“El sistema preventivo es la caridad”

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“El sistema preventivo es la caridad”
Directorio de Seminarios Menores, 144

Queridos Padres, Hermanos, Seminaristas y Novicios:

El hermoso mes de mayo se halla salpicado de fiestas marianas que nos hacen experimentar la ternura y cercanía maternal de la Madre de Dios. Hoy mismo nuestros religiosos en Perú celebran a Nuestra Señora de Chapi y en una semana toda la Familia Religiosa celebrará solemnemente a Nuestra Señora de Luján –Reina del Instituto–, la cual dará paso a la fiesta de Nuestra Señora de Fátima, para finalmente, celebrar gozosos la fiesta de María Auxiliadora; advocación, esta última, perpetuamente asociada a la figura de San Juan Bosco, “padre y maestro de los jóvenes”[1].

Quisiera entonces, bajo la mirada materna de María Auxiliadora –y en este intento de por medio de cartas circulares remarcar “lo nuestro”– dedicar la presente carta a la praxis educadora que el mismo Don Bosco llamó “sistema preventivo” esta vez, especialmente aplicado en el ejercicio de nuestro ministerio pastoral. Nosotros hemos asumido como propio este método en “nuestra manera de hacer apostolado” y que se inserta de lleno en lo que comúnmente mencionamos como “nuestros apostolados propios”. Mercería otra carta circular la impronta particular que el sistema preventivo ejerce sobre nuestro modo de vivir la vida religiosa, pues llega a ser tan incisiva que el mismo derecho propio le llama la “plasmación de nuestra espiritualidad”[2]. Me pareció importante mencionar de manera puntual y dedicar una carta circular a este tema, de tal manera que siempre lo tengamos presente, para que lo apliquemos con espíritu de fidelidad a su inspirador y sea reconocido en nuestras misiones y apostolados.

1. Apostolado

Nuestras Constituciones establecen que “de manera especial, nos dedicaremos a la predicación de la Palabra de Dios … en todas sus formas”[3], y especialmente se menciona a la “educación y formación cristiana de niños y jóvenes”[4]. La cual se ha de llevar a cabo con entusiasmo[5] y, se agrega, “según el espíritu de San Felipe Neri y de San Juan Bosco. [Pues] sigue siendo muy actual el ‘Oratorio’”[6].

Es decir, la pastoral con niños y jóvenes –como no podría ser de otra manera– forma parte esencial de la evangelización de la cultura. Así lo entendía el mismo Don Bosco y por eso afirmaba: “he consagrado mi vida entera al bien de la juventud, persuadido que de su buena educación depende el bienestar de la nación”[7]. Conocido es su lema: “buenos cristianos y honrados ciudadanos”[8].

El Magisterio de la Iglesia por su parte también “recuerda a los pastores de almas la obligación gravísima de disponerlo todo de forma que los fieles disfruten de la educación cristiana, y en primer lugar los jóvenes que constituyen la esperanza de la Iglesia”[9].

Consecuentemente, la pastoral juvenil llevada a cabo con “fuego vivo encendido por el Espíritu Santo en el alma de aquel que ama a los jóvenes”[10] ha venido a ser signo distintivo de nuestra pastoral y un precioso legado que debemos hacer crecer en extensión y en solidez[11] en favor de los niños y los jóvenes.

Testimonio de esto son los oratorios festivos –que deben ser “infaltables” en nuestras parroquias[12] – los campamentos que desde los inicios han forjado niños y jóvenes verdaderamente cristianos, los grupos de monaguillos –‘vivero’ de vocaciones sacerdotales–, las Jornadas de los Jóvenes –que ya hace 21 años organiza nuestra Familia Religiosa–, el trabajo en las escuelas –punto de inflexión de la cultura y cuya labor es de “suma trascendencia”[13]–, la misma enseñanza del catecismo –apostolado prioritario de todas nuestras parroquias[14]–, el trabajo con los niños y jóvenes en los Hogarcitos, y ahora, sobre todo en los últimos años, el gran apostolado con los jóvenes universitarios que en los distintos países se refleja en distintas instituciones, como por ej. el CIDEPROF (Centro de Investigación de la Problemática Familiar) en Argentina, las Voci del Verbo en Italia y las Voces del Verbo en España, y demás grupos análogos en otros lugares, etc.[15] 

Todos esos apostolados que no son sino manifestación de aquel apostolado primordial que es el “llevar a los hombres a la conversión a Dios, a ‘la adhesión plena y sincera a Cristo y a su Evangelio mediante la fe’[16], y que debe tender a la digna recepción de los sacramentos”[17] han sido y siguen siendo causa de incontables e indudables frutos espirituales en las tantísimas almas que Dios ha tenido a bien encomendarnos: ¡cuántas almas se han reconciliado con Dios, cuántos han abrazado la fe católica, cuántos han descubierto la vocación, cuántos han entablado santas amistades, cuántas familias cristianas han tenido como punto de partida alguno de nuestros oratorios, de nuestras Jornadas de los Jóvenes o grupo juvenil!

Pues bien, yo estimo que, si esos apostolados han dado y siguen dando tan buen y dilatado fruto para la gloria de Dios y bien de las almas, eso se debe en grandísima parte al sistema preventivo o “espíritu oratoriano”[18] en el que están imbuidos y que debemos potenciar enérgicamente. Es por eso la importancia de hablar de este tema.

 2. Sistema preventivo

El sistema preventivo definido por Don Bosco “consiste en dar a conocer las prescripciones y reglamentos de un instituto y vigilar después de manera que los alumnos tengan siempre sobre sí el ojo vigilante del director o de los asistentes, los cuales, como padres amorosos, hablen, sirvan de guía en toda circunstancia, den consejos y corrijan con amabilidad; que es como decir: consiste en poner a los niños en la imposibilidad de faltar[19].

Dicho en pocas palabras: “el sistema preventivo es la caridad”[20]

Explica San Juan Bosco: “La práctica de este sistema está apoyada en las palabras de San Pablo: La caridad es benigna y paciente… todo lo sufre, todo lo espera y lo soporta todo[21]. Con ella, la Razón y la Religión son los medios de que ha de valerse continuamente el educador, ensenándolos y practicándolos si desean ser obedecidos y alcanzar su fin”[22].

Y si en este sistema preventivo se quisiese determinar qué factor de los tres debe considerarse como más importante, no cabe duda de que la primacía es del amor. El amor es, efectivamente, “el principio inspirador”[23] y el alma del “método preventivo” pero como el mismo Don Bosco declara “eso no basta, hace falta lo mejor”[24]: “que los jóvenes no sean solamente amados, sino que se den cuenta de que se les ama”[25].

Es aquí cuando la amabilidad se vuelve imprescindible, pues ésta es “amor demostrado”[26], por lo tanto, amor efectivo y afectivo, probado con hechos, perceptible y percibido[27]. Nada tiene que ver con debilidad, ni sentimentalismo, ni sensibilidad incontrolada, sino implicación emotiva iluminada y purificada siempre por la razón y la fe[28].

Sólo cuando los niños y jóvenes se sientan “amados en las cosas que les agradan, participando en sus inclinaciones”[29], estarán dispuestos a ver que se los exhorta por amor a hacer aquellas cosas que les agradan poco[30]. San Juan Bosco ponía gran cuidado en “secundar las inclinaciones de cada uno, confiándole lo que sabía era de su mayor agrado”[31], y él mismo se ponía manos a la obra en conseguirles lo que necesitasen para desarrollar al máximo esas inclinaciones.

La caridad así entendida queda expresada por Don Bosco como amorevolezza. El término italiano en sí no tiene una traducción satisfactoria al castellano, pero el derecho propio señala que “puede significar: amabilidad, cariño, afecto familiar de padre y hermano mayor”[32]. San Juan Pablo II no duda en decir que “la amorevolezza no es sólo un pilar del método educativo … sino reflejo y participación de la paternidad de Dios, pues tiene su fuente en el mismo corazón de Cristo y en María Santísima el modelo y la inspiración. Es pues [la amorevolezza], celo ardiente por la salvación integral de los jóvenes; es solicitud pastoral en extremo respetuosa de la persona; es potencia afectiva capaz de ganarse el corazón y, definitivamente, tiene un valor decisivo en el proceso educativo”[33].

Gracias a la amorevolezza el alumno “no se enfada por la corrección que le hacen ni por los castigos con que le amenazan, o que tal vez le imponen; porque este va siempre acompañado de un aviso amistoso y preventivo, que lo hace razonable y termina, ordinariamente, por ganarle de tal manera el corazón, que él mismo comprende la necesidad del castigo y casi lo desea. Por otra parte, hubiera evitado una falta ‘si una voz amiga se lo hubiera advertido’”[34].

Me parece importante destacar que en el sistema preventivo todo va aderezado con la dulzura de la amabilidad y con la afabilidad: “el espíritu humano está hecho de tal modo que, tratándolo con rigor, se rebela. Todo con dulzura, nada por la fuerza; la dureza lo hecha a perder todo, exaspera los corazones, engendra odio. La dulzura maneja a su albedrío el corazón del hombre, y hace de él lo que quiere”[35].

Resulta especialmente iluminadora la observación de Don Orione: “El joven tiene necesidad de persuadirse que nosotros estamos interesados en hacerle el bien y que vivimos no para nosotros sino para él; que lo amamos sinceramente, y esto no por interés sino porque ésta es nuestra vida, porque él forma parte de nuestra vida; lo amamos en Jesucristo. El joven tiene que comprender que vivimos para él; que su bien es nuestro bien; que sus alegrías son nuestras alegrías; y que sus penas y sus dolores son nuestras penas y nuestros dolores. Él también debe sentir que estamos prontos a hacer por él grandes sacrificios, y a sacrificarnos verdaderamente por su felicidad y por su salvación. El joven debe sentir junto a él esto: una atmósfera buena, un hálito de afecto puro y santo, de fe y de caridad cristiana; y entonces será nuestro… y de esta manera lo podremos conducir a Dios y a la Iglesia”[36].

Sin embargo, “el amor por los jóvenes puede y debe, para conservar la debida autoridad, estar unido a una prudente fuerza y severidad. El sacerdote debe poseer una seria autoridad, pero la tiene que ejercitar en los jóvenes sin que se den cuenta de ello; esta autoridad se ha de mostrar más bien con su personalidad y disuasión que con la coerción”[37]. Por eso, al ahora Beato Miguel Rúa a quien Don Bosco envió como director de un colegio, le escribe: “Al mandar, úsense siempre modos y palabras de caridad y mansedumbre. Las amenazas, los enfados, más aún las violencias han de estar siempre lejos de tus expresiones y acciones”[38]

Conforme a esto, el derecho propio con fina delicadeza nos dice: “Se tendría que decir del Superior [o de cualquiera que trabaje con niños y jóvenes] lo que algún exalumno dijo de Don Bosco: ‘Al dar órdenes casi nos rogaba; y nosotros nos habríamos sujetado a cualquier sacrificio para contentarlo’”[39].

Obviamente, esto no significa que por el trato lleno de dulzura se debe sacrificar la disciplina, ofreciendo así una pseudo educación débil[40]. San Juan Bosco mismo nos dice: “manteneos firmes en buscar el bien e impedir el mal”[41]. Él era un educador de disciplina, lo demuestra su misma definición del sistema preventivo (dar a conocer las prescripciones y reglamentos de un instituto y vigilar), y su afán en poner por escrito todos esos reglamentos para las distintas casas y sus correspondientes actividades. Pero también se debe evitar caer en el otro extremo: el de “una autoridad rígida sin caridad, que ofrece una educación demasiado fuerte y austera”[42] y usa de “una vigilancia de tipo ‘policíaca’ en vez de paternal”[43] “sustituyendo la caridad por la frialdad de un reglamento”[44]. Respecto a esto también nos advierte Don Bosco: “No los dobleguemos con nuestra obediencia sino es para prestarles nuestro servicio con mayor placer. […] Evitad la agitación de ánimo, las miradas despectivas, las palabras injuriosas”[45]

Lo que el Santo educador propone es: “la familiaridad con los jóvenes”[46].

Simplemente, porque “la familiaridad engendra afecto, y el afecto, confianza”[47]. Por eso el derecho propio afirma: “Sólo en el espíritu de familia, sólo en el espíritu de confianza que existe entre padres, hijos y hermanos, se puede vivir el ambiente educativo, religioso, abierto a todos, de caridad, de alegría y de libertad”[48]. Todavía más: “Jesucristo se hizo pequeño con los pequeños y cargó con nuestras enfermedades. ¡He aquí el maestro de la familiaridad![49].

En definitiva, este sistema preventivo del que venimos hablando “consiste en crear un ambiente educativo, de religiosidad y de amor en un clima de familiaridad”[50].

Por tanto, ya sea en el oratorio, ya sea en un campamento, ya sea una jornada de jóvenes, etc. es fundamental que se busque educar a los jóvenes que participan. La cual debe ser una educación integral, es decir, que abarque toda la persona humana, y, según las circunstancias, será correctora, curativa, y constructiva[51]. El Directorio de Oratorio especifica: “Esta educación cristiana integral puede echar hondas raíces en la juventud sólo cuando se infunden en los corazones tres grandes principios: los valores eternos (la capital importancia de la salvación del alma), los novísimos y el santo temor de Dios”[52].

Los Padres Capitulares en el último Capítulo General destacaban la importancia y el muy buen resultado que están dando los “Cursos de verano para universitarios”, donde se los prepara para ejercer cristianamente las distintas profesiones y se les da el espacio para que los jóvenes se apoyen y alienten en la fe, y puedan resistir a los embates de la “cultura de la muerte” y del relativismo cultural reinante. ¡Cuánto es de desear que estos cursos se propaguen a todas las Provincias y que se multipliquen las oportunidades para dar saciedad a su deseo de una formación sólida y exigente! Puesto que “la suerte de la sociedad y de la misma Iglesia está íntimamente conectada con el aprovechamiento de los jóvenes dedicados a los estudios superiores”[53].

Por otra parte, ninguna de nuestras actividades de pastoral juvenil puede estar separadas de la religiosidad. Porque nuestro fin predominante y nuestra preocupación pastoral es la salvación de las almas. Siempre debemos tener presente que el joven “tiene necesidad de ser encaminado, entrenado, llevado a la virtud, a la fuerza moral, al conocimiento de los principios directivos hacia nuestro verdadero destino”[54] y a imitación del Santo de la juventud debemos de muchos modos y por distintos medios estimularlos a la “felicidad sin fin” y a considerar la “salvación del alma” como la idea dominante de la vida espiritual.

En este sentido vale también para nosotros el aviso del Santo: “hacer todo lo posible por inculcar en el corazón de los jóvenes el amor a Dios, el respeto por las cosas sagradas, la frecuencia de Sacramentos, la filial devoción a María Santísima, y todo cuanto constituye la verdadera piedad”[55].

Don Bosco enseñaba a sus muchachos –y lo mismo debemos hacer nosotros– que el sacramento de la Penitencia y de la Eucaristía son “las dos alas para volar al cielo”[56] por eso insistía en que si bien no se ha de obligar jamás a los alumnos a frecuentar los santos sacramentos; sí se les debe animar y darles la comodidad para aprovecharse de ellos[57].

La fe que se busca infundir es una “fe viva, insertada en la realidad”[58] por lo tanto se ve inspirada y ejercitada en las solemnidades litúrgicas, la oración, los ejercicios espirituales, triduos, novenas, peregrinaciones, procesiones, la devoción de las tres avemarías, las visitas al Santísimo, la lectura espiritual, las jaculatorias, voluntariados, la pertenencia a la Tercera Orden del Instituto, etc.

Y entre todas las devociones, ocupa un primerísimo lugar la de la Virgen Madre. En efecto, “la devoción a la Santísima Virgen es el apoyo de todo cristiano, pero muy especialmente de los jóvenes”[59], explicaba Don Bosco. Sin embargo, con avezada prudencia recalcaba también: “yo aconsejaría muy mucho tener cuidado en no proponer más que medios sencillos, que ni asusten ni fatiguen al fiel cristiano, sobre todo si se trata de jóvenes. Los ayunos, las oraciones largas y otras prácticas duras por el estilo, acaban por no cumplirse o se hacen de mal humor y de cualquier manera. Atengámonos a lo fácil, pero hecho bien y con perseverancia”[60]. Me parece que este consejo no se nos debe pasar por alto.

Unido inseparablemente a la educación y a la vida de piedad de los niños y jóvenes va unida la alegría. La alegría es una característica esencial del ambiente familiar y expresión del amor, consecuencia lógica de un régimen basado en la razón y en una religiosidad, interior y espontánea, que tiene su origen en la paz con Dios y en la vida de Gracia[61]. El joven que se siente en gracia de Dios experimenta un gozo natural, seguro de la posesión de un bien que está enteramente en su poder; y este estado de placer se traduce para él, en alegría[62].

Así, esta equilibrada mezcla de lo sagrado y lo profano, de gracia y naturaleza, en la alegría francamente humana del joven, feliz en su estado de gracia, debe manifestarse en todas las expresiones de la vida cotidiana, tanto en el cumplimiento del deber como en el recreo[63].

Don Bosco considera la alegría como una necesidad fundamental de la vida, una ley de la juventud, que es por definición edad en expansión gozosa y libre y por eso, dice el derecho propio, hay que saturarla de posibilidades de alegría[64] y darles “amplia libertad de saltar, correr y gritar a su gusto”[65].

Sirva como aliciente la experiencia del mismo Santo: “Contentos con aquella mezcla de devociones, juegos y paseos, se me encariñaban de forma tal, que no solamente eran obedientísimos a mis órdenes, sino que estaban deseando les confiase cualquier cosa para ejecutarla”[66].

“El último de los siete ‘secretos del Oratorio’, revelados por Don Bosco en junio de 1875 y transmitidos por Don Barberis, es: ‘Alegría, canto, música y amplia libertad para divertirse’[67].

Pues la alegría es un medio pedagógico y de diagnóstico importante para el que realiza apostolado con los niños y jóvenes. “Después de la confesión –nota Alberto Caviglia–, no se puede señalar otro centro más vital y activo que éste en su sistema. Puesto que no sólo en la espontaneidad de la vida alegre y familiar del joven se tiene una de las fuentes capitales para el conocimiento de las almas; sino, sobre todo, se tiene un medio y ocasión de contactar uno por uno con los jóvenes sin causarles desasosiego ni temor, y decirles en confianza a cada uno la palabra oportuna. Se practica aquí el principio vital de la pedagogía, o mejor, de la verdadera y propia educación: la educación individual, aunque se practique en el ambiente de la educación colectiva”[68].

No en vano Don Bosco recomendaba con gran insistencia –consejo básico, de gran importancia que siempre deberíamos tener en cuenta por el sacrificio que implica– el que sus religiosos pasasen todo el tiempo posible entre los jóvenes “y que dejasen caer al oído, cuando la necesidad lo aconseje, aquellas afectuosas palabras que Ustedes saben muy bien”[69]; palabritas dirigidas al alma. La comunicación sincera, respetuosa, y siempre en tono amigable ayuda a crear ese ambiente de confianza y familiaridad tan importante en el apostolado juvenil (y yo diría que en todo trato con las almas). Por eso le escribe a Miguel Rúa: “Habla frecuentemente con ellos, juntos y por separado”[70]. Esto es importante, estar con ellos y no huir de esta tarea ni por nuestra falta de cualidades naturales para realizarlo ni por el esfuerzo que implica, tentaciones estas no poco comunes entre nosotros.

Entonces, en los momentos de reunión colectiva de los jóvenes el apóstol de la juventud instaba al director o a algún colaborador suyo a que “diga siempre algunas palabras afectuosas en público a los alumnos, para avisarles o aconsejarles sobre lo que han de hacer o evitar; procúrese extraer avisos o consejos a partir de lo ocurrido durante el día, dentro o fuera del colegio”[71]. Nos referimos a las ya clásicas ‘Buenas Noches’, encaminadas a crear e intensificar un clima general de clara comunicación. Don Bosco recomendaba la brevedad, “no dure la platiquita más de dos o tres minutos”[72], para que no sea un árido sermón, sino más bien el beso paternal en la frente del hijo antes de ir a descansar. Este mismo medio se nos recomienda utilizar en nuestro apostolado.

También hoy en día –como en el tiempo de Don Bosco– muchos de nuestros niños y jóvenes provienen de familias heridas por la separación, creciendo muchas veces sin la supervisión de sus padres, carenciados del afecto y seguridad familiar y en no pocos casos, rodeados de las más variadas aflicciones con intensas implicaciones emocionales y operativas.

Por eso el sistema preventivo sigue siendo tan vigente y tan urgente en la pastoral con los más jóvenes en el cual se busca “crear familia” con una rica red de relaciones paternales, maternales, filiales, fraternales, viviendo con solidaridad entre todos, en franca alegría y cumpliendo las inevitables exigencias de orden y disciplina.

En este punto resulta de capital importancia que quien está a cargo de este apostolado –o involucrado de alguna manera en él– cuide mucho de reflejar en sus palabras y en sus acciones, incluso con sus silencios, su amor de padre para que los jóvenes puedan ver el signo de otro amor más excelso[73]. La amorevolezza de la que hablábamos anteriormente debe refulgir en nuestros gestos, palabras, ayudas, y en nuestra disponibilidad cordial. Y aunque ya lo haya dicho antes: la amabilidad del trato paternal, la mirada serena, la sonrisa habitual predispone a los corazones y les inspira respeto y confianza[74]. Por el contrario, un trato brusco, un desaire, “un poco acogedor e impaciente recibimiento”, o el hacerle sentir de alguna manera que es inoportuno, bastará para que ese joven no venga a “perturbar” nunca más[75]

Este ambiente familiar queda delineado en unas Buenas Noches del principio del año escolar 1863-1864 en las que Don Bosco decía: “No quiero que me consideren como su Superior, sino como su amigo. Por tanto, no me tengáis ningún miedo, ningún temor; antes al contrario, mucha confianza que es lo que yo deseo, lo que les pido, lo que espero como de amigos verdaderos (…). ¡Formemos todos un solo corazón! Yo estoy dispuesto a servirlos en toda circunstancia. Tengan ustedes buena voluntad, sean francos, sean sinceros como yo lo soy con ustedes”[76]. A quien se dedica a la apasionante misión del apostolado con la juventud y la niñez, el derecho propio le dice: “Haz de modo que todos con quienes hablas lleguen a ser amigos tuyos”[77], sin gritar y sin imponer penitencias por naderías[78]. Antes bien, “sea todo para todos, siempre dispuesto a escuchar toda duda o lamentación de los jóvenes”[79].

3. La pedagogía de la alegría y de la fiesta: Oratorios, Campamentos, etc.

Don Bosco le sugería a Francisco Bessuco: “Si quieres hacerte bueno practica sólo tres cosas y todo irá bien (…). Helas aquí: alegría, estudio, piedad. Éste es el gran programa, y si lo pones en práctica podrás vivir feliz y hacer mucho bien a tu alma”[80]. Ese es también el programa que debemos inculcar a la niñez y a la juventud con quienes trabajamos.

Por tanto, es de gran importancia el esforzarse para que nuestros Oratorios sean festivos: “el Oratorio festivo es un ambiente religiosamente fervoroso y moralmente sano, que envuelve al joven en su totalidad para orientarlo con profundidad y decisión en orden a poseer la vida celestial en un clima de religiosidad, de razonable amabilidad, de alegría, y de libre y juvenil expansión”[81].

“Todo debe contribuir a la alegría ‘que debe ser la atmósfera de todo centro de educación’”[82].

Particularmente se nos señala que este espíritu festivo se debe crear –además de lo arriba mencionado– mediante los juegos de tal modo que se convierta en un ambiente de “novedad” y de saturación gozosa de los jóvenes: “se recomiendan especialmente la diversidad de juegos según la edad y las costumbres del lugar”[83]. Asimismo, y para promover la frecuencia y la buena conducta en el oratorio ayudan mucho los premios[84].

“Es preciso de nuestra parte crear el ambiente para que se viva la fiesta y la alegría. No hay que temer el hacer gastos de comida, dulces, y premios que contribuyan al festejo”[85], indica el derecho propio.

Don Bosco daba gran importancia también a la música. “Un Oratorio sin música es como un cuerpo sin alma”[86], solía decir. Y es que la música le da un aire festivo a todas las actividades: procesiones, excursiones, distribución de premios, etc. pero muy principalmente a las solemnidades litúrgicas. Una banda de música y cantos, son cosas que no pueden faltar en toda actividad juvenil. Por eso los animo a promover “la enseñanza de instrumentos, la formación de conjuntos folklóricos y coros”[87] entre nuestros niños y jóvenes. Un hermoso ejemplo que replicar en todas partes que se trabaje con jóvenes y niños es la banda de música que tiene nuestro Seminario Menor en Estados Unidos[88].

Y es que la alegría es esencial al espíritu del Oratorio. Es vestir de fiesta la vida del cristiano, especialmente los domingos[89]. Así lo afirma el mismo Directorio de Oratorio: “en esto está todo el secreto y la prosperidad del Oratorio. Cuando un Director no sea capaz, con santas industrias, de vestir de fiesta todos los domingos a su Oratorio o, cuando, aún teniendo estupendas iniciativas, no las sabe comunicar a sus ayudantes, sino a ráfagas y sólo a la hora de ponerlas por obra, entonces el Oratorio se convertirá en una pequeña Babel y los jóvenes comenzarán a cansarse y dejarán de frecuentarlo”[90]

Otro marco perfecto para el ejercicio de este “espíritu oratoriano” son los campamentos que con tanto fruto se realizan en la inmensa mayoría de nuestras misiones.

Para Don Bosco los campamentos “eran una manera de poner en práctica el principio de querer lo que quiere el joven, para que el joven quiera lo que quiere el educador”[91]. Lo mismo es para nosotros.

Este hermosísimo apostolado –en su multiplicidad de formas: excursiones, salidas, paseos, convivencias, peregrinaciones, etc.–  no sólo contribuye a crear ese clima de alegría cristiana que es parte esencial de la formación integral del joven, sino que tiene una importancia educativa eficaz y duradera. El mismo santo decía: “los paseos son medios eficacísimos para conseguir la disciplina y favorecer la moralidad y la salud”; es “hacerles palpar” “que se puede muy bien servir a Dios con una sana alegría”[92].

Ahora bien, el derecho propio especifica con todo detalle el cuidado que hay poner en organizar este tipo de apostolados: “para nosotros es inconcebible organizar campamentos que no sean ‘escuela de vida’, o sea, sin disciplina, sin una fuerte impronta religiosa. Habitualmente los organizamos con dos momentos fuertes de oración: a la mañana, la Santa Misa; a la tarde, la Adoración eucarística, o el Rosario si son laicos. A la noche, déseles las ‘buenas noches’. Este esquema simple vale para todas las otras actividades”[93].

El campamento debe ser formativo, debe ayudar a que el niño o el joven conozca más su patria y la ame, entienda en concreto qué es ser católico, o sea, que sepa vivir bien su religión, que aprenda a ser disciplinado, aseado, responsable, servicial, educado… Debe ser una escuela de Vida para alcanzar el Monte, que es Cristo.

Y aunque muchos de ustedes esto ya lo saben, creo que vale la pena recordarlo: en nuestros campamentos, y lo mismo vale para cualquiera de nuestros apostolados con los más jóvenes, no se debe perder el tiempo, ¡hay que aprovecharlo al máximo! Animándolos a practicar todas las virtudes, en particular la de la eutrapelia, disfrutando todos los deportes posibles y sanos, en una palabra, hacer que los preferidos del Corazón de Cristo tengan la experiencia de que el cristianismo es vida en plenitud.

Todo lo hasta aquí mencionado, con sus debidas adaptaciones según se trate de un colegio, de un grupo de universitarios, de un hogarcito, etc. y cualquiera sea la actividad que con ellos se realice, se debe hacer siguiendo los principios enseñados por San Juan Bosco, como ya se hace con innegable fruto, pero cada vez con mayor empeño y sin escatimar los medios para la gloria de Dios, el bien de las almas juveniles y nuestra propia santificación. En este sentido me parece no de menor importancia que nuestros formandos sean instruidos en el sistema preventivo ya desde el noviciado.

“Si se llevan estos avisos a la práctica”, decía el Santo educador, “nuestra Sociedad será cada vez más floreciente ante los hombres, será bendecida por Dios y alcanzará su meta, que no es otra que la mayor gloria de Dios y la salvación de las almas”[94].  Pienso que lo mismo vale para nuestro Instituto.

Al aproximarse la fiesta de María Auxiliadora, “que debe ser el preludio de la fiesta eterna que hemos de celebrar todos juntos un día en el paraíso”[95], quiero agradecer y expresar mi mayor aprecio por la muy útil y honrosa misión que es la educación de la juventud y que incansablemente realizan tantos de los nuestros en favor de muchísimos niños y jóvenes no con poco sacrificio y amorosa dedicación.

A la Virgen los encomiendo a todos, así como también a las almas de todos los niños y jóvenes que la Providencia nos ha confiado, para que gracias a nuestro esfuerzo denodado en favor de la porción predilecta del Corazón de Jesús, podamos formar hombres nuevos para un mundo nuevo: el mundo de Cristo, Maestro y Señor.

Con gran afecto en el Verbo Encarnado y la Virgen Santísima, los saludo y les mando un fuerte abrazo para todos.

P. Gustavo Nieto, IVE
Superior General

1 de mayo de 2018 – Mes de María
Carta Circular 22/2018

 

[1] San Juan Pablo II, Carta en el centenario de la muerte de San Juan Bosco Iuvenum Patris (31/01/1988) 1.

[2] Directorio de Oratorio, 62.

[3] Cf. Constituciones, 16.

[4] Ibidem.

[5] Cf. Constituciones, 181; Directorio de Vocaciones, 85.

[6] Cf. Constituciones, 181.

[7] San Juan Bosco, Carta al doctor Peverotti de Cassine, Alessandria, (06/09/1876), E III, p. 93. También nuestro Directorio de Misiones Ad Gentes, 73 con gran clarividencia señala: “no se puede olvidar a los jóvenes que, en numerosos países, representan ya más de la mitad de la población”.

[8] San Juan Bosco, Regolamento dell’Oratorio de S. Francesco di Sales per gli esterni (1877), parte II, cap. II, art. 6.

[9] Directorio de Evangelización de la Cultura, 189; op. cit. Gravissimum Educationis, 2.

[10] Directorio de Oratorio, cap. 5, art. 5.

[11] Cf. Notas del VII Capítulo General, 93-94; 108-109.

[12] Directorio de Parroquias, 96 y Constituciones, 181.

[13] Directorio de Evangelización de la Cultura, 192; op. cit. Gravissimum Educationis, 5.

[14] Directorio de Catequesis, 4; op. cit. Catechesi Tradendae, 15.

[15] Notas del VII Capítulo General, 93.

[16] San Juan Pablo II, Carta encíclica Redemptoris Missio, 46.

[17] Constituciones, 165.

[18] Directorio de Oratorio, 52 ss.

[19] San Juan Bosco, Obras Fundamentales, Parte II, El sistema preventivo en la educación de la juventud, 1.

[20] Directorio de Seminarios Menores, 144; op. cit. Juan Bautista Lemoyne, Memorias Biográficas, VI, 381.

[21] 1 Cor 13, 4-7.

[22] Cf. San Juan Bosco, Obras Fundamentales, Parte II, El sistema preventivo en la educación de la juventud, 2.

[23] San Juan Pablo II, A las Hijas de María Auxiliadora, (12/12/1982).

[24] San Juan Bosco, Obras Fundamentales, Parte II, Carta sobre el espíritu de familia, 614.

[25] Directorio de Oratorio, 39; op. cit. San Juan Bosco, Obras Fundamentales, Parte II, Carta sobre el espíritu de familia, 614.

[26] A. Aufray, La pedagogia di San Giovanni Bosco, Torino, SEI 1942, pp. 83-84. [Traducido del italiano]

[27] Cf. Pietro Braido, Prevenir, no reprimir, cap. 14, 2.

[28] Cf. Ibidem.

[29] San Juan Bosco, Obras Fundamentales, Parte II, Carta sobre el espíritu de familia, 614.

[30] Ibidem.

[31] San Juan Bosco, Obras Fundamentales, Parte II, Recuerdos confidenciales a los directores, 556.

[32] Directorio de Oratorio, 37.

[33] Cf. San Juan Pablo II, A las Hijas de María Auxiliadora, (12/12/1982).

[34] Pietro Braido, Prevenir, no reprimir, cap. 14, 4.

[35] Directorio de Seminarios Menores, 149; San Juan Bosco, Reglamento para las Casas, 88, Pedro Ricaldone, op. cit., T. I, 125.

[36] Directorio de Oratorio, 37; cf. San Luis Orione, Il volto dell’Amore, Napoli 2004, 450.

[37] Directorio de Oratorio, cap. 5., art. 4.

[38] San Juan Bosco, Obras Fundamentales, Parte II, Recuerdos confidenciales a los directores, 556.

[39] Directorio de Seminarios Menores, 152.

[40] Cf. Directorio de Oratorio, cap. 5, art. 3.

[41] San Juan Bosco, Obras Fundamentales, Parte II, Carta circular sobre los castigos, 599.

[42] Directorio de Oratorio, cap. 5, art. 3.

[43] Cf. Directorio de Oratorio, 34.

[44] Cf. San Juan Bosco, Obras Fundamentales, Parte II, Carta sobre el espíritu de familia, 617.

[45] San Juan Bosco, Obras Fundamentales, Parte II, Carta circular sobre los castigos, 602.

[46] Directorio de Oratorio, 45; op. cit.  San Juan Bosco, Obras Fundamentales, Parte II, Carta sobre el espíritu de familia, 616.

[47] Ibidem. O, dicho de otro modo: “Sin familiaridad no se manifiesta el afecto y sin esta manifestación no puede haber confianza”; citado en Directorio de Seminarios Menores, 153.

[48] Directorio de Oratorio, 46.

[49] San Juan Bosco, Obras Fundamentales, Parte II, Carta sobre el espíritu de familia, 616.

[50] Directorio de Oratorio, 14.

[51] P. Carlos Buela, IVE, Mi parroquia, III Parte, IX, A, 5.

[52] Directorio de Oratorio, 23.

[53] Directorio de Evangelización de la Cultura, 197; op. cit. Gravissimum Educationis, 10.

[54] Cf. Directorio de Oratorio, 47; op. cit. Beato Pablo VI, Discurso para la inauguración de la nueva sede del Pontificio Oratorio de San Pedro, (29/06/1968).

[55] Pietro Braido, Prevenir, no reprimir, cap. 12, 5; op. cit. San Juan Bosco, Regolamento dell’Oratorio de S. Francesco di Sales per gli esterni (1877), Parte I, cap. 1, art. 7, p. 6., OE XXIX, p. 36.

[56] Pietro Braido, Prevenir, no reprimir, cap. 12, 6; op. cit. Bonetti, G., Annali II (1861-1862), p. 13.

[57] Cf. San Juan Bosco, Obras Fundamentales, Parte II, Sistema Preventivo, 2, 4.

[58] Iuvenum Patris, 11.

[59] San Juan Bosco, Obras Fundamentales, Parte I, Apuntes biográficos de Miguel Magone.

[60] Ibidem.

[61] Pietro Braido, Prevenir, no reprimir, cap. 16, 1.

[62] Ibidem.

[63] Cf. Ibidem.

[64] Directorio de Oratorio, 26; op. cit. Pietro Braido, Prevenir, no reprimir, cap. 18, 1.

[65] Directorio de Oratorio, cap. 5; op. cit. San Juan Bosco, Regolamento dell’Oratorio de S. Francesco di Sales per gli esterni (1877), 93.

[66] San Juan Bosco, Obras Fundamentales, Parte I, Memorias del Oratorio. Década segunda, [49], pág. 435.

[67] Pietro Braido, Prevenir, no reprimir, Cap. 16, 2.

[68] Ibidem.

[69] Cf. San Juan Bosco, Obras Fundamentales, Parte II, Recuerdos Confidenciales a los directores, 553.

[70] Ibidem, 551.

[71] San Juan Bosco, Obras Fundamentales, Parte II, El sistema preventivo en la educación de la juventud, 564.

[72] Ibidem.

[73] Cf. Iuvenum Patris, 4. En este sentido no se nos debe pasar por alto que “el educador tendrá con los niños y jóvenes, hoy más que nunca, una gran prudencia en el trato según lo establecido en las normas preventivas al respecto emanadas por la Curia Generalicia”.  Directorio de Oratorio, 51; op. cit. Cf. Curia Generalicia del Instituto del Verbo Encarnado, Instrucción sobre eventuales casos de denuncias por abusos sexuales, (14/08/2003). 

[74] Cf. Directorio de Oratorio, 23; op. cit. G. Lemoyne, Memorias Biográficas, VI, 382.

[75] Cf. Directorio de Oratorio, cap. 6, art. 2.

[76] Pietro Braido, Prevenir, no reprimir, cap. 15, 2.

[77] Directorio de Seminarios Menores, 120; op. cit. Juan Bautista Lemoyne, Memorias Biográficas, X, 1039.

[78] Cf. Directorio de Oratorio, cap. 6, art. 4.

[79] Directorio de Oratorio, 41; op. cit. San Juan Bosco, Obras Fundamentales, Parte II, Carta sobre el espíritu de familia, 617.

[80] Directorio de Oratorio, 23; op. cit. San Juan Bosco, Il pastorello delle Alpi, XVII, Torino 1932, 53.

[81] Directorio de Oratorio, 3; op. cit. Pietro Braido, Sistema Educativo, 311-312. 

[82] Directorio de Seminarios Menores, 101; op. cit. San Juan Bosco, Ideario Pedagógico, en Biografías y Escritos, op. cit., 406-407.

[83] Cf. Directorio de Oratorio, 31; op. cit. G. Lemoyne, Memorias Biográficas, XVIII, 703. Cf. P. Braido, Sistema Educativo, 320.

[84] Ibidem.

[85] Cf. Directorio de Seminarios Menores, 101.

[86] Directorio de Seminarios Menores, 60; op. cit. G. Lemoyne, Memorias Biográficas, V, 347.

[87] Directorio de Seminarios Menores, 61.

[88] https://iveminorseminary.com; https://www.flickr.com/photos/100778064@N06/albums

[89] Cf. Directorio de Oratorio, 35.

[90] Directorio de Oratorio, 35; op. cit. P. Albera, Lettera Circ., 117. Cf. Pietro Braido, Sistema Educativo, 320. 

[91] Pietro Braido, Prevenir, no reprimir, cap. 16, 5.

[92] Ibidem.

[93] Directorio de Oratorio, 59.

[94] Cf. San Juan Bosco, Obras Fundamentales, Parte II, Recuerdos confidenciales a los directores, 556.

[95] San Juan Bosco, Obras Fundamentales, Parte II, Carta sobre el espíritu de familia, 620.

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