El pastorcito

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“Debemos tener una muy grande devoción a la Pasión de nuestro Señor Jesucristo: ‘Todo está en la Pasión. Es allí donde se aprende la ciencia de los santos’[1][2], señala el derecho propio. Y nos da además la noble consigna de “no querer saber nada fuera de Jesucristo y Jesucristo crucificado[3][4] ya que es precisamente el misterio del anonadamiento de Cristo en su Pasión –supremo acto sacerdotal–[5] la cátedra donde se aprende la sublime ciencia de morir para vivir, de sepultarse para resucitar, de sufrir para gozar, de perder la vida para encontrarla, de humillarse para ser ensalzado, de sacrificarse para realizarse, de sujetarse para ser libre. Al punto que podemos decir que “el lenguaje de la Cruz nos enseña que, en rigor de verdad, la realidad es distinta de lo que aparece. Porque la Cruz cambia el significado de las cosas. Auténticamente nos enseña a transignificarlas, ya que en realidad la Cruz les da otra finalidad, la Cruz transfinaliza la realidad”[6].

Pero para que esta devoción no quede en un idilio o en una consideración abstracta, el derecho propio nos compele también a que esta práctica “se ha de concretar en el conocimiento y amor de los relatos evangélicos sobre la Pasión[7], en la teología de la Pasión y Redención, en la contemplación de los lugares santos de Jerusalén, de los crucifijos, del Vía Crucis, de los hermosos textos de la Imitación de Cristo al respecto, de la Eucaristía perpetuación de la Pasión y Cruz y segundo acto del único drama de la Redención, de la Cruz en nuestra vida tan bien enseñada en la Carta circular a los Amigos de la Cruz de San Luis María Grignion de Montfort y, finalmente, en el fervor por llevar la gracia de la Redención a toda la realidad”[8].

Para el cristiano, y muy especialmente para los religiosos, la Pasión es una fuente inagotable de sabiduría y es guía y modelo para toda nuestra vida. Por eso decía San Pedro Claver: “El único libro que hay que leer es la Pasión”[9]. Y el gran Santo Tomás escribe: “Todo aquel que quiera llevar una vida perfecta no necesita hacer otra cosa que despreciar lo que Cristo despreció en la Cruz, y amar lo que Cristo amó en la Cruz”[10].

Por su parte, también San Juan de la Cruz “nos invita a contemplar el misterio de la Cruz de Cristo, como él lo hacía habitualmente, en la poesía de ‘El Pastorcico’”[11], poema que describe a “Cristo que padece por el alma”[12]. Se trata de un texto precioso, muy singular, que de una manera poética y mística describe la centralidad del corazón de Cristo y de su amor inconmensurable hacia las almas con una singular belleza y profundidad.

En plena estación cuaresmal y de cara a comenzar en unos días la celebración de la Semana Mayor de la cristiandad, estimamos que la consideración sopesada y reflexiva de la profunda y regia doctrina acerca del Crucificado contenida en esos sucintos 20 versos de pluma sanjuanista puede ser de gran provecho para nuestras almas, “para clavar en el corazón al que por nosotros fue clavado en la Cruz”[13], como decía hermosamente el gran San Agustín.

1. El Crucificado en la tensión espiritual del poeta

 

Antes de dedicarnos a considerar el poema quisiéramos hacer notar que Cristo Crucificado fue el modelo al que buscó conformarse toda su vida el poeta[14] San Juan de la Cruz quien desde su infancia aprendió a leerse y a leer los acontecimientos de su vida en clave de Cruz.

Fray Diego de la Concepción, que fuera prior en La Peñuela cuando fray Juan de la Cruz, camino a México, estuvo allí y se enfermó de la erisipela de que murió, fue a visitarlo a Úbeda, estando ya el santo muy grave. Dice en una carta que cuando al santo se le abrieron cinco llagas en el pie, él y los que le acompañaban escucharon que comentaba: “Muchas gracias os doy, Señor mío Jesucristo, que las cinco llagas que Vuestra Majestad tuvo en los pies, manos y costado, me las habéis querido dar en este solo pie. ¿Dónde merecí yo tan gran merced?”. Acerca de lo cual comenta Fray Diego: “A pesar de serle los dolores tan grandes, no se quejaba, sino que lo llevaba todo con gran paciencia”[15].

Así vemos cómo en su vida diaria y “en la vida de fe, el misterio de la Cruz de Cristo fue referencia habitual y norma de vida”[16]. Y eso mismo es lo que el Místico Doctor recomendaba a todas las almas, como lo corroboran numerosos testimonios, entre ellos el de la M. Francisca de la Madre de Dios, que llevaba siempre consigo unos billetitos con algunas consignas que le había dado el Santo:

“Crucificada interior y exteriormente con Cristo. Vivirá en esta vida con hartura y satisfacción de su alma, poseyéndola en su paciencia[17][18]. “Bástele Cristo Crucificado, y con él pene y descanse, y por él anihilarse en todas las cosas exteriores e interiores”[19]. “Ame mucho los trabajos y téngalos en poco, por caer en gracia al Esposo, que por ella no dudó en morir”[20]. “Tenga fortaleza en el corazón contra todas las cosas que le movieren a lo que no es Dios, y sea amiga de la Pasión de Cristo. El que no busca la Cruz de Cristo, no busca la gloria de Cristo”[21].

A su vez, todos los frailes que anduvieron y vivieron con Fray Juan de la Cruz conocieron su conducta consecuente y lo probaron en sus Dictámenes. “Decía que dos cosas sirven al alma de alas para subir a la unión con Dios, que son la compasión afectiva de la muerte de Cristo, y la de los prójimos; y que cuando el alma estuviere detenida en la compasión de la Cruz y Pasión del Señor, se acordare que en ella estuvo solo obrando nuestra redención según está escrito: Torcular calcavi solus[22] (Is 63, 3). De donde sacará y se le ofrecerán provechosísimas consideraciones y pensamientos”[23].

Otro tanto dicen las cartas que escribió mientras sufría la más recia persecución, período que corresponde –según algunos[24]– al “momento” de la redacción del Pastorcico. A las carmelitas de Beas les escribió: “Sirvan a Dios, mis amadas hijas en Cristo, siguiendo sus pisadas de mortificación en toda paciencia, en todo silencio y en todas ganas de padecer, hechas verdugos de los contentos, mortificándose si por ventura algo ha quedado por morir que estorbe la resurrección interior del Espíritu, el cual more en sus almas”[25]. Sujeto el Santo a la Cruz por el capítulo de Madrid en 1591 a modo de despedida le escribe a la M. Ana de Jesús: “…  entreténgase ejercitando las virtudes de mortificación y paciencia, deseando hacerse en el padecer algo semejante a este gran Dios nuestro, humillado y crucificado; pues que esta vida, si no es para imitarle, no es buena”[26].

Siendo entonces “Juan de la Cruz maestro y modelo con su vida y sus escritos”[27] estimamos que la lectura asidua de sus obras y la consideración atenta del ejemplo de su vida no solo es de grandísimo provecho para asimilar la doctrina de la Cruz, piedra basal de nuestra espiritualidad[28], sino que además nos muestra “la necesidad de la Cruz en nuestras vidas”[29]. Porque como pide de nosotros el derecho propio: “A Jesús se le ama y se le sirve en la Cruz y crucificados con Él, no de otro modo”[30]. 

2. El poema[31]

 

Un pastorcico[32]

Otras canciones a lo divino (del mismo autor) de Cristo y el alma. 

Un pastorcico solo está penado,

ajeno de placer y de contento,

y en su pastora puesto el pensamiento,

y el pecho del amor muy lastimado.

 

No llora por haberle amor llagado,

que no le pena verse así afligido,

aunque en el corazón está herido;

mas llora por pensar que está olvidado.

 

Que sólo de pensar que está olvidado

de su bella pastora, con gran pena

se deja maltratar en tierra ajena,

el pecho del amor muy lastimado.

 

Y dice el pastorcito: ¡Ay, desdichado

de aquel que de mi amor ha hecho ausencia

y no quiere gozar la mi presencia,

y el pecho por su amor muy lastimado!

 

Y a cabo de un gran rato se ha encumbrado

sobre un árbol, do abrió sus brazos bellos,

y muerto se ha quedado asido dellos,

el pecho del amor muy lastimado.

 

El Pastorcico dice en pocos y estremecedores versos lo que es la Noche de Cristo.  San Juan de la Cruz habla en esta poesía de un aspecto profundo del misterio de la kénosis, el mismo que describe San Pablo y al que tan copiosamente hace referencia nuestro derecho propio:  Tengan los mismos sentimientos de Cristo Jesús. Él, que era de condición divina, no consideró esta igualdad con Dios como algo que debía guardar celosamente: al contrario, se anonadó a sí mismo, tomando la condición de esclavo y haciéndose semejante a los hombres. Y presentándose con aspecto humano, se humilló hasta aceptar por obediencia la muerte y muerte de Cruz. Por eso, Dios lo exaltó y le dio el Nombre que está sobre todo nombre[33].

 “Los tres elementos alegóricos de la canción, pastor, pastora y árbol, representan a Cristo, el alma, el árbol de la Cruz”[34]. Según los estudiosos del tema, “la imitación y el seguimiento de Cristo, que enseña [San Juan de la Cruz] al comenzar la Subida, los simplifica en este poema. Es la estampa y el reclamo permanente de la suprema Humildad de Dios, invitándolo al encuentro con Él, allí en la Cruz”[35].

Santa Edith Stein comenta en su Ciencia de la Cruz que “en la Canción del Pastorcico no se expresan inmediatamente los sentimientos del alma. El poeta captó una imagen y la expresa artísticamente. ‘Ve a Cristo Crucificado y escucha la queja que dirige a las almas y cómo llora por pensar que está olvidado’. Con este tema compone un poema pastoral tan del gusto de su tiempo, y como en más grandioso estilo lo ha hecho en el Cántico. Si para éste se inspiró en el Cantar de los Cantares, para aquélla pensó en el Buen Pastor que da la vida por sus ovejas (Jn 10). ¿Y no es la queja del pastor para con su esquiva pastora un eco de aquella lastimera llamada de Cristo, cuando lloró sobre Jerusalén? (Mt 23-37). El estribillo, ‘El pecho del amor muy lastimado’, es la clave del estado de su alma”[36].

1.Un pastorcico solo está penado,

ajeno de placer y de contento,

y en su pastora puesto el pensamiento,

y el pecho del amor muy lastimado.

 

La primera estrofa nos recrea el ambiente y nos sitúa. El poema es en sí, desde el inicio, una invitación a la ternura y a la gratitud: el pastorcico está solo. Es su soledad, la de Dios y la del Paciente. Dios es por naturaleza el Santo, sin parecido, impenetrable en sus juicios. Por eso es el ‘extranjero’ y por fuerza, al encarnarse, ha de sentirse “en tierra extraña” (v. 10).

Es interesante notar el detalle de San Juan de la Cruz al personificar a Cristo como Pastorcico. Fray Luis de León, en su obra De los Nombres de Cristo señala que “la vida del Pastor es inocente, y sosegada, y deleitosa, y la condición de su estado es inclinada a amor; y su ejercicio es gobernar, dando pasto y acomodando su gobierno a las condiciones particulares de cada uno; y siendo él solo para los que gobierna, les proporciona todo lo que les es necesario, enderezando siempre su obra a esto, que es hacer rebaño y grey.

El ingenio y las condiciones de este Pastor, en mil maneras y detalles, descubren y ponen de manifiesto las amorosas entrañas que tiene, a cuya grandeza no hay lengua ni encarecimiento que lleguen; porque, además de que todas sus obras son amor […] la afición, la ternura de entrañas, la solicitud y cuidado amoroso y el encendimiento e intención de voluntad con que siempre hace esas mismas obras de amor, exceden todo cuanto se puede imaginar. No hay madre así solícita, ni esposa así blanda, ni corazón de amor así tierno y vencido, ni título alguno de amistad así junto de firmeza, que lo iguale o le llegue”[37].

Cristo, aunque era de condición divina[38], se deja ver y tratar históricamente como un penado. Esta palabra tiene un doble sentido que explica mejor la soledad del divino Paciente. Un significado es el que lo sitúa en un Penal, que es una cárcel de máxima calificación por las culpas allí castigadas. El otro sentido es el que expresa la sentencia, con sus consecuencias, por la que está allí, penando y aguardando un juicio resolutivo. Se siente culpado y condenado a pagar por obediencia al Padre las deudas de todos los hombres.

El placer y los contentos de su naturaleza divina le resultan aquí ajenos, y siendo Él mismo ajeno (extraño) entre los hombres, sin embargo piensa en ellos movido por su amor: en su pastora puesto el pensamiento. ¡Cuánta hermosura en este verso! Pues lo que más exacerba su situación es amar y buscar a su pastora (el alma) en donde ella no está y debiera; es el más cruel drama para un enamorado, pues no está dispuesto a verse rendido por el desamor. Y por eso enseña San Juan de la Cruz que “si el alma busca a Dios, mucho más la busca su Amado a ella”[39]. Es la ausencia de la pastora la causante del pecho del amor muy lastimado. 

Este verso, y el pecho del amor muy lastimado, que se repite con ligerísimas variantes, como final de todas las demás estrofas menos de la segunda, nos quiere hacer notar el aspecto dolorido y penoso del corazón del Pastorcico, morando en el pecho del amor, Tabernáculo del amor misericordioso, que se pone en marcha hacia el Calvario. Todas las estrofas apuntan al mismo punto de observación y de espera.

2.No llora por haberle amor llagado,

que no le pena verse así afligido,

aunque en el corazón está herido;

mas llora por pensar que está olvidado.

 

Esta segunda estrofa podemos decir que pregona con solemnidad el drama profundo. Aquí el Pastorcico nos hace oír su corazón lastimado, que además llora, está llagado, afligido, herido y olvidado. De un pincelazo el Místico autor nos ha resumido todas las dimensiones del sufrimiento redentor de Cristo. La más aparente, la que al exterior mayormente nos suele impresionar y las representa a todas, es el llanto. Y nos da el motivo por el que llora: por pensar que está olvidado de su pastora. No parecen ser sus sufrimientos físicos las causas principales de su dolor, sino el olvido de su pastora, lo que lo hace realmente estar profundamente apenado.

Ver que Dios, en su naturaleza humana, llora por nosotros es impresionantemente conmovedor y convincente. Así descubre San Juan de la Cruz el Divino Corazón doliente de nuestro Señor para que experimentemos que en su dolor ese Corazón es tiernamente acariciador, y es maternal en su modo de amar, de aguantar, de esperar, de alimentar, de perdonar a sus hijos olvidadizos y rebeldes.

Este Corazón así lastimado, morando en el pecho del amor, nos dice a voces que solo un corazón paternal-maternal es capaz de pensar, medir distancias y ausencias, sentir y llorar el dolor inmenso que causa a Dios el sentir los olvidos de los hombres…  

Pero en vez de extenderse en la razón de su pena, concentra todo el embalse de sus lágrimas como expresión máxima del dolor al decir: No llora por haberle amor llagado, … mas llora por pensar que está olvidado.

3.Que sólo de pensar que está olvidado

de su bella pastora, con gran pena

se deja maltratar en tierra ajena,

el pecho del amor muy lastimado.

 

Esta es exactamente su “gran pena”: sólo de pensar que está olvidado y esa es la razón por la que se deja maltratar en tierra ajena. Esa gran pena es la que provoca el doloroso llanto que Cristo no pudo disimular en el Huerto de los Olivos ni expirando en la Cruz. Por eso sólo de pensar que está olvidado de su bella pastora carga sobre sí todos los sufrimientos, servidumbres, pobreza, humillaciones, ultrajes, dolores, injusticias, calumnias, muertes… de todos los hombres, mujeres y niños, religiosos, sacerdotes, misioneros, monjes, hermanos, novicios… esclavos de sus cárceles de egoísmos, de todo lo que significa maltrato, con tal de recuperar tan lamentable pérdida y anda con el pecho del amor muy lastimado. 

¡Cómo contemplar su Corazón morando en el pecho del amor tan lastimado y no deshacerse uno en llanto y compasión por Cristo en su Pasión!

Citábamos al principio un pensamiento de San Pedro Claver, gran devoto de la Pasión de nuestro Señor. De él se cuenta que, llegada “la noche, antes de acostarse se sentaba en la cama, tenía una silla al costado, con el libro de la Pasión abierto. A veces se arrodillaba para leerlo y leía un versículo y se ponía a llorar. Otras veces en las noches se levantaba y con una Cruz a cuestas iba hasta la capilla se detenía ante el Sagrario para rezar y llorar. Realmente para él la Pasión no era una cosa distante, algo remoto, sino era algo presente, vivo, vital, actual, de ahora, de este momento; como lo está, misteriosa y sacramentalmente en la Misa.

Si hoy pasa lo que pasa en la vida religiosa, pasa lo que pasa en la vida sacerdotal, es porque ha caído de la consideración del alma consagrada lo que ha sufrido nuestro Señor en la Pasión. El Vía Crucis está colgado en las paredes, pero ¿qué alma consagrada sintoniza con lo que está representado en las paredes?”[40].

4.Y dice el pastorcito: ¡Ay, desdichado

de aquel que de mi amor ha hecho ausencia

y no quiere gozar la mi presencia,

y el pecho por su amor muy lastimado!

 

Esta cuarta estrofa es como el Evangelio condensado.

Y dice el pastorcito… Es el Verbo. Su oficio es decir, repetir, avisar, alertar, vigilar, roturar todos los caminos y direcciones, convertirse en el crucero de todas las encrucijadas, prevenir los riesgos y peligros en las desviaciones. Pues que el alma se ausente por el pecado multiplica exponencialmente las posibilidades del mal. Por eso dice: ¡Ay, desdichado de aquel que de mi amor ha hecho ausencia y no quiere gozar la mi presencia! El Pastorcico se lamenta de que el alma extraviada no pueda gozar de la dicha que el Divino Amor le tiene destinado y por eso anda con el pecho por su amor muy lastimado.

5.Y a cabo de un gran rato se ha encumbrado

sobre un árbol, do abrió sus brazos bellos,

y muerto se ha quedado asido dellos,

el pecho del amor muy lastimado.

 

Y a cabo de un gran rato… ¿cuánto tiempo lleva esperando este adorable Pastorcico por el regreso de su bella pastora? Por eso la expresión a cabo de un gran rato denota paciencia infinita, espera sin prisa, amor constante no intermitente, un aguardar sin reproche. Muestra también que es Dios quien decide su Hora y la nuestra, la del Calvario y la del encuentro. Ya que como dice el derecho propio: “Sólo Él conoce todo, aun nuestra alma, sentimientos, carácter, los secretos resortes que es preciso mover para llevarnos al cielo, los efectos que tal o cual cosa producirán en nosotros, y tiene a su disposición todos los medios”[41].

Por eso nos parece que este rato, más bien largo, son los espacios de olvidos, de ausencias y de esperas que los hombres interponemos a la oferta que desde la Cruz nos hace el Pastorcico.

El árbol, do abrió sus brazos bellos no es otro que el árbol de la Cruz donde el Divino Amante sigue aguardando a su bella pastora con los brazos abiertos y asidos al árbol para un día ‘absorberla’ “poderosa y fuertemente en el abrazo abisal[42] de su dulzura”[43].

De principio a fin, el Pastorcico convida al alma a descansar en su centro: el pecho del Amado donde mora el Bien de los bienes; hasta que un día su pastora reconozca “aquel infinito saber y aquel secreto escondido, ¡qué paz, qué amor, qué silencio está en aquel pecho divino…!”[44] y caiga rendida de rodillas a decirle: “¿Quién se podrá librar de los modos y términos bajos si no le levantas tú a ti en pureza de amor, Dios mío? ¿Cómo se levantará a ti el hombre, engendrado y criado en bajezas, si no le levantas tú, Señor, con la mano que le hiciste?”[45].

En su infinita Misericordia y amor inefable el Pastorcico busca, invita, aguarda al alma, su bella pastora, sin echarle en cara sus desvaríos, su ingratitud, sus desplantes, sus olvidos, sino apelando a que el alma contemple su pecho del amor muy lastimado, como diciéndole al alma que tenga compasión de Él, que consolándole será ella infinitamente feliz y “verá qué ciencia tan levantada es la que Dios allí –en aquel pecho divino– enseña”[46].  De aquí que nuestras Constituciones declaren sin rodeos que nuestro oficio es el llorar por Jesucristo[47] y para no causarle pena a nuestro Dios nos exhorten a que “la memoria y el recuerdo de Él nunca se aparten de nuestros corazones. Con eso ha de venir el sueño y eso han de soñar durmiendo. El corazón siempre derretido en amor suyo y la memoria no ocupada en otra cosa que en Él”[48].

El Pastorcico en su soledad de amor y de dolor trata de provocar el encuentro con su pastora. Por eso, San Juan de la Cruz hace de la soledad la condición, el ambiente y una nota específica de su amor. Esta soledad de toda creatura (en el sentido de desapego) es la llave guardiana de la intimidad. Es la invitación inexcusable para entrar en el misterio. Por eso escribe: “Por el amor solo, que en este tiempo arde…; es el que guía y mueve al alma entonces y la hace volar a su Dios por el camino de la soledad[49]. Es en la “soledad sonora” y en el “sosiego divino” en donde se comunica y se une [Dios] al ama[50]. La razón es porque el amor es unidad de dos solos, que a solas se quieren comunicar entre ellos; y “porque el Amado no se halla sino solo, en la soledad”[51].  

Solo el alma sola puede “venir a los deleites del abrazo de la unión de Dios”[52], abrazo que tiene la propiedad de esconder al alma en sí, donde el alma se ve tan secreta cuando se ve levantada sobre toda temporal criatura[53], y una vez producido ese abrazo, dice San Juan de la Cruz, mete al alma “en las venas de la ciencia de amor”[54] que no es otra cosa que la ciencia de la Cruz.

3. La escuela de la Cruz

 

La Cruz, en su silencio elocuentísimo, habla con una fuerza especial. Dice San Pablo que Jesús le enseñó esta ciencia de la Cruz: …mi fuerza se muestra perfecta en la flaqueza. Por tanto, con sumo gusto seguiré gloriándome sobre todo en mis flaquezas, para que habite en mí la fuerza de Cristo. Por eso me complazco en mis flaquezas, en las injurias, en las necesidades, en las persecuciones y las angustias sufridas por Cristo; pues, cuando estoy débil, entonces es cuando soy fuerte (2Co 12, 9-10).

En el encuentro con Cristo Crucificado, contemplando la figura de aquel Pastorcico que, encumbrado sobre un árbol, abrió sus brazos bellos, y abrazado al pecho del amor tan afligido y tan llagado, no podemos menos que imitarlo y desear eficazmente convertirnos nosotros mismos en imagen de Cristo cargado con la Cruz y crucificado, y conformes a su Cruz dejarnos modelar por Él. Por eso recomendaba el Santo de Fontiveros: “Si quiere ser perfecto, siga a Cristo hasta el Calvario y el sepulcro”[55].

Esta exigencia se vuelve aún más imperiosa si ponderamos que quienes hemos sido llamados a ser “otros Cristos”, según ese mismo patrón hemos de ser juzgados un día. Dice Fray Luis de León: “Si es del pastor servir abatido, vivir en hábito despreciado, no ser adorado y servido, hecho al traje de sus ovejas y vestido de su bajeza y su piel sirvió para ganar su ganado, por este patrón habrán de ser cortados todos cuantos han recibido la misión de pastores. Aun así, Cristo Pastor les hace ventaja en eso de bajar del cielo por buscar al hombre en calidad del pasto y, sobre todo, en que Jesús murió por el bien de su grey, lo que no hizo algún otro pastor, y que, por sacarnos de entre los dientes del lobo, consintió que hiciesen en él presa los lobos”[56]

Por este motivo, San Luis María Grignion de Montfort en su Carta a los amigos de la Cruz, que el derecho propio nos recomienda leer[57], les dice a los “discípulos de un Dios crucificado” que la ciencia de la Cruz “la tienen que aprender en la práctica, en la escuela de Jesús crucificado”[58]. Y continúa diciendo: “Adiéstrense, pues, en esta ciencia supereminente, bajo la guía de tan excelente Maestro. Que así llegarán a dominar todas las ciencias, ya que ésta las encierra a todas en grado sumo. Ella constituye nuestra filosofía natural y sobrenatural, nuestra teología divina y misteriosa. Es nuestra piedra filosofal que, gracias a la paciencia, cambiará en preciosos los metales más ordinarios; los dolores más atroces, en delicias; la pobreza, en riqueza y en gloria las humillaciones más profundas. Aquel de entre ustedes que sepa llevar mejor su Cruz, aunque sea un analfabeto, es el más sabio de todos. […] ¡Alégrate, pues, tú, pobre ignorante…! ¡Si sabes sufrir con alegría, sabes más que cualquier doctor que no sepa sufrir tan bien como tú lo haces![59][60].

Para adiestrarnos en esta ciencia, además de la contemplación del misterio de Cristo en su Pasión, la Eucaristía es un momento concreto durante el día en el que podemos aprender un poco más de la ciencia de la Cruz. “Allí Cristo se victimiza, bajo especie ajena, perpetuando el sacrificio de la Cruz. Allí lo ofrecemos como Víctima al Padre y nos ofrecemos nosotros como víctima junto con Él. Allí al comulgarlo participamos íntimamente de su sacrificio, victimizándonos, eucarísticamente, con Él. Por eso no hay nada como la Misa diaria para conocerlo más a Jesús y para enardecernos en su amor”[61].

Finalmente, “nunca conocemos mejor la Cruz que cuando nos golpea algún dolor, algún sufrimiento, alguna persecución. Es el momento de experimentar, de alguna manera, lo que Jesús experimentó en su Pasión y en su Cruz”[62]. Y por eso, la misma Cruz que se padece, se convierte en motivo de alegría: Reboso de gozo en todas las tribulaciones[63].

***** 

La “vuelta” del hombre, tan buscada por Cristo, supone numerosos intentos, estar siempre de nuevo, empezando. Siendo cuestión de amor, ¿existe cosa más voluble y frágil que el corazón humano? El Pastorcico quiso contar con ello. Su pastora continuará siendo bella, aunque ella le deje solo. La vuelta de verdad hacia Él comenzará cuando el alma reconozca sus apetitos y afectos desordenados y se “determine a sujetarse a llevar esta Cruz, que es un determinarse de veras a querer hallar y llevar trabajo en todas las cosas por Dios”[64]. Porque como enseña el Santo Doctor y de ello nos quiere persuadir “este camino de Dios no consiste en multiplicidad de consideraciones, ni modos, ni maneras, ni gustos (aunque esto, en su manera, sea necesario a los principiantes) sino en una cosa sola necesaria, que es saberse negar de veras, según lo exterior e interior, dándose al padecer por Cristo y aniquilarse en todo, porque, ejercitándose en esto, todo esotro y más que ello se obra y se halla en ello. Y si en este ejercicio hay falta, que es el total y la raíz de las virtudes, todas esotras maneras es andar por las ramas y no aprovechar, aunque tengan tan altas consideraciones y comunicaciones como los ángeles. Porque el aprovechar no se halla sino imitando a Cristo, que es el camino y la verdad y la vida, y ninguno viene al Padre sino por Él[65].

La mortificación cristiana, a la que nos invita la Iglesia especialmente en el tiempo de la Cuaresma, figurativamente es noche; subjetivamente (unida a la de Cristo), es muerte; pero objetiva y terminativamente es resurrección.

 

Todo el proceso va orientado a la ‘Pascua del abrazo’ –no en un sentido sensible– sino del abrazo místico que forma parte del proyecto de Dios y que no es otra cosa que la meta radiante de la unión con Dios. El Pastorcico que se ha quedado con los brazos abiertos asidos al árbol de la Cruz, nos habla de la ilusión que tiene por este abrazo. Es la imagen de un esperar divino, de la oferta esperanzada de Dios al hombre.

¿Quién hay que después de contemplar al Pastorcico no se vuelva hacia Él, no se sienta comprometido? ¡De la Cruz cuelga el Salvador del mundo! ¡Del árbol de la Cruz pende Cristo con el pecho del amor muy lastimado!

A donde quiera que vayamos o donde sea que la lectura de este escrito nos encuentre, abracémonos a la Cruz que Dios se haya complacido en enviarnos y contemos con que el triunfo definitivo es siempre de Jesús crucificado y de los crucificados con Él.

Que la Virgen Santa, que al pie de la Cruz experimentó esta realidad, nos alcance de su Hijo Único la gracia, hoy y siempre, de no querer saber nada fuera de Jesucristo crucificado[66].

¡Muy fructífero tiempo de Cuaresma y muy felices Pascuas!

[1] Cit. por Carlos Almena, San Pablo de la Cruz, 282.

[2] Directorio de Espiritualidad, 137.

[3] 1 Co 2, 2.

[4] Directorio de Espiritualidad, 140.

[5] Constituciones, 12.

[6] Servidoras II, Parte IV, 5.

[7] Mt 26-27; Mc 14-15; Lc 22-23; Jn 18-19.

[8] Directorio de Espiritualidad, 137.

[9] Ángel Valtierra – Rafael M. de Hornedo, San Pedro Claver, BAC (Madrid 1985), pp. 86.89.

[10] Credo comentado, IV, 60. Citado en Directorio de Espiritualidad, 143.

[11] San Juan Pablo II, Maestro en la fe, 16.

[12] Códice del Sacromonte (Granada); citado por Lucinio Ruano de la Iglesia, El misterio de la Cruz, BAC, Madrid 1994, p. 9.

[13] Directorio de Espiritualidad, 135; op. cit. cf. De Sancta Virginitate, 54-55.

[14] Fue declarado patrono de los poetas de lengua española por San Juan Pablo II en 1993.

[15] Carta desde Bujalance al P. Bernardo, provincial, 15 de noviembre de 1603. Ms. 12738 (BN), f. 1037. Citado por Lucinio Ruano de la Iglesia, El misterio de la Cruz, BAC, Madrid 1994, p. 13.

[16] San Juan Pablo II, Maestro en la fe, 16.

[17] Lc 21, 19.

[18] San Juan de la Cruz, Puntos de amor, reunidos en Beas, 8.

[19] Ibidem, 13.

[20] Ibidem, 15.

[21] Ibidem, 16.

[22] He pisado yo solo el lagar.

[23] Dictámenes de Espíritu, dictamen undécimo; https://sanjuandelacruz.online/dictamenes/

[24] Cf. Lucinio Ruano de la Iglesia, El misterio de la Cruz, BAC, Madrid 1994, p. 14.

[25] Epistolario, Carta 7, A las carmelitas de Beas, 18 de noviembre de 1586.

[26] Epistolario, Carta 25, A la M. Ana de Jesús, 6 de julio de 1591.

[27] San Juan Pablo II, Maestro en la fe, 19.

[28] Cf. Directorio de Espiritualidad, 78: “…nuestra espiritualidad debe ser …la del himno de la kénosis”.

[29] Directorio de Espiritualidad, 143.

[30] Ibidem, op. cit. San Luis Orione, “Carta del 24 de junio de 1937”, en Cartas, 89.

[31] Seguimos libremente el comentario que ofrece Lucinio Ruano de la Iglesia, en El misterio de la Cruz, BAC, Madrid 1994.

[32] Compuesto probablemente entre 1584-1585 en Granada. Cf. Lucinio Ruano de la Iglesia, El misterio de la Cruz, BAC, Madrid 1994, p. 17.

[33] Flp 2, 5-9.

[34] Federico Ruiz Salvador, Introducción a San Juan de la Cruz, cap. 6, p. 161.

[35] Lucinio Ruano de la Iglesia, El misterio de la Cruz, BAC, Madrid 1994, p. 31.

[36] La Ciencia de la Cruz, Parte III, Fragmento.

[37] Fray Luis de León, Obras completas castellanas, BAC, Madrid 1951, pp. 447, 449.

[38] Flp 2, 6.

[39] Llama de amor viva, 3, 28.

[40] Servidoras III, cap. 2, 2.

[41] Directorio de Espiritualidad, 67.

[42] Abismal.

[43] San Juan de la Cruz, Llama de amor viva B, 1, 15.

[44] San Juan de la Cruz, Dichos de amor, 138.

[45] San Juan de la Cruz, Dichos de amor, prólogo.

[46] San Juan de la Cruz, Dichos de amor, 166.

[47] Cf. Constituciones, 209.

[48] Ibidem.

[49] San Juan de la Cruz, Noche oscura, libro 2, cap. 25, 4.

[50] San Juan de la Cruz, Noche oscura, libro 1, cap. 1,5; libro 2, cap. 7, 5; cap. 17, 6.

[51] San Juan de la Cruz, Cantico espiritual, canción 36, 1; Llama de amor viva, 4, 3.

[52] San Juan de la Cruz, Subida del Monte, libro 1, cap. 4, 7.

[53] San Juan de la Cruz, Noche oscura, libro 2, cap. 17, 6.

[54] Ibidem.

[55] San Juan de la Cruz, Dichos de luz y amor, 138.

[56] Ibidem, p. 454.

[57] Cf. Directorio de Espiritualidad, 137.

[58] San Luis María Grignion de Montfort, Carta circular a los amigos de la Cruz, [26].

[59] Mt 11, 25; Lc 10, 21.

[60] San Luis María Grignion de Montfort, Carta circular a los amigos de la Cruz, [26].

[61] Servidoras II, Parte IV, 5.

[62] Servidoras II, Parte IV, 5.

[63] 2 Co 7, 3-4.

[64] San Juan de la Cruz, Subida del Monte, libro 2, cap. 7, 7.

[65] San Juan de la Cruz, Subida del Monte, libro 2, cap. 7, 8.

[66] 1 Cor 2, 2.

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