“Morder la realidad”

Contenido

Queridos Padres, Seminaristas, Hermanos y novicios:

“Si la Iglesia quiere buenos ministros –decía San Juan de Ávila– ha de proveer que haya educación de ellos”[1].

Por eso ha sido y sigue siendo nuestra, la profunda aspiración de querer “formar para la Iglesia Católica sacerdotes según el Corazón de Cristo”[2], que sean hombres de “una gran madurez humana y cristiana”[3] a fin de que alcancen la medida de la estatura de la plenitud de Cristo [4] y manifiesten con “las obras que tienen a Dios en el corazón, porque por los frutos se conoce el árbol [5], y la fe sin obras es muerta [6][7].

Tenemos necesidad de un auténtico cuerpo de hombres superiores, “con espíritu de príncipe”[8], con “el  ímpetu de los santos y de los mártires, que lo dieron todo por Dios”[9], que tengan una visión sacerdotal de la realidad por la cual toda la realidad auténticamente humana es camino para llegar al Padre; de hombres “que gocen de la ‘libertad’ de los hijos de Dios en la docilidad plena al Espíritu Santo”[10]; capaces, además, de “sufrir en silencio y de dar la vida por sus ovejas”[11]:  no simples soldados, no “tributarios”[12], no asalariados[13] ni aficionados, sino hombres que sean “capaces de llevar el peso de responsabilidades”[14], “verdaderos Pastores de almas en el sentido más sublime de la palabra, que sepan formar a Jesucristo en las almas del desbordamiento de su tesoro de gracia y virtud”[15].

Es decir, aspiramos y es nuestro esfuerzo decidido formar apóstoles, santos misioneros, que sientan en lo profundo de su alma las palabras de Cristo en la Última Cena: Os he dado ejemplo, para que también vosotros hagáis como yo he hecho con vosotros[16].

De aquí que consideramos fundamental que nuestros religiosos se alimenten con las palabras de la fe y de la buena doctrina [17], principalmente por el “conocimiento amoroso y la familiaridad orante con la Palabra de Dios”[18] por medio de la cual adquirirán “la santa familiaridad con el Verbo hecho carne”[19] y que sean formados en la “más estricta fidelidad al Magisterio supremo de la Iglesia de todos los tiempos”[20], sólidamente instruidos en una sana teología –que “proviene de la fe y trata de conducir a la fe”[21]– edificada sobre “un conocimiento profundo de la filosofía del ser, ‘patrimonio filosófico perennemente válido’[22] teniendo en cuenta todos los adelantos de la investigación filosófica”[23].  Más aun, dado nuestro fin específico de evangelizar la cultura, es de suma importancia que nuestros miembros cultiven en sí mismos la cultura[24] y sean versados en las lenguas antiguas y modernas[25].

De modo tal, que nuestro plan de formación busca grabar al Verbo Encarnado en la mente y en los corazones de nuestros formandos a fin de que sus vidas sean –como decimos en nuestra fórmula de profesión– “memoria viviente del modo de existir y de actuar de Jesús, el Verbo hecho carne”[26]. Sólo así nuestros religiosos “podrán presentar eficazmente a Nuestro Divino Maestro a los pueblos y realizar dignamente y fructuosamente la Misión”[27]. Sólo así, podrán “morder la realidad”, sabiéndola cambiar eficazmente, enseñoreándola para Jesucristo, tal como lo pide el fin específico de nuestro Instituto.

Quisiera entonces, en esta carta circular, recordar algunos aspectos característicos de nuestra formación religiosa, la cual conviene considerar como una exigencia fundamental de la evangelización. Principalmente, en lo concerniente a nuestra fidelidad al Verbo Encarnado y a la formación intelectual de nuestros miembros, ya que estos elementos son indispensables para adquirir esa actitud –tan propia de nuestro carisma– que nosotros llamamos “morder la realidad”[28].

1. Configuración con Cristo

 San Juan Pablo II decía que “la configuración con Cristo debe ser el objetivo prioritario en la formación de todo candidato al sacerdocio”[29].

De aquí que buscamos hacer de nuestros miembros una auténtica “epifanía y transparencia del Buen Pastor”[30]. Por eso es el Verbo Encarnado la realidad en torno a la cual se forman todos nuestros religiosos, para que Él mismo sea la luz que ilumine sus ideales, la Verdad que moldee sus inteligencias, el fuego del cual se enciendan sus corazones y el alimento con el cual se fortalezcan sus almas.

Como todos Ustedes saben, la formación religiosa tal como la entiende la Iglesia y la abrazamos nosotros[31], “abarca la totalidad de la persona”[32], dado que ambiciona “la conformación con el Señor Jesús y con su total oblación[33] y como tal no acaba nunca[34]. Así es que cada aspecto de nuestra formación humana, espiritual, intelectual y pastoral –íntima y armoniosamente unidos[35]– apuntan a esto mismo: a la configuración con Cristo[36]; ya que estamos llamados a ser precisamente eso: otro Cristo[37]. Y como recordaban los padres capitulares, “si no formamos religiosos profundamente convencidos de esto, no formaremos religiosos del Verbo Encarnado”[38].

Se trata entonces de que nuestros sacerdotes sean maestros en el arte de las artes que, según San Gregorio Magno, es la cura de almas y así, todos los aspectos de nuestra formación están ordenados a esta acción pastoral[39].

Por esta razón, entendemos que “el seminario debe ser una escuela de formación sacerdotal en su sentido más profundo”[40] donde la persona se convierta desde lo más recóndito de su ser al Verbo Encarnado y aprenda el arte de buscar los signos de Dios en las realidades del mundo[41].

También en el último Capítulo se recordó cómo desde los inicios y con sostenido esfuerzo a lo largo de todos estos años, la formación de los miembros ha sido siempre una de las prioridades por parte de las autoridades del Instituto.

En efecto -menciono sólo los ítems más importantes realizados desde el Capítulo General del año 2001-, en diciembre de 2002 se tuvo en San Rafael (Argentina) una reunión de todos los formadores del Instituto. En 2003 se dedicó una reunión extraordinaria del Consejo General con todos los Provinciales del Instituto al tema de la formación, y se elaboró un documento final con indicaciones. En el año 2006 se realizaron las visitas de parte del Gobierno General a todos los Seminarios del Instituto, en preparación al Capítulo General del año 2007. En dicho Capítulo se trataron varios aspectos de la formación y se revisó completamente nuestra Ratio institutionis, la cual fue nuevamente revisada y aprobada en el año 2009. En septiembre del año 2013 se tuvo en Montefiascone una reunión del Consejo General con todos los Provinciales, los Rectores de Seminarios Mayores y los Maestros de Novicios, para tratar en extenso este vasto e importante tema. Posteriormente el Gobierno General realizó varias consultas entre los Sacerdotes que trabajan en la formación de nuestros miembros y en la Santa Sede, y trabajó intensamente con el material y las puestas en común de la reunión. Tuvieron luego un encuentro de trabajo para tomar decisiones en Conversano, Italia (31 de octubre al 4 de noviembre de 2013). Fruto de todo este trabajo fue el documento Líneas directrices para el trabajo de los formadores en las Casas de formación del Instituto del Verbo Encarnado, emanado por el Superior General el 14 de enero de 2014. A este documento acompañaban varios subsidios para la formación y para el trabajo de los formadores. Entre ellos, las “Indicaciones para la formación intelectual permanente” de los miembros del Instituto. En el reciente Capítulo general (año 2016) se dedicó amplio espacio al tema de la formación de los miembros, buscando de actualizar nuestra normativa y nuestros documentos a las últimas indicaciones de la Autoridad de la Iglesia. Y en este momento se está trabajando para adecuar nuestra ratio a la nueva Ratio fundamentalis institutionis sacerdotalis promulgada el 8 de diciembre del año pasado. Además, se ha establecido obligatoriamente en cada seminario un Curso anual de formación de los formadores al inicio del período escolástico, con un programa que incluye un ciclo quinquenal de temas.

Por ser, pues, un tema vital y prioritario, se ha trabajado mucho y se sigue trabajando, con crecido interés y determinada diligencia, ya que como en todas las cosas siempre se puede mejorar. Pero, además, porque estamos convencidos de que la vitalidad de nuestra Familia Religiosa, la calidad y la creatividad del servicio apostólico, la eficacia de la acción profética[42], dependen en gran medida de la formación de nuestros candidatos. Más aun, porque creemos que “la renovación de la Iglesia y del mundo depende en gran parte de los buenos sacerdotes”[43].

Ya lo decía el gran formador de misioneros que fue el Beato Paolo Manna: “Todo el porvenir de nuestras misiones pasa por aquí, en nuestros Seminarios […], las almas tendrán mañana aquellos apóstoles, aquellos pastores que nosotros aquí les preparemos”[44].

En efecto, es nuestra intención firme que nuestros Seminarios sean siempre ese “ambiente espiritual”[45], esa “verdadera familia”[46], donde del mismo modo que nuestro Señor instruyó a sus discípulos, nosotros –siguiendo su ejemplo– dediquemos nuestras mejores energías y los medios más conducentes y aptos a preparar con gran solicitud los futuros sacerdotes del Verbo Encarnado. Cuántos de nosotros podemos recordar con satisfacción los ‘años gloriosos de seminario’ cuando con gran familiaridad íbamos aprendiendo “a dar nuestra respuesta personal a la pregunta fundamental de Cristo: ¿me amas?[47]. Tal espíritu de familia –que implica también orden y disciplina– no se debe opacar ni perder nunca, porque es esta familiaridad lo que permite una formación eficaz: “la familiaridad engendra afecto, y el afecto confianza”[48], y sólo en la confianza entre los súbditos con los superiores, es que el trabajo formativo se facilita y el carisma de nuestro querido Instituto se transmite con toda su fuerza y genuinidad, y casi diría, naturalmente.

Ahora bien, en este proceso de configuración con Cristo, es nota distintiva de nuestra formación el prestar “atención especialísima a la maduración en la experiencia de Dios, que se realiza a través de la oración personal y comunitaria y que alcanza su culmen en la Eucaristía[49]. Ya que la vida de oración durante los años de seminario está indudablemente relacionada con la misión que en un futuro se les ha de encomendar[50]. Pues “el sacerdote es el hombre de Dios, el que pertenece a Dios y hace pensar en Dios”[51], y las almas esperan encontrar en él “un hombre que les ayude a mirar a Dios, a subir hacia Él”[52].

Por eso buscamos formar hombres que sobresalgan por su íntima unión con Dios[53] ya que es la Santísima Trinidad quien moldea en lo íntimo de las almas al alter Christus. De ahí que, como dijo San Juan Pablo II, “la celebración diaria de la Eucaristía y la adoración asidua del Sacramento del altar ocupan un lugar central en la formación sacerdotal”[54]; es precisamente esto lo que nosotros hemos recibido y queremos transmitir y que de hecho se ha transformado en norma concreta de conducta, como no podía ser de otra manera y consta así en nuestro derecho propio. Es más, buscamos poner todos los medios para que nuestros seminaristas participen de manera activa, consciente y fructuosa del Sacrificio del altar[55]. Y lo hacemos esforzándonos para que la liturgia de nuestras Misas “sea catedralicia sin formalismos, bella sin afectaciones, solemne sin engolamientos, austera pero plena, fiel a las rúbricas pero creativa, con el máximo de participación y desarrollando todas las posibilidades que da la misma liturgia al máximo, de modo particular en los cantos y en la música sagrada”[56].

A propósito de esto, quisiera enfatizar aquí las palabras que en este sentido el Padre Espiritual de nuestra Familia Religiosa dedicó a los seminaristas en el año 1993 y que considero son de gran valía para nosotros: “Es necesario que los seminaristas participen diariamente en la celebración eucarística […]. Del misterio redentor de Cristo, renovado en la Eucaristía, se nutre también el sentido de la misión, el amor ardiente por los hombres. Desde la Eucaristía se comprende igualmente que toda participación en el sacerdocio de Cristo tiene una dimensión universal. Con esa perspectiva es preciso educar el corazón, para que vivamos el drama de los pueblos y multitudes que no conocen todavía a Cristo, y para que estemos siempre dispuestos a ir a cualquier parte del mundo, a anunciarlo a todas las gentes (cf. Mt 28, 19). Esta disponibilidad, […] es hoy particularmente necesaria, ante los horizontes inmensos que se abren a la misión de la Iglesia, y ante los retos de la nueva evangelización”[57]. Entendido esto, ¡cuánta fuerza y significancia cobran las palabras que tantas veces hemos escuchado y leído: “el seminario es la misa”![58].

Por eso es nuestro más diligente afán hacer todo lo que más contribuya a fin de lograr que los nuestros sean sacerdotes religiosos que por la luz superior de la fe que ilumina las realidades humanas sean idóneos para “morder la realidad” con valentía, es decir, que en absoluta fidelidad a Jesucristo[59] y con una “espiritualidad seria (no sensiblera)”[60] no caigan en poses, en ostentación, en falsa mística, en exterioridades, en sensiblería, o en falso pietismo, antes bien que sean capaces de trascender lo meramente sensible y estén dispuestos a pasar por las noches oscuras.

“Mandar al mundo jóvenes que no tienen intimidad con la oración mental”, decía el Beato Paolo Manna, “es como mandar a la guerra soldados sin defensa, es entregarlos y exponerlos a una segura derrota”[61]. Por eso buscamos que nuestros queridos seminaristas aprovechen al máximo los tiempos fuertes de oración; que se ejerciten en el discernimiento de espíritus; que por la meditación fiel a la Palabra de Dios, vayan adquiriendo “criterios de juicio y de valoración de los hombres y de las cosas, de los acontecimientos y problemas”[62] cada vez más evangélicos; que realicen anualmente los ejercicios espirituales auténticamente ignacianos[63] y que experimenten ya desde el noviciado, el servicio de la caridad a los más pequeños[64].

Nuestra formación apunta a formar hombres capaces de afrontar la realidad con una visión sobrenatural y sacerdotal, para transformarla según el espíritu del Verbo Encarnado y según el modo de la Encarnación, esto es: asumiendo las culturas que deben ser evangelizadas[65]. Y fieles al misterio del Verbo Encarnado encaramos la evangelización sin diluir la fe en lo racional, sin convertir lo sacro en profano, sin caer en espiritualidades insustanciales, sin aceptar ninguna visión dualista y maniquea de la realidad ni tampoco aquella que considera que la realidad tiene un carácter unidimensional. Antes bien, considerando el orden de la gracia y el orden de la naturaleza como dobles y distintos pero unidos jerárquicamente, es decir, en una unidad de orden. De modo tal que lo sobrenatural tenga primacía sobre lo natural, y así, Dios sobre el hombre, la Iglesia sobre el mundo, la teología sobre la filosofía, lo eterno sobre lo temporal, etc.[66]

Cuan evidente y sumamente necesaria resulta entonces la justa consideración del misterio del Verbo Encarnado y la fidelidad al mismo, sin la cual toda pastoral caerá indefectiblemente en rotundo fracaso. Dicho de otro modo, es en la contemplación serena y fruitiva del sacro misterio de la Encarnación, a la luz de la fe y en su más plena y justa consideración lo que nos permite “morder la realidad” y llegar a tener gran injerencia en la tarea evangelizadora.

Estamos persuadidos –y la experiencia así nos lo ha demostrado– de que es la familiaridad con el Verbo Encarnado –alimentada y acrecentada en la vida de oración– la que nos da “ese sentido común cristiano”[67], esa habilidad especial de interpretar los signos de los tiempos libres de toda pretensión mundana. Es esta familiaridad con el Verbo Encarnado la que nos da una ‘sensibilidad’ particular de los movimientos culturales de la época, de las necesidades específicas de la misión, de la problemática del mundo actual y sus corrientes de pensamiento y nos hace capaces de entablar un diálogo fecundo con las culturas[68] a las que estamos llamados a evangelizar sabiendo dar una respuesta positiva a la luz del Evangelio; sabiendo estimar y valorar los diversos caminos por los que Dios busca comunicarse con los hombres y, en definitiva, insertarnos eficazmente donde estamos trabajando apostólicamente, porque siempre será cierto que “la verdadera inculturación es desde dentro por una renovación de la vida bajo la influencia de la gracia”[69]. No como hace el modernismo, que busca abrazarse indebidamente con la cultura actual renunciando a impregnarla del Evangelio[70].

Este aspecto es sin duda, uno de los componentes esenciales de lo que entendemos por “morder la realidad”[71] y lo que le da a nuestro ministerio sacerdotal una nota distintiva de la cual nos honramos.

Más aun, esta vida espiritual que nos esforzamos por inculcar en nuestros religiosos es el “centro vital que unifica y vivifica nuestro ser sacerdote y el ejercicio de nuestro ministerio”[72], y es por tanto el fundamento de la vida pastoral[73]. De hecho, en cuantas de nuestras misiones se pondera el espíritu de oración de nuestras parroquias, ya por la adoración al Santísimo, ya por la digna celebración de la Santa Misa, ya por las predicaciones que destellan el mensaje perenne de la Cruz, ya por el testimonio del mismo religioso que despierta en ellos el ansia de lo sobrenatural, ya por la prodigalidad de la vida sacramental. Y sin ir más lejos, cuántos Obispos nos solicitan ir a trabajar en sus diócesis precisamente por esto.

En fin, es para nosotros absolutamente imprescindible formar hombres que vivan de la fe, seminaristas –futuros sacerdotes– que vivan de la fe. Que tengan en cuenta todas las verdades de la fe, que tengan muy en claro los cinco preambula fidei, porque si no tienen en claro los preámbulos de la fe, esa fe después no tiene base firme sobre la cual edificarse. Que, por esa misma fe, permanezcan fieles aun “sin poder tener sagrario y una imagen de la Virgen”[74] y que por esa misma fe sean consecuentes y estén dispuestos a dar la vida por las ovejas[75]. Sin esa fe, nadie se sacrifica voluntariamente en las misiones. Es por la fe, por las profundas convicciones y el gran amor al Verbo Encarnado que luego se realizan los heroísmos de la Cruz.

2. Formación Intelectual

Todo lo dicho anteriormente pone aún más de relieve la importancia del estudio, que dado nuestro fin específico de evangelizar la cultura hacia él se orienta[76] y del cual surge la exigencia misma de una “espiritualidad con matices peculiares, en el sentido de ‘una fe esclarecida por la reflexión continua que se confronta con las fuentes de la Iglesia’ y un constante discernimiento procurado en la oración”[77].

Si nuestra actividad evangelizadora “depende de la intensidad de nuestra vida interior, ella debe igualmente encontrar su apoyo en el estudio continuo”[78], decía San Juan Pablo II.

Por eso entendemos que la formación intelectual de nuestros sacerdotes se plantea como algo urgente y prioritario frente a la nueva evangelización y a los planteamientos modernos. Y siendo esto así, jamás se puede improvisar, descuidar o “quitarle la fuerza” que siempre ha caracterizado a nuestra formación[79].

Como bien saben, uno de los elementos adjuntos no-negociables que pertenece al carisma de nuestro querido Instituto, es decir, que forma parte de aquello que nos distingue contra el mundo y nos ha permitido presentar un cristianismo vivo siendo fuente fecunda de vocaciones y bendiciones sobrenaturales es, sin lugar a dudas, “la clara intención de seguir a Santo Tomás de Aquino, como manda la Iglesia, y en este marco, a los mejores tomistas, como el P. Cornelio Fabro”[80].

Y esto, no sólo porque lo prescribe la Iglesia[81], el Derecho Canónico[82] y lo recomiendan los santos Pontífices, sino porque además, sabiamente lo ordenan nuestras Constituciones diciendo que buscamos “formarnos bajo el magisterio de Santo Tomás”[83] ya que “su conocimiento es de insoslayable importancia para la recta interpretación de la Sagrada Escritura, para poder trascender lo sensible y alcanzar la unión con Dios, para edificar el edificio de la Sagrada Teología sobre las sólidas bases que proporciona un conocimiento profundo de la filosofía del ser”[84].

A nosotros no nos cabe “poner una etiqueta nominalista a la realidad”[85]; simplemente porque así no se evangeliza. Lo que perseguimos es que el Evangelio informe las culturas de los hombres[86]. Entonces, es esta formación realista[87] y no nominalista, la que nos ayuda a “no dar golpes en el aire”, sino que nos permite la apertura plena y global hacia la realidad entera, proporcionándonos “las claves últimas y decisivas para la lectura de la condición humana y para la elección de prioridades”[88], dándonos la oportunidad de insertarnos en la problemática de la cultura moderna y de ofrecer una contribución efectiva a la evangelización.

Destaco aquí que “la elección de Santo Tomás no tiene un carácter personal o confesional sino universal y trascendental ‘ya que quiere ser la expresión más vigorosa de las posibilidades de la razón en su quehacer de fundamentación de la ciencia’. Y porque es la ‘metafísica natural del entendimiento humano’”[89]. Por tanto, todo lo que de cualquier manera –sutil o evidente– tienda a alejarnos, a diluir, a obstaculizar o a disuadirnos, de este elemento no-negociable, debe ser rechazado como ajeno a nuestro carisma. Antes bien, debemos adentrarnos en la profundización y difusión del tomismo esencial –contrapuesto al tomismo formalista y fosilizado–, tal como lo manda el derecho propio[90] y nos lo recuerdan las Actas[91] del último Capítulo. Este es nuestro empeño y para eso nos dedicamos a la sublime tarea de formar religiosos misioneros.

Consecuentemente es nuestra determinación –y siempre lo ha sido– abocarnos a que nuestros formandos aprendan la filosofía tomista, no como un catecismo[92], o una cosa totalmente desconectada de la vida[93], sino que sabiendo trascender las dificultades de la misma escuela tomista y las deficiencias de la escolástica formalista, aprendan a pensar la realidad –desde el mismo Santo Tomás, entrando en diálogo y en polémica con los problemas y pensadores contemporáneos[94]– y lo den a conocer a los demás y como corresponde. Tarea que se vuelve imperativa en este tiempo dado el progresismo que asola la Iglesia “por la falta de crítica y discernimiento frente a las filosofías modernas y la asimilación del principio de inmanencia”[95].

Por eso decían los padres capitulares en el último Capítulo General que nuestra formación intelectual no se refiere solamente a la transmisión de contenidos, sino que es parte complementaria de la vocación que hace madurar a la persona en la búsqueda de la verdad, la consolida en su posesión y la llena de gozo al contemplarla. Igualmente destacaban que nuestra formación si es seria debe educar en los hábitos de estudio, en los métodos de investigación e inspirar el deseo de formación permanente teniendo en claro dónde buscar y encontrar la verdad, y cómo acceder a ella[96].

Nada más opuesto a nuestra formación que “una instrucción enciclopedista”. Nosotros entendemos la formación intelectual como una formación en hábitos y métodos que sean herramientas para toda la vida[97]. Ya que sin esta disciplina y hábito de estudios, nuestros sacerdotes no podrán exhortar oportuna e inoportunamente[98] con la palabra de Dios, ni convencer con la verdad que libera del error. Si decimos que estamos llamados a ser maestros de la fe, entonces debemos ser capaces de dar razones de la fe que predicamos y enseñamos.

Claramente lo dice el Directorio: “Se debe entonces formar sacerdotes convencidos de la existencia y trascendencia de Dios; convencidos de la fuerza de la inteligencia para demostrar la existencia de Dios, fundamento de todo el edificio sobrenatural[99]; convencidos de que sólo Jesucristo –Dios y hombre–, en la Iglesia, puede dar la salvación definitiva al hombre; y que sin Dios el hombre se destruye a sí mismo. Deben estar de tal modo formados que puedan en la verdad y en el amor dar una respuesta adecuada a los hombres de hoy que ‘imbuidos por una religión insegura y ambigua, no aceptan pasiva y fácilmente el Magisterio sacerdotal, ni creen ni admiten sin prejuicios la doctrina que intenta enseñarles el sacerdote en virtud de su misión’[100][101].

Nuestras Constituciones determinan además –como no podía ser de otro modo– que nuestro fin específico de la evangelización de la cultura se ha de hacer “de acuerdo con las enseñanzas del Magisterio de la Iglesia”[102]. Y de aquí emana otro elemento adjunto no-negociable, que es la “docilidad al Magisterio vivo de la Iglesia de todos los tiempos”[103].

Por tanto, queda claro que no se puede concebir este “morder la realidad” sin una fidelidad al Magisterio de Pedro y a los Obispos unidos a él. Así queda demostrado en las innumerables citas de los textos magisteriales en el derecho propio. Ya que el “Magisterio no es algo extrínseco a la verdad cristiana ni algo sobrepuesto a la fe; más bien, es algo que nace de la economía de la fe misma, por cuanto el Magisterio, en su servicio a la Palabra de Dios, es una institución querida positivamente por Cristo como elemento constitutivo de la Iglesia”[104]. Debemos por tanto huir de aquellos que, según el Beato Pablo VI, “parecen ignorar la tradición viviente de la Iglesia… e interpretan a su modo la doctrina de la Iglesia”[105].

Si nuestra formación intelectual tiene por objeto el estudio de la verdad y si queremos vivir en plenitud el misterio de la Encarnación del Verbo, es pues, en el Magisterio vivo de la Iglesia donde se encuentra la fuente donde abrevar esa sed de verdad ya que –como consta en el derecho propio– “el Magisterio puede hablar de ‘la verdad que es Cristo’”[106]. En efecto, nuestra formación se hace con plena consciencia y solicitud eclesial, en plena obediencia al sucesor de Pedro, con sincero respeto a su magisterio y en fidelidad a la Santa Sede. Todo lo cual ha sido siempre signo distintivo de nuestra Familia Religiosa.

Lejos de nuestra formación intelectual los eslóganes vacíos, las ideologías efímeras, las opiniones discutibles, “el ‘afán de novedades’ y el desprecio por la guía del Magisterio que ha caracterizado a todos los que naufragaron en la fe”[107]. Antes bien, nosotros buscamos en el tesoro del Magisterio de la Iglesia la solidez, la pureza y la norma próxima de la fe que requiere la sublime tarea de evangelizar.

A este propósito se reafirmó en el VII Capítulo General la necesidad de contar con “profesores y formadores con seguridad doctrinal, esto es fidelidad a los principios de las ciencias y al Magisterio auténtico; y unidad doctrinal, consecuencia de lo anterior”[108]. Lo cual manifiesta un empeño constante y real de lo que profesamos. 

Por eso en vano arguyen aquellos que dicen que nuestro amor y fidelidad al Vicario de Cristo es ficticio o simplemente de ‘la boca para afuera’. Ya que no sólo el derecho propio, sino la formación que se imparte, la intención vehemente de “alcanzar un espíritu romano”[109] por el envío de varios de nuestros sacerdotes a estudiar y trabajar en las universidades pontificias en Roma, la difusión de las enseñanzas del Magisterio y Tradición de la Iglesia (por medio de publicaciones, conferencias, sitios web, etc.); la colaboración auténtica y sacrificada de nuestros sacerdotes y religiosos con decenas de Obispos en todo el mundo; más aún, la audacia y entusiasmo de nuestros misioneros que en los cinco continentes predican y defienden la auténtica doctrina católica, “sin titubeos ni ambigüedades, distinguiéndola de las simples opiniones humanas”[110], evidencian nuestra fe, veneración y amor al Dulce Cristo en la tierra como una realidad continua de nuestro Instituto y de cada uno de sus miembros.

En definitiva, nuestra formación que está dirigida al conocimiento sublime del Verbo Encarnado, no puede sino ser hecha “con fe y ‘en Iglesia’[111], en estricta fidelidad a su Magisterio”[112].

Actuar de otro modo sería ir no sólo en contra de nuestro propio carisma sino de nuestra misma razón de ser religiosos.

 

* * * * *

Queridos Todos: en este mes dedicado al Sagrado Corazón los invito a profundizar en aquello que decía el Santo Cura de Ars: “Un buen pastor, un pastor según el Corazón de Dios, es el tesoro más grande que el buen Dios puede conceder a una parroquia, y uno de los dones más preciosos de la misericordia divina”[113].

Es necesario llevar al Verbo Encarnado firmemente plantado en el corazón, en el alma y en la inteligencia. Hay que ser íntimos con el Crucificado. Sin esto tendremos doctores, teólogos y filósofos que apabullan por su ciencia, pero desaparecerán los misioneros. Por eso parafraseando a San Pedro Julián Eymard podríamos decir: “Yo no comprendería que un religioso del Verbo Encarnado quisiese descollar en una ciencia que no fuese el Verbo Encarnado. Sin esto, no estamos en la plenitud de nuestra gracia”[114].

Seamos conscientes de que estamos llamados a prender fuego a los cuatro confines del mundo con el tizón ardiente de la verdad del Verbo Encarnado que arde en nosotros[115]. Mantengámonos siempre en un estado de formación y renovación permanente, nos lo exige el mismo fin específico de nuestro Instituto. Siendo fieles en esto, las nuevas generaciones nos seguirán y –Dios mediante– contribuiremos grandemente a la obra de la evangelización.

No puedo concluir sin expresar mi más sincero agradecimiento y reconocimiento a los que con tantísimo esfuerzo se dedican a la noble y magnífica tarea de la formación de nuestros religiosos con una dedicación encomiable, en profunda fidelidad a nuestro carisma y al Magisterio, acompañando sus enseñanzas con el testimonio de vida.

A quienes se preparan en nuestras casas de formación, les repito el consejo de San Juan Pablo II: “Hay tres muchos que compensan otros tres: mucho estudio, mucha ciencia; mucha reflexión, mucha sabiduría; mucha virtud, mucha paz. ¡Ánimo!”[116].

Seamos siempre agradecidos con Dios por el grandioso don que nos ha hecho, al habernos cimentado en los magníficos principios que fundamentan, rigen y sustentan nuestra formación.

Que la Virgen María, Madre del Verbo Encarnado, nos ayude a formar en nosotros la imagen de su Hijo y de servirlo todos los días de nuestra vida.

En el Verbo Encarnado,

P. Gustavo Nieto, IVE
Superior General

1 de junio de 2017 – Mes dedicado al Sagrado Corazón de Jesús
Carta Circular 11/2017

 

[1] Obras Completas, Tomo VI, BAC n. 324, Madrid 1971, 40.

[2] Constituciones, 231.

[3] Constituciones, 195.

[4] Ef 4, 13.

[5] Lc 6, 44.

[6] Sant 2, 17.

[7] Cf. Constituciones, 195.

[8] Directorio de Espiritualidad, 41; op. cit. Cf. Sal 50, 14, en la versión de la Vulgata.

[9] Directorio de Espiritualidad, 216.

[10] Directorio de Seminarios Mayores, 456.

[11] Cf. Directorio de Espiritualidad, 283; op. cit. San Luis Orione, Carta del 06/02/1935, op. cit., 58.

[12] Constituciones, 214.

[13] Jn 10, 12.

[14] Constituciones, 133.

[15] Beato Paolo Manna, Virtudes Apostólicas, Carta circular nº 9, Milán 8 de abril de 1929.

[16] Jn 13, 15.

[17] 1 Tm 4, 6.

[18] Directorio de Formación Intelectual, 41.

[19] Constituciones, 231.

[20] Constituciones, 222.

[21] Directorio de Formación Intelectual, 44.

[22] CIC, c. 251.

[23] Constituciones, 227.

[24] Cf. Directorio de Formación Intelectual, 57. Además dicen las Constituciones, 143: “… debe alentarse toda forma ordenada de acceso a la cultura universal, de manera especial, el conocimiento de los que son considerados los grandes maestros en literatura, pintura, música culta y coral, escultura, arquitectura, las modernas artes visuales… Asimismo, para aquellos que tengan las debidas disposiciones, el conocimiento de las distintas ramas de todas las ciencias humanas”.

[25] Cf. Directorio de Formación Intelectual, 58.

[26] Constituciones, 254; 257; op. cit. Cf. Jn 1, 14.  

[27] Beato Paolo Manna, Virtudes Apostólicas, Carta circular Nº 6, 15 de septiembre de 1926.

[28] Cf. Notas del V Capítulo General, 5.

[29] San Juan Pablo II, A los sacerdotes y seminaristas en Madrid, 16 de junio de 1993. También cf. Directorio de Seminarios Mayores, 9.

[30] Pastores dabo vobis, 49.

[31] Es decir, como “una de las tareas de máxima importancia para el futuro de la evangelización de la humanidad”. Pastores dabo vobis, 2.

[32] Directorio de Vida Consagrada, 353. También cf. CIVCSVA, Orientaciones sobre la formación en los Institutos Religiosos, Cap. 3, 66.

[33] Directorio de Seminarios Mayores, 193; op. cit. Vita Consecrata, 65.

[34] Cf. Directorio de Vida Consagrada, 353.

[35] Cf. Directorio de Vida Consagrada, 361; op. cit. Orientaciones sobre la Formación en los Institutos Religiosos, 1.

[36] CIVCSVA, Elementos esenciales de la vida religiosa aplicados a los institutos dedicados al apostolado, 45.

[37] Constituciones, 7 y Directorio de Espiritualidad, 30 aclara: “Esta realidad…[es] central en nuestra espiritualidad”.

[38] Actas del VII Capítulo General.

[39] Cf. Directorio de Vida Consagrada, 356 y cf. Directorio de Seminarios Mayores, 11; op. cit. Cf. Pastores dabo vobis, 61.

[40] San Juan Pablo II, A los sacerdotes y seminaristas en Madrid, 16 de junio de 1993.

[41] Cf. Directorio de Vida Consagrada, 353.

[42] Cf. San Juan Pablo II, Mensaje a la XIV Asamblea General de la Conferencia de Religiosos en Brasil, 11 de julio de 1986.

[43] Directorio de Seminarios Mayores, 44.

[44] Cf. Virtudes Apostólicas, Carta circular n° 11, Milán, 1 de enero de 1930.

[45] Cf. Directorio de Seminarios Mayores, 12; op. cit. Cf.  Pastores dabo vobis, 42.

[46] Directorio de Seminarios Mayores, 20.

[47] Directorio de Seminarios Mayores, 13; op. cit. Pastores dabo vobis, 42.

[48] Directorio de Seminarios Mayores, 23; op. cit. cf. San Juan Bosco, Carta al Oratorio sobre el espíritu de familia, Obras completas, 613.

[49] San Juan Pablo II, A los sacerdotes y seminaristas en Madrid, 16 de junio de 1993.

[50] Cf. CIVCSVA, Elementos esenciales de la vida religiosa aplicados a los institutos dedicados al apostolado, 29.

[51] Directorio de Seminarios Mayores, 215; op. cit. Pastores dabo vobis, 47.

[52] Directorio de Seminarios Mayores, 215; op. cit. Pastores dabo vobis, 47.

[53] Cf. Directorio de Seminarios Mayores, 193.203.

[54] Discurso a un grupo de rectores de seminarios de lengua alemana, 17marzo de 1998.

[55] Cf. CIVCSVA, Orientaciones sobre la formación en los Institutos Religiosos, 46.

[56] P. Carlos Buela, IVE, Homilía a los seminaristas del Instituto del Verbo Encarnado, 5 de mayo de 1998.

[57] San Juan Pablo II, A los sacerdotes y seminaristas en Madrid, 16 de junio de 1993.

[58] Les recomiendo vivamente leer la Homilía del P. Buela “El Seminario es la Misa”.

[59] Notas del V Capítulo General, 4.

[60] Notas del V Capítulo General, 4.

[61] Virtudes Apostólicas, Carta circular N° 16, Milán, septiembre de 1931.

[62] Directorio de Seminarios Mayores, 206; op. cit. Pastores dabo vobis, 47.

[63] Directorio de Seminarios Mayores, 212; op. cit. CIC, c. 246, § 5. Dice la Ratio Fundamentalis, 56, 189: “Hagan todos, cada año, algunos días de ejercicios espirituales”.

[64] Cf. Directorio de Seminarios Mayores, 206; op. cit. Pastores dabo vobis, 46. Asimismo, cf. CIVCSVA, Elementos esenciales de la vida religiosa aplicados a los institutos dedicados al apostolado, 44: “La formación religiosa promueve el desarrollo de la vida de consagración al Señor, desde las primeras etapas, en que una persona empieza a interesarse seriamente por ella, hasta su consumación final, cuando el religioso encuentra definitivamente al Señor en la muerte”.

[65] Cf. Directorio de Vida Consagrada, 339.

[66] Cf. Constituciones, 40; cf. Directorio de Espiritualidad, 21.61-65.

[67] Constituciones, 231.

[68] Cf. Vita Consecrata, 79: “Aplicándose al estudio y a la comprensión de las culturas, los consagrados pueden discernir mejor en ellas los valores auténticos y el modo en que pueden ser acogidos y perfeccionados, con ayuda del propio carisma”.

[69] Cf. Directorio de Espiritualidad, 51.

[70] Cf. San Pío X, Carta encíclica sobre las doctrinas de los modernistas Pascendi Domini gregis (8 de septiembre de 1907); P. Carlos Buela, IVE, El Arte del Padre, III Parte, Cap. 14.

[71] Cf. Notas del V Capítulo General, 4.

[72] Pastores dabo vobis, 45.

[73] Cf. Ibidem.

[74] Ibidem.

[75] Cf. Jn 10, 15.

[76] Cf. Directorio de Vida Consagrada, 216.

[77] Cf. Directorio de Vida Consagrada, 363; op. cit. Directorio de Espiritualidad, 51.

[78] Carta a los Sacerdotes con ocasión del jueves santo, 8 de abril de 1979.

[79] Cf. Vita Consecrata, 98: “Una disminución de la preocupación por el estudio puede tener graves consecuencias también en el apostolado, generando un sentido de marginación y de inferioridad, o favoreciendo la superficialidad y ligereza en las iniciativas”.

[80] Cf. Notas del V Capítulo General, 4. Ver también Directorio de Formación Intelectual, 56 y Directorio de Seminarios Mayores, 302.

[81] Cf. Optatam totius, 16.

[82] Canon 252, §3.

[83] Cf. Constituciones, 227.

[84] Ibidem.

[85] Directorio de Vida Consagrada, 339.

[86] Cf. Directorio de Espiritualidad, 29.

[87] Cf. Constituciones, 220: “fundada en la realidad objetiva de las cosas”.

[88] San Juan Pablo II, Al Congreso Mundial de Institutos Seculares en Roma, 28 de agosto de 2000.

[89] Pablo VI, Alocución al congreso Tomista Internacional, 10 de septiembre de 1965; cf. Cornelio Fabro, Santo Tomás frente al desafío del pensamiento moderno.

[90] Directorio de Formación Intelectual, 56.

[91] Cf. Actas del VII Capítulo General.

[92] Directorio de Formación Intelectual, 56: “La enseñanza de la filosofía no debe contentarse con un mero “dictado” de clases sino que, en la medida de las posibilidades del alumnado, debe apuntar a “hacer filosofar”, ya que la filosofía se aprende filosofando”.

[93] Cf. CIVCSVA, Orientaciones sobre la formación en los Institutos Religiosos, 61.

[94] Directorio de Formación Intelectual, 56.

[95] Directorio de Seminarios Mayores, 324 y cf. Constituciones, 220.

[96] Cf. Actas del VII Capítulo General.

[97] Cf. Vita Consecrata, 69: “La formación inicial, por tanto, debe engarzarse con la formación permanente, creando en el sujeto la disponibilidad para dejarse formar cada uno de los días de su vida”.

[98] 2 Tim 4, 2.

[99] Se trata de una verdad de fe. Cf. Denzinger, 1806.

[100] Ratio Fundamentalis, Introducción, 80.

[101] Directorio de Seminarios Mayores, 42.

[102] Constituciones, 5.

[103] Notas del V Capítulo General, 4.

[104] Directorio de Formación Intelectual, 43; op. cit. Donum veritatis, Instrucción sobre la vocación eclesial del teólogo, 14.

[105] Beato Pablo VI, Alocución Consistorial, 24 de mayo de 1976.

[106] Cf. Directorio de Formación Intelectual, 2; op. cit. Cf. Dignitatis Humanae, 14.

[107] Directorio de Formación Intelectual, 43.

[108] Actas del VII Capítulo General.

[109] Cf. Constituciones, 265.

[110] Pastores dabo vobis, 72.

[111]  San Juan Pablo II, Discurso al Consejo Internacional de los equipos de Nuestra Señora, 17de septiembre de 1979. Cf. CIVCSVA, Orientaciones sobre la formación en los Institutos Religiosos, Cap. 2, 24.

[112] Directorio de Seminarios Mayores, 340.

[113] Abbé Bernard Nodet, Le curé d’Ars. Sa pensée – Son Coeur. Ed. Xavier Mappus, Foi Vivante 1966, p. 101; cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 1589 “Le Sacerdoce, c’est l’amour du coeur de Jésus”.

[114] Cf. San Pedro Julián Eymard, Obras Eucarísticas, 5ª Serie, Ejercicios Espirituales dados a los religiosos del Santísimo Sacramento.

[115] Cf. Directorio de Vida Consagrada, 37.

[116] A los sacerdotes, religiosos y religiosas en Fátima, 13 de mayo de 1982.

 

Otras
publicaciones

Otras
publicaciones