La primera caridad debemos hacérnosla a nosotros mismos
[Exordio] Cuando pensaba acerca de esta homilía me puse a releer algunos libros que tengo de Don Orione. Uno de ellos son cartas que él le escribe a sus sacerdotes por distintos motivos. Podría hablarles de la excelencia del rol del apostolado que Ustedes realizan a la hora de evangelizar la cultura, podría decirles que no hay mejor testimonio de Cristo que el que proclama con obras la caridad cristiana y hace que su testimonio sea irrefutable[1]; podría decirles que las obras de misericordia espirituales y corporales son las que están más en sintonía con el fin de nuestro Instituto, y son las que difunden mayormente el bien[2] y por eso todo lo que Ustedes hacen aquí, el mínimo servicio que realizan a cualquiera de los que aquí sirven al mismísimo Verbo Encarnado se lo hacen y no quedaran sin recompensa… pero todo eso ya lo saben muy bien. Por algo se les llama las piezas claves[3] en la obra evangelizadora del Instituto.
Entonces encontré este consejo que Don Orione les da a los suyos y que me parece les puede servir a Ustedes también, y dice así: “La primera caridad debemos hacérnosla a nosotros mismos: tenemos que rezar más, me lo digo a mí, se lo digo a ustedes, se lo digo todos: debemos rezar más, cultivar más la piedad, la humildad, la dependencia, la docilidad de espíritu, y el espíritu religioso”[4].
Qué importante es esto, ¿no? Obviamente esto es cierto para todos los sacerdotes, por eso dice el santo: “me lo digo a mí, se lo digo a ustedes, se lo digo todos”, pero muy especialmente para quienes como Ustedes están directamente abocados a la atención de las necesidades de los demás, las 24 horas del día y los 7 días de la semana.
Algo similar destaca el derecho propio en el Directorio de Obras de Misericordia, donde explícitamente dice que se “deben atender a las necesidades de los hombres, pero nunca dejar o descuidar el servicio de Dios mediante la oración”[5]. ¿Por qué? Porque “es justamente la oración la que [les] permitirá volcarse mejor al servicio de los demás; porque la oración permite descubrir a Dios en el prójimo”[6].
Por eso no deja de ser importante no sólo rezar: rezar la liturgia de las horas, hacer la adoración diaria, celebrar la misa, rezar el rosario… sino que Don Orione dice: “rezar más, cultivar más la piedad”. Yo sé que aquí Ustedes son pocos, que tienen muchísimo trabajo, que a veces puede llegar a ser extenuante, sin embargo, no debemos olvidarnos de que para nosotros como sacerdotes del Verbo Encarnado la vida de oración es esencial y lo cierto es que nada “puede hacernos olvidar que ante todo hemos sido llamados a estar con Dios, a escuchar su palabra, a contemplar su rostro”[7]. Por eso San Juan Pablo II les hablaba una vez a los religiosos de “la exigencia de largos espacios de oración, de concentración, de adoración” y agregaba “como consagrados no sólo debemos rezar, debemos ser una oración viva. Se podría decir también, debemos rezar aparentemente no rezando. Debemos rezar no teniendo aparentemente tiempo para rezar, pero debemos rezar. Es otra paradoja. Humanamente, esto es algo imposible. ¿Cómo rezar no rezando? Pero San Pablo nos dice: el espíritu ora en nosotros, entonces la cosa resulta algo distinta”[8]. Por eso es importante el recogimiento durante el día.
Por supuesto que en caso de extrema necesidad hay que aplicar lo que enseña San Vicente de Paúl: “El servicio a los pobres ha de ser preferido a todo, y hay que prestarlo sin demora. Por esto, si en el momento de la oración hay que llevar a algún pobre un medicamento o un auxilio cualquiera, id a él con el ánimo bien tranquilo y haced lo que convenga, ofreciéndolo a Dios como una prolongación de la oración. Y no tengáis ningún escrúpulo ni remordimiento de conciencia si, por prestar algún servicio a los pobres, habéis dejado la oración; salir de la presencia de Dios por alguna de las causas enumeradas no es ningún desprecio a Dios, ya que es por Él por quien lo hacemos”[9]. Algo muy similar enseñaba San Benito Cottolengo a los suyos: “sean incansables en el servicio a los últimos, sin olvidar, al mismo tiempo, que la oración es nuestro trabajo primero y más importante porque la oración da vida a la Pequeña Casa”[10].
San Pablo de la Cruz por su parte decía: “para los enfermos hace falta una madre o un santo” refiriéndose al gran cuidado y delicadeza exquisita que hay que tener a la hora de atenderlos, como si fuese el hijo único enfermo. Pues bien, esa caridad del sacerdote brota de la oración, de la contemplación del misterio de la misericordia divina[11]. Y así cuando el trabajo en los hogarcitos nace de la oración, es decir, se sobrenaturaliza, se presenta como un relato hermosísimo del amor de Dios, que manifiesta de modo especial su ternura misericordiosa de médico de las almas y de los cuerpos.
Ustedes saben mejor que yo, pero a mí me parece que el servicio a los enfermos, a los más pobres es una experiencia intensa de Dios, que nos lleva constantemente a buscar la ayuda de Cristo en la oración. De ese modo, aunque las ocasiones para abnegarse se multipliquen día a día, Ustedes se van purificando, van creciendo en virtud y eso es, de algún modo, como una confirmación del valor del carisma del Instituto, como camino hacia la perfección de la caridad, que es lo que hemos venido a hacer en esta vida.
También señala Don Orione la importancia de practicar en nuestras vidas “la humildad, la dependencia, la docilidad de espíritu, y el espíritu religioso”. Ya que no cabe duda de que “el servicio al prójimo no divide ni separa al religioso de Dios”[12]. Y por eso en otra carta les dice: “sean juntos asiduos a las prácticas de la vida común, y hagan sus trabajos juntos llevando uno el peso del otro y soportando cada uno los defectos de los otros por el amor de Jesucristo: siempre alegres de corazón, de espíritu, de palabras y también serenidad en el rostro como en sus expresiones: contentos de servir a Dios, contentos siempre en perfecta alegría in Domino, en la oración, en el trabajo, en el esparcimiento, en las comidas, siempre y todo con alegría y simplicidad de corazón, alabando a Dios y sirviendo a Dios. Y el Señor hará el resto, y multiplicará sobre sus pasos las bendiciones y su número”[13].
[Peroratio] Ya para terminar, quisiera expresarles de corazón, nuestra gratitud y gran aprecio por todo lo que hacen aquí; sepan que no pasa desapercibido y es muy edificante para todos ver todo lo que hacen en el Hogar (he visto fotos[14] de las pascuetas, del via crucis, de una salida con los chicos a la plaza…) Estoy más que persuadido de que no es fácil, así que como decía Don Orione: “¡Coraje! ¡y siempre adelante! ¡Ave María y adelante!”. Los felicito de verdad.
Pidamos en esta Santa Misa al Corazón de Jesús, que siempre vaya en aumento en sus almas la caridad que les permita testimoniar cada vez mas fiel y elocuentemente al Divino Samaritano por medio de una vida santa y fervorosa, sostenida por la oración constante y auxiliado por la mano materna de la Santísima Virgen. Y a Ella también le pedimos que envíe vocaciones que tengan la valentía de hacer el bien como lo hacen Ustedes.
[1] Directorio de Obras de Misericordia, 75.
[2] Cf. Directorio de Obras de Misericordia, 17.
[3] Constituciones, 194.
[4] Carta de don Orione, del 7 de febrero de 1923.
[5] 35.
[6] Ibidem.
[7] Cf. San Juan Pablo II, A los sacerdotes, religiosos y religiosas en Reggio Emilia, Italia (06/06/1988).
[8] Ibidem.
[9] Directorio de Obras de Misericordia, 35; op. cit. San Vicente de Paul, carta 2.546, Correspondance, entretiens documents, Paris 1922 – 1925, 7.
[10] Citado por San Juan Pablo II, Mensaje con ocasión del 175° aniversario de la fundación de la Pequeña casa de la Divina Providencia, (26/8/2002).
[11] Cf. Constituciones, 206.
[12] Directorio de Vida Consagrada, 362.
[13] Carta de don Orione, del 20 de febrero de 1922.