El diablo que tú no conoces (1)

Contenido

El diablo que tú no conoces
I parte

«Hay que restaurar, íntegramente, en Cristo, todas las cosas. Es preciso que Él reine hasta poner todos sus enemigos bajo sus pies” (1 Co 15,25), enseñoreando para Cristo el universo mundo recapitulando todas las cosas en Cristo, las del cielo y las de la tierra (Ef 1,10)»1.

Este párrafo de nuestras Constituciones a la vez que nos habla de una responsabilidad específica de restaurar todas las cosas haciendo que Cristo reine, nos habla también de la inevitable confrontación con sus enemigos que dicha tarea trae aparejada.

¿Quiénes son estos enemigos?

La Palabra de Dios nos enseña que son quienes niegan que el Verbo haya tomado carne humana: todo espíritu que confiesa a Jesucristo, venido en carne, es de Dios; y todo espíritu que no confiesa a Jesús, no es de Dios; ese es el del Anticristo, el cual habéis oído que viene, y ahora está ya en el mundo» (1 Jn 4,2-3).

Entonces es importante, no ser ingenuos y reconocer que en este empeño convivimos –como el trigo y la cizaña2– con el enemigo que ya está en el mundo (1 Jn 4,3).

Uno de los oficios, quizás desconocido por muchos, de San Juan de la Cruz fue el de exorcista. Sin embargo, cualquiera de sus biografías menciona su lucha ardua e intrincada con el enemigo de las almas. Uno de los casos más renombrados y que ilustra esto que acabamos de decir −todo espíritu que no confiesa a Jesús, no es de Dios; ese es el del Anticristo− es el de la monja María de Olivares, monja agustina en Ávila. Brevemente: «Un buen día comienza a citar y comentar pasos de la Biblia con una brillantez increíble. Las compañeras se admiran y corre su fama de boca en boca. Y comienza la romería de gente que quiere ver aquel portento. Se dice que “habla todas las lenguas, y que conoce todas las ciencias”, sin haber estudiado. La examinan varios teólogos insignes que van dando por bueno aquel espíritu de la monja que habla de todo lo divino con ellos con un desparpajo increíble; y piensan que se trata de ciencia infusa, de ese conocimiento carismático que Dios infunde a los humildes y sencillos.

Pero los superiores no terminan de ver claro, entonces se comunican con Santa Teresa para que mande a San Juan de la Cruz. Hay que decir que el santo es enemigo jurado de milagrerías3, es lo más reacio a atribuir intervenciones de Dios, locuciones especiales, etc., como si el Altísimo no tuviera otra cosa que hacer sino contravenir las leyes que Él mismo ha establecido. Descalifica sin piedad a quienes bautizan “todo por de Dios”4.

La cuestión es que allá va el santo fraile con 32 años de edad (1574). Entra fray Juan en el locutorio; por el otro lado de la reja aparece la monja. Durante una hora habla, pregunta, inquiere el fraile. La monja no abre la boca; ni una palabra la que no dejaba de hablar con otros que han venido a verla. Al salir fuera de la entrevista, San Juan dice: “No se engañen vuestras paternidades, que no es espíritu de Dios el que tiene esta religiosa sino espíritu del diablo que la tiene engañada. Señores, esta monja está endemoniada”. En fin, comienzan los exorcismos. Como resultado claro de los primeros conjuros viene a saber por confesión de la propia posesa que se había entregado al demonio un año después de estar en el convento, siendo aún jovencísima. Y lo hizo no de palabra sino por escrito, consignándolo en una cédula, escrita con su sangre. Hay quien declara que San Juan de la Cruz les dijo que la posesa “por todas las coyunturas de su cuerpo tenía escritos los nombres de los demonios que la poseían”.

Un día le dice fray Juan a la monja: tradúzcame estas palabras del Evangelio de San Juan: Verbum caro factum est et habitavit in nobis. Y traduce ella rápidamente: ‘El Hijo de Dios se hizo hombre y vivió con vosotros’. ¡Mientes! –replica el exorcista–, las palabras no dicen ‘con vosotros’, sino ‘con nosotros’. Es como digo –replica ella–, porque no se hizo hombre para vivir con nosotros, sino para vivir con vosotros’. Años más tarde recordará fray Juan con pena que la posesa lloraba porque había quien amase a Dios. Y esto sí que es diabólico»5.

Ya ven como todo espíritu que confiesa a Jesucristo, venido en carne, es de Dios; y todo espíritu que no confiesa a Jesús, no es de Dios; ese es el del Anticristo, el cual habéis oído que viene, y ahora está ya en el mundo (1 Jn 4,2-3).

Ciertamente que este es un caso extremo y no resulta siempre fácil discernir lo que hay de preternatural en estos casos, ni la Iglesia condesciende o secunda fácilmente la tendencia a atribuir muchos hechos e intervenciones directas al demonio; pero en línea de principio no se puede negar que, Satanás tiene gran afán de dañar y conducir al mal a las almas6. Por otro lado, hay un trabajo común y una presencia ordinaria del demonio en nuestras vidas. Constantemente, seamos conscientes o no, nos enfrentamos a este enemigo formidable que −si bien es cierto− rara vez reclama un rol dramático en nuestras vidas, no obstante, se entromete normalmente de modo dañino y hasta destructivo en nuestro andar por la vida. No en vano, el Maestro de la fe dice que este enemigo del alma «es el más oscuro y difícil de entender»7. Por eso ahora vamos a ver cuáles son sus rasgos característicos (según San Juan de la Cruz) y luego cuáles son sus estrategias a fin de prevenirnos contra sus ataques. Porque, así como debemos ser maestros de oración, también tenemos que ser maestros de discernimiento.

1. Características del enemigo

Entre los rasgos más significativos podemos enumerar: envidioso; mentiroso; engañador; malicioso; astuto; soberbio; fuerte.

  • Envidioso

Lo acabamos de decir en el caso de María de Olivares, la posesa «lloraba porque había quien amase a Dios». Lo cual es un signo muy claro de envidia diabólica. Esas lágrimas traducidas al lenguaje puro del catecismo significaban pesar del bien ajeno, y ¡de que bien! Esto mismo define al demonio que tiene «grande envidia y pesar del bien y paz del alma»8. Por eso en su Cántico espiritual San Juan de la Cruz escribió: «por su gran malicia, todo el bien que en ella (en el alma) ve, envidia»9. Y porque envidia, entra en acción a lo largo de todo el camino espiritual. Y a los que más decididos caminan por la vida espiritual, más los acomete, y por eso hay que tener mayor vigilancia y discreción. Lo que quiero decir, es que su envidia no es puro reconcomio (como un deseo persistente), no es envidia de signo estático, sino dinámico y agresivo; por eso uno de los grandes enemigos que hacen guerra y dificultan el itinerario del alma es el demonio10, que procura con fuerza tomar el paso de este camino11 como un auténtico salteador de caminos. En la famosa digresión que hace San Juan de la Cruz acerca de los tres ciegos que podrían sacar al alma del camino, el segundo es el demonio12 , que quiere que «como él es ciego, también el alma lo sea»13, y se pone en el paso del sentido al espíritu14. Es, espiritualmente hablando, adversario del alma15. Cuanto más envidioso, más enemigo, y cuanto más enemigo, más envidioso. Este es su signo.

San Ignacio expresa esta obstaculización del demonio diciendo en la 2ª regla de discernimiento de los espíritus para la 1.º Semana: «… propio es del mal espíritu morder, tristar y poner impedimentos inquietando con falsas razones, para que no pase adelante»16. Y ya veremos más adelante las varias estrategias que usa para esto.

Lo cierto es que donde pueda hacer daño allí está él. Por desgracia, también su envidia y malicia se agudizan, y donde más daño pueda hacer, entonces allí emplea del modo más sutil y fuerte sus poderes. A las almas especialmente adelantadas en los caminos del espíritu trata de derribarlas como sea. «Porque más precia él impedir a esta alma un quilate de esta su riqueza y glorioso deleite que hacer caer a otras muchas en otros muchos y graves pecados, porque las otras tienen poco o nada que perder y ésta mucho, porque tiene mucho ganado y muy precioso»17.

En todo tiempo hace notar San Juan de la Cruz la «mucha envidia de la paz y recogimiento interior»18 del alma que tiene el demonio. Y los llama raposas, porque estos astutos y maliciosos demonios con un sinnúmero de turbaciones y movimientos turban la devoción de las almas santas. En otro lado se refiere a Satanás como una «turbadora presencia»19. Todo lo cual se corresponde con aquella 5.a regla de discernimiento que pone San Ignacio para la segunda semana que dice: «… si enflaquece o inquieta o conturba a la anima, quitándola su paz, tranquilidad y quietud que antes tenía, clara señal es proceder de mal espíritu…»20. Algo muy similar pone en la 1.a regla donde dice que «es propio del enemigo militar contra la alegría y consolación espiritual, trayendo razones aparentes y asiduas falacias»21.

Frente a esta ‘característica’ del enemigo hay que saber actuar guiados por los sanos principios que nos ofrece San Ignacio y que son valederos siempre. Y aplicarlos no sólo a nosotros mismos, sino saberse servir de ellos para la guía de las almas.

Este primer principio:

[329] 1.ª regla. La primera: proprio es de Dios y de sus ángeles en sus mociones dar verdadera alegría y gozo spiritual, quitando toda tristeza y turbación, que el enemigo induce.

Como segundo principio: Imprimir en el alma la regla que dice: [330] 2.ª regla: sólo es de Dios nuestro Señor dar consolación a la ánima sin causa precedente; porque es propio del Criador entrar, salir, hacer moción en ella, trayéndola toda en amor de la su divina majestad.

  • Mentiroso-engañador

Justamente el nombre de diablo, quiere decir: causar la destrucción, dividir, calumniar, engañar. Por eso el Apóstol San Juan decía: no os fiéis de cualquier espíritu (1 Jn 4,1). Porque existe una sabiduría terrena, animal y diabólica, enfrentada con la sabiduría de lo alto (St 3,15).

«Según la Sagrada Escritura, y especialmente el Nuevo Testamento, el dominio y el influjo de Satanás y de los demás espíritus malignos se extiende al mundo entero […]. La acción de Satanás consiste ante todo en tentar a los hombres para el mal, influyendo sobre su imaginación y sobre las facultades superiores para poder situarlos en dirección contraria a la ley de Dios»22.

Así, por ejemplo, enfrente o en contra de las intervenciones de Dios, que se manifiesta por medio de imágenes y representaciones a sus profetas23, «el demonio procura con las suyas, aparentemente buenas, engañar al alma, como es de ver en el (libro) de los Reyes, cuando engañó a todos los profetas de Acab, representándoles en la imaginación los cuernos con que dijo había de destruir a los asirios, y fue mentira24»25.

Esa capacidad de mentir y engañar se ve aumentada indirectamente cuando Dios, por sus justos juicios, se lo permite más abundantemente, viniendo a ser Dios causa de todos esos daños, causa privativa, puntualiza Juan de la Cruz, «que consiste en quitar él su luz y su favor; tan quitado, que necesariamente vengan en error»26. Con el retiro de la luz y favor del cielo «da Dios licencia al demonio para que ciegue y engañe a muchos, mereciéndolo sus pecados y atrevimiento. Y puede y se sale con ello el demonio, creyéndole ellos y teniéndole por buen espíritu. Tanto, que aunque sean muy persuadidos que no lo es, no hay remedio de desengañarse por cuanto tienen ya, por permisión de Dios, ingerido el espíritu de entender al revés»27.

En varias ocasiones a lo largo de sus obras se refiere el santo acerca del poder de sugestión que tiene el diablo y por la que va sembrando falsedades. Por ejemplo, en el caso de las ‘palabras interiores’ donde «mete mucho el demonio la mano, mayormente en aquellos que tienen alguna inclinación o afición a ellas»28 y dice que este modo de comunicarse lo emplea el maligno «con los que tienen hecho algún pacto con él, tácito o expreso, y como se comunica con algunos herejes, mayormente con algunos heresiarcas, informándoles el entendimiento con conceptos y razones muy sutiles, falsas y erróneas»29. Su poder de sugestión también se manifiesta respecto de noticias e inteligencias acerca de las criaturas; mentiras no intrascendentes o irrelevantes, sino relativas a «pecados ajenos, y conciencias malas, y malas almas, falsamente y con mucha luz, todo por infamar y con gana de que se descubra aquello, porque se hagan pecados, poniendo celo en el alma de que es para que los encomiende a Dios»30. Esto me hace acordar a aquella carta de San Juan de Ávila que le escribía a un religioso predicador que era muy perseguido: «Ellos (los siervos de Dios) padecen por Dios y porque se llegaron a Dios; y la persecución es contra Dios. Si los perseguidores otra cosa piensan, por ventura disminuyen algo su culpa, mas no nuestra corona; y si ellos, engañados, piensan que sirven a Dios, nosotros, desengañados, sabemos que servimos a Dios»31. Cuantas veces todos esos ataques mediáticos son manifestación explícita de esto precisamente: todo es por infamar, porque se hagan pecados haciéndolo creer al alma que obra bien.

Por eso San Ignacio advierte que es muy importante guiarse por la «sindérese de la razón»32, es decir por el juicio recto. Dios siempre nos va a mover por la razón iluminada por la fe. En cambio, el diablo obra por sugestión, es decir, por cosas que de suyo no entran en el sagrario del alma como son la inteligencia y la voluntad; sino más bien los sentidos, los recuerdos de lo aprehendido por los sentidos, las emociones, etc.

En este punto es clave aplicar aquella regla que trae San Ignacio y que dice: [333] 5.ª regla. La quinta:

debemos mucho advertir el discurso de los pensamientos; y si el principio, medio y fin es todo bueno, inclinado a todo bien, señal es de buen ángel; mas si en el discurso de los pensamientos que trae, acaba en alguna cosa mala o distrativa, o menos buena que la que el ánima antes tenía propuesta de hacer, o la enflaquece o inquieta o conturba a la ánima, quitándola su paz, tranquilidad y quietud que antes tenía, clara señal es proceder de mal spíritu, enemigo de nuestro provecho y salud eterna.

Que quede claro: el único medio seguro para descubrir los engaños del enemigo es un examen que atienda solícito a todos los movimientos de nuestro espíritu, que sea iluminado por la gracia sobrenatural y vaya guiado y dirigido por una acertada dirección. Esto es una lucha constante, por eso dice San Ignacio que «debemos mucho advertir», es decir, en la sucesión completa de nuestras resoluciones: si acaba en una cosa mala, distractiva o enflaquece al alma, claramente no es de Dios.

Tratando de las imperfecciones que tienen los aprovechados que ya han pasado la noche pasiva del sentido, el Doctor místico escribe una de las páginas más duras de todos sus libros, alertando a los espirituales que disfrutan a manos llenas de tantas comunicaciones y aprehensiones espirituales y donde nos deja ver muchos de los efectos por los que se reconoce ser obra del diablo. En estas circunstancias el demonio, dice el santo, «con gran facilidad embelesa y engaña» a la persona espiritual, «no teniendo ella cautela para resignarse y defenderse fuertemente en fe de todas estas visiones y sentimientos»33. El organigrama del demonio es perfecto: «Porque aquí hace el demonio creer a muchos visiones vanas y profecías falsas; aquí en este puesto les procura hacer presumir que habla Dios y los santos con ellos, y creen muchas veces a su fantasía; aquí los suele el demonio llenar de presunción y soberbia y, atraídos de la vanidad y arrogancia, se dejan ser vistos en actos exteriores que parezcan de santidad, como arrobamientos y otras apariencias. Hácense así atrevidos a Dios, perdiendo el santo temor, que es llave y custodia de todas las virtudes. Y tantas falsedades y engaños suelen multiplicarse en algunos de éstos, y tanto se envejecen en ellos, que es muy dudosa la vuelta de éstos al camino puro de la virtud y verdadero espíritu»34. Esa serie de aquí hace ver cómo el demonio es realista en sus cosas y sabe aprovechar muy bien las ocasiones concretas.

En sus Cautelas dice el santo que una de las astucias más ordinarias del demonio para engañar a los espirituales «es engañarlos debajo de especie de bien y no debajo de especie de mal; porque sabe que el mal conocido apenas lo tomarán»35. Entonces dice: «Puede, el demonio, representar en la memoria y fantasía muchas noticias y formas falsas que parezcan verdaderas y buenas, imprimiéndolas en el espíritu y sentido con mucha eficacia y certificación por sugestión, de manera que le parezca al alma que no hay otra cosa, sino que aquello es así como se le asienta, porque, como se transfigura en ángel de luz, parécele al alma luz»36.

Ya se dan cuenta ustedes de la similitud que tiene con la 4.a regla de discernimiento que trae San Ignacio en el [332] del libro de los Ejercicios: proprio es del ángel malo, que se forma sub angelo lucis, entrar con la ánima devota, y salir consigo; es a saber, traer pensamientos buenos y sanctos conforme a la tal ánima justa, y después, poco a poco, procura de salirse trayendo a la ánima a sus engaños cubiertos y perversas intenciones.

Fíjense que dice «entra con el anima devota», es decir trae pensamientos buenos y santos pero después poco a poco procura salirse con la suya, «trayendo a la ánima a sus engaños cubiertos y perversas intenciones». Al diablo no le importa esperar; sabe dar muchos y largos rodeos y sobre todo le gusta aparentar mucha devoción, mucha observancia al menos externa. De hecho, parece algo bueno, uno se desordena en eso y entonces caímos en la trampa. Entonces faltamos a la caridad bajo capa de piedad; o somos excesivamente rigurosos bajo capa de observancia. Enseña Santo Tomás que: «Justicia sin misericordia es crueldad»37 y esto mismo dicen explícitamente las Constituciones. El diablo consiente de que practiquemos algunas buenas obras, incluso que hagamos penitencia, que recemos… pero espera agazapado para saltar y tomar su presa.

Por eso, «uno de los medios con que el demonio coge a las almas incautas con facilidad y las impide el camino de la verdad del espíritu, es por cosas sobrenaturales y extraordinarias, de que hace muestra por las imágenes, ahora en las materiales y corpóreas que usa la Iglesia, ahora en las que él suele fijar en la fantasía debajo de tal santo o imagen suya, transfigurándose en ángel de luz para engañar (2 Co 11,14)»38.

Más aun, usando esa misma táctica engañosa de buscar el estorbo en los mismos medios de santificación, dice San Juan de la Cruz que el demonio es la segunda causa de las rebeliones carnales que padecen algunas personas cuando se ponen en oración o cuando están «ejercitando los Sacramentos de la Penitencia y Eucaristía»39. Con esto quiere acobardar y espantar a las almas para que dejen esos ejercicios espirituales, vista esa especie de reflejos condicionados a que se ven sujetos. Es como el que va a la adoración o a celebrar Misa y tiene pensamientos impuros tan espantosos que entonces se siente tentado a no hacer la adoración o a no celebrar Misa.

  • Malicioso – astuto

Ya nos ha dicho Juan de la Cruz cómo el demonio por su gran malicia es de lo más envidioso40. La grandeza de su envidia se nos descubrirá gigantesca viendo la amplitud y entidad de su malicia.

Fíjense ustedes que la malicia diabólica, que a veces se disfraza de bondad, no es algo superficial, sino algo que inspira y gobierna sus pasos en el triste menester de buscar la perdición de los hombres.

Es su malicia la que le impulsa a dañar a las almas, para que así aumente su familia. Digamos que el demonio es dueño de una malicia envidiosa y a la vez de una envidia maliciosa, que no renuncia a su quehacer de perjudicar a las almas.

El mundo todo está bajo el maligno (1 Jn 5,19), dice el apóstol San Juan. Y así vemos cómo con astucia va «penetrando en el mundo y en la existencia humana para ejercer su poder por medio de ellos, pero a la vez se ocultan en este mundo y en la existencia humana. O si se quiere: mientras ellas y su poder se manifiestan en y por medio de los hombres, de los elementos y de las instituciones, simultáneamente se repliegan a sí mismas, quedando encubiertas. Y ese encubrir su presencia pertenece esencialmente a su naturaleza»41. Estos principados y potestades además, hablan el lenguaje de los maestros de la cultura de la muerte, de la tentación, del pecado y la mentira, y se presentan como acusadores de los hermanos.

Dios por el contrario cuando habla a las almas buenas lo hace con un toque dulce, ligero, suave como «gota de agua que entra en una esponja»42. Es decir, les habla en el lenguaje de la consolación, el cual es un habitar familiarmente con Dios a la manera de dos amigos y compañeros, o de dos miembros de una misma familia que habitan en la misma casa. Hay un aumento sensible de las virtudes teologales, el alma se halla inflamada en amor a Dios y experimenta grandes deseos por cumplir acabadamente la voluntad de Dios y de padecer por Dios.

Ahora bien, cuando Dios hace favores o mercedes al alma por «medio del ángel bueno, ordinariamente permite Dios que las entienda el adversario; lo uno para que haga contra ellos lo que pudiere según la proporción de la justicia, y así no puede el demonio alegar de su derecho diciendo que no le dan lugar para conquistar al alma, como hizo en Job (1,9-11; 2,4-8). Lo cual sería si no dejase Dios lugar a que hubiese cierta paridad en los dos guerreros, conviene a saber el ángel bueno y el malo, acerca del alma, y así sea la victoria de cualquiera más estimada, y el alma victoriosa y fiel en la tentación sea más premiada»43.

Aunque la malicia de Satanás y los suyos sea tan grande, tan extendida y profunda, Juan de la Cruz es el hombre de la esperanza y del optimismo. Sus Dichos de Luz y Amor se abren con esta perspectiva, aun reconociendo la abundancia y el poder de la malicia diabólica y humana: «Siempre el Señor descubrió los tesoros de su sabiduría y espíritu a los mortales; más ahora que la malicia va descubriendo más su cara, mucho (más) los descubre»44.

Tiene razón nuestro santo cuando, caracterizando a los tres enemigos del alma, dice del segundo: «El demonio es más oscuro de entender»45, y sus tentaciones y astucias las más dificultosas de entender46; por eso aconseja a las descalzas de Beas: «Mucho es menester, hijas mías, saber hurtar el cuerpo del espíritu al demonio y a nuestra sensualidad»47.

  • Soberbio

Escribiendo San Juan de la Cruz acerca de los daños que se le siguen al alma de poner el gozo de la voluntad en los bienes naturales, habla de los ángeles caídos y del daño que fue para esos ángeles el gozarse y complacerse de su hermosura y bienes naturales, pues por esto cayeron en los abismos feos48. Entonces esto lo aplica a un caso concreto: «Quien de sí propio se fía, peor es que el demonio»49. Más claro y con más énfasis: «y algunos (espirituales) llegan a ser tan soberbios, que son peores que el demonio»50. Este mazazo lo asesta el santo al hablar de la necia presunción y vanidad que tienen ciertas personas, llenas de «secreta estimación y soberbia, y ellos no acaban de entender que están metidos en ella hasta los ojos»51.

Nuestras Constituciones con gran realismo expresan cómo esta soberbia es raíz de tribulaciones y descontentos para nosotros. Lo cual sucede «cuando un miembro se cierra en sí mismo, busca egoístamente sus intereses y cae en alguna de las cuatro raíces del amor propio, a saber, juicio propio, voluntad propia, honor propio y gusto propio». Entonces nos da un ejemplo: «Son los que tiran las piedras y esconden las manos, los que sólo ven la paja en el ojo ajeno y no ven la viga en el de ellos»52.

Esa soberbia refinada de que adolecen, y que parece superior a la diabólica en ciertos casos, no hay duda de que la han alcanzado también por culpa del demonio, a quien Juan de la Cruz no pierde de vista. Soberbio que quiere ensoberbecer a los demás. Y así le atribuye no poca de esa responsabilidad diciendo: «y a éstos (principiantes) muchas veces les acrecienta el demonio el fervor y gana de hacer estas y otras obras porque les vaya creciendo la soberbia y presunción, porque sabe muy bien el demonio que todas estas obras y virtudes que obran no solamente no les valen nada, más antes se les vuelven en vicio»53.

El mismo demonio, por medio de las formas, noticias y discursos que puede añadir en la vida del alma, puede afectarla «con soberbia, avaricia, ira, envidia, etc., y poner odio injusto, amor vano, y engañar de muchas maneras»54.

Cuando le tocó a San Juan de la Cruz dar su dictamen sobre el espíritu de una carmelita descalza poco claro, el santo encontró cinco defectos «para juzgarle por verdadero espíritu». El cuarto y principal fue precisamente que «en este modo que lleva no parecen efectos de humildad, los cuales cuando las mercedes son, como ella piensa, verdaderas, nunca se comunican de ordinario al alma sin deshacerla y aniquilarla primero en abatimiento interior de humildad».

Como remedio final para que desaparezca el mal espíritu receta lo siguiente: «[…] pruébenla en el ejercicio de las virtudes a secas […] y las pruebas han de ser buenas, porque no hay demonio que por su honra no sufra algo»55.

  • Fuerte

El Doctor místico asegura que la malicia de que está revestido el demonio es pura flaqueza56. No obstante, no deja de certificar y alertar acerca de la fortaleza, del poder del demonio.

Este enemigo del alma es fuerte y con gran fuerza trata de salirle al paso al alma en su camino de santificación cuanto más se esfuerza ésta en avanzar, entonces sus tentaciones y astucias son más fuertes y duras de vencer y más dificultosas de entender que las del mundo y de la carne, y para peor hace que también esos enemigos del mundo y de la carne se fortalezcan57.

Conviene aquí volver a traer a la mente aquella regla de San Ignacio que dice:

[325] 12.ª regla. La duodécima: el enemigo se hace como muger en ser flaco por fuerza y fuerte de grado, porque así como es propio de la muger, quando riñe con algún varón, perder ánimo, dando huída quando el hombre le muestra mucho rostro; y por el contrario, si el varón comienza a huír perdiendo ánimo, la ira, venganza y ferocidad de la muger es muy crescida y tan sin mesura; de la misma manera es propio del enemigo enflaquecerse y perder ánimo, dando huída sus tentaciones, quando la persona que se exercita en las cosas spirituales pone mucho rostro contra las tentaciones del enemigo haciendo el oppósito per diametrum; y por el contrario, si la persona que se exercita comienza a tener temor y perder ánimo en sufrir las tentaciones, no hay bestia tan fiera sobre la haz de la tierra como el enemigo de natura humana, en prosecución de su dañada intención con tan crecida malicia.

En ese poner ʽmucho rostroʼ y hacer el ʽoposito per diametrumʼ está la clave.

Pero en algunos casos, a tal punto llega su ‘fuerza’ que «ningún poder humano se podrá comparar con el suyo, −dice San Juan de la Cruz− y así sólo el poder divino basta para poderle vencer y sola la luz divina para poder entender sus ardides»58. Si el poder divino es el único capaz de vencer a este enemigo tan fuerte, habrá que hacerse con ese poder, habrá que revestirse de él. El consejo de Juan de la Cruz más fundado esta vez en la Escritura suena así: «Por lo cual el alma que hubiere de vencer su fortaleza no podrá sin oración, ni sus engaños podrá entender sin mortificación y sin humildad»59. La consigna es perfecta, teniendo en cuenta que los engaños, la mentira, las trampas forman parte de la fortaleza que exhibe contra los pobres mortales. «Que por eso dice San Pablo, avisando a los fieles, estas palabras, diciendo: vestíos de las armas de Dios para que podáis resistir contra las astucias del enemigo, porque esta lucha no es como contra la carne y sangre (Ef 6,11-12); entendiendo por la sangre el mundo, y por las armas de Dios, la oración y cruz de Cristo en que está la humildad y mortificación»60.

Sólo la Cruz de Cristo tiene ese poder en cuanto que fue el Crucificado y Resucitado el único capaz de librarnos de tan fuerte enemigo, habiendo Dios en su Hijo hecho hombre «despojado los Principados y las Potestades, los exhibió públicamente, incorporándolos a su cortejo triunfal»61. La fe nos afirma que la última palabra es el triunfo de Dios.

1 Constituciones, 13.

2 Cf. Mt 13,25.

3 “Y así no es condición de Dios que se hagan milagros, que, como dicen, cuando los hace, a mas no poder los hace”. Subida al Monte, Libro 3, cap. 31, 9.

4 Subida al Monte, Libro 2, cap. 29, 43.

5 Cf. José Vicente Rodríguez, San Juan de la Cruz – La biografía, cap. 11, pp. 265-266.

6 San Juan Pablo II, Audiencia General (13/08/1986).

7 Cautelas, 2.

8 Cántico Espiritual B, canción 21, 9.

9 Cántico Espiritual B, canción 16,2

10 Cf. Cántico Espiritual B, canción 3, 6.

11 Cántico Espiritual B, canción 3, 9.

12 Llama de amor viva B, canción 3, 29. Los otros dos ‘ciegos’ son el maestro espiritual y ella misma.

13 Llama de amor viva B, canción 3, 63.

14 Llama de amor viva B, canción 3, 64.

15 Cántico Espiritual B, canción 40, 3.

16 Ejercicios Espirituales, [315].

17 Cántico Espiritual B, canción 40, 3.

18 Cántico Espiritual A, canción 25, 2.

19 Noche oscura, Libro 2, cap. 23, 4.

20 Ejercicios Espirituales, [333].

21 Ejercicios Espirituales, [329].

22 San Juan Pablo II, Audiencia General (13/08/1986).

23 Is 6,2-4; Jr 1,11; Dn 7,10; etcétera

24 1 Re 22,11.

25 Subida al Monte, Libro 2, cap. 16, 3.

26 Subida al Monte, Libro 2, cap. 21,11.

27 Subida al Monte, Libro 2, cap. 21, 12.

28 Subida al Monte, Libro 2, cap. 29, 10.

29 Ibidem.

30 Subida al Monte, Libro 2, cap. 26, 17.

31 Carta II – A un religioso predicador (Fr. Alonso de Vergara, OP).

32 Ejercicios Espirituales, [314].

33 Noche oscura, Libro 2, cap. 3.

34 Noche oscura, Libro 2, cap. 2.

35 Cautelas, 10. Ejercicios Espirituales, [332]: “proprio es del ángel malo, que se forma sub angelo lucis, entrar con la ánima devota, y salir consigo”.

36 Subida al Monte, Libro 3, cap. 10, 1.

37 Super Evangelium S. Matthei lectura, Ed. Marietti, 429. Citado en Constituciones, 109.

38 Subida al Monte, Libro 3, cap. 37,1

39 Noche oscura, Libro 1, cap. 4,1-3.

40 Cf. 2,2.

41 H. Schlier, Principados y potestades en el Nuevo Testamento, cap. 1, 10.

42 Ejercicios Espirituales, [335].

43 Noche oscura, Libro 2, cap. 23, 6.

44 Dichos de Luz y Amor, 1.

45 Cautelas, 2.

46 Cántico Espiritual B, canción 3, 9.

47 Epistolario, Carta 22 noviembre 1587.

48 Subida al Monte, Libro 3, cap. 22, 6.

49 Dichos de Luz y Amor, 182.

50 Subida al Monte, Libro 3, cap. 9, 2.

51 Ibidem.

52 Constituciones, 124.

53 Noche oscura, Libro 1, cap. 2, 2.

54 Subida al Monte, Libro 3, cap. 4, 1.

55 José Vicente Rodríguez, San Juan de la Cruz – La biografía, cap. 31, p. 666.

56 Cántico Espiritual B, canción 30, 10.

57 Cántico Espiritual B, canción 3, 9.

58 Ibidem.

59 Ibidem.

60 Ibidem.

61 Col 2,15.

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