Cuando “la Iglesia” nos falla

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De vez en cuando la gente se encuentra con dólares falsos, y sin embargo no escuchamos decir a nadie que la moneda estadounidense no vale nada. Astrónomos han divisado manchas en el sol, sin embargo, jamás hemos escuchado que alguno niegue que el sol es la luz que ilumina al mundo. No obstante, conocemos a muchos que se agarran de las caídas –no pocas veces escandalosas– y de los pecados de unos pocos católicos para decir: “¡Ellos no te lo dicen todo! ¡La Iglesia es obra del demonio!”.

Este punto de vista extremo comienza con un hecho: hay escándalos. Sólo para ilustrar, mencionemos, por ejemplo, políticos que se dicen ‘católicos’ y tienen una agenda bastante contraria a la doctrina evangélica y no obstante esto, se acercan a recibir la comunión; altos eclesiásticos envueltos en casos de corrupción, religiosas ‘católicas’ que apoyan el sacerdocio femenino… y así podríamos continuar la lista. Nada nuevo bajo el sol. Ya Pío XI, en 1937, hablaba de “esa incoherencia y discontinuidad en la vida cristiana de la que varias veces nos hemos lamentado, y que hace que algunos, mientras son aparentemente fieles al cumplimiento de sus deberes religiosos, luego, en el campo del trabajo, o de la industria, o de la profesión, o en el comercio, o en el empleo, por un deplorable desdoblamiento de conciencia, llevan una vida demasiado disconforme con las claras normas de la justicia y de la caridad cristiana, dando así grave escándalo a los débiles y ofreciendo a los malos fácil pretexto para desacreditar a la Iglesia misma”[1].

¿Qué es lo que prueba todo eso? Prueba que nuestro Señor se desposó con la humanidad tal como es. Cristo no esperaba que su Cuerpo Místico no tuviese escándalos porque Él mismo fue piedra de escándalo y estuvo rodeado de debilidad[2]. El Venerable Fulton Sheen lo expresaba de esta manera: “Si la naturaleza humana de nuestro Señor pudo sufrir la derrota física y ser un escándalo, ¿por qué no debería haber escándalos en su Cuerpo Místico hecho de pobres mortales como nosotros?”[3].

Hay que ser realistas: “La experiencia de Iglesia también es experiencia de que hay mal entre los hombres de Iglesia. Lo dijo el mismo Jesús: habrá trigo y cizaña[4]. Si todos fuésemos trigo, todo el mundo sería católico. Pero hay trigo y cizaña […]. Así, por ejemplo, vemos que en el Colegio Apostólico estuvo Judas. ¡Trigo y cizaña! Y será así hasta el fin de los tiempos, y el que piense otra cosa, es un utópico. No existe la Iglesia de los sólo buenos. La Iglesia es santa porque el principio, los medios y el fin son santos. Pero la Iglesia tiene en su seno a pecadores que somos nosotros. Por eso tenemos que rezar el ‘yo pecador’ al comienzo de cada Misa, por eso tenemos que confesarnos a menudo; no somos ángeles, nacimos con el pecado original, cometemos muchos pecados todos los días, el justo peca siete veces al día[5]. Y justamente ver el mal en la Iglesia, que es una de las tentaciones más grandes que puede tener el cristiano, nos tiene que llevar a nosotros a tener más fe en Jesucristo, porque Él ya lo profetizó, lo dijo hace dos mil años: Habrá trigo y cizaña”[6]. Es decir, debemos entender bien que, como decía el P. Castellani, “en la Iglesia futura y perenne habrá siempre, no sólo justos y pecadores, más aún herejes”[7].

Así y todo, “difícilmente pasa una semana en la cual alguna persona no diga que la Iglesia o algún representante suyo lo ha decepcionado o lastimado gravemente”[8]. Y aunque muchas veces estos cristianos que se sienten heridos se entristecen, lo más frecuente es que se enojen y sobre todo se sientan seriamente decepcionados e incluso traicionados, porque estos tales se olvidan de que ningún sacerdote, ni religioso, ni obispo, ni cardenal representa a toda la Iglesia. Es doloroso, nadie lo niega, ver que miembros de la Iglesia –algún alto eclesiásticos de la curia romana, algún sacerdote, las órdenes religiosas– salen en los titulares de los diarios, de los blogs, etc., como protagonistas de algún escándalo y la consecuente decepción de la gente e incluso del mismo clero. Y la verdad es que –como decía el P. Groeschel– es muy probable que cuando uno más cercano está a la Iglesia, más oportunidades tenga de ser herido o defraudado por Ella[9].

Entonces puede uno preguntarse –ya sea laico, obispo, seminarista, o párroco–: “¿Cómo puede la Iglesia decepcionarnos tan a menudo y seguir siendo aun el Cuerpo Místico de Cristo?”. Porque obviamente tenemos razones suficientes para esperar un cuidado y un ejemplo mejor de quien es el representante histórico de nuestro adorable Salvador en el mundo. 

Parte del problema está en que usamos la expresión ‘la Iglesia’ para describir un sinnúmero de cosas relacionadas, pero que según diversos grados, son muy distintas unas de otras. Así, por ejemplo, Iglesia puede indicar un edificio material. Puede también significar una denominación cristiana particular, como por ejemplo, la “Iglesia Ortodoxa”. Puede aludir a una determinada parroquia o una diócesis y así alguno puede decir: “Tengo problemas con la iglesia local”. Puede referirse a todos los que en el mundo son cristianos, o a todos los católicos del mundo, o a un miembro de “la Iglesia Católica”.

Otra fuente de confusión es qué entendemos por “miembro de la Iglesia Católica”. Muchas veces se habla de los católicos en tal o cual país, y muchas veces leemos que un porcentaje de esos católicos no están de acuerdo con la normativa de la Iglesia acerca del celibato sacerdotal o con lo que el Papa dice acerca de la contracepción, por dar algún ejemplo. Y los diarios publican en grandes titulares estos porcentajes. Ahora bien, no tenemos idea si esos ‘católicos’ van a Misa, o si contribuyen al sostenimiento de la Iglesia o qué clase de educación catequética han recibido. El P. Groeschel cita el ejemplo de una joven, familiar suya, que fue a una escuela católica donde le enseñaron no sólo que Dios era mujer, sino que Jesús era mujer. Y agrega: “sus maestras necesitaban terapia, terapia a largo plazo”. El punto es que ya pueden imaginarse la clase de ‘catolicidad’ de esta joven.

Entonces, hay que tener cuidado cuando uno dice “soy miembro de la Iglesia Católica”. Porque ¿qué significado tiene cuando algún político corrupto o un periodista sin una gota de amor por la verdad dice: “Yo soy católico”; o cuando alguna actriz blasfema dice: “Yo soy católica”? Están abusando de la Iglesia Católica y pretendiendo tener una participación activa en ella, mayor de la que alguna vez tuvieron.

1. ¿Qué significa entonces Iglesia?

 

Nuestro derecho propio define a la Iglesia en un hermoso párrafo diciendo: “La Iglesia es Jesucristo continuado, difundido y comunicado; es como la prolongación de la Encarnación redentora al continuar la triple función: profética, sacerdotal y real; es el nuevo Pueblo de Dios; ‘es en Cristo como un sacramento o señal, e instrumento de la íntima unión con Dios y de la unidad de todo el género humano’[10]; es una comunidad orgánicamente estructurada[11], ‘un pueblo reunido por la unidad del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo’[12][13].

Por tanto, todos los escándalos –la pérdida de la fe de los religiosos y la conducta que emana de ello, el pecado, la corrupción, las herejías, los cismas, los sacrilegios, el abuso de poder de los eclesiásticos, etc.– no prueban en manera alguna que la naturaleza de la Iglesia no sea íntimamente divina, como tampoco la crucifixión probó que Jesucristo no fuese Dios. Si nuestras manos están sucias, no por eso puede decirse que todo nuestro cuerpo lo esté. Hay que estar convencidos de que los escándalos que se adviertan en el Cuerpo Místico de Cristo no pueden destruir la santidad “sustancial” de la Iglesia. La Iglesia es santa y no es el sujeto de los pecados o de los escándalos: lo son los hombres, pero no la Iglesia en cuanto tal.

El Ven. Fulton Sheen cita uno de los mayores escándalos de la Iglesia: el del Papa Alejandro VI[14]. Y comenta: “¿Cómo pudo un hombre como Alejandro VI ser el infalible Vicario de Cristo y cabeza de su Cuerpo Místico? Por respuesta –sigue diciendo Fulton Sheen– vayamos al texto del Evangelio donde nuestro Señor cambia el nombre de Simón a Roca, y lo convierte en la Roca sobre la que construirá ‘Su Iglesia’. Nuestro Señor en esa misma ocasión hizo una distinción acerca de la cual muy pocos piensan: distinguió entre infalibilidad o inmunidad de error, e impecabilidad o inmunidad de pecar. Infalibilidad es la incapacidad de enseñar lo que está mal; impecabilidad es la incapacidad de hacer lo que está mal. Nuestro Señor hizo a la Roca infalible, no impecable”[15].

De todas maneras, la mayoría de las veces cuando la gente dice que se siente decepcionada por la Iglesia se refiere a la Iglesia visible, exterior, guiada por los obispos y el Papa y también por todas las demás personas que tienen cierta responsabilidad en la Iglesia: el clero, los religiosos, los misioneros, alguna institución de la Iglesia, algún grupo de la parroquia, etc. Y muchas veces puede sucedernos que nosotros también caigamos en la tentación de decir: “la Iglesia me ha decepcionado… la Iglesia me ha fallado… o incluso, me ha traicionado”.

Según el P. Groeschel, es algo que a todos tarde o temprano nos sucede. “Casi todos los sacerdotes o religiosos pueden decir lo mismo, y tienen quejas o molestias legítimas acerca de algo que les ha sucedido en su larga vida de servicio a la Iglesia –algún lugar donde fueron dejados de lado, pasados por alto, despreciados, incomprendidos, o acusados injustamente–. Llevo ya 45 años como religioso, y les puedo decir –continúa el P. Groeschel– que a menudo me encuentro molesto con cierto sector de la Iglesia. Las posibilidades de ser herido son enormes, y son mayores cuando uno más comprometido está. Por ejemplo, gente muy generosa se acerca a la Iglesia buscando una posibilidad de poder servir, dar de su tiempo y energías. Tal vez den sus vidas en la vocación religiosa. Por años las cosas van bien, son apreciados o al menos se les da la oportunidad de trabajar mucho y lograr algo. Pero en un momento dado hay un cambio de ‘guardia’. Aparecen nuevos líderes, y los de la ‘vieja guardia’ se van. No se le da importancia a todo lo que ellos han hecho con un mínimo o casi ningún reconocimiento personal. Y les invade el sentimiento de que Dios mismo no tiene en cuenta lo que ellos han hecho. Entonces, comprensiblemente quizás pero equivocadamente, se enojan con Dios, o con toda la Iglesia, desde el Papa para abajo. Es un sentimiento terrible. Lo sé. En menor escala eso puede sucederle a cualquier fiel parroquiano o miembro de la Iglesia. Han sido generosos hasta el punto del sacrificio. Han dado aún hasta que les dolía, pero viene un nuevo párroco o administrador, y quedan completamente olvidados. Saben que Dios no hizo eso, pero emocionalmente sienten que han sido rechazados”[16].

Quizás una de las peores experiencias en este sentido es cuando ‘alguno de la Iglesia’ le enseña a uno de nuestros seres queridos algo contrario a las enseñanzas del Evangelio y de la Iglesia y ese ser querido nuestro termina finalmente descarriándose. A cuántos les enseñaron que no había necesidad de confesarse, o los animaron a abrazar la anticoncepción ‘para cuidarse’, por solo citar algunos ejemplos, o les dijeron que estaba bien tener una nueva unión después del propio fracaso matrimonial, siendo el matrimonio válido.

Hay que admitir que quienes ocupan alguna posición de autoridad en la Iglesia a veces son bastante limitados respecto de lo que pueden hacer, más de lo que la gente común asume. Lo vemos por ejemplo en la curia Romana donde junto a mucha santidad en muchos, hay también una incapacidad notable en algunos. Pero, aun así, el sentimiento es que la Iglesia los ha decepcionado, o defraudado.

2. Heridos por “la Iglesia”

 

Tenemos que tener bien claro que cuando decimos que ‘la Iglesia’ o los líderes de la Iglesia nos decepcionan obviamente no nos referimos al Cuerpo Místico de Cristo. No es el Verbo Encarnado, que es una sola persona mística con su Esposa, el que nos falla. Fue quizás uno que ejerce alguna autoridad en la Iglesia, pero no la Iglesia.

Y la razón por la que ‘la Iglesia’ nos decepciona es simplemente porque está conformada por seres humanos. En efecto, si lo pensamos bien, la Iglesia es una gran comunidad de gente con pecado original y con pecados personales. No nos referimos aquí a la Iglesia triunfante, ni a los santos, ni al Magisterio y la Tradición de la Iglesia, sino a ese lado humano de la Iglesia que puede herirnos y que de hecho muchas veces lo ha hecho y lo hace. Nos pasa a todos, les ha pasado también a los santos y los testimonios de hechos de este tipo en la historia de la Iglesia son apabullantes.

“Como muestra basta un botón”, consideremos pues algunos ejemplos de personas que en su momento fueron seriamente heridos por “la Iglesia”.

El P. Pío de Pietrelcina, por ejemplo, permaneció prácticamente en arresto domiciliario por décadas por orden de la Santa Sede. Nunca dejó el pequeño pueblito donde vivía, San Giovanni Rotondo. ¡Nunca! Incluso le prohibieron por años celebrar la Misa en público.

Otro ejemplo: el Beato Solanus Casey[17], sacerdote capuchino, nunca pudo escuchar confesiones. Y solamente una o dos veces predicó algún sermón. Primero entró a un seminario diocesano y después de cuatro años de formación lo despidieron porque pensaban que no tenía la capacidad intelectual para ser sacerdote. Él no los contradijo y volvió a su casa. Luego ingresó con los capuchinos y también le fue mal en sus estudios (ambos seminarios dictaban sus clases en alemán y latín y él sólo sabía inglés, pues era hijo de campesinos inmigrantes irlandeses) y también sus superiores pensaban que no podría ser ordenado sacerdote, pero su vida espiritual –según ellos percibían– era bastante avanzada. Eso hizo que sus superiores se decidieran a admitirlo como candidato al sacerdocio, pero no como Solanus hubiera querido. Fue ordenado como simplex sacerdos como se le llamaba en ese entonces a los sacerdotes que sólo decían Misa. No podía predicar ni escuchar confesiones ni dar absoluciones, tampoco podría ser jamás superior ni votar para los capítulos de su orden. La gente lo conocía como ‘el hermano que dice Misa’. Mil veces en su vida habrá tenido que explicar por qué no podía escuchar confesiones. Su primer destino fue a una parroquia en Yonkers, New York. El párroco, sin saber cómo emplear un sacerdote que no podía escuchar confesiones ni predicar, le dio el oficio de sacristán y de portero. Dicen quienes lo conocieron que fue la aceptación de esa humillación lo que lo hizo santo y lo convirtió en el mejor capuchino que jamás haya vivido en suelo americano.

Volviendo atrás en el tiempo encontramos a San Alfonso de Ligorio, ahora honrado como Doctor de la Iglesia, quien fue obligado a salir de la orden que él mismo fundó, los Redentoristas, para que ésta no fuese suprimida. Y no menor detalle es el hecho de que no le permitían celebrar Misa en los Estados Pontificios aun siendo obispo. ¡Increíble! Santa Juana de Arco fue quemada en la hoguera por sentencia del Obispo de Beauvais y 11 teólogos. En la torre de la prisión de Rouen, se puede ver de un lado el decreto de condenación que condujo a la ejecución de Santa Juana, y del otro lado de la torre, se encuentra el decreto papal que, 20 años después, la exoneraba a ella y condenaba a los jueces. A pesar de que ella apeló al Papa, el obispo no dio lugar a su pedido, y él mismo incurrió en una censura eclesiástica.

Y ¡cuantos más!, ¡tantos!, innumerables ejemplos podríamos dar, de manera particular les ha sucedido esto a muchísimos fundadores de órdenes religiosas.

3. Una historia increíble

 

El P. Groeschel trae “una historia increíble” como él mismo la titula. Se trata de la historia de un obispo que fue “terriblemente herido por la Iglesia durante 30 años y que vivió en Nueva York: Bonaventure Brodrick[18]. Trabajó como vicario de los religiosos en la arquidiócesis de Nueva York desde 1940 a 1943. Sin embargo, el obispo Brodrick se ganó su sustento la mayor parte de su vida administrando una estación de gasolina. Hasta el momento en que aparecieron las nuevas y súper modernas estaciones de gasolina, solía haber un pequeño y simpático artefacto al final del surtidor que provocaba la detención automática de la gasolina cuando el tanque estaba lleno. Este artefacto fue inventado y patentado por el obispo Bonaventure Brodrick. Vivió en parte de lo que ganó gracias a este invento.

Esta historia se remonta a los tiempos posteriores a la guerra hispano-americana durante la cual Estados Unidos ocupó Cuba. Por algún motivo se decidió hacer obispo auxiliar de La Habana a un sacerdote americano, el hasta entonces padre Brodrick. El obispo Brodrick fue a Cuba, y poco después los cubanos decidieron que no querían un obispo americano. Por lo tanto, lo enviaron de regreso a Nueva York, pero nadie necesitaba un obispo auxiliar. Entonces la arquidiócesis debía encontrarle un trabajo. Lo pusieron a cargo de la colecta anual para la Santa Sede, pero nadie quería un obispo en ese cargo, así que se quedó sin trabajo. Después de una larga espera escribió una carta sugiriendo que podría ser escandaloso que un obispo estuviese sin trabajo. Le llegó la respuesta: “Espere”. Y él esperó. Para ganarse la vida abrió una estación de gasolina.

Décadas después Francis Spellman fue nombrado arzobispo de Nueva York. Según cuenta la historia, el Papa Pío XII le pidió que averigüase qué había pasado con el obispo Brodrick. Nadie en la arquidiócesis tenía idea de lo que había sido de él, pero encontraron una antigua dirección en un pueblo al norte de Nueva York. El arzobispo Spellman fue en auto, conduciendo él mismo hasta esa dirección. Era una estación de gasolina. Cuando llegó se bajó y preguntó al joven que atendía la estación: ‘¿Quién es el dueño de esta gasolinera?’. El joven contestó ‘Doc Brodrick’. El arzobispo preguntó dónde vivía. El joven le indicó una casita cerca de allí. Quien pronto sería ‘Cardenal Spellman’ fue hasta allí y llamó a la puerta, y salió un hombre anciano vestido con un mameluco. ‘¿Obispo Brodrick?’. El hombre respondió: “Sí”. Él dijo, ‘Yo soy el arzobispo Spellman, y vengo a ver si puedo hacer algo por Usted’. A lo cual el anciano respondió:  ‘Pase, lo he estado esperando durante treinta años’. El arzobispo Spellman lo hizo obispo auxiliar de Nueva York y vicario para los religiosos. “No conozco a ninguna otra persona que haya sido tan lastimada por la Iglesia”, afirma el P. Groeschel.  

La pregunta obvia es ¿cómo puede la Iglesia de Cristo decepcionarnos? ¿Cómo puede suceder esto en la Iglesia fundada por Cristo? Si se supone que la Iglesia debe alimentar y custodiar nuestra fe, ¿cómo es que ella misma se constituye en una prueba para nuestra fe? La respuesta la encontramos en el Evangelio. No hay más que mirar lo que les pasó a los Apóstoles: le fallaron a Cristo cuando Él más los necesitaba. En el mismo día en que los hizo sus sagrados representantes, ellos huyeron de Él. Cada año, el Jueves Santo, celebramos el día del sacerdocio católico. Y si lo pensamos bien, es también el día en que los primeros sacerdotes le fallaron terriblemente a Cristo. En la misma tarde en que fueron instituidos alter Christus, en esa misma tarde huyeron. ¿Acaso eso no nos dice algo acerca de “la Iglesia”? (es decir, de los hombres de la Iglesia). Ya lo mencionamos antes, la Iglesia católica está formada por más de mil millones de personas con pecado original[19]. Eso ya es un montón de pecado. Y esas personas hacen cosas extraordinariamente buenas, y algunos de ellos hacen cosas extraordinariamente malas. Sólo en la vida eterna los miembros de la Iglesia son perfectos, y reflejan con esa misma perfección lo que la Iglesia, Cuerpo Místico de Cristo, es en realidad, como dice San Pablo, sin mancha ni arruga[20]. No así los que todavía somos viadores o peregrinos.

Este mundo está lleno de situaciones que son simplemente absurdas, y aquí nos referimos al mundo de los creyentes y de los no creyentes. “En mi vida –afirma el P. Groeschel– he conocido jesuitas tontos, dominicos confundidos, capuchinos orgullosos, franciscanos ricos y salesianos que no aguantaban a los niños. He conocido Hermanas de la Misericordia sin misericordia, Misioneras de la Caridad sin caridad e Hijas de la Sabiduría estúpidas. […] Vayan y visiten Roma. Dicen que es la ciudad donde los comunistas rezan y los prelados no. Todo en este mundo está un poco hecho un lío, y a veces lo mejor es reírse que llorar. Cuando uno cree que tiene todo perfecto y planeado en la vida, seguramente le están faltando algunas piezas importantes del rompecabezas. Porque la vida es misteriosa”[21].

4. Entonces, ¿qué hacer?

 

La inmensa mayoría de nosotros –a nivel Instituto y a nivel personal– alguna vez nos hemos sentido defraudados y puede ser que hasta ‘traicionados’ por ‘la Iglesia’, es decir, por miembros de la Iglesia, como hemos explicado. Y cuando eso sucede, lo primero que hay que hacer es calmarse. Esa es una regla muy buena para tener en cuenta cuando somos heridos por cualquier persona: el superior, la sacristana, la señora de la Legión de María, mi compañero de misión, el secretario del obispo, en fin, cualquiera. Los irlandeses tienen un dicho que dice: “aconséjate con tu almohada” (Take counsel with your pillow). Y una vez que ya estamos calmados entonces preguntarnos: ¿Realmente me tengo que hacer problema por esto? ¿Acaso no estoy esperando mucho de seres mortales y falibles como yo? ¿Realmente es legítimo lo que estoy buscando o esperando de parte de esos hombres de la Iglesia? La respuesta muy probablemente sea “sí”. Y muy probablemente sea razonable e incluso justo. Pero, el punto es que no puedo exigir un trato absolutamente amable, respetuoso, o atento porque Cristo mismo no lo tuvo en los primeros miembros de la misma Iglesia que Él estableció. Además, Jesucristo mismo nos lo advirtió: en el mundo tendrán que sufrir[22].

Por otra parte, ¿no nos dice acaso el derecho propio que “debemos considerarnos ‘merecedores de todas las aflicciones’”[23]? Pues bien, dentro de esas aflicciones entran también los malos tratos, las injusticias, las maledicencias, las sospechas injustificadas, el que hablen mal de nosotros, la mala interpretación de nuestras intenciones, las humillaciones en manos precisamente de aquellos que nos tendrían que ayudar, la oposición u obstaculización a todos nuestros emprendimientos… y cada uno podría agregar algo a la lista.

Lo hemos dicho anteriormente: la Iglesia está compuesta de individuos débiles y falibles como nosotros. Y por tanto, los miembros de la Iglesia pueden ser muy buenos un día y muy malos al otro día. Incluso en el mismo día y en la misma parroquia, en la misma diócesis, en la misma oficina vaticana podemos encontrar gente que es increíblemente caritativa y otra que es terriblemente cruel.

Además, es cierto, y lo mencionamos para poder nosotros educar a otros también en esto, esas ‘decepciones’ de parte de ‘la Iglesia’ son necesarias a modo de purificación de nuestra fe. Muchos –en verdad muchos– se educaron en escuelas católicas, hicieron Ejercicios espirituales, fueron a misionar a tal o cual lugar, y les fue sumamente bien. Nosotros mismos –como Instituto– hemos sido ayudados por muchos en la Iglesia –San Juan Pablo II, sin ir más lejos, y como él tantos otros– y la experiencia fue por demás positiva y esperanzadora, y eso es muy bueno. Pero no hay que pensar que esto siempre vaya a ser así. Todas las cosas terrenales pasan. Y así como cuando experimentamos cualquier consolación tenemos que aplicar la 10.a regla de discernimiento de San Ignacio para la Primera Semana de Ejercicios, del mismo modo cuando somos consolados por ‘la Iglesia’: “el que está en consolación piense cómo se habrá en la desolación que después vendrá, tomando nuevas fuerzas para entonces”. Esas pruebas las permite Dios para que más le amemos y más valgamos. Nosotros dependemos de Dios, no de una persona, de una oficina, de una sección de la Iglesia, sino del mismísimo Verbo Encarnado.

Cuántos religiosos, cuántos sacerdotes se angustian sobremanera por ‘las contradicciones de los buenos’ –y aunque muy justificada su preocupación– caen en la tentación de ver sólo el mal ‘que nos hacen’ o de lo ‘mal que está la Iglesia’ perdiendo de vista el bosque de las cosas que están bien[24], lo cual desemboca en la terrible experiencia de sentirse defraudado o decepcionado grandemente. Es un problema, una tentación contra la fe en la Iglesia, Cuerpo Místico de Cristo indisolublemente unido a su Cabeza, que se ha desposado con Ella[25]. Cuando esta tentación se arrime a las puertas de nuestra alma y la fe se vea más probada, conviene releer aquel pasaje de una de las cartas de San Juan de la Cruz donde dice: “¿Qué quiere? ¿Qué vida o modo de proceder se pinta ella en esta vida? […] ¿qué hay que acertar sino ir por el camino llano de la ley de Dios y de la Iglesia, y sólo vivir en fe oscura y verdadera, (y esperanza cierta y caridad entera, y esperar) allá nuestros bienes, viviendo acá como peregrinos, pobres, desterrados, huérfanos, secos, sin camino y sin nada, esperándolo allá todo?”[26].

El caso de San Juan de la Cruz es en verdad paradigmático y ejemplar. Luego de iniciar la reforma carmelita según la dirección de Santa Teresa de Jesús, su vida “da la impresión de un hombre continuamente desplazado y marginal. Una continua peregrinación en soledad: ‘desterrado y solo’, como dirá en carta de 1581 a la madre Catalina de Jesús desde Baeza”[27].  

“Hasta el día de hoy se ignora el delito concreto con el que cargaron a fray Juan de la Cruz y por el que le dieron el tratamiento señalado en las Constituciones para los ‘reos del delito de rebelión’, pero muy probablemente haya sido por juzgársele cómplice de la rebelión de las monjas de la Encarnación cuando eligieron a Santa Teresa por priora en contra de la indicación y mandato del provincial que presidía la elección”[28]. Muchos de Ustedes ya conocen que durante su encarcelamiento en Toledo “le bajaban al refectorio, estando allí los frailes, tres o cuatro veces, para que recibiera allí la disciplina”[29]. Luego de escapar de la cárcel toledana, hablando con Ana de San Bartolomé, acerca de la cárcel injusta, el santo afirmó: “Cuando Dios quiere hacer santos, de los propios hermanos o de los hijos con los padres hace verdugos para que lo sean. Y en estos tiempos ha usado de estos medios, como es manifiesto”[30].

Por algo el derecho propio nos previene también a nosotros diciendo: “¡Ay de los superiores que destruyen con el ejemplo lo que predican con la palabra!”[31], y lo mismo se puede decir de cualquier súbdito. Pues “todo antitestimonio, toda incoherencia entre cómo se expresan los valores o ideales y cómo se viven de hecho, toda búsqueda de sí mismo y no del Reino de Dios y su justicia[32], toda falsificación de la palabra de Dios”[33], no pocas veces desmoraliza, escandaliza y hace difícil la perseverancia de los demás.  

 Así y todo, San Juan de la Cruz jamás guardó rencor hacia el prior. En efecto, él mismo, como quien ha padecido la lima y el desamparo por parte de los superiores, escribirá luego en la tercera cautela contra el mundo, que muy bien se puede aplicar a cualquier miembro o sector de la Iglesia, incluyendo nuestra congregación, y nos sirve para saber conducirnos en estos casos que venimos diciendo: “jamás te escandalices ni maravilles de cosas que veas ni entiendas, procurando tú guardar tu alma en el olvido de todo aquello. Porque si quieres mirar en algo, aunque vivas entre ángeles, te parecerán muchas cosas no bien, por no entender tú la sustancia de ellas […]. [Y] aunque vivas entre demonios, quiere Dios que de tal manera vivas entre ellos, que ni vuelvas la cabeza del pensamiento a sus cosas, sino que las dejes totalmente, procurando tú traer tu alma pura y entera en Dios, sin que un pensamiento de eso ni de esotro te lo estorbe”[34]. Y en la segunda cautela contra el demonio dice: “jamás mires al prelado con menos ojos que a Dios, sea el prelado que fuere, pues le tienes en su lugar. Y así con grande vigilancia vela en que no mires en su condición, ni en su modo, ni en su traza, ni en otras maneras de proceder suyas; porque te harás tanto daño que vendrás a trocar la obediencia de divina en humana, no te moviendo sólo por los modos que ves visibles en el prelado, y no por Dios invisible, a quien sirves en él. Y será tu obediencia vana o tanto más infructuosa cuanto más tú, por la adversa condición del prelado, te agravas o por la buena condición te aligeras”.

Hay más que un grano de verdad en todo eso que dice el Maestro de Fontiveros. Ya que muchas veces son las personas a quienes queremos las que más nos hieren. Las que no queremos, no pueden herirnos mucho. Y por eso no debemos creer que nosotros estamos exentos de herir a otros. El derecho propio nos llama la atención acerca de esto al hablar del daño que ocasiona la murmuración entre los miembros del Instituto: “El hermano difamado ante los del mundo, puede consolarse con la satisfacción que siente gozando del aprecio y confianza de sus hermanos; pero si se ve denigrado entre los suyos, entre aquellos con quienes está obligado a vivir, la vida de comunidad se le vuelve insoportable, a no ser que esté dotado de virtud extraordinaria”[35].

¿Quiere decir el consejo del Místico Doctor que hemos de renunciar al sentido moral, a discernir el bien y el mal moral? No. “En ningún paso del mensaje evangélico el perdón, y ni siquiera la misericordia como su fuente, significan indulgencia para el mal, para con el escándalo, la injuria, el ultraje cometido”[36]. “Si me hacen una injusticia, yo tengo que ver que es una injusticia; lo que no se debe hacer es condenar enseguida al infierno al otro. […] Antes de otorgar confianza o desconfianza a una persona hay que pensar; y para eso hay que suspender el juicio, no precipitarlo; o sea, hay que tener cautela[37].              

San Juan de la Cruz no murió como un hombre amargado o triste, aun cuando después de ser primer consejero general de la orden, sus hermanos –aquellos a quienes él mismo les había dado el hábito– lo desacreditaron gravemente. Nadie lo defendía. El mismo superior del convento de La Peñuela donde fue a morir sacó de su oficio al enfermero que lo atendía con un precepto porque no le agradaban las atenciones que éste tenía con Fray Juan. Prohibió también entonces a los religiosos que lo visitasen a menudo, para que no se faltase ‘al recogimiento y al silencio’ y no hacía más que quejarse de la pobreza del convento, como quien dice: y encima me traen aquí este enfermo.

Supongo que podemos decir que ‘la Iglesia’ –o esa partecita de la Iglesia que era más importante y más querida por él– lo decepcionó o, en cierta manera lo traicionó. Tanto sufrió el santo que bien podría decirse que su vida religiosa fue un martirio, tan doloroso como aquel que tan fervorosamente deseaba. Pero él permaneció en paz y así fue que, durante este tiempo, le escribió a una religiosa: “Ame mucho a los que la contradicen y no la aman, porque en eso se engendra amor en el pecho donde no le hay; como hace Dios con nosotros, que nos ama para que le amemos mediante el amor que nos tiene”[38].

Actualmente se ciernen sobre la Iglesia grandes peligros. Por tanto, necesitamos ver cómo son las cosas en su perspectiva real. Hay quienes se quejan de la música en la Misa o andan preocupados por los bosques y las plantas o por si los frailes usan hábitos remendados o no, mientras la Iglesia enfrenta un huracán que la sacude por todos lados, ante el cual no defeccionará jamás porque Ella es indefectible[39]. La conducta de éstos tales se parece a la de aquellos pasajeros que jugaban en la cubierta del Titanic mientras éste se hundía. Este es un tiempo en el cual hay que ser fieles a la Iglesia. Esto significa que, como ya lo hemos dicho otras veces, estos son tiempos maravillosos para estar vivo. “La Iglesia es la encarnación de Cristo como Cristo encarnado es la encarnación de Dios. […] Cristo amó a la Iglesia y se entregó por ella, para consagrarla, limpiándola con agua y con la palabra, para que pudiera presentarla toda gloriosa, sin mancha ni arruga, ni nada por el estilo, sino santa e inmaculada. […] Cristo revive su vida en la Iglesia. […] No vemos la belleza oculta en Su Cuerpo Místico más de lo que habríamos visto la gloria oculta en Su Cuerpo físico.

El Cuerpo de Cristo se ha convertido hoy en el blanco de un juego de dardos teológicos. Mientras los secularistas dicen que ‘Dios está muerto’, los necro-eclesiólogos proclaman solemnemente: ‘La Iglesia está muerta’. Para algunos es demasiado santa; para otros demasiado humana; del mismo modo en que Caifás rechazó a Cristo porque Él afirmó ser Divino, y Pilato lo crucificó porque no era suficientemente uno con el César.

[…] La ley del Cuerpo es la ley de la Cabeza: Crucifixión y Tumba Vacía. […] Ahora el cristianismo está sufriendo un ataque. Eso significa que estos son días maravillosos para estar vivo[40]. Ahora tenemos que ponernos de pie y ser contados. Es fácil flotar corriente abajo. Los cadáveres flotan río abajo. Pero se necesitan cuerpos vivos para resistir la corriente. […] La vida católica verdadera no está hecha de actos rutinarios de piedad, sino por una crisis que nos presenta una gran elección […] Es por eso que estos son días espléndidos para vivir. Podemos tomar decisiones que tendrán una repercusión en la eternidad”[41].

5. Trabajar para ser trigo

 

Por este motivo a nosotros nos toca trabajar para ser trigo, no cizaña. Más aun, explícitamente prescribe el derecho propio que “de nuestra parte, debemos hacer todo lo posible para que el rostro de la Iglesia sea sin mancha ni arruga o cosa semejante, sino santa e intachable[42][43].  Fieles al don de Dios, hay que saber ‘fructificar’. Debemos estar atentos porque el Señor nos quiere fecundos. Hay que cuidar el trigo pero no perder la paz por la cizaña. El sembrador, cuando ve despuntar la cizaña en medio del trigo, no tiene reacciones quejosas ni alarmistas. Encuentra la manera de que la Palabra se encarne en una situación concreta y dé frutos de vida nueva, aunque en apariencia sean imperfectos o inacabados. El discípulo sabe dar la vida entera y jugarla hasta el martirio como testimonio de Jesucristo, pero su sueño no es llenarse de enemigos, sino que la Palabra sea acogida y manifieste su potencia liberadora y renovadora[44]

¡Aprendamos pues la lección! Todos los miembros del Instituto, ya sea que estén aun en las casas de formación, en un monasterio o en alguna misión tenemos el privilegio de tratar con muchas personas, muchas de ellas con distintos estilos de vida, con diferentes niveles de educación, con diferentes problemas, y que se acercan a nosotros por diferentes motivos. Y es verdad que hay algunas personas que son más difíciles que otras, como así también hay personas que son muy virtuosas y santas. En cualquier caso, para la mayoría de ellos nosotros somos el rostro de la Iglesia… y no podemos fallarles. Si no los tratamos bien, a ellos les puede parecer que la Iglesia no los trata bien, si no mostramos interés por ellos, es como si la Iglesia no demostrase interés por ellos o por sus preocupaciones y dolencias; si no hacemos nuestro trabajo, es como si la Iglesia no hiciese su trabajo. No podemos dejar que ninguna de las almas que se acercan hasta las puertas de nuestras parroquias, de nuestras misiones, de nuestros monasterios, de nuestros seminarios, etc. se sientan abandonadas, ignoradas, incomprendidas, o sean despedidas sin mayor explicación. Porque la más de las veces estamos tratando con lo más profundo de sus almas: su anhelo de Dios… su fe. Y esto vale también entre nosotros, dentro de nuestra Familia Religiosa: tenemos que vivir unos con otros la caridad hasta dar la vida por los demás, como nos exhorta San Juan: en esto hemos conocido lo que es amor: en que Él dio su vida por nosotros. También nosotros debemos dar la vida por los hermanos[45].

Fulton Sheen decía: “El amor y el servicio son inseparables. El servicio a los demás es el servicio más elevado hacia uno mismo, y la mejor manera de que cualquier hombre crezca en la gracia es avanzar por el camino de la servicialidad. La rueda del molino cesa de moler cuando se cortan las aguas del torrente; el tren en movimiento se detiene cuando el calor incandescente se enfría oculto dentro de la cámara; y la caridad en este mundo degenerará en meros horarios profesionales y promedios estadísticos sin inspiración, sin poder y sin amor, si olvidamos la inspiración de quien dijo: Nadie puede tener amor más grande que dar la vida por los amigos[46][47].

Por tanto, al mismo tiempo que nuestras Constituciones señalan que “el Instituto del Verbo Encarnado reconoce en el Sumo Pontífice la primera y suprema autoridad y le profesa no sólo obediencia, sino también fidelidad, sumisión filial, adhesión” [48], manifiesta nuestra “disponibilidad para el servicio de la Iglesia universal[49]. Y más tarde el Directorio de Espiritualidad citando a Santa Teresa de Jesús nos dice: “Para esto (la salvación de las almas) Él os ha reunido aquí; ésta es vuestra vocación y vuestro deseo, éste es el motivo de vuestras lágrimas y de vuestras oraciones… El día en que vuestras oraciones, disciplinas, anhelos y ayunos no fueran dedicados a esto que os he dicho, no alcanzaréis –sabedlo– el fin por el que el Señor nos ha reunido aquí”[50]. Lo cual quiere decir que nuestras oraciones, nuestra santidad de vida y toda nuestra labor misionera está dirigida al bien de la Iglesia universal y particularmente nos es confiada la Iglesia en la tierra donde desempeñamos nuestra misión y hacia la cual tenemos deberes y responsabilidades. Por tanto, debemos contribuir no sólo con la fuerza de la oración sino con el arduo trabajo misionero a cultivar la Iglesia local y a alegrarla con los frutos de una fe amorosa. Este ser trigo en la Iglesia de nuestro Señor implica dar testimonio de la primacía de Cristo, de esa “primacía que Cristo tiene sobre las almas y sobre los cuerpos de los miembros de su Cuerpo místico y, también, sobre todos los hombres de todos los tiempos”[51]. Lo cual implica dar testimonio del primado de la caridad de Dios dondequiera que estemos y cualquiera sea el oficio que se nos haya asignado en el Cuerpo Místico de Cristo. Y como sabemos muy bien, testigo significa ‘mártir’ y la Iglesia es fiel en el martirio, en el testimonio. Por eso, debemos sentirnos partícipes de esa misión especialmente cuando nos toque sufrir esos reveses lacerantes de ‘la Iglesia’ que tanto nos desconciertan, cuando los escándalos eclesiales se amontonan en los titulares de los diarios, cuando quien esperábamos que nos guiara nos deja aun más confundidos y perplejos… 

Sí, afirma el P. Groeschel, ‘la Iglesia’ ha herido o desilusionado a muchos cercanos a ella a lo largo de su existencia, no toda la Iglesia, pero sí parte de ella, miembros de ella. Sin embargo, no debemos olvidar que somos parte de la Iglesia militante, no de la Iglesia triunfante. Ahora nos estamos preparando para eso, para ser un día parte de la Iglesia celestial. Pero si no luchamos por ser fieles a la Iglesia en este mundo y aun ser fieles cuando otros no lo son… entonces de nada sirve todo lo demás que hagamos, ya que simplemente no estaremos trabajando para el servicio y honra de Dios. El servicio de Jesucristo es el mismo que el servicio de la Iglesia, que es Él mismo prolongado en la historia.

Son tiempos difíciles y debemos estar “dispuestos al martirio por lealtad a Dios”[52] afirma nuestro Directorio de Espiritualidad. A veces nos imaginamos que el martirio nos ha de llegar en forma cruenta, como a los mártires de Barbastro, como a Jerzy Popiełuszko o a San Maximiliano Kolbe. Sin embargo, persuádanse todos, que el permanecer fieles a la Iglesia, a su Magisterio, a la Tradición viva de la Iglesia, al carisma del Instituto aprobado por la misma Iglesia implica hoy en día su cuota –a veces muy grande– de martirio.

Así lo enseña el mismo San Juan de la Cruz: “Está una alma con grandes deseos de ser mártir. Acaecerá que Dios le responda diciendo: Tú serás mártir, y le dé interiormente gran consuelo y confianza de que lo ha de ser. Y, con todo, acaecerá que no muera mártir, y será la promesa verdadera. Pues ¿cómo no se cumplió así? Porque se cumplirá y podrá cumplir según lo principal y esencial de ella, que será dándole el amor y premio de mártir esencialmente; y así le da verdaderamente al alma lo que ella formalmente deseaba y lo que él la prometió. Porque el deseo formal del alma era, no aquella manera de muerte, sino hacer a Dios aquel servicio de mártir y ejercitar el amor por él como mártir.

Porque aquella manera de morir, por si no vale nada sin este amor, el cual (amor) y ejercicio y premio de mártir le da por otros medios muy perfectamente; de manera que, aunque no muera como mártir, queda el alma muy satisfecha en que le dio lo que ella deseaba. Porque tales deseos, cuando nacen de vivo amor, y otros semejantes, aunque no se les cumpla de aquella manera que ellos los pintan y los entienden, cúmpleseles de otra y muy mejor y más a honra de Dios que ellos sabían pedir”[53].

Que la Virgen Santísima, Madre de la Iglesia y Reina de los mártires, nos conceda la gracia de guardarnos del enemigo que daña y engaña. Es cierto que no podemos impedir que el enemigo haga de las suyas, pero podemos impedir que las suyas se vuelvan nuestras.

[1] Divini Redemptoris, 56.

[2] Cf. Heb 5,2; 2 Cor 13,4.

[3] The Rock Plunged into Eternity, cap. 5. (Traducido del inglés)

[4] Cf. Mt 13,25 y ss.

[5] Pr 24,16.

[6] Cf. Carlos Buela, IVE, El Arte del Padre, Parte 3, cap. 15.

[7] Prédicas domingueras II, Domingo V después de la Epifanía.

[8] Seguimos libremente a Fr. Benedict Groeschel, Arise from Darkness, cap. 4. (Traducido del inglés)

[9] Fr. Benedict Groeschel, Arise from Darkness, cap. 4. [Traducido del inglés]

[10] Lumen Gentium, 1.

[11] Cf. Ibidem, 11.

[12] San Cipriano, De oratione Dominica, 23; PL 4, 553. Cf. Lumen Gentium, 4.

[13] Directorio de Espiritualidad, 227.

[14] Fue Papa desde el 11 de agosto de 1492 hasta el 18 de agosto de 1503.

[15] Cf. The Rock Plunged into Eternity, cap. 5. [Traducido del inglés]

[16] Cf. Fr. Benedict Groeschel, Arise from Darkness, cap. 4. [Traducido del inglés]

[17] Nació el 25 de noviembre de 1870 y falleció el 31 de julio de 1957. Fue beatificado por el Papa Francisco el 18 de noviembre de 2017.

[18] https://www.catholic-hierarchy.org/bishop/bbrob.html

[19] En la actualidad hay 1,345 millones de católicos registrados a finales de 2019, es decir, el 17,7% de la población mundial. Cf. https://www.vaticannews.va/es/iglesia/news/2021-03/cattolico-crecen-en-el-mundo-1345-millones.html

[20] Ef 5, 27.

[21] Cf. Arise from Darkness, cap. 4. [Traducido del inglés]

[22] Jn 16, 13.

[23] Directorio de Espiritualidad, 76; op. cit. Santa Catalina de Siena, “El Diálogo”, en Obras, c. 100, BAC, Madrid 1980, 238.

[24] Cf. Constituciones, 123.

[25] Cf. Ef 5, 25-32.

[26] Epistolario, Carta 19, A doña Juana de Pedraza, en Granada Segovia, 12 octubre 1589.

[27] José Vicente Rodríguez en San Juan de la Cruz – La biografía, Epílogo.

[28] Gustavo Nieto, IVE, Cuanto más herido, más pagado.

[29] Ibidem.

[30] José Vicente Rodríguez en San Juan de la Cruz – La biografía, cap. 14; op. cit. OC, I, 62.

[31] Constituciones, 112; op. cit. San José de Calasanz, Vida, 31, sentencia 46.

[32] Cf. 2 Co 4, 2.

[33] Directorio de Espiritualidad, 293.

[34] Cautelas contra el mundo, 3, 8-9.

[35] Directorio de Vida Fraterna, 77; op. cit. San Marcelino Champagnat, Crónicas del Instituto de hermanos maristas, “Sentencias Enseñanzas y Avisos”, Ed. H. M. E., Buenos Aires (10/05/1946), p. 373.

[36] Dives in Misericordia, 14.

[37] Leonardo Castellani, Prédicas domingueras II, Domingo V después de la Epifanía.

[38] Carta 33, A una religiosa Carmelita Descalza, en Segovia Úbeda, finales de 1591.

[39] Cf. Mt 16, 18.

[40] El énfasis es de Fulton Sheen.

[41] Those Mysterious Priests, chap. 10. [Traducido del inglés]

[42] Ef 5, 27.

[43] Directorio de Espiritualidad, 258.

[44] Cf. Evangelii Gaudium, 24.

[45] 1 Jn 3, 16.

[46] Jn. 15, 13.

[47] Way to Happiness, cap. 45.

[48] Constituciones, 271.

[49] Ibidem.

[50] Directorio de Espiritualidad, 93; op. cit. Santa Teresa de Jesus, Camino de Perfección, 1, 4-5. 3, 10.

[51] Directorio de Espiritualidad, 4.

[52] Directorio de Espiritualidad, 36.

[53] San Juan de la Cruz, Subida del Monte Carmelo, Libro 2, cap. 19, 13.

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