La gracia más grande

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“Si consideramos seriamente el momento en el que vivimos, tenemos que admitir que la situación para nosotros los cristianos en Alemania es mucho más incómoda y confusa de lo que fue para los primeros cristianos durante las persecuciones más sangrientas. Mucha gente quizás pensará, ‘¿Por qué Dios nos hace vivir en un tiempo como este?’ No podemos culpar a Dios por esto, ni echarle la culpa a otras personas […] [Sin embargo] no debemos considerar el sufrimiento de este mundo como lo peor que nos puede pasar: incluso los grandes santos tuvieron que sufrir cosas terribles, hasta que Dios los llevó a sus mansiones celestiales; el Señor tampoco privó a sus Apóstoles de grandes sufrimientos, y a pesar de ello hicieron una gran obra por Cristo y la mayoría de ellos murieron mártires. Y, quizás, a nosotros –a pesar de nuestra vida pecaminosa– nos gustaría tener una vida libre de dolor y lucha y una muerte en paz, para luego disfrutar de la bienaventuranza eterna como recompensa. Cristo mismo, el más Inmaculado, sufrió más terriblemente que todos los demás hombres y nos compró el cielo por Su sufrimiento y Su muerte, ¿y no estamos dispuestos a sufrir por Él?”[1].

Estas palabras que acabamos de citar las escribió el Beato mártir Franz Jägerstätter –laico, esposo y padre de familia– quien a los 36 años, habiendo perseverado firme y valientemente en su decisión de no luchar para el ejército nazi en Alemania y después de padecer cárceles y grandísimo maltrato, interminables humillaciones y crueles vejaciones, por sus convicciones de fe murió decapitado y su cuerpo fue luego incinerado.

Antes de ser apresado por no querer hacer el juramento de lealtad a Hitler, obligatorio para todo recluta, muchos –entre familiares y amigos– le insistían para que no se resistiera, que pensara en su familia a lo cual él una y otra vez respondía: “Si debo escribir con mis manos encadenadas, hallaría eso mucho mejor que si mi voluntad estuviera encadenada. Ni la prisión, ni las cadenas, ni la sentencia de muerte pueden robarle a un hombre la fe y su libre albedrío. Dios le da a uno tanta fuerza que le es posible soportar cualquier sufrimiento… La gente se preocupa por las obligaciones de conciencia en lo que concierne a mi esposa e hijos. Pero no puedo creer que sólo por tener esposa e hijos, un hombre es libre de ofender a Dios… ¿Acaso no dijo Cristo que ‘quien ame más a su esposa, madre e hijos más que a mí, no es digno de mí’?”[2].

“Todos me dicen, por supuesto, que no debo hacer lo que estoy haciendo por el peligro de muerte. Yo creo que es mejor sacrificar inmediatamente la propia vida que ponerse en grave peligro de cometer pecado y después morir”[3].

A su esposa Franziska Schwanniger le escribió desde la cárcel: “No debes estar triste por mi situación actual… Mientras un hombre tenga la conciencia tranquila y sepa que no es en realidad un criminal, puede vivir en paz, aún en la prisión”[4].

La noche del 8 de agosto de 1943 abrieron la celda de Franz y le entregaron un papel diciéndole: “escribe tu última carta”. Él la dirigió a su esposa e hijas: “Me trajeron a la prisión de Brandeburgo junto a varios otros condenados a muerte… Nosotros no sabíamos todavía qué nos sucedería. Hasta el mediodía no me dijeron que mi sentencia había sido confirmada el 14 de julio y se cumplirá hoy (9 de agosto de 1943) a las 4:00 pm…. Querida esposa y madre, te agradezco una vez más de corazón todo lo que has hecho por mí en la vida, todos los sacrificios que has hecho por mí. Te ruego me perdones si te he herido u ofendido, como yo te perdono todo… Que Dios acepte mi sacrificio en reparación no sólo por mis pecados sino por los pecados de todos. No me será posible liberarte del dolor que ahora debes sufrir por mí. Qué difícil debe haber sido para nuestro querido Salvador saber que, por sus sufrimientos y muerte, le causaría gran sufrimiento a su Madre, y Ellos sufrieron todo eso por amor a nosotros pecadores.

[…] Le agradezco a Dios que tengo el privilegio de sufrir e incluso de morir por Él. Confío que, Dios en su infinita Misericordia, me ha perdonado todo y no me abandonará en mi última hora… Cumplid los mandamientos y, con la gracia de Dios, pronto nos volveremos a ver en el cielo. El corazón de Jesús, el corazón de María y mi corazón son uno en el tiempo y en la eternidad”[5].

El testimonio de este padre de familia sin duda resulta interpelante para todo cristiano, pero más aun para nosotros los miembros del Instituto que decimos querer “ser víctimas con la Víctima”[6] y “pedimos ser llevados por su Pasión y cruz a la gloria de la Resurrección”[7].

No obstante, nos puede suceder que cuando la cruz de la persecución se levanta en nuestro camino nos sacuda la turbación, nos desalentemos y en vez de rechazar con presteza todo aquello que supone no ya infidelidad, sino incluso ambigüedad en las opciones de fe o tibieza en el amor, retrocedamos o huyamos como los Apóstoles aquel primer Viernes Santo.  

Es bueno por esto reflexionar en aquello que consideramos “la gracia más grande que Dios puede conceder a nuestra minúscula Familia Religiosa y que es la persecución, en especial aquélla que llegue al martirio”[8], de tal manera que Dios no nos venga “a reprobar por no haber querido llevar la cruz de Cristo con paciencia”[9].

1. La gracia de la persecución

“‘Bienaventurado seas cuando todos los hombres hablen bien de ti, cuando seas popular y el centro de atención’; esa es la bienaventuranza según el mundo”[10], afirmaba el Ven. Fulton Sheen.

Sin embargo, el Verbo Encarnado enseñó algo muy distinto: Dichosos seréis cuando os insultaren, cuando os persiguieren, cuando dijeren mintiendo todo mal contra vosotros a causa mía. Gozaos y alegraos, porque vuestra recompensa es grande en los cielos, pues así persiguieron a los profetas que fueron antes de vosotros[11].

Esta Bienaventuranza es realmente la bienaventuranza de la bendición de ser perseguido, o la felicidad de padecer por Cristo hasta incluso el martirio.

Cuando nuestro Señor hablaba acerca del mundo, no se refería al mundo físico sino al espíritu del mundo que estaba firmemente posicionado contra Él y sus seguidores; a un mundo que un día mataría a sus siervos y pensaría estar ofreciendo un servicio a Dios, a un mundo que está compuesto hombres, organizaciones, sistemas, etc., que bajo el influjo de aquel que es “el príncipe de este mundo”[12] están organizados contra la Divinidad.

Por eso es interesante notar que el derecho propio pide esta gran gracia de la persecución inmediatamente después de decir que nuestro señorío respecto del mundo se vive de dos maneras: una, colaborando con el mundo de la creación por el trabajo y el mundo de la Redención por el apostolado; pero en segundo lugar, y esto es lo que queremos enfatizar, “rechazando el mundo, ya sea por lealtad al mundo mismo que debe ser tenido como medio y no como fin, ya sea por lealtad hacia Dios, resistiendo a las concupiscencias, tentaciones y pecados del mundo; siendo independientes frente a las máximas, burlas y persecuciones del mundo, sólo dependiendo de nuestra recta conciencia iluminada por la fe; dispuestos al martirio por lealtad a Dios, lo que constituye el rechazo pleno y total del mundo malo”[13].

“El espíritu del mundo –afirmaba Fulton Sheen– se opone a la prueba […]. Dios, por el contrario, está en favor de las pruebas. Incluso al comienzo, Adán y Eva no fueron confirmados en sus dones sino hasta pasar por la prueba de si preferían el fruto o el jardín del Edén. Los ángeles fueron probados […]. Los cuarenta años en el desierto son llamados en la Sagrada Escritura como tiempo de prueba. Nuestro Señor comenzó su vida pública pasando por la prueba con Satanás. En nuestro tiempo, la Iglesia en Alemania fue probada por el nazismo; la Iglesia en Rusia fue probada por el comunismo y la Iglesia en otras partes es probada por la mundanidad. Lo que hace a esta prueba tan dura es que se nos ofrece el ir hacia el secularismo sin volvernos seculares y el preocuparnos por las cosas de este mundo –eclesiásticas o no– sin volvernos mundanos. En los días de persecución [explícita y sangrienta] los bandos estaban bien identificados. La Iglesia esta ‘aquí’, los perseguidores están ‘allá’. Pero trazar esa línea fina de estar en la Iglesia ‘como signo de salvación en el mundo’ y no abandonar la Iglesia es una prueba real”[14].

“Si la Iglesia” o un Instituto clerical como el nuestro, “no es un elemento que perturba, un fermento en el mundo, un centro de tormenta para el pecado, una bola de fuego para sus comodidades, no es más el Cuerpo de Cristo. Cuanto más leal sea la Iglesia a la victimización de Cristo, más hostilidad en el mundo provocarán sus sacerdotes y su gente, y, por tanto, mayor será la tribulación”[15].

Por eso dirá Fulton Sheen en uno de sus libros “ser tolerado [o aceptado] a veces es un signo de debilidad; ser perseguido es un halago. Los mediocres sobreviven. La persona perseguida demuestra que su creencia es tomada en serio y la causa que defiende debe ser eliminada si el mal quiere ganar. Es cierto que los hombres malos son perseguidos, pero estos no entran en esta Bienaventuranza, porque como dijo San Pablo: Si yo entregara mi cuerpo a las llamas, pero no tengo en mi corazón amor a Dios y al prójimo, no me sirve de nada. Un mártir debe morir por la fe, no por sus bienes, ni por su buen nombre, ni por el bien del Partido. Los que se hacen a sí mismos mártires son numerosos, pero no tienen lugar en las filas de aquellos a quienes se les promete el Reino de los Cielos por llevar la cruz de Cristo sobre sus hombros”[16].

Nosotros, religiosos del Verbo Encarnado, hemos sido llamados a “estar en el mundo[17], ‘sin ser del mundo’[18]; a ir al mundo para convertirlo y no mimetizarnos con él[19].

Siempre el mundo y el príncipe de este mundo militarán en contra de los que con fervor buscan adherirse a Cristo. Por eso la persecución no debe maravillarnos, sino que debemos aceptarla como parte del programa. ¡Cristo no nos engañó! ¿Acaso no nos lo advirtió en el Evangelio? Os prenderán; os perseguirán, os entregarán a las sinagogas y a las cárceles, os llevarán ante reyes y gobernadores a causa de mi nombre… Seréis entregados aun por padres y hermanos, y parientes y amigos; y harán morir a algunos de entre vosotros, y seréis odiados de todos a causa de mi nombre[20]. Porque el discípulo no es mejor que su maestro, ni el siervo mejor que su amo… Si al dueño de casa llamaron Beelzebul, ¿cuánto más a los de su casa?[21]. Entonces se escandalizarán muchos, y mutuamente se traicionarán y se odiarán[22]. 

Pero ese mismo Cristo que con paternal cuidado nos advertía acerca de la tribulación, con el mismo amor también nos anima a la valentía en la lucha diciéndonos: No los temáis[23]. Porque ni un cabello de vuestra cabeza se perderá. Con vuestra perseverancia salvareis vuestras almas[24]. En verdad, en verdad os digo, vosotros vais a llorar, mientras que el mundo se va a regocijar. Estaréis contristados, pero vuestra tristeza se convertirá en gozo[25]. El que persevere hasta el fin, ese será salvo[26].

Por eso debemos darnos cuenta de que la misma persecución, cuando es injusta o con mentiras, de alguna manera es indicativa de que vamos bien: “Se los llevará de aquí para allá, se reirán de ellos y los tendrán por torpes, atrasados y, aun, débiles mentales […] [Sin embargo] ninguna sabiduría del mundo podrá jamás engañarlos. Cuando el mundo nos diga: ¡Mirad a los locos! se les tiran piedras y ellos besan la mano que las tira, se ríen y burlan de ellos y ellos ríen también, como niños que no comprenden; se les golpea, persigue y martiriza, pero ellos dan gracias a Dios que los encontró dignos. Cuando el mundo diga eso, es señal que vamos bien[27]. Al punto que diríamos que cuanto mayor sea nuestra configuración con Cristo, mayor será la ‘incomodidad’ que el mundo experimentará con nosotros y, por lo tanto, mayores serán las contrariedades y los ataques. Simplemente porque no es más el discípulo que su Maestro ni el siervo más que su amo[28].

Por eso la gracia de la persecución es la gracia más grande, y más aun si se trata del martirio, porque nos permite imitar más perfectamente a Cristo calumniado, sufriente, despreciado y condenado a muerte. Porque estamos convencidos de que después de esta tribulación momentánea y ligera nos espera un peso incalculable de gloria[29]. Y porque además se nos da la ocasión de completar en nuestra carne lo que falta a la pasión de Cristo en favor de su cuerpo que es la Iglesia[30].

El Beato y mártir que citábamos al principio y tantos otros que podríamos citar, con sus ejemplos nos dan testimonio de esa sabiduría de la cruz que los hizo dejar de lado todo, incluso su misma vida con tal de no anteponer nada ante Cristo[31]. Pues de eso se trata. ¿Acaso el Reino de Dios tiene tan poco valor que no se merece algún sacrificio, de modo que antepongamos cada pequeñez de este mundo a los tesoros eternos? Sepan todos que nuestra lucha es por el reino eterno.  

“Si no tuviese fe en la misericordia de Dios, de que Dios me vaya a perdonar todos mis pecados, apenas podría haber soportado la vida en confinamiento solitario con tanta calma. Más aun, aunque la gente me acuse de un crimen y sea condenado a la muerte como un criminal, me reconforta el saber que no todo lo que el mundo considera un crimen es un crimen a los ojos de Dios. Tengo la esperanza de que no debo temer al Juez eterno… Si una persona poseyese toda la sabiduría de este mundo y pudiese reclamar como suya la mitad de este mundo, aun así no podría y no podrá ser feliz como uno de esos que prácticamente no pueden reclamar nada como suyo en este mundo excepto su fe. Yo no cambiaría mi celda solitaria por el palacio real más magnificente. No importa cuán grandioso o cuán hermoso fuese, lo dejaría de lado, porque la palabra de Dios permanece para siempre…”, escribió el Beato Franz Jägerstätter[32].

Definitivamente la gracia de la persecución y especialmente la del martirio es la gracia más grande que Dios puede concedernos porque nos permite amar a Dios pura y libremente sin intereses, como Él nos ama, porque como enseña el Místico de Fontiveros “el amante no puede estar satisfecho si no siente que ama cuanto es amado”[33] y “hasta llegar a esto no está el alma contenta, ni en la otra vida lo estaría si no sintiese que ama a Dios tanto cuanto de Él es amada”[34]; ya que “sólo el amor es el que une y junta al alma con Dios”[35]. Porque en eso consiste la perfección, “en perfecto amor a Dios y desprecio de sí”[36]. Y lo que se dice aquí individualmente de un alma, bien se puede aplicar al Instituto como un solo cuerpo.

Por eso conviene y mucho educar a nuestros candidatos para que “entiendan con toda claridad… que su destino no es el mando ni los honores [tan preciados en este mundo], sino la entrega total al servicio de Dios y al ministerio pastoral. Con singular cuidado edúqueseles en la obediencia sacerdotal, en el tenor de vida pobre y en el espíritu de la propia abnegación, de suerte que se habitúen a renunciar con prontitud a las cosas que, aun siendo lícitas, no convienen, y a asemejarse a Cristo crucificado”[37]. Es decir, religiosos, sacerdotes, con espíritu de príncipe[38], que “son los que saben en cada instante las cosas por las cuales se debe morir”[39], y que caminan tras las huellas del Buen Pastor que da su vida por las ovejas[40]. Hoy más que nunca se necesitan religiosos, sacerdotes, contemplativos del Verbo Encarnado con disposición martirial.

No se espera menos de nosotros: “hay que estar dispuesto hasta el martirio, si fuere necesario, sabiendo mantener una firmeza inquebrantable para ser fiel a Dios”[41]. Y en esa actitud hay que vivir permanentemente, sin disminuciones ni retractaciones, sin reservas ni condiciones, sin subterfugios ni dilaciones, sin repliegues ni lentitudes[42].

2. Consejos para tiempos de persecución 

No obstante, es una realidad de nuestra naturaleza caída que frente a la persecución e incluso frente al martirio, a uno le disminuyan las fuerzas y busque la opción de algo menos incómodo, trate de negociar algo más fácil, o menos doloroso o simplemente quiera salir huyendo. Por eso conviene prepararse.

Y aunque quizás individualmente hablando nos quede grande el título de “persecución”, no hay que pensar que eso es algo lejano, ni mucho menos ajeno a nosotros, pues bien puede suceder que un día Dios nos dé la gracia del martirio. ¿Por qué? Porque Dios hace lo que quiere, Dios es el que elige, y elige y destina sus grandes gracias a quien quiere, donde Él quiere, cuando Él quiere y como Él quiere, porque es Dios. Por consiguiente y a pesar del pecado original y de los pecados personales, por la misericordia del Padre celestial, el mismo que nos entregó a su Hijo y nos hizo sus hijos, podemos llegar a ser herederos de su gloria y de su reino por el martirio.

Ahora bien, los mártires de todos los tiempos –salvo excepciones– no se hicieron mártires de un día para el otro, sino que el martirio (además de ser ciertamente una gracia de Dios) vino a ser como la consecuencia natural del espíritu de renuncia en el que vivieron y la coronación de aquel amor inmenso que acuñaron por Cristo a lo largo de toda su vida. En el caso de la persecución, si bien es cierto que en algunos casos fue sangrienta, en la inmensa mayoría de los cristianos cabales –muchos de ellos hoy miembros de la Iglesia triunfante de Cristo– fue parte de la vida cotidiana y de su camino de santificación, pues padecieron difamaciones, procesos infames, condenas injustas, abandonos lacerantes, maledicencias… y la lista podría seguir interminablemente.

Sólo por ilustrar mencionamos aquí algunos ejemplos[43]:

 

En el siglo III: San Atanasio fue tenido por hechicero.

En el siglo IV: San Basilio fue falsamente acusado de hereje al Papa San Dámaso. San Juan Crisóstomo fue acusado de deshonesto calumniosamente.

En el siglo V: San Cirilo de Alejandría fue condenado por hereje por un conciliábulo de cuarenta obispos y al mismo tiempo privado del obispado.

En el siglo X: San Romualdo, que tenía por entonces más de 100 años, fue acusado de un delito enorme que no faltaba quien dijese que merecía ser quemado vivo, siendo él del todo inocente.

En el siglo XVI: sufre la persecución San Juan de Ávila, quien predicaba con gran celo y fruto para las almas, pero algunos impenitentes y frenéticos enfermos contra su buen médico le acusaron al tribunal de la Inquisición de Sevilla. Asimismo a San Juan de la Cruz, entre otras muchas falsas acusaciones, y persecuciones que sufrió en su vida, le tocó padecer aquella por la cual decían que había besado a una monja[44] lo cual era absolutamente falso.

En el siglo XVII se levantaron calumnias contra San Francisco de Sales acusándolo de tener relaciones ilícitas con una señora.

Es decir, la cruz de la persecución no hace distinciones entre obispos, religiosos, fundadores, monjes, misioneros o simples cristianos. Muy interesante, consolador y fructuoso también es constatar cómo, en tantos casos, las dificultades provinieron de quienes no se hubiese esperado, como ser por ejemplo las autoridades religiosas y eclesiásticas de las distintas épocas. Fue así en tiempos de Nuestro Señor, así a lo largo de los tiempos (incluso el Beato Jägerstätter sufrió la incomprensión de los prelados) y también lo es en nuestros días; es el misterio de la “persecución de los buenos” que merece una asimilación profunda.

Por tanto, análogamente al modo en que un atleta se prepara y se pone bajo la dirección de un entrenador para tener cada vez un mejor rendimiento y ganar su carrera, nosotros debemos ser bien conscientes de estas gracias y saber prepararnos, ejercitarnos, “acomodar la mente” y, en fin, pelear el buen combate[45] hasta terminar la carrera para entonces poder decir con San Pablo: he guardado la fe[46].

Entiendan todos que en esto el no luchar ya es haber perdido. “Por eso, así como un hombre que sólo piensa en este mundo hace todo lo posible por hacer su vida aquí más fácil y mejor, nosotros que creemos en el Reino de los Cielos, debemos arriesgarlo todo en orden a recibir allá nuestro premio”[47] decía el Beato Franz. ¡Feliz el servidor aquel, a quien su señor al venir hallare obrando así![48].

 Entonces, así como los primeros cristianos que se preparaban para el martirio se animaban unos a otros antes del momento de la muerte o de enfrentar los grandes tribunales con todo su poderío, nos ha parecido que puede ser de mucho fruto para todos los miembros del Instituto llamados a tener “el alma dispuesta a recibir la muerte, si fuese preciso, por el bien del Instituto al servicio de Jesucristo”[49] traer aquí ciertos consejos, máximas y ‘recetas’ de los santos quienes con fe heroica soportaron con paciencia incólume toda clase de vejaciones y hasta la misma muerte por amor al Verbo Encarnado.

 Querer que nos cueste algo este Cristo

 Lo primero es lo primero, por eso recomendaba San Juan de la Cruz a las carmelitas: el “tomar muy de nuevo el camino de perfección en toda humildad y desasimiento de dentro y de fuera, no con ánimo aniñado, más con voluntad robusta; sigan la mortificación y penitencia, queriendo que les cueste algo este Cristo, y no siendo como los que buscan su acomodamiento y consuelo, o en Dios o fuera de él; sino el padecer en Dios, y fuera de él por él en silencio y esperanza y amorosa memoria”[50]. Y “cuando se le ofreciere algún sinsabor y disgusto, acuérdese de Cristo crucificado, y calle”[51].

El Místico Doctor además utiliza en sus obras el ejemplo de Job como la mejor figura típica de la purificación pasiva y la experiencia dramática por la que atraviesa el alma en la noche. Job conoce la acción catártica en todo su ser: desde la prueba física –desnudez, abandono de amigos, pérdida de los bienes– hasta el grito desgarrador del alma afligida y humillada que “ruge y brama”[52] como suele suceder a las almas afligidas por la persecución. Con ello intenta el Santo explicar que para llegar a la comunicación plena de Dios hay que llegar a través de una catarsis total. La persecución –cualquiera sea y venga de quien venga– es, sin duda, una de esas ocasiones que Dios nos presenta para zambullirnos en su obra purificadora.

¿Cómo hemos de actuar ante una prueba así? “Ante todo, aceptación incondicional de la prueba divina que purifica mediante ‘el conocimiento de sí y de la propia miseria’[53], para tratar a Dios con más ‘comedimiento y cortesía’[54]. Dios no descubrió a Job sus grandezas ‘en el tiempo de la prosperidad’, ni en los ‘deleites y glorias que él mismo refiere’[55], sino cuando le probó, teniéndole ‘desnudo en el muladar, desamparado, y aun perseguido de sus amigos, lleno de angustia y amargura, y sembrado de gusanos el suelo’. Entonces, asegura San Juan de la Cruz, se dignó el Señor ‘hablar allí cara a cara con él’[56]. La disposición de acogida de Job fue como la de Abraham, la de Moisés, la de David y de otras figuras del Antiguo Testamento. Testimonio de fe inquebrantable, no fatalismo al azar”[57].  

“Consciente de la prueba divina y condescendiente a su acción purificadora, Job la experimenta en toda su crudeza y en toda su radicalidad. Es consciente de que los caminos de Dios son misteriosos: lleva al bien y a la dicha por sendas dolorosas y nubes oscuras. Es lo que, según San Juan de la Cruz, reconoce el ‘profeta’[58]. Ante la sumisión y valiente disposición de Job, Dios comienza la prueba con refinamiento exquisito”[59].

En definitiva, debemos tener bien arraigado en la mente que los tiempos de prueba son preludio de gran dicha. Ya que muchas veces, en la noche purificadora –sea por la persecución, sea por cualquier otra vejación que Dios permita que atraviese nuestra alma– uno llega al límite de la esperanza, como le pasó a Job y a tantos santos. “La gran incertidumbre que [el alma] tiene de su remedio”, le hace creer que “no ha de acabarse su mal”[60]. “Hácesele a esta alma todo angosto… es un esperar y padecer sin consuelo de cierta esperanza de alguna luz y bien espiritual”[61]. La tentación al desaliento es muy común. Pero como bien hace notar el Maestro de la fe, Dios “le hizo merced de enviarle aquellos grandes trabajos [a Job] para engrandecerle después mucho más”[62], y andar más tarde “interior y exteriormente como de fiesta”[63] con “un júbilo de Dios grande”[64]. En esa felicidad termina la fidelidad del alma.  

Algunas recetas contra el miedo de la persecución y de la tribulación

 San Manuel González, por su parte, en su librito Nuestro barro, trae lo que él denomina “Recetas contra el miedo de la persecución y de la tribulación”. Y en un tono siempre jocoso, pero a la vez muy certero, nos regala diez recetas que no tienen desperdicio. Sería muy extenso transcribir aquí todo lo que el Santo desarrolla en cada una de ellas, por eso presentamos un breve resumen que confiamos pueda servir para animar a muchos a desterrar ese miedo tan humano al flagelo de la persecución.

1ª Receta: Tres puntos de meditación: 1. Dijo San Agustín hace quince siglos: “Si todos nosotros fuésemos de verdad cristianos no habría herejes”. 2. Decía el mismo San Agustín: “Dios no sostiene en el mundo a los malos en balde: los deja vivir, o para que se hagan buenos o para que los buenos se ejerciten (en paciencia, fe, caridad) por medio de ellos”. 3. Los cristianos que se asustan y desalientan por los males que les pueden venir con la persecución de los malos, es porque o han olvidado que pertenecen a la Iglesia militante o porque se han creído que ya habían llegado a la Iglesia triunfante… Hermanos somos de la Iglesia militante, ¡con un Capitán que, después de haber resucitado, ya no muere más!

2ª Receta: Jesús es Jesús. En los días de rogativas [decimos]: ¡Levántate, Cristo, ayúdanos y líbranos por tu Nombre! Y me decía: eso, más que pedir a Dios, es mandar a Dios, más que invitar, es empujar…, y ese imperativo de mandar y empujar va sin razón ni motivo por parte nuestra…; no decimos: por nuestros méritos, por lo que hemos trabajado o sufrido o ganado…, sino ¡por tu Nombre! ¡Ésa es toda y la única razón que se da! ¡Por tu Nombre!, es decir, por tu poder, por tu bondad, sobre todo, por tu misericordia, la más de balde de todas las misericordias que recibe el hombre… ¡Oh! ¡Cómo ensancha el alma ese grito de fe y de confianza que la madre Iglesia pone en boca de todos los afligidos, por muy pecadores e indignos que sean! ¡Cristo, levántate, ayúdanos y líbranos porque eres Jesús! ¡Nuestro Jesús…!

3ª Receta: Ejercicios de despreocupación en honor de san ahora. ‘San ahora’ es el ahora de la voluntad de Dios en el momento presente; esto es, lo que Dios quiere de ti en este instante. ¿Los ejercicios de despreocupación? Muy sencillos. Persuadirte de esta gran verdad: Lo que Dios no te pide ahora, ¿qué te importa a ti?, y decidirte, en consecuencia, a decir a todo temor por lo de antes y por lo de después, a toda fantasía y a toda inquietud y a todo lo que no debas ahora hacer, querer o pensar: ¿A mí que me importa?, o, más breve, ¿a mí qué? Os aseguro que en la proporción en que aumentaran los devotos de estos ejercicios a ‘san ahora’ disminuirían los angustiados de neurastenia y los obstinados en llevarlo todo por delante.

4ª Receta: Otra práctica para facilitar los ejercicios de despreocupación de san ahora. Ponerse a oír con frecuencia como dichas por Jesús desde el Sagrario estas palabras: Tú haz lo tuyo ahora y Yo haré lo mío. Y estemos ciertos de que, como nos dediquemos en serio a hacer bien, como permita nuestra flaqueza, y en paz y sin prisa, en cada hora lo nuestro, esto es, lo que Jesús por medio de nuestro deber nos pide, y dejemos a Él el cuidado de lo de antes y de lo de después y la gloria de lo suyo y de lo nuestro, pronto llegaremos a ser unos santos y felices despreocupados…, lo que para todos como para mí, deseo.

5ª Receta: Los dominios del Rey de la infinita misericordia. Un alma ha venido a decirme: ‘[…] ¿No es sobre la miseria en donde se ejercita la misericordia?, y ¿no es infinita la de nuestro Rey crucificado y sacramentado, Jesús? Pues no es vano ni infundado mi consuelo cuando desde el océano del barro y aun del cieno en que me sumergen mis miserias, exclamo: ¡Rey de infinita misericordia, ven a reinar en la infinita miseria mía!’. Traslado aquí ese grito de esperanza y de consuelo para que encuentre eco y repetición en muchas almas que viven bajo el peso de la desconfianza y bajo la persecución del miedo ¡porque tienen muchas miserias! Andad, andad con ellas al Sagrario y presentadlas como dominios suyos al Rey de la misericordia infinita que allí os espera.

6ª Receta: ¿Quién es el dormido? Porfiaba días atrás un buen amigo sobre si en la presente tempestad que padece la barquilla de la Iglesia, Jesús parece más dormido que en la noche del lago de Genesaret. […] En aquella ocasión quien dormía era Jesús y quienes estaban despiertos y gritaban auxilio eran los otros, los que se ahogaban, y ahora, ahora…, cuando en medio de la tempestad tan recia… dan ganas de pensar que quien duerme no es Jesús, sino ellos, y a fuer de dormidos no se dan cuenta de que se ahogan sus almas, sus hijos, sus intereses y todo lo suyo… ¿Qué va a estar dormido Jesús? Si precisamente es Él quien ha permitido que se desencadenen las tempestades del infierno, ¡a ver si los que van con Él en la barca, que es la Iglesia, acaban de despertar del sueño de tibiezas en que unos y de muerte otros hace mucho tiempo están sumidos…! Por eso, en vez o a la vez del ‘¡sálvanos, que perecemos!’ hay que decir: ‘¡Despertad, que si no pereceréis!’.

7ª Receta: El que no abandona a los abandonados. Una pobre alma que pasa por la tierra sola, enferma y privada del oído, me escribe [y esta es] una gran enseñanza para los que sufren solos: ‘He recibido su librito que es muy apropiado a las necesidades y pruebas por que pasa mi alma, porque ¡es tanto lo que sufro cuando me creo abandonada de Dios y pienso que todo lo que me pasa es efecto de su cólera provocada por mis infidelidades!… ¡Tenemos tanta necesidad de saber que Dios nos ama los que sabemos que nadie nos ama en la tierra…!’ Corazón de Jesús, el del Sagrario, el más abandonado y solo de todos los corazones, ¡que se enteren todos los abandonados que Tú los quieres…!’

8ª Receta: Dos mandatos de Jesús para tiempos de persecución. A vosotros, empero, que sois mis amigos, os digo yo ahora: No tengáis miedo de los que matan el cuerpo, y hecho esto ya no pueden hacer más[65]. El primer mandato es no asustarse de los perseguidores. Bienaventurados seréis cuando los hombres os aborrezcan, y os separen de sus sinagogas, y os afrenten, y abominen de vuestro nombre como malditos en odio del Hijo del Hombre. Alegraos en aquel día y saltad de gozo: porque os está reservada en el cielo una grande recompensa[66]. El segundo mandato es: alegrarse y saltar de gozo ante la persecución. Y cuando Jesús da estos mandatos es porque está dispuesto a dar la gracia para que se cumplan: ¡Él no manda imposibles! ¡Qué falta está haciendo a más de un asustado y aterrorizado hijo de Dios hacer actos de fe viva y de confianza sin fin en las Bienaventuranzas! ¿No son tan de fe como el credo…?

9ª Receta. Tres verdades olvidadas. 1. Es cierto que mi Padre celestial no me da una cruz sin almohadilla para hacérmela menos dolorosa y más llevadera. 2. Que para cada cruz que me regala mi Padre celestial y para cada hora de deber que me impone, me da fuerza suficiente y gracia actual para llevarlas con paz y con mérito; y 3. Que mi Padre celestial no me manda ni me pide hoy la cruz y el deber de mañana. ¿Por qué, pues, me preocupo hoy con mi cruz de mañana, con la cruz que quizá nunca será mía y con el deber de después? Para ninguna de esas cruces ni horas de deberes puedo contar con la fuerza y con la gracia de mi Padre, porque todavía ni me las ha dado ni son mías.

10ª Receta: Una gran receta contra el miedo de la persecución: el valor del desagravio. Mi madre la Iglesia sufre dura persecución… deber mío es, como católico, desagraviarla. ¿Cómo?

– Con mi adhesión, ahora más firme y más práctica, al Papa, a mi prelado […] y prometiendo creer con fe más viva todo su credo, cumplir sin respeto humano todos sus mandamientos, orar con más confianza filial y unido al Corazón de Jesús y a María Inmaculada, […] y hacer que los que de mí dependan reciban sus santos sacramentos, singularmente la sagrada Eucaristía, que recibida diaria o frecuentemente cura todas las debilidades del alma e infunde fortaleza de héroe.

– Con mi protesta más enérgica y por todos los medios lícitos, contra los despojos de que están haciendo víctima a mi madre la Iglesia, no sólo privándola de sus bienes materiales y de sus instituciones más queridas, como las órdenes religiosas, sino echándola de la vida oficial y pública, por el ateísmo del Estado, de la familia, por el matrimonio civil y el divorcio; de la escuela, por el laicismo oficial; de las tumbas de los cristianos, por la secularización de los cementerios; de las ideas y de los sentimientos del pueblo y de las relaciones sociales, por el desenfreno de propaganda oral y escrita contra la religión, la moral, la propiedad privada y hasta contra las vidas de los ciudadanos.

– Con mi amor hasta el sacrificio. ¿No se ama así a la madre natural? ¿Y no es mi madre sobrenatural la Iglesia? […] En esta hora de tanto despojo y dolor de la madre, ¿no es deber en el hijo el sacrificio para remediarla? […] Quiero sacrificarme por mi madre, por último, con mi valor, dando la cara varonilmente por Cristo y por su doctrina, por sus sacerdotes, sus templos y sus instituciones, combatiendo la prensa que combate a la Iglesia restándole suscriptores, lectores, anunciantes y toda clase de apoyo… Más gloria da a Dios y más consuelo a la Iglesia un católico fiel y fervoroso que un ciento de tibios.

Máxima para sufrir pacientemente la calumnia  

Durante el año 1864, San Antonio María Claret padeció grandes calumnias y persecuciones al punto que escribió a otro sacerdote: “No puede Usted formarse una idea de cuánto trabaja el infierno contra mí: calumnias las más atroces, palabras, obras, amenazas de muerte; todo lo pone en juego para ver cómo me desprestigia y me espanta; pero con la ayuda de Dios no hago caso”[67]. Fue en ese mismo año que escribió el opúsculo “El consuelo de un alma calumniada” y que incluye ocho máximas que como él mismo dice son “para animarme a padecer en silencio, con paciencia y con resignación las persecuciones y las calumnias”[68].

Dependiendo de la afrenta cada una de ellas era como la ‘idea motor’ que lo ayudaba a ‘acomodar su mente’ y su voluntad para sufrir cristianamente. Muchas ideas que allí se dicen ya las hemos mencionado aquí, pero nos parece bien referir la 6ª máxima que escribe el santo, puesto que muchos religiosos, aunque cada año meditan en el Principio y Fundamento pidiendo la santa indiferencia de tal manera que no quieran “más honor que deshonor”[69], temen con espanto que una palabra contraria, difamatoria, insultante o calumniadora se levante contra ellos. Dice esta máxima: “hablándose un día de cierto religioso que era tenido por santo, dijo San Bernardo: Será él santo, pero le falta lo mejor, que es el ser tenido por malo”.

Dos consejos del Maestro de Ávila para la lucha

 Se trata de unos consejos que incluye San Juan de Ávila en su carta número 58. “Algunos especialistas afirman con seguridad que esta carta fue escrita por el Santo Maestro desde la cárcel de Triana, en Sevilla, cuando era investigado por la Inquisición en el año 1532 y fue dirigida a sus discípulos que se encontraban afligidos por la situación de su Maestro. Por tanto, es una carta que busca consolar, pero mostrando a su vez las razones de este consuelo”[70].

Tener confianza en el poder de Cristo: … No os turbéis ni os maravilléis, como de cosa no usada o extraña de los siervos de Dios, con las persecuciones o sombra de ellas que nos han venido. Porque esto no ha sido sino una prueba o examen de la lección que cinco o seis años ha que leemos diciendo: ‘¡Padecer! ¡Padecer por amor de Cristo!’. Véislo aquí a la puerta; no os pese, a semejanza de niños que no querrían dar lección de lo que han estudiado; mas confortaos en el Señor y en el poder de su fortaleza (Ef 6, 10), que os ama para querer defenderos; y aunque es uno, puede más que todos, pues que es omnipotente: pues por falta de saber no temas, pues no hay cosa que ignore; pues mirad si es razón que se mueva quien con estos tres nudos estuviere atado con Dios. Ni os espanten las amenazas de quien os persigue, porque de mí os digo que no tengo en un cabello cuanto amenazan, porque no estoy sino en manos de Cristo.

Firmes, no retroceder ante la prueba: … Y estad sobre el aviso, que no tornéis atrás, ni en un sólo punto, del bien que habíades comenzado, porque eso sería extremo mal; mas asentad en vuestro corazón que este a quien habéis seguido es el Señor de cielo y tierra y de muerte y de vida, y que, en fin (aunque todo el mundo no quiera) ha de prevalecer su verdad, la cual trabajad por seguir; que, siguiéndola, no sólo a hombres, mas ni a demonios, ni aun a ángeles, si contra nosotros fuesen, no los temáis. Usad mucho el callar con la boca hablando con hombres, y hablad mucho en la oración en vuestro corazón con Dios, del cual nos ha de venir todo el bien.

*****

En definitiva, todo se reduce a resistir con toda la fuerza a la tentación de “ser tributarios”, y a vivir en plenitud la reyecía y el señorío cristiano y sacerdotal sin renunciar ni en un punto a la verdad, sin retroceder en nada en el camino emprendido, sin negociaciones mundanas que procuren acomodamiento y consuelo, sin achicarse ante las afrentas, las persecuciones, las calumnias, y a la vez haciendo, con el corazón henchido de gratitud por la lucha, lo más y lo mejor que se pueda por la causa de Cristo. Hasta poder decir: “agradezco a Dios que tengo el privilegio de sufrir e incluso de morir por Él”[71].

Por eso resuenen hoy con más fuerza las palabras que nuestro Señor nos repite por boca del derecho propio como especialmente dirigidas a nosotros y a las generaciones que vendrán después de nosotros:

“Yo (soy) vuestro Padre por ser Dios, yo vuestro primogénito hermano por ser hombre. Yo vuestra paga y rescate, ¿qué teméis deudas, si vosotros con la penitencia y la Confesión pedís suelta de ellas? Yo vuestra reconciliación, ¿qué teméis ira? Yo el lazo de vuestra amistad, ¿qué teméis enojo de Dios? Yo vuestro defensor, ¿qué teméis contrarios? Yo vuestro amigo, ¿qué teméis que os falte cuanto yo tengo, si vosotros no os apartáis de Mí? Vuestro mi Cuerpo y mi Sangre, ¿qué teméis hambre? Vuestro mi corazón, ¿qué teméis olvido? Vuestra mi divinidad, ¿qué teméis miserias? Y por accesorio, son vuestros mis ángeles para defenderos; vuestros mis santos para rogar por vosotros; vuestra mi Madre bendita para seros Madre cuidadosa y piadosa; vuestra la tierra para que en ella me sirváis, vuestro el cielo porque a él vendréis; vuestros los demonios y los infiernos, porque los hollaréis como esclavos y cárcel; vuestra la vida porque con ella ganáis la que nunca se acaba; vuestros los buenos placeres porque a Mí los referís; vuestras las penas porque por mi amor y provecho vuestro las sufrís; vuestras las tentaciones, porque son mérito y causa de vuestra eterna corona; vuestra es la muerte porque os será el más cercano tránsito a la vida. Y todo esto tenéis en Mí y por Mí; porque lo gané no para Mí solo, ni lo quiero gozar yo solo; porque cuando tomé compañía en la carne con vosotros, la tomé en haceros participantes en lo que yo trabajase, ayunase, comiese, sudase y llorase y en mis dolores y muertes, si por vosotros no queda. ¡No sois pobres los que tanta riqueza tenéis, si vosotros con vuestra mala vida no la queréis perder a sabiendas!”[72].

¡Levantaos vamos![73] Avancemos confiados “entre las persecuciones del mundo y los consuelos de Dios”[74], anunciando la cruz del Señor hasta que venga[75]. Ejercitándonos mientras tanto en “las virtudes de mortificación y paciencia, deseando hacerse en el padecer algo semejante a este gran Dios nuestro, humillado y crucificado; pues que esta vida, si no es para imitarle, no es buena”[76].

Sea hoy y siempre nuestro grito de batalla: ¡“ni Jesús sin la Cruz, ni la Cruz sin Jesús[77]!

Que la presencia maternal de la Virgen nos anime y conforte hoy y siempre a cargar nuestras cruces con entereza y nos mantenga siempre unidos a su Hijo, nuestro Señor. Que así sea.

[1] Franz Jägerstätter, Gefängnisbriefe und Aufzeichnungen (Letters from Prison and Writings), págs. 127 ss. [Traducido del inglés]

[2] Prison note written by Franz Jägerstätter, loose sheet (88), July/August 1943. Citada por Erna Putz, Franz Jägerstätter Martyr A Shining Example in Dark Times. [Traducido del inglés]

[3] Letter of Franz to his friend Father Josef Karobath, dated 23rd February 1943. Citada por Erna Putz, Franz Jägerstätter Martyr A Shining Example in Dark Times. [Traducido del inglés]

[4] Letter of Franz to Franziska, dated 12th March 1943. Citada por Erna Putz, Franz Jägerstätter Martyr A Shining Example in Dark Times. [Traducido del inglés]

[5] Franz to Franziska, dated 9th August 1943. Citada por Erna Putz, Franz Jägerstätter Martyr A Shining Example in Dark Times. [Traducido del inglés]

[6] Directorio de Espiritualidad, 168.

[7] Constituciones, 141.

[8] Cf. Directorio de Espiritualidad, 37.

[9] San Juan de la Cruz, Avisos a un religioso, 4.

[10] The Power of Love, cap. 42. [Traducido del inglés]

[11] Mt 5, 11-12.

[12] Jn 12, 31; 14, 30; 16, 11; cf. Ef 2, 2; 2 Co 4, 4.

[13] Directorio de Espiritualidad, 36.

[14] Ven. Fulton Sheen, Those Mysterious Priests, cap. 10. [Traducido del inglés]

[15] Ibidem.

[16] The Power of Love, cap. 42. [Traducido del inglés]

[17] Cf. Jn 17, 11.

[18] Cf. Jn 17, 14-16.

[19] Cf. Directorio de Espiritualidad, 46.

[20] Lc 21, 12.16-17.

[21] Mt 10, 24-25.

[22] Mt 24, 10.

[23] Mt 10, 24.

[24] Lc 21, 18-19.

[25] Jn 16, 20.

[26] Mt 24, 11.

[27] Cf. Directorio de Espiritualidad, 181.

[28] Mt 10, 24.

[29] Cf. 2 Co 4, 17.

[30] Col 1, 24.

[31] Directorio de Espiritualidad, 8; op. cit. San Cipriano, Sobre la oración del Señor, 13-15; CSEL 3, 275-278.

[32] Franz to Franziska, dated 9th August 1943. Citada por Erna Putz, Franz Jägerstätter Martyr A Shining Example in Dark Times. [Traducido del inglés]

[33] San Juan de la Cruz, Cantico Espiritual B, canción 38.

[34] Cf. Ibidem.

[35] San Juan de la Cruz, Noche Oscura, lib. 2, cap. 18, 5.

[36] Ibidem, 4.

[37] Constituciones, 207.

[38] Directorio de Espiritualidad, 41.

[39] Ibidem.

[40] Jn 10, 11.

[41] Directorio de Vocaciones, 91.

[42] Cf. Directorio de Espiritualidad, 73.

[43] Citamos libremente los ejemplos que menciona en San Antonio María Claret, Escritos Espirituales, “El consuelo de un alma calumniada”, pp. 214-215.

[44] La historia es increíble. Estando Catalina de Jesús en Granada, tenía un mal debajo de una oreja, y presentes las demás de la comunidad, yendo por la reja el Santo le preguntó cómo estaba de su mal. Ella, oyéndola todas, dijo que aún estaba mala. Diciendo esto se había quitado el parche de la herida y había dicho: “Mire vuestra Reverencia”. Fray Juan, llegándole el dedo al mal, le dijo que aún manaba mucho. Este gesto del santo lo trastoca el visitador Diego Evangelista diciendo que según lo que le habían dicho a él, “la había besado”, y esto para aquel inquisidor era una barbaridad enorme. (Citado por José Vicente Rodríguez en San Juan de la Cruz – La biografía, cap. 39, p. 833).

[45] 2 Tim 4, 7.

[46] Ibidem.

[47] Beato Franz Jägerstätter. Citado por The Staff of the Catholic Peace Fellowship en In Light of Eternity: Franz Jägerstätter, Martyr.

[48] Mt 24, 46.

[49] Constituciones, 113.

[50] San Juan de la Cruz, Epistolario, Carta 16, A la M. María de Jesús, OCD, Priora de Córdoba, 18 de julio 1589.

[51] San Juan de la Cruz, Epistolario, Carta 20, A una Carmelita Descalza escrupulosa, Pentecostés de 1590.

[52] San Juan de la Cruz, Noche oscura, lib. 2, cap. 9, 7.

[53] San Juan de la Cruz, Noche oscura, lib. 1, cap. 12, 2.

[54] Ibidem, 3.

[55] Job 1, 1-8.

[56] San Juan de la Cruz, Noche oscura, lib. 1, cap. 12, 3.

[57] Eulogio Pacho, Estudios Sanjuanistas, cap. 14.

[58] San Juan de la Cruz llama a Job ‘profeta’ refiriéndose más que a una gracia carismática, a una experiencia espiritual profunda, que transmite comunicaciones íntimas con Dios. Cf. Eulogio Pacho, Estudios Sanjuanistas, cap. 14.

[59] Eulogio Pacho, Estudios Sanjuanistas, cap. 14.

[60] San Juan de la Cruz, Noche oscura, lib. 2, cap. 7, 3.

[61] San Juan de la Cruz, Noche oscura, lib. 2, cap. 11, 6.

[62] San Juan de la Cruz, Llama de amor viva, canción 2, 27.

[63] San Juan de la Cruz, Llama de amor viva, canción 2, 36.

[64] Ibidem.

[65] Lc 12, 4.

[66] Lc 21, 12.16-17.

[67] San Antonio María Claret, Escritos Espirituales, El consuelo de un alma calumniada, p. 203.

[68] Ibidem, p. 218.

[69] San Ignacio de Loyola, Libro de Ejercicios Espirituales, [23].

[70] Carlos Jesús Gallardo Panadero, Comentario a la Carta 58 de San Juan de Ávila.

[71] Franz to Franziska, dated 9th August 1943. Citada por Erna Putz, Franz Jägerstätter Martyr A Shining Example in Dark Times. [Traducido del inglés]

[72] Constituciones, 214; op. cit. San Juan de Ávila, “Epistolario. Carta 20”, en Obras completas, t. V, 149-150.

[73] Jn 14, 31.

[74] Cf. San Agustín, De civitate Dei, XVIII, 52, 2: PL 41, 614.

[75] Cf. 1 Co 11, 26.

[76] San Juan de la Cruz, Epistolario, Carta 25, A la M. Ana de Jesús, 6 Julio 1591.

[77] Directorio de Espiritualidad, 144; op. cit. San Luis María Grignion de Montfort, El amor de la Sabiduría Eterna, XIV, 1.

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