Homilía predicada el domingo del Buen Pastor
[Exordio] Queridos hermanos. ¡Cómo deben resonar en nuestros oídos las palabras que acabamos de escuchar en el evangelio de este domingo del tiempo pascual ! ¡Cuánta confianza deben inspiramos! ¡Cuánta seguridad para nuestra vida! Muchas veces en el evangelio nuestro Señor se expresa en estos términos, dándonos consuelo, inspirándonos confianza, alentándonos a seguir adelante, a no desanimamos, a nunca desesperar. Estos sentimientos son sin lugar a duda, partes de la verdad del evangelio, del mensaje de salvación que Cristo vino a traer a los hombres. Por eso recordemos y meditemos siempre en estas palabras, en la fuerza que tienen y en la seguridad que nos brindan, pensemos en la grandeza que contienen: Mis ovejas escuchan mi vos .. yo las conozco y ellas me siguen. Y más adelante, con todo lo que esto significa: yo les doy vida eterna y no perecerán jamás porque nadie las arrebatara de mi mano. Y para dar prueba a todo esto, es el padre quien me las ha dado y Él es más grande que todos … él es más grande que todos. ¿Quién puede pues dudar del valor de estas afirmaciones? De palabras tan firmes y claras dichas por el Verbo Encamado brotan toda la paz y la alegría cristiana. Paz y alegría que se cimientan en las hermosísimas promesas dada por Dios a sus seguidores, a sus ovejas. Ante seguridades tan grandes y concretas; cómo no vivir en paz, como no ser felices en esta vida, aun en medio de tantas tribulaciones y pesares… Nadie las arrebatará de mi mano… Yo les daré vida eterna[1]…
Estas palabras tan hermosas de! evangelio de hoy, constituyen el final de la parábola del buen pastor; la Iglesia siempre coloca un trozo de este evangelio en este día en el que se celebra la Jomada Mundial de Oración por las vocaciones sacerdotales y religiosas, pidiendo a Dios para que conforme a aquel texto de Jeremías nos conceda pastores según su corazón[2].
1. Ser oveja de Cristo
En primer lugar entonces −y es la base de todo para hacemos acreedores de estas bendiciones del Señor− es necesario, ante todo, como única condición indispensable que se nos pide, procurar con todas nuestras fuerzas, como el mayor de nuestros anhelos, el ser oveja de Jesucristo… pertenecer a el… poseer su espíritu. Ya que estas palabras están dirigidas y se realizan en mis ovejas[3] es pues necesario, para ser acreedor del consuelo y del bien inconmensurable que contienen … sí o sí pertenecer al rebaño de Jesucristo. Y esta es nuestra lucha y este es nuestro combate en la vida, ser de Jesucristo. Toda otra aspiración debería someterse a esta.
Debemos procurar siempre y pedir a Dios esa gracia inestimable que es la de ser oveja de su rebaño, miembro de su cuerpo que es la Iglesia, la gracia de −en palabras de San Ignacio− “militar bajo su bandera”[4]. Debemos pedir la gracia de ser fieles a el de no ser sordos a sus llamados, sino de ser dócil a sus gemidos de misericordia. De ser fiel a sus enseñanzas, a sus exigencias de vida, a su espíritu de conquista, de ser fieles al cumplimiento de sus mandamientos, a la frecuencia y al amor de sus Sacramentos (particularmente de la Eucaristía y de la Confesión), de ser fieles al ímpetu, y al fuego de Pentecostés en nuestra vida, de tener el espíritu que tuvieron los apóstoles y los santos. Ser oveja de Cristo… he ahí nuestra mayor aspiración, nuestro único objetivo.
¿Por qué es así? Porque solamente así seremos también nosotros participes de su victoria, de la victoria pascual que con tanta alegría hemos celebrado el domingo de pascua, en la pascueta y durante estos cincuenta días que vivirnos hasta la celebración de Pentecostés.
Para lograrlo, de nuestra parte −y esto también es interesante− solo se nos pide el querer ser fieles … querer de manera eficaz … y consecuentemente el esforzamos por lograrlo. Eso es todo, el resto es obra de Dios. Ciertamente que no nos faltará jamás la ayuda de nuestro Señor para esto, si es el justamente el que quiere que todos seamos ovejas de su rebaño, es el justamente el que quiere que hay un solo rebaño y un solo pastor[5]… De esto da testimonio elocuente la Sagrada Escritura: Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad[6]… Dios a todos da su gracia[7]… Dios no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y que viva[8]… A todos nos dice “Que solo me tiendan la mano y yo los conduciré”[9]. Por eso es que mi yugo es suave y mi carga es ligera[10]… No tienes que llorar mucho pecador[11], dice Isaías, hasta una gota de lágrima para poner en marcha todo el amor de un Dios deseoso de hallarte… Al que viene a mí no lo echaré fuera[12].
Pensemos en todos los textos bíblicos que hablan de esto, pensemos a Dios buscando a Adán en el paraíso, pensemos en Dios perdonando al pueblo de la traición en el Sinaí, pensemos en las parábolas de la misericordia, del amor del padre al hijo pródigo, de la ternura del buen pastor que halla la oveja perdida, de la caridad del buen samaritano deseoso de ayudar y de curar al que está enfermo. Es impresionante esta verdad: Dios nos busca a nosotros, más de lo que nosotros lo buscamos a él. No es mucho lo que tenemos que hacer para ser oveja de Cristo, más aún, una sola debemos hacer y es la siguiente: ser fiel.
2. Debemos confiar en Él
Es pues a sus ovejas Jesús les promete las más hermosas consolaciones, aun en esta vida. Debemos pensar mucho en esto. En la grandeza y el contenido que tienen estas promesas. En lo que está en juego en nuestra vida cristiana. El mundo no ha escuchado ni escuchara jamás palabras semejantes, nadie es capaz de expresarse así. Es por esto que debemos estar atentos. Pensemos siempre y resuenen siempre en nuestros oídos, en nuestra vida cotidiana esos textos de la Sagrada Escritura que expresan de los bienes que se les darán a las ovejas de Jesucristo.
- El que viene a mí nunca tendrá hambre y el que cree en mí jamás tendrá sed[13]…
- Yo soy la resurrección y la vida, el que cree en mí, aunque muera vivirá[14]…
- Yo soy el pan de vida, el que coma de este pan vivirá eternamente[15]...
- El que se bautice se salvará[16]…
- Vuestra alegría será completa[17]…
- La vida no se acaba sino que se transforma[18]…
- A los que me sigan les daré el ciento por uno en esta vida y después la vida eterna[19]…
- No os dejaré huérfanos, yo estaré siempre con vosotros[20]…
- Yo les daré vida eterna y no perecerán jamás[21]…
Quien en la historia de los hombres, ha tenido la osadía y la valentía de expresarse así, quien ha tenido el coraje de morir por estas verdades y de dar su vida en la cruz para que los hombres, convencidos de su amor extremo se volviesen a Él. Que bien entendieron esto los primeros cristianos, que bien lo entendieron los apóstoles:
- San Pablo, afirma en una de sus cartas: Dios es fiel y no fallará a los que llamó a la comunión con su Hijo Jesucristo[22].
- El autor de la Carta a los Hebreos afirma que Dios dice: yo nunca te dejaré, nunca te abandonaré[23].
- San Pedro expresa ese misterio insondable con palabras insospechadas: por su divino poder, nos ha concedido todo cuanto se refiere a la vida haciéndonos partícipes de la naturaleza divina y huyendo de la corrupción que hay en el mundo[24].
- Santiago nos aconseja con fuerza: Feliz el hombre que soporta la prueba! Porque, superada la prueba, recibirá la corona de la vida que ha prometido el Señor a los que le aman[25].
- San Juan, nos hace reparar en el amor que Dios nos tiene: Mirad el amor que nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios[26]… Este es el mensaje… Dios nos ha dado vida eterna[27].
3. La confianza en Dios
¡Cómo pues, ante estas grandes verdades no abandonamos en Dios, en su divina providencia, en su amor misericordioso, en su ternura sin límites, en su deseo de salvamos!
Ante estas palabras como las de evangelio de hoy mis ovejas escuchan mis voz[28]… les daré vida eterna… no perecerá jamás[29]… Como no lograr la paz en nuestro interior, cómo no damos cuenta que este mundo pasa, con sus penas, sus lágrimas y sus tribulaciones; y que aun en medio de ellas debemos tener una gran paz interior, una gran tranquilidad, que debemos ser auténticamente felices, porque nos espera un peso eterno de gloria incalculable.
Cómo no estar alegres: alegraos siempre en el Señor, de nuevo os lo digo, alegraos[30]... No hay mayor alegría que esta, saber que vivimos en la verdad[31]… Es por eso que bien se ha dicho que no se concibe un cristianismo sin alegría. La tristeza, en cuanto tal, es ajena al espíritu cristiano. Por eso ante nuestras tribulaciones recordemos siempre las palabras del evangelio de hoy… a mis ovejas, nadie las arrebatará de mi mano, yo les daré vida, y vida eterna[32].
Cómo no ser optimistas: si pasa la gloria de este mundo. Por eso las palabras de nuestro Señor en el evangelio: no temáis, yo he vencido al mundo[33]. Si se nos ha prometido vida y vida para siempre. Quien puede prometer algo así, quien puede concedernos un don semejante. Sin embargo, se nos ha concedido en Jesucristo, el único nombre por medio del cual podemos ser salvos[34]; el único que tiene palabras de vida eterna[35].
Cómo no hallar fuerzas para seguir adelante: como no estar dispuestos a luchar, a no venirse abajo, a seguir adelante, a redoblar las fuerzas. Pruebas van a ver siempre en nuestra vida, y es necesario que así sean, pero en las palabras de la Escritura debemos encontrar la fuerza para seguir adelante y atravesar con paso firme entre medio de ellas. ¡Feliz el hombre que soporta la prueba![36]. Por eso decía el mismo Santiago estimad como la mayor felicidad el tener que soportar diversas pruebas, ya sabéis que al ser probada nuestra fe aprendemos a ser constantes[37]. Y San Pedro: En esto alegraos, aunque os sea preciso, durante algún tiempo, soportar algunas pruebas. Vuestra fe saldrá de ellos probada como el oro que pasa por el fuego[38]… Alegraos de participar en los sufrimientos de Cristo[39]… Ya que como enseña la Carta a los Corintios: no permitirá Dios que seáis tentados más allá de vuestras fuerzas[40].
Cómo no abandonamos para siempre en las manos de Dios; que nos quiere y que nos protege;
que no permitirá jamás que nos falte nada de lo que necesitamos para nuestra salvación. Ya que como decia Santa Teresa: “el Señor nunca abandona a los que solo por Él se aventuran”. Si somos files a Él, Él nunca nos dejara, nunca nos abandonara y nos ayudara siempre. Que bien exclamaba Don Orione: “¡Oh Divina Providencia, no existe nada más amable y más adorable que ti, que maternalmente alimentas a los pájaros del cielo, y a las flores del campo: a los ricos ya los pobres! En ti esta toda nuestra confianza, o Santa Providencia el Señor, porque tú nos amas, y nos amas más de lo que nosotros nos amamos a nosotros mismos. No, con vuestra ayuda, yo no quiero jamás indagarte, no quiero ligarte las manos, no quiero jamás entorpecerte; solamente quiero abandonarme en tus brazos, sereno y tranquilo. Haz que sea siempre ante ti con la simplicidad de un niño en brazos de su madre”.
[Peroratio] Por eso pidamos a Dios que encontremos en este tiempo pascual esa confianza en el que nos inspira la victoria de la resurrección del Señor, ya que si somos fieles a Él, nada ni nadie nos podrá quitar la paz y la alegría que llevamos dentro. Como decia el apóstol San Pablo −palabras en las que siempre deberíamos pensar− con preguntas desafiantes: ¿Que diremos a esto? Si Dios está con nosotros, quien contra nosotros? El que nos dio a su propio hijo, cómo no va a darnos todas las cosas con Él? ¿Quién acusará a los elegidos de Dios sabiendo que es Él quien los hace justos? ¿Quién los condenara? Acaso será Cristo Jesús, el que murió, más aun, el que resucitó y está a la derecha de Dios rogando por nosotros? ¿Quién nos separara del amor de Cristo? ¿la tribulación? ¿la angustia? ¿la persecución? ¿el hambre? ¿la desnudez? ¿los peligros? ¿la espada?[41]… Y él mismo se responde: en todo esto salimos vencedores gracias a aquel que nos amó. Y concluye pues estoy segura de que ni la muerte, ni la vida, ni los ángeles, ni los principados, ni lo presente, ni lo futuro, ni las potestades, ni la altura, ni la profundidad, ni otra criatura alguna podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús Señor nuestro[42].
Que la Santísima Virgen nos conceda la gracia de poseer esta firmeza y esta confianza inquebrantable en Dios nuestro Señor. Que así sea.
[1] Jn 10,28.
[2] Jer 3,15.
[3] Jn 10,27.
[4] Libro de los Ejercicios Espirituales, 137.
[5] Jn 10,16.
[6] 1 Tm 2,4.
[7] Cf. Jn 1,16.
[8] Ez 33,11.
[9] Cf. Ne 1,9; Is 42,16; Jn 10,16.
[10] Mt 11,30.
[11] Is 30,19.
[12] Jn 6,37.
[13] Jn 6,35.
[14] Jn 11,25.
[15] Jn 6,51.
[16] Mc 16,16.
[17] Jn 16,24.
[18] 1Co 15,51.
[19] Mt 19,29.
[20] Jn 14,18.
[21] Jn 10,28.
[22] 1 Co 1,9.
[23] Heb 13,5.
[24] 2 P 1,4.
[25] St 1,12.
[26] 1 Jn 3,1.
[27] 1 Jn 5,11.
[28] Jn 10,27.
[29] Jn 10,28.
[30] Flp 4,4.
[31] 3 Jn 4.
[32] Jn 10,28-29.
[33] Jn 16,33.
[34] Hch 4,12.
[35] Cf. 6,68.
[36] St 1,12.
[37] St 1,2-3.
[38] 1 P 1,6-7.
[39] 1 P 4,13.
[40] 1 Co 10,13.
[41] Rm 8,31-35.
[42] Rm 8,37-39.