Mostrar el valor del carisma

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Mostrar el Valor del Carisma

Mt 16, 24-28

Nos encontramos aquí en la Co-catedral de Priverno, relicario de una de las más preciosas reliquias de aquel que “se desposó con la Verdad”1 y bajo cuyo magisterio nos queremos formar2: Santo Tomás de Aquino.

Y dentro de este marco me gustaría recordar la enorme importancia de la formación que se imparte en nuestras casas en fidelidad al carisma. Formación que desde los inicios ha sido concebida como definitivamente tomista.

San Juan Pablo II, en Vita consecrata, enseña: “Los formadores […] deben ser personas expertas en los caminos que llevan a Dios para poder ser así capaces de acompañar a otros en este recorrido […]pero sobre todo mostrarán la belleza del seguimiento del Señor y el valor del carisma en que éste se concretiza”3.

Inculcar el carisma

Ciertamente que es un deber de todos los miembros del Instituto, el testimoniar y transmitir el carisma en toda su pureza, pero es especialmente incumbente a los formadores, el inculcar a los miembros en formación el “vivir el carisma propio del Instituto”4. Es decir, el infundir con ahínco y por todos los medios el carisma y la espiritualidad de nuestro querido Instituto.

Lo cual en nuestro caso particular implica la formación de los candidatos según el riquísimo patrimonio del Instituto, con todos los elementos no negociables adjuntos al carisma, de manera tal que todos se “compenetren del carisma y la finalidad del mismo”5 y que nada ni nadie pueda borrar el sello de nuestro “estilo particular de santificación y de apostolado”6 de ninguno de ellos.

Este punto es inamovible para nosotros. Cada uno de los aspectos de nuestra formación, en todas sus etapas y con todos sus matices es un todo no-negociable. En todos tiene que resplandecer el ADN de un religioso del Verbo Encarnado magníficamente descripto en el punto 231 de nuestras Constituciones y que debiera ser la carta magna de presentación de cada uno de nuestros miembros.

Eso por un lado.

Una formación sostenidamente tomista

Pero también si nosotros hemos de ser fieles al carisma recibido, que nos identifica y que manifiesta nuestra razón de ser en la Iglesia, nuestra formación debe ser sostenidamente tomista. Esto es de capital importancia.

Insisto: nosotros “hemos recibido la inmensa gracia del tomismo, de insertarnos en la corriente de la filosofía perenne. Y con ello una gran responsabilidad, la de formar escuela7. Porque, como muy bien dice el derecho propio, “hacen falta santos sacerdotes y religiosos que sean metafísicos”8.

Que es lo mismo que decir sacerdotes y religiosos que trabajen para que la vida pública y social de los pueblos se subordine a Dios como a su fin último, y que no terminen adaptando el cristianismo a la civilización moderna. Sacerdotes y religiosos que no diluyan la fe en lo racional, ni que conviertan lo sacro en profano; que no transformen la teología en antropología, ni que disuelvan lo eterno en la historia. Antes bien que trabajen por la cristianización del mundo no por la mundanización del cristianismo. Es decir que evangelicen la cultura no nominalmente, sino desde dentro, bajo la influencia de la gracia9, de tal manera que quede enseñoreada por Cristo.

Es imperativo que formemos hombres cabales, heroicos, de convicciones firmes, de “una sólida mentalidad de fe”10 que les capacite “para ser servidores del Evangelio y maestros del pueblo de Dios”11. Nada tiene que ver con nuestra formación el hacer de nuestros candidatos simples comentadores en quienes reina la confusión de la teología y la filosofía o la sociología o la psicología y que “ignorando la tradición viviente de la Iglesia… interpreten a su modo la doctrina de la Iglesia, incluso el mismo Evangelio, las realidades espirituales, la divinidad de Cristo, su Resurrección, o la Eucaristía, vaciándolas prácticamente de su contenido y creando de esa manera nuevas gnosis”12 como decía San Pablo VI.

A nosotros nos compete por la misión que hemos recibido el tener una formación cultural fuerte, que se defina frente a la cultura moderna13. Para lo cual, mis queridos todos, hace falta una “metafísica con garra”, que muerda la realidad. Y, en este sentido, nuestra formación no puede no ser tomista.

Nuestra vocación como miembros del Instituto del Verbo Encarnado “supone una identidad cristiana firme”14 y el aprendizaje de un tomismo vivo. Y eso ciertamente trae consigo la cruz de la que nos habla hoy el Verbo Encarnado: El que quiera venir conmigo, que renuncie a sí mismo, que tome su cruz y me siga. De modo tal que esa cruz, que fue inseparable del Verbo Encarnado, es inseparable de nuestras vidas como miembros de este Instituto. Lejos de nosotros avergonzarnos de ello.

Por eso hoy a la Virgen Santísima le pedimos la gracia de permanecer fieles en nuestro “acto de fe integral y de entrega total [a Cristo], con la decisión formal de no pactar, no transigir, no capitular, no negociar, no conceder, ni hacer componendas con el espíritu del mundo”15, antes bien, de continuar siempre firmes en la Roca16 de quien deriva raigalmente nuestra espiritualidad y nuestra pastoral17. Y que esa sea siempre la actitud en la que sean formados todos nuestros miembros, presentes y futuros.

1 Adolfo Tortolo, Tomás de Aquino el Santo”, Mikael 5 (1974), 11-12. Directorio de formación Intelectual, 9.

2 Cf. Constituciones, 227; op. cit. Cf. Optatam Totius, 16.

3 Directorio de Seminarios Mayores, 51.

4 Directorio de Seminarios Mayores, 268; op. cit. Constituciones, 208. Cf. Orientaciones sobre la formación en los Institutos Religiosos, 16.

5 Directorio de Seminarios Mayores, 348.

6 Directorio de Vida Consagrada, 2; op. cit. Cf. Vita Consecrata, 48.

7 Notas del VII Capítulo General, 26.

8 Cf. Directorio de Espiritualidad, 108.

9 Directorio de Espiritualidad, 51; op. cit. San Juan Pablo II, Alocución a los Obispos de Zimbabwe (02/07/1988), 7; OR (21/08/1988), 10.

10 Directrices sobre la preparación de los formadores en los seminarios, 46.

11 Ibidem.

12 Cf. Beato Pablo VI, Alocución Consistorial del 24/5/1976, L’O.R. 30/5/1976, p. 4.

13 Cf. P. Julio Meinvielle, Desintegración de la Argentina y una falsa integración, 1/12/1972, p. 4, citado en P. Carlos Buela, IVE, El Arte del Padre, III Parte, Cap. 4.

14 San Juan Pablo II, Discurso del Santo Padre a los Laicos en el Palacio de las Exposiciones de Coronmeuse de Lieja (19/05/1985), 11; OR (23/06/1985), 9.

15 Directorio de Espiritualidad, 118.

16 Cf. 1 Cor 10,4.

17 Cf. Directorio de Espiritualidad, 27.

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