De su plenitud todos hemos recibido gracia sobre gracia

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De su plenitud hemos recibido todos gracia sobre gracia

 

[Exordio] Queridos hermanos, al llegar al final del año y mirando hacia atrás todo lo sucedido en nuestras vidas, en la vida del Instituto, en la Iglesia, vemos cómo, si procuramos tener una visión real de las cosas, todos los eventos de la historia y particularmente los que suceden en nuestras vidas, se entrelazan uno al otro como formando una cadena de oro que siempre nos lleva de una manera indefectible hacia Dios, de quien procede todo bien[1]. Siempre debemos ser muy conscientes de esto, porque es, en última instancia, la verdad de la vida y de la existencia… de nuestra vida y de nuestra existencia.

Y es por eso que, finalmente, debemos concluir el año diciendo y admirándonos de cuántas gracias tenemos que agradecer. Y, ser muy conscientes de que, aunque algunas de las cosas sucedidas nos hayan sido adversas, ellas han sido ordenadas por Dios para nuestro bien –porque es lo que a todos más nos conviene– y por eso, en verdad podemos decir con el Evangelista: De su plenitud hemos recibido todos gracia sobre gracia[2].

Es importante, yo diría fundamental, tener esto bien presente y bien ilustrado en el alma.

Podemos padecer persecuciones, grandes incomprensiones, tribulaciones apostólicas que realmente limen el alma, sospechas infundadas, acusaciones sin sentido… y miles de otras pruebas más. Y esto no sólo a nivel personal sino también a nivel Instituto.

Fíjense Ustedes que toda tribulación, y en especial la persecución, para que sea bienaventurada –dice el Directorio de Espiritualidad– debe reunir, imprescindiblemente, dos requisitos: que seamos “injuriados por causa de Cristo”, y que sea “falso lo que se dice contra nosotros”[3]. Mientras eso se dé, de nuestra parte debemos alegrarnos de que Dios nos pruebe de esa manera.

Por eso cuando algunos dicen “el IVE tiene problemas”, nosotros debemos sonreírnos y lamentarnos por quien lo dice, porque en realidad tenemos la dicha de ‘padecer algo’ por lealtad a Dios[4] y esa es una gracia enorme, lo cual -como también enseña el derecho propio- implica “el rechazo pleno y total del mundo malo”[5].

A veces podríamos preguntarnos: nosotros ¿por qué tenemos ‘problemas’? (si acaso se los puede llamar problemas). Tenemos ‘problemas’ por defender la verdad, por no ser tributarios[6], por defender el Patrimonio del Instituto[7], por ser Tomistas, por vivir olvidados de nosotros mismos en orden a gastarnos y desgastarnos en el cuidado de aquellos que tantas veces son olvidados o rechazados por sus propias familias o por el Estado y que dependen de nosotros para vivir, por proclamar la verdad del dogma y de la moral católica con nuestros esfuerzos y nuestras vidas, y por tantas cosas mas… ¿Cómo se puede pensar que no vamos a tener problemas? De preocuparse sería que no los tuviésemos y Dios nos libre de no tenerlos…

Podríamos pensar que quienes nos hacen problemas (démonos cuenta también de esto), son en general los que no aman estas cosas, los que no aman la vida religiosa (por eso la atacan o la abandonan), los que no aman la filosofía perenne, ni a los pobres ni a los necesitados, ni a las misiones o a las nuevas fundaciones, ni a la formación en el tomismo, ni el aumento y la perseverancia de tantas vocaciones jóvenes.

Por eso nos advierte muy claramente el derecho propio de “cuidarnos mucho de no volver y revolver en nuestros males”[8], es decir, no dejar nunca que se instale entre nosotros el pensamiento fatalista y negativo de que ‘tenemos problemas’ porque en realidad lo que tenemos, los así llamados ‘problemas’, son grandes bendiciones por las que alegrarnos y movernos a amar a Dios todavía más. Parafraseando a Santa Edith Stein, nosotros también podemos y debemos decir que de las cruces (o de los ‘problemas’, si se quiere) salimos siempre renovados y fortalecidos.

*     *     *

Entonces, la verdad es lo de siempre (y son principios a los cuales tenemos que aferrarnos): que no importa mucho qué pasa en nuestras vidas, sino más bien cómo uno reacciona a ello. Por eso, de cara al nuevo año que comienza yo quería ofrecerles tres consideraciones sobre la providencia divina (que son muy conocidas, pero que es bueno tenerlas grabadas siempre en el alma) con el ánimo de que ayuden a reafirmar la firme esperanza que siempre debemos tener en Dios y la convicción de que todo lo que sucede, sucede para nuestro bien.

De tal modo que –como dice San Pablo– el Dios de la esperanza os llene de cumplida alegría[9].

Primera consideración

1. Siempre tenemos que tener presente que todo lo que sucede ha sido previsto y conocido por Dios desde toda la eternidad y ha sido querido por Dios o al menos permitido por Él. 

Es saludable pensar en esto. Y es muy importante también. El conocimiento de Dios no aumenta como el nuestro, que pasa de la ignorancia a la sabiduría. Él todo lo sabe y todo es presente ante sus ojos. La caída de Adán y Eva en el Paraíso, por decirlo de alguna manera, no lo encontró tomando una siesta a Dios. Dios es Ciencia, no es un científico: Dios lo conoce todo, no aprende nada por la experiencia, como nosotros.

Dicho de otra manera, Él no nos mira a nosotros como nosotros miramos un hormiguero, viéndonos entrar y salir de la casa, yendo a trabajar y después diciéndole a un ángel secretario que anote que fuimos poco amables con la hermana con quien nos acabamos de cruzar.

Un autor se preguntaba, ¿Por qué será que siempre pensamos que Dios mira sólo las cosas malas que hacemos y nunca las buenas? Y respondía: Dios no mantiene un archivo de todos los actos que hacemos. Nosotros llevamos la contabilidad de todos ellos en nuestros propios libros. Nuestra conciencia toma nota del dictado que le hacemos.

Dios sabe todas las cosas no porque nos mira desde allá arriba, sino porque mira dentro de sí mismo, como la Causa de todas las cosas. Dios nunca trata de leer por encima del hombro. Un arquitecto les puede decir cuántas habitaciones va a tener la casa y el tamaño exacto de cada una de ellas mucho antes de que la casa esté construida porque él es la ‘causa’ de que esa casa sea hecha. Dios es la causa del ser de todas las cosas. Él las sabe antes de que sucedan. Como esos rollos de película antigua que contenían toda la historia de la película antes de que sea proyectada en la pantalla. Lo mismo sucede con Dios, Él sabe todo antes de que los hechos sucedan en el escenario de la vida.

Lo que uno no debe pensar es que porque Dios lo sabe todo, ha predestinado que algunos vayan al cielo o al infierno independientemente de sus méritos y pasando por encima de la libertad de cada uno. Por eso es tan importante el estudio de la libertad.

Pues, el conocimiento de que uno vaya a actuar de una manera determinada no es la causa inmediata de nuestro actuar. El hecho de que ahora ustedes sepan que están sentadas no es la causa de que estén sentadas ni tampoco eso les previene de que puedan pararse. La Virgen Santísima podría haber rechazado ser la Madre de Dios y Judas podría haber resistido la tentación de la traición. El hecho de que Dios supiese cómo iba a actuar cada uno no los hizo actuar de la manera en que cada uno lo hizo.

Ahora, como en Dios no hay futuro, el hecho de que Él sepa de antemano lo que va a pasar, no significa que lo vaya a pre-causar. Ustedes pueden estar paradas en el techo de esta casa y ver a una persona acercarse a la casa. Ustedes saben que antes de que entre, tiene que pasar por la entrada del jardín, pasar por debajo de tal árbol, caminar por un sendero, tocar la puerta, etc. Ustedes ven todas esas posibilidades, pero no son la causa de que esa persona atraviese todas esas áreas.

Por eso cuando una persona nos pregunta: “Si Dios sabía que me iba a condenar ¿por qué me creó?” La respuesta es: “Dios no te creó para que te condenes. Lo hacés vos mismo”. El universo es moral y por lo tanto condicional: He aquí que estoy a la puerta y llamo[10]. Dios no tira las puertas abajo. El pasador está de nuestro lado, no del lado de Dios.

Esto es lo primero que hay que saber ante cualquier circunstancia de la vida. Ahora, lo segundo. 

Segunda consideración

2. Dios deja o permite el mal pero siempre por un mayor bien relacionado a su amor y a la salvación de las almas. 

Esto es súper importante. La doctrina del mal, de la providencia y de la predestinación, lejos de ser un tema a evitar, era de gran provecho para él su consideración. Y en verdad lo es. Dios permite el mal. Recordemos que nuestro Señor le dijo a Judas: Esta es tu hora[11]. El mal tiene su hora, pero Dios tiene su día, solía decir Mons. Fulton Sheen.

Cuando algún mal nos sucede, siempre debemos recordar que Dios puede sacar bien del mal porque mientras el poder de hacer el mal está en los hombres, los efectos de nuestros malos actos están fuera de nuestro control y por lo tanto en las manos de Dios. Los hermanos de José fueron libres de tirarlo en el pozo, pero a partir de ese momento José estaba en manos de Dios. Vosotros pensasteis hacerme mal, pero Dios lo dispuso para bien, a fin de conservar la vida de mucha gente.

El mal que Dios permite no lo debemos juzgar nunca por sus efectos inmediatos sino más bien por sus efectos finales. El quejarnos, entristecernos o abajarnos ante estos males es de tontos y de no darnos cuenta de la mano de Dios en todas las cosas. Es no darnos cuentas que nuestras mentes miniaturas no pueden captar el plan de Dios.

Un médico no permitiría una operación si no pudiese recuperar la salud del paciente a través de ella y Dios no permitiría un mal si no pudiese sacar un bien de ello. Nunca hay que olvidarse de esto.

Tercera consideración

3. Debemos hacer todo lo que esté en nuestro poder para cumplir la voluntad de Dios tal como se nos da a conocer a través de la Iglesia, los mandamientos, las Constituciones, nuestros legítimos superiores y las obligaciones de nuestro estado de vida. Y acerca de todo lo que está fuera de nuestro poder lo debemos rendir y someter a la voluntad de Dios.

 Otra verdad, a mi modo de ver fundamental. Hay que notar bien la distinción entre dentro de nuestro poder y lo que está fuera de nuestro poder. Jamás debemos tener una actitud fatalista. Algunas cosas sí están bajo nuestro control. El que es negativo ante los males, falla en reconocer que –dentro de ciertos límites– su voluntad puede afectar los eventos de la vida. Es voluntad de Dios que los hombres tengan libre albedrío para usarlo bajo su subordinación y por lo tanto ser feliz, siempre, suceda lo que suceda.

Pero aquí queremos tratar de esas cosas que están fuera de nuestro alcance (que es la mayor parte de lo que nos sucede), por ejemplo, las enfermedades, las falsas acusaciones, la muerte de un ser querido, una enfermedad, las contradicciones que uno no espera tener y ustedes pueden continuar mentalmente poniendo sus propios ejemplos. Dios podría haber prevenido todos estos sucesos, ¿no es así? Pero si no lo hizo, siempre debemos saber (porque es la verdad de las cosas) que es por una razón superior. Y por lo tanto hay que aprender a decir con la Virgen: Fiat.

Nosotros debemos aprender a ser dóciles y a someternos a la voluntad de Dios…y todo será nuestro. Aún las cosas más irritantes de esta vida pueden ser escalones para nuestra salvación, y ser causa de alegría para nuestras almas. No hay que quejarse nunca, menos lamentarse, sino ver la providencia y la mano de Dios en todo. Todo lo que sucede, sucede para nuestro bien (y es bueno dar el debido peso a cada una de estas palabras). Un santo decía que un acto de agradecimiento cuando las cosas no van según nuestro gusto vale mucho más que mil actos de gratitud cuando las cosas van según nuestra voluntad.

*     *     *

[Peroratio] Es por eso que, en este hermoso día, vísperas de la Solemnidad de la Madre de Dios, quien es nuestro ejemplo más sublime de lo que es la humildad y el cumplimiento más acabado de la voluntad de Dios; quisiera leerles lo que San Luis Orione les decía a los suyos: “¡Fiat! Pronuncien esta suave palabra, oh hijos y amigos míos, pronúncienla en cada respiro, en cada latido del corazón, en cada movimiento de los labios. Dios la comprenderá siempre en el modo en el cual quieren que Él la comprenda, ahora como oración, ahora como acto de fe en la duda, como acto de esperanza en el temor, y siempre como acto de amor.

¡Fiat! ¡En tus manos, pues, en tus manos, oh mi Dios!… Trabaja, trabaja este fango, oh mi Dios, dale una forma y después despedázala otra vez, ella es tuya y de quien hace las veces de Ti, y no tendrá nunca más nada que decir… Sufrido, elevado, abajado, útil para algo o inútil a todos, yo te adoraré siempre y seré siempre tuyo, ¡oh mi Dios! ¡Ninguno me separará de Ti! En las alegrías y en los dolores seré siempre tuyo, oh dulcísimo amor mío, Jesús. Solitario e ignorado como la flor del desierto, errante como el pájaro sin nido, siempre, siempre, Señor y amor suavísimo de mi alma, saldrá de mis labios la palabra sumisa de aquella que me has dado por Madre: ¡Fiat! ¡Fiat! ¡Hágase en mí según tu palabra![12].

 A la vista de todos los eventos de este año que ya termina, sabiendo tener una mirada sobrenatural acerca de todos ellos, pero también revistiéndonos de una profunda visión de fe para iniciar este nuevo año, la invitación es esta: vivir en nuestras vidas el misterio de la Encarnación; finalmente ese es nuestro carisma.

Es decir: como la Virgen, entregar todo el corazón a Dios como si ya no nos poseyésemos –porque en verdad es así–; nuestra voluntad es nuestra sólo para hacer la suya. Recemos siempre, no para que Dios cambie su voluntad sino para que cambie la nuestra. No midamos la Bondad de Dios por su presteza para hacer nuestra voluntad (sería un gravísimo error, casi una blasfemia). Nosotros confiemos siempre en Dios, que hace que todo suceda para el bien.

Llamamos a Dios Padre todos los días al rezar el Padrenuestro ¿y no creemos que Él quiere lo mejor para sus hijos? Cuidémonos de pensar siempre que podríamos hacer más bien por las almas si no estuviésemos enfermos, si tuviésemos otra posición, si tuviésemos las oportunidades, si tuviésemos los dones que tiene el otro, o si no nos sucediese lo que nos sucede o si no hablasen mal de nosotros… Lo que importa en la vida no es dónde estamos, si no si estamos haciendo la voluntad de Dios. El santo abandono del que hablan los santos y los místicos.

Vale aquí decir, me parece, el aviso que San Juan de la Cruz le daba a una monja: “[Estese] bien olvidada de todas las cosas para poder a sus solas gozar bien de Dios, no le dando nada que hagan de ella lo que quisieren por amor a Dios, pues que no es suya sino de Dios”[13].

Es siempre edificante leer ese pasaje de San Luis María que habla acerca de cómo Dios exalta siempre a los humildes y por eso hizo a María, soberana del cielo y de la tierra, tesorera de sus riquezas, dispensadora de sus gracias, realizadora de sus portentos, mediadora de los hombres, exterminadora de los enemigos de Dios y fiel compañera de su grandeza y de sus triunfos[14].

Ciertamente que todas las gracias recibidas durante este año han pasado por las preciosas manos de nuestra Madre Purísima, y eso no se nos puede olvidar. Lo cual, como dicen nuestras Constituciones, “hace patente el dominio y la providencia maternal que tiene María sobre todas las cosas, pero especialmente sobre las almas fieles”[15]. Que esto mismo sea un motivo más de esperanza y ánimo confiado para el año que se inicia.

Que la Madre de Dios nos conceda hoy y siempre a todos vivir cada día alegres en la esperanza[16].

A Ella le seguimos agradeciendo durante la Santa Misa.

[1] Cf. Stgo 1, 17.

[2] Jn 1, 18.

[3] 3 Directorio de Espiritualidad, 7; op. cit. San Juan Crisóstomo, In Matt. Hom., XV, 5.

[4] Directorio de Espiritualidad, 36.

[5] Ibidem.

[6] Cf. Constituciones, 214.

[7] Cf. Constituciones, 294.

[8] Cf. Directorio de Espiritualidad, 37.

[9] Rom 15, 13, citado en Directorio de Espiritualidad, 205.

[10] Ap 3, 20.

[11] Lc 22, 53.

[12] San Luis Orione, La scelta dei poveri più poveri, op. cit., p. 144-146.

[13] San Juan de la Cruz, Epistolario, Carta 9, A la M. Leonor Bautista, OCD, (08/02/1588).

[14] Cf. San Luis María Grignion de Montfort, Tratado de la Verdadera Devoción, [28].

[15] Constituciones, 83.

[16] Rom 12, 12, citado en Directorio de Espiritualidad, 206.

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