Homilía por los 25 años de presencia en Tayikistán

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25º aniversario de la

Missio Sui Iuris en Tayikistán

Dan 7, 9-10.13-14 o Ap 12, 7-12ª / Sal 137, 1-5/ Jn 1, 47-51

Te doy gracias, Señor, de todo corazón, te cantaré en presencia de los ángeles. Me postraré ante tu santo Templo. Daré gracias a tu Nombre por tu amor y tu fidelidad, porque tu promesa ha superado tu renombre.

Las palabras del salmo que hemos escuchado hoy resultan providenciales para la ocasión que nos reúne, pues el salmista expresa nuestra necesidad de dar gloria a Dios y de prorrumpir en acción de gracias por el 25 aniversario de la creación de la missio sui iuris aquí, en Tayikistán. Hecho que ha quedado indeleblemente ligado a la historia de nuestro Instituto.

Cuando San Juan Pablo II se refería a la missio sui iuris decía que se había encendido una gran esperanza1 y que esto constituía “el inicio de una prometedora época de evangelización2. Y, en verdad, al cabo de estos 25 primeros años podemos comprobar cómo la ingente labor de los misioneros del Verbo Encarnado y de las religiosas, que han misionado sin dejarse vencer por los obstáculos −de la dificultad de la lengua, de la falta de recursos, del reducido número de sacerdotes frente a las muchas necesidades de la misión− ha fecundado en abundantes frutos para la Iglesia católica en este querido país.

Así, vemos hoy una comunidad fervorosa en la fe y en el amor a la Virgen, niños y jóvenes encariñados con su parroquia, el inestimable don de poder contar con los primeros sacerdotes nacidos en esta bendita nación (gracia que nunca agradeceremos lo suficiente), la gracia de tener dos parroquias: una aquí en Dushanbé y otra en Bokhtar; hoy contamos con la presencia de religiosas que con espíritu de auténtica solidaridad eclesial han abandonado su patria para misionar en estas tierras, y también podemos contar desde hace un tiempo con un monasterio contemplativo que implora día y noche el auxilio de Dios para todas las almas en la missio sui iuris.

En verdad, creo que podemos decir sin temor a equivocarnos que, sobre los sufrimientos, sobre las oraciones y arduos trabajos de los cristianos tayikos y de sus misioneros −de los que están aquí ahora y de los que ya no están− se levanta esta misión donde ha florecido la nueva vida de la comunidad cristiana.

Por eso decimos de nuevo con el salmista: Te doy gracias, Señor, de todo corazón… tu promesa ha superado tu renombre.

1. A los fieles católicos tayikos

Quisiera hablarles ahora especialmente a Ustedes, a los laicos.

Como bien saben este aniversario que hoy celebramos fue precedido por muchos años de duras presiones y grandes cruces durante los años del régimen.

Cuántos cristianos de entonces hubieran querido ver lo que hoy ven Ustedes: una iglesia con varios sacerdotes, con religiosas, con niños y jóvenes que reciben los sacramentos… y, sin embargo, no lo vieron.

Por eso esta fiesta nos enseña a todos a confiar cada día un poco más en la divina Providencia, que nunca nos abandona, sobre todo en la hora de la prueba. La fidelidad y misericordia de Dios que cantábamos en el salmo son el fundamento de toda nuestra confianza y de toda esperanza.

Esta fiesta nos habla también del gran poder de la oración del humilde que ‘arranca’ podríamos decir del Corazón de Cristo los dones más grandes. Y Dios, para quien todas las cosas son fáciles, porque es todopoderoso, usa su poder para la misericordia3 y saca de las situaciones más difíciles, y de los grandes males grandes, bendiciones, como ésta que estamos celebrando hoy.

Tengamos la seguridad de que, por más pesadas y tempestuosas que sean las pruebas que debamos afrontar, nunca estaremos abandonados a nosotros mismos, nunca caeremos fuera de las manos del Señor, las manos que nos han creado y que ahora nos siguen sosteniendo en el camino de la vida.

Por eso al mismo tiempo que los felicito por la fidelidad cotidiana por mantener la llama de la fe en el seno de sus familias, los invito a ser también Ustedes portadores de esa esperanza de la que hablaba Juan Pablo II. Lo cual significa ser responsables de que este magnífico don no se pierda, sino que permanezca encendida la llama de la fe y se propague a muchas almas más. Y para que la llama de la fe no se extinga, tienen que alimentarla con una buena formación catequética, con la lectura orante de la Biblia, con la recepción de los sacramentos. Eso los ayudará a perseverar en el testimonio de Cristo, a perdonar las ofensas, a ser generosos en el servicio a Dios y al prójimo y, de ese modo, estarán colaborando efectivamente en el servicio de la nueva evangelización. Sepan que Ustedes son las columnas ocultas de la Iglesia, a los que Jesús mismo dirige palabras de consuelo: Vosotros seréis bienaventurados en el reino de los cielos4.

Veo también aquí varios jóvenes y niños. Hace unos años atrás también el P. Orzu y el P. Maxim estaban sentados de ese lado. Y ahora son sacerdotes misioneros porque supieron escuchar la voz de Cristo y se dieron cuenta de que Él los necesitaba para contagiar a otros chicos la alegría y la paz que ellos experimentaban cuando estaban aquí en la parroquia. Y puede ser que hoy también Dios esté buscando de entre Ustedes quien quiera ser generoso y entusiasta para atraer a otros hacia Él. Mi mensaje para Ustedes, queridos jóvenes, es este: ¡Confíen en Cristo! Él no va a defraudar sus esperanzas ni sus proyectos, por el contrario, los llenará de sentido y de alegría. Hablen con Cristo. Pregúntenle a Él qué quiere para Ustedes especialmente cuando lo reciban en la Comunión o vengan en algún otro momento a la iglesia. Pero no dejen de hacerlo.

2. A los misioneros del IVE

Ahora si me permiten quisiera dirigirme a los misioneros, especialmente a los sacerdotes.

Sin duda alguna esta celebración no podría ser una realidad sin el compromiso generoso de todos los sacerdotes misioneros que han pasado por esta misión y que están en esta misión. Por eso en primer lugar quiero −en nombre de todo el Instituto− agradecerles y felicitarlos porque Ustedes representan hoy aquí a todos los misioneros que, con gran alegría, pero también con cruces y sacrificios, no sólo se empeñaron en dar comienzo a la misión sino también en perseverar en el esfuerzo emprendido.

Algunos de Ustedes ya llevan muchos años en esta misión, que es lo mismo que decir que hace muchos años que tienen el privilegio de servir a la Iglesia de Cristo en Tayikistán y la han visto crecer.

Siguiendo el mandato de Cristo algunos han venido desde muy lejos y poco a poco han ido enfrentando con valentía los desafíos de una misión que recién comenzaba y de una cultura que, diferente a la suya, han ido cultivando los preciosos frutos que hoy tenemos la dicha de celebrar.

Mi mensaje es este: miren siempre a Cristo, nuestra esperanza segura, y sírvanlo “con el fervor y el entusiasmo de los santos”5, como es lo propio de los miembros del Instituto.

El pueblo tayiko los necesita, porque necesita a Dios, que es la razón fundamental de nuestras vidas. Por tanto, sean magnánimos y creativos en suscitar iniciativas apostólicas que acerquen a Cristo y a la Virgen Santísima a tantas almas como sea posible.

Que este aniversario no signifique simplemente una meta alcanzada, el punto de llegada, sino al contrario, que este sea simplemente el comienzo de esa nueva era de evangelización que anunciaba Juan Pablo Magno.

Quiero agradecer muy especialmente al P. Pedro López, superior de la missio, por su meritorio y reconocido trabajo pastoral, como así también a todos los sacerdotes aquí presentes por el servicio que prestan a Cristo en los niños y jóvenes, en los enfermos y las familias.

Sólo me queda encomendarlos a la intercesión de la Virgen de Luján, quien definitivamente es la Estrella de la evangelización en esta nación y nadie ha hecho tanto como Ella por la evangelización de la cultura6 del pueblo tayiko.

En sus manos maternales pongo el trabajo constante de los misioneros, sus expectativas y proyectos, para que los guíe y sostenga en su esfuerzo apostólico diario. Que los anime el ejemplo y la intercesión del mismo San Juan Pablo II que tanto celo y cariño demostró por el pueblo de Tayikistán.

En fin, que este sea un día de fiesta plena. Porque en verdad el Señor ha estado grande con nosotros.

1 Cf. Ecclesia in Asia, 9.

2 Encuentro con los ordinaries de Asia Central (23/9/2001).

3 Cf. San Juan Pablo II, Audiencia general, (7/12/2005); op. cit. San Efrén, Inni sulla Natività, 11: L’arpa dello Spirito, Roma 1999p. 48.

4 Cf. Mt 5, 10.

5 Directorio de Misiones Ad Gentes, 143.

6 Cf. Directorio de Espiritualidad, 308.

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