La ley de la Encarnación es ley de padecimiento

Contenido

SOLEMNIDAD DE LA ENCARNACIÓN 

   

El fin de la Encarnación según San Juan

[Exordio] Las palabras del Arcángel San Gabriel a la Santísima Virgen María que acabamos de escuchar llaman la atención, entre tantas riquezas, por contener distintos elementos que hablan de la reyecía de Cristo (era en efecto una de las profecías sobre el Mesías que debía venir, que sería Rey). Y así, leemos: Él será grande y será llamado Hijo del Altísimo; el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, y él reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su reinado no tendrá fin[1]. Leyendo el evangelio de San Juan, notamos que estas palabras hallan eco particular en otro pasaje del evangelio, que también nos habla de Cristo como Rey y de su reinado y es al que me quiero referir en la homilía del día de hoy. Se trata de un versículo que es conocido como “el fin de la Encarnación” según San Juan.

Dicen los estudiosos que el evangelista San Juan una sola vez utilizó el verbo griego γένναω (nacer) en toda su obra y una sola vez habló del “nacimiento” de Jesús; esto se encuentra en Jn 18,37, nuestro versículo.

Ambos textos (el de la Anunciación y este de San Juan) ponen de relieve, por un lado, la trascendencia del reino de Dios que se funda en el hecho de que no deriva de una iniciativa sólo humana, sino del plan, del designio y de la voluntad de Dios mismo. Y, por otro lado, nos dicen a las claras que Jesucristo es quien lo hace presente y lo actúa en el mundo, mediante su Encarnación. Sin embargo, el reinado de Cristo (esto también lo dejan muy en claro los textos, y lo sabemos muy bien), no es como el mundo lo imaginaba en aquel entonces ni aun ahora –podríamos decir– aunque hayan pasado ya más de veinte siglos.

Por eso hoy, que tenemos la dicha de congregarnos en este magnífico templo de la abadía de Fossanova para celebrar la Solemnidad de la Encarnación del Verbo, “acontecimiento, que –como dicen las Constituciones– es más grande que la creación del mundo y que no puede ser superado por ningún otro”[2] y que (también según nuestro derecho propio) es para nosotros el sol de nuestra fe, el punto de partida de nuestra historia, la prenda de nuestras esperanzas, el motivo que glorifica todas nuestras penas, lo que nos impulsa en nuestra tarea misionera y el hecho grandioso que enlaza nuestra vida con la inmortalidad, quisiera que ponderemos un poco la singularidad de este texto.

En nuestras Constituciones tenemos la siguiente frase, que es un poco misteriosa o mística; y que dice “La ley de la Encarnación es ley de padecimiento”[3]. Quizás en ningún texto del evangelio se encuentren tan unidas esas realidades como en este.

El texto de Jn 18,37 es una expresión profunda y si se quiere desconectada en sí misma; pero leída a la luz del contexto en el que se desarrolla, de la solemnidad del relato y en la dimensión de lo que acontece, hace que nos volvamos a ella una y otra vez. 

1. El Diálogo entre Jesús y Pilato

 

Como bien sabemos el diálogo entre Jesús y Pilato dentro del Pretorio es una maravilla del cuarto evangelio. Se trata de un texto sumamente gráfico y de una producción literaria notable, tal es así que parece escrito como si fuese el guion de una escena de teatro.

Es un texto que representa un pico singular en la historia de la pasión. Luego de este episodio, podríamos decir (siguiendo a Santo Tomás), comenzará el camino definitivo hacia la cruz. Jesús será flagelado y vituperado; sobre su cabeza se incrustará una corona de espinas, se le pondrá incluso un manto rojo y un cetro de caña en señal de burla y será brutalmente humillado delante de toda la multitud en el Ecce Homo (marcando de alguna manera gráfica el contraste entre los dos reinos, el de Jesús y el del mundo). Desde entonces los sufrimientos físicos en la pasión irán constantemente in cresendo hasta terminar en la cruz; en el consummatum est de San Juan (19,30).

El episodio con el procurador Poncio Pilato, como sabemos, tiene dos momentos: uno público, delante del pueblo y del Sanedrín, (probablemente incluso Caifás estaba ahí, según nos dice San Juan); y el otro en privado (hizo llamar a Jesús a un costado, en el pretorio, porque tenía serias dudas acerca de aquello por lo que se lo condenaba) y es este el que nos interesa ahora.

– Hay en primer lugar un diálogo de preguntas: Entonces Pilato entró de nuevo al pretorio y llamó a Jesús y le dijo: «¿Eres tú el rey de los judíos?» Respondió Jesús: «¿Dices eso por tu cuenta, o es que otros te lo han dicho de mí?» Pilato respondió: «¿Es que yo soy judío? Tu pueblo y los sumos sacerdotes te han entregado a mí. ¿Qué has hecho?» (Jn 18,33-34).

– Y finalmente hay afirmaciones. En concreto dos:

  • La primera de ellas hace referencia a la naturaleza de su Reino: Mi Reino no es de este mundo. Si mi Reino fuese de este mundo, mi gente habría combatido para que no fuese entregado a los judíos; pero mi Reino no es de aquí[4].

Afirmación o confesión de Jesús que, probablemente, puso a Pilato ante una situación extraña: el acusado reivindicaba realeza y reino (basileia). Pero por otro lado afirmaba que se trataba de una realeza y de un reino del todo particular: nadie combate por este reinado, no es un reino violento, no dispone de una legión. Por lo tanto, pensaría, no representaba una amenaza para el orden romano y esto quizás haya tranquilizado a Pilato.

El reino de Cristo no es prepotente: El Hijo de Dios se encarnó y vino a este mundo cuando los crímenes eran grandes y sin embargo nos dijo: los que empuñan la espada, a espada morirán[5]; Él vino a este mundo cuando los hombres lo hubiesen proclamado rey inmediatamente si hubiese mejorado su situación política o económica, y sin embargo dijo: Mi reino no es de este mundo. Él vino a este mundo acostumbrado a juzgar el poder temporal por las apariencias y a este mundo le dijo: Toma tu cruz y sígueme[6].

  • Luego está la segunda afirmación que hace Nuestro Señor, en la cual destaca la relación que hay entre el rey, el reino, y los súbditos que lo componen (y es el texto que nos interesa, Jn 18,37): Díjole, pues, Pilato: “¿Conque Tú eres rey?” Contestó Jesús: “Tú lo dices: Yo soy rey”. “Yo para esto nací y para esto vine al mundo, a fin de dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz”[7].

El versículo es fuerte, pues, por un lado, coloca a la Verdad como un constitutivo esencial, definitivo y distintivo del reino que vino a establecer a este mundo; y, por otro, declara que es la causa (o el fin) de la Encarnación, para esto he nacido… para esto he venido al mundo.

Parece incluso como una afirmación inesperada (Pilato le pregunta si es rey. Y Él responde con esta explicitación a su afirmación de que es rey). Si miramos bien tenemos:

  1. En primer lugar, una referencia al rey: Sí, como dices, yo soy rey (obviamente del reino que acaba de describir).
  2. En segundo lugar, hay una referencia al reino: Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad (es un reino constituido en la verdad).
  3. Finalmente, tercer lugar, una referencia a los súbditos de ese rey. Es una frase importante: Todo el que es de la verdad, escucha mi voz. Todo el que acepta la verdad y permanece en ella pertenece a su reino.

El Papa Benedicto XVI lo explica así: “A lo largo del interrogatorio Pilato introduce otro término proveniente de su mundo y que normalmente está vinculado con el vocablo ‘reinado’: el poder, la autoridad (exousía). El dominio requiere un poder; más aún, lo define.  Como vemos, con estas palabras Jesús ha creado un concepto absolutamente nuevo de realeza y de reino, y lo expone ante Pilato, representante del poder clásico en la tierra.” Y se pregunta “¿Qué debe pensar Pilato? ¿Qué debemos pensar nosotros de este concepto de reino y realeza? ¿Es algo irreal, un ensueño del cual podemos prescindir? ¿O tal vez nos afecta de alguna manera?” Pero hay algo más, dice el Papa: “Junto a esto, no obstante, con la clara delimitación de la idea de reino (nadie lucha, impotencia terrenal), Jesús ha introducido un concepto positivo para hacer comprensible la esencia y el carácter particular del poder de este reinado: la verdad. Y esto es lo importante”.

Ciertamente que la respuesta de Cristo le habrá sorprendido (o descolocado) al procurador romano.

Es por eso que se ha dicho que en este versículo del “fin de la encarnación” se nos enseñan dos realidades incuestionables:

  1. Nos enseña que la verdad es el fin de la encarnación… para manifestarla… para dar testimonio de ella ha venido al mundo. Yo para esto he nacido… para esto he venido al mundo.
  2. Nos enseña que, en definitiva, la búsqueda, la adhesión y la predicación de la verdad es lo más importante en esta vida: todo el que es de la verdad escucha mi voz.

Impresionante y simple al mismo tiempo: Jesucristo es rey, vino a dar testimonio de la verdad y quien se adhiere a la verdad es quien forma parte de su reino. Por esta Verdad (con mayúsculas) vale la pena dejar todo lo que es más preciado para el hombre. Si sus reinos son distintos, esta afirmación implica en cierta manera que la adhesión a esta verdad conlleva un ‘no llevarse bien con el mundo’ y ser azotado y crucificado por él (como vemos, si seguimos leyendo que hace Pilato con la Verdad).  “La ley de la Encarnación es ley de padecimiento”[8].

Hay muchos que asienten a estas palabras exteriormente, pero pocos son los que están dispuestos a sufrir cuanto sea necesario por la adhesión a esta Verdad. Por eso paternal y previsoramente ya nos los advertía el derecho propio al decirnos que nos guardáramos de “sacrificar la verdad y la propia conciencia pretendiendo mantener una paz falsa, no contrariar al amigo, evitar algún problema o, en ocasiones, sacar ventaja con el silencio o con el aplauso. [Porque] Quienes tales cosas hacen se asemejan a aquellos judíos que creyeron en Él, pero por causa de los fariseos no le confesaban, temiendo ser excluidos de la sinagoga, porque amaban más la gloria de los hombres que la gloria de Dios[9][10].

Hoy, día de la Encarnación del Señor, conviene recordar que el día de nuestra profesión religiosa nos hemos comprometido al oficio sublime de ser servidores de la verdad[11], y a “buscar siempre la gloria de Dios, fin último de todo el universo; de manera particular, en la búsqueda, investigación, proclamación y celebración de la verdad”[12], cuando solemnemente dijimos que queremos que “todos los hombres descubran el atractivo y la nostalgia de la belleza divina”[13].

2. La pregunta perenne

El texto del diálogo con Pilato termina de una manera sublime… nos deja entender que el procurador entendió, en cierta manera, lo fundante de la afirmación de Jesús; y realiza entonces su pregunta no en torno a las acusaciones presentadas, sino en torno al fundamento: ¿Qué es la verdad? Lo que se conoce como “la pregunta perenne,” o la pregunta inevitable e ineludible de la vida. Pregunta que era dirigida –nada menos– a aquel que acababa de decir para esto he venido al mundo para dar testimonio de la verdad.

¿Qué es la verdad? ¿existe la verdad? ¿tiene sentido hablar de verdad objetiva (basada en el objeto… en la realidad)? ¿puede hablarse de verdad absoluta?

El desenlace de la escena es increíble, Pilato no espera, no escucha, no busca… simplemente sale fuera, explica que no hay nada grave contra este hombre y contempla cómo el pueblo y sus príncipes rechazan a la verdad eligiendo a Barrabás ¿Qué hace entonces? Regresa adentro y manda a crucificar a aquel que había dicho que era el testigo de la verdad… a aquel que había dicho yo soy la verdad. ¡Impresionante!

3. El mundo en que vivimos

Fijémonos que hay un paralelismo muy grande y elocuente entre la actitud de Pilato y la actitud del mundo contemporáneo, con el que tenemos que dialogar y ante el cual tenemos la obligación también nosotros –por seguir a Jesucristo– de brindarle el testimonio de la verdad.

Hay un contraste muy grande entre la actitud de quienes profesan la fe en la Verdad de la Encarnación y la actitud del mundo ante el misterio mismo de la verdad encarnada. No en vano nuestro Señor, antes de la afirmación a la que nos referimos, había dicho que su reino no era de este mundo… que era totalmente diverso a los reinos de este mundo.

Pues, como Pilato, también el hombre moderno se hace la pregunta: qué es la verdad… pero, como Pilato, con su actitud huidiza trivializa aquello que es fundamental y fundante. Así como Pilato, el hombre de hoy se da cuenta de lo trascendente de la pregunta, de la importancia que tiene, pero una vez formulada, cae en una actitud escéptica y relativista. Pareciera que la observación de base es que la verdad no existe… o si existe, no sabemos si la podemos alcanzar. Ambos terminan cegados ante la Verdad en persona que está enfrente de ellos; y cuántos hoy, como Pilato ayer, ordenan azotar y finalmente crucificar a la verdad.

Esta es una imagen para recordar (la de Pilato enviando a crucificar a Jesús… a la Verdad); pues debemos estar advertidos: ser testigos de la verdad implica la persecución violenta del mundo. Es lo que le pasó a nuestro Señor y el discípulo no es más que su maestro (Lc 6,40).

Este es el mundo al que nos enfrentamos:

– No hace mucho tiempo el Barna Research Group de los Estados Unidos, preguntó a los americanos la misma pregunta de Pilato con la siguiente formulación “¿existe una verdad absoluta?”. El resultado de la encuesta fue el siguiente: el 66% de los adultos respondieron que ellos creen que “no existe algo que pueda llamarse verdad absoluta”. Más aun, la afirmación más común entre las respuestas era que “personas diferentes pueden definir la verdad de manera conflictiva y al mismo tiempo tener razón”. Hicieron luego la misma pregunta a los más jóvenes (entre 18 y 25 años) y el resultado fue que el 72% afirmaron que no se puede hablar de verdad absoluta.

– Otro ejemplo, en la Universidad de Harvard se realizaron una serie de numerosas entrevistas conducidas al azar entre distintos estudiantes con la misma pregunta “¿es posible hablar sobre la existencia de la verdad?”, más explícitamente la pregunta era rubricada de la siguiente manera “¿existe una verdad que pueda permanecer estable a través de los tiempos y las culturas?” Las respuestas obtenidas fueron resumidas en las siguientes cuatro afirmaciones, dice el informe: 1. “La verdad se encuentra en lo que tú creas, sea lo que fuere”; 2. “No existe la verdad absoluta”; 3. “En el caso que existiese una verdad absoluta, no hay manera de que podamos saber ¿cuál es?”; 4. “Las personas que creen que existe una verdad absoluta son gente peligrosa”.

Es fácil darse cuenta de que todas estas afirmaciones son ilógicas y contradictorias, sin embargo, bien sabemos que son las que constituyen el pensamiento dominante. El Papa Benedicto XVI ha calificado esta realidad como una dictadura, como un pensamiento despótico, como “la dictadura del relativismo”.

Es así y lo vemos constantemente. Para muchos pensadores (líderes, gobernantes) de la actualidad, la verdad depende de la visión no solo cultural sino de aquello que se quiere imponer. El pensamiento dominante no siempre considera una afirmación verdadera preocupándose de averiguar su correspondencia con la realidad. Adecuatio rei et intellectus, ese no es el criterio. Una afirmación verdadera no es sino la afirmación que una persona, una cultura, una situación o una conveniencia hace que se la considere verdadera. Y este es el criterio que se aplica.

Un poeta que se llama Steve Turner hizo una parodia con esta visión moderna de la realidad, a la que llamó “Creo” (Creed). Y en una parte, de una manera sarcástica, conocida como el “credo del hombre moderno”, dice: “Creo que todo hombre debe hallar la verdad,
la que sea buena para él / la realidad deberá entonces adaptarse a ella. / El universo si es necesario se reajustará / y la historia si es necesario se alterará. / Creo que no hay verdad absoluta / excepto la absoluta verdad de que no hay verdad absoluta. / Creo en el rechazo de los credos, /y en el florecer del pensamiento individual”.

Dice este poeta también que a la pregunta “¿puede el hombre vivir sin Dios?” o “¿puede el hombre vivir sin una verdad absoluta?”; el mundo moderno contesta diciendo: “todos sabemos muy bien que la respuesta es NO… pero igual lo seguiremos intentando”.

Si se niega la existencia de la Verdad o se la manda a azotar como Pilato; todo se torna relativo y todo es irrelevante; y lo único que cuenta es el pensamiento del que se quiere imponer, sin importar si tiene relación con la realidad o no. Si no hay verdades absolutas no existe lo recto ni lo correcto. Es como decía el P. Richard John Neuhaus (el fundador y editor de First Things) “cuando la verdad está ausente, el que tiene el poder, es el único que importa en la sociedad” (in the absence of truth, power is the only game in town).

Lo afirmaba el Papa Benedicto XVI: “¿Qué es la verdad? Pilato no ha sido el único que ha dejado al margen esta cuestión como insoluble y, para sus propósitos, impracticable. También hoy se la considera molesta, tanto en la contienda política como en la discusión sobre la formación del derecho. Pero sin la verdad, el hombre pierde en definitiva el sentido de su vida para dejar el campo libre a los más fuertes”.

El mundo moderno piensa que así puede hacer “básicamente lo que a cada uno se le da la gana” y creerse de esta manera “libre”; olvidando que el principio fundante de la auténtica libertad es la verdad. La verdad os hará libres dice nuestro Señor en San Juan.

4. La verdad perenne

Finalmente, lo siguiente. Ante esta realidad… ante estas estadísticas… ante el relativismo y escepticismo reinante… bien podríamos preguntarnos: ¿Cuál es nuestra respuesta? ¿Cuál es nuestra actitud? ¿Qué le vamos a decir al hombre moderno? ¿a los jóvenes que básicamente no creen que se pueda llegar a la verdad?

Pues bien, nuestra respuesta es básicamente lo que hoy celebramos con tanta devoción y solemnidad. Nuestra respuesta es: el Verbo se hizo carne… Es una respuesta clara y firme. Nosotros creemos que en este misterio se encuentra la respuesta y la solución a todos los problemas e interrogantes del hombre contemporáneo y del hombre de todos los tiempos.

El Verbo se hizo carne y vino para dar testimonio de la verdad. Para esto ha nacido y para esto ha venido al mundo. Él nos mostró la Verdad, Él nos la enseñó y Él nos la explicó y Él nos brindó pruebas contundentes de la veracidad de su testimonio. Desde entonces no hay otra opción posible, no existe otra respuesta… ni para nosotros ni para el mundo… sólo unidos a Él podemos encontrar la salida y la solución, porque todo el que es de la verdad escucha mi voz.

Quid est veritas? Se lo decimos al mundo moderno, se lo decimos a Pilato: La verdad es Dios y Jesucristo. La verdad es el Verbo Encarnado.

  • Y el Verbo de Dios se hizo carne, y habitó entre nosotros y hemos visto su gloria, lleno de gracia y lleno de verdad (Jn 1,14)
  • Yo soy el camino, yo soy la verdad y yo soy la vida (Jn 14,6)
  • Yo hablo la verdad (Jn 8,45)

Por eso la recomendación de San Pablo a los primeros cristianos era la siguiente: si en verdad le habéis oído, y habéis sido por él enseñados, conforme a la verdad que está en Jesús… despojaos del hombre viejo … y vestíos del nuevo hombre, creado según Dios en la justicia y la santidad de la verdad[14].

[Peroratio] Durante la novena que hemos terminado de rezar en el día de ayer hemos ido meditando y pidiendo día a día la gracia inconmensurable de nuestra fe en la Encarnación del Verbo. Pues sabemos que en esa fe se encuentra la respuesta a todo, la solución de todos los problemas de nuestra existencia; allí se encuentra la paz y la vida del alma.

Por eso, sí –digámoslo una vez más– nuestra respuesta es y siempre será la del prólogo de San Juan: el Verbo Se hizo carne y hemos visto su gloria, lleno de gracia y de verdad… porque la ley nos fue dada por medio de Moisés, pero la verdad nos vino por medio de Jesucristo. Más aún: 

  • la verdad es nuestro fin en esta tierra, pues “comprometemos todas nuestras fuerzas para inculturar el Evangelio, o sea, para prolongar la Encarnación [del Verbo] en todo hombre, en todo el hombre y en todas las manifestaciones del hombre”[15];
  • ella es nuestro espíritu, pues “consideramos que nuestra espiritualidad debe ser profundamente marcada por todos los aspectos del misterio de la Encarnación”[16];
  • ella es lo que nos proponemos cuando decimos que queremos “vivir con toda radicalidad las exigencias de la Encarnación”[17];
  • porque en definitiva esta es nuestra misión, “la misión recibida del fundador y sancionada por la Iglesia es llevar a plenitud las consecuencias de la Encarnación del Verbo, que es el compendio y la raíz de todos los bienes”[18].

Que la Santísima Virgen nos cuide y proteja siempre nuestra fe en el hecho que el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros.

[1] Lc 1, 32-33.

[2] Constituciones, 3.

[3] Federico Guillermo Faber, Al pie de la Cruz o los dolores de María, cap. 1, 7, Madrid 1974.

[4] Lc 18, 36.

[5] Mt 26,52.

[6] Mt 16,24.

[7] Jn 18,37.

[8] Federico Guillermo Faber, Al pie de la Cruz o los dolores de María, cap. 1, 7, Madrid 1974.

[9] Jn 12, 42-43.

[10] Directorio de Espiritualidad, 253.

[11] Directorio de Misiones Ad Gentes, 138; cf. Evangelii Nuntiandi, 78.

[12] Directorio de Espiritualidad, 66.

[13] Constituciones, 254; 257.

[14] Ef 4,17-32; prestemos atención a la hermosura de esta expresión la justicia y la santidad de la verdad.

[15] Constituciones, 5.

[16] Directorio de Espiritualidad, 8.

[17] Constituciones, 20.

[18] Constituciones, 32.

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