La muerte de nuestro padre

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Homilía predicada el 30 de mayo de 2023 en La Finca con ocasión del entierro del P. Buela

 

[Exordio] Queridos hermanos, así como un día salieron desde San Rafael al mundo entero misioneros para conquistar almas para el reino de Cristo, así hoy, desde los cuatro puntos cardinales esos misioneros vuelven y otros muchos más vienen, por primera vez para rendir tributo a su padre… a nuestro querido padre fundador, el P. Carlos Miguel Buela.

En apenas unas horas, este suelo sanrafaelino guardará para siempre en sus entrañas los restos mortales de quien como semilla echada al surco supo “morir a sí mismo en todo para que sus hijos vivan”[1].

La muerte de un padre, –al menos naturalmente hablando– nos deja a todos un gran sentimiento de pérdida.

Pero nos dolemos con la esperanza; con la sólida convicción de que Aquel que lloró la muerte de su amigo Lázaro es el que dijo aquellos que son como Yo en el dolor y el desprecio serán como Yo también en la gloria[2]; sí, vosotros tendréis penas y trabajos en predicar mi ley, en hacer todo lo que os tengo mandado, porque se levantarán grandes tentaciones y persecuciones contra vosotros, pero todo eso será para vosotros ocasión de grande alegría, que os hará olvidar todas vuestra penas y tristezas pasadas. Y sabemos que las promesas del Señor son verdaderas y que de Dios nadie se burla.

Alegría y esperanza

Es más, en esta ocasión, como ya lo habrán visto Ustedes durante el funeral en Génova y como lo experimentamos en estos días aquí en San Rafael, la alegría es también incontenible, y esto nos permite comprobar incluso sensiblemente que el “fruto sorprendente de los sufrimientos por la causa del Señor es la alegría, en perfecta concordancia con las bienaventuranzas”[3], como escribió el padre en “El Señor es mi pastor”. Y en este caso, nos alegramos porque el padre, después de tantos avatares perseveró hasta el final, como sacerdote y como religioso de nuestra familia religiosa, y podemos pensar que Dios en su infinita misericordia, le concedió la gracia de la alegría infinita, del tesoro que no se corroe, y que el mismo Dios prometió a quienes luchan el buen combate. El padre ya entró en “la Gran fiesta”…

Nos alegramos, en definitiva, porque confiamos en Dios de que al P. Buela le ha caído en suerte aquello que amó[4] y a lo que dedicó toda su vida: el mismísimo Verbo Encarnado a quien contempla desde los brazos de María Santísima.

Dadas las circunstancias que Dios en su providencia dispuso, el padre que en su vida fue un gran formador, también con su muerte nos dejó grandes lecciones y, la primera que salta a la vista es −según mi parecer− que como él mismo nos dijo: “hay que ser hombres de una esperanza invencible, tengan una confianza irrestricta en el poder de Jesucristo que dijo: el cielo y la tierra pasarán, mis palabras no pasarán. [Nosotros, decía el P. Buela,] ¡Debemos ser hombres y mujeres de esperanza invencible!”[5].

Muchos de nosotros podemos testimoniar que cuando las tempestades arreciaban al punto que podíamos decir con el salmista: ¿de dónde me vendrá el auxilio?[6] encontrábamos al padre siempre sereno, con una actitud de imperturbable confianza y nos parecía como si las pruebas por las que estábamos pasando y que nosotros considerábamos ‘tremendas’ no causaban mella en él. Pero con esa misma actitud confiada en Dios parecía respondernos y decirnos con el salmista: el auxilio me viene del Señor, que hizo el cielo y la tierra y no permitirá que resbale mi pie[7].

Después, hojeando el último libro que escribió, encontramos la razón de esto, pues allí escribe con su estilo característico: “ante las amenazas de disolvernos, de no realizar las ordenaciones sacerdotales, etc.: yo nunca me preocupé por eso. Jamás. Me definí a mí mismo como ‘impávido’. O sea, que no sufrí nada. Sí eran ellos unos pobres hombres…”[8]. Y yo creo que esto es así, porque como dice San Juan de la Cruz: “el de espíritu desapegado, en las menguas está más contento y alegre, porque ha puesto su todo en no nada en nada, y halla en todo anchura de corazón”[9].

Tan convencido estaba de que todo esto era obra solo de Dios que decía que esa era la “razón por la que aún en las mayores pruebas y en las más injustas diatribas (injurias) me he consolado, simplemente, con alzar los hombros”[10].

Ese era el padre Buela: con la mirada y el corazón firmemente cimentado en el Verbo Encarnado. Siempre buscó “separarse del ‘esquema de este mundo’, para insertarse en la voluntad de Dios, entrando en lo que a Dios le agradaba, en lo bueno, en lo perfecto”[11].

Y en otra parte escribe: “Yo nunca me metí a darle consejos a Dios, ni a preguntarle por qué obraba así. Él es Dios y Él hace lo que quiere”[12].

De tal modo que hoy parece querer enseñarnos que ante las pruebas y las dificultades que no faltan ni Dios quiere que falten −individualmente hablando y como Instituto− no hay que turbarse jamás, no hay que temer ni perder la confianza ni mucho menos desalentarse o mirar atrás. Al contario, tenemos que ser hombres y mujeres de ánimo recio en medio de los trabajos que nos tocan padecer, porque como el P. Buela nos ha enseñado con el ejemplo durante toda su vida y ahora con su muerte, “la Providencia de Dios, [es] la única que guía y gobierna la historia[13].

Por eso la gran palabra que hoy resume el mensaje que quiero trasmitir es: ¡confianza!

Confianza ilimitada y de abandono en nuestro Señor, primero que nada; confianza filial en nuestra Madre Bendita, que es solícita en socorrernos; confianza aun en las mayores pruebas porque como hemos comprobado en la vida de nuestro Fundador, Dios nos las envía para nuestro provecho. Confianza en el inmenso tesoro que Dios nos ha otorgado a través de la persona del padre Buela y que es el legado que debemos custodiar y hacer fructificar. 

2. ¡Confianza!

El momento histórico que estamos viviendo con toda su carga y con toda su influencia en lo porvenir solo el tiempo nos lo demostrará. Pero lo que sí podemos asegurar hoy es que fue un sacerdote religioso con espíritu de príncipe quien dócil a la gracia de Dios levantó esto que hoy llamamos Familia Religiosa del  Verbo Encarnado y que esta constituida por religiosos que tienen que ser de espíritu de príncipe y alma noble[14], pues son éstos los que van a sacar adelante con el favor de Dios y la ayuda imprescindible de la Virgen de Luján a nuestro querido Instituto.

Si permanecemos unidos y en nuestro corazón late fervoroso el ideal que nos ha sido legado por el p. Buela, no hay montaña que no podamos escalar −aunque haya mucho de vértigo y mucho de peligro[15]−; no hay mar que la pequeña barca de nuestro Instituto no vaya a surcar para realizar grandes obras por la inculturación del Evangelio[16], aunque nos salpique el rostro el agua salada del oprobio y la injusticia.

Porque nuestro lugar es y será siempre “¡mar adentro!, lejos de la orilla y de la tierra firme lejos de los pensamientos meramente humanos, calculadores y fríos”[17]. No olvidemos jamás donde está, y donde siempre debe estar nuestro corazón… nuestro modo de vivir y nuestro hábitat natural: allá en lo profundo, “¡Duc in altum! Es una invitación a realizar grandes obras, empresas extraordinarias donde hay mucho de aventura, de vértigo, de peligro, donde las olas sacuden la barca, el agua salada salpica el rostro, la proa va abriéndose paso por vez primera, donde no hay huellas y las referencias sólo son las estrellas, donde la quilla es sacudida por remolinos encontrados, las velas desplegadas reciben el furor del viento, los mástiles crujen… y el alma se estremece… ¡Mar adentro!, … donde el agua bulle, el corazón late a prisa, donde el alma conoce celestiales embriagueces y gozos fascinantes”[18].

Porque lo nuestro es y seguirá siendo siempre “el tomar en serio, a fondo, las exigencias del Evangelio: ve, vende todo lo que tienes[19][20], y esa es el ansia que debe latir en cada corazón de todos los que son llamados a seguir al Verbo Encarnado, el Sumo Capitán en nuestro Instituto, de todos los miembros de nuestra querida Tercera Orden y de nuestras Hermanas. Porque lo nuestro es siempre, indefectiblemente, el darlo todo por Dios[21] como tan bien nos lo ha enseñado nuestro Fundador.

Y así como en otro tiempo legiones de hombres se unían bajo un mismo estandarte para vencer enemigos y conquistar triunfos para su rey, así nosotros debemos permanecer unidos bajo el estandarte que lleva estampado la Encarnación del Verbo, aferrados al patrimonio que nos ha sido legado y trabajar sin reservas por el reinado de Jesucristo según el carisma específico de nuestra Familia Religiosa, que no es otra cosa que “llevar a la plenitud las consecuencias de la Encarnación del Verbo”[22] y que tantas veces implica el anonadamiento del Calvario[23].

Si permanecemos unidos, comprometidos con el trabajo misionero, y fieles al espíritu que nos ha sido legado, al espíritu del Instituto, bajo el manto de la Virgen,

  • no nos doblegaremos ante el espíritu del mundo;
  • no nos quebraremos desconfiando de Dios;
  • no cederemos ante las más punzantes amenazas;
  • no nos daremos por vencidos, aunque la lucha sea férrea;
  • no nos rendiremos ante los gigantes tiranos del mundo;
  • no retrocederemos en nuestro intento;

antes bien, estaremos honrando de verdad y no solo de palabra la memoria del padre Buela y lo más importante, no decepcionaremos a nuestro Señor.

*****

[Peroratio] Por eso hoy, parafraseando a San Francisco de Sales, podemos escuchar al padre Buela decirnos con su usual candidez y firmeza: “Sed firmes en la confianza en la Providencia de Dios, la cual, si nos prepara cruces, nos dará valor para soportarlas. […] No se adelanten a los acontecimientos penosos de esta vida; prevénganse con una perfecta esperanza de que, a medida que lleguen, Dios, a quien le pertenecen, los librará de ellos. Él los ha protegido hasta el presente; aférrense bien de la mano de su Providencia y Él los asistirá en toda ocasión y, si no pueden marchar, Él los sostendrá. ¿Qué temen, siendo todos de Dios, el cual nos ha asegurado que todo será para bien de los que le aman? No piensen en lo que sucederá mañana, porque el mismo Padre Eterno que hoy tiene cuidado de Ustedes, lo tendrá mañana y siempre: Él no les dará ningún mal, y si se los da, les dará un valor invencible para soportarlo”[24]. “¡Adelante, siempre adelante! ¡Ave María y adelante!”[25].

Y no lo olvidemos jamás las “tremendas” palabras del Maestro Juan de Ávila que tenemos escritas en nuestro espíritu, en nuestras constituciones y son parte de nuestro ADN; y que nos marcan el tesoro que nos ha sido dado a cambio de la donación de nuestras vidas: es el Ipsum Esse quien nos lo dice “yo (soy) vuestro Padre por ser Dios, yo vuestro primogénito hermano por ser hombre. Yo vuestra paga y rescate, ¿qué teméis deudas, si vosotros con la penitencia y la Confesión pedís suelta de ellas? Yo vuestra reconciliación, ¿qué teméis ira? Yo el lazo de vuestra amistad, ¿qué teméis enojo de Dios? Yo vuestro defensor, ¿qué teméis contrarios? Yo vuestro amigo, ¿qué teméis que os falte cuanto yo tengo, si vosotros no os apartáis de Mí? Vuestro mi Cuerpo y mi Sangre, ¿qué teméis hambre? Vuestro mi corazón, ¿qué teméis olvido? Vuestra mi divinidad, ¿qué teméis miserias? Y por accesorio, son vuestros mis ángeles para defenderos; vues­tros mis santos para rogar por vosotros; vuestra mi Madre bendi­ta para seros Madre cuidadosa y piadosa; vuestra la tierra para que en ella me sirváis, vuestro el cielo porque a él ven­dréis; vuestros los demonios y los infiernos, porque los holla­réis como esclavos y cárcel; vuestra la vida porque con ella ganáis la que nunca se acaba; vuestros los buenos placeres porque a Mí los referís; vuestras las penas porque por mi amor y provecho vuestro las sufrís; vues­tras las tentaciones, porque son mérito y causa de vuestra eterna corona; vuestra es la muerte por­que os será el más cercano tránsito a la vida. Y todo esto tenéis en Mí y por Mí; porque lo gané no para Mí solo, ni lo quiero gozar yo solo; por­que cuando tomé compañía en la carne con voso­tros, la tomé en haceros participantes en lo que yo trabajase, ayunase, comiese, sudase y llorase y en mis dolores y muertes, si por vosotros no queda. ¡No sois pobres los que tanta riqueza te­néis, si vosotros con vuestra mala vida no la que­réis perder a sabiendas!”[26].

A la Pura y Limpia Concepción de Luján, encomendamos el alma de su hijo predilecto, el querido Padre, Carlos Miguel Buela. Amén.

[1] Cf. Constituciones, 121.

[2] Jesús a Santa Faustina Kowalska. Cf. Diario de la Divina Misericordia en mi alma, 446.

[3] El Señor el mi Pastor. Memoria y Profecía.

[4] Cf. Ibidem.

[5] Cf. Mt 24,35; Mc 13,31; Lc 21,33.

[6] Sal 120,1.

[7] Cf. Sal 120,2-3.

[8] El Señor el mi Pastor. Memoria y Profecía.

[9] Epistolario, carta 16, A la M. María de Jesús, OCD, Priora de Córdoba, 18 de julio 1589.

[10] El Señor el mi Pastor. Memoria y Profecía.

[11] Cf. Ibidem.

[12] El Señor el mi Pastor. Memoria y Profecía.

[13] San Juan Pablo II, Audiencia general (1/5/1991).

[14] Cf. Directorio de Espiritualidad, 216.

[15] Cf. Ibidem.

[16] Constituciones, 169.

[17] Directorio de Espiritualidad, 216.

[18] Ibidem.

[19] Mt 19,21.

[20]Directorio de Espiritualidad, 216.

[21] Cf. Directorio de Espiritualidad, 216.

[22] Ibidem.

[23] Cf. Constituciones, 20.

[24] Cf. F. Vidal, En las fuentes de la alegría con San Francisco de Sales, cap. 7, 2; op. cit. Obras completas de San Francisco de Sales, Edición de Annecy, t. XVI, 125 y t. XVIII, 211.

[25] Sacerdotes para siempre, Parte II, cap. 3.

[26] San Juan de Ávila, “Epistolario. Carta 20”, en Obras completas, t. V, 149-150. Constituciones, 239.

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