“Viviendo como resucitados”

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“Viviendo como resucitados”
Directorio de Espiritualidad, 39

Queridos Padres, Hermanos, Seminaristas y Novicios:

¡Muy felices Pascuas de Resurrección para todos!

Quiera Dios que la alegría inefable y la luminosidad de Cristo Resucitado llene nuestras almas y nos haga a todos anunciadores de la paz pascual dondequiera que nos encontremos. Pues para esto nos eligió el Señor: para ser signos de su resurrección. Por eso, como enseñan nuestras Constituciones, sepamos hoy “hacer fiesta”[1], con inmensa alegría y con gran compromiso por la misión[2].

Habiendo sido ya consagrados a Dios por el bautismo, por el cual hemos muerto para participar de los frutos de la resurrección[3], con nuestra consagración religiosa esa vida en Cristo –que supone una identificación con su muerte y resurrección– se transforma en todo un programa de vida particular para nosotros. “Se convierte en una regla y un carisma, en testimonio y apostolado. Es el anuncio de Cristo no sólo de palabra, sino también con la elección de vida, que va hasta las indicaciones más profundas del Evangelio: ve, vende cuanto tienes y dáselo a los pobres… luego, ven y sígueme [4]: en la pobreza, en la obediencia y en la castidad”[5].

San Juan Pablo II escribió: “La profesión religiosa –sobre la base sacramental del bautismo en la que está fundamentada– es una nueva ‘sepultura en la muerte de Cristo’; nueva, mediante la conciencia y la opción; nueva, mediante el amor y la vocación; nueva, mediante la incesante ‘conversión’. Tal ‘sepultura en la muerte’ hace que el hombre, ‘sepultado con Cristo’, ‘viva como Cristo en una vida nueva’”[6].

De este modo, nuestra consagración mediante la profesión de los votos religiosos implica un especial arraigo en Cristo[7] para edificar en Él toda la vida y el obrar[8] con la única finalidad de “imitar más de cerca y representar perpetuamente en la Iglesia aquella forma de vida que el Hijo de Dios escogió al encarnarse”[9], viniendo a ser nosotros mismos como “otra Encarnación del Verbo”[10].

Es por esto que la profesión de los consejos evangélicos, que tiene una singular eficacia en asimilarnos a Cristo, nos debe ir “transformando en una parte de su humanidad en la que renueva todo su misterio”[11]. Así, los tres consejos evangélicos vienen a ser como la estructura de nuestra entrega total y gozosa al servicio de Dios[12] viviendo “de acuerdo con la identidad específica”[13] de nuestra Familia Religiosa, como ya lo hemos mencionado en otras ocasiones.

Dado entonces que estamos a pocos días de la celebración litúrgica “del misterio sacrosanto de la Encarnación, que es ‘el misterio primero y fundamental de Jesucristo’[14][15] [y teniendo presente que en varias partes del mundo algunos de los nuestros han de realizar su profesión de votos] me ha parecido que puede ser de provecho destinar esta Carta circular a profundizar en el significado de nuestra profesión religiosa que con santo orgullo un día pronunciamos y que con fervor renovamos el 25 de cada mes.

Es mi intención que estas líneas nos ayuden a enfervorizarnos más en el cumplimiento acabado de lo que una vez profesamos, siendo testigos día a día del Reino de Dios, viviendo como resucitados[16], buscando sólo las cosas de arriba, no las de la tierra[17]. Porque a eso estamos llamados como religiosos del Instituto del Verbo Encarnado, es decir, a que nuestra vida consagrada sea “una prolongación en la historia de una especial presencia del Señor Resucitado”[18].

1. La profesión religiosa según el derecho propio

San Pedro Julián Eymard definía a la profesión religiosa como “un contrato divino entre el religioso y Dios”[19] por el cual uno se entrega totalmente y sin condiciones a Dios, y con Santo Tomás de Aquino dice: “Lo que pido Señor y Dios mío, sois vos mismo y nada más”. “Es la consagración de las víctimas”, decía el santo, “porque por la profesión de votos el religioso se trueca en víctima y holocausto del Señor”[20]. “La profesión es el compromiso de llegar hasta el último extremo de la inmolación por amor”[21].

El Código de Derecho Canónico por su parte establece que: “Por la profesión religiosa los miembros abrazan con voto público, para observarlos, los tres consejos evangélicos, se consagran a Dios por el ministerio de la Iglesia y se incorporan al instituto con los derechos y deberes determinados en el derecho”[22].

Como no podría ser de otro modo nuestras Constituciones siguiendo las sapienciales enseñanzas de los santos de todos los tiempos y del Magisterio de la Iglesia, más aun, en plena concordancia con lo establecido por el derecho canónico ve en la profesión de los votos religiosos:

  1. El medio por el cual “el religioso se libera así de los impedimentos que podrían apartarlo del fervor de la caridad y de la perfección del culto divino, consagrándose más íntimamente al servicio de Dios”[23]; reconociendo en ello la “singular y fecunda profundización de la consagración bautismal”[24]. Y esto con el doble propósito de: “morir radicalmente al pecado y a sus vicios”[25] para “traer de la gracia bautismal fruto copioso”[26] y de vivir “una nueva vida ‘por Dios en Jesucristo’ vivida en toda su radicalidad”[27].
  2. “Cierto modo de martirio, puesto que el religioso posee la misma voluntad que el mártir: ambos aceptan su muerte a este mundo para unirse plenamente a Cristo y formar parte de su reino”[28]. Así un día “no con ánimo aniñado sino con voluntad robusta”[29] y “dispuestos al martirio por lealtad a Dios, lo que constituye el rechazo pleno y total del mundo malo”[30], hicimos nuestra profesión de votos, queriendo con ello “poner los medios más seguros y eficaces para poseer la caridad perfecta”[31]. Lo cual no es otra cosa sino “imitar a Cristo en el anonadamiento de su encarnación y en su muerte en cruz”[32], ya que Él mismo un día nos dijo: no hay mayor amor que dar la vida por los amigos[33].
  3. “Un verdadero holocausto de sí mismo, ya que en virtud de los votos se entrega a Dios todo lo propio, sin reservarse nada: por el voto de castidad, el bien propio del cuerpo; por el voto de pobreza, las cosas exteriores; y los bienes del alma por el voto de obediencia[34]. “De tal modo que al religioso no le queda absolutamente nada… [puesto que] la inmolación implica la destrucción total de la víctima en honor de Dios”[35]. Y aunque se habla “de una destrucción, debemos hablar de una positiva transformación para alcanzar la caridad perfecta que le hará poseer a Dios íntima y plenamente”[36] y cumplir con el cometido de “imitar lo más perfectamente posible a Jesucristo”[37].
  4. “Es una verdadera consagración, por la cual el religioso es algo sagrado, destinado al culto divino, propiedad de Dios”[38]. De hecho, la Iglesia se refiere a nosotros “ante todo como personas ‘consagradas’: consagradas a Dios en Jesucristo”[39]. Esta consagración reviste un carácter total, de pertenencia exclusiva y más íntima a Dios[40], queriendo expresar con esto la donación completa del religioso a Dios la cual “abarca la vida entera”[41]. Consagración que en nuestro caso amorosamente quiere la “total entrega a María para servir mejor a Jesucristo”[42].

2. Nuestra fórmula de consagración

El documento “Elementos Esenciales de la Vida Religiosa[43] tantas veces citado en el derecho propio establece que “la profesión religiosa se hace con la fórmula de votos aprobada […] para cada instituto. La fórmula es común, porque todos los miembros contraen las mismas obligaciones y, cuando se incorporan plenamente, tienen los mismos derechos y deberes”[44]

Nuestras Constituciones en sus números 254 y 257 contienen respectivamente la fórmula de profesión de votos temporales y perpetuos que usamos en nuestro querido Instituto y según las cuales hemos tenido la dicha de consagrarnos a Dios con el propósito supremo de “imitar al Verbo Encarnado casto, pobre, obediente e hijo de María”[45].

Esta es, digamos así, la carta de presentación de un religioso del Verbo Encarnado. Cada palabra allí contenida, no es sino el anhelo fervoroso, qué digo, la intención deliberada y ardorosa de configurarnos con Cristo[46] “en conformidad con el propio carisma”[47]. Es el deseo vehemente de pertenecerle totalmente y por siempre “sin disminuciones ni retractaciones, sin reservas ni condiciones, sin subterfugios ni dilaciones, sin repliegues ni lentitudes”[48]. Es la expresión de la alegría incontenible por sabernos privilegiados de pasar nuestras vidas entregadas a “la edificación de la Iglesia y a la salvación del mundo”[49]y todo “para su gloria”[50].

Asimismo, la fórmula contiene las graves responsabilidades y obligaciones a las que nos comprometemos y según las cuales debemos mantenernos firmes como si estuviéramos viendo al Invisible[51]. De tal manera que cada línea de nuestra fórmula de profesión debe ser el pulso de nuestro corazón, el norte en nuestro peregrinar misionero, el baluarte de nuestra fidelidad y signo de esperanza segura y de consuelo. Pues allí esta condensada nuestra vocación y oficio de toda la vida. Y lo mismo se diga, análogamente, de la fórmula que usamos todos los días 25 de cada mes para renovar nuestra consagración mediante votos.

Y aunque es una realidad muy desafortunada el que algunos de los nuestros parecen haber retrocedido en la palabra dada a Dios –a veces excusándose en motivos erróneos y ficticios que los fueron alejando de un ideal tan noble para finalmente marcharse–, esto no debe jamás desalentarnos. Es una realidad que ha sido y es parte de la historia de las fundaciones de congregaciones religiosas en la Iglesia y nosotros no somos una excepción. De todos modos, como se vio en el estudio que se hizo en ocasión del VII Capítulo General (año 2016)[52] y se ha indicado en la carta introductoria del último Boletín Oficial, por pura gracia de Dios contamos con un buen índice de perseverancia y pertenecemos a una Familia Religiosa que crece y se expande.

Por todo esto, y aunque sucintamente, quisiera en pocos trazos ilustrar y demostrar según el derecho propio las profundas implicancias a las que estamos llamados por ser religiosos profesos del Instituto del Verbo Encarnado, según las hermosas expresiones de nuestra fórmula de profesión. Muchas de las cosas que allí se dicen, y que nosotros hemos profesado solemnemente el día de nuestros votos, están tomadas literalmente de la Exhortación apostólica post-sinodal Vita Consecrata, de San Juan Pablo II (25 de marzo de 1996).

  • “Por el amor”: Noten ustedes cómo el amor viene a ser la razón primera y última de nuestra consagración ya que la misma es fundamentalmente un acto de amor a Dios. Esto es muy simple y al mismo tiempo muy profundo. En efecto, la vocación religiosa es definida en el derecho propio como “una opción por el amor … por darse todo a Aquel que tanto le debemos”[53]. Tan es así, que es por amor a Dios que somos reunidos en comunidades para ser “un signo vivo de la primacía del amor de Dios, que obra maravillas, y del amor a Dios y los hermanos, como lo manifestó y vivió Jesús”[54]. Es por el amor, que “nos hace salir del egoísmo”[55] que todos nuestros miembros deben colaborar con todo entusiasmo en la labor misionera, realizando la donación de sí mismos a Dios por amor a tantos hombres y mujeres de nuestro tiempo que no conocen a Jesucristo”[56]. Es “por el amor, [que] hacemos ofrenda de todos nuestros bienes y de nosotros mismos a María, y por Ella a Jesucristo[57]. 
  • “Al Padre, origen primero y fin supremo de la vida consagrada; a Cristo, que nos llama a su intimidad; al Espíritu Santo, que dispone el ánimo a acoger sus inspiraciones”[58]. Esto fue lo que dijimos y fue a la misma Trinidad a quien se lo dijimos. No hay palabras, quizás en toda nuestra vida, que tengan más seriedad e importancia como aquellas que pronunciamos el día de nuestra profesión. Es a la Trinidad a la que correspondemos porque es el mismo Dios quien nos ha llamado. “Dios llama a quien quiere, por libre iniciativa de su amor”[59] y –quién podría dudarlo– cada una de nuestras vocaciones ha sido el fruto de “la acción divina”[60]. Más aún, es “una iniciativa enteramente del Padre[61], que exige de aquellos que ha elegido la respuesta de una entrega total y exclusiva… debiendo responder con la entrega incondicional de su vida, consagrando todo, presente y futuro, en sus manos… totalidad… equiparable a un holocausto”[62]. De aquí que en la fórmula de renovación mensual de los votos decimos hermosamente que hemos sido llamados a ser “los incondicionales de Dios”, poniendo de relieve la totalidad, el alcance pleno y la perpetuidad del amor que se profesa. Por eso explicaba San Juan Pablo II: “Los votos religiosos tienen la finalidad de realizar un vértice de amor: de un amor completo, dedicado a Cristo bajo el impulso del Espíritu Santo y ofrecido al Padre por medio de Cristo. De ahí el valor de oblación y de consagración de la profesión religiosa, que en la tradición cristiana oriental y occidental es considerada como un baptismus flaminis”[63]. Muchas veces, la claudicación en la profesión religiosa tiene su fundamento en esto: en querer nosotros poner condiciones a Dios pensando que esto redundará en un beneficio personal. “Buscarse a sí mismo” no es jamás un buen negocio en la vida espiritual.
  • Yo N.N., libremente, hago a Dios oblación de todo mi ser[64]: Dadas las ansias de identificarnos con Cristo[65] libremente hacemos nuestra ofrenda que “a imagen de aquella hecha por Cristo a su Iglesia y, como ella, es total e irreversible[66]. De este modo, “mediante la práctica de los consejos evangélicos queremos seguir más libremente a Cristo e imitarlo más fielmente”[67]. Por eso explícitamente remarca el derecho propio que “desde el momento que el fin de la vida consagrada consiste en la conformación con el Señor Jesús y con su total oblación, a esto se debe orientar ante todo la formación[68]. Es bueno enfatizar esta palabra libremente, pues implica que aquel acto fue realizado mediante el ejercicio de lo más digno de nuestra personalidad que fue nuestra libertad. Nuestra profesión fue un acto deliberado, un acto plenamente humano, un acto consciente y sumamente libre, y por lo mismo, de gran valor y mérito antes Dios. El día 1 de febrero pasado, en una entrevista que me concedió en la sede de la CIVCSVA, Mons. José Rodríguez Carballo, Secretario de ese Dicasterio, me decía “nosotros somos libres para realizar nuestros votos, pero una vez hechos, no somos libres para quebrarlos”, máxime cuando para hacerlo se trata muchas veces de excusarse en razones de conveniencia. Al respecto, es bueno hacer notar una vez más, pues es un fenómeno constatable, que en nuestro Instituto “la mayor parte de las deserciones suceden en aquellos países donde el atractivo del mundo ejerce una seducción mayor”[69].
  • “Para profundizar, con un amor cada vez más sincero e intenso, el don de los consejos evangélicos en dimensión trinitaria”[70]: Con estas expresiones, comenzamos a manifestar públicamente y a explicitar nuestras intenciones al realizar los votos. Son estos los ideales que con el correr de los años debemos mantener renovados e inconmovibles. Pues nuestra consagración no quiere ser otra cosa que “manifestación de la entrega a Dios con corazón indiviso[71], reflejo del amor infinito que une a las tres Personas divinas en la profundidad misteriosa de la vida trinitaria; amor testimoniado por el Verbo Encarnado hasta la entrega de su vida; amor derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo[72], que anima a una respuesta de amor total hacia Dios y hacia los hermanos”[73]. Es por esto que cada uno de nosotros por medio del esfuerzo cotidiano la práctica fiel de los consejos evangélicos debe dejar translucir “la impronta trinitaria”[74] hasta alcanzar “una existencia transfigurada[75]. De esto se deriva que en nuestro Instituto tengamos una “profunda y raigal devoción a la Santísima Trinidad, principio activo de la Encarnación”[76].
  • “Para ser una huella concreta que la Trinidad deja en la historia y así todos los hombres descubran el atractivo y la nostalgia de la belleza divina”[77]: Ya que nuestra consagración “es imagen de la Trinidad: ‘es anuncio de lo que el Padre, por medio del Hijo, en el Espíritu, realiza con su amor, su bondad y su belleza… Por eso, su primer objetivo es el hacer visibles las maravillas que Dios realiza en nuestra frágil humanidad”[78]. Se entiende con esto que la mejor forma de ser esa huella concreta de la Trinidad en la historia es a través del testimonio de vida[79]. De hecho, esa es la “‘primera e insustituible forma de la misión’[80], de modo que resplandezca entre los fieles la caridad de Cristo”[81]. Consecuentemente, y “de acuerdo con la tradición cristiana que enseña que la vocación nunca tiene como fin la santificación personal –porque Cristo ha unido de forma muy íntima la santidad y la caridad– así pues, nosotros que tendemos a la santidad personal debemos hacerlo siempre dentro del marco de un compromiso de servicio a la vida y a la santidad de la Iglesia”[82]. Por eso, debemos empeñarnos “en realizar con audacia, inteligencia y discernimiento una pastoral de la cultura”[83] para lo cual “no debemos ahorrar medios ni esfuerzos”[84]. Claramente lo dice el derecho propio: “Trabajar por el Reino quiere decir reconocer y favorecer el dinamismo divino, que está presente en la historia humana y la transforma. Construir el Reino significa trabajar por la liberación del mal en todas sus formas”[85].
  • “Para que mi vida sea memoria viviente del modo de existir y de actuar de Jesús, el Verbo hecho carne[86], ante el Padre y ante los hombres”[87]: Lo cual implica adherirse plenamente y sin reticencias al marcado “‘estilo’ de Nuestro Señor Jesucristo”[88]. Ésa y no otra es nuestra razón de ser religiosos del Verbo Encarnado, es decir, el “imitar lo más perfectamente posible a Jesucristo… reproduciéndolo[89], haciéndonos semejantes a Él[90], configurándonos con Él[91], sabiendo que reflejamos la misma imagen[92] del Hijo Único de Dios. Queremos imitarlo hasta que podamos, de verdad, decir a los demás, Sed imitadores míos, como yo lo soy de Cristo[93], ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí [94][95]. Por eso enfáticamente y en repetidas ocasiones el derecho propio nos dice que “esta impronta cristocéntrica debe quedar marcada a fuego en nosotros y en nuestro apostolado de evangelizar la cultura… Esta realidad de ser otros Cristos es central en nuestra espiritualidad”[96]. 
  • “Por eso, comprometo todas mis fuerzas para no ser esquivo a la aventura misionera, para inculturar el Evangelio en la diversidad de todas las culturas”[97]: Noten Ustedes con cuánta vehemencia nos hemos comprometido “a grandes obras, a empresas extraordinarias”[98]. Esto requiere que nosotros seamos “hombres de acción, de mirada amplia, de corazón decidido y generoso, que por la nobleza de nuestras almas nos alegremos”[99] al saber que Jesús mismo es quien nos envía “a todas las naciones a continuar su propia misión redentora”[100]. En este punto me parece importante que no se nos pase por alto que hemos comprometido todas nuestras fuerzas. Lo cual implica “el compromiso total al servicio de la Evangelización; se trata de una entrega que abarca toda nuestra persona y toda nuestra vida, exigiendo de cada uno de nosotros una donación sin límites de fuerzas y de tiempo”[101]. “De ahí que hay que hacer todos los esfuerzos con vistas a una generosa evangelización de la cultura, o más exactamente de las culturas”[102]. Y lo hemos de hacer, “no de una manera decorativa, como un barniz superficial, sino de manera vital, en profundidad y [evangelizando] hasta sus mismas raíces– las culturas del hombre’”[103]. Por eso, el no ser esquivo a la aventura misionera va más allá del aceptar un destino, implica más bien, el moverse “a impulsos del ‘celo por las almas’”[104], pide de nosotros el tener “el ímpetu de los santos y de los mártires, que lo dieron todo por Dios”[105], se trata de un esfuerzo audaz y paciente para saber acercarse a las diversas culturas con la actitud de Jesús que se despojó de sí mismo tomando condición de siervo[106]. Por último, implica también “ser capaces de tomar iniciativas constantes para terminar las obras, perseverantes en las dificultades, soportando con paciencia y fortaleza la soledad, el cansancio y el trabajo infructuoso”[107]. De modo tal que nuestra vida misma esté llena de espíritu apostólico[108]. Defraudan estas palabras de la fórmula de profesión quienes se aferran desordenadamente a un lugar, a un apostolado o a un destino, como también quienes han perdido la disponibilidad para ir en cualquier momento a cualquier misión a la que los superiores retengan oportuno asignarlos. 
  • “Para prolongar la Encarnación del Verboen todo hombre, en todo el hombre y en todas las manifestaciones del hombre’ asumiendo todo lo auténticamente humano”[109]: Porque ese es nuestro fin específico y así decimos que queremos prolongar el Verbo en todas las cosas[110], “en las familias, en la educación, en los medios de comunicación, en los hombres de pensamiento y en toda otra legítima manifestación de la vida del hombre”[111] por el verbo oral y escrito[112], y de este modo “imbuir con el Evangelio toda la actividad humana”[113]. Nosotros que “queremos propender a la santificación y salvación de los hombres”[114] hemos de estar “en el mundo[115] y asumir en Cristo todo lo humano, ya que ‘lo que no es asumido no es redimido’[116] y ‘se constituye en un ídolo nuevo con malicia vieja’[117]. […] No asumiendo “materia” no asumible como el pecado, el error, la mentira, el mal”[118] sino sólo asumiendo lo que tiene dignidad o necesidad[119]. “Jesucristo vino al mundo ‘por nosotros los hombres’, por tanto, ‘todo hombre, todo el hombre y todos los hombres’[120] -sin discriminaciones- por eso, de manera preferencial los más carenciados deben ser objeto de nuestro amor y de nuestro servicio. […] Debemos amar de obra y de verdad al hombre concreto que está necesitado -de bienes materiales o espirituales-, jamás usarlo como demagógica propaganda. Seguimos a Aquél que, inspirando a San Juan, dijo de sí: Dios es amor[121].  
  • “Para ser como otra humanidad de Cristo”[122]: “de modo que el Padre no vea en nosotros ‘más que el Hijo amado’”[123]. ¿Quién puede señalar otro ideal más sublime, más apasionante o más envolvente que éste de “imitar más de cerca y representar perennemente en la Iglesia ‘el género de vida que el Hijo de Dios tomó cuando vino a este mundo para cumplir la voluntad del Padre, y que propuso a los discípulos que lo seguían’”[124]? Su vida terrena es el “ejemplo de entrega sacerdotal al Padre que debemos imitar”[125], son sus virtudes las que debemos replicar en nuestras vidas: “humildad, pobreza, dolor, obediencia, renuncia a sí mismo, misericordia y amor a todos los hombres”[126]. Él es el “Camino que debemos seguir”[127], y son sus intereses con los cuales debemos encariñarnos y luchar por conseguir, yendo al mundo para convertirlo, yendo a la cultura y a las culturas del hombre para sanarlas y elevarlas con la fuerza del Evangelio[128]. Por eso espléndidamente señala el derecho propio como “absolutamente imprescindible unirse a su Persona, tener su Espíritu, asimilar su doctrina, frecuentar sus sacramentos, imitar sus ejemplos, amar entrañablemente a su Madre, estar en perfecta comunión con su Iglesia Jerárquica”[129]. 
  • “Para realizar con mayor perfección el servicio de Dios y de los hombres”[130]: Esta es la razón por la que “nos comprometemos con los tres votos”[131]. A fin de que “dedicándonos totalmente a Dios como a nuestro amor supremo y a la edificación de la Iglesia y a la salvación del mundo, consigamos la perfección de la caridad”[132]. Porque bien sabemos que “la perfección no consiste esencialmente en la pobreza, ni en los otros votos de castidad y obediencia, sino en el seguimiento de Cristo por la caridad perfecta. De aquí que San Pedro le haya dicho a Nuestro Señor: Nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido[133]. Esta es “la mayor exigencia de nuestra vocación, en la cual debe reflejarse la misma Encarnación del Verbo, en quien brillan, sin mezcla pero en unión intimísima, la perfección humana y la perfección divina”[134]. Por eso incluso nuestra formación humana apunta a alcanzar la “perfección humana que brilla en el Hijo de Dios y se transparenta con singular eficacia en sus actitudes hacia los demás”[135]. Esto implica un tender “incesantemente a una mayor perfección”[136] ordenando nuestra vida según el Evangelio y según el derecho propio del Instituto[137]. 
  • “Por esto, delante de Dios nuestro Señor y de todos sus santos, ante N.N., Superior Provincial del Instituto del Verbo Encarnado, y en presencia de los miembros de dicho Instituto y de las Servidoras del Señor y de la Virgen de Matará”: Recordemos siempre que hemos empeñado nuestra palabra con Dios nuestro Señor y delante de todos sus santos, es decir que lo que sucede el día de nuestra profesión se reproduce al mismo tiempo en el cielo. Las palabras que siguen ponen de manifiesto no sólo el vínculo jurídico entre cada uno de nosotros y el Instituto, sino también el estrecho lazo espiritual que nos une al servicio de la Iglesia[138]. Por eso San Juan Bosco afirmaba que “los votos pueden llamarse cuerdecillas espirituales que nos ligan a Dios y ponen en manos del superior toda la propia voluntad, los bienes, nuestras fuerzas físicas y morales, a fin de que entre todos hagamos un sólo corazón y una sola alma, para proveer la mayor gloria de Dios según nuestras Constituciones, que es precisamente lo que la Iglesia nos invita a hacer”[139]. 
  • “Hago voto de vivir para siempre [o por el número de años que corresponda]”: Es decir, “los votos establecen un vínculo poderoso entre Cristo y el alma consagrada. Es una donación perpetua… [En efecto] el voto expresa y contiene ese carácter irreversible de vínculo perpetuo”[140]. Por eso San Pedro Julián Eymard, en toda su genialidad y con toda su fuerza, les decía a unos religiosos en sus Ejercicios Espirituales antes de la profesión: “¿Para cuánto tiempo firmáis este contrato? Por prudencia os pide la regla lo firméis sólo para algunos años, uno o tres. ¿Vais a decir por eso: ¡Bien!, me doy por este tiempo, pero después ya lo veremos? ¡No faltaba más! El corazón por su parte hace votos perpetuos. Si no queréis pertenecer siempre a Dios, no sois dignos de ser suyos por un año. Quedad más acá. ¡No deis un paso más, que tratándose de Dios, tan bueno, no ha de haber ensayos! Y si dudáis de Él, de su auxilio, de su gracia y de su amor, le harías una injuria. Lo que constituye la grandeza y nobleza del amor es el entregar la libertad presente y futura, atándose para siempre y no admitiendo posibilidad de una ruptura”[141].
  • “Casto, por el Reino de los Cielos[142], pobre, manifestando que Dios es la única riqueza verdadera del hombre[143], y obediente, hasta la muerte de cruz[144] para seguir más íntimamente al Verbo Encarnado en su castidad, pobreza y obediencia”[145]: “Se trata de entregar todo, en una especie de inmolación, para alcanzar la total transfiguración en Cristo”[146]. Entonces, “mediante el voto de castidad queremos ofrecer a Dios el holocausto de nuestro cuerpo y de todos nuestros afectos naturales”[147] y aún de “todo cuanto no sea el mismo Dios[148]. Asimismo, con el voto de pobreza libremente abrazamos “el abandono voluntario de las riquezas y de los bienes exteriores de este mundo con el fin de buscar únicamente a Dios”[149] porque queremos “seguir desnudo a Cristo desnudo”[150]. Esto “implica una elección preferencial del amor exclusivo a Dios”[151], permitiéndonos tender totalmente libres y con todas las fuerzas a solo Él[152]. Finalmente, con el voto de obediencia –que es el más esencial del estado religioso[153]– entregamos a Dios la “voluntad y con ella todo el bien del alma”[154]. En este punto, y con el fin de “hacer entera y perfecta oblación de nosotros mismos” el derecho propio nos exhorta a ofrecer también el entendimiento, “no solamente teniendo un querer, pero teniendo un sentir mismo con el superior, sujetando el propio juicio al suyo, en cuanto la devota voluntad puede inclinar el entendimiento”[155]. Cabe destacar que “en virtud del voto estamos obligados a observar todas aquellas cosas que la regla prescribe como preceptos, y todas las que el superior quiera prescribir a tenor de la regla”[156]. De aquí “que la voluntad de Dios se exprese… específicamente para nosotros los religiosos a través de las constituciones”[157] y a través de los superiores, que “hacen las veces de Dios”[158], y por eso “los superiores, al ejercer su potestad, lo deben hacer ‘a tenor del derecho propio y del universal’[159][160]. 
  • “De acuerdo al camino evangélico trazado en las Constituciones del Instituto del Verbo Encarnado”[161]: Explícitamente lo dice el derecho propio: “La vida religiosa es un seguimiento de Cristo en orden a alcanzar la perfección de la caridad. Pero tal cosa solamente se ha de dar en el marco del propio Instituto: ‘La creciente configuración con Cristo se va realizando en conformidad con el carisma y normas del Instituto al que el religioso pertenece. Cada Instituto tiene su propio espíritu, carácter, finalidad y tradición, y es conformándose con ellos, como el religioso crece en su unión con Cristo’”[162]. Asimismo, las Constituciones prescriben que: “Todos los miembros de nuestro Instituto no sólo deben cumplir con la mayor perfección posible los consejos evangélicos y la entrega a Jesús por María, sino también ‘ordenar su vida según el derecho propio del Instituto y esforzarse así por alcanzar la perfección de su estado’”[163]. 
  • “Y para mejor hacerlo hago un cuarto voto de consagración a María en materna esclavitud de amor”: “Por esta esclavitud de amor, no sólo ofrecemos a Cristo por María nuestro cuerpo, nuestra alma y nuestros bienes exteriores, sino incluso nuestras buenas obras, pasadas, presentes y futuras, con todo su valor satisfactorio y meritorio, a fin de que Ella disponga de todo según su beneplácito[164], seguros de que por María, Madre del Verbo Encarnado, debemos ir a Él, y que Ella ha de formar ‘grandes santos’”[165]. “Fruto de la consagración a la Santísima Virgen y consecuencia natural es el marianizar toda la vida”[166]. 
  • “Pido la intercesión de Nuestra Señora, de los Doce Apóstoles y de los otros santos patronos, las oraciones de los Hermanos en el Verbo Encarnado y de las Hermanas del Instituto de las Servidoras del Señor y de la Virgen de Matará. El amor y la gracia de la Santísima Trinidad me ayuden a ser fiel en la obra que ha comenzado”: Aquí pedimos la intercesión de la Virgen Santísima, porque su ayuda nos es imprescindible[167] y por eso nuestras Constituciones concluyen diciendo: “Que la Santísima Virgen nos ayude a todos a alcanzar al Padre por el Hijo en el Espíritu Santo”[168]. En las líneas siguientes ponemos de manifiesto también la gran devoción a los santos que nos ha sido legada –ya que son los mejores miembros del Cuerpo místico de Cristo y el fruto mayor y más completo de la Encarnación y de la Redención y son ellos quienes transforman al mundo con su ejemplo, y con la fuerza de su intercesión[169]–. Finalmente, nuestra fórmula de profesión pone de manifiesto la unión indisoluble[170] como Familia Religiosa con el Instituto de las Servidoras del Señor y de la Virgen de Matará, a quienes se debe ayudar “‘con especial diligencia’, para que queden informadas por el genuino espíritu de nuestra familia”[171]. 

 

* * * * * 

En fin, muy queridos todos: el seguimiento de Cristo, como queda bien claro, trae aparejada esta idea clamorosa: sacrificarse[172] y la exigencia más apremiante, que es el permanecer fieles: al Verbo Encarnado y a la disciplina del Instituto[173].

Recordemos siempre la magistral enseñanza del Beato Paolo Manna: “las grandes santidades se hicieron de pequeñas fidelidades; pero para poder ser fieles, siempre fieles, es necesario hacerse habitual y familiar a la mortificación, porque si Cristo es generoso también es exigente. Hay quien piensa que, con haber ido a las misiones, es ya un sacrificio tan grande, que basta por todo. Error fatal que ha hecho fracasar muchas vocaciones. La cruz se debe llevar todos los días, tome su cruz cada día[174], nos dijo nuestro Señor”[175].

Bien sabemos que el seguir al Verbo Encarnado significa renunciar a todo radicalmente para unirse a Él y acompañarlo por los caminos de su misión. Pero también es cierto –y cuántas veces Dios en su misericordia nos ha dejado experimentarlo para aliciente de nuestra esperanza– que el seguirlo trae consigo un tesoro en los cielos, o sea, una abundancia de bienes espirituales. Nos prometió incluso la vida eterna en el futuro, y el ciento por uno en esta vida[176]. Ese ciento por uno se refiere a una calidad de vida superior, a una felicidad incomparablemente más alta. La experiencia nos ha demostrado a cada uno de nosotros que la vida consagrada, según el designio de Jesús, es una vida profundamente feliz. Felicidad que se mide en relación con la fidelidad al designio de Jesús, aún cuando el ciento por uno no quite la necesidad de asociarse a la cruz[177].

Recordemos siempre que sólo en la medida en que nuestro amor refulja por nuestra oblación y espíritu de sacrificio, podremos en verdad prolongar la presencia, la palabra, el sacrificio y la acción salvífica de Cristo, vencedor del pecado y de la muerte y dar a los demás un testimonio creíble del destino glorioso de nuestra existencia.

En este día de la Resurrección gloriosa de nuestro Señor y a pocos días de celebrar el augusto misterio de la Encarnación del Verbo, pidamos los unos por los otros que, por la intercesión de nuestra Madre Santísima, la Virgen Fiel, nos mantengamos siempre fieles a nuestra consagración, que no rehusemos ningún sacrificio a fin de reproducir en nosotros la forma de vida de su Hijo y seamos constructores magnánimos y humildes del Reino de Cristo, como lo fue Ella.

Nuevamente: ¡Muy Felices Pascuas!

En el Verbo Encarnado, un fuerte abrazo para todos,

P. Gustavo Nieto, IVE
Superior General

1 de abril de 2018 – Domingo de la Resurrección del Señor
Carta Circular 21/2018

 

[1] Constituciones, 43.

[2] Cf. Ibidem.       

[3] Haced de cuenta que estáis muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús (Rm 6, 11); citado en Directorio de Espiritualidad, 31.  

[4] Mt 19, 21.

[5] San Juan Pablo II, A los religiosos y religiosas en Kielce, Polonia, (03/06/1991).

[6] Redemptionis donum, 7.

[7] Cf. Col 2, 7. Ver Directorio de Vida Consagrada, 18.

[8] Cf. Ibidem.

[9] Directorio de Espiritualidad, 43; op. cit. Cf. Lumen Gentium, 44.

[10] Directorio de Espiritualidad, 1.

[11] Santa Isabel de la Trinidad, Elevaciones, Elevación nº 34.

[12] Cf. Constituciones, 48.

[13] San Juan Pablo II, A las religiosas de Florianópolis, Brasil, (18/10/1991).

[14] San Juan Pablo II, Alocución dominical (09/09/1981), 1.

[15] Directorio de Espiritualidad, 1.

[16] Directorio de Espiritualidad, 39.

[17] Col 3, 2.

[18] Directorio de Vida Consagrada, 230; op. cit. Vita Consecrata, 19.

[19] San Pedro Julián Eymard Obras Eucarísticas, 5a Serie, Ejercicios Espirituales dados a los religiosos de la Congregación de Hnos. de San Vicente de Paul.

[20] Ibidem.

[21] Ibidem.

[22] CIC, c. 654.

[23] Constituciones, 49; op. cit. Cf. Lumen Gentium, 44.

[24] Directorio de Vida Consagrada, 16; op. cit. Vita Consecrata, 30.

[25] Directorio de Vida Consagrada, 17.

[26] Ibidem; op. cit. Lumen Gentium, 44.

[27] Directorio de Vida Consagrada, 19.

[28] Cf. Constituciones, 50. San Juan Bosco enseña que “es tanto el mérito del que hace los votos como del que recibe el martirio porque lo que a éstos falta en intensidad lo tienen en duración”. Regla de la Sociedad de San Francisco de Sales, 7.

[29] San Juan de la Cruz, Epistolario, A la M. Ana de Jesús, OCD Priora de Córdoba, Segovia, (18/07/1589).

[30] Cf. Directorio de Espiritualidad, 36.

[31] Directorio de Vida Consagrada, 405.

[32] Directorio de Vida Consagrada, 407.

[33] Jn 15, 13.

[34] Constituciones, 51; op. cit. Cf. Santo Tomás de Aquino, S. Th., II-II, 186, 7.

[35] Directorio de Vida Consagrada, 13.

[36] Directorio de Vida Consagrada, 14.

[37] Directorio de Espiritualidad, 44.

[38] Constituciones, 52.

[39] Redemptionis donum, 7; citado en el Directorio de Vida Consagrada, nota 7.

[40] Cf. Directorio de Vida Consagrada, 11; cf. San Juan Pablo II, Exhortación apostólica post-sinodal Vita consecrata (25/03/1996) 17; 26; 65; 70-71.

[41] Ibidem; op. cit. Perfectae Caritatis, 1.

[42] Constituciones, 82.

[43] Emanado por la Sagrada Congregación para los Religiosos e Institutos Seculares (ahora la CIVCSVA) el 31 de mayo de 1983.

[44] Constituciones, 6.

[45] Directorio de Vida Consagrada, 326.

[46] Cf. Directorio de Espiritualidad, 44.

[47] Directorio de Vida Consagrada, 223.

[48] Directorio de Espiritualidad, 73.

[49] Directorio de Vida Consagrada, 5; op. cit. CIC, c. 573, §1. Además: Cf. Constituciones, 23.

[50] Cf. Ibidem.

[51] Cf. Heb 11, 27.

[52] Cf. Notas del VII Capítulo General, VI. La perseverancia en el IVE, p. 18.

[53] Directorio de Vocaciones, 53.

[54] Directorio de Vida Fraterna, 1.

[55] Directorio de Espiritualidad, 252.

[56] Directorio de Vida Consagrada, 271.

[57] Constituciones, 83.

[58] Vita Consecrata, 21: “la vida consagrada está llamada a profundizar continuamente el don de los consejos evangélicos con un amor cada vez más sincero e intenso en dimensión trinitaria: amor a Cristo, que llama a su intimidad; al Espíritu Santo, que dispone el ánimo a acoger sus inspiraciones; al Padre, origen primero y fin supremo de la vida consagrada”; cf. Ibidem, 14; Juan Pablo II, Discurso en la Audiencia General (09/11/1994).

[59] Directorio de Espiritualidad, 290.

[60] Cf. Directorio de Vida Consagrada, 10; op. cit. CIVCSVA, Elementos esenciales de la doctrina de la Iglesia sobre la vida religiosa, 5.

[61] Cf. Jn 15, 16.

[62] Cf. Directorio de Vocaciones, 5 a.

[63] San Juan Pablo II, Discurso en la Audiencia General, (26/10/1994).

[64] Cf. Vita Consecrata, 22; 30; 65.

[65] Cf. Directorio de Noviciados, 90.

[66] Evangelica Testificatio, 7.

[67] Cf. Directorio de Vida Consagrada, nota 57; op. cit. Cf. Evangelica Testificatio, 4.

[68] Directorio de Seminarios Mayores, 193.

[69] Boletín Oficial del Gobierno General del Instituto del Verbo Encarnado, Introducción: Carta del Superior General a todos los miembros, (01/07/2017).

[70] Vita Consecrata, 21.

[71] Cf. 1 Co 7, 32-34.

[72] Rm 5, 5.

[73] Directorio de Vida Consagrada, 174; op. cit. Vita Consecrata, 21.

[74] Directorio de Espiritualidad, 9.

[75] Directorio de Vida Consagrada, 231.

[76] Constituciones, 9.

[77] Vita Consecrata, 20: “De este modo, la vida consagrada se convierte en una de las huellas concretas que la Trinidad deja en la historia, para que los hombres puedan descubrir el atractivo y la nostalgia de la belleza divina”.

[78] Cf. Directorio de Vida Consagrada, 12; op. cit. Cf. Lumen Gentium, 44.

[79] “Testimonio de modo esplendoroso y eminente, que el mundo no puede ser transformado y ofrecido a Dios sin el espíritu de las Bienaventuranzas”. Directorio de Vida Consagrada, 103; op. cit. Orientaciones sobre la Formación en los Institutos Religiosos, 14.

[80] Redemptoris Missio, 42.

[81] Constituciones, 166; op. cit. Cf. Ef 3, 19.

[82] Cf. Directorio de Vida Consagrada, 33; op. cit. OR (13/01/95), p. 3.

[83] Directorio de Vida Consagrada, 348.

[84] Cf. Constituciones, 259.

[85] Directorio de Misiones Ad Gentes, 32.

[86] Cf. Jn 1, 14.

[87] Vita Consecrata, 22: “Verdaderamente la vida consagrada es memoria viviente del modo de existir y de actuar de Jesús como Verbo encarnado ante el Padre y ante los hermanos. Es tradición viviente de la vida y del mensaje del Salvador”.

[88] Constituciones, 216.

[89] Cf. Rm 8, 29.

[90] Cf. Flp 3, 10.

[91] Cf. Flp 3, 21.

[92] 2 Co 3, 18.

[93] 1 Co 11, 1.

[94] Ga 2, 20.

[95] Cf. Directorio de Espiritualidad, 44.

[96] Cf. Directorio de Vida Consagrada, 37.

[97] Cf. Vita Consecrata, 47; 80; 98.

[98] Directorio de Espiritualidad, 216.

[99] Cf. Ibidem.

[100] Constituciones, 161.

[101] Cf. Directorio de Misiones Ad Gentes, 146.

[102] Directorio de Misiones Ad Gentes, 85.

[103] Directorio de Vida Consagrada, 339.

[104] Directorio de Misiones Ad Gentes, 165.

[105] Directorio de Espiritualidad, 216.

[106] Directorio de Evangelización de la Cultura, 163; op. cit. Flp 2, 7.

[107] Directorio de Misiones Ad Gentes, 107; op. cit. Ad Gentes, 25.

[108] Directorio de Vida Consagrada, 305; op. cit. CIC, c. 675, 1. Cf. Conclusiones de la III Reunión Extraordinaria del Consejo General del Instituto, (13-9/06/2004), 106. 

[109] Cf. Vita Consecrata, 38.

[110] Cf. Constituciones, 17.

[111] Constituciones, 31.

[112] Cf. Constituciones, 16.

[113] Cf. Constituciones, 26.

[114] Directorio de Espiritualidad, 68.

[115] Cf. Jn 17, 11.

[116] San Irineo, citado en el Documento de Puebla, 400.

[117] Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, Documento de Puebla (1979), 400, 469.

[118] Constituciones, 11.

[119] Directorio de Espiritualidad, 48.

[120] Cf. Redemptor Hominis, 13-18.

[121] Directorio de Espiritualidad, 68; op. cit. 1 Jn 4, 8.

[122] Cf. Vita Consecrata, 76; op. cit. Cf. Santa Isabel de la Trinidad, O mon Dieu, Trinité que j’adore, en Oeuvres completes (París 1991) 199-200.

[123] Directorio de Espiritualidad, 30.

[124] Directorio de Vida Consagrada, 36; op. cit. Lumen Gentium, 44. Cf. Evangelica Testificatio, 4: “Mediante la práctica de los consejos evangélicos habéis querido seguir más libremente a Cristo e imitarlo más fielmente”.

[125] Constituciones, 41.

[126] Directorio de Espiritualidad, 45.

[127] Constituciones, 60; op. cit. Cf. Jn 14, 6.

[128] Cf. Directorio de Espiritualidad, 46.

[129] Constituciones, 210.

[130] Cf. Vita Consecrata, 1; 73.

[131] Constituciones, 6.

[132] Cf. Constituciones, 23.

[133] Directorio de Vida Consagrada, 77; op. cit.  Mc 10, 28.

[134] Constituciones, 197.

[135] Constituciones, 133; op. cit. Pastores Dabo Vobis, 43.

[136] Directorio de Espiritualidad, 250.

[137] Cf. Directorio de Espiritualidad, 378.

[138] Directorio de Vida Consagrada, 277; op. cit. Evangelica Testificatio, 23.

[139] San Juan Bosco, Reglas o Constituciones de la Sociedad de San Francisco de Sales, Turín (1877), 7.

[140] Cf. Directorio de Vida Consagrada, 47.

[141] San Pedro Julián Eymard, Obras Eucarísticas, 5a Serie, Ejercicios Espirituales dados a los religiosos de la Congregación de Hnos. de San Vicente Paul.

[142] Cf. Vita Consecrata, 14.

[143] Cf. Vita Consecrata, 21: “La pobreza manifiesta que Dios es la única riqueza verdadera del hombre. Vivida según el ejemplo de Cristo que «siendo rico, se hizo pobre» (2 Co 8, 9), es expresión de la entrega total de sí que las tres Personas divinas se hacen recíprocamente. Es don que brota en la creación y se manifiesta plenamente en la Encarnación del Verbo y en su muerte redentora”.

[144] Cf. Vita Consecrata, 22; Flp 2, 8.

[145] Cf. Vita Consecrata, 14; 16; 18; 23; 28-29; 36-38; 52; 64-66; 69; 72; 82; 84-85; 104.

[146] Directorio de Vida Consagrada, 58.

[147] Constituciones, 55.

[148] Constituciones, 68.

[149] Constituciones, 61.

[150] San Jerónimo, Ad Rusticum Monachum, Ep. 125: ML 22,1085.

[151] Constituciones, 55.

[152] Cf. Constituciones, 56.

[153] Directorio de Vida Consagrada, 167; op. cit. Santo Tomás de Aquino, S.Th., II-II, 186, 8c.

[154] Directorio de Vida Consagrada, 164.

[155] Directorio de Vida Consagrada, 189; op. cit. San Ignacio de Loyola, Carta de la Obediencia, en San Ignacio, OC., (Madrid 1952), 837-838. 

[156] Santo Tomás de Aquino, Questiones Quodlibetales, I, q. 9, a. 20c.

[157] Cf. Orientaciones sobre la Formación en los Institutos Religiosos, 15.

[158] CIC, c. 601; Constituciones, 74.

[159] CIC, c. 617.

[160] Directorio de Vida Consagrada, 184.

[161] Cf. Vita Consecrata, 37.

[162] Directorio de Vida Consagrada, 325; op. cit. Elementos Esenciales de la Vida Religiosa, 46.

[163] Constituciones, 378; op. cit. CIC, c. 598, § 2.

[164] San Luis María Grignion de Montfort, Tratado de la Verdadera Devoción, 121-125.

[165] Constituciones, 84; op. cit. San Luis María Grignion de Montfort, Tratado de la Verdadera Devoción, 47.

[166] Constituciones, 85.

[167] Constituciones, 17.

[168] Constituciones, 380.

[169] Directorio de Espiritualidad, 257.

[170] Cf. Constituciones, 273.

[171] Constituciones, 175.

[172] Directorio de Espiritualidad, 146.

[173] Constituciones, 80; op. cit. Cf. CIC, c. 678.

[174] Lc 9, 28.

[175] Cf. Virtudes Apostólicas, Carta Circular n. 19, Milán, (15/12/1932).

[176] Cf. Mt 19, 29.

[177] Cf. San Juan Pablo II, Audiencia General, (12/10/1994).

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