El diablo que tú no conoces (4)

Contenido

El diablo que tú no conoces”
IV parte

 

Hoy vamos a presentar la tercera estrategia que usa el demonio, que es el desvío (hablamos en las dos conferencias anteriores del engaño y de la división), usando siempre como base el libro de Louis J. Cameli The Devil You Know Not.

  • Desvío: quisiera comenzar a hablar de esta tercera estrategia de Satanás leyendo un párrafo del libro del Éxodo: Cuando el pueblo vio que Moisés demoraba en bajar de la montaña, se congregó alrededor de Aarón y le dijo: ‘Fabrícanos un Dios que vaya al frente de nosotros, porque no sabemos qué le ha pasado a Moisés, ese hombre que nos hizo salir de Egipto’. Aarón les respondió: ‘Quiten a sus mujeres, a sus hijos y a sus hijas, las argollas de oro que llevan prendidas a sus orejas, y tráiganlas aquí’. Entonces todos se quitaron sus aros y se los entregaron a Aarón. Él recibió el oro, lo trabajó con el cincel e hizo un ternero de metal fundido. Ellos dijeron entonces: ‘Este es tu Dios, Israel, el que te hizo salir de Egipto’. Al ver esto, Aarón erigió un altar delante de la estatua y anunció en alta voz: ‘Mañana habrá fiesta en honor del Señor’. Y a la mañana siguiente, bien temprano, ofrecieron holocaustos y sacrificios de comunión. Luego el pueblo se sentó a comer y a beber, y después se levantó para divertirse. El Señor dijo a Moisés: ‘Baja en seguida, porque tu pueblo, ese que hiciste salir de Egipto, se ha pervertido. Ellos se han apartado rápidamente del camino que yo les había señalado, y se han fabricado un ternero de metal fundido’. Después se postraron delante de él, le ofrecieron sacrificios y exclamaron: ‘Este es tu Dios, Israel, el que te hizo salir de Egipto’1.

Indudablemente el diablo quiere nuestra ruina, quiere que nosotros también padezcamos su situación, es decir, la enemistad con Dios. Ya hemos visto cómo emplea el engaño y la sugestión para dividirnos. Ahora vamos a ver cómo se empeña en desviarnos del camino señalado por Dios, del mismo modo en que desvió al pueblo de Israel que estaba en camino hacia una tierra libre alejándolos de la adoración al único Dios.

La idolatría, de hecho, representa una de las principales formas de desvío que emplea el demonio. Y ahora veremos otras también que el diablo usa con gran eficacia para descarrilarnos en nuestro camino hacia Dios.

Presten atención: el objetivo de la táctica de desviación es simplemente hacernos perder el focus, es decir, el centro de atención, a saber: Jesucristo; y también hacernos perder el sentido de nuestra vida y el fin hacia el que caminamos; realmente nos descarrila, nos aparta, nos hace errar la puntería, nos desvía de nuestra misión (o al menos eso intenta por todos los medios). Entonces, mientras el engaño y la división pueden tornarse a veces dramáticos, con una manifestación más explícita, por decirlo de alguna manera, la desviación normalmente opera sutilmente. Y en verdad, nos puede llevar algún tiempo darnos cuenta de que estamos siendo llevados en otra dirección o que hemos estado yendo desviadamente por largo tiempo.

El remedio básico para este desvío es simplemente la disposición para estar atentos y concentrados en lo que Dios quiere de nosotros y aferrarnos a Cristo que siempre nos muestra cómo permanecer fieles y cómo vivir conforme hacia el fin que apuntamos.

Veamos ahora algunas de las manifestaciones de estas estrategias del demonio en nuestras vidas.

  • Desvío por absorbernos en una tarea, en un oficio. A primera vista, absorbernos en la tarea que nos toca puede parecer como “mantenerse encaminado”, es decir, como una manera de apuntar hacia el fin al que nos dirigimos. Pero, de hecho, el absorbernos en una tarea que se nos ha dado no significa que hemos entendido correctamente la dirección que debemos tomar. El estar absortos en una tarea puede bloquear nuestra atención del propósito por excelencia que es la unión con Dios y hacia el cual debemos orientarnos más allá de los intensos reclamos que nos hace nuestro oficio. Ojo que lo que nos mantiene ocupados no es que sea malo, pero a veces puede ser que nos quite la atención y la energía que debiéramos emplear en transfigurarnos en Cristo. Un ejemplo clásico es el de Marta y María.

Lo que Jesús le dice a Marta nos lo dice a nosotros: lo que nos ocupa −y ocupa nuestro tiempo, nuestras energías, nuestra atención− puede que no sea lo que debe ocuparnos. Cuántos sacerdotes se pasan escuchando videítos de comentaristas políticos, leen los diarios de USA, de Europa, de Argentina… y obviamente, como de la abundancia del corazón habla la boca, el único tema de conversación que tienen es ese… ojalá ocuparan todo ese tiempo y esa energía en leer algo de formación permanente, en llamar a los parroquianos más solos, a los que están enfermos para ver si necesitan algo; en pensar qué pueden hacer para llegar a las almas… ¿Se dan cuenta? Se podrían poner muchos otros ejemplos: el que se la pasa escalando montañas con los jóvenes y pareciera que toda su vida sacerdotal sólo es organizar salidas, el que pasa más tiempo ocupado en tareas ‘administrativas’ de la parroquia que en contacto con las almas, el que cree que en vez de ser párroco es el jefe de una empresa constructora y en vez de actividades pastorales sólo tiene iniciativas de construcción, o por el contrario, aquel que le da una importancia desmedida al cuidado de las almas, o a su vida espiritual (y se la pasa encerrado en su cuarto leyendo) y se olvida que la Iglesia se le está cayendo a pedazos, que está sucia, que hace meses que tiene un foco quemado en el presbiterio y hay que cambiarlo, que el equipo de audio no funciona y hay que conseguir uno nuevo…, o el que sólo se concentra en la liturgia pero descuida la preparación catequética que requiere esa liturgia y terminan tanto él como la gente descontentos por el mamarracho que resulta… El punto es que el enfrascamiento, la concentración exagerada en una actividad, puede hacernos desviar de la senda en la que Dios quiere que caminemos.

La historia de Marta y María ilustra, me parece, cuán sutil y cuán poderosa puede ser esta estrategia que usa del ensimismamiento, del absorbernos en una actividad para alejarnos de lo que debemos hacer. Fíjense que Marta está haciendo algo bueno, muy bueno: sirviendo. Queda fuera de cuestionamiento su rectitud moral. Fíjense también que ella está esforzándose por lograr algo de gran valía: servir a nuestro Señor. Ahora, un pequeño detalle: el hacer una cosa buena que implica realmente algo de gran valía y además el hacerlo de tal manera que ‘demuestra’ que lo hago mejor que los demás es realmente una tentación poderosa para enfrascarse en eso y que funciona con muchas almas. Otras cosas, que pueden ser mucho más importantes, corren el riesgo de quedar eclipsadas fácilmente. Se los dejo ahí para que lo piensen.

Otro de los modos en que se puede identificar esta estrategia del desvío es, de algún modo, por lo opuesto a la anterior, es decir, por el menosprecio de la actividad que se nos ha encomendado. Puede suceder que estemos absolutamente ciertos de la dirección que debemos seguir y el objetivo que debemos alcanzar. Sabemos exactamente lo que se supone debemos hacer, o si quieren más claro: lo que estamos obligados a hacer. Pero al mismo tiempo nos repele la idea de tener que hacer eso y de tener que marchar por ese camino. El diablo, que es muy astuto, se aprovecha de algún pensamiento nuestro, de la falta de ‘gusto’, de alguna pereza escondida, y nos fija en algo negativo haciéndonos despreciar eso que tenemos que hacer, como si eso nos rebajase…

El ejemplo clásico es la historia del profeta Jonás. Dios le encomienda una misión importante: Parte ahora mismo para Nínive, la gran ciudad, y clama contra ella, porque su maldad ha llegado hasta mí2. Pero en vez de hacer lo que Dios le pide, Jonás partió para huir a Tarsis, lejos de la presencia del Señor3. Literal. Eventualmente va a Nínive, cumple su misión, los ninivitas se arrepienten y Dios los perdona. Sin embargo, Jonás estaba super descontento de que Dios los había perdonado y los tenía por gente despreciable. Este desprecio que tenía hacia ellos era tan fuerte que lo desvió de cumplir la misión que Dios le había encomendado. Él conocía muy bien cuál era su misión, pero el pensar que estaba entre gente baja, ruda, pobre, hizo que se desviara de la misión para la que Dios lo había elegido.

Muchas veces lo mismo nos pasa a nosotros: pensamos que estamos entre ‘salvajes’, que son unos ignorantes que nunca van a entender, etc., y no les enseñamos, no los catequizamos y encima nos excusamos diciendo: “ah, porque en mi parroquia no hay monjas”: ¡enseñáles vos! Algo similar les pasa a otros respecto del lugar de misión: que es un lugar castigo, que me mandaron aquí para que no moleste… “que ¿acaso no sirvo yo para algo mejor?”, se preguntan algunos… Y guarda, porque pensando así, después ese mismo cuestionamiento, esa insatisfacción, ese desprecio se puede transportar a la vocación misma: “yo no me hice cura para cuidar discapacitados”; “lo mío es enseñar y aquí estoy…, me mandan a una parroquia que no me gusta, en medio de la ciudad…”. Conclusión: entonces me voy. Se olvidan estos tales que lo nuestro “no es el mando ni los honores, sino la entrega total al servicio de Dios y al ministerio pastoral”4 y eso implica cualquier trabajo y entre la gente que sea y por el tiempo que Dios quiera. Actuar de otro modo es dejar de lado el carisma del Instituto que nos manda trabajar en las situaciones más difíciles y en las condiciones más adversas5. Es más, las Constituciones dicen también que debemos “Aceptar gustosos, y aun pedir, los oficios más bajos, los destinos más difíciles…”6“aquellos donde nadie quiere ir”7.

Fíjense que esta estrategia del desvío es particularmente ‘exitosa’ en la Iglesia y la mejores de las misiones se pueden arruinar por esto. A veces uno ve tanto lío en la Iglesia, tantos problemas, tantas injusticias que realmente lo poco, poquísimo que uno hace parece que ya no tiene sentido ¡¿para qué?! Menos mal que San Ignacio no se enganchó con ese pensamiento si no la contra reforma no hubiese sucedido.

Otro modo en el que se presenta esta estrategia del desvío: la desviación significa un apuntar un poquito más al costado en vez de al centro. Pero esa ligera desviación puede hacer que a largo plazo uno tenga una desviación seria respecto del punto de partida inicial.

Generalmente el modo en el que opera el enemigo, según esta estrategia, es comenzar con una misión clara y noble, pero después, por medio de tentaciones, te va moviendo en una dirección muy diferente, incluso opuesta. Si eso sucede, se corrompe la visión original que teníamos y termina uno vuelto sobre sí mismo.

Una tentación de este tipo tuvo San Antonio Abad. Lo cuenta San Atanasio: “Pero el demonio que odia y envidia lo que es bueno, no podía soportar ver tal resolución de un joven y trataba por todos los medios hacer lo que había hecho con tantos otros. Primero que nada, trató de alejarlo de la disciplina, susurrándole el recuerdo de su riqueza, del cuidado de su hermana, de los reclamos de su gente, el amor por el dinero, el amor por la gloria, los varios placeres de mesa y otras relajaciones de la vida, y por último la dificultad de la virtud y del trabajo por alcanzarla; lo sugestionaba pensando también en la enfermedad de su cuerpo y en la duración de las pruebas. En una palabra, levantó en su mente una gran polvareda de debate deseando alejarlo del propósito en el que se había asentado”.

Lo mismo intenta hacer el diablo con nosotros. Noten ustedes que esta estrategia se aprovecha de nuestra psicología para maximizar el poder de las tentaciones. Por un lado, se aprovecha de nuestra inclinación a tener “seguridades humanas”, especialmente en lo que hace a lo material (que tenga seguro médico, que sepa lo que va a pasar de aquí hasta la próxima Pascua, que pueda tener un auto a mi disposición, que el superior me apoye en ‘mis proyectos’, etc.). En otro nivel de tentaciones me despierta cierta nostalgia por las cosas que he dejado: “ah porque cuando yo estaba en Guyana…yo hacía lo que quería, ¡la gente era buenísima!”; “ah porque cuando yo vivía con tal… era fantástico”.

Y en un tercer nivel estas tentaciones disparan una tentación que de alguna manera es más peligrosa que las anteriores: el desaliento. Ahora, escuchen bien: en todos esos niveles de operación de la tentación hay un mensaje central y muy potente que el diablo nos quiere sugerir: toda resistencia es imposible. Sólo el aferrarse a Cristo con puños y dientes es efectivo para luchar contra esta tentación y finalmente vencer.

Este tipo de tentaciones, si no se sabe vencerlas, pueden tener un efecto devastador en quien las sufre. El poder de la tentación se deriva de la total inversión de lo que la persona buscaba inicialmente, del hecho desalentador de que esta inversión todavía se siente como una posibilidad real y, lo que es más significativo, de la sensación de total soledad que acompaña a la tentación. Solamente al solaz de la presencia de Cristo esa soledad aplastante puede encontrar alivio.

Un modo todavía más común de desviación es por medio de la distracción. Hay una estrategia militar que dice que para coartar el avance de un ejército uno tiene que destruir el comando de comunicaciones. Porque si no se pueden comunicar entre ellos, seguro que caen. Similarmente, si el diablo puede hacer que nos desviemos de nuestro camino hacia la unión con Dios va a ser precisamente interrumpiendo nuestra comunicación con Dios, esto es, nuestra oración. No estamos hablando aquí de las distracciones comunes que suceden en nuestra oración diaria. Sino de esas distracciones que nos vienen de las ansiedades o miedos acerca del futuro, de los desaires y ofensas que hemos sufrido en manos de otros, de la comparación de nuestra situación con la de otros y el pensar en los placeres del momento presente.

Respecto de los miedos y las ansiedades digamos que esas son como la pieza fija en la naturaleza humana. Ahora, si nosotros nos damos cuenta de que andamos dando vuelta en los mismos círculos de preocupación una y otra vez, es porque estamos parados (estancados) dentro del perímetro de la “ansiedad innecesaria”. ¡Para qué preocuparse más acerca de lo que no puedo solucionar! Cuando estas ansiedades plagan mi vida de oración, simplemente me han desviado del contacto con el Verbo Encarnado en quien descansa mi futuro. Tengo que darme cuenta de que ese bombardeo de preocupaciones (muy legítimas quizás) me impiden el contacto con nuestro Señor quien es precisamente nuestra más segura fuente de seguridad.

La otra distracción que nos puede apartar de nuestro camino es el volver y revolver en el interior las ofensas recibidas. Cuántas veces muchos religiosos se pasan la hora de la adoración abriendo y reabriendo las heridas recibidas. Es cierto: el que nos ofendan, el que nos falten el respeto, el que nos critiquen o acusen falsamente nos tira abajo. Ahora, si por cualquier motivo uno no puede resolver esa ofensa, esa herida se puede podrir y reaparecer en algún otro momento de dificultad. Y con ello vuelven todos los sentimientos de ira, de resentimiento, de no querer a volver a cruzarte con esa persona, etc. Estos pensamientos invaden especialmente a muchos religiosos durante el tiempo de la oración, como quizás lo han experimentado algunos de ustedes. Ahora, si ese es el caso, eso ¿cómo se resuelve? Simplemente con la oración y la confianza en Dios como el vindicador de los males que me han hecho. Y por supuesto, aprendiendo a perdonar y siendo humildes. Esos son los dos medios por los cuales podemos romper el hechizo de la distracción que nos causa el resentimiento y nos desvían del contacto con Dios en la oración.

El tercer tipo de distracción es la comparación de mi situación con la del otro respecto de quiénes somos y de lo que tenemos. Esta es una tentación peligrosa porque hace que nos fijemos en los otros. En la mayoría de los casos nos hace envidiar: envidia al otro porque le dieron la parroquia o la misión que yo quería, envidia porque al otro le pidieron que vaya a predicar a no sé dónde y a mí nunca me mandan, envidia porque el superior siempre hace lo que el otro le dice y nunca lo que yo le digo, envidia porque al otro le publican todos los libros que escribe y a mí no, envidia porque al otro le mandan quien lo ayude y yo hace un montón que vengo pidiendo y todavía estoy esperando… La envidia es infecciosa y puede invadir el modo en el que pensamos y juzgamos las cosas, las personas, las situaciones y puede influir grandemente en nuestro comportamiento. Y en este sentido puede significar un gran desvío de nuestro camino. Otras veces, aunque quizás no tan común entre nosotros, pero ciertamente que puede pasar y pasa, aunque solapadamente, es el hacer la comparación que hacía el fariseo en el templo: “te doy gracias, Señor porque no soy como esta gente: ladrones, adúlteros, e incluso como ese recaudador de impuestos”8.

Presten atención: no se puede avanzar si constantemente estamos mirando hacia los costados.

La última forma de distracción es el quedarse absortos en la consolación momentánea. El disfrutar de algo no está prohibido, pero el ahogarse en eso ciertamente me puede desviar del camino. Como le pasó al rico Epulón en el Evangelio de Lucas. La historia nos es conocida. El hombre rico estaba tan absorto en el mundo de sus propias satisfacciones que ni siquiera notó la presencia de Lázaro. Estaba encerrado en sí mismo y por eso se desvió del camino de la compasión.

Otra manera en que se manifiesta esta estrategia del desvío (de entre varias otras que podríamos mencionar) es el desviarse justamente por mantenerse conservador, pero no en el sentido de ortodoxia religiosa sino en el sentido de quedarse fijo en sus manías, en sus mañas, en sus modos de hacer las cosas que hacen que uno tenga aversión por todo lo que sea nuevo o nos mueva a una serie de posibilidades nuevas, nos desvíe de la misión que Dios nos ha encomendado.

Se me viene ahora a la mente el ejemplo de la tecnología, de todo lo que es el mundo de social media hoy en día. Si el párroco tiene aberración por la tecnología, todo el tiempo predica sobre sus excesos, pero nunca de sus buenos usos y del provecho que tiene el usarlos bien, ese tal se quedó en el tiempo. He conocido algunos que no permiten computadoras a sus alumnos, porque tienen que aprender a escribir. ¡Fantástico! Pero el día de mañana también tienen que salir a trabajar y si no saben usar una computadora ¿qué van a hacer? Hay otros que son profesores −por años− y que argumentan que porque la doctrina de Santo Tomás de Aquino no ha cambiado siguen enseñando las mismas clases y del mismo modo que lo han venido haciendo por los últimos 30 años. Ni le hablen de usar un PowerPoint, de incorporar alguna didáctica… Son buenísimos y muy sólidos en su doctrina, pero no enganchan, porque se quedaron en el tiempo y no saben presentar el material de una manera que responda a la idiosincrasia sociocultural de los alumnos. Y así ¿qué cultura van a evangelizar?

Cuando Dios dice por boca de Jeremías: enmienden su conducta y sus acciones9 significa: “tenés que cambiar lo que venís haciendo. Tenes que ir en una nueva dirección”. Obviamente que eso no se aplica a todo, sino a esas cosas que no me permiten precisamente avanzar en la dirección que tengo que avanzar. Es también un poco lo que dice Cristo en la parábola de los talentos respecto de ese que enterró el único talento que recibió, ¿por qué?, porque tenía miedo. Eligen un “camino más seguro” y así no avanzan porque están apegados a sus “antiguas seguridades”. ‘No, es que yo tengo este sermón que prediqué cuando estaba en la punta de la montaña y fue buenísimo me salió re-bien”. Sí querido, pero ahora estás en New York City. ¿Se entiende? El tipo de la parábola no avanza por haber optado por lo ‘conservador’ por lo tanto improductivo (en el sentido que venimos mencionando). Algunos actúan así por ser unos cómodos (en cuyo caso la tentación no viene del diablo sino de nosotros mismos), pero muchas veces (y esto sí es del diablo) por miedo.

Otro modo de ‘ser conservador’ pero en el sentido peyorativo que aquí tiene se puede ver en la Carta de San Pablo a los Gálatas. Se acordarán de cuando los conversos del judaísmo les insisten a los gálatas, que eran conversos del paganismo, de la necesidad de circuncisión. Los que venían del judaísmo se aferraban inflexiblemente al pasado que habían heredado, a los rituales, a las leyes y el poner su seguridad en esas cosas los apartaba de Cristo y vaciaba la fe que los gálatas habían recibido. Por quedarse “fijos” en el pasado no pueden abrazar lo nuevo que les viene por Jesucristo.

Una última manera de desviarnos que intenta el diablo es por medio del relativismo. Opuesta a lo anterior. El relativismo práctico sostiene que todo está en igualdad de condiciones y que nada importa en especial. No hay una verdad estable entonces no hay base sólida y, por lo tanto, no hay dirección correcta o apropiada. ¡Ojo! que esto también nos puede pasar a nosotros, aunque estemos revacunados contra el progresismo y el relativismo. De hecho, alguno ha habido por ahí que incluso había escrito un libro acerca del progresismo y terminó relativista en ciertos temas de la vida religiosa. En un contexto religioso el relativismo es como una práctica del ateísmo o sugiere que si Dios existe no le importa mucho de cómo uno actúe o las decisiones que uno haga. Es lo que el Salmo 10 expresa diciendo: el impío exclama en el colmo de su arrogancia: ‘No hay ningún Dios que me pida cuenta’. Esto es lo único que piensa10. Y un poquito más adelante dice: ‘Dios lo olvida; aparta su rostro y nunca ve nada’11. Y así uno que antes ‘amaba’ el Instituto y que hizo sus votos perpetuos, piensa que Dios lo olvida y hasta termina convirtiéndose en enemigo del Instituto. Uno que antes deploraba a los religiosos que se daban lujos, él mismo elige una diócesis donde cobra un buen sueldo y está lleno de seguridades humanas. Y uno se pregunta ¿cómo es que cambiaste todo el set de valores que antes tenías? Dios no actúa así. La verdad es estable. En fin, el diablo se las ingenia y uno puede libremente cooperar con él para descarrilarse.

Otro ejemplo de cómo este relativismo también representa una tentación para nosotros los religiosos aparece en algo que expresa muy bien el profeta Isaías. ‘¿Por qué ayunamos y tú no lo ves, nos humillamos y tú no lo reconoces?’12. Cuántas veces nos quejamos: “¡si estoy haciendo todo bien! Rezo, hago penitencia, le pongo ganas al apostolado, me humillo y voy y hablo con tal e igual me va mal, igual me corrigen, igual me critican…”. Y por supuesto, como corolario práctico de estas disquisiciones viene el pensamiento de que no importa lo que haga parece que a Dios no le importa.

Una forma de resistir a este ‘relativismo’ es plantarse seguros en Jesucristo. ¡Dios lo ve! ¿No decimos acaso que Dios es Omnisciente? Como dice San John Newman “He knows what he is about”. Dios sabe lo que hace, yo soy el que no sé. Apegarse y orientarse hacia Cristo me establece en la verdad más allá de todas las ‘variables’ y factores que puedan influir en mi vida.

Resumiendo: en esta Subida del Monte de la perfección como el mismo San Juan de la Cruz advierte y Uds. lo pueden ver en el dibujo tradicional hecho por el mismo santo, está el riesgo de desviarse. Son los dos caminos que se desvían hacia derecha o izquierda y que definitivamente no terminan en la unión con Dios (uno porque busca los bienes del cielo y el otro porque busca los bienes de la tierra). El único camino recto es el de la nada, nada, nada y que sólo busca −como venimos diciendo en estos Ejercicios− la gloria y honra de Dios. Démonos cuenta de que andar por el camino de la Subida del Monte no es haber llegado, y, por lo tanto, inevitablemente voy a encontrarme con dificultades y con un montón de desafíos. Por eso las palabras de San Pedro nos vienen muy bien como una llamada a ser realistas: Sed sobrios y estad siempre alerta, porque vuestro enemigo, el demonio, ronda como un león rugiente, buscando a quien devorar. Resistidlo firmes en la fe13.

¿Qué tenemos que hacer entonces para “resistir firmes” como dice San Pedro y no desviarnos? Primero que nada, tenemos que ejercitarnos con regularidad en estar vigilantes y lo mejor para eso es el examen de conciencia. Tenemos que examinarnos, revisar nuestra vida a la luz de la voluntad de Dios, de su Palabra. Y al mismo tiempo que hacemos eso tenemos que rezarle al Espíritu Santo para que nos mantenga en fruición con la voluntad del Verbo Encarnado. Eso no lo tenemos que dar por sentado simplemente porque somos curas. La Carta a los Hebreos expresa esta perseverancia en nuestro ‘apego’ al camino emprendido en compañía de Jesucristo diciendo: Por lo tanto, ya que estamos rodeados de una verdadera nube de testigos, despojémonos de todo lo que nos estorba, en especial del pecado, que siempre nos asedia, y corramos resueltamente al combate que se nos presenta. Fijemos la mirada en el iniciador y consumador de nuestra fe, en Jesús, el cual, en lugar del gozo que se le ofrecía, soportó la Cruz sin tener en cuenta la infamia, y ahora está sentado a la derecha del trono de Dios14. Ese correr resueltamente que menciona San Pablo implica una gran confianza, no en nosotros mismos sino en Dios que comenzó la buena obra y la irá completando15.

1 Ex 32,1-8.

2 Jon 1,2.

3 Jon 1,3.

4 Constituciones, 207; op. cit. Optatam Totius, 9.

5 Constituciones, 30.

6 67.

7 Directorio de Espiritualidad, 86.

8 Lc 18,11.

9 Jr 7,3.

10 Sal 10,3-4.

11 Sal 10,8-9.

12 Is 58,3.

13 1 P 5,8.

14 Hb 12, 1-2.

15 Cf. Flp 1,6.

Otras
publicaciones

Otras
publicaciones