Mañana de Pascua

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Mañana de Pascua 2019

Jn 20: 1-9

  [Exordio] Queridos Hermanos en Cristo, solamente una vez en la historia del mundo se puso una guardia de soldados ante la tumba de un hombre muerto. Solamente una vez en los anales del tiempo ha sido escrito que se hizo rodar una piedra ante el sepulcro para prevenir que se escapara un cuerpo, y eso fue un Viernes Santo.

Y sin embargo aquí, con toda seriedad, después que el Hombre ha sido abofeteado, coronado de espinas, flagelado hasta el punto que su carne colgaba de Él como cintas escarlatas, [después que lo han] hecho cargar con un pesado madero (el cual había sido tallado por miembros de su misma profesión) y que lo forzaron a arrastrarlo por las calles de la ciudad para subir a una colina, y luego fue colgado en el madero con clavos por tres horas, atravesado con una lanza hasta que salieron sangre y agua, encontrado muerto y luego enterrado con el peso sofocante de cien libras de especies aromáticas; después de todo esto, los sumos sacerdotes y los fariseos fueron al gobernador romano y le pidieron autorización para sellar la piedra y colocar una guardia.

Estas precauciones parecen incluso humorísticas dadas las circunstancias. Sin embargo, lo que priva a la escena de esa nota de tontería es que sus enemigos estaban realmente temerosos de que Él resucitaría. El pedido de la custodia hasta “el tercer día” hacía más referencia a las palabras de Cristo acerca de su Resurrección que al temor de que los Apóstoles robaran el cuerpo y simularan su ‘Resurrección’. Los enemigos de Cristo esperaban su Resurrección.

Los fariseos llamaron a Cristo un impostor y sin embargo temían que no lo fuera; le pidieron que se bajara de la Cruz y estaban medio temerosos de que de hecho lo haría; ridiculizaban su profecía de que resucitaría al tercer día, pero sellaron la puerta de su tumba porque temían que de hecho resucitaría; se reían de Él burlándose cuando dijo que ningún otro signo le sería dada a esa generación incrédula más que el signo de Jonás y sin embargo pidieron que los soldados romanos custodiaran la ballena de la tierra, no vaya a ser que se saque de encima su peso y lo deje en las costas de la eternidad.

[Los enemigos de Cristo] estaban seguros de que había sido enterrado y sin embargo no estaban seguros de que su vida hubiese sido llevada; estaban ciertos de que Él estaba en su tumba pero inciertos de que pudieran mantenerlo allí. ¡Qué mezcla tan rara de creencia e incredulidad! No tenían nada más que temer pero no iban a arriesgarse; se habían deshecho de su Presencia pero temían que pudiese caminar de nuevo; estaba muerto y sin embargo podía vivir.

Esta inusual mezcla de escepticismo y fe es la prueba seria de que cuando los hombres se rebelan contra la Divinidad, la gente experimenta ese sentimiento incómodo de que de alguna manera Dios todavía podría estar en el mundo. Siempre van a estar ciertos de que han matado a Cristo y sin embargo van a custodiar su tumba. Mientras celebran su arrolladora victoria todavía tienen los ojos en sus enemigos porque cuando Dios es el enemigo, los hombres nunca pueden estar seguros de que han ganado el día.

Sus miedos se justifican. La Resurrección era un hecho. Él dijo que se levantaría nuevamente. Resurrexit sicut dixit! Pero ¿cómo? ¿Al sonido de trompetas? ¿Andando con pasos invisibles que se escabullen ante la guardia romana? ¡No! Al punto de la más oscura sombra y en el más profundo de los silencios de repente vieron una figura, porque un ángel del Señor bajó del cielo, y llegándose rodó la piedra, y se sentó encima de ella. Su rostro brillaba como el relámpago, y su vestido era blanco como la nieve. Y de miedo a él, temblaron los guardias y quedaron como muertos. (Mt 28,2-4)

Los soldados habrían sido valientes en medio de la conmoción de una batalla pero cuando el ángel apareció temblaron los guardias y quedaron como muertos. (Mt 28,4). Entonces el ángel volviéndose a las mujeres que veían todo esto mejor que valientes soldados, les dijo: «No teman, yo sé que ustedes buscan a Jesús, el Crucificado. No está aquí, porque ha resucitado como lo había dicho. Vengan a ver el lugar donde estaba… De pronto, Jesús salió a su encuentro y las saludó, diciendo: «Alégrense». Ellas se acercaron y, abrazándole los pies, se postraron delante de él. (Mt 28, 5-6;8-9)

Desde ese primer Viernes Santo los hombres deben siempre temer que las puertas cerradas no puedan encerrar la Luz del mundo. Porque cuando Dios es el enemigo, los hombres nunca pueden estar seguros de que han ganado el día.

Ahora damos vuelta la lección de Pascua: Cuando el hombre ha perdido su día, Dios vuelve a salvarlo. El hombre perdió su día en el Edén cuando sucumbió ante la tentación de satanás y Dios le prometió un redentor para salvarlo del pecado. El hombre perdió su día un Viernes Santo cuando crucificó en el árbol de ignominia a lo único verdaderamente Bueno que se ha de ver en esta tierra, y Dios volvió un día de Pascua para salvarlo de sus propios engaños. Es un hecho peculiar de la historia de que el hombre nunca parece necesitar tanto de Dios como cuando su propia fuerza le falla; Dios hace la mayor parte por nosotros cuando, como Pedro, hemos trabajado toda una noche larga y no hemos sacado nada.

Nuestro mundo está lleno con gente que ha perdido la senda; con almas cuyos pecados han sido psicoanalizados muchas veces pero perdonados ninguna; con cuerpos amargados por la pena y nunca endulzados por la visión de la cruz; con corazones que han perseguido miles de lujos, solo para quedarse completamente desilusionados hasta el fin; con pobres que piensan que las riquezas les darán paz a su mente; con desesperados que piensan que una bebida les puede hacer olvidar.

Pero para todas estas almas resuena el mensaje de la Pascua: No hay razón para desesperar. La Resurrección fue anunciada a Magdalena: un alma como la nuestra.

Entonces, no todo está perdido. Necesitamos darnos cuenta de que hemos crucificado al Único que puede salvarnos. Necesitamos descubrir como el hijo prodigo que no hay lugar como la casa del Padre. Necesitamos aceptar la gracia de la Resurrección de Cristo.

Esta es la invitación de la Pascua: ¡el vivir en la esperanza de Cristo resucitado! La paz te espera en el servicio al Dios que te hizo; la Redención te espera en la Misa; el Perdón te llama desde el Confesionario; el Amor te [quiere] en la Eucaristía. Como nos recordaba el Papa Francisco: “No huyamos de la Resurrección de Jesús, nunca nos declaremos muertos, pase lo que pase”. (Evangelii Gaudium, 3)

Porque ese es el mensaje del día de Pascua: la Resurrección del Muerto, el Triunfo del Vencido, el Encuentro del Perdido; el Renacer de la Tierra; el Despertar de la Vida, la Trompeta de la Resurrección esta resonando sobre la tierra de los vivientes.

Entonces, en conclusión, el pensamiento que yo les dejaría es que no importa cuán desesperanzadoras las cosas puedan parecer, todavía hay esperanza porque Cristo es la Resurrección y la Vida. “No importa cuán oscuras sean las cosas, la bondad vuelve resurgir y a desparramarse”, decía el Papa Francisco. Aquel que puede hacer copos de nieve de gotas de agua sucia, sacar diamantes del carbón, y hacer santos de Magdalenas, puede hacerte también victorioso si tú le confiesas a Él en su mística vida terrena como el Cristo, el Hijo del Dios Vivo.

Que la alegría de nuestra fe en la Resurrección del Señor se reavive como una tranquila pero firme confianza porque el amor inalterable de nuestro Señor nunca cesa. ¡Traigan sus corazones para acabar la salvación porque las grandes tempestades de la Redención están anegando con todo! Traigan sus calvarios menores al Gran Calvario, porque el via crucis es el via pacis. El camino a la paz es la cruz. Toma tu cruz y sígueme. Luego, bajo el ahogado trueno de batalla, sonará el grito de victoria del Rey de reyes y del Señor de los señores, porque cuando el hombre ha perdido el día, ¡Dios regresa para darle la victoria!

[Peroratio] Queridos Hermanos: en esta mañana de Pascua, cada uno de nosotros debe hacer una pausa ante la tumba vacía y meditar ante el milagro supremo de la Resurrección de Cristo.

Que la Santísima Virgen María, testigo silencioso de este misterio, nos fortalezca en nuestra adhesión personal a Aquel que murió y resucitó por nosotros. Que Ella sea nuestra maestra y nuestra guía en la fe; que Ella nos apoye en momentos de duda y tentación; que Ella nos obtenga aquella paz interior que nadie pueda turbar por estar enraizada en la certeza de que Cristo verdaderamente ha resucitado.

En esta hermosa mañana de domingo, a los pies de nuestra Madre Bendita, encomendemos nuestras vidas a la Madre de Cristo Resucitado juntamente con todas nuestras intenciones y todas nuestras esperanzas. Pidámosle la gracia de mantener siempre viva la esperanza y la alegría de esta mañana de Pascua que nos recuerda ¡que el amor ha triunfado, que la misericordia ha sido victoriosa! ¡Felices Pascuas para todos!

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