La vocación en los más pequeños

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«La vocación en los más pequeños»

Directorio de Seminarios Menores, 4

El ambiente cuaresmal del presente mes se ilumina con celebraciones que dirigen nuestra atención hacia los más jóvenes de nuestro Instituto: los seminaristas menores. Así, por ejemplo, en unos pocos días, el 3 de febrero, celebraremos el inicio de la experiencia del Seminario menor en el Instituto con el ingreso en 1986 de los dos primeros seminaristas menores, hoy en día los padres Ricardo Clarey y Marcelo Cano. Asimismo, el 10 y 20 del corriente mes celebraremos a San José Sánchez del Río y a San Francisco Marto, patronos de nuestros Seminarios menores en Estados Unidos y Ecuador respectivamente.

La pastoral vocacional en el Instituto es intrínseca al fin de la evangelización de la cultura y al carisma propio[1]. Y en verdad, es para dar gracias a Dios que la abundancia de vocaciones haya caracterizado a la Congregación desde los primeros años de vida. En la actualidad, el Instituto cuenta con 456 vocaciones en formación, de entre los cuales ¡99 son vocaciones de seminaristas menores!, presentes en los distintos Seminarios menores del Instituto alrededor del mundo[2].

Ahora bien, “hemos de ser conscientes de que todas las vocaciones son un don gratuito de Dios para nuestro Instituto, y pensamos que las razones del beneplácito divino son:

– La urgente necesidad de la Iglesia.

– La fidelidad al carisma fundacional.

– El testimonio y alegría de sacerdotes y seminaristas.

– La predicación de Ejercicios”[3].

No se puede negar que, a nivel eclesial, el tema de las vocaciones es de gran actualidad y urgencia. Existe una gran preocupación. Y esto nos afecta a nosotros directamente porque si no se soluciona el problema de las vocaciones será muy difícil la nueva evangelización, los misioneros actuales estarán cada vez más exigidos, no se podrán cubrir como se debe todos los puestos de misión, y cuando ellos no estén, ¿quién habrá que los reemplace?

El derecho propio recoge numerosas expresiones de San Juan Pablo II que resaltan el hecho de que “el problema de las vocaciones afecta a la vida misma de la Iglesia”[4]. Así por ejemplo dice: “‘Debe decirse que el problema de las vocaciones sacerdotales es ‘el problema fundamental de la Iglesia’[5], el ‘que requiere mayor atención’[6], se trata de un ‘problema central’[7], ‘del futuro’[8], ‘vital’[9][10]. Y más adelante dice: “El tema de las vocaciones “afecta a la Iglesia en una de sus notas fundamentales, que es la de su apostolicidad”[11].

Es por eso que en este escrito nos ha parecido oportuno destacar la relevancia que tiene para la pastoral eclesial y en particular para la evangelización de la cultura, el apostolado vocacional con los niños y adolescentes pues es un semillero de vocaciones sacerdotales. Y queremos hacerlo, primero, compartiendo, aunque brevemente, lo que fueron los inicios del primer Seminario menor del Instituto, el Seminario “San Juan, Apóstol”. Para luego presentar la doctrina tomista sobre la vocación de los niños a la vida religiosa, y, finalmente, destacar la ‘impronta’ característica de nuestros Seminarios menores.

1. Los comienzos

Como decíamos al inicio, los actuales padres Ricardo Clarey y Marcelo Cano, fueron las primeras vocaciones de ‘menores’ en el Instituto. Recordemos que el Instituto fue fundado en San Rafael el 25 de marzo de 1984, y sus miembros vivían ese primer año en el Seminario diocesano de la calle Tirasso (San Rafael, Mendoza). Ese Seminario fue iniciado por el Instituto y estaba a cargo del Instituto, por pedido expreso de Mons. León Kruk. Fue la primera obra que se nos confió. El 22 de febrero de 1985, fiesta de la Cátedra de San Pedro, se celebró la primera Misa en la nueva casa que sería la sede del Instituto en San Rafael, la Finca “Nuestra Señora de Luján” en la calle El Chañaral. Durante esos primeros dos años no había aún Seminario menor en el Instituto del Verbo Encarnado.

Ambas vocaciones ya habían estado juntos en un Seminario menor diocesano, del cual habían salido. “Con ocasión de las vacaciones de invierno de julio 1985” −relata el P. Clarey− “visité al P. Buela en su casa de Remedios de Escalada y Nazca, en Buenos Aires. En esa ocasión, él estaba con Marcelo Morsella, también ellos de vacaciones. Le comenté de mi deseo de irme a San Rafael […] El padre me dijo que le parecía bien que fuese a San Rafael, pero que debía hablarlo con Mons. Kruk y que me haría saber a la brevedad”[12]. Mientras tanto, “en esos meses, no recuerdo exactamente cuándo”, sigue el relato, “Marcelo Cano viajó a San Rafael a conocer la Finca, y manifestó el deseo de poder ir a San Rafael como seminarista menor”[13]. Lo cierto es, que una vez llegada la aprobación del obispo del lugar, él también viajó a San Rafael.

La sencillez del relato de aquel viaje para ‘entrar’ al Seminario menor que con ellos comenzaba nos deja leer entre líneas la confianza y la simplicidad de aquellos que, como dice Santo Tomás, se entregan al servicio de Dios desde la primera juventud[14]: “Viajé a San Rafael con la ‘Moby Dick’ (este era el sobrenombre el autobús de la Casa Madre) desde Buenos Aires junto con algunos seminaristas (Guillermo Costantini, Gaspar Farré, etc.) y después de pasar por San Luis llegamos a San Rafael y luego a El Nihuil, el 3 de febrero de 1986. Tenía 16 años. Nos reencontramos con Marcelo Cano, y se unieron algunos (entre ellos el actual P. Gustavo Domenech y otros dos). En esos primeros días en El Nihuil lo vimos varias veces a Marcelo Morsella”[15]. Una vez allí se les encargó a dos seminaristas que se ocuparan de ellos, como bedeles, durante el mes de febrero. Y así dio comienzo simple y sencillamente la experiencia del Seminario menor en el Instituto hace ya 35 años, por gracia de Dios.

En marzo de ese año y ya de regreso en la Finca los seminaristas menores ya eran 10, dado que jóvenes de San Rafael, de Buenos Aires y de Entre Ríos se sumaron a la experiencia. Todos ellos ocupaban la mitad de la casa San Pablo (en la otra mitad estaban los seminaristas mayores). Naturalmente todos estos jóvenes adolescentes tenían que terminar sus estudios secundarios. Así fue que con mucho sacrificio cuatro de ellos comenzaron a ir al Colegio Marista, cuatro al colegio Polivalente de Artes y dos al Colegio Normal de San Rafael. Pues en ese entonces el Instituto no contaba con un colegio propio. Relata el padre Clarey: “Todas las mañanas teníamos que ir todos en colectivo a la ciudad, para el colegio. Volvíamos al mediodía y el Hermano Payo nos esperaba con la comida (muchas veces un combinado de arroz con huevos fritos…). Por la tarde teníamos la Misa en la capilla, celebrada generalmente por el joven sacerdote José Corbelle. Después hacíamos la adoración al Santísimo con los seminaristas mayores. Los sábados ayudábamos a los seminaristas mayores en el apostolado”.

Luego de algún tiempo de compartir la casa los seminaristas menores y mayores, estos últimos se redistribuyeron en las otras casas de la Finca (San Andrés, San Pedro, Santiago) y los menores se quedaron con la casa San Pablo. Quienes fueron seminaristas en esa época recuerdan con añoranza la familiaridad, la alegría y la experiencia sin duda formativa que significaban las salidas que hacían al cerro Sosneado o a El Nihuil con su superior, el fundador del Instituto.  

A fines de ese primer año los seminaristas menores Cano y Clarey habían terminado el Seminario menor y pasaban a primer año de filosofía, y por eso se les concedió participar de la misión popular junto con los seminaristas mayores en Matará (Santiago del Estero, Argentina) “donde la gente tenía muy presente a Marcelo Morsella que había misionado el año anterior”[16], cuenta el padre Clarey.

Al año siguiente, 1987, los seminaristas menores se trasladaron a la parroquia San Maximiliano Kolbe, y luego en meses posteriores de ese año a la actual casa de formación “San Juan Apóstol” de la calle Rawson en San Rafael, después de haber comprado el inmueble gracias a la generosidad de Juan Demianczuk y Juan Mazzeo. Todo esto marcó el inicio y el establecimiento formal del Seminario menor, que tuvo lugar el 27 de diciembre de 1987, memoria de San Juan Apóstol.

Estos inicios del Seminario menor del Instituto dejan entrever en líneas generales ciertos rasgos que caracterizan la conducción y formación que se imparte en nuestros Seminarios menores en la actualidad. Solamente por señalar algunos:

  • La participación en la Misa diaria de los seminaristas menores: “Como en todas las casas del Instituto la Santa Misa es el centro de la vida, es el sol que ilumina la vida interior, el apostolado, el trabajo y toda actividad”[17].
  • Asimismo, la adoración eucarística diaria: “Se ha de realizar todos los días por espacio de media hora”[18] en los seminarios menores.
  • Y aunque no sea explícito en el testimonio citado sabemos que, desde el inicio, se les inculcó una gran devoción a la Virgen, por eso dice el derecho propio: “El Seminario menor ha de ser una escuela de amor filial y profundo a la Santísima Virgen María”[19].
  • En el Seminario menor del Instituto se procura que los seminaristas −normalmente en edad de cursar sus estudios secundarios”[20]− reciban una formación intelectual y espiritual esmerada y que muy difícilmente podría alcanzar en otro ambiente[21]. Está claro que en los inicios no teníamos un colegio propio, sin embargo, se buscó mandarlos a estudiar a los mejores colegios de la zona. Pues se buscaba y “se busca, la instrucción suficiente que posibilite la prosecución de estudios Superiores. Por eso se dispone que ‘los alumnos cursarán los estudios de acuerdo al nivel oficial de enseñanza, de manera que tengan la posibilidad de acceder a estudios Superiores o universidades’”[22]. El derecho propio señala además que en lo posible se brinde a las vocaciones del Seminario menor una formación humanista[23], mas también prevé el hecho de que “si no se dispone de un centro de formación humanista o de otro colegio propio se ‘enviarán los alumnos a otros centros, procurando que ellos respondan al espíritu de los documentos emanados de la Congregación para la Educación Católica’[24][25].
  • “Las salidas a la montaña, los paseos a lugares de interés o de recreación, etc., son experiencias muy formativas porque permiten practicar otros deportes (como montañismo, pesca, etc.), se puede hacer otro tipo de juegos, y hay oportunidad de practicar virtudes como la generosidad, la servicialidad, el buen espíritu, etc.”[26] Y entre muchas otras ventajas que podríamos mencionar hemos de decir que estas salidas todos juntos con su Rector y los bedeles hacen que se fortalezca la vida comunitaria y la vida espiritual del niño[27] y es algo que no debería faltar en ningún seminario menor del Instituto.
  • La impronta misionera de nuestro Instituto es esencial. Por eso ya desde los inicios del Seminario menor se buscó “formar a los jóvenes en el espíritu apostólico mediante la realización de actividades pastorales adecuadas a su edad y la participación en misiones, con el acompañamiento de los sacerdotes formadores y párrocos o capellanes del lugar”[28]. Aquella primera misión de fin de año en Santiago del Estero fue la primera de muchas que se hicieron siguiendo lo que la legislación del derecho propio establece cuando dice: “Tendrán, también, la misión de fin de año, donde ayudarán especialmente a los seminaristas mayores con el apostolado infantil”[29].
  • Los sacrificios de los primeros tiempos del Seminario menor no deben ser ajenos a los seminaristas de hoy en día que, de acuerdo a las circunstancias, también tendrán que saber ofrecerlos ya que éstos son parte de la vida cristiana. Por eso dice el derecho propio: “La vida en comunidad con todas sus exigencias y gratificaciones, es el medio habitual y ordinario para la maduración de los jóvenes”[30]. Cuán necesario es enseñarles a las vocaciones de estos tiempos el “ofrecer como mortificación el soportar con paciencia y sin lamentarse ciertas contrariedades, sea de convivencia con otros compañeros, o bien un poco de calor, o algo de frío”[31].
  • No de menor importancia resulta la libertad con que los candidatos disciernen y deciden su vocación. “El hombre puede convertirse al bien sólo en la libertad”[32] dice el Magisterio. “Hablando positivamente debemos decir que el Seminario menor es, fundamentalmente, un lugar en donde existe una orientación. Existe una orientación sacerdotal, que lejos de presionar al seminarista le va mostrando la belleza y la grandeza de la vida consagrada”[33]. Por tanto, “el joven, lejos de ser ‘aprisionado’ en la vocación religiosa, adquiere una libertad que no tendría en el mundo. Puede ver con mayor objetividad las cosas y discernir su vocación a la luz de motivos sobrenaturales. El Seminario menor posibilita que ‘al concluir sus estudios…, el candidato teniendo conciencia clara del llamamiento divino, haya alcanzado una tal madurez espiritual y humana que le permita tomar la decisión de responder a dicho llamamiento con la responsabilidad y la libertad suficientes’[34][35].
  • Asimismo, todos los que fueron seminaristas menores en ese tiempo destacan el espíritu de familia en el que se vivía y que impregnaba todas las actividades, pues todo se desenvolvía en un clima de gran confianza, sin que se menoscabase por ello la vida de disciplina. Se sentían responsables de la marcha del Seminario y vivían en constante alegría. Todo ese espíritu de familia se halla expresado explícitamente en anumerosos párrafos del Directorio de Seminarios Menores y, a decir verdad, se halla impregnado en el espíritu de toda su legislación. Para ilustrar citamos aquí el núm. 10 de dicho Directorio: “Será propio del Seminario menor hacer vivir un cálido ambiente de familia. Otra característica de esta casa ha de ser la alegría juvenil. Y todo esto en una relación de gran confianza con los Superiores. Todos estos elementos son claves para el recto discernimiento vocacional: ‘(el discernimiento) requiere que existan realmente en el Seminario menor una confianza familiar con los Superiores y una amistad fraternal entre los alumnos, de manera que formando todos una familia, puedan con más facilidad desarrollar conveniente y adecuadamente su propia naturaleza, de acuerdo con las disposiciones de la divina Providencia’[36]”.
  • La ayuda de los bedeles que “son seminaristas preferentemente de cursos de Teología”[37] y ayudan al Rector a mantener la disciplina, a organizar algunas actividades particulares, etc., comportándose como un hermano mayor de los seminaristas menores.

Muchos elementos más se podrían señalar que están presentes desde los inicios de la experiencia del Seminario menor en el Instituto y que marcan una impronta que lo distingue claramente, porque la manera de vida y el modo de llevar adelante este apostolado está inspirado por el carisma propio. Ciertamente que con los años y las diferentes circunstancias muchas cosas se fueron mejorando, pero sus notas distintivas perduran y se han afianzado cada vez más con mayor arraigo. Así, lo que comenzó de una manera tan humilde y pequeña hace 35 años se ha extendido ya a 8 países más y se ha multiplicado en vocaciones y en bendiciones.

Concretamente, las notas distintivas de un Seminario menor del Instituto son[38]:

     – La espiritualidad centrada en el misterio del Verbo Encarnado.

     – El fin específico del Instituto de inculturar el Evangelio que marca especialmente el estilo de formación espiritual, intelectual y cultural de los seminaristas.

     – El ímpetu misionero que se intenta procurar en labores apostólicas concretas, en la intención misionera que se pone en el estudio, en la oración y ofrecimiento de obras por las misiones.

     – La importancia dada a la vida comunitaria y a la caridad fraterna.

Nuestros Seminarios menores deben ser casas de alta formación cristiana, en la virtud. No son un mero “colegio” o “internado” católico: se debe proponer explícitamente a Cristo como Modelo. Se les debe brindar una formación intelectual, espiritual y cultural según el carisma del Instituto, con todo lo que eso implica, en especial para que establezcan una relación íntima con Cristo, con la Virgen, con los santos, y se formen en el espíritu eclesial. Nuestros seminaristas menores deben aprender desde los primeros años a ser apóstoles, a interesarse por las misiones y los misioneros, dándoles también a ellos −siempre en la medida de lo posible y de acuerdo a su edad− la oportunidad de experimentar celo por las almas y de hacer cosas en concreto para ayudarlas. De manera especial el seminarista menor debe aprender a hacer apostolado con sus mismos compañeros de seminario, viviendo la caridad fraterna con los demás compañeros: ayudando en el servicio, consolando al triste, tratando de prodigar alegría y paz a todos, etc. Allí se va gestando el temple sacerdotal pues ser sacerdote no es otra cosa que dar la vida por las ovejas[39], por los demás.

2. La doctrina tomista sobre la vocación de los niños a la vida religiosa

Progresivamente, y por gracia de Dios, el número de seminaristas menores ha ido en aumento los últimos años. Para ilustrar citamos aquí los datos después del último Capítulo General:

2016-2017

83 seminaristas menores

10% del total de miembros

2017-2018

86 seminaristas menores

10% del total de miembros

2018-2019

90 seminaristas menores

11% del total de miembros

2019-2020

103 seminaristas menores

12% del total de miembros

La gracia de tener en el Instituto Seminarios menores nos ha hecho experimentar muy de cerca la realidad maravillosa y misteriosa de las vocaciones infantiles, ante las cuales no faltaron las críticas y acusaciones de inautenticidad.

Por eso creemos que puede ser útil exponer, al menos brevemente, la enseñanza de Santo Tomás de Aquino al respecto, que, además, es la doctrina tradicional de la Iglesia. No sin antes afirmar que nuestra posición –en plena sintonía con ambos– sostiene que: “Consciente de que el llamado de Dios es gratuito y que depende de su libérrima Voluntad, sabe que puede despertarse en cualquier tiempo de la vida. Existen vocaciones adultas, tardías, pero también tempranas. ‘Como demuestra una larga experiencia, la vocación sacerdotal tiene con frecuencia, un primer momento de manifestación en los años de la preadolescencia o en los primerísimos años de la juventud… incluso en quienes deciden su ingreso en el Seminario más adelante no es raro constatar la presencia de la llamada de Dios en períodos muy anteriores’[40]. ‘Esta vocación se manifiesta en diversos períodos de la vida del hombre y con diversa motivación; se manifiesta en la juventud, en la edad madura y en los niños, entre los cuales no es raro que se dé a modo de un cierto «germen», unido a una peculiar piedad, a un ardiente amor a Dios y al prójimo y a una inclinación al apostolado’[41]. El Papa San Juan Pablo II afirma que el sígueme de Cristo ‘se hace sentir la mayoría de las veces ya en la época de la juventud, y, a veces, se advierte incluso en la niñez’[42]. […]

Es también la doctrina de los santos. Así, por ejemplo, San Juan Bosco, dirigiéndose a los salesianos, decía: ‘Pero lo que mayormente os recomiendo son los jovencitos de buena índole, amantes de las prácticas de piedad, y que dejan entrever alguna esperanza de ser llamados al estado eclesiástico. Sí, interesaos vivamente por estas esperanzas de la Iglesia, haced lo posible, y diría lo imposible, para cultivar en estos tiernos corazones y hacer germinar el precioso germen de la vocación; dirigidlos a algún lugar donde puedan realizar sus estudios, y si son pobres ayudadlos también con los medios que la divina Providencia os ha puesto en las manos, y que vuestra piedad y el amor de las almas os sabrán sugerir. Afortunados de vosotros si lográis proporcionar algún sacerdote a la Iglesia en estos tiempos en que de tal manera escasean los sagrados ministros…’[43][44].

De aquí, la gran importancia que se le debe dar a la pastoral vocacional de los niños, adolescentes y jóvenes. Importancia que debe traducirse en celo pastoral, en dedicación, en cuidado y acompañamiento de estas vocaciones, en oración por el aumento de las vocaciones al Seminario menor y en obras concretas para cultivar −como dice Don Bosco− el germen de la vocación en los niños. 

Santo Tomás de Aquino en su obra Contra Retrahentes defiende todo llamado a la vida religiosa, toda vocación, incluso la de los niños, mostrando que la vocación es algo piadoso y noble y que en definitiva seguir la vocación es tratar de imitar a Jesucristo. Y deja en claro también que quienes se oponen a este llamado sin descanso[45], son principalmente el diablo y los hombres carnales:

“El diablo, el enemigo de la salvación humana, desde tiempos antiguos procura por medio de los hombres carnales, enemigos de la Cruz de Cristo, aficionados a lo terreno, estorbar tan piadosas como saludables aspiraciones”[46].

Lo cierto es que aun hoy en día, no pocos desalientan a los niños y jóvenes que aspiran a la vida religiosa, incluso religiosos. Argumentan para ello que no están habituados a la observancia de los mandamientos e incluso piensan que es algo irracional. Ahora bien, es un hecho, jamás negado, que la Iglesia ha permitido y permite a los padres ofrecer sus hijos a corta edad[47], para ser educados en la observancia de los consejos antes de que estos se puedan ejercitar en la práctica de los mandamientos. Si fuera irracional la Iglesia no lo podría aprobar, sin embargo no sólo lo permite de hecho, sino que además lo aconseja. El Aquinate usa como autoridad un texto de San Gregorio. Más allá del caso particular planteado, lo importante y lo que quiere resaltar el Angélico es la licitud de dejar entrar a los niños en la observancia regular. Si la Iglesia lo permite y más aún lo aconseja, es algo bueno. Santo Tomás además sostiene que el ingreso en la vida religiosa no sólo no es malo en sí mismo, sino que ni siquiera tiene apariencia de mal[48].

Por otra parte, basándose en la Sagrada Escritura, Santo Tomás afirma que no se debe impedir el acercamiento de los niños a Cristo. Por el contrario, debe existir la preocupación de atraerlos hacia Cristo. Hay que ganar a los niños para Cristo. Siguiendo un texto atribuido al Crisóstomo[49] con gran sentido común, el Aquinate enseña que si se impide llegar a los niños, los más inocentes, a Jesús ¿quién podrá entonces acercarse a Jesús? Por otro lado, como el hombre se acerca al Señor por la práctica de los consejos, ¿cuál es la razón para impedir a los niños acercarse a Cristo por la observancia de los consejos?

Entonces procede el Angélico Doctor a destacar la importancia de este apostolado con los niños. Por un lado, es un bien el acercarlos al Señor por la práctica de los consejos, no impidiendo su ingreso[50]. Pero además nosotros mismos debemos hacernos como niños y llevarlos a Cristo: “El Señor en cambio, exhortando a sus discípulos, hombres ya maduros, a ser condescendientes en provecho de los niños, les dice, a fin de que se hiciesen como niños, para con los niños, para ganar a los niños: de los que son como ellos es el reino de los cielos… esto lo tenemos que tener muy presente, porque no sea que presumiendo de poseer una sabiduría superior, se desprecie jactándose de grandes, a los pequeños de la Iglesia impidiendo a los niños llegar a Jesús”[51].

Es interesante notar que en la doctrina de Santo Tomás no encontramos lugar a dudas en cuanto a la autenticidad de las vocaciones infantiles. En los niños se dan verdaderas vocaciones a la vida religiosa, como lo demuestra el testimonio de tantos religiosos a lo largo de la historia. Muchos de ellos santos y santas de la Iglesia: San Juan XXIII, San Juan Bosco, y un largo etcétera.

La vocación religiosa, de hecho, no es otra que un propósito de darse enteramente al Señor. Propósito que sólo puede surgir en el corazón por un impulso del Espíritu Santo, aún cuando pueda aparecer como fruto de sugerencias o exhortaciones humanas. Esta ha sido siempre una clara y firme afirmación de Santo Tomás. Por eso, conviene reafirmarse en la doctrina tomista que respalda el apostolado de las vocaciones infantiles, ya que ésta libera de falsos temores, que muchas veces hacen abortar incipientes vocaciones.

Santo Tomás aclara que tampoco va contra las vocaciones de los niños el que algunos, habiendo entrado de pequeños, después hayan abandonado la vida religiosa. La vocación, de hecho, como se ha dicho, no es una predestinación, sino una gracia que se puede perder, y se pierde de hecho especialmente, en primer lugar, cuando no se permite el ingreso de los niños que se sienten llamados, dejándolos en el mundo rodeados de peligros que terminan por sofocar el germen de la vocación e incluso de la vida cristiana. También se pueden perder si en los seminarios menores no se crea el ambiente propicio para el desarrollo y robustecimiento de dicha vocación. En efecto, no son pocos los padres que, resistiéndose a la vocación de sus hijos pequeños, lamentan luego la carencia de vida cristiana a la que llegan por haberlos dejado en el mundo.

Si en un niño surge el santo propósito de querer ser religioso, estamos delante de una vocación verdadera y propia. Si existe un propósito “torcido”, no recto (como es el caso de aquellos que quieren hacerse religiosos por otros intereses, como económicos, académicos, etc.) no se puede llamar a esto verdadera vocación. En cuyo caso los Superiores no tardarán en discernir un caso de otro, y si son celosos de su apostolado u oficio, enviaran a sus casas a los no-llamados.

Debemos tomar como personalmente dirigida a nosotros la exhortación del derecho propio a “saber llamar, enseñar, dirigir, acompañar y seleccionar las vocaciones”[52] lo cual incluye las vocaciones de niños y adolescentes.  ¿Acaso no es lo propio trabajar sobre los puntos de inflexión de la cultura, entre los que se enumera la seminarística[53]?  Recordemos que también en el caso de las vocaciones al seminario menor “la labor debe ser activa, constante, llena de empuje y vitalidad, comprometida y urgida por la caridad de Cristo[54], y necesariamente opuesta a una mentalidad de ‘administración ordinaria o lentitud burocrática’[55], que espera negligentemente que las vocaciones golpeen a la puerta. Dios siembra a manos llenas por la gracia los gérmenes de vocación[56][57].

 

3. El amor crea la familiaridad 

Quisiera finalmente destacar un aspecto más de nuestros menores. Acabamos de decir que se pueden perder las vocaciones si en los seminarios menores no se crea el ambiente propicio para el desarrollo y robustecimiento de dicha vocación. ¿Cuál es exactamente este ambiente? Lo dice explícitamente el derecho propio: “Será propio del Seminario menor hacer vivir un cálido ambiente de familia”[58]. Esta es una característica muy importante de nuestros Seminarios menores que se distinguen de los demás precisamente por “la importancia dada a la vida comunitaria y la caridad fraterna”[59].

¿En qué consiste este ambiente de familia? Este ambiente o espíritu de familia no es otra cosa sino la aplicación del sistema preventivo en la comunidad del seminario menor (y lo que aquí se diga de ellos se aplica también a nuestros colegios, seminarios mayores, comunidades religiosas, etc.). En este ambiente de familia el amor es el motor de todo lo que se hace o se deja de hacer, se dice o se calla, se emprende o se deja de lado. El amor hace amable al educador y por eso mismo, el corazón del joven se rinde ante él. En este sentido es importante que los niños se persuadan de que se busca el bien de sus almas[60].  

“Este amor lleva a vigilar: no como quien impone y exige despiadadamente la disciplina, sino como padre que ama y, por lo tanto, vela por sus hijos para que no caigan en peligros. De modo que los niños tengan siempre sobre sí el ojo paternal de los Superiores o de los bedeles y asistentes”[61].  Es preciso “poner a los niños en la imposibilidad de faltar”[62].  “Por eso, aquellos que quieran trabajar en el Seminario menor y quieran cumplir bien su misión, deben estar dispuestos a una vida de verdadero sacrificio”[63].

Este amor, además, se manifiesta en la dulzura: “Todo con dulzura, nada por la fuerza; la dureza lo hecha a perder todo, exaspera los corazones, engendra odio”[64]. Y esto trae aparejado un elemento que estimamos fundamental para el espíritu de familia que se debe vivir en nuestros seminarios menores así como también en toda casa religiosa del Instituto: la familiaridad. Decía San Juan Bosco: “Familiaridad con los jóvenes, de modo especial durante el recreo. Sin familiaridad no se manifiesta el afecto y sin esta manifestación no puede haber confianza”[65]. “Para esto es necesario, entonces, estar con los niños: ‘Pasa con los niños todo el tiempo posible. Este es el gran secreto que te hará dueño de su corazón’[66][67].

Con paternal acento hace notar el derecho propio el profundo valor educativo que tiene para los seminaristas menores la práctica de la caridad y de la virtud por parte de los superiores. A ellos les aconseja: “No debe ocurrir jamás que un alumno os supere en virtud… ¿Y cuál será la llave del ejemplo para nosotros? Son las reglas de la Congregación, y especialmente la obediencia… El educador debe ser la personificación de la regla”[68].

Fruto de esta caridad y del ambiente de familiaridad con que se vive en el Seminario menor es la alegría juvenil, por la cual se deben destacar los Seminarios menores del Instituto.

Lejos de nosotros seminaristas menores que sean “jóvenes fríos, ‘educados’, ‘disciplinados’ [exteriormente], sin vida, sin pasiones, sin amor, incapaces de dar la vida por algo, inútiles para crear”[69]. Por eso el derecho propio repite con insistencia que el “Seminario menor debe desenvolverse en un afectuoso y alegre clima de familia: el seminarista debe aprender a amar a sus compañeros como verdaderos hermanos y a sus Superiores como verdaderos padres”[70].

Este clima de familia, bien entendido, no prescinde de la vida de disciplina, al contrario, ésta es como el carril sobre el que marcha la vida del Seminario. Afirmaba Don Bosco y lo repite del Directorio de Seminarios Menores: “en la casa la disciplina lo es todo”[71], “educa la voluntad, la fortalece y la hace al mismo tiempo dócil y dispuesta al bien”[72]. “La disciplina es el fundamento de la moralidad y del estudio”[73]. Pero hay que tener presente que la disciplina no debe ser un fin en sí misma, sino solamente un medio para lograr el orden en la medida necesaria[74].

Tengamos presente que lo que se pretende en el Seminario menor es “la formación en la virtud porque es el mejor modo de proteger y discernir los gérmenes de vocación”[75]. Esta formación en nuestros seminarios es una formación integral, la cual incluye la formación espiritual y litúrgica, la formación en la inteligencia y en la voluntad, una formación estética y artística. Abunda el derecho propio en la descripción de los distintos medios de los que dispone el educador para lograr esa formación, algunos de los cuales ya hemos mencionado antes como la Misa diaria, la adoración eucarística, los paseos, la formación humanista, etc. Pero también se mencionan otros medios ‘menores’ por decirlo de alguna manera que también contribuyen a lograr esta formación y que le dan a la educación que se imparte en nuestros Seminarios una impronta particular: las ‘Buenas noches’, los retiros mensuales o ejercicios espirituales anuales (según la edad)[76], la devoción tierna y constante a la Virgen, los conviviums, las mensuales, las disputatio, las obras de teatro, la práctica de instrumentos musicales, el deporte, etc. Todas esas actividades no sólo enriquecen la vida del seminarista humanamente, sino que lo ayudan a forjar ese espíritu de príncipe que debe relucir en todos ellos.

Es cierto que cada uno de nuestros Seminarios menores tiene sus particularidades y consiguientemente sus desafíos, sin embargo, es de esperar que se han de poner todos los medios posibles para brindar a las vocaciones que Dios nos envía la mejor, la más esmerada, la más sólida y cristiana formación posible.

*****

Vaya junto con estas líneas nuestro más sentido afecto y agradecimiento a todos los sacerdotes y al grupo de formadores en los seminarios menores del Instituto por el encomiable esfuerzo y dedicación en cultivar “la vocación de los más pequeños”[77]. Pues bien sabemos que muy bien les caben las palabras de San Juan de Ávila que citan las Constituciones al hablar de la paternidad espiritual: “¿Quién contará el callarse que es menester para los niños, que de cada cosita se quejan, el mirar no nazca envidia por ver ser otro más amado, o que parece serlo, que ellos? ¿El cuidado de darles de comer, aunque sea quitándose el padre el bocado de la boca, y aun dejar de estar entre los coros angelicales por descender a dar sopitas al niño? Es menester estar siempre templado, porque no halle el niño alguna respuesta menos amorosa. Y está algunas veces el corazón del padre atormentado con mil cuidados, y tendría por gran descanso soltar las riendas de su tristeza y hartarse de llorar, y si viene el hijito ha de jugar con él y reír, como si ninguna otra cosa tuviera que hacer. Pues las tentaciones, sequedades, peligros, engaños, escrúpulos, con otros mil cuentos de siniestros que toman, ¿quién los contará? ¡Qué vigilancia para estorbar no venga a ellos! ¡Qué sabiduría para saberlos sacar después de entrados! ¡Paciencia para no cansarse de una y otra y mil veces oírlos preguntar lo que ya les han respondido, y tornarles a decir lo que ya se les dijo! ¡Qué oración tan continua y valerosa es menester para con Dios, rogando por ellos porque no se mueran!”[78].

Por eso en este mes, en el que conmemoramos el 35º aniversario del comienzo de la experiencia del Seminario menor del Instituto, damos gracias a Dios y a María Santísima por todas las vocaciones con que nos han bendecido a lo largo de todos estos años, por aquellos que comenzaron y por los que les siguieron. Elevemos nuestras oraciones por la perseverancia de todas esas vocaciones y para que, si a nuestro Señor le place, podamos multiplicar otros muchos Seminarios menores donde germinen vocaciones sacerdotales, para la gloria de Dios y servicio de la Iglesia.

A María Santísima, por cuyas tiernas manos nos llegan todas las gracias: nuestro más rendido agradecimiento.

[1] Cf. Directorio de Vocaciones, 1.

[2] Seminario Menor “San Juan XXIII” (Italia), Seminario Menor “San Juan Apóstol” (Argentina), Seminario Menor “San Francisco Marto” (Ecuador), Seminario Menor “San José Sánchez del Río” (USA), Seminario Menor “San Luis Gonzaga” (Lituania), Seminario Menor “San Tarcisio” (Brasil), Seminario Menor “Beato Vasyl Velychkovskyy” (Ucrania), Seminario Menor “San Charbel Makhluf” (Egipto), Seminario Menor “San Andrés Tiang Quing” (Perú).

[3] Directorio de Vocaciones, 1.

[4] San Juan Pablo II, Mensaje al Congreso latinoamericano de vocaciones (2/2/1994), cit. en Directorio de Vocaciones, 79.

[5] San Juan Pablo II, Homilía del Buen Pastor en la Basílica de San Pedro (10/5/1981).

[6] San Juan Pablo II, Diálogo del Papa con los Obispos en Lima (15/5/1988).

[7] Ibidem.

[8] Ibidem.

[9] San Juan Pablo II, Discurso a los obispos de Gabón sobre su visita ad limina apostolorum (15/2/1993).

[10] Directorio de Vocaciones, 79.

[11] San Juan Pablo II, Meditación dominical a la hora meridiana del Regina Coeli (16/4/1989), 3; OR (23/4/1989), 1.

[12] Testimonio del P. Ricardo Clarey, IVE.

[13] Ibidem.

[14] Cf. In Iohannis Evangelium Expositio, c. 21, lect. V, 2.

[15] Testimonio del P. Ricardo Clarey, IVE.

[16] Testimonio del P. Ricardo Clarey, IVE.

[17] Directorio de Seminarios Menores, 14.

[18] Directorio de Seminarios Menores, 18.

[19] Conferencia Episcopal Argentina, La formación para el sacerdocio ministerial, 60. Cit. en Directorio de Seminarios Menores, 27.

[20] Cf. Directorio de Seminarios Menores, 142.

[21] Cf. Directorio de Seminarios Menores, 6.

[22] Directorio de Seminarios Menores, 46; op. cit. Conferencia Episcopal Argentina, La formación para el sacerdocio ministerial, 51; cf. CIC, can. 806 § 2.

[23] Cf. Directorio de Seminarios Menores, 47.

[24] Conferencia Episcopal Argentina, La formación para el sacerdocio ministerial, 51.

[25] Directorio de Seminarios Menores, 48.

[26] Cf. Directorio de Seminarios Menores, 104.

[27] Ibidem.

[28] Directorio de Seminarios Menores, 108; op. cit. Conferencia Episcopal Argentina, La formación para el sacerdocio ministerial, 61.

[29] Directorio de Seminarios Menores, 10.

[30] Directorio de Seminarios Menores, 94.

[31] Directorio de Seminarios Menores, 92; op. cit. Pedro Ricaldone, Don Bosco educador, t. II, 225-232.

[32] Directorio de Seminarios Menores, 66.

[33] Directorio de Seminarios Menores, 9.

[34] Renovationis Causam, 4.

[35] Constituciones, 232.

[36] Ratio Fundamentalis, 13.

[37] Directorio de Seminarios Menores, 132.

[38] Tomados del Directorio de Seminarios Menores, 11.

[39] Jn 10, 11.

[40] Pastores Dabo Vobis, 63.

[41] Ratio Fundamentalis, 7.

[42] Dilecti Amici, 8.

[43] Juan Bautista Lemoyne, Memorias biográficas, XIV, 133 (las citas de las MB están tomadas del libro de Pedro Ricaldone, Don Bosco educador, Buenos Aires 1954; y las páginas corresponden a la edición italiana de las MB).

[44] Directorio de Seminarios Menores, 2.

[45] Cf. Contra retrahentes, 1: «ab antiquis temporibus impedire non cesat».

[46] Contra retrahentes, 1. «Si siempre hubo enemigos de las vocaciones a la vida consagrada, con mayor razón los habrá en estos tiempos de crudo ateísmo, de ateísmo militante y por ser las vocaciones una de las maravillas de Dios»; IVE, Directorio de Vocaciones, n. 20.

[47] San Juan Pablo II, con otros santos, dice que en muchos niños se despierta el deseo de la vocación consagrada el día de la Primera Comunión.

[48] Quodl., IV, 12, 1, ad. 13.

[49] El Opus imperfectum in Matth. (hom. 32) que aquí se encuentra citado es espurio, no pertenece al Crisóstomo. Sin embargo, el valor del argumento conserva toda su fuerza, Cf. T. S. Centi, O.P., Introduzione a S. Tommaso D’Aquino, La perfezione cristiana…, p. 366, n. 3.

[50] En Quodl., IV, 12, 1, ad. 13.

[51] Comm. in Matth., tom. 15, nn. 7-8 (PG 13, 1273-76).

[52] Directorio de Espiritualidad, 118.

[53] Constituciones, 29.

[54] Cf. 2 Co 5, 14.

[55] San Juan Pablo II, Alocución a los sacerdotes, religiosos y religiosas en la Catedral de Siena (14/04/1980).

[56] Cf. San Juan Pablo II, Mensaje a la XXIX Jornada mundial de oración por las vocaciones, 4.

[57] Cf. Directorio de Espiritualidad, 290.

[58] Directorio de Seminarios Menores, 10.

[59] Directorio de Seminarios Menores, 11.

[60] Cf. Directorio de Seminarios Menores, 144; 146.

[61] Directorio de Seminarios Menores, 148.

[62] San Juan Bosco, Reglamento para las Casas, 88; en Ricaldone, Don Bosco educador, t. I, 125.

[63] Directorio de Seminarios Menores, 148.

[64] Directorio de Seminarios Menores, 149.

[65] Ibidem.

[66] Juan Bautista Lemoyne, Memorias biográficas, X, 1043; cf. Pedro Ricaldone, Don Bosco educador, t. I, 176.

[67] Directorio de Seminarios Menores, 154.

[68] Juan Bautista Lemoyne, Memorias biográficas, X, 1037; cf. Pedro Ricaldone, Don Bosco educador, t. I, 412. Cit. en Directorio de Seminarios Menores, 158.

[69] Directorio de Seminarios Menores, 65.

[70] Directorio de Seminarios Menores, 5.

[71] Juan Bautista Lemoyne, Memorias biográficas, VIII, 77.

[72] Cf. Pedro Ricaldone, Don Bosco educador, t. I, 222, nota 376.

[73] Juan Bautista Lemoyne, Memorias biográficas, X, 1101.

[74] Cf. Pedro Ricaldone, Don Bosco educador, t. I, 225.

[75] Directorio de Seminarios Menores, 38.

[76] Cf. Directorio de Seminarios Menores, 36.

[77] Directorio de Seminarios Menores, 4.

[78] Cf. San Juan de Ávila, “Carta a Fray Luis de Granada”, en Obras completas, BAC, Madrid 1970, t. V, 20-21.

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