Nuestro ‘estilo particular de santificación y de apostolado’

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“Nuestro estilo particular de santificación y de apostolado
Directorio de Vida Consagrada, 2


Queridos Padres, Hermanos, Seminaristas y Novicios:

La Sagrada Congregación para los Religiosos e Institutos Seculares (actual CIVCSVA), en su documento “Elementos Esenciales de la Doctrina de la Iglesia sobre la Vida Religiosa dirigidos a los Institutos dedicados a obras apostólicas” enseña que: “la consagración religiosa se vive dentro de un determinado Instituto; siguiendo unas Constituciones que la Iglesia, por su autoridad, acepta y aprueba. Esto significa que la consagración se vive según un esquema específico que pone de manifiesto y profundiza la propia identidad. Esa identidad proviene del Espíritu Santo que constituye el don fundacional del Instituto, y crea un tipo particular de espiritualidad, de vida, de apostolado y de tradición”[2].

En este sentido, dice el Directorio de Vida Consagrada que “necesariamente van unidos la vida religiosa y el modo propio de vivirla en el Instituto al que se ingresa”[3]. Es decir, nuestra configuración con Cristo se debe llevar a cabo en fidelidad al modelo trazado por el Fundador y plasmado en las Constituciones y Directorios[4].

Por eso, sabiamente nos mandan las Constituciones no sólo el “cumplir con la mayor perfección posible los consejos evangélicos y la entrega a Jesús por María, sino también ‘ordenar la vida según el derecho propio del Instituto y esforzarse así por alcanzar la perfección de nuestro estado’”[5].

En efecto, de nuestra fidelidad a nuestro modo peculiar de vivir la vida religiosa y a “nuestro modo” de hacer apostolado, depende –como ya lo hemos dicho en repetidas ocasiones– nuestra fecundidad a la hora de cooperar con la edificación de la Iglesia.

Aunque es mucho lo que se podría ahondar en este tema, quisiera en esta carta circular simplemente hacer mención de algunos de los aspectos que “definen nuestro rostro en la Iglesia”[6] según nuestro modo de vivir la vida consagrada y de nuestro modo de hacer apostolado.

1. Nuestro estilo particular de santificación

“En relación a la vida consagrada y a nuestra propia configuración espiritual según el carisma recibido del fundador, contamos en primer lugar y principalmente con las Constituciones y el Directorio de Espiritualidad, como fuentes escritas. En otro nivel, específicamente distinto pero complementario, se hallan los distintos Directorios”[7]. De entre ellos, halla particular significancia para el caso, el Directorio de Vida Consagrada donde se explicitan y desarrollan “los elementos objetivos que expresan la identidad y configuración de la vida consagrada del Instituto del Verbo Encarnado según nuestra índole propia y nuestro patrimonio espiritual”[8].

Uno de estos elementos es, sin duda, el vivir nuestra consagración de tal manera que lleguemos a ser “otros Cristos”[9]. Esto es central a nuestra espiritualidad[10] y cada aspecto de ella está “profundamente marcada por todos los aspectos de la Encarnación”[11]. Por eso decimos que queremos “ser ‘como una nueva encarnación del Verbo’, ‘como otra humanidad suya’, de modo que el Padre no vea en nosotros ‘más que el Hijo amado’[12][13].

De aquí que, siguiendo las enseñanzas y la tradición de la Iglesia, la vida consagrada en nuestro Instituto “consiste en la imitación y seguimiento de Cristo virgen, pobre y obediente, en la búsqueda de la caridad perfecta”[14]. Lo cual “significa para nosotros que, en el seguimiento y la imitación de Cristo en la práctica de los consejos evangélicos, debemos esforzarnos en vivir con plenitud el radicalismo del anonadamiento de Cristo y de su condición de siervo, y de este modo ‘transfigurar’ el mundo”[15].

Consecuentemente, Jesucristo debe ser el centro de nuestra vida, debe tener la primacía en ella, de modo que no antepongamos nada a su amor[16]. Así, esta absoluta centralidad de Cristo nos hace querer firme y determinadamente “en todo y por todo dar primacía a lo espiritual, y el entregarnos en santo abandono a la voluntad de beneplácito de Dios”[17] y es esto mismo lo que nos hace dar más peso a la eternidad por sobre toda realidad temporal[18]. De aquí se deriva entonces que nosotros entendamos el ser misioneros “ante todo por lo que se es, más que por lo que se dice o se hace”[19], y con eso nuestra “visión providencial de toda la vida”[20] “enfatizando las cosas esenciales, dejando de lado todo formalismo”[21].

Por lo tanto, “esta impronta cristocéntrica”[22]– tan propia nuestra y que “encuentra su fundamento en la clara y correcta inteligencia del misterio del Verbo Encarnado”[23]– “debe quedar marcada a fuego en nosotros y en nuestro apostolado de evangelizar la cultura”[24].

Esto se manifiesta, entre otras cosas por ejemplo, en nuestra marcada devoción eucarística[25] e intensa vida de oración[26]; en la importancia que le damos a la celebración de la Santa Misa y al modo reverente de celebrarla, así como también en nuestra dedicación a adorar al Santísimo Sacramento “durante una hora diaria, y la Adoración Perpetua en cada Provincia y distributivamente en cada Casa”[27] –convencidos de que “un rato de verdadera adoración tiene más valor y fruto espiritual que la más intensa actividad, aunque se tratase de la misma actividad apostólica”[28]–; etc. 

Es, además, y de manera preponderante signo de la primacía de Cristo en nuestras vidas, la formación espiritual –que recibimos e impartimos– tratando de lograr “una disciplina de vida que capte el ‘estilo’ de Nuestro Señor Jesucristo, es decir, de sus actitudes que, como Hijo, tiene junto al Padre”[29]. Y esto es así, porque entendemos que “la disciplina es la actitud fundamental del discípulo y que nuestra sumisión a sus reglas se ordena a que la verdad –que es Cristo– se encarne en nuestras vidas”[30]. Por eso dicen nuestras Constituciones que para nosotros “ser dóciles a la disciplina es dejarnos enseñorear por Él”[31]. Y, por tanto, buscamos formarnos según la doctrina de los grandes maestros de la vida espiritual[32], pues ellos fueron quienes mejor sirvieron e imitaron a Cristo y en fidelidad al Magisterio de la Iglesia de todos los tiempos. 

De lo que acabamos de decir, se desprende una magnífica y bellísima característica de nuestra espiritualidad que es el esforzarnos por “abrazar la práctica de las virtudes aparentemente opuestas […] practicando la veracidad, la fidelidad, la coherencia y la autenticidad de vida, contra toda falsedad, infidelidad, simulación e hipocresía”[33]. Lo cual se traduce en nuestro “amor a la cruz, a la pobreza, junto a un gran espíritu de recreación y de eutrapelia. O la gran alegría y espíritu de fiesta cuando es fiesta y la seriedad en la liturgia en esas mismas fiestas”[34].

Más aun, esta primacía de Cristo en nuestra vida se revela también a la hora de seleccionar los apostolados, puesto que vamos a aquellos lugares donde hay más necesidad de operarios, donde hubiese mayor deuda, donde hay más mal sembrado, donde no hubiese otros que se ocupen del apostolado, o donde los fieles tengan más urgencia de misioneros, etc.[35]. Y así, marchamos alegres en la esperanza[36] –aunque vengan degollando– a predicar el Evangelio a los “lugares más difíciles (aquellos donde nadie quiere ir)”[37], “aún en las situaciones más difíciles y en las condiciones más adversas”[38]. Porque nuestro modo de proceder es el modo del Verbo Encarnado, que siendo rico se hizo pobre por amor nuestro, para que nosotros fuésemos ricos por su pobreza[39]

Y estamos convencidos que si queremos ser “como otra encarnación del Verbo” no podemos menos que ser totalmente de María Santísima. “Por eso nuestra espiritualidad quiere estar signada, con especial relieve, por el profesar un cuarto voto de esclavitud mariana, según el espíritu de San Luis María Grignion de Montfort, de modo que toda nuestra vida quede marianizada”[40]. Para nosotros “consagrarnos a Jesús por María es seguir el camino que siguió El para venir al mundo, que sigue usando y que usará”, por lo tanto, de Ella esperamos “obtener su ayuda imprescindible para prolongar la Encarnación en todas las cosas”[41], comenzando por reproducirla en nosotros mismos cristificando toda nuestra vida y nuestra actividad, pues “si somos religiosos es para imitar al Verbo Encarnado casto, pobre, obediente e hijo de María”[42].

Y esto me lleva a desarrollar el segundo punto de esta carta.

 2. Nuestro estilo particular de apostolado

Nuestro Directorio de Evangelización de la Cultura nos hace notar que: “si intentamos señalar algunas características de nuestros apostolados en su relación con el carisma y fin específico de nuestros institutos, quizás lo primero que aparece es su amplitud y variedad, lo cual está en conformidad con nuestro fin específico de evangelizar la cultura. Pues todo lo auténticamente humano –la técnica, el arte, la vida intelectual y moral, la contemplación de las cosas divinas– forma parte de la cultura y, por lo tanto, puede y debe ser evangelizado, ya que ‘ninguna actividad humana es extraña al Evangelio’[43]. La Evangelización de la cultura consiste en ‘prolongar la encarnación en todo hombre, en todo el hombre y en todas las manifestaciones del hombre’[44], en imbuir con el Evangelio toda la actividad humana[45]. Por lo tanto, todo lo que se refiere al hombre tanto en su cuerpo como en su alma, en su vida individual y también social, puede y debe ser purificado y elevado con la gracia de Cristo y, consecuentemente, podemos afirmar que toda forma de actividad apostólica es conforme a nuestro fin específico, aunque de un modo jerárquico”[46].

Ya en el año 2007 los Padres Capitulares enfatizaban con gran fuerza que “es algo propio nuestro el haber re-propuesto obras que son también de otras congregaciones, como los Ejercicios Espirituales, los oratorios, las misiones, etc.”[47]. Y agregaban: “En nuestro apostolado no hay nada que sea estrictamente nuevo, sino que hacemos lo de siempre. Pero lo propio nuestro está en la focalización en el misterio de la Encarnación: así como el Verbo, al asumir la naturaleza humana, se unió en cierto modo a todo hombre, así también nosotros queremos hacer en nuestra vida y en nuestros apostolados, de tal suerte que ninguna obra de apostolado nos es ajena, precisamente porque nada de lo auténticamente humano nos es ajeno. En efecto, lo que no es asumido no es redimido, como dice San Ireneo. Más aún, hay algo que ha de caracterizarnos respecto del modo propio de hacer las obras de apostolado. En este sentido, se puede decir que, en el carisma, como en todas las cosas, hay elementos materiales y formales. Los materiales incluyen las obras de apostolado, que tienen una finalidad propia, pero que no son el carisma. Lo formal es el modo propio, el estilo propio como nosotros los llevamos a cabo”[48].

Este modo propio, en su aspecto formal, conlleva en sí ciertas actitudes interiores que son distintivas de nuestro modo de proceder. De entre las muchas que el derecho propio menciona, quisiera destacar principalísimamente que “toda nuestra actividad apostólica debe estar animada por la unión con Cristo. […] Por tanto, toda nuestra vida religiosa debe estar imbuida de espíritu apostólico; y toda la acción apostólica informada de espíritu religioso[49]. “Sin olvidar jamás que no hay auténtica pastoral católica sin una profunda vida espiritual, sin una sólida formación doctrinal y sin una verdadera disciplina”[50].

Por eso sostenemos que nuestro primer apostolado como religiosos –ya seamos apostólicos o contemplativos– consiste primeramente en dar testimonio fiel y alegre como consagrados, estando en el mundo sin ser del mundo[51]. Como religiosos esta es nuestra tarea apostólica principal y “debe permanecer como primordial por sobre todas las actividades que puedan realizarse”[52].

“Sólo si se da tal testimonio”, nos recuerda el derecho propio, “será eficaz el apostolado que se realice, también en orden a la vida del propio instituto; pues los hombres y mujeres, particularmente los jóvenes, serán sobrenaturalmente atraídos a seguir tal estilo de vida solamente por la gloria de la Cruz, sabiduría y fuerza de Dios, y por el ejemplo de una vida coherente conforme a lo que se es”[53].

Por eso con gran tino señalaban los Padres Capitulares en el último Capítulo General hablando de los Apostolados Propios –como es el caso de la atención de una parroquia– cuán importante resulta “llevar una seria vida espiritual y una vida comunitaria de calidad […] Porque el obrar sigue al ser. Primero es la vida consagrada, y de allí brotan los apostolados”[54].

Cuántas veces nosotros mismos hemos podido comprobar con gran satisfacción que la gente y el resto del clero, sabe que somos sacerdotes del IVE. Tal reconocimiento demuestra de buen grado que se está dando testimonio de un estilo de vida singular, es decir, de acuerdo al carisma, que nos distingue del resto.

Y cuánta alegría da cuando “la gente considera a los sacerdotes como una comunidad religiosa, y lo expresa de diversas maneras (tratándoles –por así decir– como a un grupo familiar, invitándolos a todos a la casa o a participar en actividades, respetando los momentos comunitarios, etc.), porque es señal de que es lo que se vive. Y cuando es así, este espíritu de familia se extiende a las diversas realidades y grupos que forman parte de la comunidad parroquial”[55]. Poniendo de manifiesto otro de los aspectos importantes de nuestro modo de proceder: que es el de trabajar en comunión fraterna[56] y en colaboración fraterna[57]. Es decir, “llevando a cabo los apostolados no de modo personal sino en fraterna colaboración, que es el único modo realmente eficaz”[58] ya que para “la tarea de evangelizar la cultura no son suficientes esfuerzos individuales o de alguna generación, sino que se hace necesario un gran movimiento que vaya creciendo en extensión y profundidad”[59]

Por último, aunque no de menor importancia, resalta como actitud característica de nuestro modo de proceder el hacerlo “con generosidad, discernimiento y seriedad[60], “de manera competente[61], puntualiza el Directorio de Evangelización de la Cultura. Por tanto, resulta de capital importancia, el prepararse para la misión, para no caer en improvisaciones, en mezquindades, o en errores, que frustran y son en detrimento de la obra apostólica. Nuestro modo de proceder nos pide vivir permanentemente en una actitud sacerdotal de “tercer binario”[62], sin disminuciones ni retractaciones, sin reservas ni condiciones, sin subterfugios ni dilaciones, sin repliegues ni lentitudes[63].

Habiendo dicho esto, quisiera desarrollar entonces el aspecto material de nuestro estilo propio de hacer apostolado que son precisamente los apostolados propios.

Dicen nuestras Constituciones: “El Instituto del Verbo Encarnado asumirá los apostolados más conducentes a la inculturación del Evangelio”[64].  Es más, “todo lo que conduzca a ver a Cristo formado en los hombres será para nosotros objeto de máxima atención y accionar apostólico”[65]. Y en este sentido se señalan como apostolados propios: “la predicación de los Ejercicios Espirituales, la dirección espiritual, la formación sacerdotal en los seminarios, la educación en todos los niveles, la formación de dirigentes laicos, los medios de comunicación social, la atención de parroquias, el oratorio, el ministerio de la confesión, las misiones populares, etc., la práctica concreta de las obras de caridad, la atención de la Segunda y Tercera orden, queriendo prolongar a Cristo en “la familia, en la educación, en los medios de comunicación, en los hombres de pensamiento y en toda otra legítima manifestación de la vida del hombre”[66]. Quisiera destacar una vez más que el derecho propio menciona como “indispensable” la pastoral vocacional”[67].

Los campos preferenciales de acción apostólica de nuestro Instituto según el derecho propio son:

1. a) En su dimensión espiritual:

Los Ejercicios Espirituales: De aquí que los nuestros a lo largo y ancho del mundo, se dedican a la predicación de Ejercicios Espirituales “según el método y el espíritu de San Ignacio”[68]. A tal punto que no hay ningún mes del año en que alguno de los nuestros no esté predicando Ejercicios en alguna parte del mundo. Porque si la transformación del mundo se realiza “desde dentro”[69] –por medio de la santificación individual de las almas bajo la influencia de la gracia– ciertamente que uno de los instrumentos de excepcional eficacia e influjo para llevar a cabo este propósito son los Ejercicios Espirituales, porque apuntan esencialmente a la conversión[70].

De hecho, “la predicación de los Ejercicios Espirituales ignacianos en nuestras parroquias es una característica propia del Instituto, ya que dichos Ejercicios potencian la vida parroquial por medio del fortalecimiento de la vida espiritual de los fieles.”[71] Y así, son notorios y loables los esfuerzos que en todas partes realizan nuestros religiosos para predicar Ejercicios en la lengua propia del lugar y con las adaptaciones debidas, sirviéndose muchas veces de la ayuda de las Hnas. Servidoras y de los laicos, porque entienden la importancia de los mismos y que no se puede dejar pasar la ocasión de predicarlos. Es distintivo nuestro el estar siempre disponibles a predicarlos –aunque sea a uno solo– y el promoverlos por todos los medios.

La dirección espiritual: De nuestra noción de paternidad espiritual nace la destacada importancia dada a este apostolado. A tal punto que el derecho propio destaca la “prioridad apostólica y la disponibilidad”[72]  para el ejercicio del mismo que debe caracterizar a nuestros sacerdotes, ya con sus hermanos en la vida religiosa, ya con cualquier alma consagrada, ya con la gente de la parroquia o del lugar de misión. De aquí que nuestros sacerdotes sean conocidos por la práctica pastoral asidua de la confesión y de la dirección espiritual. Y la gente sabe que en todas partes donde hay sacerdotes de nuestra Familia Religiosa, siempre podrán encontrar un “padre espiritual”.

2. b) En su dimensión intelectual:

La formación sacerdotal en los Seminarios: Porque “las condiciones religiosas y morales de los pueblos dependen en gran parte del sacerdote”[73], y asimismo “la anhelada renovación de toda la Iglesia depende en gran parte del ministerio de los sacerdotes”[74], es nuestro denodado afán el dedicar nuestros mejores esfuerzos y preocupaciones a la formación de seminaristas ya sean del Instituto, ya colaborando en otros Seminarios[75]. En efecto, son alrededor de 100 los sacerdotes del Instituto dedicados a tan cualificado apostolado, como formadores o profesores, distribuidos tanto en nuestros seis seminarios y la Casa de Formación monástica de El Pueyo, como también colaborando en otros Seminarios y Universidades que no son del Instituto, en lugares tan diversos como Argentina, Italia, Perú, Brasil, USA, Ucrania, Filipinas, España, Papúa Nueva Guinea o Medio Oriente. Y esto por la prioridad que damos a la formación de los sacerdotes.

El apostolado universitario: Porque “somos conscientes que la gran batalla de nuestro tiempo es intelectual, dado que consiste en eliminar el error, principalmente del pecado contra la luz, del ateísmo militante, del liberalismo a ultranza, de las ideologías, de todas las idolatrías y, en última instancia, de la ignorancia de Dios”[76] y porque estamos convencidos de que “para que el Evangelio pueda encarnarse en el corazón de las culturas es ‘esencial’ la presencia de la Iglesia en el mundo de las universidades, es decir del pensamiento y de la investigación en sus diferentes ámbitos”[77], por todo esto, la pastoral universitaria es uno de los medios más importantes para alcanzar nuestro fin específico[78]. Entonces, mientras algunos de los nuestros marchan a los confines del mundo a predicar el Evangelio, otros se empeñan en “ser solícitos en la atención de los alumnos universitarios –tanto de las universidades católicas como también de las no católicas–, prestando ‘una ayuda permanente espiritual e intelectual a la juventud universitaria’”[79]. Y por esto mismo, como bien observaban los Padres Capitulares del 2016, es una necesidad urgente el “relanzamiento” del Centro de Altos Estudios “San Bruno Obispo de Segni”[80], que se destaque por su “excelencia académica por su línea doctrinal y reconocido nivel, de tal manera que el Centro de Estudios sea un foco de difusión científica de la verdad y un polo de atracción para muchos estudiantes”[81]. “La importancia de este proyecto es definitivamente prioritaria para todo el Instituto”[82]. Debemos dedicar a ello nuestras mejores fuerzas y esfuerzos en razón de nuestro mismo carisma.

También, hoy en día y con gran fruto, los nuestros llevan a cabo las Jornadas para Universitarios en varias partes del mundo “con el objetivo de prepararlos también para ejercer cristianamente las distintas profesiones y favorecer ambientes en que los jóvenes se apoyen y alienten en la fe, y puedan resistir a los embates de la ‘cultura de la muerte’ y del relativismo cultural reinante, especialmente en ambientes universitarios”[83]. ¡Cuánto deseamos que este apostolado que ya se realiza en varias de nuestras Provincias Religiosas se extienda a todas! Y aunque sean humildes y pequeños los comienzos auguramos que Dios los hará fructificar si con generosidad ponemos todo de nuestra parte.

La pastoral juvenil y la formación de dirigentes laicos: Porque el mismo Cristo invitó a los jóvenes a seguirlo y el Magisterio nos enseña que “los laicos, se encuentran en la línea más avanzada de la vida de la Iglesia; pues por ellos la Iglesia es el principio vital de la sociedad humana”[84], por eso buscamos formar “a los laicos para que ellos traten y ordenen, según Dios, los asuntos temporales’”[85].

De aquí que con gran fuerza y entusiasmo nos dedicamos a promover y organizar las Jornadas de los Jóvenes, las Jornadas de las Familias, los oratorios, los campamentos y el apostolado educativo en cualquiera de sus niveles. Y lo hacemos de modo tal que todos reciban una educación cristiana integral y que sea accesible a todos; no como algo esporádico o intermitente, antes bien es distintivo nuestro el querer tener siempre en nuestras parroquias jóvenes y niños y laicos, para darles “una atención espiritual más regular y una formación más completa y sólida”[86], creando espacios para ellos de manera que participen activamente en la misión y tengan incidencia directa en la sociedad.   

En efecto, la educación cristiana de niños y jóvenes en todos sus niveles se vuelve para nosotros en objetivo privilegiado de nuestra acción evangelizadora[87]; el cual queremos lograr siguiendo el modelo de oratorio de San Juan Bosco –como una auténtica institución educativa–, en el cual los niños y jóvenes reciban una formación integral que haga de ellos “buenos cristianos y honrados ciudadanos”[88].

Cualquiera de nuestros religiosos que trabaje en la pastoral escolar debe tener siempre muy presente que nuestra ‘nota distintiva’, es ayudar “a los adolescentes para que en el desarrollo de la propia persona crezcan a un tiempo según la nueva creatura que han sido hechos por el bautismo, y ordenar, finalmente, toda la cultura humana según el mensaje de la salvación, de suerte que quede iluminado por la fe el conocimiento que los alumnos van adquiriendo del mundo, de la vida y del hombre, educando a sus alumnos para conseguir el bien de la ciudad terrestre y… para servir a la difusión del reino de Dios”[89].

En los corazones de cada uno de nuestros misioneros debe estar siempre latente el imperioso deseo de “que muchos, muchísimos niños y jóvenes frecuenten y amen nuestros oratorios; queriendo, incluso, que una obra como ésta se multiplique y prospere donde ya existe, o surja donde todavía no existe, especialmente junto a cada una de nuestras parroquias”[90]

Los apostolados de la Tercera Orden, de los voluntariados y de los distintos movimientos juveniles (como el CIDEPROF, Voci del Verbo, y tantos otros) siguen siendo para, nosotros de capital importancia. Porque es algo propio nuestro “ser promotores del laicado”[91] y el buscar siempre asociar a tantas almas como podamos para la causa de Cristo a fin de que “todos los fieles cristianos laicos puedan actuar apostólicamente según sus carismas y disposiciones”[92]. Por eso, cualquiera sea nuestro emprendimiento apostólico siempre queremos “engendrar fieles capaces de hacer germinar la semilla del Evangelio en el ambiente donde viven”[93] de modo tal que, por su participación en el servicio de amor de la Iglesia, se conviertan en testigos de Dios por hacer el bien a los hombres gratuitamente[94], por la solidez de su doctrina y profunda vida de piedad, por su docilidad al Magisterio y a los pastores de la Iglesia.

3. c) En su dimensión de pastoral popular:

Dicen nuestras Constituciones que “se dará preferencia a la ayuda a las parroquias –preferentemente en zonas misioneras o más necesitadas– mediante la predicación (de triduos, novenas, fiestas patronales) y la administración del sacramento de la Reconciliación”[95]. La atención de parroquias tiene gran importancia en el apostolado de nuestro Instituto, porque precisamente son las parroquias el ámbito especial y privilegiado para el ejercicio de muchos de nuestros apostolados específicos[96].

Ya que una “parroquia confiada a los religiosos en un cierto sentido pasa a ser parroquia religiosa por cuanto en tal parroquia el Instituto expresa el carisma propio y el apostolado propio, aún en la sujeción al obispo”[97]. El derecho propio destaca ciertas características que ‘marcan’ a la parroquia como del IVE.

Así por ejemplo se mencionan como características de nuestras parroquias la predicación de Ejercicios Espirituales –que mencionamos anteriormente–; “la máxima disponibilidad de los sacerdotes para la confesión”[98];  la solemnidad de la celebración eucarística –como centro de la vida parroquial[99]– y de manera tal que los fieles participen cada vez más consciente, activa y fructuosamente; la predicación íntegra y bien fundamentada de la doctrina de Cristo entre las que se destaca la “liturgia dominical con una homilía preparada conscientemente”[100] –porque lo nuestro es ser “amantes de la liturgia católica”[101]–;  el promover “el culto de la Eucaristía por medio de la exposición Eucarística para ser adorada por los fieles”[102]; la formación catequética[103]; la dedicación a la dirección espiritual de los fieles; la dedicación de nuestros sacerdotes en asistir a los enfermos de su parroquia; el oratorio festivo; así como la preparación esmerada y la envergadura que siempre debemos de buscar dar a los “momentos fuertes” de la pastoral parroquial para que sean aprovechados al máximo[104] “de modo que en el círculo del año litúrgico se vaya profundizando cada vez con más perfección en el misterio que es Cristo”[105].

Al ser “esencialmente marianos”[106], la devoción a la Virgen no puede estar ausente en una parroquia del IVE. Antes bien, debemos infundirla, aumentarla y propagarla con ahínco entre nuestros fieles, especialmente “invitando y preparando las almas a la consagración especial y total a la Virgen”[107]. De tal manera que la marcada devoción al Verbo Encarnado presente en la Eucaristía y a la Madre de Dios, sean los pilares fundamentales de una parroquia del IVE.

Porque el mismo Verbo Encarnado nos mandó: Id y enseñad a todas las gentes[108] por todo el mundo[109], “comprometemos todas nuestras fuerzas a la inculturación del Evangelio”[110] y nos dedicamos con ímpetu a la predicación de las misiones populares en todas sus formas, como uno de los medios más válidos, eficaces y siempre actuales para alcanzar nuestro fin específico, permaneciendo siempre “abiertos a toda partícula de verdad allí donde se halle”[111]. Para ello tenemos como punto de referencia constante y fuente de inspiración los métodos y modelos propuestos por los santos que consideraron al máximo el valor de las misiones populares: Ignacio de Loyola, Felipe Neri, Vicente de Paúl, Alfonso María de Ligorio, Pablo de la Cruz, Luis Grignion de Montfort, Gaspar del Búfalo, Francisco de Sales, Juan Bautista Vianney, Maximiliano Kolbe[112].

Porque “el ejercicio de la caridad en la Iglesia no es algo accidental, sino que forma parte de su esencia”[113], lo nuestro es ser “serviciales con el prójimo, solidarios con todo necesitado”[114]. De aquí que, las obras de misericordia “están en el corazón del Instituto”[115]. Más aun, consideramos que “la preocupación por practicar las obras de misericordia corporales y espirituales debe ser constante en todo religioso, buscando cómo realizarlas en la propia misión, qué nuevas obras emprender, a qué nuevos flagelos y pobrezas nos pide Dios responder. Hay hoy muchas nuevas formas de pobreza, como la falta de sentido, la soledad, la pobreza extrema en las grandes ciudades, etc.”[116]. En su realización nos guiamos de los modelos propuestos por Don Orione, San José Benito Cottolengo, etc.

Cualquiera sea la obra de misericordia, es signo distintivo de “nuestro modo de hacerlas” el tener como piedra basal la confianza en la Divina Providencia, evitando caer en la tentación que corrompe a tantas instituciones católicas con una falsa necesidad de seguridades materiales, porque lo nuestro es el estar “abandonados a la Providencia”[117]. Recordando que nuestro modo requiere no solo amar a los pobres con amor preferencial[118], sino además el buscarlos[119] y no sólo dar a los pobres[120], sino también darse a sí mismo[121].

Porque “en la actual guerra planetaria contra la familia, la dedicación a la pastoral familiar es de primera importancia, ya que es la célula básica de la sociedad y está ligada íntimamente con la enseñanza y aplicación de la doctrina social de la Iglesia y del magisterio más reciente”[122], la pastoral familiar y la urgente necesidad de formar a los hombres es siempre vigente e imperativa. De hecho, ambos apostolados fueron enfáticamente propuestos en el último Capítulo. Aliento toda iniciativa conforme a este propósito.

La promoción de las vocaciones, la atención espiritual y el trabajo mancomunado con las Hermanas Servidoras, siguen siendo nuestros apostolados preferenciales a los que se ha de dedicar cualitativamente el tiempo y energías necesarios.

Además, como no podía ser de otro modo, es intrínseco a nuestro modo de proceder, nuestra sujeción, comunión y amor a los Obispos y entre ellos principalmente al Obispo de Roma. Porque “la fidelidad prometida a Cristo jamás podrá separarse de la fidelidad a la Iglesia”[123]. Lo nuestro no es sólo obediencia al Papa y a los Obispos en unión con él, sino también fidelidad, sumisión filial, adhesión y disponibilidad para el servicio de la Iglesia universal[124].

Por todo lo dicho anteriormente, nuestro modo específico de santificación y apostolado reclama una formación integral que nos prepare para cualquier oficio en el cual podamos restaurar todas las cosas en Cristo[125]. Y, asimismo, que firmes en los principios de la fe y en el Magisterio de la Iglesia nos haga perspicaces para leer los signos de los tiempos y saber tener una visión sacerdotal de la realidad, que infundiendo en nosotros un celo ardoroso[126] por las almas nos haga siempre disponibles[127] para responder a las nuevas y urgentes oportunidades de “anunciar y testimoniar”[128] la Buena Nueva de Cristo con lealtad al misterio del Verbo Encarnado. Todo esto con “cristalina y contagiosa alegría, en imperturbable paz aun en los más arduos combates”[129], y un gran ímpetu misionero[130] “sin límites de horizontes”[131], “hasta llegar al heroísmo de la entrega sin reservas”[132].

“Por eso, nuestra pequeña Familia Religiosa no debe estar nunca replegada sobre sí misma, sino que debe estar abierta como los brazos de Cristo en la Cruz, que tenía de tanto abrirlos de amores, los brazos descoyuntados”[133].

 

* * * * *

Queridos Todos: Quisiera concluir con esta exhortación del Decreto Perfectae Caritatis: “Conserven los Institutos y realicen con fidelidad sus propias actividades y, teniendo en cuenta la utilidad de la Iglesia universal y de las diócesis, adáptenlas a las necesidades de tiempos y lugares, empleando los medios oportunos y aún otros nuevos… Manténgase en los Institutos el espíritu misionero y ajústese, según la índole de cada uno, a las circunstancias de hoy, de suerte que en todos los pueblos resulte más eficaz la predicación del Evangelio”[134].

Continuemos poniendo todos los medios para realizar con gran espíritu de entrega la tarea que Dios en su infinita misericordia nos ha confiado. Es mi intención que esta carta constituya simplemente un recuerdo y un incentivo para todos “de lo nuestro”, de “nuestro estilo particular de santificación y apostolado”[135], para que sea ejercido en cualquier lugar donde estemos con mayor vigor y entusiasmo. Seamos siempre fieles a la misión y al carisma que nos ha sido legado, en obediencia a la Iglesia.

Jamás nos desanimemos ante las dificultades, antes bien procuremos responder cada vez mejor a las exigencias de los tiempos y que nuestro aporte al esfuerzo evangelizador de la Iglesia brote armónicamente de la misma fidelidad a nuestro querido Instituto; que vaya marcado con el estilo propio de un verdadero religioso del Verbo Encarnado.

¡Démoslo todo! Y estemos seguros de que, si actuamos con entera fidelidad a Cristo y al carisma recibido, Dios nos bendecirá con una generosa floración de vocaciones.

Que la Madre del Verbo Encarnado, quien fue la primera que estuvo estrechamente asociada a la obra de la redención, sea siempre nuestra guía y modelo. Como María, que estuvo totalmente consagrada a la Persona de su Hijo y al servicio de la redención, también nosotros y las almas a nosotros encomendadas aprendamos a no querer “ni Jesús sin la Cruz, ni la Cruz sin Jesús”[136].

Hoy y siempre seamos siempre fieles a nuestro modo de proceder y de amar a Dios y a los hombres, que nos es otro sino el modo de proceder del Corazón del Verbo Encarnado[137].

En Jesucristo y su Santísima Madre, 

P. Gustavo Nieto, IVE
Superior General

 

1 de septiembre de 2019
Carta Circular 14/2017

[1] Cf. Vita Consecrata, 48.

[2] Sagrada Congregación para los religiosos e Institutos seculares, Elementos Esenciales de la Doctrina de la Iglesia sobre la Vida Religiosa dirigidos a los Institutos dedicados a obras apostólicas (31/05/1983) 11. Como no podría ser de otra manera para nuestro Instituto que se honra en considerar como su tinte distintivo la fidelidad al Magisterio de la Iglesia, tal enseñanza ha sido tomada por el derecho propio y así consta en el Directorio de Vida Consagrada, cf. nota n. 415.

[3] Directorio de Vida Consagrada, 312.

[4] Cf. Directorio de Vida Consagrada, 321.

[5] Cf. Constituciones, 378; op. cit. CIC, c. 598, § 2.

[6] Cf. Constituciones, 33.

[7] Directorio de Vida Consagrada, 1. Aprovecho para animarlos vivamente a leerlos y releerlos.

[8] Directorio de Vida Consagrada, 2.

[9] Constituciones, 7 y Directorio de Espiritualidad, 30.

[10] Cf. Constituciones, 209; Directorio de Vida Consagrada, 37 y Directorio de Espiritualidad, 30.

[11] Constituciones, 8.

[12] Santa Isabel de la Trinidad, op. cit., Elevaciones 33, 34 y 36. 

[13] Directorio de Espiritualidad, 30.

[14] Directorio de Vida Consagrada, 223.

[15] Directorio de Vida Consagrada, 224.

[16] Cf. Constituciones, 37.

[17] Cf. Directorio de Espiritualidad, 8.

[18] Cf. Constituciones, 40.

[19] Cf. Constituciones, 166.

[20] Notas del V Capítulo General, 10.

[21] Notas del V Capítulo General, 11.

[22] Directorio de Vida Consagrada, 37.

[23] Cf. Notas del V Capítulo General, 12.

[24] Directorio de Vida Consagrada, 37.

[25] Que es, como Uds. saben, uno de los elementos adjuntos al carisma no negociables. Cf. Notas del V Capítulo General, 6.

[26] Que incluye: “el rezo de la Liturgia de las Horas, la Liturgia Penitencial semanal, el capítulo semanal, el rezo diario del Santo Rosario y del Ángelus, el Vía Crucis, el uso del escapulario, etc.”. Cf. Constituciones, 136.

[27] Cf. Constituciones, 139.

[28] Constituciones, 22; op. cit. San Juan Pablo II, Discurso a los Superiores Generales de Órdenes y Congregaciones religiosas, 24 de noviembre de 1978.

[29] Cf. Constituciones, 216. Además, las Notas del VII Capítulo General, 19, hablando de la formación espiritual de nuestros formandos dice que la misma “debe conducir a una seria vida de oración y práctica sacramental, consolidar la asunción del estilo de vida de Cristo por una disciplina de vida fundada en los votos y en el carisma del Instituto”.

[30] Cf. Constituciones, 216.

[31] Ibidem.

[32] Constituciones, 212.

[33] Constituciones, 13.

[34] Notas del V Capítulo General, 12.

[35] Constituciones, 186.

[36] Rom 12, 12.

[37] Directorio de Espiritualidad, 86.

[38] Constituciones, 30.

[39] Cf. Directorio de Vida Consagrada, 74; op. cit. Cf. 2 Co 8, 9.

[40] Directorio de Vida Consagrada, 413; op. cit. Directorio de Espiritualidad, 19.

[41] Constituciones, 17.

[42] Directorio de Vida Consagrada, 326.

[43] Directorio de Espiritualidad, 27.

[44] Constituciones, 5.

[45] Cf. Constituciones, 26.

[46] Directorio de Evangelización de la Cultura, 152.

[47] Notas del V Capítulo General, 8.

[48] Notas del V Capítulo General, 8.

[49] Directorio de Vida Consagrada, 259.

[50] Directorio de Vida Consagrada, 274.

[51] Directorio de Espiritualidad, 46.

[52] Directorio de Vida Consagrada, 281.

[53] Directorio de Vida Consagrada, 283.

[54] Notas del VII Capítulo General, 95.

[55] Cf. Ibidem.

[56] Directorio de Vida Consagrada, 308.

[57] Directorio de Evangelización de la Cultura, 196.

[58] Directorio de Vida Consagrada, 308.

[59] Constituciones, 268.

[60] Directorio de Vida Consagrada, 308.

[61] Cf. Directorio de Evangelización de la Cultura, 195.

[62] San Ignacio de Loyola, Ejercicios Espirituales [155].

[63] Cf. Directorio de Espiritualidad, 73.

[64] Constituciones, 169. Dichos apostolados son enunciados en nuestras Constituciones (cf. Constituciones, 170-174).

[65] Constituciones, 15.

[66] Directorio de Vida Consagrada, 307; op. cit. Directorio de Evangelización de la Cultura, 148-149; Documento del Consejo General del Instituto del Verbo Encarnado, La parroquia religiosa, nota 9.

[67] Cf. Directorio de Vida Consagrada, 308.

[68] Constituciones, 171

[69] Cf. Directorio de Vida Consagrada, 339, 342 y Directorio de Espiritualidad, 51; op. cit. San Juan Pablo II, Alocución a los Obispos de Zimbabwe, 2 de julio de 1988.

[70] Cf. Directorio de Ejercicios Espirituales, 81.

[71] Directorio de Parroquias, 86.

[72] Cf. Directorio de Dirección Espiritual, 56.

[73] Pío XI, Ad Catholici Sacerdotii, 49.

[74] Optatam Totius, Proemio.

[75] Directorio de Evangelización de la Cultura, 196.

[76] Directorio de Obras de Misericordia, 118.

[77] Directorio de Evangelización de la Cultura, 197.

[78] Cf. Constituciones, 29.

[79] Ibidem; op. cit. Gravissimum Educationis, 10.

[80] Cf. Notas del VII Capítulo General, 104.

[81] Ibidem.

[82] Ibidem.

[83] Notas del VII Capítulo General, 93.

[84] Directorio de Tercera Orden, 10; op. cit. Pío XII, Discurso a los nuevos Cardenales, Acta Apostolicae Sedis, 38 (1946) 149.

[85] Constituciones, 11; op. cit. Cf. Lumen Gentium, 31.

[86] Notas del VII Capítulo General, 93.

[87] Directorio de Oratorios, 17.

[88] Cf. Directorio de Oratorios, 23; cf. San Juan Bosco, Regolamento dell’Oratorio de S. Francesco di Sales per gli esterni, Parte II, cap. II, art. 6.

[89] Directorio de Evangelización de la Cultura, 191.

[90] Cf. Directorio de Oratorios, 7.

[91] Constituciones, 231.

[92] Constituciones, 181.

[93] Cf. Directorio de Parroquias, 89.

[94] Cf. Directorio de Obras de Misericordia, 60.

[95] Constituciones, 173.

[96] Cf. Directorio de Parroquias, 2 y cf. Notas del VII Capítulo General, 97.

[97] V. De Paolis, La vita consacrata nella Chiesa, Bologna 1992, 359.

[98] Directorio de Parroquias, 97.

[99] Directorio de Parroquias, 28.

[100] Directorio de Parroquias, 68.

[101] Constituciones, 231.

[102] Directorio de Parroquias, 59.

[103] Directorio de Parroquias, 99.

[104] Directorio de Parroquias, 100.

[105] Directorio de Parroquias, 62.

[106] Cf. Constituciones, 31.

[107] Notas del VII Capítulo General, 100.

[108] Mt 28, 19.

[109] Mc 16, 15.

[110] Constituciones, 5.

[111] Constituciones, 231.

[112] Directorio de Misiones Populares, 51.

[113] Directorio de Obras de Misericordia, 42.

[114] Constituciones, 231.

[115] Cf. Notas del VII Capítulo General, 106.

[116] Notas del VII Capítulo General, 107.

[117] Constituciones, 231.

[118] Constituciones, 206 y 231.

[119] Constituciones, 159.

[120] Constituciones, 174 y 373.

[121] Cf. Directorio de Obras de Misericordia, 212.

[122] Notas del VII Capítulo General, 99.

[123] San Juan Pablo II, A la Asamblea Internacional de las Superioras Generales en Roma, 13 de mayo de 1983.

[124] Cf. Constituciones, 271.

[125] Directorio de Espiritualidad, 1; op. cit. Ef 1, 10.

[126] Constituciones, 119.

[127] Constituciones, 134.

[128] Directorio de Espiritualidad, 263.

[129] Constituciones, 321.

[130] Ibidem.

[131] Directorio de Espiritualidad, 87.

[132] Ibidem.

[133] Cf. Constituciones, 263.

[134] Perfectae Caritatis, 20.

[135] Directorio de Vida Consagrada, 2.

[136] Directorio de Espiritualidad, 144.

[137] Directorio de Espiritualidad, 231.

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