Plática de la Encarnación del Verbo

Contenido

[Introducción]

Es necesario llevar al Verbo Encarnado firmemente plantado en el corazón, en el alma y en la inteligencia. Hay que ser íntimos con el Crucificado. Sin esto tendremos doctores, teólogos y filósofos que apabullan por su ciencia, pero desaparecerán los misioneros. Por eso parafraseando a San Pedro Julián Eymard podríamos decir: “Yo no comprendería que un religioso del Verbo Encarnado quisiese descollar en una ciencia que no fuese el Verbo Encarnado. Sin esto, no estamos en la plenitud de nuestra gracia”1.

San Ignacio nos propone, como decíamos esta mañana, el asimilar la doctrina del Verbo Encarnado, la imitación de sus ejemplos y la unión con su Persona. Porque lo nuestro no es solo la adhesión a una doctrina, sino la compenetración con su adorable Persona para seguirlo a dondequiera que vaya; por eso nos decía en la meditación anterior: “quien quisiere venir conmigo2.

Por tanto, “lo esencial de la oración durante esta semana ha de ser, tratar de conocer íntimamente a Jesucristo y amarlo con todas las fuerzas de nuestra alma, acompañado todo esto de una seria reflexión sobre nosotros mismos con el fin de apropiarnos lo que en Él contemplamos”3.

Noten ustedes que decimos “conocimiento interno” que quiere decir un penetrar tanto como nos permita la gracia de Dios hasta el fondo mismo de sus pensamientos, afectos y sentimientos. San Juan de la Cruz afirmaba respecto de esto: “por más misterios y maravillas que han descubierto los santos doctores y entendido las santas almas en este estado de vida, les quedó todo lo más por decir, y aun por entender; y así hay mucho que ahondar en Cristo: porque es como una abundante mina con muchos senos de tesoros, que, por más que ahonden, nunca les hallan fin ni término, antes van en cada seno hallando nuevas venas de nuevas riquezas acá y allá”4.

En fin, hecha esta advertencia vamos ahora a contemplar el augusto misterio de la Encarnación del Verbo, la obra suprema de Dios. Que en el decir del Místico Doctor es incluso obra mayor que la creación, ya que en lo que Dios “más se mostró y en que más él reparaba, eran las [obras] de la Encarnación del Verbo y misterios de la fe cristiana, en cuya comparación todas las demás eran hechas como de paso, con apresuramiento”5.

Esta primera contemplación se encuentra entre los números [101-109.262] del libro de los Ejercicios. Además de la oración preparatoria tiene tres preámbulos, tres puntos y un coloquio.

La oración preparatoria es la usual:

[46] Oración. La oración preparatoria es pedir gracia a Dios nuestro Señor, para que todas mis intenciones, acciones y operaciones sean puramente ordenadas en servicio y alabanza de su divina majestad.

[102] 1º preámbulo. El primer preámbulo es traer la historia de la cosa que tengo de contemplar; que es aquí cómo las tres personas divinas miraban toda la planicia o redondez de todo el mundo llena de hombres, y cómo viendo que todos descendían al infierno, se determina en la su eternidad que la segunda persona se haga hombre, para salvar el género humano, y así venida la plenitud de los tiempos, embiando al ángel san Gabriel a nuestra Señora, núm [262].

[103] 2º preámbulo. El 2: composición viendo el lugar: aquí será ver la grande capacidad y redondez del mundo, en la qual están tantas y tan diversas gentes; asimismo, después, particularmente la casa y aposentos de nuestra Señora, en la ciudad de Nazaret, en la provincia de Galilea.

[104] 3º preámbulo. El 3: demandar lo que quiero: será aquí demandar conoscimiento interno del Señor, que por mí se ha hecho hombre, para que más le ame y le siga.

Y este demandar lo que quiero declara a su vez el propósito de la meditación: internalizar, asimilar, adherirse con todas la fuerzas del cuerpo y del alma a la Dulcísima Persona del Verbo Encarnado.

1. Kénosis

[106] 1º puncto. El primer puncto es ver las personas, las unas y las otras; y primero las de la haz de la tierra, en tanta diversidad, así en trajes como en gestos: unos blancos y otros negros, unos en paz y otros en guerra, unos llorando y otros riendo, unos sanos, otros enfermos, unos nasciendo y otros muriendo, etcétera. 2º: ver y considerar las tres personas divinas como en el su solio real o throno de la su divina majestad, cómo miran toda la haz y redondez de la tierra y todas las gentes en tanta ceguedad, y cómo mueren y descienden al infierno. 3º: ver a nuestra Señora y al ángel que la saluda, y reflitir para sacar provecho de la tal vista.

[107] 2º puncto. El 2º: oír lo que hablan las personas sobre la haz de la tierra, es a saber, cómo hablan unos con otros, cómo juran y blasfemian, etc.; asimismo lo que dicen las personas divinas, es a saber: “Hagamos redempción del género humano”, etc.; y después lo que hablan el ángel y nuestra Señora; y reflitir después, para sacar provecho de sus palabras.

En el Directorio de Espiritualidad se lee: “Podríamos decir que nuestra espiritualidad debe ser la del himno de la Kénosis”6, haciendo referencia al texto de Filipenses 2, 6-7: El, que era de condición divina, no consideró esta igualdad con Dios como algo que debía guardar celosamente: al contrario, se anonadó a sí mismo, tomando la condición de servidor y haciéndose semejante a los hombres. Ese anonadarse a sí mismo es lo que en teología se llama “Kénosis”.

Y aún más interpelante resulta el leer en otro lado del derecho propio que lo nuestro propio es “imitar a Cristo en el anonadamiento de su encarnación”7. Por eso, nuestro punto de concentración aquí será tratar entender este texto de la Kénosis en relación con nuestro ser sacerdotes-víctimas, llamados como somos a replicar en nuestras vidas el ejemplo del Verbo Encarnado y a prolongar la Encarnación8.

Por eso quisiera detenerme en ese punto que menciona san Ignacio de “ver y considerar las tres personas divinas como en el su solio real o throno de la su divina majestad, cómo miran toda la haz y redondez de la tierra y todas las gentes en tanta ceguedad, y cómo mueren y descienden al infierno”, pues eso mismo le mueve a decretar la Encarnación diciendo: “Hagamos redempción del género humano”.

Hay quien usa el ejemplo de los sapos para explicar el anonadamiento del Verbo en la Encarnación. Fulton Sheen usa el de los perros. La idea es la misma. Voy a usar el de Fulton Sheen sobre todo porque me parece más interpelante viendo como vemos en la sociedad actual el ‘culto y veneración’ que tienen algunas personas hacia los caninos.

Dice Sheen9: supongamos que estamos cansados de ver como maltratan a los perros, que hemos vistos como los perros se rehúsan a obedecer a sus dueños, que le arrancaron un pedazo de pantalón a los niños, etc. Entonces ustedes, por amor a los perros, deciden desapropiarse de su cuerpo −sin perder su inteligencia y voluntad− para asumir con su alma humana un cuerpo canino. Que es como si dijéramos: ustedes puestos en el cuerpo de un perro para serle de ejemplo a los perros. La humillación es doble.

Primero, al asumir el cuerpo de un perro, han decidido limitarse a los límites de un cuerpo canino. Podrían hablar, pero sólo ladran. Podrían razonar y contar las estrellas, pero son sólo guiados por instinto y tienen el hocico fijo en la tierra.

La segunda humillación será que tendrán que pasar el resto de su vida con perros sabiendo que Uds. son un millón de veces mejores que los perros. Van a tener que correr siempre con ellos. La futilidad de su vida entre perros será increíblemente degradante. Y al final, ellos se volverán contra ustedes y los harán pedazos.

Y uno pensaría que es muy grande la humildad de tal hombre, por su espíritu de pobreza, de sacrificio, de servicio, de amor por los perros por el hecho de haberse vuelto canino.

Sin embargo, ese anonadamiento estaría dentro del orden de las creaturas, dentro de la finitud; sería el paso de una creatura superior a una creatura inferior. No es este, ni remotamente, el caso de la Encarnación por la que el anonadarse es de todo un Dios infinito que asume una naturaleza finita. Esto es abismal. Es un infinito anonadarse y un anonadamiento infinito. No se está en el mismo orden como en la hipótesis de la que hablábamos, sino que, en esta realidad, hay un abajarse del orden del Creador al orden de la creatura. Por tanto, abismal también es el ejemplo de las virtudes que nos enseña Jesucristo por su Encarnación: abismal es su humildad, su pobreza, su obediencia, su sacrificio, su paciencia, su dolor, su servicio y su amor por el hombre. ¡Estremece el pensarlo! De trascendente a inmanente, de poderoso a débil, de majestuoso a humilde, de inmortal a mortal, de infinito a finito, de Espíritu purísimo a carne material, de eterno a temporal, de impasible a pasible, de inmenso a chico, de ilimitado a limitado, de omnímodo a siervo, de rico a pobre, de Señor a esclavo, de Rey a súbdito, ‘de vida eterna a muerte temporal’10. Y todo eso, ¡sin dejar de ser Dios! ¡Es un anonadarse abismal!”11.

Sin embargo este ejemplo de los perros (o el de los sapos, como prefieran) nos sirve al menos mínimamente para entender lo que significa el hecho de que Dios se hizo siervo y vivió con hombres siervos (esclavos). Pero lo que es más importante, nos ayuda a percibir al menos de lejos la magnificencia e infinita misericordia de Dios que no volvió al Cielo sino hasta haber hecho su proclamación de libertad de la esclavitud del pecado a los hombres.

Ahora bien, fíjense que nosotros hemos sido llamados a ser otros Cristos12, a imitar −como decíamos anteriormente− a Cristo en el anonadamiento de su encarnación”13. Por tanto, cabe preguntarse: ¿Cuáles son las implicancias de la Kénosis del Hijo de Dios para nosotros llamados a ser sacerdotes-victimas?

  • Como sacerdote implicará el vaciamiento de uno mismo para llenarse de santidad;
  • Como víctima implicará que uno se vacía a sí mismo en el servicio a los demás.

Esta Kénosis en un sacerdote del Verbo Encarnado se manifiesta específicamente en dos resoluciones:

  • Humildad: porque la medida del incremento del Espíritu de Cristo en el alma está en relación directa con la disminución del amor propio, del juicio propio, de los apegos, etc.14
  • La otra es el vaciarse de uno mismo que también viene dada en proporción directa con la compasión hacia otros. Cuanto menos énfasis hay en el ego, tanto más cuidado, más atención hay hacia el prójimo.

Muy bien se expresa esto con estas palabras: “El sacerdote como Cristo …es un hombre que no posee nada, porque posee al que es todo y es poseído por el que se anonadó, se hizo nada”15.

Cuanto más el religioso, el sacerdote se vacía de sus propios planes para hacer el plan de Dios, de su comodidad para sacrificarse por Cristo, cuando se vacía de ese deseo excesivo de ser apreciado, de ser alabado, de ser tenido en cuenta, de ser consultado, de ser preferido a otros, deja de estar maniatado por la ansiedad. Como la humillación de Cristo se vuelve su modelo, entonces hasta los mismos sufrimientos que padece se vuelven parte de la alegría interior y del servicio que brindan al exterior.

2. Mírale a Él también humanado16

[108] 3º puncto. El 3º: después mirar lo que hacen las personas sobre la haz de la tierra, así como herir, matar, ir al infierno, etc.; asimismo lo que hacen las personas divinas, es a saber, obrando la sanctísima incarnación, etc.; y asimismo lo que hacen el ángel y nuestra Señora, es a saber, el ángel haciendo su officio de legado, y nuestra Señora humiliándose y haciendo gracias a la divina majestad, y después reflectir para sacar algún provecho de cada cosa destas.

Nuestras Constituciones tienen en el numero 7 este párrafo maravilloso: “Queremos fundarnos en Jesucristo, que ha venido en carne (1 Jn 4,2), y en sólo Cristo, y Cristo siempre, y Cristo en todo, y Cristo en todos, y Cristo Todo”. Esas brevísimas líneas del derecho propio que tan explícitamente hacen referencia al misterio de la Encarnación, tienen una profundidad inmensa y bastarían para llenar horas de contemplación con gran fruto para nuestra vida espiritual y sacerdotal.

San Juan de la Cruz tiene un capítulo en su libro de la Subida en el cual habla precisamente de Cristo como el Todo del Padre celestial.

Así dice el santo que “en darnos [el Padre], como nos dio a su Hijo, que es una Palabra suya, que no tiene otra, todo nos lo habló junto y de una vez en esta sola Palabra, y no tiene más que hablar”17.

Lo que antiguamente habló Dios en los profetas a nuestros padres de muchos modos y de muchas maneras, ahora a la postre, en estos días nos lo ha hablado en el Hijo todo de una vez. En lo cual da a entender el Apóstol que Dios ha quedado como mudo y no tiene más que hablar, porque lo que hablaba antes en partes a los profetas ya lo ha hablado en el todo, dándonos al Todo, que es su Hijo18.

Cristo es la Palabra definitiva, la única y la mejor Palabra del Padre. Un regalo, un don que se nos ha hecho. Siendo esto así, dice el Místico Doctor, “el que ahora quisiese preguntar a Dios, o querer alguna visión o revelación, no sólo haría una necedad, sino haría agravio a Dios, no poniendo los ojos totalmente en Cristo, sin querer otra alguna cosa o novedad”19. Con lo cual ya nos esta diciendo que justamente lo que hay que hacer es poner los ojos bien clavados en el Verbo Encarnado y darnos cuenta del Tesoro que tenemos en Él.

Entonces pone en boca del Padre Celestial lo siguiente: “Si te tengo ya habladas todas las cosas en mi Palabra, que es mi Hijo, y no tengo otra, ¿qué te puedo yo ahora responder o revelar que sea más que eso? Pon los ojos sólo en él, porque en él te lo tengo todo dicho y revelado, y hallarás en él aún más de lo que pides y deseas20. Aquí el santo está hablando específicamente de aquellos que piden revelaciones y locuciones, pero bien se puede aplicar a todas las otras cosas creadas que pedimos a diario: circunstancias más placenteras para el apostolado, una salud mejor, una mejor relación con el obispo, más medios económicos, menos arideces espirituales y más consuelos, una buena oficina, menos críticas de la gente y más aceptación… cada uno puede hacer su lista. Cualquiera sea el caso, a todos nos responde: “él es toda mi locución y respuesta y es toda mi visión y toda mi revelación. Lo cual os he ya hablado, respondido, manifestado y revelado, dándoosle por hermano, compañero y maestro, precio y premio”21. No puedo ahora pero cuan saludable es para el alma el pensar en el Verbo Encarnado como nuestro hermano, como nuestro compañero, como nuestro maestro, como nuestro precio y como nuestro premio… Y sigue diciendo el Padre Celestial “Si [aun] quisieres que te respondiese yo alguna palabra de consuelo, mira a mi Hijo, sujeto a mí y sujetado por mi amor, y afligido, y verás cuántas te responde. […] mírale a él también humanado, y hallarás en eso más que piensas […] [Porque] en Cristo mora corporalmente toda plenitud de divinidad22.

Mírale a Él también humanado, mírale anonadado, mírale padeciendo los mismos dolores y aun mayores que los que estas pasando, mírale olvidado, mírale el Corazón saturado de ingratitudes, mírale con los brazos extendidos para abrazarte… mírale a Él también humanado porque en Él mora la plenitud de la divinidad, es decir, todo el descanso, toda la bondad, toda la dulzura, todo y lo único que da verdadera saciedad al alma, aunque falte todo lo demás.

Vuelvo a repetir aquí la instrucción que nos da san Ignacio: mirar lo que hacen las personas divinas al obrar la Encarnación.

3. Continuación de la Encarnación

La vida y el ministerio del sacerdote son continuación de la vida y de la acción del mismo Cristo. Esta es nuestra identidad, nuestra verdadera dignidad, la fuente de nuestra alegría, la certeza de nuestra vida”23.

Cada uno de nosotros por ser miembro del Instituto y por ser sacerdote está llamado a “prolongar la Encarnación”. Ese es nuestro fin especifico24, nuestro apostolado25, nuestro carisma26, nuestra vocación.

Para eso primero debemos prolongar la Encarnación en nosotros mismos. La Virgen Madre le dio a Dios una naturaleza humana a través de la cual el enseñó, gobernó y santificó. Cada vez que nosotros repetimos genuinamente “He aquí el esclavo del Señor, hágase en mi según tu palabra”27 le damos a Cristo nuestra naturaleza humana para que Él use análogamente nuestro sacerdocio para continuar su enseñanza, su gobierno, su obra santificadora.

La misión de Cristo es el modelo de la misión de cada uno de los sacerdotes del Instituto, según aquello de nuestras Constituciones que dicen: “Queremos dedicarnos a las obras de apostolado, imitando a Cristo”28.

Por tanto, cada uno debe predicar a Cristo, y a todo Cristo, “sin sucumbir al peligro de la atenuación o disminución de la verdad”29. La gente languidece por escuchar sobre Cristo, no quiere saber de huelgas, de partidos de fútbol, ni menos de partidos políticos, ni tampoco las opiniones personales del sacerdote, quiere escuchar sobre Cristo y lo que enseña la Iglesia, quiere aprender la aplicación concreta de esas enseñanzas a su vida.

Por otro lado, también el sacerdote es llamado a ejercitar la autoridad de Cristo para que la gente no se confunda. Muchos hoy dejan la Iglesia no tanto por el escándalo de la Cruz sino por la disparidad de enseñanzas y mezcla de la religión con ideologías30.

Finalmente, como continuadores del sacerdocio del Verbo Encarnado debemos también ser víctimas. “Si no aprendemos a ser víctimas con la Víctima, todos nuestros sufrimientos son inútiles”31. Clavemos en la mente y en el alma que el sacerdocio ministerial es sacerdocio sacrificial.

Y del mismo modo en que el Verbo Encarnado se inmoló a sí mismo por la salvación de las almas, de la misma manera debemos nosotros ofrecernos con Él como víctimas.

[Peroratio]

Todo esto que vamos a contemplar ahora también nos debe mover a ver la riqueza inconmensurable de nuestro carisma, de nuestra espiritualidad porque precisamente ¡es del Verbo Encarnado!

Otras congregaciones brillaran por su renombre, por su gran influencia, por la magnificencia de sus obras. Nosotros sólo queremos –y esta ha sido siempre nuestra intención declarada– destacarnos por la imitación en la kénosis del Verbo Encarnado32, por configurarnos con su estilo33, por pasar por este mundo haciendo el bien34 y dar testimonio de la Verdad35. Por eso nuestra pasión debe ser “el ‘asumir’ las culturas, purificarlas y elevarlas a partir de Cristo y su Evangelio, entendido ‘en Iglesia’3637. Esta es y esta ha sido siempre nuestra intención, nuestro objetivo. Aun cuando nos contradigan o nos persigan, aun en medio de la más áspera pobreza y a pesar de nuestras grandes miserias. Porque nuestra fe y nuestra confianza están fijas en Aquel que dijo: A todo aquel que me confiese delante de los hombres, Yo también lo confesaré delante de mi Padre celestial38; sí, en el mundo tendréis tribulaciones, mas no temáis: Yo he vencido al mundo39 yo estaré siempre con ustedes hasta el fin del mundo40.

Debe crecer en nosotros la “recta fe en el Verbo Encarnado”41. Sin eso, como decíamos al principio, no estamos en la plenitud de nuestra gracia. Porque “la Encarnación es el misterio primero y fundamental de Jesucristo, que ilumina todo el camino que, como religiosos, queremos recorrer en la Iglesia”. Por eso sólo desde esa “piedra miliar”42 debemos “lanzarnos osadamente a restaurar todas las cosas en Cristo43.

[Coloquios]

Como coloquio final sugiere san Ignacio:

[109] Coloquio. En fin, hase de hacer un coloquio, pensando lo que debo hablar a las tres personas divinas o al Verbo eterno encarnado o a la Madre y Señora nuestra pidiendo según que en sí sintiere, para más seguir e imitar al Señor nuestro, ansí nuevamente encarnado, diciendo un Pater noster.

[Examen de la meditación]

Como siempre decimos acabada la hora de la contemplación se debe realizar el examen.

1 Cf. San Pedro Julián Eymard, Obras Eucarísticas, 5ª Serie, Ejercicios Espirituales dados a los religiosos del Ssmo. Sacramento.

2 Ejercicios Espirituales, [95].

3 P. Casanovas, Comentario y explanación de los Ejercicios Espirituales de San Ignacio de Loyola, Vol. 1, p. 205.

4 Cantico espiritual B, canción 37, 4.

5 Cantico espiritual B, canción 5, 3.

6 Cf. Directorio de Espiritualidad, 78; op. cit. Cf. Flp 2,6ss.

7 Directorio de Vida Consagrada, 407.

8 Constituciones, 5.

9 Traduzco libremente del libro Those Mysterious Priests, cap. 4.

10 San Ignacio de Loyola, Ejercicios espirituales, [58].

11 El Arte del Padre, Parte II.

12 Constituciones, 7.

13 Directorio de Vida Consagrada, 407.

14 “Viendo tamaña humildad debemos aprender a tenernos unos a otros por superiores, buscando cada uno no su propio interés, sino el de los demás (Flp 2,4)”. Directorio de Espiritualidad, 75.

15 Sacerdotes para siempre, Conclusión, 1.

16 Subida al Monte, Libro 2, cap. 22, 6.

17 Subida al Monte, Libro 2, cap. 22, 3.

18 Subida al Monte, Libro 2, cap. 22, 4. (Texto que dicho sea de paso cita el Catecismo de la Iglesia Católica en el núm. 65).

19 Subida al Monte, Libro 2, cap. 22, 5.

20 Ibidem.

21 Ibidem.

22 Cf. Subida al Monte, Libro 2, cap. 22, 6.

23 San Juan Pablo II, Mensaje de los Padres sinodales al Pueblo de Dios, L’Osservatore Romano 43 (1990) 603.

24 Constituciones, 5.

25 Constituciones, 16.

26 Constituciones, 31.

27 Cf. Lc 1, 38.

28 22.

29 Directorio de Espiritualidad, 270.

30 Cf. Those Mysterious Priests, cap. 7.

31 Directorio de Espiritualidad, 168.

32 Cf. Constituciones, 12; Cf. Directorio de Espiritualidad, 75; 157.

33 Cf. Constituciones, 216.

34 Cf. Directorio de Espiritualidad, 158; op. cit. Mc 7, 37.

35 Cf. Directorio de Espiritualidad, 66.

36 San Juan Pablo II, Discurso al Consejo Internacional de los Equipos de Nuestra Señora, 17 de septiembre de 1979.

37 Cf. Directorio de Espiritualidad, 65.

38 Mt 10, 32.

39 Jn 16, 33.

40 Mt. 28, 20.

41 Directorio de Misiones Ad Gentes, 19.

42 Ibidem.

43 Cf. Directorio de Espiritualidad, 1; op. cit. Ef 1,10.

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