El corazón en el cuerpo de la Iglesia

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[Exordio] Aquí, junto a nuestra Madre común, la Santísima Virgen del Socorro, quisiera en primer lugar saludar con gran afecto a mis queridos hermanos sacerdotes, a los religiosos y religiosas aquí presentes y a todos los amigos que habéis venido para celebrar el feliz aniversario de la presencia de los monjes del Verbo Encarnado en este querido monasterio de “Nuestra Señora del Socorro” aquí, en “la isla de la eterna primavera”.

Quiero manifestarles que es una gran alegría para mí poder celebrar esta Eucaristía con Ustedes. Es éste, un lugar privilegiado de espiritualidad, y un verdadero ‘capital de gracia’ no sólo para la Iglesia local –al ser el primer monasterio masculino en la diócesis– sino también para todo el Instituto del Verbo Encarnado y la Iglesia toda.

Por eso dentro del marco de la celebración de un nuevo aniversario de la inauguración del monasterio –tan bellamente construido por los hermanos Jorge Dorta: Don Juan, Don Hipólito y Don Vicente, en las agraciadas tierras de Güímar y que ellos construyeron con el propósito de que fuese referencia de espiritualidad, de oración y de expiación por los pecados– quisiera detenerme a ponderar con Ustedes, si me permiten, la gracia que significa un monasterio.

Bien puede uno preguntarse por qué los hermanos Jorge Dorta quisieron un monasterio contemplativo masculino y no una parroquia, o una casa de acogida de ancianos o de niños, o cualquier otra obra de misericordia.  ¿Por qué un monasterio? ¿Qué es lo que hacen los monjes que hizo que ellos prefirieran un monasterio por encima de todas las otras obras de piedad que podrían haber emprendido? Es lo que vamos a tratar de responder en este sermón.   

Puede alguno preguntar:

1. ¿Qué es un monasterio?

 

Y en esta ocasión vamos a responder a esta pregunta parafraseando a San Luis Orione y decir que un monasterio es como un “oasis en el desierto de esta pobre vida; al que las almas vienen como peregrinos cansados y heridos y muchas veces muriéndose a lo largo del camino”[1]. Cuántas almas, cuántos de Ustedes hoy aquí, agobiados por las pruebas de esta vida han llegado hasta las puertas de este monasterio para encontrar consuelo, buscando descanso para sanar el espíritu y a los pies de la Santísima Virgen del Socorro han dejado las heridas del corazón… Por eso podemos decir también que los monasterios y en particular este monasterio dedicado a la Virgen Santísima “es un faro de luz que aclara las mentes y recuerda las verdades del Evangelio. Es un centro de irradiación de la misericordia divina y de la bondad materna de María. Es fuente de elevación espiritual, de fe, de moral cristiana para las almas desanimadas y cansadas. Un monasterio es también como una llama que brilla sobre los montes, y mueve los corazones a sentimientos altos, a pensamientos del cielo. En el gris oscuro de la vida terrenal, un monasterio es un faro –como el de la costa de Güímar– que guía a las barquillas de las almas en peligro hacia el puerto de la salvación”[2]

Cuando el Señor Obispo Don Felipe Fernández García pronunciaba la homilía de inauguración del monasterio decía que “un monasterioes como el corazón en el cuerpo de la Iglesia: un órgano invisible pero de primordial importancia”. Porque un “monasterio representa la intimidad misma de una Iglesia, el corazón, donde el Espíritu siempre gime y suplica por las necesidades de toda la comunidad y donde se eleva sin descanso la acción de gracias por la Vida que cada día Él nos regala”[3].

Un monasterio es, pues, algo muy singular en la vida de la Iglesia. Miren a su alrededor. Cómo no reconocer inscripta en los muros de este templo, en el silencio del claustro, en la frescura y serenidad de sus jardines, la fe pura y férrea que motivó su construcción y que continúa sosteniendo esta casa de oración y escuela de fe.

Creo que Ustedes van a coincidir conmigo si digo que es aquí, en un monasterio, donde las almas –con distintos estilos de vida, en distintas etapas de su vida espiritual– encuentran un espacio fecundo, lejos de las preocupaciones cotidianas, para recogerse y recuperar el vigor espiritual, para retomar el camino de fe con mayor ardor y buscar, encontrar y amar a Cristo en la vida ordinaria de la familia, del trabajo, del colegio, en medio del mundo.

Queridos amigos que habéis venido hoy a celebrar estos años de gracia sobre gracia: sean Ustedes también quienes atraigan a otros a venir al monasterio a rezar con los monjes, a pasar una jornada en silencio delante del Santísimo Sacramento –ese Médico de las almas que obra maravillas en la serenidad y en el silencio del alma que le brinda su amistad–, vengan Ustedes e inviten a otros a hacer Ejercicios espirituales, a consagrarse a la Virgen y en definitiva, a encontrarse y a unirse a Dios.

Muchos de Ustedes son asiduos al monasterio y habrán visto a los monjes rezar, trabajar… y tienen alguna idea de lo que es la vida contemplativa, pero pocos quizás conocen lo que significa ser un monje del Verbo Encarnado. Y esto nos lleva a responder en parte la segunda pregunta que hacíamos al inicio:

2. ¿Qué hace un monje del Verbo Encarnado?

 

Pues bien, “a semejanza del Verbo, que quiso vivir en el silencio de Nazaret durante treinta años, ellos se consagran a Él en el estado de vida contemplativo”[4].

Es decir, ellos consagran su vida a rezar, a hacer penitencia, a inmolarse en el silencio del claustro para pedir a Dios por la conversión de los pecadores –sobre todo de las almas consagradas–, a rezar por las intenciones del Santo Padre, por el acrecentamiento en cantidad y calidad de las vocaciones sacerdotales y religiosas y por la perseverancia de todos los miembros de la Iglesia[5].

Por tanto, si como dijimos hace un momento un monasterio es la casa de Dios, “el monasterio es el lugar que Dios custodia[6]; es la morada de su presencia singular. Y su comunidad monástica puede parangonarse con Moisés, que en la oración determina la suerte de las batallas de Israel[7], y con el centinela que vigila en la noche esperando el amanecer[8][9]. Por eso decimos que ellos están a la vanguardia de la obra misionera.

¿Sabían Ustedes que la oración de los monjes “sirve de sufragio a las almas de los difuntos, robustece a los débiles, cura a los enfermos, libera a los posesos, abre las puertas de las cárceles, deshace las ataduras de los inocentes, perdona los pecados, aparta las tentaciones, hace cesar las persecuciones, consuela a los abatidos, deleita a los magnánimos, guía a los peregrinos, mitiga las tempestades, alimenta a los pobres, lleva al buen camino a los ricos, levanta a los caídos, sostiene a los que están por caer, hace que resistan los que están de pie?”[10].

Porque la oración es lo único que tiene poder sobre Dios.

Los monjes contemplativos son quienes con su inmolación silenciosa, en la observancia de la disciplina regular, y sobre todo, en el ofrecimiento de oraciones y sacrificios, en el oficio divino y en la digna celebración de la Santa Misa, abren caminos nuevos para que el mensaje de Cristo penetre en los corazones, las mentalidades, las costumbres y las culturas de los pueblos. Y por eso un monasterio, y una comunidad contemplativa en una diócesis, cerca de vuestra casa, en esta bellísima isla es un honor para su Iglesia, un torrente de gracias celestiales y, escuchen bien, un pararrayos de la ira divina.

Por esto los hermanos Jorge Dorta construyeron este monasterio, como bien lo explicaba por carta Don Hipólito a su tío diciendo que ellos construían este monasterio “como expresión del valor de la oración y del dogma de la Comunión de los Santos” y, agregaba, que querían ofrendar a esta “comunidad diocesana el espacio de una necesidad vital en la misma”, es decir, un lugar donde se adore a nuestro Señor, un lugar que sea primordialmente, casa de oración. De ahí, la importancia y preeminencia de un monasterio por sobre todas las otras obras de piedad, que si bien son muy importantes y muy necesarias no tienen la supremacía de una obra puramente espiritual con la cual se consiguen y dan fruto todas las otras. 

Por tanto este aniversario también nos invita a ver la Providencia misericordiosa de nuestro Señor que ha querido agraciar a su Iglesia Nivariense con este inmenso capital de gracia espiritual. Y, también debemos decirlo, es para el Instituto del Verbo Encarnado, una bendición, un singular privilegio el formar parte de esta magnífica historia. 

3. La Virgen del Socorro

 

Diariamente en el silencio y ocultamiento del claustro los monjes del Instituto del Verbo Encarnado con la profesión de los consejos evangélicos y su voto de esclavitud mariana, se entregan al servicio de la Iglesia en Güímar, para que en todos los corazones sea alabado más plenamente el nombre de Dios y se ame más tiernamente a su Madre la Santísima Virgen del Socorro, reina de estas tierras. De aquí la devoción y plegaria confiada que día tras día dirigen nuestros monjes a la Madre de Dios.  

Pues no puede concebirse un monje del Verbo Encarnado que no ame tierna y devotamente a la Santísima Virgen. Su ayuda es para todos nosotros imprescindible, en todos los campos.

Por eso en este punto, este sermón se vuelve oración en la que quiero confiar a todos vosotros y a los que vendrán después de vosotros a la Santísima Virgen, con todas vuestras luchas, con todas vuestras necesidades, y cualesquiera sean las vicisitudes de la vida por las que estáis atravesando, que Ella os brinde su protección maternal y su socorro celestial. María es la Reina del cielo cercana a Dios, pero también es la madre cercana a cada uno de nosotros, que nos ama y nos escucha y esta pronta a brindarnos su auxilio. Recurran siempre a Ella, confíen en Ella. “Si María os protege –decía San Bernardo– no tenéis nada que temer; bajo su guía, no conoceréis la fatiga; gracias a su favor, llegareis a la meta”[11].

A su intercesión confiamos también las almas de los que hoy ya no están con nosotros, especialmente los hermanos Jorge Dorta, insignes fundadores de este monasterio, y a las almas de todos los que con gran esfuerzo colaboraron para que el primer monasterio contemplativo masculino en la historia de esta diócesis sea una realidad.

Y ahora, si me permiten, quisiera dejar un mensaje final a nuestros queridos monjes, aquí en el Monasterio de Nuestra Señora del Socorro: Sabed que a vuestras oraciones y a la santidad de vuestra vida está confiada de modo particular esta generosa tierra Nivariense, hacia la cual tenéis responsabilidades y deberes. Contribuyan con la fuerza de su oración a mantener la Iglesia local y alegradla con los frutos de la fe amorosa. Han sido llamados a dar testimonio aquí del primado de la caridad de Dios. Y como Ustedes saben muy bien, testigo significa mártir y la Iglesia es fiel en el martirio, en el testimonio. Siéntanse partícipes de esta misión especialmente cuando la aridez y las noches del alma los hagan sufrir.

Que la Virgen Santísima, de quien son tan devotos los consuele en sus trabajos diarios y alimente vuestra esperanza. Sean siempre fieles a su vocación, conserven celosamente y hagan fructificar el don que se les ha concedido. Y como decía el Místico Doctor, San Juan de la Cruz: miren que el Señor los “ha tomado por primeras piedras, pues miren cuáles deben ser, pues como en más fuertes han de fundarse las otras; aprovéchense de este primer espíritu que da Dios en estos principios para tomar muy de nuevo el camino de perfección en toda humildad y desasimiento de dentro y de fuera, no con ánimo aniñado, mas con voluntad robusta queriendo que les cueste algo este Cristo”[12].

Que la Virgen los bendiga y que estos primeros años del monasterio sean solo el comienzo de muchos aniversarios más. A Dios y su Santísima Madre le ofrecemos el Santo Sacrificio de la Misa en acción de gracias por los muchos dones que se ha complacido en otorgar a sus hijos en Güímar al plantar aquí su casa.

[1] San Luis Orione, Parola, 16.4.1928; III, 141.

[2] Cf. Ibidem.

[3] Verbi Sponsa, 8.

[4] Cf. Directorio de Espiritualidad, 93.

[5] Directorio de Vida Contemplativa, 180.

[6] Cf. Za 2, 9.

[7] Cf. Ex 17, 11.

[8] Cf. Is 21, 6.

[9] Verbi Sponsa, 8.

[10] Tertuliano, Tratado sobre la oración, cf. Oficio de Lectura del jueves de la tercera semana de Cuaresma. Citado en Directorio de Vida Contemplativa, nota 71.

[11] Las alabanzas de la Virgen Madre, Homilía 2.

[12] Cf. Epistolario, carta 16, A la M. María de Jesús, 18 de julio 1589.

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