Esposo de la Virgen, protector del Verbo Encarnado y verdadero servidor de Dios

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Solemnidad de San José, Esposo de María              19 de marzo de 2019

Mt 1, 16. 18-21. 24

[Exordio] Queridos hermanos, hoy contemplamos la figura tan querida y cercana al corazón de todos nosotros y de la misma Iglesia, de San José, esposo de la Virgen, protector del Verbo Encarnado y verdadero servidor de Dios. Inspirado en las palabras de nuestro querido San Juan Pablo II que decía que el reflexionar sobre la participación del Esposo de María en el misterio divino nos ayudará a encontrar nuestra identidad en el ámbito del designio redentor[1]; me ha parecido que puede ser de utilidad para cada hermana Servidora pero también para el Instituto de las Servidoras del Señor y de la Virgen de Matará como un todo, el reflexionar acerca de tres atributos de San José: como esposo, como padre y como servidor, ya que cada uno de ellos encierra un ramillete de virtudes que, ejercitadas como él en el ambiente doméstico de nuestra vida religiosa, nos pueden ayudar -y mucho- a alcanzar la perfección y, en definitiva, llevarnos a “nuestra casa” que es el cielo. 

1. Esposo 

San José fue en toda verdad esposo de María. De hecho pareciera como que los evangelistas se deleitan en referirse a él como el esposo de la Virgen de Nazaret. Lo hemos escuchado hace un momento en el evangelio de San Mateo: Jacob engendró a José, el esposo de María, de la cual nació Jesús, llamado Cristo[2]. San Lucas por su parte habla de María como de una virgen desposada con un hombre llamado José[3]. Y el mismo ángel Gabriel le dice a este justo varón: No temas tomar contigo a María tu mujer, pues lo concebido en ella es obra del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús, porque salvará al pueblo de sus pecados[4].

Estas últimas palabras del ángel a José es lo que se conoce como la ‘anunciación’ de San José donde él escucha no sólo la verdad divina acerca de la inefable vocación de su esposa, sino también la verdad sobre su propia vocación[5]. El evangelio continúa diciendo que San José hizo como el ángel del Señor le había mandado[6].

Y quisiera detenerme en eso, porque tal debe ser también la actitud de cada hermana Servidora: “la actitud propia del ‘tercer binario’”[7], que se entrega por entero a Dios y a su plan –como dice nuestro Directorio de Espiritualidad, y son palabras que se deben sopesar– sin disminuciones ni retractaciones, sin reservas ni condiciones, sin subterfugios ni dilaciones, sin repliegues ni lentitudes[8].

El Magisterio de la Iglesia enseña que “el varón justo de Nazaret poseía ante todo las características propias del esposo”[9] y como dice el evangelista: era un esposo bueno[10] con todo lo que eso conlleva y que yo quisiera resumir con aquella sentencia de San Juan de la Cruz que dice: “El que anda de veras enamorado, luego se deja perder a todo lo demás por ganarse más en aquello que ama”[11]. Pues a costa de no pocos sacrificios personales San José supo ser el pilar de su familia, defensor de los tesoros más grandes que un hombre pudiese poseer en esta tierra, absolutamente devoto de su familia, pues no había nada que pudiese distraerlo del lugar eminente y prioritario que su familia tenía en su mente y en su corazón. Y todo esto lo hacía San José, como dice el Místico Doctor de Fontiveros, “sin pretender ganancia ni premio, sino solo perderlo todo y a sí mismo en su voluntad por amor de ellos”[12].

San José hizo –y quiero enfatizarlo– una oblación completa de sí, de su vida, de su trabajo, de su corazón, de todos sus talentos para ponerlos al servicio de su familia. Y así, se dejó perder a todo lo demás para ganar en aquello que más amaba: el Verbo Encarnado y su Santísima Madre. Porque –lo sabemos– el amor, si es verdadero, no tiene nada que ver con calculaciones.

Cuán aleccionador resulta entonces el ejemplo de San José para todos los miembros de nuestra Familia Religiosa llamados como él a “vivir siempre por Jesús y por María, con Jesús y con María, en Jesús y en María, para Jesús y para María”[13].

Ciertamente San José fue el primero en inclinarse ante la Virgen de Nazaret cuando Ella se convirtió en la Madre de Dios y en la Reina de este mundo. Pero no es menos cierto que San José ejercía sobre la Santísima Virgen la dulce y mansa autoridad de un esposo solícito por su bienestar y felicidad y, por lo tanto, su Dulcísima Esposa no sólo le estaba sujeta en todo, sino que con amor atento y previsor cuidaba de él (es más, podemos decir que Ella fue la primera devota de San José).

En la intimidad de la casa de Nazaret aquella que es –en el decir de San Luis María– “reflejo de la luz eterna, espejo nítido de la majestad de Dios e imagen de su bondad”[14], con gran afecto estaba siempre dispuesta a servirle con toda la deferencia y la delicadeza de una esposa, a atender sus necesidades cualesquiera fuesen, a oírle con atención, a respetarlo en su rol de cabeza de la familia, a seguirlo en sus indicaciones. Siendo Ella la Madre de Dios, jamás se le ocurrió un proyecto distinto del de su esposo, o ir por otro camino, o como diríamos hoy en día ‘tener una agenda distinta”. Simplemente porque la Virgen reconocía en su esposo a “aquel de quien el Padre celestial quiso hacer, en la tierra, el hombre de su confianza”[15], su protector y el “gobernador de la Sabiduría Encarnada”[16]. Ambos se sabían unidos, aunque en roles distintos, al mismo y único plan de redención.

Por eso dice un autor que la Santísima Esposa de San José, con su inefable dulzura, era la que inflamaba el corazón de su castísimo esposo con santo ardor, la que iluminaba su mente y le daba fuerza a su brazo. Por su parte, San José sabía también que podía ir siempre a Ella en busca de alivio para su alma, en busca de ayuda genuina y entusiasta para su labor y sus luchas, de refrigerio en su peregrinar, de fortaleza y valentía en la adversidad y de alguien con quien compartir su alegría por sus logros. Todo con gran confianza, sabiéndose miembros de una misma familia con un proyecto en común.

Cómo no ver en el ejemplo de la Santísima Virgen y de San José los grandes modelos a imitar en el trabajo mancomunado de nuestros Institutos como partes de “una misma Familia con idéntico fin específico”[17] que no es otro sino “amar y servir, y hacer amar y hacer servir a Jesucristo”[18] precisamente como lo hicieron ellos. Porque nuestra unión, queridas hermanas, no se reduce a las Constituciones y a los Directorios: tenemos un plan en común, una misión encomendada por Dios a ambos Institutos como miembros de una única Familia Religiosa dentro de su Iglesia. Por tanto se sigue que nuestra unión debe ser completa, constante e inalterable si en verdad queremos ser fieles y prestarle efectivamente algún servicio; sabiéndonos inmolar de un modo real cada día[19] por alcanzar el ideal de nuestra Familia Religiosa que no es otro sino que Él reine[20]. Y esto me lleva al segundo atributo de San José.

2. Custodio del Verbo Encarnado

 “El Verbo Encarnado, durante 30 años permaneció oculto: se ocultó a la sombra de José”[21].

En verdad San José consagró su vida a cuidar con profundo afecto de padre al Hijo de Dios nacido de María.  Y a cuidarlo en todo sentido: educación, comida, vestido, en su piedad, ensenándole un oficio, formándolo en las virtudes. Mas también San José fue su custodio, su defensor más férreo y por eso no temió dejar atrás todo lo conocido y peregrinar a un país desconocido por protegerle. Por esa razón San Bernardino de Siena llega a llamar a San José “salvador de nuestro Salvador”, “maestro de la Sabiduría Encarnada”[22] .

En otras palabras, lo que quiero decir es que San José supo poner el ejercicio de su paternidad al servicio y custodia de la persona y de la misión del Verbo Encarnado.

Y acaso ¿no se nos llama a nosotros a hacer lo mismo cuando se nos invita como misioneros a acuñar ese amor de padre y de madre que se dedica sin reservas y sin mirar atrás al servicio de Jesucristo[23]?

Podemos pensar, incluso, que San José estará muy complacido porque en este día queremos pedir al Señor para todas las Servidoras y, a decir verdad, para todo miembro de nuestra Familia Religiosa, la gracia de esa sabiduría maternal que infunde ese afecto del todo previsor para adelantarse en satisfacer las necesidades no dichas de los suyos (y cuando digo suyos me refiero también a los sacerdotes del IVE); que lleva la caridad hasta el detalle; que hace de su servicio oculto y silencioso a los suyos un sacrificio luminoso y alegre; que defiende a los suyos hasta con la mirada; que sabe ahorrarles la pena y el trabajo poniéndose a disposición de ellos; que recibe con corazón fuerte las preocupaciones y enojos que nublan sus rostros; que no lleva jamás un recuento de las cosas que hizo por los que ama porque la dicha de toda Servidora debe estar en darse “sin medida, hasta el extremo, hasta no poder más, hasta el fin”[24].

Porque nada tiene que ver con el ejemplo de San José ni mucho menos con el espíritu de nuestra Familia religiosa el buscar protagonismo, el creernos autosuficientes, el multiplicar exigencias, la falta de docilidad, el pretender que los ataques a nuestros Institutos a uno no le afectan, el no interesarse genuina y efectivamente por las necesidades de cada Instituto, es decir, de nuestra única Familia Religiosa.

Tengan siempre presente que cada una de Ustedes, como San José, está llamada a “vivir para el Verbo Encarnado y a dejarse guiar por Él”[25]. Por lo tanto, dice el derecho propio, “han de ser celosas del honor y gloria del Verbo”[26]. Ese es el humilde y maduro modo de servir de las Servidoras, así es como “participan” en la economía de la salvación, precisamente como lo hizo el padre adoptivo de Jesús.

3. Servidor del Verbo Encarnado

Por último, el tercer atributo con que la Iglesia honra a San José es el haber sido el siervo fiel y prudente del mismísimo Hijo de Dios.

En efecto, San José poseía una “disponibilidad absoluta para servir fielmente a la voluntad salvífica de Dios”[27] y en toda verdad “se entregó por entero a servir al Verbo Encarnado”[28] con fidelidad heroica a los compromisos asumidos delante de Dios.

En unos pocos minutos hemos de decir la Oración sobre las ofrendas que pide precisamente que se nos conceda el mismo amor y pureza de corazón que tuvo San José para servir a Jesús. Y qué oración mas apropiada para pronunciar aquí con todo fervor junto a Ustedes que tienen el honorífico nombre de “Servidoras del Señor”.

Si una verdadera Servidora debe amar y darse hasta el heroísmo de la entrega sin reservas[29] entonces lo propio de las Servidoras es el dar todo de sí y la misma vida con ello para mayor gloria y servicio del Verbo Encarnado y, según el orden de la caridad, a los de la Familia Religiosa en primer lugar. Lo cual requiere de parte de Ustedes “no una entrega a medias; no una entrega en algunos lugares o en algunas cosas solamente; no una entrega en algunos momentos; sino una entrega total y plena, en cualquier parte y tiempo que sea”[30], así como lo hizo José de Nazaret.

Siendo entonces, “la oblación de sí”[31] la característica que más debe sobresalir en las Servidoras, ¡cómo debe resonar en ustedes la exhortación que han recibido desde los orígenes!: “¡Nada de tanto egoísmo, de tanta mezquindad, de tanto cálculo! ¡Hay que ir a la entrega total!”[32]. En ese espíritu deben vivir y deben ser formadas las muchas vocaciones que por intercesión del glorioso Patriarca confiamos han de venir a formar parte del Instituto de las Servidoras del Señor y de la Virgen de Matará.

Sin embargo, cuántas veces nosotros mismos obstaculizamos este amor perfecto al Verbo Encarnado temerosos de que teniéndole a Él nos quedemos sin nada más. Dudamos de aventurarnos y arriesgarlo todo por Dios, tememos perder algo si seguimos su plan ¡sin darnos cuenta de que con Él tenemos todo! No es ese el ejemplo del esposo de María.

El darse por entero y por amor a la Familia jamás será en detrimento ni de uno mismo ni del propio Instituto. ¡Al contrario! Aumentará en nosotros el olvido de sí, el espíritu de fe, el desapego al propio juicio y a los planes propios, incluso el desapego a los propios bienes puestos ahora al servicio del proyecto común; lo cual ha de redundar en fidelidad a la intención del Fundador, en alegría y profunda paz, porque entonces estaremos haciendo lo que Dios nos pide, y del modo que Él nos lo pide. Todo lo cual contribuirá a la plenitud y fecundidad de nuestra vida religiosa y estimo será la mayor contribución que podremos hacer a la causa de la evangelización de la cultura.

Y en este punto quiero aprovechar para agradecerles a todas las Hermanas que a lo largo y ancho de este mundo silenciosamente, sencillamente, nos brindan incontables servicios. Lo cual, déjenme decirles, en muchos casos representa un apoyo insustituible para muchos de nosotros, los sacerdotes.

Como San José y como la Primera Servidora, lleven siempre bien en alto el magnífico título de Servidoras. Siendo conscientes de que ser Servidora implica el vivir en el más y en el por encima[33]. No tengan miedo cuando el amor se vuelve exigente. No tengan miedo cuando el amor pide sacrificios. No tengan miedo de la cruz de Cristo. Porque la cruz es la fuente de toda alegría y paz[34] y la única manera de llegar al “altísimo abrazo”[35] de la unión con Dios que se da, como dice San Juan de la Cruz, “a los ya ejercitados y probados en el servicio del Esposo”[36].  

Llévense este pensamiento hoy a sus casas: Toda la riqueza de una Servidora consiste en darse al Verbo[37] y ese es y debe ser siempre vuestro “estilo particular de santificación y de apostolado”[38].

[Peroratio] Entonces, por intercesión de San José hoy las invito a que pidamos al Señor para todo el Instituto de las Servidoras del Señor y de la Virgen de Matará, además de las gracias que ya he mencionado, estas tres gracias:

1) la gracia de destacarse en “el servicio humilde y la entrega generosa, es decir, en la donación gratuita de sí mismas mediante un amor hasta el extremo”[39] en favor de los ideales de la Familia Religiosa.

2) La protección paternal y providente del Padre nutricio del Verbo Encarnado para todas las Hermanas en todas sus misiones.

3) La gracia de muchas vocaciones –activas y contemplativas– que a imitación de la Primera Servidora y de San José quieran vivir y morir en el servicio alegre y solícito al Verbo Encarnado.

Pedimos que nos las alcance Jesús por intermedio del glorioso Patriarca San José y de su Santísima Esposa y Madre nuestra, la Virgen del Luján.

[1] Cf. Redemptoris Custos, 1.

[2] Mt 1, 16.

[3] Lc 1, 27.

[4] Mt 1, 20-21.

[5] Cf. Redemptoris Custos, 19.

[6] Mt 1, 24.

[7] SSVM Directorio de Espiritualidad, 73.

[8] Ibidem.

[9] Cf. Redemptoris Custos, 18.

[10] Mt 1, 19.

[11] Cántico Espiritual B, Canción 29, 10.

[12] Cf. Cántico Espiritual B, Canción 29, 11.

[13] SSVM Constituciones, 89.

[14] Amor a la Sabiduría Eterna, Cap. 2, 16.

[15] San Juan Pablo II, Audiencia General, (19/03/1980).

[16] San Bernardino de Siena, Letanías a San José; citadas en Fr. Patrignani, A Manual of Practical Devotion to Saint Joseph. (Traducido del inglés).

[17] SSVM Directorio de Vida Consagrada, 367.

[18] SSVM Constituciones, 7.

[19] Cf. SSVM Directorio de Vida Consagrada, 274.

[20] SSVM Directorio de Espiritualidad, 225; op. cit.  1 Cor 15,25.

[21] San Juan Pablo II, Audiencia General (19/03/1980).

[22] San Bernardino de Siena, Letanías a San José; citadas en Fr. Patrignani, A Manual of Practical Devotion to Saint Joseph. [Traducido del inglés].

[23] SSVM Directorio de Misiones Ad Gentes, 141-142.

[24] P. Buela, Servidoras I, Parte I, Cap. 2.4.

[25] SSVM Directorio de Espiritualidad, 53.

[26] Ibidem.

[27] Redemptoris Custos, 30.

[28] Redemptoris Custos, 31.

[29] Cf. SSVM Constituciones, 182.

[30] P. C. Buela, Sacerdotes para siempre, Parte I, Cap.5.4

[31] Servidoras I, Parte II, Cap. 3.8.2.a; citando a San Juan Pablo II, La vida consagrada feminina.

[32] Servidoras II, Parte V, Cap. 2

[33] SSVM Directorio de Vida Consagrada, 465.

[34] San Juan Pablo II, Discurso a los jóvenes en Auckland, (22/11/1986).

[35] Cántico Espiritual B, Canción 22, 4.

[36] San Juan de la Cruz, Cántico Espiritual B, Canción 25, 11.

[37] SSVM Directorio de Espiritualidad, 52.

[38] SSVM Directorio de Vida Consagrada, 2; op. cit. Vita Consecrata, 48.

[39] Cf. SSVM Directorio de Vida Consagrada, 229.

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