Sobre la catequesis en el IVE

Contenido

“Asumir la responsabilidad de la enseñanza
catequética de niños y adultos”
Constituciones, 181

Queridos Padres, Hermanos, Seminaristas y Novicios:

Nuestro querido San Juan Pablo Magno solía afirmar: “la fidelidad a la misión sacerdotal es fidelidad de amor al anuncio del evangelio”[1]. Fidelidad que en nuestro caso halla oportunidades concretas en las cuales ejercerse ya que, como decididamente afirmamos, queremos dedicarnos “de manera especial… a la predicación de la Palabra de Dios… en todas sus formas. En el estudio y la enseñanza de la Sagrada Escritura… la Catequesis… En la educación y formación cristiana de niños y jóvenes”[2].

Más aún, haciéndonos eco del pedido de nuestra Santa Madre Iglesia decimos: “¡Que las comunidades dediquen el máximo de sus capacidades y de sus posibilidades a la obra específica de la catequesis!”[3] El grito de San Pablo: Ay de mí si no evangelizara[4] no movilizará nunca suficientemente las energías físicas, intelectuales y espirituales de un sacerdote y de todo miembro del Instituto del Verbo Encarnado para “poner en práctica lo que recomiendan nuestras Constituciones: ‘trabajarán para que los principios del Evangelio influyan efectivamente en la vida de los hombres y combatirán con todas sus fuerzas el error’[5][6].

Por eso, la presente Carta Circular quisiera dedicarla a la imprescindible y cada vez más urgente tarea de la enseñanza catequética como medio aptísimo y esencial en la consecución de nuestro fin específico; y también a lo que podríamos llamar la enseñanza del catecismo con una impronta propia.

1. “Incansablemente evangelizadores y catequistas”[7]

Comencemos por decir que “la Catequesis es una prolongación de Cristo Maestro en nuestra época.[8] Jesús hizo y enseñó[9]. Por eso, en nuestra espiritualidad nunca debemos separar dialécticamente la enseñanza del obrar, ni el obrar de la enseñanza. Siempre hay que unir la integridad de la doctrina con la rectitud de vida, la ortodoxia y la orto-praxis”[10]. Conforme a esto, forma parte de nuestro “ADN” como miembros del Instituto del Verbo Encarnado el destacarnos como “incansables evangelizadores y catequistas”[11]. Por eso ya desde el noviciado y más todavía en el seminario mayor, nuestros candidatos son formados y probados en la tarea de la enseñanza catequética como uno de los apostolados propios de evangelización del Instituto[12]: de hecho, esto es lo que todos nosotros hemos vivido en nuestra formación.

La enseñanza del catecismo es para el Instituto algo primordial[13]. Porque estamos convencidos de que a través de ella la Iglesia encuentra “una consolidación de su vida interna como comunidad de creyentes y de su actividad externa como misionera”[14]. Consecuentemente, entendemos que la enseñanza catequética es un “deber propio y grave, sobre todo de los pastores de almas, para que la fe de los fieles, mediante la enseñanza de la doctrina y la práctica de la vida cristiana, se haga viva, explícita y operativa”[15]. Y como la enseñanza y defensa de la verdad es la primera de las obras de misericordia espirituales, no debemos nunca dejarla de lado[16].

Resulta imperativo entonces que, en todas nuestras parroquias, en todas nuestras misiones, se avive, o bien, se “suscite y mantenga una verdadera mística de la catequesis, pero una mística que se encarne en una organización adecuada y eficaz, haciendo uso de las personas, de los medios e instrumentos, así como de los recursos necesarios”[17]. Sin olvidar que, aunque se pueda contar con la ayuda de “institutos de vida consagrada y también de los fieles laicos, sobre todo de los catequistas”[18], son los “párrocos los artífices por excelencia de la catequesis”[19] y los responsables principales de promover una catequesis parroquial activa y eficaz[20], ya que esto entra de lleno en su oficio sacerdotal de enseñar.

Me refiero aquí a una catequesis que según las diferentes modalidades se adecue a las necesidades de los fieles. El derecho propio habla incluso de la “catequesis diferencial”[21], de una “catequesis presacramental, si es necesario, en los mismos hogares”[22] y de esforzarse por todos los medios “para que el mensaje evangélico llegue igualmente a quienes hayan dejado de practicar o no profesen la verdadera fe”[23].  Porque “una catequesis adecuada en los diversos niveles y en especial la catequesis de los niños constituye el centro del apostolado en la parroquia. Y precisamente desde la Parroquia se debe promover la gran obra de la catequesis en las familias, en los colegios, en los movimientos de fieles, etc.”[24]. Puesto que “aunque es verdad que se puede catequizar en todas partes… la comunidad parroquial debe seguir siendo la animadora de la catequesis y su lugar privilegiado”[25].

Por tanto, aunque en varias de nuestras misiones los párrocos cuentan, por gracia de Dios, con la ayuda de las Hermanas Servidoras o de laicos para la organización y funcionamiento del catecismo parroquial, esto no debe significar nunca el desligamiento de la obligación que en virtud de su oficio le corresponde a él[26]. Al contrario, el párroco siempre tiene que estar involucrado en la catequesis, debe promover y programar la obra de catequesis[27], es decir, tener una injerencia efectiva en las decisiones mayores, y aún a veces en los pormenores del catecismo, y también estar presente durante la jornada catequética, quizás para dar los buenos días/buenas tardes, visitando las clases, en los días de retiro, para las ocasiones especiales, etc. Por eso, animo a todos los que tienen el dignísimo oficio de párroco a saber acompañar a las Hermanas y/o laicos que les ayudan en esta tarea, a mostrarse disponibles para con todos: catequistas, padres y alumnos.

Ya lo decía el gran catequista San Manuel González hablándoles a los párrocos: “convengo contigo con todo mi asentimiento que la primera en necesidad e importancia de todas las obras sociales católicas es la enseñanza del catecismo, y no una enseñanza cualquiera, sino la que aspira a ocupar la memoria, el entendimiento y la voluntad. Habrá obras sociales muy útiles y muy necesarias y muy cristianas. Pero si no parten del catecismo, como base, o tienden a él, como fin, si no traen el catecismo delante o detrás, en mis cortas luces te digo que nos exponemos a hacer aquello que decía San Pablo: a hablar al aire[28].

Lo mismo advertía San Juan Pablo II quien llamaba “horas sagradas” aquellas consagradas al grave deber de la enseñanza catequética: “Renunciar a la proclamación explícita del evangelio para dedicarse a tareas socio-profesionales sería mutilar el ideal apostólico sacerdotal”[29].

En suma, tengamos siempre presente lo que dicen nuestras Constituciones: “los religiosos que atiendan parroquias, deberán privilegiar, en una pastoral entusiasta… la responsabilidad de la enseñanza catequética de niños y adultos”.[30]

Porque lo nuestro es ser educadores y formadores de conciencias ciertas, rectas, e iluminadas, para que los fieles estén bien guiados en sus opciones conscientes en el campo moral. Pues pertenece a la “función de los pastores el formar el juicio cristiano de los fieles para que también ellos sean capaces de sustraerse a la fascinación engañosa de los ‘nuevos ídolos’”[31].

2. Catequizar como medio para la inculturación

“La catequesis, como la evangelización en general, está llamada a llevar la fuerza del Evangelio al corazón de la cultura y de las culturas”[32]

Consecuentemente, en un mundo disperso y lleno de los más variados mensajes, el catecismo debe transmitir la Palabra de Dios de modo completo e íntegro, es decir, sin falsificaciones, deformaciones o mutilaciones, en todo su significado y su fuerza[33]. Por tanto, no importa cuál sea la edad de la audiencia, la sofisticación o rusticidad de su educación, la prodigalidad o escasez de medios de los que se disponga para tan preciosa labor porque –en cualquier caso– nuestra catequesis “debe conducir, directa o indirectamente, a que los oyentes puedan conocer y amar cada vez más la persona adorable de Jesucristo”[34] e inevitablemente a su Santísima Madre. Porque como nos recuerda el derecho propio “no son mejores cristianos los que más saben de Teología, sino los que más firmemente creen y más lealmente se unen y aman a Jesús”[35].

Debemos admitir con toda humildad que, por gracia de Dios, el apostolado catequético de nuestro Instituto en todos los países donde nos hallamos goza de gran estima y reputación por la fidelidad al Magisterio y a la Verdad de Cristo, y en no pocos lugares por la fervorosa vida de piedad de nuestros catequizandos. Habrán visto las hermosas fotos que nuestros misioneros envían y que ilustran y prueban con toda elocuencia la coherencia de nuestros misioneros con lo establecido en el Catecismo de la Iglesia: “En la catequesis lo que se enseña es a Cristo, el Verbo Encarnado e Hijo de Dios y todo lo demás en referencia a Él; el único que enseña es Cristo, y cualquier otro lo hace en la medida en que es portavoz suyo, permitiendo que Cristo enseñe por su boca…”[36]. Y para aliciente de nuestra confianza, ¡cuántas veces Dios nos ha dejado palpar los preciosos frutos de nuestros esfuerzos catequéticos!

Sin embargo, considero que para potenciar aún más y arraigar con más firmeza, con más profundidad los valores del Evangelio en las almas y en las culturas, debiéramos poner un poco más de énfasis en el sapientísimo consejo de Juan Pablo Magno: “es verdad que la fe cristiana debe ser una nueva buena para cada uno de los pueblos, por ello debe responder a las expectativas más nobles de su corazón, debe resultar capaz de ser asimilada en su lengua, [y] encontrar una aplicación en las tradiciones seculares que su propia sabiduría habría elaborado”[37].

No es que esto no se haga ya, sino que se trata de hacerlo con más energía, poniendo de verdad todos los medios que hagan falta y siempre teniendo en cuenta “la diversidad de personas y los diversos ambientes socio-culturales en los que se encuentran los destinatarios de la catequesis”[38].

Por tanto, para algunos de los nuestros esto significará aprender mejor la lengua, para otros comprender y adaptarse mejor a la idiosincrasia de la gente, estudiar más acerca de la historia y cultura del país, ser más agudos en el discernimiento de los valores positivos de la cultura –elevándolos y desarrollándolos– como así también de aquellos elementos que obstaculizan a los pueblos el desarrollo de sus auténticas potencialidades[39], tener más inventiva para atraer más almas que se aprovechen de la enseñanza que ya se imparte[40]. También puede ser saber ‘entrar’ en aquellos ambientes o niveles de mayor influencia en la sociedad donde se misiona, difundir la doctrina social de la iglesia de manera sistemática y organizada, trabajar con más ahínco en promover las vocaciones nativas, incluso el “utilizar todos los recursos que ofrecen los descubrimientos de las ciencias humanas”[41] para alcanzar el fin propuesto, sólo por mencionar algunos ejemplos.

Claro está, esto implica esfuerzo, sacrificio, vencer la timidez, etc. Pero como dice el derecho propio: “del amor de Dios por todos los hombres hemos de sacar la fuerza de nuestro impulso misionero”[42]. Por eso, en todo tiempo, el nuestro debe ser un “esfuerzo desplegado para transmitir a todos”[43] la verdad que salva.

Pero hay un medio al que el derecho propio se refiere explícitamente y que quisiera destacar: “Una de las tareas con la cuales nuestro Instituto puede colaborar en esta penetración del Evangelio en las culturas será la traducción, publicación, difusión y enseñanza del Catecismo de la Iglesia Católica y su Compendio, en especial en los lugares de misión”[44], asimismo los escritos catequísticos del Aquinate[45]. Y todo lo antes dicho hacerlo con gran confianza en el atractivo de la gracia de Dios siendo constantes hasta el fin, sabiendo que “Dios no nos pide fruto sino trabajo”[46].

Pues esto nos lo exige el derecho propio y corresponde a la sublime misión encomendada por el Verbo Encarnado: “La catequesis procurará conocer estas culturas y sus componentes esenciales; aprenderá sus expresiones más significativas, respetará sus valores y riquezas propias. Sólo así se podrá proponer a tales culturas el conocimiento del misterio oculto y ayudarles a hacer surgir de su propia tradición vivas expresiones originales de vida, de celebración y de pensamientos cristianos”[47].

Porque “la Evangelización pierde mucho de su fuerza y de su eficacia si no toma en consideración al pueblo concreto al que se dirige, si no utiliza su lenguaje, sus signos y símbolos, si no responde a las cuestiones que plantea, si no llega a su vida concreta”[48].

Dicho de otro modo, “la Evangelización de la cultura se debe llevar a cabo en un lenguaje que los hombres comprendan. [Y] esto requerirá frecuentemente una cierta adaptación, la cual en ningún caso y de ninguna manera deberá comprometer el mensaje evangélico en toda su extensión”[49]. Ya que, “la Evangelización corre el riesgo de perder su alma y desvanecerse si se vacía o desvirtúa su contenido, bajo pretexto de traducirlo; si queriendo adaptar una realidad universal a un espacio local, se sacrifica esta realidad y se destruye la unidad sin la cual no hay universalidad”[50].

Sigue vigente el desafío de “dar vida y proponer, como una meta de la Iglesia y de la acción de los fieles, una alternativa cultural plenamente cristiana”[51].

3. Los medios

El derecho propio nos enseña: “Se ha de dar la formación catequética empleando todos aquellos medios, materiales didácticos e instrumentos de comunicación que sean más eficaces para que los fieles, de manera adaptada a su modo de ser, capacidad, edad y condiciones de vida, puedan aprender la doctrina católica de modo más completo y llevarla mejor a la práctica”[52].

Pues también es obligación del párroco el saber “abastecer a la parroquia con abundantes medios para la catequesis: en primer lugar, un buen número de catequistas, sostenidos por una eficaz organización que provea adecuadamente tanto a su formación básica como a la permanente y, en segundo lugar, de los instrumentos idóneos para el ejercicio de la obra catequética, como son los buenos catecismos”[53]. Todos nuestros párrocos deben ser pródigos a la hora de equipar y adecuar las aulas donde se dicta el catecismo haciendo que tanto ellas como la misma biblioteca del catecismo tengan el mejor nivel y sean lo más completas posible.      

En este sentido somos invitados a consagrar nuestros mejores recursos en hombres y energías, sin ahorrar esfuerzos, fatigas y medios materiales, para organizarla mejor y formar personal capacitado[54]. Esto requiere de nosotros una actitud de fe, no de mero cálculo humano. Y una actitud de fe se dirige siempre a la fidelidad de Dios, que nunca deja de responder[55], haciendo que todas esas excusas que se suelen poner –por más válidas y ciertas que sean– pierdan su fundamento.

Por eso es importantísima nuestra unión con Dios, de la cual debe brotar todo emprendimiento pastoral[56] y desde la cual ha de surgir todo ímpetu ardoroso en pro de una catequesis que “transmita la alegría y las exigencias del camino de Cristo”[57]. En definitiva, nuestra unión con Dios es el principal medio.

San Juan Bosco mismo es un excelente ejemplo de generosidad e industriosidad en la labor catequética. Él mismo cuenta cómo sus alumnos no sabían leer ni escribir, no tenía catequistas ni un local donde impartir la enseñanza, etc. Ante esto, dice el Santo: “me entregué en cuerpo y alma a la redacción de una historia sagrada fácil y de estilo sencillo”[58]; a los analfabetos les dedicaba “un domingo o dos en dar o repasar el alfabeto o las sílabas; a continuación echaba mano del catecismo, y en él les hacía silabear y leer hasta que fuesen capaces de entender una o dos de las primeras preguntas del catecismo”[59] consiguiendo que algunos llegaran a leer y a aprender por sí mismos páginas enteras del catecismo. Respecto al local, comenzó enseñando en un refugio, y luego continuó con mayor regularidad en una casa de familia y finalmente en Valdocco, haciendo que las clases “mejoraran notablemente al poder disponer de un local estable”[60]. Para resolver el problema de los catequistas, le enseñaba a algunos jóvenes latín, francés, italiano, etc. “pero tenían la obligación de venirme a ayudar a enseñar catecismo”[61], cuenta Don Bosco.

Así, con sana inventiva el apóstol de la juventud se las ingenió para catequizar a tantos “jóvenes bastante avanzados de edad que ignoraban totalmente las verdades de la fe”[62]. Al escribir estas líneas tengo muy presente que –por gracia de Dios– en muchas de nuestras misiones se encuentran no pocas similitudes respecto a la situación y/o acción pastoral de santo. El punto es, que cualquiera sea la realidad en que nos toque misionar, el evangelio debe ser proclamado alto y fuerte, y por tanto nuestro ministerio está llamado a una actividad que no conozca de cansancios[63], ni se amedrente por la falta de medios o de apoyo.

Entonces, si “la catequesis es educar la fe de los niños, jóvenes y adultos, por medio de ‘una enseñanza orgánica y sistemática, con miras a iniciarles en la plenitud de la vida cristiana’[64], debemos re-afirmar categóricamente la necesidad de que la catequesis sea ‘una enseñanza sistemática, no improvisada, siguiendo un programa que le permita llegar a un fin preciso; una enseñanza elemental que no pretenda abordar cuestiones disputadas ni transformarse en investigación teológica o en exégesis científica; una enseñanza, no obstante, bastante completa, que no se detenga en el primer anuncio del misterio cristiano, cual lo tenemos en el kerygma; una iniciación cristiana integral, abierta a todas las esferas de la vida[65][66].

Una vez entendido esto debemos admitir “que en el campo catequético no existe evidentemente un único método para la transmisión de la verdad revelada. Y que se debe tener en cuenta que ‘el fin es siempre mejor que las cosas que se ordenan a él’[67]. Por tanto, conviene estar atentos, para que sea posible utilizar en la transmisión de la fe todos los medios idóneos en orden a su mejor conocimiento y difusión”[68]. De esto mismo surge la necesidad de controlar que cualesquiera sean los medios, éstos sean siempre aptos para conseguir los fines espirituales que se persiguen[69].

El derecho propio explícitamente especifica los criterios elementales a seguir en la elección “de cualquier sistema y método catequístico”[70], a saber:

  • “ha de exponer en lenguaje sencillo y apropiado lo esencial del depósito de la fe;
  • esta exposición del depósito ha de realizarse de un modo ordenado, a fin de mostrar la necesaria concatenación existente entre las verdades de fe;
  • se ha de procurar que lo fundamental de esos contenidos sea aprendido de memoria, puesto que de ellos vivirán el resto de su vida una buena parte de los cristianos[71];
  • y, a través de esas verdades, se ha de mover a cada persona a rectificar su conducta, por una aplicación exigente de la fe a todas las circunstancias de su vida, ya en sus relaciones con Dios, ya en todas las relaciones humanas, que han de ser también ordenadas y orientadas a Dios.
  • también la imagen es predicación evangélica. Se debe aprovechar el tesoro de ‘arte sacro’, que numerosos artistas de todos los tiempos han ofrecido sobre los hechos más sobresalientes del misterio de la salvación, presentándolos en el esplendor del color y la perfección de la belleza[72][73].

Sin subestimar la importancia de los cuatro primeros puntos, quisiera destacar la relevancia que tiene el último de estos criterios para la enseñanza de los niños y jóvenes en la actualidad.

Claro está que no se pueden usar sólo conceptos abstractos. Los conceptos son ciertamente necesarios, sin embargo, para la catequesis lo primero es el hombre y el encuentro con él en los símbolos de la fe[74].  Ya que “mientras los niños vean más y mejor lo que se les explica, más y mejor se interesarán sus corazones y más adentro se les meterá lo enseñado”[75].

4. Los libros del canónigo C. Quinet

De aquí que se nos recomiende vivamente como método activo de enseñanza del Catecismo, los libros del Canónigo C. Quinet, que en español fueron editados por José Vilamala (Barcelona) para niños de 6 a 9 años.

Quinet fue un hombre genial, y se especializó como pocos en la enseñanza catequética. Nació en 1879 y fue ordenado sacerdote para la diócesis de Reims (Francia) en 1904. Luego pasó a París, donde fue Canónigo Honorario desde 1933. Fue Inspector de la enseñanza religiosa en la diócesis de París y a partir de 1942 fue Secretario Administrativo de la Comisión Nacional de Enseñanza Religiosa. Fue muy conocido en toda Francia, sobre todo por sus obras catequéticas y porque en colaboración con el Canónico Boyer escribió el Catecismo para las diócesis de Francia.

Un presupuesto importante que Quinet afirma con toda claridad en sus obras es que ninguna de ellas se propone sustituir los catecismos diocesanos, nacionales o universales, antes los suponen y solo aspiran a completarlos[76].

Para nosotros son particularmente útiles –y las hemos usado con grandes frutos–, tres de sus obras catequéticas: Para mis Pequeñuelos; El Catecismo por el dibujo; y la gran obra en 3 volúmenes: Carnet de preparación de un catequista. Pero también son de gran utilidad las demás obras catequéticas, como asimismo las láminas, cuadernos, ejercicios prácticos, etc. del genial autor[77]. Y sería de grandísima utilidad que alguno o algunos de los nuestros se especializaran en el estudio serio de su método, actualizando todo lo que sea necesario.

Esta magnífica obra literaria catequética se acomoda perfectamente con nuestro modo de enseñar catecismo. Recuerdo que cuando éramos seminaristas en nuestro Seminario en San Rafael (“la Finca”) había ejemplares de los libros de Quinet en la portería, para que todos pudiésemos consultarlos al momento de preparar las clases de catecismo. Y para los seminaristas que enseñaban catecismo en la Parroquia Nuestra Señora de los Dolores (la parroquia de “la Finca”) el uso de Quinet era obligatorio por mandato del párroco. Y por eso, de hecho, muchos de nosotros hemos aprendido a dar catecismo con Quinet y su método, haciendo las debidas adaptaciones para cada caso. Y esto es algo que no se debe perder, muy por el contrario, se debe potenciar enérgicamente entre nuestros formandos y en nuestras misiones. Pues ha sido y sigue siendo un método que da mucho fruto y, en cierta manera, forma parte de nuestra manera de evangelizar.

A mi modo de ver, la genialidad del método reside en que no solo reúne todos los criterios anteriormente mencionados, sino que incorpora elementos de la psicología evolutiva del niño apelando a sus centros de interés. De modo que por este método se aprende de manera activa, es decir, se tiene a los niños ‘enganchados’. Este método representa para los catequistas una manera sencilla de poner al alcance de los niños los conceptos abstractos que antes mencionábamos en lenguaje concreto, y de presentar la ciencia religiosa a través de imágenes y fórmulas teológicas reducidas que son de más fácil aprendizaje para los niños.

Pero lo verdaderamente genial de Quinet es cómo logra que toda su técnica pedagógica gire en torno al conocimiento y amor de Jesucristo, como le decía en una carta de felicitación y de agradecimiento el Cardenal Verdier, arzobispo de París. Quien proseguía diciendo que esa precisamente es la “norma áurea” de la que un catequista no debe separarse jamás[78].

Otro plus de este método es que sus lecciones son cortas y no requieren más material que una pizarra y tiza. Hoy en día tenemos al alcance de la mano, en muchos de los países donde misionamos, tecnología que permite realzar más todavía la importancia del dibujo o de la imagen en el aprendizaje, como son los smart boards o pantallas interactivas, cuya utilización dan al método tradicional el toque de actualidad que lo hace atrayente a los chicos, siempre tan ávidos de novedad. Y lo mismo se diga de otro tipo de métodos, como presentaciones PowerPoint y otras análogas.

Además, en el método de Quinet las lecciones ya vienen preparadas, cada una con un objetivo claramente enunciado, sabiendo incorporar ejercicios de reflexión, formación en la piedad y conceptos doctrinales explícitos sin dejar de lado el aspecto histórico del tema. Todo esto con indicaciones precisas acerca de qué decir, cómo actuar, el tono de voz a usar, las impresiones que se deben lograr en los alumnos, así como también se indica cómo el maestro debe hacer actuar al niño, qué debe repetir, etc. De modo que este método es por demás útil tanto para el catequista novel como para el que quiere hacer su labor todavía más fecunda, marcando con las verdades de la fe a los niños que el Señor le ha confiado. 

Más aún, como la catequesis debe guiar a las almas a la “adhesión plena y sincera con la Persona de Cristo y motivar la decisión de caminar en su seguimiento”[79], Quinet en su obra “El llamamiento de Cristo a los pescadores de almas”, por ejemplo, deja oír discretamente el llamamiento de Dios en cada capítulo. Lo cual vuelve a esta obra de gran utilidad para nosotros si hemos de orientar a los jóvenes en el descubrimiento de su vocación y en su cultivo, presentando los ideales tanto de la vida consagrada como de la vida matrimonial[80].

5. “Nadie da lo que no tiene”[81]

“La catequesis bien dada ha de prepararse con el estudio, regarse con la oración, debe ser respaldada por el buen ejemplo y puesta al alcance de las inteligencias infantiles con método adecuado y celo industrioso”[82], decía San Marcelino Champagnat.

Por ende, no debemos olvidar la importancia que tiene para nosotros el formar a nuestros catequistas. Me refiero aquí a la preparación intelectual y espiritual de quienes han de colaborar con el párroco en la transmisión de las verdades del Evangelio. Porque como decía San Manuel González, “la catequesis es el catequista”[83].

En efecto, el derecho propio se complace en citar largamente al Santo Obispo quien explica: “Dadme un catequista con vocación…, con la preparación intelectual adecuada, que trate primero con el Corazón de Jesús en el Sagrario lo que va tratar después con los niños y que, sobre todo, ame a esos niños con el amor que saca del Sagrario, dadme un catequista así y no me digáis ya que ese catequista no puede enseñar, no puede cumplir su oficio, porque le falta material docente como cuadros murales, proyecciones cinematográficas, valiosos premios, giras atrayentes, etc.”[84].

“Nadie da lo que no tiene. Quien no posee a Jesús no puede dar a Jesús. Quien quiera dar a sus catequizandos el conocimiento claro y cabal de Jesucristo y su doctrina debe, ante todo, poseer él mismo tal conocimiento por el estudio responsable y la oración. Quien quiera transmitir el gusto y el amor por aquello que enseña debe ante todo tener ese gusto y amor en su alma. Quien quiera suscitar la imitación de aquello que enseña debe comenzar por imitarlo él mismo”[85] .

Esto sirve para destacar la gran importancia y obligación que tiene el párroco en prestar la debida atención y tiempo a la formación espiritual y teológica de los catequistas “mediante la participación fructuosa de la liturgia dominical, cursos, ejercicios espirituales, etc.”[86]. Porque como bien señala el derecho propio: “Depende sobre todo del catequista que su misión tenga fruto o no”[87].

 

* * * * *

Para concluir, me parece oportuno recordar el principio pastoral que enuncia el Catecismo Romano y que cita el derecho propio, el cual consiste en poner, por encima de todo, la caridad: “Toda la finalidad de la doctrina y de la enseñanza debe ser puesta en el amor que no acaba. Porque se puede muy bien exponer lo que es preciso creer, esperar o hacer; pero sobre todo se debe siempre hacer aparecer el Amor de Nuestro Señor a fin de que cada uno comprenda que todo acto de virtud perfectamente cristiano no tiene otro origen que el Amor, ni otro término que el Amor”[88].

Sirvan estas líneas como expresión del gran aprecio y profundo agradecimiento por la encomiable tarea catequética que todos Ustedes realizan de una manera o de otra, en las más variadas circunstancias y en los múltiples escenarios de este mundo.

Que la Virgen Santísima, Maestra insuperable de nuestra fe, esté siempre a su lado y los acompañe por los caminos de su servicio eclesial para que puedan derramar a manos llenas en muchísimas almas la semilla de la esperanza que no defrauda[89] y de la verdad que salva.

Les mando un gran abrazo a todos.

Con gran afecto en el Verbo Encarnado,

P. Gustavo Nieto, IVE
Superior General

Italia, 1 de julio de 2018
Carta Circular 24/2018

 

[1] Cf. San Juan Pablo II, Al clero, a los religiosos y religiosas de Libreville, (17/02/1982).

[2] Constituciones, 16.

[3] Catechesi Tradendae, 65; citado en Directorio de Catequesis, 3.

[4] 1 Cor 9, 16.

[5] Constituciones, 178.

[6] Directorio de Catequesis, 8.

[7] Constituciones, 231.

[8] Cf. Actas del II Capítulo General Ordinario, El Nihuil 1994, 32.

[9] Act 1, 1.

[10] Directorio de Catequesis, 1.

[11] Cf. Constituciones, 231.

[12] Cf. Directorio de Noviciados, 170; Directorio de Seminarios Mayores, 415.

[13] Cf. Directorio de Catequesis, 4; op. cit. Catechesi Tradendae, 15.

[14] Ibidem.

[15] CIC, c. 773.

[16] Cf. Directorio de Obras de Misericordia, 198.

[17] Cf. Directorio de Catequesis, 4; op. cit. Catechesi Tradendae, 63.

[18] Cf. CIC, c. 776, citado en Directorio de Catequesis, 54.

[19] Cf. Directorio de Catequesis, nota 67; op. cit. H. Aguer, “De la catequesis al catecismo. Del catecismo a la catequesis”, Revista Eclesiástica Platense, 109/1 (2006) 83-106.

[20] Cf. CIC, c. 777.

[21] Directorio de Parroquias, 93.

[22] Directorio de Misiones Populares, 127.

[23] Directorio de Parroquias, 89; op. cit. CIC, c. 528 § 1.

[24] Directorio de Catequesis, 55.

[25] Ibidem; op. cit. Catechesi Tradendae, 67.

[26] Cf. Directorio de Catequesis, 54; op. cit. CIC, c. 776.

[27] Cf. P. C. Buela, IVE, Mi Parroquia, II Parte, VIII, 2, A, 1.

[28] San Manuel González, Lo que puede un cura hoy, cap. 5, 1688.

[29] San Juan Pablo II, Al clero, a los religiosos y religiosas de Libreville, (17/02/1982).

[30] Constituciones, 181. “En esta tarea el párroco sea ayudado por sus colaboradores”, agrega el Directorio de Catequesis, nota 71.

[31] San Juan Pablo II, A los sacerdotes y religiosos en Kinshasa, (04/05/1980); op. cit. Cf. 1 Tim 5, 21; 1 Jn 4, 1.

[32] Cf. Directorio de Catequesis, 49.

[33] Cf. Congregación para los Obispos, Directorio para el ministerio Pastoral de los Obispos ‘Apostolorum Successores’, 127-136.

[34] Directorio de Predicación de la Palabra, 58.

[35] Cf. San Manuel González, “Dichos, Hechos y Lecciones”, en Obras Completas, Madrid 1998, 350-354, 358-360, 382-383; citado en Directorio de Catequesis, 63.

[36] Catecismo de la Iglesia Católica, n. 427; citado en Directorio de Predicación de la Palabra, 58.

[37] San Juan Pablo II, Alocución a los intelectuales y universitarios en el Palacio de Congreso en Yaundé, (13/08/1985); OR (01/09/1985), 12; citado en el Directorio de Evangelización de la Cultura, 81.

[38] Directorio de Catequesis, 44.

[39] Directorio de Catequesis, 49; op. cit. Directorio Catequístico General, 21.

[40] El Directorio de Catequesis, 57 indica: “Utilícense los distintos medios de comunicación social: boletines, revistas, programas radiales o televisivos, videocasetes, CD, DVD, etc.… por los cuales el catecismo puede llegar a más personas, ambientes, familias…”.

[41] Directorio de Catequesis, 41.

[42] Cf. Directorio de Misiones Ad Gentes, 15; op. cit. Catecismo de la Iglesia Católica, 851.

[43] Cf. Directorio de Misiones Ad Gentes, 142.

[44] Directorio de Catequesis, 50.

[45] Directorio de Catequesis, 50. Nota 63: “Exposición del Símbolo de los Apóstoles (Expositio super Symbolum Apostolorum); Exposición de la Oración Dominical y la Salutación angélica (Expositio orationis dominicae, Expositio super salutationem angelicam); Exposición de los dos mandamientos del amor y de los diez mandamientos de la Ley (De duobus praeceptis caritatis et decem legis praeceptis); Opúsculo sobre los artículos de la fe y sacramentos de la Iglesia (De articulis fidei et Ecclesiae sacramentis), cf. edición castellana: Escritos de Catequesis, Rialp, Madrid 1974”.

[46] San Manuel González, Lo que puede un cura hoy, cap. 5, 1701.

[47] Catechesi Tradendae, 53; citado en Directorio de Evangelización de la Cultura, nota 101.

[48] Directorio de Misiones Ad Gentes, 89.

[49] Directorio de Misiones Ad Gentes, 87.

[50] Directorio de Misiones Ad Gentes, 89.

[51] Directorio de Catequesis, 10.

[52] CIC, c. 779.

[53] Cf. Ibidem.

[54] Cf. Directorio de Catequesis, 4; op. cit. Catechesi Tradendae, 15.

[55] Ibidem.

[56] Cf. Directorio de Parroquias, 45.

[57] P. C. Buela, IVE, Mi Parroquia, II Parte, VIII, 2, A, 1.

[58] San Juan Bosco, Obras fundamentales, Parte I, Memorias del Oratorio. Década tercera, pág. 452.

[59] Cf. Ibidem, pág. 450.

[60] Ibidem, pág. 451.

[61] Ibidem, pág. 451.

[62] Ibidem, pág. 450.

[63] Cf. San Juan Pablo II, A los sacerdotes y religiosos en Palermo, (20/11/1982).

[64] Catechesi Tradendae, 18.

[65] Catechesi Tradendae, 21.

[66] Directorio de Catequesis, 39.

[67] Santo Tomás de Aquino, S. Th. II-II, 152, 5.

[68] Cf. Directorio de Catequesis, 36; op. cit. Santo Tomás de Aquino, S. Th. II-II, 152, 5.

[69] Cf. Directorio de Catequesis, 36; op. cit. Directorio Catequístico General, 105. El Card. Ratzinger indicaba como signos de la crisis en la catequesis, y por ende, como medios no aptos para la misma: “la hipertrofia del método respecto al contenido”, y la “supremacía de la experiencia como nuevo criterio para la comprensión de la fe tradicional” (Trasmissione della fede e fonti della fede, 8-10).

[70] Directorio de Catequesis, 42.

[71] Una de las características del nuevo Compendio consiste en su “forma dialogal, que recupera un antiguo género catequístico basado en preguntas y respuestas”, el cual posee una doble ventaja: a) “volver a proponer un diálogo ideal entre el maestro y el discípulo, mediante una apremiante secuencia de preguntas, que implican al lector, invitándole a proseguir en el descubrimiento de aspectos siempre nuevos de la verdad de su fe”; b) “ayuda también a abreviar notablemente el texto, reduciéndolo a lo esencial, y favoreciendo de este modo la asimilación y eventual memorización de los contenidos” (Compendio, Introducción, n. 4).

[72] La via pulchritudinis, el camino de la belleza, es complemento indispensable de la exposición doctrinal de la verdad y del testimonio efectivo del amor; como se ve plasmado en el uso de imágenes que acompañan al texto del Compendio y que han sido seleccionadas y extraídas del riquísimo patrimonio de la iconografía cristiana.

[73] Directorio de Catequesis, 42.

[74] San Juan Pablo II, ¡Levantaos! ¡Vamos!, Ed. Plaza & Janes, Barcelona 2004, 98-100.

[75] Cf. San Manuel González, “Dichos, Hechos y Lecciones”, en Obras Completas, Madrid 1998, 350-354, 358-360, 382-383; citado en Directorio de Catequesis, 62.

[76] Cf. la introducción a Mi catecismo, Barcelona 1960.

[77] Presentamos un elenco de las obras de Quinet en francés que hemos logrado identificar: –Catéchisme à l’usage des diocèses de France publié pour le diocèse de Poitiers, Camille Quinet. Tours: Mame, 1942. Vio muchas ediciones. Aparentemente la última, revisada y ampliada, es la novena, en 1965.

-Pédagogie du catéchisme à l’usage du clergé et des catéchistes volontaires, par les abbés Lucien Hénin et C. Quinet. Paris: Tolra et Simonet, 1913.

-Carnet de préparation d’un catéchiste T. I-III: Notes pédagogiques, Préface par M. le Chanoine L. Carretier, Paris: éd. Spes, 1928-1935.

-Aux catéchistes prêtres et laïques. Pour mes tout petits. 20 leçons de catéchisme évangélique par la méthode active, Abbé Quinet, Lettre-préface de Mgr Delabar, Paris: Éditions Spes, 1932. Hay otra edición de 1935.

-Mon joli petit catéchisme. Première initiation chrétienne des petits de 6 à 8 ans par la méthode évangélique, Chanoine Quinet, Illustrations de Pierre Rousseau, Paris: L’École, 1934.

-Pour les tout-petits des jardins d’enfants. Un peu de catéchisme par le dessin facile au tableau noir, Chan. Quinet, Paris: Éditions Spes, 1934.

-Cours complet d’instruction religieuse à l’usage des écoles primaires supérieures et collèges, Rév. Père Boulanger, C. Quinet, Ch. Le Meur, Paris: Ecole et Collège, 1940. Tuvo al menos tres ediciones hasta 1947.

Explication du « Catéchisme à l’usage des diocèses de France » : pour les classes de scolarité prolongée et les classes de 6e, 5e, 4e et 3e, 7e édition adaptée au nouveau texte du Catéchisme national par le Chanoine Quinet, Mgr Audollent, Chanoine Eug. Duplessy, Paris, L’École, 1947. Esta obra tuvo al menos nueve ediciones hasta 1950.

-Étude de Jésus-Christ et de l’Église : d’après le programme du diocèse de Paris. Pour les persévérants, Chanoine C. Quinet et abbé E. Maire. Ouvrage orné de 44 dessins à la plume de R. Bresson, 3e édition, Paris: L’École, 1947. Tuvo al menos 5 ediciones.

-Le Livre de la catéchiste : un livre d’exercices pour la révision vivante des chapitres du Credo, Chanoine Quinet, Paris: Éditions Spes 1951.

-Pour mes tout-petits : de cinq à six ans, et mes petits, de sept à neuf ans, Camille Chanoine, Nouvelle édition, Paris: Éditions Spes, 1958.

-Catéchisme à l’usage du diocèse de Sion: présenté aux enfants et aux maîtres par le chanoine C. Quinet et le chanoine A. Boyer, Illustrations de Pierre Rousseau et R.-B. Sibia, Nouvelle édition, Tours: Mame, 1963.

-Exercices pratiques de catéchisme, à l’usage de tous les diocèses, rédigés conformément aux méthodes pédagogiques de l’enseignement profane, Cours moyen, Chan. Quinet, Paris: Tolra et M. Simonet, 1910.

-Pour nos jeunes jusqu’à quinze ans : Doctrine et leçons de choses religieuses suivies de notes morales et sociales, Chan. Quinet et Chan. Hamayon, 5. Ed., Paris: L’Ecole 1942.

-La Messe en images pour les petits, Chan. Quinet, Tours, Mame 1943.

[78] Citada en la introducción de la edición española de Carnet de preparación de un catequista.

[79] Cf. Directorio de Catequesis, 79.

[80] Cf. Directorio de Catequesis, 72.

[81] Directorio de Catequesis, 61.

[82] Cf. San Marcelino Champagnat, Consejos, lecciones, máximas y enseñanzas, cap. 37.

[83] Directorio de Catequesis, 58.

[84] Directorio de Catequesis, 59.

[85] Directorio de Catequesis, 61.

[86] Directorio de Catequesis, 65.

[87] Directorio de Catequesis, 64; A. Luciani, Catechetica in briciole, Roma 1979, 136-143.

[88] Directorio de Catequesis, 92; op. cit. Catecismo Romano, prefacio, n. 10.

[89] Rom 5, 5.

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