San Luis María Grignion de Montfort

Contenido

San Luis María Grignion de Montfort

 

[Exordio] «La Cruz de Jesús y la Madre de Jesús fueron los dos polos de su vida y de su ministerio. Y por eso su vida, tan breve en sí misma, fue a la vez tan plena. Y esa es la razón por la que su ministerio que abarcó únicamente Vendée, Poitou y Bretaña y duró apenas doce breves años, le ha sobrevivido más de dos siglos y se ha extendido por muchos países. Y eso es porque la Sabiduría Divina, esa Sabiduría a cuya guía se había encomendado, hizo fructíferas todas sus labores y coronó todas sus actividades, sólo aparentemente interrumpidas por la muerte. La obra fue enteramente obra de Dios, pero lleva el sello de quien fue su fiel colaborador». Con estas palabras se refería el Papa Pío XII a San Luis María en una alocución a los fieles el día después de haberle canonizado un 20 de julio de 1947.

Como bien sabemos, ya desde los inicios nuestro modo de vivir la vida religiosa incluía el «cuarto voto de esclavitud mariana según San Luis María Grignion de Montfort» como dicen expresamente nuestras Constituciones en el número 17. Es más, es el primer santo que se nombra en las Constituciones1. Sirva también como dato que su nombre se menciona explícitamente en el texto de las Constituciones 4 veces y 2 veces en el Directorio de Espiritualidad. Sus obras son citadas unas 12 veces en esos dos documentos tan importantes del derecho propio, pero además aparecen citadas en otros 6 directorios2 (al menos). Aún más, el único libro de santo que el derecho propio recomienda que hay que leer es precisamente la Carta circular a los amigos de la Cruz3 escrita de puño y letra por nuestro querido San Luis María. Digo esto, como para dimensionar la relevancia de la celebración de este gran Santo y la significación que tiene para nosotros su doctrina y su figura.

San Luis María, dijo Pío XII en la homilía de su canonización, «le mostró al mundo el verdadero temple de un sacerdote de Cristo… su vida fue corta, pero fue una vida increíblemente activa y rica en frutos (apostólicos), a pesar de ser singularmente turbulenta».

Por eso quería aprovechar este sermón para destacar tres grandes amores de San Luis María que fueron –a mi modo de ver– los propulsores de esa magnífica obra que Dios se complació en realizar a través de él: el amor a la Cruz, el amor a la Virgen Santísima y el amor por las misiones.

1. Amor a la Cruz

Durante su vida no solo experimentó él mismo la Cruz, tales como fueron las dificultades financieras de su familia en la niñez, su temperamento colérico y su propensión a la violencia que tanto le costaba vencer, el difícil aprendizaje de la vida común en el seminario de San Sulpicio, las grandes dificultades que padeció en los distintos apostolados que emprendió, la incomprensión de sus superiores, obispos, hermanos sacerdotes… sino que esa fue la doctrina que predicó porque entendía que esa era la doctrina de Cristo. En cuantas misiones populares predicaba se presentaba sosteniendo una cruz, y al finalizar la misión plantaba una cruz. El Calvario de Pontchâteau, la Cruz de Poitiers con la inscripción «amor a la Cruz. Deseo de cruces. Desprecio. Dolores. Ultrajes. Afrentas…», la misma Carta circular a los amigos de la Cruz, todo esto da testimonio silencioso pero elocuente del amor a la Cruz de San Luis María.

Durante su vida la Éruz se extendía delante de él trazándole el camino y dándole una dimensión y una extensión insospechada a sus combates. Así por ejemplo en una de sus cartas le escribe a Sor Catalina de San Bernardo: «Si conocieras en detalle mis cruces y humillaciones, dudo que tuvieras tantas ansias de verme. En efecto, no puedo llegar a ninguna parte sin hacer partícipes de mi cruz a mis mejores amigos, frecuentemente a pesar mío y a pesar suyo. (Ya que) Todo el que me defiende o se declara en mi favor, tiene que sufrir por ello»4. Y a esta misma monja le dice en otra carta «tus combates se realizan en ti misma y no se manifiestan fuera de tu comunidad. Los míos, en cambio, explotan por toda Francia»5.

Amor a la Cruz y amor a la Sabiduría Encarnada se identifican y por eso San Luis María no podía predicar a uno prescindiendo del otro. En esa preciosa obra del Amor de la Sabiduría eterna escribió: «La Sabiduría Encarnada amó la Cruz desde sus más tiernos años… Apenas entró en el mundo, la recibió de manos del Padre en el seno de María. La colocó en su corazón, como soberana… Se desposó con ella con amor inefable en la Encarnación. La buscó y llevó con indecible gozo durante toda su vida, que fue Cruz continua, y, después de haber hecho tantos esfuerzos para llegar a ella murió en ella sobre el Calvario… (Pero) No vayamos a pensar que, después de su muerte, la Sabiduría se haya desprendido de la Cruz o la haya rechazado para triunfar mejor. ¡Todo lo contrario! Se ha unido y como incorporado a ella, en tal forma que ni ángel, ni hombre, ni criatura alguna del cielo o de la tierra puede separarla de la Cruz. Su enlace es indisoluble, y eterna su alianza. (Entonces lanza ese grito incontenible desde lo más profundo de su alma): ¡Jamás la Cruz sin Jesús ni Jesús sin la Cruz6 frase que, como ustedes saben, toma como propia nuestro Directorio de Espiritualidad7.

Esa Cruz, con Jesús Crucificado en ella, fue el motor de su vida. «Estoy desposado con la Sabiduría y con la Cruz», le escribe a su madre8, «ellas constituyen todos mis tesoros temporales y eternos, terrenos y celestes». Por eso cuánta fuerza cobran aquí las palabras escritas por carta a Sor Catalina, al punto que parecen que hoy también a nosotros nos dice: «¡Ánimo! … Lleva bien tu Cruz allí donde te encuentras. Yo trataré de llevar bien la mía con la ayuda de la gracia divina. Tú y yo, sin lamentarnos ni quejarnos, sin murmurar ni arrojar lejos la Cruz, sin excusarnos ni llorar como niños»9.

2. Amor a la Virgen Santísima

El segundo gran amor del Santo y el secreto de su impulso apostólico para ganar almas para Jesucristo fue, sin duda, la devoción a María Santísima. Convencido de que «por medio de la Santísima Virgen María vino Jesucristo al mundo y también por medio de Ella debe reinar en el mundo»10, escribió el Tratado de la Verdadera devoción a María. Proponiendo a todos la consagración total a Jesús por María en condición de esclavo total de María, como medio eficacísimo para alcanzar la santidad, siguiendo las huellas de Jesucristo quien se sujetó por completo al encarnarse en su seno.

Más aún, San Luis María entendió la devoción a la Virgen «como el mejor medio y el secreto más maravilloso para adquirir y conservar la divina Sabiduría»11. Él mismo lo explica cuando escribe: «María es el molde en el cual no falta ni un solo rasgo de la divinidad. Quien se arroje en él y se deje moldear, recibirá todos los rasgos de Jesucristo, verdadero Dios»12. Y agrega: «María es un lugar santo. Es el Santo de los santos, en donde son formados y moldeados los santos»13.

En ese mismo molde se abandonó el Santo misionero haciendo de la devoción filial a la Virgen la fuente de agua viva que fecundó toda su actividad y la razón de toda su confianza. A ese mismo abandono filial en el regazo de María Santísima invitaba a todos los fieles. La devoción a la Madre de Dios que tan magistralmente expone en su Tratado a la verdadera devoción dice el Santo que contiene «lo que durante tantos años ha enseñado en sus misiones públicas y privadamente con no escaso fruto»14.

A nosotros, miembros del Instituto del Verbo Encarnado, nuestra regla nos exhorta a «ser apóstoles de María entregándonos a Ella en la materna esclavitud de amor y haciendo todo “por María, con María, en María y para María”»15.

Y, por supuesto, como apóstoles también nosotros hemos de pasar nuestras noches –San Luis María lo sabe bien– por eso dice con gran realismo: «será necesario pasar por noches oscuras, extraños combates y agonías, escarpadas montañas, punzantes espinas y espantosos desiertos. Pero por el camino de María se avanza más suave y tranquilamente».

Y agrega una de las frases, para mí, de las más consoladoras: «En María no hay noche»16, porque en Ella no hay pecado. Y si una persona quiere ser devota y vivir piadosamente en Jesucristo17 y, por consiguiente, padecer persecución y cargar todos los días su Cruz, (como decimos que queremos nosotros) no llevará jamás grandes cruces, o no las llevará con alegría y hasta el fin, si no profesa una tierna devoción a la Santísima Virgen, que es la dulzura de las cruces»18.

3. Amor por las misiones

Y como quien ama a Jesús y a María no puede permanecer pasivo, podemos afirmar que el tercer gran amor que le permitió canalizar esos dos grandes amores y fue el propagador de la magnífica obra evangelizadora de San Luis María fueron las misiones.

En verdad, este «caminante del Evangelio», decía Juan Pablo II, «inflamado por el amor a Jesús y a su santa Madre, supo llegar a las multitudes y hacerles amar a Cristo Redentor contemplado en la Cruz»19 dedicándose con gran celo a la predicación de misiones populares. Y aunque «sus obras (terminaron) en aparente fracaso», «fue un misionero de extraordinario resplandor»20.

San Luis María predicó misiones en al menos 27 ciudades de Francia, fue capellán del Hospital General de Poitiers, aunque luego fue expulsado de esa diócesis, se ofreció entonces al servicio de otro hospital pero también de allí fue despedido y se fue a vivir en un ‘cuartucho’ (en realidad bajo una escalera) en la calle del Pot-de-Fer; fundó la Congregación de las Hijas de la Sabiduría para la obra de las escuelas gratuitas, organizó peregrinaciones, fundó la Compañía de María, fue autor de varios libros y prácticamente en todo tiempo predicó misiones. Esta misma ciudad fue testigo de la última misión que predicó el Santo.

Por eso hoy también celebramos el maravilloso ejemplo misionero que nos ha dado San Luis María. Pues también nosotros hemos sido llamados a emprender con «fe valiente y a llevar a término, sin vacilar, grandes cosas por Dios y por la salvación de las almas»21.

[Peroratio] Consecuentemente, podemos decir que el ideal sacerdotal que San Luis María propuso al mundo se puede deducir de lo que él mismo pedía al Verbo Encarnado en su Súplica ardiente para pedir misioneros, pues él mismo personificó lo que allí pedía.

Y es esta la gracia que hoy le pedimos para nosotros los sacerdotes que estamos aquí y para todos los sacerdotes del Instituto: «sacerdotes libres con la libertad [de Cristo], desprendidos de todo», «esclavos de su amor y de su voluntad» […] «con el báculo de la Cruz y la honda del rosario en las manos», «hombres siempre disponibles», «verdaderos hijos de María», «verdaderos servidores de la Santísima Virgen, que […] vayan por todas partes con la antorcha encendida del santo Evangelio en la boca y el santo Rosario en la mano […] y que por medio de una verdadera devoción a María […] aplasten, por dondequiera que vayan, la cabeza de la antigua serpiente», «sacerdotes totalmente de fuego» 22.

Y unidos a San Luis María, en esta muy significativa celebración, hagamos nuestra la súplica ardiente al Verbo Encarnado y digamos: «¡Acuérdate de tu Congregación!»23; «¡Es tiempo de realizar tus promesas!»24; «para que formemos, bajo el estandarte de la Cruz, un ejército a banderas desplegadas y bien ordenado para atacar de concierto a los enemigos de Dios»25; «que custodien tu casa, defiendan tu gloria y salven tus almas, a fin de que no haya sino un solo rebaño y un solo pastor»26.

Se lo pedimos en esta Santa Misa.

1 Aunque se menciona explícitamente a San Juan Pablo II, al momento de escribir las Cosntituciones Juan Pablo II vivía aún.

2 Directorio de Seminarios Mayores, Directorio de Vida Consagrada, Directorio de Vida Litúrgica, Directorio de Misiones Populares, Directorio de la Predicación de la Palabra y en el Directorio de Tercera Orden.

3 Directorio de Espiritualidad, 137.

4 San Luis María Grignion de Montfort, Obras, Epistolario, Carta 26, A Sor Catalina de San Bernardo (15/08/1713).

5 Ibidem, Carta 24, A Sor Catalina de San Bernardo (1/1/1713).

6 Cf. San Luis María Grignion de Montfort, Amor de la Sabiduría eterna, 69-172.

7 En el número 114.

8 San Luis María Grignion de Montfort, Epistolario, Carta 20, A su madre, Jeanne Robert de la Vizeule (28/08/1704).

9 Ibidem, Carta 26, A Sor Catalina de San Bernardo (15/08/1713).

10 San Luis María Grignion de Montfort, Tratado de la verdadera devoción a María, 1.

11 San Luis María Grignion de Montfort, Amor de la Sabiduría eterna, 203.

12 Cf. San Luis María Grignion de Montfort, El Secreto de María, 17.

13 San Luis María Grignion de Montfort, Tratado de la verdadera devoción a María, 217.

14 Ibidem, 110.

15 Directorio de Espiritualidad, 307.

16 San Luis María Grignion de Montfort, Tratado de la verdadera devoción a María, 218.

17 2 Tm 3,12.

18 San Luis María Grignion de Montfort, Tratado de la verdadera devoción a María, 154.

19 San Juan Pablo II, Mensaje a la Familia Religiosa Montfortiana con ocasión del 50 aniversario de la canonización de su fundador (21/06/1997).

20 Ibidem.

21 Cf. San Luis María Grignion de Montfort, Tratado de la verdadera devoción a María, 214.

22 Cf. San Luis María Grignion de Montfort, Súplica ardiente para pedir misioneros, 7, 8, 10, 11, 12 y 17.

23 Ibidem, 18.

24 Ibidem, 5.

25 Ibidem, 29.

26 Ibidem.

Otras
publicaciones

Otras
publicaciones