Age quod agis

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Buenas noches del P. Buela en Seminario Mayor “María, Madre del Verbo Encarnado”

Voy a retomar una costumbre que tenía en los primeros años. Era una suerte de “buenas noches” sobre temas muy particulares –los cuales muchas veces no son temas propios para sermón, pero aún así siempre dan mucho resultado–, y que tenía la costumbre de hacerlo siempre al comienzo del año lectivo.

Lo primero de lo que quiero hablar hoy: nosotros no conseguiríamos nada bueno, si no logramos formar jóvenes que sepan ser auténticamente libres. Para ser auténticamente libres, hay que saber ser disciplinados; sino uno con la excusa de libertad se busca a sí mismo y esa no es la verdadera libertad.

No basta simplemente con que uno cumpla externamente las cosas que tiene que cumplir, las que tiene que hacer, sino que tiene que haber una convicción profunda y tiene que haber una creación de hábitos. Hábitos buenos, para que luego en la vida sacerdotal (pienso por ejemplo en la vida de parroquia, donde se está prácticamente “asediado” todo el día) el sacerdote sepa ocuparse de las cosas que se debe de ocupar, y darle tiempo a las cosas importantes a las que tiene que darle tiempo.

La cosa es así: no se logra formar un joven auténticamente libre, un joven auténticamente disciplinado, un joven que sepa aprovechar de su tiempo, si no se le enseña taxativamente a que se levante temprano. Cuando ustedes ven un seminario donde prácticamente no hay horario para levantarse; si uno no se levanta a la hora que se tiene que levantar, después no va a poder ordenar nada. Conozco casos de algunos consagrados que se levantan tarde habitualmente, y tienen todo el día torcido; no tienen tiempo ni siquiera para hacer las cosas fundamentales. No digamos ya hacer alguna “cosita más”, no.

Para levantarse temprano hay que acostarse temprano, no hay “vuelta de hoja”. Se puede como sacerdote alguna vez acostarse tarde, pero dos días, tres días, cuatro días… finalmente ese sacerdote se termina levantando tarde. ¿Y qué es lo que se resiente? Se reciente la oración. Aquí, en el seminario, ¿qué es lo que se resiente? ¡La misa del día siguiente! Alguno podría creerse “vivo” por acostarse tarde, pero al otro día está dormido. ¿Quién sufre? Sufre lo más importante que tenemos en el día, que es la Misa. Miren: –les habrá pasado a ustedes cuando eran universitarios o estaban en el mundo, generalmente cuando se está en el mundo se lleva una vida muy desarreglada– muchos se acuestan tarde porque creen que así ganan tiempo, pero ese tiempo que ganan de noche se lo pierde por la mañana. Las almas consagradas somos flores delicadas, si no tenemos métodos, morimos. Y no hay manera de tener método si uno no se acuesta temprano. Los ingleses tienen un dicho: “Early to bed and early to raise, makes a man healthy, wealthy and wise” (“Acostarse temprano y levantarse temprano hace al hombre sano, rico y sabio”).

Por eso, cuando se tiene el horario fijo –que está puesto por los superiores, lo que quiere decir que es un horario estudiado y experimentado el de acostarse a tal hora–, hay que respetarlo, hay que acostarse a tal hora. No se puede acudir a la “libertad de espíritu” para acostarse a cualquier hora. ¡No! Porque es uno de los puntos que hay que tener bien en claro. Si no se descansa lo suficiente, pasa lo que en muchos seminarios: comienzan con estrés, o cualquier otra cosa parecida o relacionada. Claro, tienen que estudiar, entonces se quedan a la noche para estudiar. No, es mejor acostarse a la hora que corresponde y con el permiso de quien corresponde, levantarse más temprano, si uno tiene un apuro, si uno tiene una urgencia y si no tranquilísimo dormir las horas que Dios nos dio para ello. Porque también es muy cierto aquel apotegma latino: “Age quod agis” (haz lo que haces). El que hace del día noche y de la noche día, vive una vida al revés. Y por eso, uno tiene que dormir, pues hay que dormir; me santifico en este momento haciendo lo que tengo que hacer: dormir. No estudiar: dormir; y cuando toca estudiar, estudiar. “Age quod agis”. Y a la Misa, que es lo más importante, asistir bien preparado; y si me levanto medio dormido: mojarme bien la cabeza –antes– con agua fría. La Misa es lo más importante, y debo prepararme. Yo no sé si ustedes se dan cuenta, pero uno –tal vez sean los años– se prepara para las grandes fiestas que tenemos en el Seminario. Por ejemplo, cuando es la fiesta del Verbo Encarnado, la fiesta ¿llega de improviso?, no; uno se va preparando, va preparando el alma para disfrutar, para gozar de la Misa, de los saludos, de la fiesta. Lo mismo hay que hacer con la Misa de cada día. Cuando uno llega a la Iglesia pareciera que el corazón empieza a latir más de prisa. Un pensamiento sobre cualquier aspecto acerca del misterio eucarístico basta para que uno aproveche toda la Misa. Y más en estos tiempos difíciles. Nosotros tenemos que rezar para que haya paz, en el Zaire, para que haya paz en Albania, para que haya paz en los lugares en los que la gente se sigue matando como moscas. Pero si el religioso no dispone el alma, si desaprovecha ese momento que es el más importante del día, después, cuando sea sacerdote –si llega a ser sacerdote– no va a saber aprovechar de la Misa de cada día.

Por eso, recordar: debo aprovechar el tiempo; no puedo aprovechar el tiempo si no ordeno mi vida, y no ordeno mi vida si no me acuesto temprano. Incluso tienen que saber que en algún momento se puede necesitar dormir un poco más: entonces, acostarse antes. Acá se hace ruido porque después entra un batallón, pero ya uno está en la cama, uno se va disponiendo. También se puede aprovechar durmiendo un poquito más la siesta, acostándose antes.

No se gana nada con tener gente estresada, nerviosa, que después comienza con surmenage. He visto en los seminarios a jóvenes muy bien dotados –me acuerdo en este momento de un joven espléndido, que tontamente cayó en surmenage, y quedó mal para el resto del viaje: las predicaciones de él son una “regadera”, no se sabe cuándo va a terminar. Queda la inteligencia como herida, como lastimada y entonces pierde la brillantez que tenía antes.

Aprendamos a ser fieles “en las cosas pequeñas”, como dice el Evangelio, y entonces así llegaremos a ser fieles “en las cosas grandes”.

Nosotros no conseguiríamos nada bueno, si no logramos formar jóvenes que sepan ser auténticamente libres. Para ser auténticamente libres, hay que saber ser disciplinados.

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