Charla a los Miembros de la Tercera Orden en Argentina

Contenido

Primero que nada, quisiera decirles que es una gran alegría para mi estar entre Ustedes, ver tantas caras que me son familiares y, en fin, poder agradecerles en persona todo lo que hacen por nosotros. Aunque me quede corto en las palabras sepan que todo lo que Ustedes hacen significa una gran ayuda y un aporte sumamente importante a nuestra labor misionera. Y sin duda es un muy edificante ejemplo de caridad que siempre nos dan

 

San Juan Pablo II decía que el “creyente amplia los confines de su caridad manifestando la solicitud por quienes están más lejos y por quienes están más cerca; rogando por las misiones y por las vocaciones misioneras, siguiendo sus actividades con interés y, cuando regresan los recibe con aquella alegría con la que las primeras comunidades cristianas escuchaban de los apóstoles las maravillas que Dios había obrado mediante su predicación”[1]. Bueno, sepan que muchos… muchísimos de nuestros religiosos dan testimonio de que precisamente así hacen los miembros de la Tercera Orden en Argentina. Y en nombre de ellos y a título personal también, de verdad, yo se los agradezco infinitamente.

 

Y un ‘gracias doble’ para quienes han ‘hecho mayor ofrenda’ y han ofrendado a Dios sus hijos para trabajar por la extensión de su Reino. Veo aquí presentes a muchos padres y familiares de nuestros religiosos. Es en verdad una gran alegría tenerlos aquí. Se siente uno en familia, porque eso es en realidad lo que somos, ¿no? Como dice el Directorio de Tercera Orden: “una única familia, unidos por la misma fe, los mismos fines, la misma misión, el mismo carisma, la misma índole y el mismo espíritu”[2].

 

 

Introducción

Hoy, si me permiten, me gustaría hablarles de la especial dignidad y misión confiada a Ustedes, laicos de la Tercera Orden del Verbo Encarnado en la Iglesia y en nuestra familia religiosa. Son quizás puntos muy conocidos y muy elementales, pero que en fin, es siempre bueno recordarlos, pues son también, en definitiva, realidades muy profundas.

 

San Pedro dice que los cristianos son sacerdocio real, nación santa (1 Pe 2, 9). Todos los cristianos, incorporados a Cristo y a su Iglesia mediante el bautismo, están consagrados a Dios. Son llamados a profesar la fe que han recibido. Mas aun, como todos Ustedes saben, a través del sacramento de la confirmación, han sido además revestidos por el Espíritu Santo de una fuerza especial para ser testigos de Cristo y partícipes de su misión salvífica. Por tanto, cada uno de Ustedes es, por consiguiente, una obra extraordinaria de la gracia de Dios y está llamado a las más altas cimas de la santidad. A veces, puede ocurrir que los laicos, no aprecien del todo la dignidad y vocación que les es propia como laicos. Cada uno de Ustedes, miembros de la Tercera Orden del Instituto está llamado a santificarse y a santificar desde su propia condición laical el mundo entero[3]. Esto implica que están llamados a desempeñar un papel muy importante en la evangelización del mundo.

 

Sí, Ustedes, los laicos de la Tercera Orden del Verbo Encarnado son raza elegida, sacerdocio santo, llamados también a ser sal de la tierra y luz del mundo. Su específica vocación y misión consiste en manifestar el Evangelio en sus vidas y, por tanto, en introducir el Evangelio, como una levadura, en la realidad del mundo en que viven y trabajan. Por eso dice el derecho propio que nuestros terciarios deben buscar el “ordenar los asuntos temporales según Dios[4], instaurando todas las cosas en Jesucristo[5], haciendo manifiesto a Cristo ante los demás, primordialmente mediante el testimonio de la vida, la irradiación de la fe, la esperanza y la caridad, iluminando las realidades temporales con las que está estrechamente vinculada”[6]. Las grandes fuerzas que configuran el mundo (política, los medios de comunicación, ciencia, tecnología, cultura, educación, industria) constituyen precisamente las áreas en las que Ustedes son especialmente competentes para ejercer su misión. Bien saben Ustedes que, si estas fuerzas están conducidas por personas que son verdaderos discípulos de Cristo, y, al mismo tiempo, plenamente competentes en el conocimiento y la ciencia seculares, entonces el mundo será ciertamente transformado desde dentro mediante el poder redentor de Cristo[7].

 

En este sentido, es bueno que tomen conciencias, que el rol de Ustedes en la misión es de una importancia tal que nunca podría realizarse convenientemente sin Ustedes.

 

 

Inculturar el Evangelio

“Debemos lograr que Cristo reine en todo el mundo, en todas las culturas y en los corazones de los hombres”[8], –ese es el compromiso que como Terciarios han asumido: el trabajar con todas sus fuerzas para inculturar el evangelio[9]–.

 

Entonces, es bueno recordar, que “para no errar en esta tarea tan propia hay que conocer, estudiar y profundizar en la Doctrina Social de la Iglesia” y por eso es “indispensable que esta doctrina sea asimilada, llevada a la realidad social en las formas y en la medida que las circunstancias permitan o reclamen”, ya en la educación de los hijos, ya en el trabajo, en cualquiera sea el ambiente en el que uno se mueva (y si uno ya no trabaja, o está enfermo, o lo que sea, bueno, entonces rezar y saber ofrecer los sufrimientos y la rutina diaria para que el reino de Cristo se expanda).

 

Sé que hay entre Ustedes muchos que están bien comprometidos con el encargo decididamente cristiano de permear la sociedad con la levadura del Evangelio. En este sentido, el Directorio de Tercera Orden dice explícitamente: “No se deber olvidar nunca que la realidad la debemos transformar desde dentro, evangelizando la cultura y no culturizando el Evangelio, todo lo que sea redimible debe ser usado para el bien”[10].

 

 

Medios

Al respecto, ¿Que significa este ‘desde dentro’?

 

Principalmente significa a través de un “auténtico testimonio de vida cristiana”, lo cual implica indefectiblemente una vida de gracia. Implica que nuestros terciarios “hablen y obren con el ejemplo, que se caractericen ante los demás por la práctica efectiva de las virtudes cristianas, [simplemente] porque llevan a Jesús y a María en la sangre, y saben que las palabras mueven, pero los ejemplos arrastran[11]. Es decir, hay que tener coherencia de vida entre la fe que uno profesa y el modo en el que vive. No basta con tener un hijo o hija religioso, cada uno de ustedes tiene que rezar y santificarse y confesarse.

 

Ustedes no se imaginan la fuerza y el estímulo para la santidad que representa para otros el ejemplo que Ustedes dan, incluso para los mismos religiosos. Cuántos de los nuestros encuentran en el sacrificio silencioso de sus padres, en la visión sobrenatural de su madre, en la abnegación de su hermana o de su hermano un estímulo concreto para la práctica de la virtud, para perseverar en los tiempos arduos, para disponerse magnánimamente a la realización de una obra simplemente porque eso lo aprendió de su padre; para ser compasivo ante las necesidades de los demás porque ese fue el ejemplo que recibió de sus padres… Eso téngalo siempre presente. Lo que Ustedes hacen tiene efectos que trascienden los límites del hogar, del trabajo, del cuartito que limpian o en el que estudian… son ejemplos que impactan en la vida de muchos.

 

Piensen sino en el ejemplo de los papas de Santa Teresita. Hace dos años, en octubre del 2015, el Papa los canonizó. En su autobiografía, la santa, hoy Patrona de las Misiones, Doctora de la Iglesia, y la santa más grande en los tiempos modernos[12], escribió: “Como no tenía más que buenos ejemplos a mi alrededor, quería naturalmente seguirlos”. El papá de Sta. Teresita fue relojero y su mamá, costurera. Para que vean ustedes la magnitud y efectos perdurables que tiene el auténtico testimonio de vida cristiana.

 

Y por otro lado, están también las obras concretas de apostolado, en las que me consta tantos de Ustedes están involucrados y nunca les agradeceremos lo suficiente… Pienso en los que ayudan tanto en los hogarcitos, durante las jornadas de los jóvenes, los campamentos, los ejercicios espirituales, los que desde sus distintas capacidades prestan una colaboración invalorable a nuestra Familia Religiosa, los muchos de Ustedes que apoyan estas obras con sus oraciones y sacrificios y donaciones materiales también… Todas esas cosas, apostolados concretos, realizados en unión con Dios, y dando en todo momento, cualquiera sea el ambiente en el que uno se encuentre un testimonio coherente de vida cristiana es un aporte, una colaboración eficaz a la causa de Cristo, que es la de iluminar a todo hombre,  a todo el hombre y a todas las realidades humanas con la luz del Evangelio en el propio ambiente.

 

Para lograr este fin, quisiera indicarles… en realidad más que nada recordarles de manera específica y concreta algunos medios en los que los miembros de nuestra Tercera Orden deberían distinguirse y servirse Son nueve y todos están tomados del Magisterio del Concilio Vaticano II: (Y quisiera, si me permiten, desarrollar estos puntos brevisimamente siguiendo el Magisterio de la Iglesia, mechándolo con algunos textos de nuestro Directorio de Tercera Orden).

 

1. Los laicos no ejercen actividades religiosas jerárquicas pero participan directamente en la liturgia de la Iglesia

 

 «La Santa Madre Iglesia desea ardientemente que se lleve a todos los fieles a aquella participación plena, consciente y activa en las celebraciones litúrgicas que exige la naturaleza de la liturgia misma y a la cual tiene derecho y obligación, en virtud del bautismo, el pueblo cristiano, linaje escogido, sacerdocio real, nación santa, pueblo adquirido (1 Pe 2,9; 2,45)»[13]. Por tanto, la participación en la Santa Misa de una manera cada vez más consciente y más fructífera es esencial «porque es la fuente primaria y necesaria de donde han de beber los fieles el espíritu verdaderamente cristiano»[14].

 

2. Los laicos con su santificación imprimen carácter cristiano a todas las actividades de su vida

 

Si cada uno de Ustedes santifica su vida como se lo exige la pertenencia a la Iglesia, Cuerpo Místico de Cristo, santifica también todas las actividades de su vida y simplemente la vida, privada y pública[15], decía el Papa Pío XII.

 

 3.  Cada uno de Ustedes, en virtud del laicado, pueden y deben ejercer el apostolado común

 

Como ya lo mencionamos antes: «El apostolado de los laicos es participación en la misma misión salvífica de la Iglesia, apostolado al que todos están destinados por el Señor mismo, en virtud del bautismo y de la confirmación. Y los sacramentos, especialmente la sagrada Eucaristía, comunican y alimentan aquel amor hacia Dios y hacia los hombres, que es el alma de todo apostolado»[16]. Por eso dice el Directorio: “los laicos ‘movidos por la caridad que procede de Cristo, hacen el bien’[17]”. Porque no se puede separar el amor a Cristo del amor al prójimo.

 

«Los laicos están especialmente llamados a hacer presente y operante a la Iglesia en aquellos lugares y circunstancias en que sólo puede llegar a ser sal de la tierra a través de ellos. Así, todo laico, en virtud de los dones que le han sido otorgados, se convierte en testigo y simultáneamente en vivo instrumento de la misión de la misma Iglesia en la medida del don de Cristo (Ef 4,7)»[18]

 

Ahora bien, es importante tener presente que “dentro del amor a Dios y como base también de toda acción apostólica, debe destacarse el terciario por el fiel y perfecto cumplimiento del deber de estado. Es imposible construir cualquier obra apostólica si no se cimienta sobre las primeras obligaciones fiel y legítimamente cumplidas”[19].

 

4. Los laicos, en virtud del apostolado, pueden ejercer el apostolado mandatado de la Acción Católica

 

«Además de este apostolado, que incumbe absolutamente a todos los cristianos, los laicos también pueden ser llamados de diversos modos a una colaboración más inmediata con el apostolado de la Jerarquía, al igual que aquellos hombres y mujeres que ayudaban al apóstol Pablo en la evangelización, trabajando mucho en el Señor (Cfr. Fil 4,3; Ro 16,3ss). Por lo demás, poseen aptitud de ser asumidos por la Jerarquía para ciertos cargos eclesiásticos. Que habrán de desempeñar con una finalidad espiritual»[20].

 

5. Los laicos deben santificar o cristianizar, de modo inmediato y directo, la vida matrimonial y familiar

 

«En ella –en la vida matrimonial y familiar– el apostolado de los laicos halla una ocasión de ejercicio y una escuela preclara si la religión cristiana penetra toda la organización de la vida y la transforma más cada día. Aquí los cónyuges tienen su propia vocación: el ser mutuamente y para sus hijos testigos de la fe y del amor de Cristo. La familia cristiana proclama en voz muy alta tanto las presentes virtudes del reino de Dios como la esperanza de la vida bienaventurada. De tal manera, con su ejemplo y su testimonio, arguye al mundo de pecado e ilumina a los que buscan la verdad»[21].

 

El Directorio de Tercera Orden abunda en ejemplos y lineamientos que muy bien pueden servir de guía en cuanto al modo de como cristianizar la vida matrimonial y familiar. Menciono simplemente algunos ejemplos: el formarse cristianamente, conociendo, amando y proclamando la doctrina de la Iglesia[22], el formar familias que sean verdaderos núcleos apostólicos, que fomenten las obras de caridad, que ayuden a otros matrimonios en necesidad[23], por ejemplo; el procurar una educación católica sólida a los hijos, y muchos otros ejemplos que Ustedes mismos pueden agregar… 

 

6. Los laicos deben santificar y cristianizar, de modo directo e inmediato, la vida económica en sus diversos aspectos 

a) uso de la propiedad privada; b) manejo de las pequeñas, medianas y grandes empresas en el sector agropecuario, comercial e industrial; c) eficiencia y sentido del trabajo; d) ejercicio de las diversas profesiones

 

El Vaticano II señala con fuerza la necesidad de que el laico asuma plenamente su responsabilidad de bautizado, vale decir, de su condición de participe «de la función sacerdotal, profética y real de Jesucristo», para que, así como por medio de Jesucristo, Profeta grande, se proclamó el Reino del Padre, así, «por medio de los laicos», «la virtud del Evangelio brille en la vida cotidiana, familiar y social»[24].

 

Cada uno debe de hacer con celo lo que tiene que hacer en la profesión elegida, “con el fin de afrontar después con competencia y espíritu de desprendimiento evangélico, el peso y las alegrías de las responsabilidades sociales hacia las que les oriente la Providencia”[25], para lo cual hace falta sin duda una vida espiritual seria, que les haga ver lo que hacen como una colaboración para el reino de Cristo, para discernir cual es la Voluntad de Dios, etc.

 

7. Los laicos deben santificar y cristianizar, de modo directo e inmediato, las distintas manifestaciones de la cultura

a) letras; b) educación; c) artes; d) ciencias experimentales; e) técnicas; f) ciencias del espíritu; g) filosofía

 

Dice la Lumen Gentium: «Incluso, en las ocupaciones seculares deben ayudarse mutuamente a una vida más santa, de tal manera que el mundo se impregne del espíritu de Cristo y alcance su fin con mayor eficacia, en la justicia, en la caridad y en la paz. En el cumplimiento de este deber universal corresponde a los laicos el lugar más destacado. Por ello, con su competencia en los asuntos profanos y con su actividad elevada desde dentro por la gracia de Cristo, contribuyan eficazmente a que los bienes creados, de acuerdo con el designio del Creador y la iluminación de su Verbo sean promovidos, mediante el trabajo humano, la técnica y la cultura civil, para utilidad de todos los hombres sin excepción; sean más convenientemente distribuidos entre ellos, y a su manera conduzcan al progreso universal en la libertad humana y cristiana. Así Cristo, a través de los miembros de la Iglesia, iluminará más y más con su luz salvadora a toda la sociedad humana»[26].

 

 «Igualmente coordinen los laicos sus fuerzas para sanear las estructuras y los ambientes del mundo cuando inciten al pecado, de manera que todas estas cosas sean conformes a las normas de la justicia y más bien favorezcan que obstaculicen la práctica de las virtudes. Obrando de este modo, impregnarán de valor moral la cultura y las realizaciones humanas. Con este proceder simultáneamente se prepara mejor el campo del mundo para siembra de la palabra divina, y a la Iglesia se le abren más de par en par las puertas por las que introducir en el mundo el mensaje de la paz»[27]

 

Sé que hay entre Uds. muchos que ya lo hacen. Sepan que son un orgullo para nosotros y los animo a seguir haciéndolo.

 

8. Los laicos deben santificar y cristianizar, de modo directo e inmediato, las actividades cívicas y políticas, en el plano edilicio, cívico, nacional e internacional

 

Nuestro Directorio citando a San Juan Pablo II dice: “los fieles laicos de ningún modo pueden abdicar de la participación en la política; es decir, de la multiforme y variada acción económica, social, legislativa, administrativa y cultural, destinada a promover orgánica e institucionalmente el bien común… los fieles laicos deben promover una labor educativa capilar, destinada a derrotar la imperante cultura del egoísmo, del odio, de la venganza y de la enemistad, y a desarrollar a todos los niveles la cultura de la solidaridad”[28].

 

9. Los laicos deben tener como misión directa e inmediata de su estado laical la Consagración del Mundo a Jesucristo

 

«Pues a quienes asocia íntimamente a su vida y a su misión, también les hace partícipes de su oficio sacerdotal, con el fin de que ejerzan el culto espiritual, para gloria de Dios y salvación de los hombres. Por lo cual, los laicos, en cuanto consagrados a Cristo y ungidos por el Espíritu Santo, son admirablemente llamados y dotados, para que en ellos se produzcan siempre los más ubérrimos frutos del Espíritu. Pues todas sus obras, sus oraciones e iniciativas apostólicas, la vida conyugal y familiar, el cotidiano trabajo, el descanso del alma y del cuerpo, si son hechas en el Espíritu, e incluso las mismas pruebas de la vida si se sobrellevan pacientemente, se convierten en sacrificios espirituales, aceptables a Dios por Jesucristo (cfr. 1Pe 2,5), que en la celebración de la Eucaristía se ofrecen piadosísimamente al Padre junto con la oblación del cuerpo del Señor. De este modo, también los laicos, como adoradores que en todo lugar actúan santamente, consagran el mundo mismo a Dios»[29].

 

Y para acabar y aclarar la profundidad de esta consagración del mundo a Dios, nada más oportuno que las palabras de Paulo VI el 18 de agosto de 1965[30]: «El desarrollo de la cultura moderna ha reconocido la legítima y justa distinción de los diversos campos de la actividad humana, dando a cada uno de ellos una relativa autonomía, reclamada por los principios y fines constitutivos de cada campo, de modo que cada ciencia, profesión y arte tiene su relativa independencia que la separa de la esfera propiamente religiosa y le confiere cierto “laicismo” que, bien entendido, el cristiano es el primero en respetar, sin confundir, como se dice, lo sagrado con lo profano. Pero allí donde este campo de actividad se refiere al hombre, considerado en su integridad, es decir, de acuerdo con su fin supremo, todos pueden y deben honrar y ser honrados por la luz religiosa que aclara ese fin supremo y hace posible su obtención. De modo que donde la actividad pasa a ser moral debe referirse al polo central de la vida, que es Dios, y que Cristo nos revela y nos guía para alcanzarlo. Y toda la vida, aun siendo profana, siempre que sea honesta puede ser cristiana. ¿No nos enseña San Pablo a referir todo al Señor: “Sea que comáis, bebáis, o hagáis cualquier cosa, hacedlo todo para gloria de Dios?” (1Cor 10, 31)».

 

 

Modo: evangelizando la cultura y no culturizando el Evangelio

Ahora bien, el Directorio aclara específicamente que esta inculturación del evangelio se ha de hacer -y utiliza esta expresión- evangelizando la cultura y no culturizando el Evangelio. ¿Qué quiere decir esto? ¿Qué tenemos que tener en cuenta al respecto? ¿De qué tenemos que precavernos?

 

Pues bien:

 

1. Del mismo hecho de hacerse Jesucristo hombre sin dejar de ser Dios, debemos aprender a estar en el mundo[31], «sin ser del mundo»[32]. Debemos ir al mundo para convertirlo y no mimetizarnos en él. Debemos ir a la cultura y a las culturas del hombre no para convertirnos en ellas, sino para sanarlas y elevarlas con la fuerza del Evangelio, haciendo, análogamente, lo que hizo Cristo: «Suprimió lo diabólico, asumió lo humano y le comunicó lo divino»[33].

 

2. Significa también que al igual que Cristo que se hizo semejante a nosotros en todo excepto en el pecado (Heb 4, 15), son inasumibles el pecado, el error, y todos sus derivados. Es decir, sin conversión es imposible la reconciliación; sin renunciar al mal no existe redención. No puede haber unidad a costa de la verdad. No hay santidad sin limpieza de alma: «santidad, limpieza quiere decir»[34].  

 

3. Por otro lado, sólo puede asumirse lo que tiene dignidad o necesidad. No puede asumirse ni lo inhumano, ni lo antihumano, ni lo infrahumano. Son inasumibles lo irracional, lo absurdo y todos sus derivados.

 

4. Pero, nada de lo auténticamente humano debe ser rechazado, ya que Cristo asumió una naturaleza humana íntegra. Debemos asumir todo lo humano -es decir, todos los elementos de verdad y de bondad presentes en las culturas- ya que «lo que no fue tomado tampoco fue redimido»[35], y lo humano que no es asumido «se constituye en un ídolo nuevo con malicia vieja»[36].

 

5. Y ese asumir lo humano no debe ser sólo aparente, sino real. Esa asunción sólo es real cuando de verdad transforma lo humano en Cristo, elevándolo, dignificándolo, perfeccionándolo. Lo que se deja sólo al nivel humano, sólo aparentemente se lo ha asumido.

 

6. De manera particular, vale lo dicho para la evangelización de la cultura donde siempre hay que ser firmes en nuestra identidad católica y saber discernir y dialogar con quienes tenemos que evangelizar. Sin olvidarnos nunca que «la verdadera inculturación es desde dentro: y consiste, en último término, en una renovación de la vida bajo la influencia de la gracia»[37]. En efecto, el Señor Jesús mandó a sus discípulos a anunciar el Evangelio al mundo entero y a bautizar a todas las naciones (cf. Mc 16, 15-16; Mt 28, 18-20; también Lc 24, 46-48; Jn 17, 18; 20,21; Hch 1, 8).

 

7. Además, dice el Directorio de la Tercera Orden: “Con un amor desinteresado a Dios, de modo específico, los miembros laicales del Verbo Encarnado se destacarán por la ayuda a los sacerdotes, religiosos y religiosas, que son los representantes de Dios en la tierra, los puestos por Dios para dirigir a la Iglesia, siendo serviciales para siempre colaborar, para que ellos encuentren siempre en estos laicos manos dispuestas para colaborar en la gran empresa de la evangelización”[38]. Es decir, este es uno de los canales por los que Uds. pueden también evangelizar la cultura.

 

 

Despedida

Bueno, eso es más o menos lo que quería expresarles. Y para finalizar, quería volver sobre algo que les dije al principio: que somos “una única familia, unidos no sólo por la misma fe, sino por los mismos fines, la misma misión, el mismo carisma, la misma índole y el mismo espíritu”.

 

La unión espiritual entre nosotros, entre los religiosos y nuestros queridos miembros de la Tercera Orden, correctamente entendida es muy profunda y es de frutos imprevisibles para la vida de nuestros institutos y de la Iglesia.

 

Ustedes son para nosotros un gran potencial, ¡un tesoro! Una grandísima ayuda, en todo sentido. Permanezcamos siempre unidos, fundados en el Verbo Encarnado y siempre fieles a Él. Ante todo, tengamos una inmensa confianza en los méritos de nuestro Señor Jesucristo y en el poder de su muerte y resurrección. Y permanezcamos siempre alegres y siempre en paz, en el Verbo Encarnado, porque la verdad prima sobre la mentira, el bien sobre el mal, la paz sobre la guerra, la misericordia sobre la venganza, y la Virgen Santísima de Lujan, la Mujer Vestida de Sol, irradia su gracia sobre nuestra nación, sobre cada una de nuestras familias, sobre cada uno de sus hijos misioneros.

 

A Ella los encomiendo a todos y me encomiendo yo también a sus oraciones.

 

¡Muchas gracias por haber venido! ¡Que Dios los bendiga!

 

 



[1] Redemporis Missio, 77.

[2] 5.

[3] Cf. Directorio de la Tercera Orden, 6.

[4] Cf. Lumen Gentium, 31.

[5]  Ef. 1,10.

[6] Directorio de la Tercera Orden, 7.

[7] Cf. Directorio de la Tercera Orden, 163.

[8] Directorio de la Tercera Orden, 161.

[9] Directorio de la Tercera Orden, 7.

[10] Directorio de la Tercera Orden, 163.

[11] Directorio de la Tercera Orden, 142.

[12] San Pío X.

[13] Sacrosanctum Concilium, 14, Ed. BAC, Madrid 1975, p. 194

[14] Sacrosanctum Concilium, 14, Ed. BAC, Madrid 1975, p. 194-195.

[15] Cf. Pío XII, citado por Y. CONGAR en Jalons pour une théologie du laïcat, Paris, Les Éditions du Cerf, 1953, p. 540

[16] Lumen Gentium, 33, BAC, Madrid 1975, p. 98.    

[17] Directorio de la Tercera Orden, 139; op. cit. Cf. Gal 6, 10.

[18] Lumen Gentium, 33, BAC, Madrid 1975, p. 98.    

[19] Cf. Directorio de la Tercera Orden, 140.

[20] Lumen Gentium, 33, BAC, Madrid 1975, p. 99.

[21] Lumen Gentium, 35. 

[22] 90.

[23] 179.

[24] Lumen Gentium, 35.

[25] Pablo VI, Al I Congreso Mundial de Institutos Seculares, 25 de agosto de 1976.

[26] Lumen Gentium, 36.  

[27] Lumen Gentium, 36.  

[28] Directorio de la Tercera Orden, 162; op. cit. Christifideles Laici, 42.

[29] Lumen Gentium, 34.

[30] Autenticidad de la vida cristiana, L’O.R. 31/8/1965, Buenos Aires.

[31] Cfr. Jn 17, 11.

[32] Cfr. Jn 17, 14-16.

[33] Beato Isaac Stella, Sermón 11, PL 194, 1728.

[34] San Juan de Ávila, Tratado sobre el sacerdocio, 12, Obras Completas, t. III, BAC, Madrid 1970, p. 504.

[35] San Gregorio De Nacianzo, Ep. 101; PG  37, 181. Ad Gentes 3, nota 15.

[36] Cfr. Puebla, nn. 400.469.

[37] Ibidem.

[38] Directorio de la Tercera Orden, 144.

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