La Virgen María es Madre de Dios
Recordando el pensamiento de nuestro Fundador
Durante la Novena de la Anunciación
En el octavo día de la novena en el que pedimos específicamente por nuestra fe en María como Madre del Verbo Encarnado evocamos el pensamiento del P. Buela al respecto tomado de su libro “El Arte del Padre”.
La Virgen María es Madre de Dios
Si alguien se llama hijo de tal madre, es porque ha tomado de ella el cuerpo, aunque el alma no le venga de la madre, sino del exterior. Mas el cuerpo de aquel hombre fue tomado de la Virgen Madre; y vimos también que el cuerpo de aquel hombre era el cuerpo del Hijo natural de Dios, es decir, del Verbo de Dios. Por lo tanto, se dice convenientemente que la bienaventurada Virgen es madre del Verbo de Dios, y también de Dios, aunque la divinidad no se toma de la madre, pues no es necesario que el hijo tome de la madre todo lo que pertenece a su substancia, sino solamente el cuerpo.
Además, dice el Apóstol: “Envió Dios a su Hijo, hecho de mujer” (Ga 4,4), por cuyas palabras se muestra cómo ha de entenderse la misión del Hijo de Dios, puesto que se dice enviado en cuanto que es hecho de mujer. Y esto no podría ser verdadero si el Hijo de Dios no hubiese existido antes de ser hecho de mujer, puesto que lo que es enviado a algo necesariamente existe antes de estar en aquello a que se envía. Mas aquel hombre, hijo adoptivo, según Nestorio, no existió antes de nacer de mujer. Luego el dicho “envió Dios a su Hijo” no puede entenderse del Hijo adoptivo, sino que es preciso entenderlo del Hijo natural, esto es de Dios, Verbo de Dios. Pero, si uno es hecho de mujer, se llama hijo de mujer. Luego Dios, Verbo de Dios, es hijo de mujer.
Pero quizá diga alguien que la expresión del Apóstol no debe entenderse como si el Hijo de Dios hubiera sido enviado para ser hecho de mujer, sino como si el Hijo de Dios, que fue hecho de mujer y bajo la ley, hubiera sido enviado para redimir “a los que estaban bajo la ley” (Ga 4,5). Y según esto, la afirmación “Hijo suyo” no sería preciso entenderla del hijo natural, sino de aquel hombre que es hijo de adopción. Pero tal sentido se rechaza por las mismas palabras del Apóstol. Pues sólo puede eximir de la ley quien está sobre ella, que es el autor de la ley. Ahora bien, la ley fue puesta por Dios. Luego es propio de Dios el eximir de la ley. Y, no obstante, el Apóstol lo atribuye al Hijo de Dios, de quien habla. Por lo tanto, el Hijo de Dios, de quien habla, es el Hijo natural. En consecuencia, es verdad decir que el Hijo natural de Dios, esto es, Dios, Verbo de Dios, fue hecho de mujer.
Lo evidencia también el hecho de que en los Salmos se atribuye al mismo Dios la redención del género humano: “Tú me has rescatado, oh Yahvé, Dios de verdad” (Sal 31,6). La adopción de hijos de Dios se hace por el Espíritu Santo, según lo dicho: “Habéis recibido el espíritu de adopción de hijos” (Rm 8,15). Mas el Espíritu Santo no es un don del hombre, sino de Dios. Luego la adopción de hijos no es causada por el hombre, sino por Dios. Es causada, pues, por el Hijo de Dios, enviado de Dios y hecho de mujer; lo que parece claro por lo que añade el Apóstol: “Para que recibiésemos la adopción de hijos” (Rm 8,15). En consecuencia, es preciso entender la palabra del Apóstol como dicha del Hijo natural de Dios. Por tanto, Dios, Verbo de Dios, fue hecho de mujer, esto es, de la Virgen Madre.
Dice San Juan: “El Verbo se hizo carne”. Ahora bien, no puede tener carne sino de mujer. Luego el Verbo fue hecho de mujer, esto es, de la Virgen Madre. La Virgen, pues, es madre del Hijo de Dios.
Dice también el Apóstol: “Cristo procede de los patriarcas según la carne, el cual está por encima de todas las cosas, Dios bendito por los siglos” (Rm 9,5). Es así que no procede de los patriarcas sino mediante la Virgen. Luego Dios, que está sobre todas las cosas, procede de la Virgen según la carne. En consecuencia, la Virgen es Madre de Dios según la carne.
[Según esto, decia el P. Buela en unas buenas noches[1]:]
Ignorar esto, es ignorar las cosas más elementales, y lo peor del caso, es poner confusión, incluso en las almas consagradas, porque después tuve el caso de un seminarista que me vino a hacer la misma pregunta: [«¿acaso Dios puede tener madre?»], exactamente la misma pregunta. Cuando en un alma consagrada entran esas barbaridades, esa alma poco tiempo va a estar consagrada, porque si no sabe que Jesucristo es verdadero Dios y verdadero hombre, y es Uno sólo porque ambas naturalezas están unidas en la Única persona del Verbo, ¿qué sentido tiene la vida religiosa, qué sentido tiene la virginidad, qué sentido tiene la pobreza, qué sentido tiene la obediencia, qué sentido tienen los sacramentos? Si el que uno ve en la cruz no tiene una naturaleza humana unida hipostáticamente a una persona divina, nadie pagó por nuestros pecados, porque sería un puro hombre, ni el bautismo te lava de los pecados, ni la confesión, ni la Eucaristía sería el Cuerpo y Sangre del Señor, junto con su alma y su divinidad.
Caen todos los sacramentos, cae la Iglesia. Por eso así estamos, por eso hay tantos sacerdotes que se dedicaron a las cuestiones temporales y algunos pareciera que han dejado de creer en las verdades eternas. Por eso hay que profundizar siempre en esas verdades de fe, porque son esas verdades de fe las que son capaces de mover nuestro corazón a imitarlo al Señor. Y saber de manera tal, de ser capaz de responder cuando les sale alguien con alguna cosa así. Porque como decía Juan Pablo I: «De la fe sólo tenemos lo que somos capaces de defender». Si hay algo de la fe que no somos capaces de defender es porque no tenemos fe, porque no tenemos fe como la que tendríamos que tener. Por eso pidámosle en esta noche a la Santísima Virgen, a la que le vamos a cantar dentro de unos minutos, la gracia de defender con la mayor fuerza posible la verdad del Verbo que se hizo carne.