La alegría y la eutrapelia según el espíritu del IVE

Contenido

1. En nuestra espiritualidad

Es notable como en nuestras Constituciones se habla de la virtud de la eutrapelia, lo cual pone de manifiesto que la práctica de esta virtud no es accidental a nosotros. El P. Buela usa palabras muy fuertes, cuando se refiere a la participación en los momentos de descanso del alma: “el reposo del alma es la delectación, por lo que esta debe ser el remedio contra el cansancio del alma, que interrumpa la tensión del espíritu. De aquí que sea necesario procurar este reposo al alma, mediante los juegos y las fiestas, cuya moderación pertenece a la virtud de la eutrapelia, practicada en los momentos de recreación”[1].

Pero no solo viene recomendada en esta manera, sino que aún mucho más, en el número 214 del Directorio de Espiritualidad se lee:  “Quien no practique la virtud de la eutrapelia con agrado, difícilmente perseverara” e incluso nos advierte “hay que precaverse mucho de aquellos que bajo capa de virtud no quieren practicar la virtud de la eutrapelia; generalmente son llevados de su egoísmo, faltan a la caridad con el prójimo y son de juicio duro. Lo peor es que van contra la verdad del hombre, que por ser inteligente, tiene que saber ser lúdico”.

Cuando se habla de la vida comunitaria, en la parte de la disciplina, el primer punto que se trata es el de la recreación: “En este orden merece una mención especial el tiempo dedicado a la recreación o eutrapelia… Sobre todo en las comunidades más chicas no debería excusarse a nadie de su participación”, y dice “generalmente si uno de nuestros miembros no participa cordialmente de la recreación, luego de corregirlo, si no cambia, caritativamente dígasele que no tiene espíritu para nuestro Instituto y sepáreselo”[2].

2. La alegría en la vida cristiana

La alegría es esencial en la vida cristiana, ya que es un fruto necesario de la virtud de la caridad, o sea del amor a Dios y al prójimo vivido en plenitud. A medida que crezca la caridad, crecerá necesariamente la alegría. Por el contrario, las faltas contra la alegría son a su vez faltas contra la virtud de la caridad.

Se puede decir que si uno vive bien la vida cristiana, tiene que necesariamente vivir la paz y la alegría que brotan del misterio pascual de Jesucristo. “La alegría, que es el secreto gigantesco del cristiano, es espiritual y sobrenatural y nace de considerar el misterio del Verbo Encarnado: Alégrate, regocíjate le dijo el ángel Gabriel a María; Ella dirá más tarde Exulta de júbilo mi espíritu (Lc 1,47) habiendo  instantes antes testificado a Isabel exultó de gozo el niño en mi seno (Lc 1,44); y luego el ángel a los pastores: Os anuncio una gran alegría, que es para todo el pueblo (Lc 2,10) y nace de constatar el misterio de la resurrección del Señor: llenasde gran gozo (Mt 28,8); como los discípulos de Emaús: no creían aún en fuerza del gozo y la admiración (Lc 24,41), se volvieron… con grande gozo (Lc 24,52); los discípulos se alegraron viendo al Señor (Jn 20,20). Por eso insiste San Pablo: Alegraos, os vuelvo a repetir, alegraos (Flp 4,4)”[3]. 

Y este es el fundamento de nuestra alegría, la alegría supone un fundamento, algo de qué alegrarse, en nuestras Constituciones el P. Buela cita una frase de Pieper traída del libro Una teoría de la fiesta que dice que alegrarse es “la respuesta de un amante a quien ha caído en suerte aquello que ama”[4]. Alguien se alegra porque posee el bien que le es conveniente, o realmente o en esperanza. Y este es el caso nuestro, que por poseer a Jesucristo y por seguirlo en la manera más perfecta que un hombre lo puede seguir en esta tierra “nos ha caído en suerte aquello que amamos”. La pérdida de este bien es justamente la tristeza.

Por eso, desde la Encarnación del Verbo hasta el cumplimiento del misterio pascual, el evangelio es

el gran motivo de alegría y de fiesta para todos los cristianos. Después del triunfo de Cristo el domingo de

pascua, no hay lugar para la tristeza, ni para el pesimismo. Porque bien sabemos que no solo Él ha vencido, sino que nos ha hecho participes de su victoria. Por esto decia un autor espiritual: “todas nuestras dificultades, todas nuestras tribulaciones, todos nuestras desolaciones y dramas espirituales, caducan ante

esta proclamación: Resucitó Cristo mi esperanza”.

Por eso debemos estar siempre alegres, en todo: en las virtudes, en los padecimientos, en nosotros y

en los demás, en nuestra comunidad y en la Iglesia.

3. Tentaciones contra la alegría

Por eso tenemos que cuidarnos mucho de que el diablo no nos saque de este estado natural del cristianismo: el reino de Dios es alegría, amor y paz en el espíritu, dice la carta a los Romanos. Y por lo tanto, si perdemos esta alegría, amor y paz, perdemos algo esencial en la vida cristiana y con mucho mayor razón en la vida religiosa. Además es un talón de Aquiles en el alma que quiere progresar, si el diablo no nos deja en paz, si vivimos tristes y apesadumbrados, bien sabemos que no podemos trabajar así en nuestra vida espiritual.

– Por eso debemos alejarnos de toda tristeza o melancolía como de la peste: “Por eso el cristiano ha de alegrarse siempre y en todo: el Reino de Dios… es alegría en el Espíritu Santo (Rm 14,17); que el Dios de la esperanza os llene de cumplida alegría (Rm 15,13); llegando con alegría a vosotros (Rm 15,32); alegraos (2 Co 13,11); alegraos en el Señor (Flp 3,1); estad siempre alegres (1 Ts 5,16)”[5].

Cuidado entonces, cuando hay tristeza en el alma, hay que preguntarse porque y racionalmente buscar el remedio. Don Bosco cuando veía en el oratorio un chico triste, inmediatamente lo llamaba, y le preguntaba: “¿qué te pasa?”. No se concibe un cristianismo triste. Si le hacemos el juego a la tristeza el único que gana es el diablo.

– Hay que saber llevar adelante las desolaciones: que pueden y que tienen que venir al alma Y no

angustiarse por eso. Buscamos al Dios de los consuelos y no a los consolaciones de Dios. Mas aun al

alma que quiere progresar en la vida espiritual, poco le interesa si está en consolación o desolación, lo

importante es seguir adelante. Quindi, saber actuar correctamente en estos momentos: La quinta regla de San Ignacio: “En tiempo de desolación nunca hacer mudanza, más estar fume y constante en los propósitos y determinación en que estaba el día antecedente a la tal desolación, o en la determinación en que estaba en la antecedente consolación. Porque así como en la consolación nos guía y aconseja más el buen espíritu, así en la desolación el malo, con cuyos consejos no podemos tomar camino para acertar”.

No hacer como tantos… En tiempos así no se puede decidir…

– Que nuestras tribulaciones no sean causa de desolación, ni nuestros pecados, ni nuestras fallas, ni nuestros fracasos: “Ha de alegrarse también en los padecimientos: rebozo de alegría en todas nuestras tribulaciones (2 Co 7,4); como tristes aunque siempre alegres (2 Co 6,10); me alegro de mis padecimientos (Col 1,24)”[6]. Por eso aun cuando falle algo, actuar racionalmente, corregir si hay algún error de nuestra parte y seguir adelante. Y al contrario cuanto más sean, tratar de estar más contento, como San Juan

Bosco.

– Tampoco debemos perder la alegría con los bienes de los demás. Esto es tentación típica del diablo, contra la que positivamente hay que luchar, y esforzarse en considerar a los demás como superiores nuestros y admirar a Dios que le ha dado tales dones: “Debe alegrarse también en la comunidad de seguidores del Resu­citado: me alegro en vosotros (Rm 16,19); mi alegría es también la vuestra (2 Co 2,3); queremos contribuir a vuestra alegría por vuestra firmeza en la fe (2 Co 1,24); siempre, en todas mis oraciones, pido con alegría por voso­tros (Flp 1,4); Hermanos… mi alegría y mi corona (Flp 4,1); vosotros sois nuestra gloria y nuestra alegría (1 Ts 2,20)”[7].

– Tenemos que tener mucho cuidado para que las cruces no sean motivo de quitarnos la alegría. Al contrario, considerarnos felices como los apóstoles de ser dignos de padecer algo por Jesucristo. Cualquier cruz, por pesada que sea no debe quitarnos un gramo de nuestra alegría sino que al contrario nos debe llenar de gozo. La que fuere y por fuerte que fuere, abrazarla y besarla como un don preferencial de Dios y alegrarnos en esto. Es una tentación contra la que hay que hacer agere contra positivamente. La cruz no puede quitarnos la alegría espiritual. “Los que gustan de la cruz de Cristo nuestro Señor descansan viviendo en estos trabajos y mueren cuando de ellos huyen o se  hallan fuera de ellos”, decía San Francisco Javier.

No porque nos retaron, hay que pensar que todo se viene abajo. ¡No! Corregir y seguir adelante. No porque nos humillaron hay que bajar los brazos sino al contrario, aprovechar la gracia para crecer. quien da −dice San Pablo a los corintios− que lo haga con alegría”. Es la única característica que se coloca. Por eso debemos alegramos en todos nuestros esfuerzos espirituales: “Ha de alegrarse en las virtudes: quien practica la misericordia, hágalo con alegría (Rm 12,8); alegres en la esperanza (Rm 12,12); fortale­cidos en toda virtud según la fuerza de su gloria, en toda paciencia y longa­nimidad, con alegría (Col 1,11)”[8].

4. Remedios esenciales

Por todo esto cuanto tengamos la tentación de la tristeza, o de no querer hacer algo como se debe, es necesario buscar un remedio urgente, bien sabemos que así no podemos seguir y que, por tanto, retrocedemos en la vida espiritual.

Se sugieren entonces, tres remedios:

– Ser racionales, no sentimentales, ni melancólicos. Actuar con la fuerza de la razón, buscando donde está el error. Por principio no tenemos motivos para estar tristes y quindi es una tentación del diablo. Por tanto, racionalmente buscar el remedio adecuado. Si nos han humillado, aceptar con humildad. Si hemos ofendido a alguien, pedir perdón. Si las cruces nos abruman, abrazarnos con amor a la cruz de Cristo. Si es una tentación, rechazarla con toda energía y sin titubeos.

Recordamos que tres son las causas de la desolación: 1. es por ser tibios, perezosos o negligentes en nuestros ejercicios espirituales, y así por nuestras faltas se aleja la consolación espiritual de nosotros; 2. por probamos, para ver cómo somos, y en cuánto nos alargamos en su servicio y alabanza, sin tanto estipendio de consolaciones y crecidas gracias; 3. para damos verdadera noticia de nuestro conocimiento para que internamente sintamos que no es de nosotros traer o tener tal devoción crecida.

– El agere contra, cuando no hay causa: la sexta regla de San Ignacio: “Dado que en la desolación no debemos mudar los primeros propósitos, mucho aprovecha el intenso mudarse contra la misma desolación, así como es en instar más en la oración, meditación, en mucho examinar y en alargamos en algún modo conveniente de hacer penitencia” y la séptima: “el que está en desolación considere cómo el Señor le ha dejado en prueba, en sus potencias naturales, para que resista a las varias agitaciones y tentaciones del enemigo; pues puede con el auxilio divino, el cual siempre le queda, aunque claramente no lo sienta. porque el Señor le ha abstraído su mucho hervor, crecido amor y gracia intensa, quedándole. sin embargo, gracia suficiente para la salud eterna”.

– La práctica afectiva y efectiva de la virtud de la caridad: Decía San Juan Crisóstomo: “Donde se alegra la caridad allí hay festividad”[9]. Dicen nuestras Constituciones que “la alegría, es un fruto del Espíritu Santo y efecto de la caridad, hay que tratar por todos los medios que ‘nadie sea disturbado o entristecido en la casa de Dios’[10][11].  Y agrega: “Para ello es totalmente imprescindible vivir la caridad fraterna:

‘Esto es:

  • tengan por más dignos a los demás (Rm 12,10);
  • soporten con paciencia sin límites sus debilidades, tanto corporales como espirituales;
  • pongan todo su empeño en obedecerse los unos a los otros;
  • procuren todos el bien de los demás, antes que el suyo propio;
  • pongan en práctica un sincero amor fraterno;
  • vivan siempre en el temor y amor de Dios;
  • amen a su Abad [Superior] con una caridad sincera y humilde;
  • no antepongan nada absolutamente a Cristo, el cual nos lleve a todos juntos a la vida eterna’[12][13].

Que la Virgen nos conceda la gracia de vivir y conservar la alegría que ella vivió.

[1] Directorio de Espiritualidad, 213.

[2] Constituciones, 147.

[3] Directorio de Espiritualidad, 204.

[4] Directorio de Espiritualidad, 212.

[5] Directorio de Espiritualidad, 205.

[6] Directorio de Espiritualidad, 207.

[7] Directorio de Espiritualidad, 208.

[8] Directorio de Espiritualidad, 206.

[9] Cit. de San Juan Crisóstomo, en Josef Pieper, Una teoría de la fiesta, Madrid 1974, 33.

[10] San Benito, Santa Regla, XXXI, 19.

[11] Cf. 95.

[12] San Benito, Santa Regla, LXXII, 1-12.

[13] Constituciones, 95.

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