Humanismo moderno y negación de la Encarnación

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Humanismo moderno y negación de la Encarnación

Una conocida carta publicada del 15 de octubre de 1989 por el entonces cardenal Ratzinger bajo el título “Carta a los obispos de la Iglesia Católica sobre algunos aspectos de la meditación cristiana”, y el recientísimo documento Placuit Deo: “Carta de la Congregación para la Doctrina de la Fe a los obispos de la Iglesia católica sobre algunos aspectos de la salvación cristiana”, publicada en la fiesta de la Cátedra de San Pedro de este año 2018 (22 de febrero), indican a las claras la insistencia del magisterio reciente en advertirnos acerca de dos graves tendencias erróneas de nuestro tiempo provenientes de dos herejías antiguas. Tales herejías son el pelagianismo (o neo pelagianismo) y el gnosticismo. Y ambas tienen de fondo un error común: la negación de la Encarnación del Verbo o de las consecuencias de la Encarnación, que finalmente es una misma cosa. 

[Pelagianismo] Dice Placuit Deo: “en nuestros tiempos, prolifera una especie de neo-pelagianismo para el cual el individuo, radicalmente autónomo, pretende salvarse a sí mismo, sin reconocer que depende, en lo más profundo de su ser, de Dios y de los demás. La salvación es entonces confiada a las fuerzas del individuo, o las estructuras puramente humanas, incapaces de acoger la novedad del Espíritu de Dios”[1]. “En esta visión, la figura de Cristo corresponde más a un modelo que inspira acciones generosas, con sus palabras y gestos, que a Aquel que transforma la condición humana, incorporándonos en una nueva existencia reconciliada con el Padre y entre nosotros a través del Espíritu”[2]. Recordemos que ya Santo Tomas señalaba que ‘al urdir [Pelagio] que nosotros no necesitamos de la gracia para la salvación frustró la venida del Hijo de Dios en la carne…’, derogando la dignidad de Cristo”[3].

[Gnosticismo] El Papa Francisco afirma que existe una tendencia real y feroz a “un cierto neo-gnosticismo que presenta una salvación meramente interior, encerrada en el subjetivismo[4], que consiste en elevarse ‘con el intelecto hasta los misterios de la divinidad desconocida’[5]. Se pretende, de esta forma, liberar a la persona del cuerpo y del cosmos material, en los cuales ya no se descubren las huellas de la mano providente del Creador, sino que se ve sólo una realidad sin sentido, ajena de la identidad última de la persona, y manipulable de acuerdo con los intereses del hombre[6]. Se propone un hombre falsamente espiritualizado por la gnosis, que nada tiene que ver con el hombre que es unidad sustancial de alma y cuerpo, y que por la gracia es elevado al orden sobrenatural. Nada tiene que ver con el Dios encarnado, el Hombre-Dios, verdadero Dios y verdadero hombre, perfecto Dios y perfecto hombre. En quien ambas naturalezas se unen en la única Persona divina del Verbo, en una unión que es por asunción (lo divino asume lo humano), y en donde ambas naturalezas son perfectas en la unidad de la Persona, cada una con su operación, sin mezcla ni confusión[7].

Estos errores, antiguos y nuevos, afectan al mundo, al que somos llamados a evangelizar.  Dice Placuit Deo: “Tanto el individualismo neo-pelagiano como el desprecio neo-gnóstico del cuerpo deforman la confesión de fe en Cristo, el Salvador único y universal. ¿Cómo podría Cristo mediar en la Alianza de toda la familia humana, si el hombre fuera un individuo aislado, que se autorrealiza con sus propias fuerzas, como lo propone el humanismo moderno? ¿Y cómo podría llegar la salvación a través de la Encarnación de Jesús, su vida, muerte y resurrección en su verdadero cuerpo, si lo que importa solamente es liberar la interioridad del hombre de las limitaciones del cuerpo y la materia, según la nueva visión neo-gnóstica?”[8] Frente a estas tendencias, no dudamos en afirmar que el gnosticismo sigue siendo uno de los más grandes peligros que ha tenido la Iglesia de todos los tiempos[9]. Hoy como ayer son elocuentísimas las palabras del Beato Papa Pablo VI en la Alocución Consistorial del 24 de mayo de 1976: “No admitimos la actitud de cuántos parecen ignorar la tradición viviente de la Iglesia… e interpretan a su modo la doctrina de la Iglesia, incluso el mismo Evangelio, las realidades espirituales, la divinidad de Cristo, su Resurrección o la Eucaristía, vaciándolas prácticamente de su contenido y creando de esta manera una nueva gnosis…”[10]. Por eso no dudamos en afirmar que estamos en una época gnóstica. “Y esta es la batalla: contra las cerebraciones de la gnosis se opone solo la realidad de que el Verbo se hizo carne[11].

El gnosticismo fue la primera herejía con la que el cristianismo tuvo que combatir en los primeros siglos de nuestra era. Y si bien en otra oportunidad tengo pensado hablar más in extenso del gnosticismo, si quisiera decir que en la actualidad, aunque el contexto sociocultural ha cambiado y evolucionado, hay que reconocer que las cuestiones de fondo permanecen. Hoy en día hay una sutil tendencia gnóstica que se expresa de muchas formas: la reducción de la fe a la mística y a la sabiduría espiritual (mística, que nada tiene que ver con el encuentro con el Dios trascendente en la plenitud del amor sino que se refiere a la experiencia provocada por un volverse sobre sí mismo; un sentimiento exaltante de estar en comunión con el universo; y cosas por el estilo); el desplazamiento del cristo-centrismo en pos de un teocentrismo en forma de misterio buscando una reducción inconsciente al común denominador de las diferentes experiencias religiosas universales; hacer del evangelio una sabiduría entre otras; la sustitución de la fe por sabiduría religiosa; la constante tendencia a espiritualizar la fe; la superación y el deseo de trascender y liberarse de todas las mediaciones históricas, institucionales, religiosas en función de una espiritualidad con más brillo; las sabidurías orientales de la interioridad; etc.

En definitiva, esta tendencia gnóstica pretende disociar la fe y la ética, presentando una experiencia desencarnada de Dios. Hay que reivindicar bien alto y claro, que nuestro Dios se revela en lo humano tanto en la experiencia espiritual interior como en la experiencia histórica. Las tendencias gnósticas dan primado a la sabiduría o conocimiento experiencial de Dios por encima de la revelación histórica y la encarnación del Hijo de Dios, e incluso por encima de la ética del amor al prójimo.

Pues bien, estas dos herejías que buscan exaltar al hombre pueden englobarse bajo el nombre de un nuevo humanismo, un humanismo moderno, que es ateo, como veremos, y que finalmente destruye al hombre al separarlo de Dios por entender rectamente la relación entre sobrenatural y natural, entre gracia y naturaleza, cuyo analogatum princeps es precisamente el misterio de la Encarnación del Verbo. Esta “mala mezcla” de naturaleza y gracia propia de este humanismo está en la esencia de los errores modernistas, como bien enseña el Concilio Vaticano I[12]. Es una mala mezcla de todo: sobrenatural y natural, teología y filosofía, bien y mal, verdad y mentira, sí y no, Iglesia y mundo, virtud y pecado, Iglesia y Estado, libertad y adicción, integridad y corrupción, etc.[13].

1. Es un humanismo que presenta un cristianismo desfigurado[14]

El paganismo y el humanismo moderno están de algún modo haciendo lo mismo que el mundo cristiano siempre ha hecho, pero lo hace por una razón diferente. Ha conservado la forma externa de las cosas, pero las ha vaciado de su contenido y significado. Se conservan los términos y prácticas cristianas, e incluso se siguen usando las palabras consagradas de la religión revelada, pero se conservan y se usan del mismo modo que una nueva firma comercia bajo el nombre de una vieja empresa, es decir, sólo para ganarse el beneplácito de sus antiguos clientes. El mundo cristiano, por ejemplo, recomienda ayunar; el mundo moderno ayuna también, bajo en nombre de “dieta”, no para hermosear el alma, sino para hacer más hermoso al cuerpo. El cristianismo recomienda el examen de conciencia: el mundo moderno hace lo mismo bajo el disfraz del psicoanálisis. El mundo cristiano recomienda decir los pecados al confesor: el mundo pagano recomienda decirlos al mundo (piensen cuanto abundan los talk shows en la televisión). Pero en el primer caso la razón de la confesión es elevar el alma por la purificación; en el segundo caso es relajar el cuerpo por la sublimación. Otro ejemplo de esta tendencia es alimentarnos con un mundo de película, pensando que las cruces de esta vida se sobrellevan sólo por repetir un par de frases oídas en la televisión… presentando así una pseudo religiosidad, a la manera del pensamiento de moda o de los gestores de la opinión pública, muchas veces a nivel masivo.

De este modo el mundo se va corrompiendo no sólo por cosas malas sino también por las cosas buenas; se nota un empadronamiento tal de las cosas buenas de la vida que en algunos momentos se vuelve más intolerable que la persecución abierta o violenta.

2. El humanismo contemporáneo

La actitud general de hacer cosas cristianas por una razón no cristiana es una consecuencia de lo que hemos llamado “Humanismo contemporáneo”, y que es tan antiguo como la gnosis o el pelagianismo. El humanismo ha sido definido como “el empeño por mantener los mejores valores espirituales de la religión mientras se rinde ante cualquier interpretación teológica del universo”. En su sentido más amplio es un empeño por tener cristianismo sin Cristo, divinidad sin Dios, y esperanza cristiana sin la promesa de la otra vida. Es una suerte de ateísmo disfrazado. Por eso, el P. Cornelio Fabro dice que “esta positividad del nuevo ateísmo está expresado en el ambicioso epíteto de ‘humanismo’ que los ateos de la época moderna reivindican especialmente a partir de Feuerbach”, quien llega a afirmar, por ejemplo: “Dios no es más que la humanidad”[15] y por eso se habla incluso del “drama del humanismo ateo[16]. “Ese es el drama del humanismo moderno: en nombre de una supuesta exaltación del hombre, lo destruye”[17].

Esta descripción es bastante precisa pero no describe al humanismo en todas sus fases. Dice Fulton Sheen que el humanismo, como muchos otros “ismos”, sufre de falta de definición. Hay algunos de sus profetas menores que lo hacen un poco mejor que un vago humanitarismo. Otros tienen un nivel un poquito más elevado, como el Polonio de Shakespeare[18], que terminan haciendo de un viejo tubo de ensayo (es decir, de viejos errores repetidos) un refugio para preservarnos de ser comidos por “los ácidos de la modernidad”. También existe un tipo más clásico de humanismo falaz detrás de la efusión sentimental de la filosofía de la experiencia religiosa que tiene su fuente en Rousseau[19], y la pragmático-científica glorificación de las fuerzas de la naturaleza, que tiene su fuente en Francis Bacon[20] y su cientificismo. Así, la religión no es otra cosa que una sociología, la moralidad no es nada más que nuevos nombres científicos que sirven para excusar viejos pecados, y la ética es la línea de mínima resistencia al mal, bajo los falsos colores de la auto-expresión. 

Pues bien, según Fulton Sheen, hay algo común a estas formas de humanismo, y lo que les es común es algo muy antiguo, de hecho, de mil quinientos años de antigüedad: el pelagianismo, con su negación de lo sobrenatural y la consecuente emancipación del hombre.

Es curioso e interesante que el Pelagianismo y el Humanismo empezaron con hombres que conocían a Platón[21] y a los estoicos mejor que al cristianismo. Ambos pensamientos tuvieron origen en hombres de Occidente influenciados por ideas de Oriente. Ambos movimientos han enfatizado la voluntad y la subjetividad al costo de la inteligencia y de la gracia. La diferencia entre los dos movimientos está en su entorno. El pelagianismo apareció en una sociedad en la cual había una gran luz intelectual (grandes pensadores, eran los tiempos de Agustín y Ambrosio entre otros tantos), y por lo tanto sus deficiencias se hicieron evidentes muy pronto. El Humanismo moderno, por el contrario, aparece en una sociedad en la cual muchas de las luces se han apagado y por lo tanto aparece más sabio que lo que verdaderamente es, entre otras cosas, porque una linterna en las tinieblas alumbra más que una linterna a la luz del sol.

Aquí quiero hacer mención de lo que a mi modo de ver, es una enorme obligación y una tremenda responsabilidad que tenemos; que es la imperiosa necesidad de revalorizar cada día más y más nuestros esfuerzos en el apostolado intelectual; la importancia de conocer, estudiar, profundizar y divulgar de una manera efectiva y universal las obras del P. Cornelio Fabro, máximo intérprete del pensamiento de Santo Tomás de Aquino; y particularmente de reiniciar de una manera sólida, concreta y estable nuestro Centro de Altos Estudios de manera tal de lograr consolidar una auténtica escuela de pensamiento.

Veamos más de cerca. El Pelagianismo fue una doctrina enseñada por un estudiante de filosofía griega, Pelagio[22], quien sostenía que la naturaleza humana por su propio poder es capaz de salvarse a sí misma sin la ayuda de la gracia de Dios. Pues bien, esa es la doctrina central del Humanismo. Es decir, lo que hace es “emancipar lo inferior de lo superior, atentando contra la recta primacía de lo espiritual”[23]. Notemos el paralelo entre los dos. Ambos niegan el pecado original, pero ambos admiten el conflicto entre la materia y el espíritu como un factor psicológico; ambos niegan que es necesario recurrir a la gracia de Cristo, aunque admiten la belleza de Cristo; finalmente ambos apelan a la voluntad del hombre como suficiente para salvarse sin la nueva fuerza interior de la gracia, que hace al hombre sobrenaturalmente hijo de Dios, elevando así su naturaleza creada. Pues bien, estas constataciones y descripciones parecen darnos al mismo tiempo una descripción de lo que conocemos como “el progresismo cristiano”, que finalmente es un movimiento gnóstico, pelagiano e inmanente.

Aquel antiguo humanismo que tenía el nombre de Pelagianismo fue finalmente condenado en el Concilio de Cartago en mayo del 418. Pero pronto un nuevo movimiento humanístico siguió sus pasos: el semipelagianismo, elaborado por monjes de Marsella, que admitía, en respuesta a los decretos de Cartago, que el hombre necesita la gracia, pero sostenían que por las buenas obras naturales el hombre podía merecer la gracia. Los Semipelagianos hacían concesiones a lo sobrenatural que los pelagianos no hacían, así como en la actualidad, algunos humanistas contemporáneos (progresistas) hacen concesiones (es decir, admiten en cierto sentido) a lo sobrenatural que otros no hacen. En su esencia, el humanismo de hoy (o el progresismo de hoy) no es otra cosa que un revivir del Pelagianismo; es la herejía de la acción e intelección humana, la afirmación de que la humanidad puede escalar alturas divinas sin la ayuda divina y que de sí misma y por sí misma ella es suficiente para la perfección de sus capacidades y potencias. En breve, es la afirmación de que la mente humana no necesita de la fe verdadera y real, y de que la voluntad del hombre no necesita de la gracia. Por eso lo que se logra, en el mejor de los casos, es una construcción gnóstica y desfigurada de una religión. Religión que no es tal porque es “una religión a mi manera”.

El humanismo moderno, por ser gnóstico, tiene los dos defectos fatales del Pelagianismo, y esta es la singular crítica que deseo realizarle en esta exposición: primero, falla en no tener en cuenta el gran fracaso del humanismo en el pasado y segundo, es demasiado inhumano. Veamos estas dos carencias por separado

3. El humanismo ateo y su falta de memoria

El Humanismo falla en no tomar en cuenta la triste lección que la humanidad aprendió durante los milenios años anteriores a la Encarnación[24], a saber, que ni por su conocimiento humano ni por su voluntad humana el hombre es capaz de hacerse a sí mismo un hombre perfecto ni siquiera en el orden natural. Los dos grandes pueblos en que estaba dividido el mundo antes de la Encarnación dan testimonio de esta triste verdad: los judíos y los gentiles.

Los gentiles, principalmente, han demostrado a las civilizaciones posteriores que el hombre por su propio conocimiento no puede alcanzar la perfección humanística. Los griegos, maestros de filosofía y bien adiestrados en lo que nuestros modernos humanistas llaman “decorum” cayeron en los errores más groseros. Platón, por ejemplo, sostenía que las mujeres, aun siendo tan hermosamente humanas, eran propiedad de los soldados, y Aristóteles[25], aun admitiendo una primera causa suprema, negaba una providencia que regulaba las esferas celestes (los astros). Epicúreo[26] fundó una escuela sobre el placer, y Zenón[27] construyó otra sobre los fundamentos de la vanidad, una degradando al hombre al nivel de las bestias, la otra exaltándolo a las alturas de una soberbia intoxicante. Protágoras[28] enseñó que el hombre era la medida de todas las cosas como lo hacen los pragmatistas de hoy en día; Pirrón[29] condujo a los hombres a creer que no había ninguna cosa cierta, como los escépticos modernos nos aseguran estar ciertos de que la certeza no puede existir.

No sólo en la edad de Pericles[30], también en la edad de Augusto[31], no sólo en la tierra de los griegos, sino también en la de los romanos, las mentes humanas testificaban la necesidad de otra luz además de la de la razón. En el orden práctico moral, la esposa era la esclava de la pasión, los niños eran expuestos en las puertas de la ciudad para ser devorados por los lobos. Un esclavo era crucificado porque quebraba un vaso. “Virtud, ¡tú eres solamente un nombre”!  decía Lucrecio[32] y explicaba a los dioses como mitos. Cicerón[33] nos dice que en su tiempo la filosofía y el ateísmo eran sinónimos. Séneca[34] negaba que había algo más allá de las gracias.  Horacio[35], tan duro como un fariseo, no dudaba en decir que la muerte era demasiado buena para una vestal impura, pero al mismo tiempo urgía a aprovechar el placer al vuelo porque es un don del cielo. En ese paganismo falsamente humanista un mercader podía arrodillarse ante Mercurio[36] y pedirle poder engañar a sus clientes y un abogado podía suplicar a su diosa favorita que sus engaños y fraudes fuesen cubiertos por una capa de virtud.  La luz de la razón se estaba apagando. Los hombres empezaron a transferir el culto de Dios a su genio intelectual. Entonces empezaron a ver dioses en el cielo y en la tierra, en el fuego y en el aire. Siguió la deificación de la naturaleza, y así el sol, la luna y las estrellas fueron adoradas como divinidades. Finalmente, en una ulterior inmersión, Dios se transformó simplemente en el hombre divinizado y la regla fue la idolatría. Un profundo olvido de Dios y un indescriptible desprecio del hombre son inseparables, uno siempre engendra al otro. Entre tanto abuso de conocimiento, tanto en el orden especulativo como en el moral, Tertuliano[37] pudo decir con algo de verdad a los magistrados romanos: “¿quién hay aquí de entre vosotros que pueda decir que no ha expuesto a su propio hijo a la muerte?” 

Si los gentiles dieron testimonio de la inhabilidad del conocimiento humano para satisfacer las demandas del Humanismo perfecto, es el judío quien ha testimoniado la inhabilidad del poder humano para producir un ser humano perfecto sin la gracia divina. Desde el tiempo de Adán hasta Moisés aquellos que estaban destinados a ser el pueblo elegido aprendieron la misma lección de los gentiles, la insuficiencia de la sabiduría puramente humanística. Entonces Dios les dio conocimiento, un conocimiento no como el de las naciones, sino de un género más alto bajado del cielo. Entre los rayos y truenos del Sinaí, Dios le dio a Moisés y a su pueblo un conocimiento nuevo, un código moral más perfecto, el conocimiento de la Ley, los 10 mandamientos. Dios estaba diciéndoles: “Vuestra sabiduría humana es insuficiente. Ahora os daré conocimiento”. Pero quedaba por ver si con este conocimiento ellos tendrían el poder y la voluntad de poner en práctica esta ley.

Y he aquí, que aun mientras Moisés estaba recibiendo la ley, su pueblo se había rebelado contra su hermano diciéndole: “haznos dioses que vayan delante de nosotros”. Los mandamientos de Dios fueron olvidados.  Coré, Datán y Abiram[38] negaron las prerrogativas especiales del sacerdocio de Aarón y la misión divina de Moisés y nombraron un sacerdote sin el llamado o unción divina. David, tiempo después, siendo rico y no faltándole nada para su felicidad material, cayó en adulterio y se hizo culpable del asesinato de Urías, con cuya esposa había cometido un vergonzoso pecado. De los 20 reyes que rigieron sobre Judea, desgraciadamente la mayoría sirvió a los ídolos; dos de ellos incluso ofrecieron sus propios hijos en sacrificio a Moloch[39]; Ajaz[40] cerró el templo a los adoradores, y Manasés[41] puso altares a los falsos dioses en los atrios.

Aun con el conocimiento de lo que estaba bien y lo que estaba mal, ellos se hicieron “transgresores desde el seno materno” buscando “consuelo en los ídolos debajo de cada árbol verde y sacrificando a los hijos en los torrentes”.  

Cuarenta siglos de experimento humanista habían pasado y la humanidad había aprendido la lección de la insuficiencia del conocimiento y del poder humano para la salvación. Se necesitaba ayuda, el humanismo no era suficiente. Gritos se multiplicaban hacia Dios, no sólo de parte de los judíos que pedían a los cielos que brote un Salvador, sino también de parte de los griegos, quienes en sus grandes tragedias suplicaban por un redentor, por ejemplo, en las palabras de Esquilo[42]: no busques ningún otro final a esta maldición a no ser que aparezca algún dios para tomar tus dolores sobre su propia cabeza en tu lugar. Este sin sentido del mundo pagano, de este humanismo pagano, está muy bien descrito por el genial G. K. Chesterton en su obra “El hombre eterno”.

En respuesta a los anhelos de los corazones humanistas, apareció desde los cielos, Cristo, el Hijo de Dios, “el Poder y la sabiduría de Dios” el poder que los judíos buscaban, y el conocimiento que los gentiles anhelaban. Pero algunos insistían en que el Humanismo era suficiente, y de esos se ha escrito: Él vino a los suyos y los suyos no lo recibieron[43]. Para los judíos fue una piedra de escándalo[44], porque el Poder vino en la debilidad de la cruz; para los gentiles Él fue necedad porque el Conocimiento vino en la forma de uno que “nunca aprendió” y enseñaba una sabiduría que era locura para el mundo. Pero para aquellos que son llamados, tanto judíos como griegos, Cristo es el Poder de Dios y la Sabiduría de Dios – porque la necedad de Dios es más sabia que los hombres y la debilidad de Dios es más fuerte que los hombres[45].

Nuestros humanistas modernos, inmanentes y gnósticos, que nos piden que rechacemos al Cristo sobrehumano, ya sea porque la vida eterna no es necesaria para ellos o porque la fe en Él se reduce a “imaginación”, nos están pidiendo huir frente a los 40 siglos de experiencia de la historia pre-cristiana. Nos harían revivir el experimento mundial que terminó en la Encarnación y creer que el hombre debería intentar una vez más seguir adelante con la suficiencia del poder humano sin la gracia, y actuar como si el Dios encarnado no significara nada para el hombre. Pedirnos hacer esto es cometer el típico pecado de la civilización occidental, el pecado de soberbia, de autosuficiencia.

El mundo oriental cayó en el exceso de creer que Dios hace todo y el hombre no hace nada, esto es el misticismo oriental[46] y el quietismo[47]. Nuestro mundo occidental ha caído en el otro exceso de creer que el hombre hace todo y Dios no hace nada, esto es el Humanismo. La verdadera posición es la que se coloca en el medio. El Hombre puede hacer algo con la ayuda de la gracia de Dios que lo sostiene. El mundo oriental necesita aprender de San Pablo, que decía: todo lo puedo en Aquel que me conforta[48] y los Humanistas occidentales necesitan aprender las palabras de nuestro Señor: Sin mí nada podéis hacer[49].

5. El humanismo moderno es inhumano

Esto nos lleva a la segunda crítica que quisiera hacerle hoy al pensamiento contemporáneo: este humanismo moderno (que en realidad es antiguo) es demasiado inhumano. Pone en definitiva un peso muy pesado sobre la pobre naturaleza humana. La naturaleza humana en virtud de un alma inmortal tiene algo de infinito en ella; tiene aspiraciones y deseos infinitos de verdad, de belleza, de amor y de vida; rechaza ser pacificada por los placeres del tiempo y del espacio, y está siempre ansiosa, de subirse a las “escondidas almenas de la eternidad”, donde no hay más que la Perfección Infinita de la Vida de Dios.

El humanista admitirá la infinidad de estas aspiraciones y allí radica su falacia. Pedirle al hombre que satisfaga esa capacidad pasiva de infinito con un encanto finito; que beba las aguas del tiempo para saciar su sed de eternidad; que se alimente de comida corruptible para satisfacer el hambre del Pan de Vida Eterna, y que descanse en lo humano cuando ansia lo divino –esto es obstaculizar la naturaleza humana en todo lo que la hace humana. Esto no es humano, aunque se lo llame humanismo.

Es una paradoja extraña, sin embargo, verdadera, que el hombre sólo se hace más humano cuando se hace más divino, porque ha sido destinado desde toda la eternidad a ser conforme a la imagen del Hijo de Dios. Por lo tanto, cualquier forma de humanismo, que niegue la necesidad de la gracia y atente a perfeccionar al hombre sin ella, está pidiéndole al hombre crecer sin un ambiente en el cual crecer. Permanecer en el nivel de lo puramente humano, y sostener el ideal del “decorum” es permitir al hombre expandirse horizontalmente, en la dirección de lo humano, pero no verticalmente, en la dirección de lo divino (en lo que podemos reconocer otra definición del progresismo moderno). El humanismo propugna la expansión del hombre en el plano de la naturaleza, pero no para que su ser sea elevado al plano de la gracia. Y sin embargo la elevación es mucho más importante que la expansión. Si niega el orden de la gracia y el reino de la paternidad de Dios ¿qué ambiente le queda a la humanidad para crecer, excepto la pobre y débil humanidad misma? Las plantas viven gracias al ambiente que esta fuera de sí mismas, un ambiente en el cual su estructura está en armonía. Ya que el alma es espiritual, el hombre necesita el ambiente no sólo de la humanidad, que pertenece al reino de su cuerpo, sino el ambiente del espíritu al que pertenece su alma. Y es sólo entrando en armonía con ese ambiente superior que él alcanza el fin para el cual fue creado. Por esto el Humanismo sin lo trascendente no es humanismo sino Naturalismo. El hombre por naturaleza no es un ídolo sino un adorador y volverse sobre sí mismo es condenarlo al egoísmo, lo cual es su muerte.

 

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Dice Fulton Sheen que hay una gran diferencia entre la Iglesia y el Humanismo moderno. La Iglesia invoca a una Persona, los humanistas a una filosofía. La Iglesia dice que el Humanismo consiste en reflejar en nuestras propias vidas la imagen eterna de la Persona de Cristo; los humanistas dicen que el Humanismo consiste en reflejar en nuestras vidas las abstracciones del misticismo oriental o aquellas de la filosofía estoica[50].

El Humanismo moderno olvida que la vida no es sólo un empujón desde abajo, sino también un don desde arriba, y que el hombre en sus nobles esfuerzos humanistas ha sido encontrado a la mitad del camino ascendente por la Persona de Cristo, quien vino a la tierra a tomar no sólo la mano del hombre sino su misma naturaleza, para divinizarla, para levantarla hacia la intimidad con Dios, para llamar a Dios “Padre”, y para hacer de esto la fuente y modelo de una encarnación continuada, en la cual seremos mejores hombres porque seremos otros cristos.

En el fondo, todo el error humanista (que, una vez más, es pelagiano, gnóstico y progresista) consiste en una mala inteligencia, que se transforma en negación, del augusto misterio de la Encarnación.

En un mensaje a la Orden Dominica el gran San Juan Pablo II decía[51]: “Vivimos en un tiempo caracterizado, a su manera, por el rechazo de la Encarnación. Por primera vez desde el nacimiento de Cristo, acontecido hace dos mil años, es como si él ya no encontrara lugar en un mundo cada vez más secularizado. No siempre se niega a Cristo de manera explícita; muchos incluso dicen que admiran a Jesús y valoran algunos elementos de su enseñanza. Pero él sigue lejos: en realidad no es conocido, amado y obedecido; sino relegado a un pasado remoto o a un cielo lejano”. Y luego hacía un elenco de algunas consecuencias de esta negación de la Encarnación, que termina siendo contra el hombre: “Nuestra época niega la Encarnación de muchos modos prácticos, y las consecuencias de esta negación son claras e inquietantes”[52].

  1. «En primer lugar, la relación individual con Dios se considera como exclusivamente personal y privada, de manera que se aparta a Dios de los procesos por los que se rige la actividad social, política y económica». Formas de negación de la Encarnación en estos campos son el liberalismo salvaje, el marxismo, la tecnocracia, el laicismo que busca apartar a Dios. El mundo que construye el hombre sin Dios se vuelve contra el hombre. Cuando no se quiere que Dios reine, el hombre se esclaviza.
  1. «A su vez, esto lleva a una notable disminución del sentido de las posibilidades humanas, dado que Cristo es el único que revela plenamente las magníficas posibilidades de la vida humana, el único que ‘manifiesta plenamente el hombre al propio hombre’[53]». Al disminuirse el sentido de las posibilidades humanas se cae en la marginación y en la exclusión social, en la plaga del desempleo, en la explotación de los trabajadores, en la acumulación de las riquezas en manos de pocos mientras los pobres empobrecen cada vez más y son cada vez más y cada vez tienen menos participación en la riqueza común. Se pierde la sana creatividad.
  1. «Cuando se excluye o niega a Cristo, se reduce nuestra visión del sentido de la existencia humana; y cuando esperamos y aspiramos a algo inferior, la esperanza da paso a la desesperación, y la alegría a la depresión». Es decir, el reduccionismo en la existencia humana lleva al hombre a esclavizarse a cosas inferiores a él, contra lo que enseña San Pablo de que no debemos: estar sometidos a los elementos del mundo[54], que, en el fondo, se manifiesta claramente en todas las formas de adicción conocidas: al alcohol, a la droga, a la excesiva presteza, al dinero, al sexo sin responsabilidad, al poder, al internet, a la violencia irracional, a la televisión, al teléfono celular, a la velocidad, al ruido, etc. Se cae en el sin sentido existencial y en la pérdida del señorío del cristiano. Por eso la humanidad en el mundo moderno parece una manada de borregos en la que todos piensan, más o menos, lo mismo, que es lo que repiten a diario, hasta la saciedad, los medios de comunicación, que están bajo la dictadura de los ‘dadores de sentido’.
  1. «Se produce también una profunda desconfianza en la razón y en la capacidad humana de captar la verdad; incluso se pone en tela de juicio el mismo concepto de verdad. La fe y la razón, al empobrecerse recíprocamente, se separan, degenerando respectivamente en el fideísmo y en el racionalismo[55]». El hombre se hace esclavo de su capricho subjetivo y de la dictadura del relativismo. Al final, liberalmente, todos tienen razón. Todo es lo mismo. Al hombre no le interesa la verdad. No le interesa la realidad extramental y lo que está fuera de él, por sobre él y es superior a él: «La verdad la hago yo, que soy la medida de todas las cosas».
  1. «Ya no se aprecia ni se ama la vida; por eso avanza una cierta cultura de la muerte, con sus amargos frutos: el aborto y la eutanasia». Y en la contracepción y antinatalismo, en la clonación, en el divorcio, en el suicidio generalizado, en el homicidio de los inocentes, en la pederastía, en la muerte del alma al no recurrir a la gracia que dan los sacramentos. Y así los hombres y mujeres viven como animales sin sacramentos: no se confiesan, no comulgan, no van a Misa los domingos, no reciben la unción de los enfermos, no se casan por la Iglesia…. Se hace cualquier cosa con tal de destruir la imagen divina del matrimonio y la familia, y la dignidad del trabajo humano.
  1. «No se valora ni se ama correctamente el cuerpo y la sexualidad humana; de ahí deriva la degradación del sexo, que se manifiesta en una ola de confusión moral, infidelidad y violencia pornográfica». Se empuja a los hombres y mujeres a toda forma de desborde sexual patológico: pederastía, travestismo, sadismo, masoquismo… la pornografía que lo invade todo: revistas, diarios, cine, radio, televisión, internet… No se ama la virginidad y la pureza es vilipendiada. La humanidad sufre un verdadero eclipse de la ética y de la moral.
  1. «Ni siquiera se ama y valora la creación misma; por eso el fantasma del egoísmo destructor se percibe en el abuso y en la explotación del medio ambiente». Porque la creación es la gran página escrita por Dios y también se quiere destruir la imagen de Dios inscripta en ella.

Estimo que con esta descripción del Papa se ve con claridad que ese falso humanismo, que dice promover al hombre, separándolo de Dios y negando la Encarnación redentora, es completamente anti-humano. Encierra al hombre en sí mismo, de manera gnóstica, y lo deja librado a sus solas fuerzas, de manera pelagiana.

Concluía el Papa Magno: «En esta situación, la Iglesia y el Sucesor del apóstol Pedro miran a la Orden de Predicadores con la misma esperanza y confianza que en los tiempos de su fundación. Las necesidades de la nueva evangelización son enormes. Ciertamente, vuestra Orden, con sus numerosas vocaciones y su extraordinaria herencia, puede desempeñar un papel fundamental en la misión de la Iglesia para acabar con los antiguos errores y proclamar con eficacia el mensaje de Cristo en el alba del nuevo milenio».

Pues bien, en primera fila y en primera persona, también debemos estar los miembros de la familia religiosa del Verbo Encarnado para cumplir con nuestra misión. Por eso vuelvo a insistir en la necesidad imperiosa que tenemos de priorizar nuestro apostolado intelectual, de crear una verdadera escuela de pensamiento desde la filosofía del ser en la que el hombre pueda encontrar su verdadero fundamento que es el ser y, además, encontrar su fin último que es el Ser por Esencia y su fondo que es la libertad[56].

Por eso, y con esto ya voy terminando, a nosotros se nos pide en nuestro derecho propio de “no conformamos con un conocimiento superficial de la filosofía y de la teología incapaz de comprender en toda su profundidad el drama del ateísmo contemporáneo y por tanto incapaz de remediarlo”[57].  A nosotros nos compete por la misión que hemos recibido, el tener una formación cultural fuerte, que se defina frente a la cultura moderna[58]. Hace falta una “metafísica con garra”[59], que muerda la realidad. Esto es esencial a nuestro carisma.

La época actual tiene urgencia de Jesucristo. Las necesidades de la nueva evangelización son enormes y no podemos evadirnos ante la desafiante llamada que Cristo nos hace de ir por todo el mundo anunciando el Evangelio.

Recordémoslo siempre: Nuestra pastoral debe proponer infatigablemente a Jesucristo, el Verbo Encarnado, plenitud de toda vida y cultura auténticamente humanas[60]. “Tarea que –dice nuestro derecho propio– no es únicamente de especialistas sino de todos[61] y para la cual hace falta –lo repito– una sólida formación filosófica, ya que, en la vida pastoral, todos debemos enfrentarnos con las exigencias del mundo contemporáneo y examinar las causas de ciertos comportamientos para darles una respuesta adecuada.

Concluyo citando una vez más a nuestro querido San Juan Pablo II: “La base para construir una verdadera civilización es colaborar con todas nuestras fuerzas para que ‘prevalezca en el mundo un auténtico sentido del hombre, no encerrado en un estrecho antropocentrismo, sino abierto hacia Dios’”[62]. Esta base es la Roca[63] misma, es decir, el misterio mismo de Jesucristo el Verbo Encarnado. Y Él es el modelo del que deriva raigalmente nuestra espiritualidad y nuestra pastoral[64]. Por eso lo nuestro será hoy y siempre dar testimonio de Jesucristo, es decir, dar testimonio de que el Verbo se hizo carne.                              

A.M.D.G.

 

[1] Congregación para la Doctrina de la Fe, Placuit Deo, 3.

[2] Congregación para la Doctrina de la Fe, Placuit Deo, 2; cf. 2 Co 5, 19; Ef 2, 18.

[3] Contra Errores Graecorum, Pars altera, Proemium, Ed. Marietti, n. 1078; Opúsculos, BAC Madrid 2008, t. V, p. 277.

[4] Cf. Evangelii gaudium, 94: “la fascinación del gnosticismo, una fe encerrada en el subjetivismo, donde sólo interesa una determinada experiencia o una serie de razonamientos y conocimientos que supuestamente reconfortan e iluminan, pero en definitiva el sujeto queda clausurado en la inmanencia de su propia razón o de sus sentimientos”; Cf. Consejo Pontificio de la Cultura – Consejo Pontificio para el Diálogo Interreligioso, Jesucristo, portador del agua de la vida: “Así, la ‘mística [de la nueva era]’ no se refiere a un encuentro con el Dios trascendente en la plenitud del amor, sino a la experiencia provocada por un volverse sobre sí mismo, un sentimiento exaltante de estar en comunión con el universo, de dejar que la propia individualidad se hunda en el gran océano del Ser”. Por otra parte, dice la Carta a los obispos de la Iglesia Católica sobre algunos aspectos de la meditación cristiana, 23: “La auténtica mística cristiana nada tiene que ver con la técnica: es siempre un don de Dios, del cual se siente indigno quien lo recibe”.

[5] Lumen fidei, 47.

[6] Cf. Discurso del Santo Padre Francisco a los participantes en la peregrinación de la diócesis de Brescia (22 de junio de 2013): “en este mundo donde se niega al hombre, donde se prefiere caminar por la senda del gnosticismo, […] del ‘nada de carne’ —un Dios que no se hizo carne”.

[7] San León Magno, Tomus ad Flavianum.

[8] Cf. Congregación para la Doctrina de la Fe, Placuit Deo, 4.

[9] Cf. B. Altaner, Patrología, Madrid 1962, p. 142, cit. por J. Collantes, La Iglesia de la Palabra, t. I., p. 78. Citado por el P. Carlos Buela, IVE, El Arte del Padre, II Parte, cap. único, III.2.a.

[10] Publicada en L’Osservatore Romano (30/05/1976), p. 4.

[11] P. Carlos Buela, IVE, El Arte del Padre, III Parte, cap. 11.

[12] Cf. Unigenitus Dei Filius: «naturam et gratiam perperam conmiscentes».

[13] Cf. P. Carlos Buela, IVE, El Arte del Padre, I Parte, cap. 1. Magníficamente dice el gran Miguel de Cervantes Saavedra: “Ni tiene para qué predicar a ninguno, mezclando lo humano con lo divino, que es un género de mezcla de que no se ha de vestir ningún cristiano entendimiento”; Don Quijote de la Mancha, Alianza Ed. Madrid 2004, t. I, p. 25.

[14] En algunos de los puntos que siguen seguimos libremente a Fulton J. Sheen, Old Errors and New Labels (reeditado en New York en 2007).

[15] Citado en P. Carlos Buela, IVE, Sacerdotes para siempre, I Parte, cap. 3, 10.

[16] Es el título de la famosa obra del P. Henri de Lubac. Sobre la lucha de la visión cristiana que brota de la Encarnación del Verbo contra el drama del humanismo ateo se vea P. Carlos Buela, IVE, El Arte del Padre, III Parte, cap. 4.

[17] P. Carlos Buela, IVE, Sacerdotes para siempre, I Parte, cap. 3, 10.

[18] Polonio, fue un personaje de Hamlet escrito por W. Shakespeare. El personaje es mejor conocido por sus famosas palabras: “sé cierto a ti mismo”, como otras frases que todavía aun hoy se usan: “ni prestes ni pidas prestado”.

[19] Jean-Jacques Rousseau (1712-1778) fue un filósofo del iluminismo originario de Ginebra cuyas ideas influenciaron la Revolución Francesa, el desarrollo de la teoría socialista y el crecimiento del nacionalismo.

[20] Francis Bacon (1561-1626) fue un filósofo inglés, político y ensayista, mejor conocido por liderar la revolución científica con su nueva teoría de “observación y experimentación” que es la manera en que la ciencia se ha conducido desde entonces.

[21] Platón (c. 427 – 270 BC) fue un filósofo inmensamente influyente en la filosofía griega, un estudiante de Sócrates, autor de diálogos filosóficos y fundador de la Academia de Atenas donde estudio Aristóteles.

[22] Pelagio (c. 354 – c. 420 BC) fue un monje ascético que negaba la doctrina del pecado original y fue declarado herético por la iglesia. Era muy conocido en Roma ya por su riguroso ascetismo, ya por su persuasión en el discurso, lo cual le gano la alabanza muy temprano en su carrera incluso de pilares de la Iglesia como San Agustín de Hipona.

[23] P. Carlos Buela, IVE, El Arte del Padre, II Parte, cap. único, III.2.a.

[24] Fulton Sheen habla de 4.000 años, es decir, el período que se llama “historia”.

[25] Aristóteles (384-322 BC) fue estudiante de Platón y maestro de Alejandro Magno. Juntamente con Platón y Sócrates, el transformo la filosofía presocrática griega en los fundamentos de la filosofía occidental tal como la conocemos hoy. 

[26] Epicúreo (341-270 BC) fue el fundador de una de las escuelas helenísticas de filosofía más populares. Su enseñanza estaba basada en la teoría de que todo lo malo y lo bueno deriva de las sensaciones de placer y de dolor. Lo que es bueno es deleitable y lo que es malo es doloroso.

[27] Zenón de Citio (334-262) fue el fundador de la escuela de filosofía estoica, la cual en lo moral enfatizaba que el hombre es capaz de actuar correctamente por la fuerza de su voluntad y por su control emocional.

[28] Protágoras (c. 490- 420 BC) fue contemporáneo de Sócrates y Pericles. Fue un notable sofista que figura en el diálogo de Platón que lleva su nombre.

[29] Pirrón de Elis (c. 365-270 BC) fue contemporáneo de Alejandro Magno, fundador de la escuela de filosofía del escepticismo. Sus enseñanzas son mejores conocidas por los escritos de un escéptico posterior, Sextus Empiricus.

[30] Pericles (495-429 BC) fue un poderoso político, orador y general de Atenas durante la era de oro de la ciudad, a veces llamada la Era de Pericles.

[31] Augusto (63 BC-14 AD) fue el primero y de entre los mas importantes emperadores romanos. Aunque preservo la forma exterior de una república el gobernó como un autócrata por 41 años y su gobierno marcó la línea divisora entre la república y el imperio romano. Puso fin a una centuria de guerras civiles y le dió a Roma una era de paz, prosperidad y grandeza imperial, conocida como la Pax Romana.

[32] Tito Lucrecio Caro (94-49 BC) fue un poeta romano y filosofo epicúreo cuyo solo trabajo conocido es el largo poema filosófico De Rerum Natura (Sobre la naturaleza de las cosas).

[33] Marcos Tulio Cicerón (103-43 BC) es considerado de entre los mas grandes oradores latinos y escritores de prosa.

[34] Lucius Annaeus Séneca fue un filósofo romano, político, dramaturgo que casi muere como resultado de un conflicto con el emperador Calígula en el año 37, quien lo perdonó porque creía que el enfermizo de Seneca no viviría mucho más tiempo. En el año 41, la esposa del emperador Claudio persuadió a su esposo de que desterrara a Séneca enviándolo a Córcega por ser culpable de adulterio, y en el 65 fue acusado de estar involucrado en un complot para matar a Nerón. Sin juicio, Nerón le ordenó que cometiera suicidio.

[35] Quintus Horatius Flaccus (65-8 BC), conocido como Horacio fue un poeta lirico romano líder durante el tiempo de Augusto. Escribió muchas frases latinas que aun hoy en día se utilizan: carpe diem; aurea mediocritas.

[36] En la mitología romana, Mercurio fue el dios del comercio, de la ganancia y de los negocios. Su nombre esta relacionado con la palabra latina merx de la cual derivan palabras tales como mercadería y mercader.

[37] Tertuliano (155-230), fue un notable apologista cristiano, a veces conocido como el Padre de la Iglesia Latina. El introdujo el término “Trinidad” en el vocabulario cristiano y también la fórmula “Tres Personas, una sustancia”. También es responsable de los términos “Antiguo Testamento” y “Nuevo Testamento”. Mas tarde en su vida dejo la iglesia de Roma para unirse a la secta de los Montanistas quienes creían en una clase de permanente revelación después de la muerte y resurrección de Cristo y así explicaban su fracaso en alcanzar la santidad.

[38] Coré, Datán y Abiram son personajes del Antiguo Testamento. Eran rubenitas muertos todos juntos. La Biblia dice que la tierra abrió su boca y los trago a ellos junto con sus casas (Núm 16, 32).

[39] Moloc dios de Ba’al, toro sagrado, ampliamente adorado en el antiguo Medio Oriente.

[40] Ajaz (732-716 BC) fue rey de Judá. Es uno de los reyes mencionados en la genealogía de Jesús en el evangelio de San Mateo. Se entrego a una vida de iniquidad introduciendo muchas costumbres paganas e idólatras ignorando las advertencias de los profetas Isaías, Oseas y Miqueas. Murió a los 35 años, después de haber reinado 16 de ellos y fue sucedido por su hijo Ezequías. 

[41] Manasés (692-638 BC) hijo y sucesor de Ezequías, fue el 30º rey de Judá. Trajo nuevamente las abominaciones de Ajaz, importando de Asiria la adoración de las estrellas y haciendo que su hijo pasara por el fuego para culto de Moloc.

[42] Esquilo (525-456 BC) fue un dramaturgo de la antigua Grecia quien escribió obras clásicas tales como la Orestíada y Prometeo encadenado.

[43] Jn 1, 11.

[44] 1 Pe 2, 8.

[45] 1 Cor 1, 25.

[46] Misticismo: una disciplina espiritual que busca la unión directa o comunión con las realidades ultimas o Dios a través de una profunda meditación o en trance de contemplación.

[47] Quietismo: una forma de misticismo que une la contemplación pasiva y la aniquilación beatifica de la voluntad. 

[48] Fil 4, 13.

[49] Jn 15, 5.

[50] Filosofía estoica o Estoicismo: es la escuela de filosofía, fundada por Zenón cerca del año 308 BC, que sostiene que los seres humanos deben ser libres de pasión y aceptar calmadamente todas las ocurrencias como un inevitable resultado de la voluntad divina.

[51] S. Juan Pablo II, Mensaje con motivo del Capítulo General de la Orden de los Frailes Predicadores (28/06/2001).

[52] En cursiva los textos del Papa, el resto son comentarios tomados de P. Carlos M. Buela, El Arte del Padre, III Parte, cap. 12.

[53] Gaudium et spes, 22.

[54] Cf. Ga 4, 3.

[55] Cf. Fides et ratio, 48.

[56] Directorio de Evangelización de la Cultura, 11.

[57] Constituciones, 259.

[58] Cf. P. Julio Meinvielle, Desintegración de la Argentina y una falsa integración (01/12/1972), p. 4, citado en P. Carlos Buela, IVE, El Arte del Padre, III Parte, cap. 4.

[59] P. Carlos Buela, IVE, El Arte del Padre, III Parte, cap. 4.

[60] Cf. Directorio de Evangelización de la Cultura, 244.

[61] Directorio de Evangelización de la Cultura, 243.

[62] P. Carlos Buela, IVE, Sacerdotes para siempre, I Parte, cap. 3, 10; op. cit. San Juan Pablo II, Discurso al presidente y autoridades de Brasil, L’ OR 12 (1980) 396.

[63] Cf. 1 Cor 10, 4.

[64] Cf. Directorio de Espiritualidad, 27.

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