Primer Centenario de las Apariciones de la Virgen de Fátima

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Queridos Padres, Hermanos, Seminaristas y Novicios:

Las apariciones de la Madre de Dios en Fátima, Portugal entre los meses de mayo y octubre de 1917 son sin duda los hechos religiosos “más importantes de la primera mitad del siglo XX, una explosión desbordante de lo sobrenatural en el mundo dominado por lo material”[1].

En efecto, el magnífico acontecimiento de Fátima ha sido identificado como “un gran signo de los tiempos”[2], o más precisamente “de nuestro tiempo, que la misma Señora parece leer con una perspicacia especial”[3], revelando un “carisma para nuestro tiempo”[4]. Fátima es, en el decir de San Juan Pablo II, “la manifestación de su preocupación materna por el destino de la familia humana, necesitada de conversión y perdón”[5]. De allí el inmenso contenido espiritual, profético y escatológico de los mensajes de la “Madre del Cielo”, como la Ven. Sor Lucía solía llamar a la Virgen María.

Dios, que tiene en sus manos todos los acontecimientos, dispuso providencialmente que nosotros naciéramos como Congregación el 25 de marzo de 1984, día en que San Juan Pablo II junto a los obispos del mundo cumplían con el pedido de la Virgen de Fátima de consagrar el mundo entero a su Inmaculado Corazón[6]. Y así cuando el Santo Padre decía “abraza con amor de Madre y de Sierva del Señor a este mundo humano nuestro”[7], también allí estábamos incluidos nosotros y los que vendrían después de nosotros.

En estos dos eventos que –por la Providencia Misericordiosa de nuestro Señor– se cruzaron entre sí, podríamos leer la suave y amorosa delicadeza de la sabiduría maternal, que parece abrazarnos entrañablemente como Instituto y a cada uno de nosotros en particular, sin condición alguna. Podemos incluso lícitamente pensar que hemos nacido del Corazón Inmaculado de María, y siendo esto así, no podemos menos que prorrumpir en gozo y ver cómo la maternal asistencia protectora de la Virgen nos acompaña siempre. 

Aquella luz que irradiaba la “Señora, vestida toda de blanco, más brillante que el sol”[8] “con el corazón en la mano”[9] continúa iluminando “nuestro tiempo” e indicándonos el camino con su consoladora promesa: “Mi Inmaculado Corazón será tu refugio y el camino que te conducirá a Dios[10].

¿Quién hay de nosotros que no sienta esas palabras de la Virgen particularmente dirigida a él? Si a Ella le pertenecemos en “materna esclavitud de amor”[11] y de Ella confiamos obtener la “ayuda imprescindible para la ardua tarea de prolongar la Encarnación en todas las cosas”[12].

Por tanto, este primer centenario de la aparición de la Madre de Dios en Fátima es para nosotros un acontecimiento del todo singular, histórico, y una invitación a renovar nuestra pertenencia y confianza en la protección y auxilio de la Virgen Santísima.

Quisiera entonces en esta carta circular y a la luz del amor materno de María, que reflexionemos sobre algunos puntos de su mensaje.

1. Designios de misericordia

En primer lugar, algo muy aleccionador para nosotros, ahora y en todo tiempo. Cuando el Ángel se apareció por segunda vez a Lucía, Francisco y Jacinta en 1916, les dijo: “Los Santísimos Corazones de Jesús y de María tienen sobre vosotros designios de misericordia”[13].

Y uno estaría inclinado a pensar que a partir de allí la vida de estos tres niños estaría libre de luchas, de pesares y que de alguna manera serían ‘muy felices’ de acuerdo a los estándares del mundo. Sin embargo, sus vidas estuvieron sembradas de grandes sufrimientos. De hecho, el Ángel inmediatamente les pide “ofrecer constantemente oraciones y sacrificios… [y] sobre todo”, les dice, “aceptad y soportad, con sumisión, el sufrimiento que el Señor os envíe”[14].

Sor Lucía comenta que “estas palabras del Ángel” se les grabaron muy fuertemente en sus almas que como una luz les “hacía comprender quién era Dios, cómo nos amaba y quería ser amado, el valor del sacrificio y cómo éste le era agradable”[15].

Por eso ya en la primera aparición nuestra Señora les pregunta si quieren ofrecerse “a Dios para soportar todos los sufrimientos que Él quisiera enviarles[16] y les anuncia que tendrán “mucho que sufrir” pero que la gracia de Dios sería su fortaleza. A lo cual ellos responden con un generoso, heroico y decisivo fiat. Porque como dice el Doctor Angélico: “Nada invita al amor como la conciencia que se tiene de ser amado”[17].

Y así, en los sucesivos meses y, en realidad, hasta el final de sus vidas, los pastorcitos se fueron adentrando progresivamente y cada vez más profundamente en el misterio de la cruz, porque siempre será cierto que “siendo los más fieles servidores de la Santísima Virgen sus preferidos, reciben de Ella los más grandes favores y gracias del cielo, que son las cruces”[18].

Sumadas a las muchas oraciones y penitencias que a diario ofrecían, los tres pastorcitos sufrieron física y moralmente mucho, tanto de parte de los buenos como de los malos. Pensemos, por ejemplo, en el gran sufrimiento que fue para Lucía[19] el sólo presagio de la muerte de Francisco y Jacinta en la aparición del 13 de junio. Podemos además sin esfuerzo imaginar lo que habrá sido para la sensibilidad de estos niños tan puros la visión del infierno, que ellos mismos dicen “los horrorizó e hizo estremecer de pavor”[20]. También, la profunda tristeza que les causó el ver a la “Señora tan bondadosa y triste”[21] y a “nuestro Señor muy triste”[22]. Todo esto unido a veces a la indiferencia de sus padres, otras a su incomprensión e incredulidad[23], y a las innumerables burlas y desprecios[24] por parte de sus familiares. Sor Lucía misma cuenta que su madre la “reprendía y castigaba” porque la creía mentirosa[25].

Y aunque la lista podría ser interminable, añadamos a esto los tortuosos y agobiantes interrogatorios a los que fueron sometidos. El sinnúmero de amenazas, insultos, y golpes[26] que sin culpa alguna recibían. Las dudas y tentaciones que asaltaban a Lucía, haciéndola perder el entusiasmo, llenándola de miedo hasta hacerla determinarse para no volver a Cova da Iria[27]. Asimismo, la cárcel, con la consiguiente amenaza de que los “iban a freír”[28]. La posterior enfermedad de Francisco y Jacinta con las penosas circunstancias que rodearon la muerte de ambos: Francisco sumido en grandes sufrimientos físicos y Jacinta que muere lejos de los suyos, en Lisboa (“reza mucho por mí, que moriré solita”[29], le decía a su prima Lucía). Conociendo el gran amor y la unión espiritual de los tres niños, no nos costará imaginar el gran dolor que esto le causó a Lucía. Ella misma recordando la muerte de su primo escribió: “es una espina triste que atraviesa mi corazón a lo largo de los años. Es el recuerdo del pasado que siempre resuena en la eternidad”[30]. También el despedirse de Jacinta, dice Sor Lucía, “le partió el corazón”[31].

Y así, cada uno de los sufrimientos, pruebas y cruces que tuvieron que padecer formaron parte de los “designios de misericordia” que les había anunciado el Ángel. Y es que simple y sencillamente, los “designios de misericordia” incluyen la cruz en nuestras vidas. Y a la luz de ese misterio debemos saber ver todas las cruces que nos sobrevienen.

Por eso, en todo tiempo, también ahora, tenemos que estar genuinamente convencidos de que todo lo que nos pasa pertenece, sin lugar a dudas, al designio misericordioso de Dios para con nosotros. Todos los sufrimientos, nos sean causados desde adentro o desde afuera, los falsos cuestionamientos que pueden obstaculizar el progreso de nuestras obras, las difamaciones, la ingratitud, las incomprensiones y todo aquello que puede causarnos aflicción, tanto personalmente o como familia religiosa, no son sino “heraldos de una gran alegría”[32] y hay que “dar gracias a Dios por ellos como un signo de su misericordia”[33], como decía San Juan de Ávila. “La cruz es como un toque del amor eterno a nuestras vidas”[34].

También nosotros, al igual que los pastorcitos, “estamos invitados a ser felices como Pedro y los Apóstoles lo fueron cuando se les permitió incorporarse a la Cruz de Cristo para participar en la gloria de su resurrección”[35]. Por tanto, también nosotros debemos tener la hombría de pronunciar nuestro fiat y de ninguna manera retroceder en la obra comenzada. Antes bien, debemos estar firmemente convencidos de que seguimos a quien hoy como ayer tiene todo el poder, y aunque todo el mundo se empeñe en prevenirlo, su verdad triunfará. “Por tanto no debemos dar lugar a ningún miedo y nada nos puede mover a renunciar a la verdad revelada y al amor de Cristo”[36]

Jesús le decía a Santa Gema Galgani: “mantente en el camino de la divina voluntad”[37]. Y eso es lo que tenemos que hacer, actuar de otro modo, como bien sabemos, sería un error.

¡Cuánto hay para aprender de estos “pequeños privilegiados”[38]! Por eso, si me permiten, quisiera hacer una aplicación de dos elementos del mensaje-profecía de Fátima que considero nos tocan de cerca, personalmente. Me refiero particularmente a la necesidad de comunión de nuestros sufrimientos con los padecimientos de Cristo para bien de las almas y a su Inmaculado Corazón como nuestro refugio.

2. Víctimas con la Víctima

El entonces Cardenal Ratzinger en su Comentario Teológico acerca del mensaje de Fátima escribió: “ningún sufrimiento es vano y, precisamente, una Iglesia sufriente, una Iglesia de mártires, se convierte en señal orientadora para la búsqueda de Dios por parte del hombre”[39].

A mi modo de ver, un aspecto muy profundo del mensaje de Fátima, particularmente para nosotros, sacerdotes del Verbo Encarnado, es el de nuestra comunión con los padecimientos de Cristo para bien de las almas; aspecto que sobresale en los mártires, pero que también forma parte esencial de nuestra vocación y de nuestro ministerio sacerdotal[40].

San Pablo escribió a los Colosenses: completo en mi carne lo que falta a los padecimientos de Cristo, en favor de su Cuerpo, que es la Iglesia, de la cual he sido constituido ministro[41].

La frase del Apóstol constituye todo un programa de vida espiritual y de vida pastoral, y se aplica a la unidad o solidaridad que hay entre los miembros del único Cuerpo Místico en la vida de la gracia. Y esto de dos maneras distintas:

  1. En cuanto a la aplicación de la pasión de Cristo para que su eficacia infinita, obtenida en el ofrecimiento sacerdotal que Él hizo una sola vez y para siempre[42] alcance o se aplique a todos los hombres a lo largo de la historia.
  2. En cuanto a la necesaria conformidad que debe existir entre el cuerpo y su cabeza, es decir, entre Cristo y sus miembros, conformidad que debe ser aún mayor en los ministros sagrados y religiosos.

Y aunque “ciertamente no añadimos nada sustancial al sacrificio de Cristo, en el orden de la operación lo completamos de algún modo. […] Cristo ‘sufrió como cabeza nuestra, y continúa sufriendo en sus miembros, es decir, en nosotros’[43]. Por eso ‘Cristo estará en agonía hasta el fin del mundo’[44] ya que “la medida total de sufrimientos de todos los hombres no estará colmada hasta el fin del mundo’[45][46].

Entonces, la expresión algo que falta a la Pasión de Cristo no debe entenderse como que fue incompleta o insuficiente, ya que fue sobreabundantemente infinita. Debe entenderse más bien respecto a la aplicación eficaz de los méritos de la pasión a todos los hombres de todos los tiempos. Aplicación que se hace efectiva a través de nuestro ministerio apostólico.

El Padre Luis de la Palma glosa las palabras de San Pablo diciendo: “para que el mérito de la pasión de Jesucristo se aplique con efecto a los infieles y pecadores es necesario predicar, peregrinar y padecer muchas contradicciones y persecuciones, las cuales le faltaron a Cristo padecer para santificar todo su cuerpo (…) estas las cumplo yo por Él con mucha alegría, pues yo (…) también padezco en mi cuerpo el hambre y la sed, las cárceles y prisiones que hubiera de padecer Jesucristo si estuviese presente”[47].

Y es en este sentido que dice el Directorio de Espiritualidad: “El dolor es algo precioso y de incalculable valor ya que es elegido por Dios para redimirnos, cuando se soporta con paciencia, se acepta como venido de Dios y se santifica uniéndolo al de Cristo”[48] y por eso se nos llama “corredentores”[49]. De aquí la importancia y necesidad de no desperdiciarlos sino de saberse aprovechar de ellos.

Ahora bien, “toda la eficacia corredentora de nuestros padecimientos depende de su unión con la Cruz y en la medida y grado de esa unión. Vivimos del sacrificio de Cristo: …ningún dolor es redentor si no se une a la Pasión de Cristo. Si no aprendemos a ser víctimas con la Víctima, todos nuestros sufrimientos son inútiles”[50]. Esto fue lo que la Santísima Maestra les enseñó a Francisco, Jacinta y Lucía: “Desde que Nuestra Señora nos enseñara a ofrecer a Jesús nuestros sacrificios, siempre que pensábamos hacer algunos, o que teníamos que sufrir alguna prueba, Jacinta preguntaba: – ¿Le has dicho ya a Jesús que es por su amor? Si le decía que no… [Ella respondía] – Entonces lo diré yo. Y, juntando las manos y levantado los ojos al cielo, decía: – ¡Oh Jesús! es por tu amor y por la conversión de los pecadores”[51].

Es Voluntad de Dios nuestro Padre, que también nosotros –como los Beatos pastorcitos– cooperemos a que la única y sobreabundante redención obrada por Cristo en el Calvario sea aplicada a todos los hombres, particularmente a los de nuestro tiempo, a nuestros contemporáneos. “Entonces, ¿tú no quieres ofrecer este sacrificio por la conversión de los pecadores?”[52] nos pregunta también hoy a nosotros Lucía.

Es parte de nuestra espiritualidad el “aprender a completar lo que falta a la Pasión de Cristo con una reparación afectiva –por la oración y el amor–, efectiva –cumplimiento de los deberes de estado, apostolado, … y aflictiva –el sufrimiento santificado–, en provecho de sí mismo y de todo el Cuerpo místico”[53].

Por la unidad de la persona mística de Cristo, nosotros, sus miembros no solo nos podemos, sino que debemos ayudar los unos a los otros, puesto que por la común incorporación a Cristo los unos somos miembros de los otros[54].

Por eso la súplica ardiente de la Madre del Cielo: “Rezad, rezad mucho y haced sacrificios por los pecadores; que van muchas almas al infierno, porque no hay quien se sacrifique y pida por ellas[55]. Y en otra ocasión les dice: “Para salvarlas, Dios quiere establecer en el mundo la devoción a mi Inmaculado Corazón. Si se hace lo que os voy a decir, se salvarán muchas almas y tendrán paz[56].

Con cuánta inocencia y profundidad entendieron los pastorcitos la importancia y necesidad del sacrificarse por los demás por lo cual no dejaban pasar oportunidad para ofrecer oraciones y hacer penitencia. Sirva de ilustración la anécdota relatada por Sor Lucía y que demuestra la generosidad de la más pequeña de ellos que “sintió y vivió como suya la aflicción de la Virgen”[57]: “Como la Santísima Virgen nos había dicho también que ofreciésemos nuestras oraciones y sacrificios en reparación de los pecados cometidos contra el Inmaculado Corazón de María, quisimos combinarnos escogiendo cada uno una intención. Uno lo ofreció por los pecadores, otro por el Santo Padre, y otro en reparación de los pecados cometidos contra el Inmaculado Corazón de María. Puestos de acuerdo, pregunté a Jacinta cuál era la intención por la que lo ofrecía ella: –Yo lo ofrezco por todas, porque todas me agradan mucho”[58].

Su ejemplo acabadamente generoso y a la vez sublime en su simplicidad no deja de interpelarnos, a nosotros religiosos, a quienes nos toca por vocación y elección divina victimarnos con la Víctima perfecta.

Por tanto, el mensaje de la Virgen de Fátima es una invitación a cada uno de nosotros a ser solidarios unos con otros ofreciéndonos a Dios como una hostia viva, santa y agradable[59]. Como decía San Juan Pablo II: “¡orad y sacrificaos por nosotros y por todos los que también oran, por los que no pueden rezar, por los que no saben rezar y por los que no quieren rezar!”[60] Asimismo, nuestro derecho propio nos recomienda vivamente rezar por nuestros enemigos y aquellos que nos odian y persiguen[61].

3. El Inmaculado Corazón de María, nuestro refugio

Los buenos serán martirizados …Por fin mi Inmaculado Corazón triunfará[62], dijo nuestra tierna Madre a Sor Lucía durante la aparición del 13 de julio de 1917.

Estas palabras que suponen un gran sufrimiento, encienden a su vez la luz de la esperanza en nuestras vidas. Ya que “‘por la cruz se va a la luz’, que es lo mismo que nos enseñaron los Apóstoles al decir que es preciso pasar por muchas tribulaciones antes de entrar en el Reino de los cielos[63].

Nuestra Señora anuncia grandes sufrimientos por medio de los cuales –especialmente los religiosos– hemos de cooperar activamente en la aplicación de la redención a las almas: “[vimos también] a otros Obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas subir una montaña empinada, en cuya cumbre había una gran Cruz de maderos toscos”[64] que luego morirían “unos tras otros”[65]. Y esto es así, lleguemos o no al martirio cruento, ya que la misma profesión de los votos “equivale a cierto martirio”[66] el cual se demuestra en la entrega cotidiana[67] por los sacrificios y la cruces que implican la fidelidad al Verbo Encarnado. Y aún más, porque el martirio está relacionado a nuestra vida religiosa también por su fin, ya que tiende a la perfección de la caridad, pues: no hay mayor amor que dar la vida por los amigos[68].

Por eso se nos pide vivir dispuestos al martirio por lealtad a Dios[69], es decir, el martirio viene a ser como sinónimo de ser verdadero discípulo. Decía San Juan de Ávila, doctor de la Iglesia: “expresamente están amonestados los siervos de Dios que han de ser perseguidos”. Y prosigue diciendo: “Ellos [los siervos de Dios] padecen por Dios y porque se llegaron a Dios; y la persecución es contra Dios. Si los perseguidores otra cosa piensan, por ventura disminuyen algo su culpa, mas no nuestra corona; y si ellos, engañados, piensan que sirven a Dios, nosotros, desengañados, sabemos que servimos a Dios”[70]. De aquí que, si somos fieles, consideramos como “la gracia más grande que Dios puede conceder a nuestra minúscula Familia Religiosa la persecución”[71].

A esta verdad, añadamos el hecho de que nosotros, si somos verdaderos hijos de tan piadosísima Madre, debemos esperar sufrir grandes cruces y como dice San Luis María, incluso “sufrir más que los demás. Porque María, la Madre de los vivientes, hace partícipes a sus hijos del Árbol de la vida, que es la cruz de Jesucristo”[72].

Pero no debemos quedarnos solo en eso, con una concepción fatalista de la vida, sino que más bien hay que tener esa visión sapiencial que nos haga apreciar que del sufrimiento –pequeño o grande, visible ante todos u oculto en el alma– “deriva una fuerza de purificación y de renovación, porque es actualización del sufrimiento mismo de Cristo y transmite en el presente su eficacia salvífica”[73]. Es decir, a nosotros se nos pide una fe mayor, “fe en aquel Amor salvador que es siempre mayor, siempre más fuerte que todos los males”[74].

Tenemos que ser hombres de una fe intrépida, que aprovechan todas las cruces y las dificultades para amar más a Dios y al prójimo y no desperdiciar oportunidad para practicar obras de misericordia. De hecho, uno de los elementos adjuntos y no negociables de nuestro Instituto es el tener “una visión providencial de toda la vida. Y así, por ejemplo, considerar a nuestros enemigos como parte espiritual de nuestra familia religiosa, porque nos han hecho y nos hacen el bien […] omnia cooperantur in bonum[75].  

Sobre este punto vale también para nosotros el consejo de San Francisco de Sales: “Sed firmes en la confianza en la providencia de Dios, la cual, si nos prepara cruces, nos dará valor para soportarlas. […] No se adelanten a los acontecimientos penosos de esta vida; prevénganse con una perfecta esperanza de que, a medida que lleguen, Dios, a quien le pertenecen, los librará de ellos. Él los ha protegido hasta el presente; aférrense bien de la mano de su Providencia y Él los asistirá en toda ocasión y, si no pueden marchar, Él los sostendrá. ¿Qué temen, siendo todos de Dios, el cual nos ha asegurado que todo será para bien de los que le aman? No piensen en lo que sucederá mañana, porque el mismo Padre Eterno que hoy tiene cuidado de Ustedes, lo tendrá mañana y siempre: Él no les dará ningún mal, y si se los da, les dará un valor invencible para soportarlo”[76].

Por eso en todos los sufrimientos que individualmente o como Instituto nos toque sufrir, debemos aprender a ver esos designios de misericordia que Dios tiene para nosotros. Y a imitación de la Ven. Sor Lucía saber ver “siempre en todo ello la acción de Dios, que así lo quiere”[77]

Ahora bien, también es importante notar que en este soportar todos los sufrimientos que Dios quiera enviarnos[78] no estamos solos, pues la presencia de la Madre de Dios nos sostiene para que podamos llevar las cruces con “más facilidad, mérito y gloria”[79] y acerca de lo cual su aparición en Fátima es signo elocuente. Pues, esta Bondadosa Madre, “endulza todas las cruces”[80], con su efectiva compasión maternal y la unción de su amor puro, que hacen que las penas, por más amargas que sean, se lleven con alegre conformidad.

Hoy también la Virgen de Fátima nos repite con tiernos acentos: “Mi Inmaculado Corazón será tu refugio y el camino que te llevará a Dios[81]. Que es lo mismo que decir: en mi Inmaculado Corazón encontrarás “toda la gracia y amistad de Dios, la plena seguridad contra los enemigos de Dios, la verdad completa para combatir el error, la facilidad absoluta y la victoria definitiva en las dificultades que hay en el camino de la salvación, la dulzura y el gozo colmados en las amarguras de la vida”[82].

Por eso, que los demás se alegren por “sus riquezas o se jacten de sus honras del mundo; otros en la preeminencia de sus oficios y dignidades”[83]; que otros “esperen de sus talentos; que se apoyen sobre la inocencia de su vida, o sobre el rigor de su penitencia, o sobre el número de sus buenas obras, o sobre el fervor de sus oraciones”[84], en cuanto a nosotros todo lo esperamos de esta augusta Señora a quien Dios mismo “escogió por dispensadora de cuanto Él posee”[85] y por cuyas manos virginales pasa todo don celestial.

Ella no es mera espectadora de nuestras luchas, sino que se involucra de lleno en nuestras vidas, sean cuales fueran las circunstancias particulares o lo complejo de la realidad; la amplitud de su amoroso cuidado maternal no tiene límites. Ella quiere ser nuestro Refugio. Nuestro querido San Juan Pablo II decía: “María abraza a todos, con una solicitud particular… Ella misma reza con nosotros”[86]; Ella siente maternalmente nuestras luchas y conoce a fondo nuestros sufrimientos y esperanzas[87]. Por eso la presencia compasiva de la Madre del Verbo Encarnado en nuestras vidas, que no es accesoria sino fundamental e integral, debe ensancharnos el corazón con una santa confianza, como la de un niño que todo lo espera de la bondad de su querida madre, para así adentrarnos cada vez más profunda y generosamente por el camino de la cruz, que es “el único camino de la vida”[88].

Hoy y siempre guardemos grabadas en el alma las consoladoras palabras de la Beata Jacinta a su prima: “No debemos tener miedo de nada. Aquella Señora nos ayuda siempre. Es nuestra amiga”[89]. Tenemos que tener la certeza de que la Virgen nos va a ayudar en todo y siempre.

La Virgen Santísima lo prometió: “mi Corazón Inmaculado triunfará”. El mismo Corazón bajo cuyo calor se formó el Corazón Sacratísimo del Verbo Encarnado triunfará y “llevará en triunfo al cielo las almas de quienes de continuo se encomiendan a su intercesión”[90]. Consideremos entonces, cuán transitorias son las penas de esta vida frente a lo definitivo de la dicha que se nos tiene prometida. 

Sí, “el maligno tiene poder en este mundo, lo vemos y lo experimentamos continuamente; él tiene poder porque nuestra libertad se deja alejar continuamente de Dios. Pero desde que Dios mismo tiene un corazón humano y de ese modo ha dirigido la libertad del hombre hacia el bien, hacia Dios, la libertad hacia el mal ya no tiene la última palabra. Desde aquel momento cobran todo su valor las palabras de Jesús: padeceréis tribulaciones en el mundo, pero tened confianza; ¡yo he vencido al mundo! El mensaje de Fátima nos invita a confiar en esta promesa”[91].

Muy queridos todos, que la celebración de este primer aniversario de las apariciones de la Madre de Dios en Fátima nos anime, nos llene de luz el alma y nos infunda una confianza inamovible en su Omnipotencia Suplicante, pues “Ella es toda nuestra esperanza”[92], ya que es “voluntad de Dios que todo lo tengamos por María”[93].

Con esta certeza, vayamos confiados a nuestra Madre del Cielo, agradeciéndole su constante intercesión y a implorarle con filial osadía que siga velando sobre el camino de la Iglesia, de nuestra querida Familia Religiosa y de cada uno de sus miembros y las misiones a nosotros encomendadas. Que la ternura de la mirada de esta dulce Madre inunde cada rincón de sus vidas, y les conceda una constante serenidad, consuelo y alegría en el Verbo Encarnado.

Ahora y en todo tiempo, avancemos prendidos de su Inmaculado Corazón que tiernamente nos dice: “No te desanimes. Yo no te abandonare jamás. Mi Corazón Inmaculado será tu refugio y el camino que te conducirá a Dios”.

¡Feliz día de la Virgen de Fátima!

En el Verbo Encarnado y el Inmaculado Corazón de su Madre Santísima,

P. Gustavo Nieto, IVE
Superior General

1 de mayo de 2017
Carta Circular 10/2017

 

[1] Cf. Mons. A. Marto, Fátima e a modernidade. Profecia e Escatologia, 7. La frase es del escritor francés Paul Claudel.

[2] L. Gonzaga Da Fonseca, Le meraviglie di Fatima, 5.

[3] Cf. San Juan Pablo II, Alocución en Fátima, 13 de mayo de 1982.

[4] S. De Fiores, Il segreto di Fatima, 22.

[5] Mensaje para la Jornada Mundial del Enfermo, 11 de febrero de 1997, 1.

[6] Al término del Año Santo de la Redención.

[7] San Juan Pablo II, Acto de Consagración del mundo al Inmaculado Corazón, 25 de marzo de 1984; cf. En la Jornada Jubilar de las Familias, el Papa consagra a los hombres y las naciones a la Virgen, en Insegnamenti di Giovanni Paolo II, VII, 1, Città del Vaticano 1984, 775-777.

[8] Memorias de la Hermana Lucía, Cuarta Memoria, II, 3.

[9] Palabras del Beato Francisco Marto. Memorias de la Hermana Lucía, Cuarta Memoria, I, 5.

[10] Memorias de la Hermana Lucía, Cuarta Memoria, II, 4.

[11] Constituciones, 83.

[12] Cf. Constituciones, 17.

[13] Memorias de la Hermana Lucía, Segunda Memoria, II, 2.

[14] Memorias de la Hermana Lucía, Segunda Memoria, II, 2.

[15] Memorias de la Hermana Lucía, Cuarta Memoria, II, 1.

[16] Cf. Memorias de la Hermana Lucía, Cuarta Memoria, II, 3.

[17] Citado por Mons. Dr. Juan Straubinger, El Salterio, Salmo 39 (40).

[18] San Luis María Grignon de Montfort, Tratado de la Verdadera Devoción, 154.

[19] Memorias de la Hermana Lucía, Cuarta Memoria, II, 4.

[20] Memorias de la Hermana Lucía, Cuarta Memoria, II, 5.

[21] Memorias de la Hermana Lucía, Cuarta Memoria, II, 5.

[22] Cf. Memorias de la Hermana Lucía, Cuarta Memoria, I, 12.

[23] Cf. Memorias de la Hermana Lucía, Segunda Memoria, III, 5.

[24] Cf. Memorias de la Hermana Lucía, Segunda Memoria, II, 2; 4

[25] Memorias de la Hermana Lucía, Segunda Memoria, II, 13.

[26] Cf. Memorias de la Hermana Lucía, Segunda Memoria, III, 3.

[27] Cf. Memorias de la Hermana Lucía, Segunda Memoria, II, 5.

[28] Cf. Memorias de la Hermana Lucía, Primera Memoria, I, 12.

[29] Memorias de la Hermana Lucía, Primera Memoria, III, 5.

[30] Memorias de la Hermana Lucía, Cuarta Memoria, I, 17.

[31] Cf. Memorias de la Hermana Lucía, Primera Memoria, III, 6.

[32] Carta XVIII – Para consolar a una joven en gran aflicción.

[33] Carta X – Para algunos amigos, posiblemente los Jesuitas de Salamanca, que pasaban por ciertas persecuciones.

[34] Cf. Dives in misericordia, 8.   

[35] Ven. Arz. Fulton Sheen, The Power of Love. [Traducido de la edición en inglés]

[36] Directorio de Espiritualidad, 121.

[37] Rev. Amedeo, C.P., The Biography of Saint Gemma, Cap. 14 [Traducido de la edición en inglés]

[38] San Juan Pablo II, Homilía de Beatificación, 13 de mayo de 2000.

[39] Memorias de la Hermana Lucía, Apéndice III.

[40] En este punto sigo libremente a G. Ruiz Freites, IVE, El mensaje de Fátima y los mártires del siglo XX: un llamado a completar en nosotros lo que falta a la pasión de Cristo (Col 1, 24-25), de próxima aparición en la Revista Diálogo (nº 71, mayo 2017), San Rafael, Argentina.

[41] Col 1, 24-25.

[42] Heb 7, 27; cf. Heb 9, 28.

[43] San Agustín, Enarraciones sobre los Salmos, LXI, 4.

[44] B. Pascal, Pensamientos, 553.

[45] San Agustín, Enarraciones sobre los Salmos, LXI, 4.

[46] Cf. Directorio de Espiritualidad, 165.

[47] Camino Espiritual, 13, 3.

[48] Directorio de Espiritualidad, 166.

[49] Directorio de Espiritualidad, 167.

[50] Cf. Directorio de Espiritualidad, 168.

[51] Memorias de la Hermana Lucía, Primera Memoria, I, 10.

[52] Memorias de la Hermana Lucía, Primera Memoria, I, 12.

[53] Directorio de Espiritualidad, 169.

[54] Rom 12, 4-5.

[55] Memorias de la Hermana Lucía, Segunda Memoria, II, 11.

[56] Memorias de la Hermana Lucía, Tercera Memoria, 2.

[57] San Juan Pablo II, Homilía de Beatificación, 13 de mayo de 2000.

[58] Memorias de la Hermana Lucía, Primera Memoria, I, 13.

[59] Cf. Directorio de Vida Consagrada, 290; op. cit. cf. Rm 12, 1.

[60] San Juan Pablo II, A los Sacerdotes, Religiosos y Religiosas en Fátima, 13 de mayo de 1982.

[61] Cf. Directorio de Obras de Misericordia, 158; Directorio de Tercera Orden, 121.

[62] Memorias de la Hermana Lucía, Tercera Memoria, 2.

[63] P. Carlos Buela, IVE, Las Servidoras II, II Parte, Cap. 4.1; op. cit. Hch 14, 22.

[64] Memorias de la Hermana Lucía, Apéndice III.

[65] Ibidem.

[66] Constituciones, 50.

[67] Cf. Directorio de Vida Consagrada, 399; op. cit. Cf. Lumen Gentium, 42.

[68] Cf. Directorio de Vida Consagrada, 405; op. cit. Jn 15, 13.

[69] Directorio de Espiritualidad, 36; Constituciones, 96.

[70] Carta II – A un religioso predicador (Fr. Alonso de Vergara, OP).

[71] Cf. Directorio de Espiritualidad, 37.

[72] San Luis María Grignion de Montfort, El secreto de María, 22.

[73] Memorias de la Hermana Lucía, Apéndice III, Comentario Teológico.

[74] San Juan Pablo II, Homilía, 13 de mayo de 1982.

[75] Cf. Notas del V Capítulo General, 5.

[76] Cf. F. Vidal, En las fuentes de la alegría con San Francisco de Sales, Cap. 7, 2; op. cit. Obras completas de San Francisco de Sales, Edición de Annecy, Tomo XVI, 125 y Tomo XVIII, 211.

[77] Cf. Memorias de la Hermana Lucía, Segunda Memoria, II, 9.

[78] Cf. Memorias de la Hermana Lucía, Cuarta Memoria, II, 3.

[79] San Luis María Grignon de Montfort, Tratado de la Verdadera Devoción, 154.

[80] Ibidem.

[81] Memorias de la Hermana Lucía, Cuarta Memoria, II, 4.

[82] San Luis María Grignion de Montfort, El secreto de María, 21.

[83] Cf. P. Luis de Granada, citado por Mons. Dr. Juan Straubinger, El Salterio, Salmo 32 (33).

[84] San Claudio de la Colombière, Discurso 682.

[85] Cf. San Luis Marìa Grignion de Montfort, Tratado de la Verdadera Devoción, 25.

[86] Homilía, 13 de mayo de 1982.

[87] Cf. Radiomensaje durante el Rito en la Basílica de Santa María la Mayor. Veneración, acción de gracias, consagración a la Virgen María Theotokos, en Insegnamenti di Giovanni Paolo II, IV, 1, Città del Vaticano 1981, 1246.

[88] Directorio de Espiritualidad, 142.

[89] Memorias de la Hermana Lucía, Primera Memoria, I, 10.

[90] Cf. San Alfonso María de Ligorio, Las Glorias de María, Cap. 2.

[91] Memorias de la Hermana Lucía, Apéndice III, Comentario Teológico; op. cit. Jn 16, 33.

[92] P. Carlos Buela, IVE, Sacerdotes para siempre, Parte I, Cap. 3, 7.

[93] San Luis María Grignion de Montfort, Tratado de la verdadera devoción, 141; op. cit. San Bernardo.

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