianza en la Providencia. “José no era un hombre que se resignaba pasivamente. Fue un protagonista valiente y fuerte”11, tenía una “valentía creativa”, como señala el Papa Francisco.

“Esta valentía creativa surge especialmente cuando encontramos dificultades. De hecho, cuando nos enfrentamos a un problema podemos detenernos y bajar los brazos, o podemos ingeniárnoslas de alguna manera. A veces las dificultades son precisamente las que sacan a relucir recursos en cada uno de nosotros que ni siquiera pensábamos tener. […] Si a veces pareciera que Dios no nos ayuda, no significa que nos haya abandonado, sino que confía en nosotros, en lo que podemos planear, inventar, encontrar”12.

[Peroratio] De San José aprendemos entonces que el auténtico valiente no se presenta de una manera presuntuosa, no levanta la voz ni grita para humillar a los demás, no tiene una mirada altiva ni se presenta con la actitud altiva de un ‘ganador’ sino que sabe dominar su carácter, no se engrandece, más bien evita de imponerse a los demás. San Juan de la Cruz, decia que “andar a perder y que todos nos ganen es de ánimos valerosos, de pechos generosos”13. El verdaderamente valiente que sabe navegar mar adentro sabe también reconocer en humildad que su fuerza viene de la gracia de Dios y, a ejemplo de San José, “tiene constantemente el alma pronta para todo lo que Dios disponga”14, sin reservas, sin condiciones, solo para complacer a Jesús y a la Virgen Santísima aun cuando esto signifique un continuo morir a sí mismo para que Dios sea amado y servido.

San José fue prudente en tomar sus decisiones mas nunca retrocedió sobre sus pasos porque donde discernía la voluntad de Dios allí iba sin demora y con confianza guardando todo en su castísimo corazón. Fue el amor inmenso que ahí guardaba por el Verbo Encarnado y su Santísima Madre el que le dio la fuerza para sobrellevar valerosamente las “situaciones más difíciles”15 y vivir en “condiciones más adversas”.

En fin, San José valientísimo nos enseña que sin amor no se puede ser verdaderamente valiente. Pidamos hoy que su poderosa intercesión nos conceda un amor más fuerte para aprender a ser como él valientísimo.

1 Audiencia General (22/11/1978).

2 146.

3 Antonio Royo Marín, Teología de la perfección cristiana, p. 589.

4 Directorio de Espiritualidad, 216.

5 Mt 1,21.

6 Patris Corde.

7 Cf. Jn 7,52; 1,46.

8 Patris Corde.

9 Constituciones, 47.

10 Ibidem.

11 Cf. Patris Corde.

12 Ibidem.

13 Otros avisos recogidos por la ed. De Gerona, 15.

14 Constituciones, 74.

15 Constituciones, 30.

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