Escuela de amor filial a María

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Escuela de amor filial a María

Para los seminaristas menores

[Exordio] Queridos Padres, bedeles, y muy queridos seminaristas menores, me da mucha alegría poder estar con Ustedes el día que celebramos al Inmaculado Corazón de María. Lo cual nos da ocasión de ponderar aquella frase del Directorio de Seminarios Menores que dice: “El Seminario Menor ha de ser una escuela de amor filial y profundo a la Santísima Virgen María”[1].

Todos aquí por el simple hechos de ser cristianos, tenemos a la Virgen María por Madre. Porque “así como en el orden natural, todo niño debe tener un padre y una madre, del mismo modo, en el orden de la gracia, todo verdadero hijo de la Iglesia debe tener a Dios por Padre y a María por Madre”[2]. Pero más aun, siendo nosotros miembros del Instituto, le pertenecemos a la Virgen con una pertenencia irrevocable: nosotros nos confesamos como esencialmente marianos. Y, por lo tanto, nuestras casas y en especial el seminario menor, donde se hace tan necesaria la figura materna, son casas de la Virgen. La presencia maternal de la Madre de Dios es lo que hace que nuestras ‘casas’ sean un verdadero hogar, donde hay familiaridad[3], donde hay confianza, donde hay seguridad porque está la Madre que vela por uno, donde hay alegría porque uno se siente amado[4], en una palabra, es la que nos permite vivir en un cálido ambiente de familia[5].

Amor filial y profundo

De aquí entonces que el seminario deba ser una escuela de amor filial y profundo a la Virgen, que tiene un Corazón tan grande tan grande, que dice San Luis María, que la Virgen “ama a sus hijos con ternura, pero con una ternura mayor que la de todas las madres juntas. Reúnan si pueden, –dice el santo– todo el amor natural que todas las madres del mundo tienen a sus hijos, en el corazón de una sola madre hacia su hijo único: ciertamente, esta madre amaría mucho a ese hijo. María, sin embargo, ama en verdad más tiernamente a sus hijos de cuanto esta madre amaría al suyo”[6].

Por eso ya desde el inicio de la jornada el seminarista menor debe comenzar por rezar las tres avemarías que le van a permitir saludarla –como un hijo le da un beso a su madre al levantarse– y comenzar el día en honor de la Virgen[7]. Y a la noche lo mismo, esas avemarías son como el beso de las buenas noches a la Madre.

A lo largo de todo el día, hay muchos momentos en los que uno puede demostrarle afecto a la Virgen, ya rezando el Ángelus[8], o rezando el rosario[9], renovando su consagración a Ella después de la comunión, besando su manto en alguna visita al Santísimo, y por supuesto, invocando su auxilio ante cualquier dificultad, ante cualquier peligro, ante cualquier tentación; cualquiera sea la situación siempre debemos ser prontos en recurrir a esta Madre tierna y bondadosa.

Muchos de Ustedes, creo que todos, tienen el escapulario de la Virgen de Luján. En sus miedos, o si alguna vez experimentan soledad, sientan en su pecho el abrazo de la Virgen que conforta, que sana, que los acompaña noche y día por este valle de lágrimas. Y siempre que puedan, al menos una vez al año, traten de leer algún libro referido a la Madre de Dios, que les ayude a profundizar en la devoción a la Virgen. San Luis María, según dice él mismo, se leyó todos los libros que trataban de la devoción a la Santísima Virgen[10]

Angello Giuseppe Roncalli

Por eso hoy quería proponerles como ejemplo a Angello Giuseppe Roncalli, que fue luego Papa y hoy en día es San Juan XXIII. Él, como Ustedes sabrán, ingresó en el Seminario de Bérgamo cuando tenía apenas 11 años. Allí, con 14 años, empezó a redactar unos apuntes espirituales que le acompañaron, de una u otra forma, a lo largo de su vida, y que fueron recogidos en lo que hoy se conoce como “Diario de un alma”. Allí se leen las luchas espirituales por las que pasaba Angello en su vida de seminarista menor: de sus distracciones en la oración[11], de sus faltas en cumplir los propósitos[12], de sus esfuerzos por cuidar la pureza[13], de sus luchas por dominar la lengua y no ser tan rápido en contestar impacientemente[14], hasta de un dolor de muelas que no lo dejaba rezar[15], etc. 

Sin embargo, Angelo, lejos de desanimarse por las dificultades o por pensar que no adelantaba lo suficiente en la virtud, decía: “esto se lo encomiendo a la Virgen y ¡adelante!”[16], “con su ayuda estoy seguro de que podré salir adelante”[17]. Su grande y tierna devoción a la Virgen fue creciendo a lo largo de los años. Y él mismo la recomendaba y se proponía enseñarla a todos: “Voy a hacer lo mejor que este de mí parte para enseñar a otros esta verdad: que el camino más directo para ir a Jesús es María. En una palabra, seré todo para María para ser todo de Jesús[18]. Y ese es el lema que yo quisiera atesoraran en sus corazones. Amen filialmente, es decir, con grandísima confianza y profundamente a nuestra Madre del Cielo. Que cada día que comienza Ustedes puedan repetir en el fondo de sus almas: seré todo para María para ser todo de Jesús.

Cuando Angello tenía 18 años y ya estaba terminando el seminario menor, escribió: “O María Inmaculada, tú sabes mis necesidades, mis faltas, mi gran necesidad de permanecer en segundo plano, de humillarme, de ser despreciado; y con todas estas faltas tú también sabes de mi deseo de amarte y hacerme santo. Entonces debes humillarme, debes vigilarme, debes santificarme[19]. Las luchas, las caídas, las dificultades continuaron siempre, aun siendo sacerdote y aun siendo Papa, pero el auxilio maternal de la Santísima Virgen no se apartó jamás de su lado. Y es que Angello le había pedido un día a la Virgen: “O Virgen del Rosario, átame con tu rosario a Jesús en el Santísimo Sacramento”[20]. Y así fue.

Siendo seminarista mayor, al comenzar el mes de mayo, se lee la siguiente anotación en su Diario: “Los creyentes inauguran el mes de mayo para honrar al Verbo encarnado. También yo acudo a tus pies con amor, como un niño, para ofrecerte mi vida y mis actos y para pedirte la gracia de amar cada día más ardientemente a Jesús”. Y para que nos persuadamos de que los santos no se hicieron santos de la noche a la mañana, sino que los actos de virtud les costaban y se esforzaban y por supuesto, pedían ayuda a la Viren para que Ella les consiga la gracia y puedan salir victoriosos, Angelo escribió: “Unas palabras más para guardar tu nombre en mi corazón, para ofrecerte flores, alabanzas y mis buenas acciones, para agradarte y pedirte tu ayuda. Lo que más te va a gustar en este mes será que yo haga esfuerzos continuados, aunque sin tensiones, por cumplir con mi deber de manera perfecta, serena y alegre, sin enfadarme y sin desgana. ¡María!, tú que me has engendrado, haz que mi alma, mis pensamientos y mis actos se parezcan a los tuyos”. ¿Se dan cuenta? El sabe que solo no va a poder ofrecerle nada que le guste a la Virgen, por eso le pide ayuda.

Cuando lo hicieron obispo, el futuro Pontífice tomó la costumbre de rezar el rosario en la capilla, después de la cena, con el personal de su casa. Y luego, ya como Sucesor de Pedro, publicó una encíclica Grata Recordatio sobre el rosario, escrita con ardor filial a su Madre la Virgen María.

Murió la tarde del 3 de junio de 1963, en profundo espíritu de abandono a Jesús, deseando su abrazo.

[Peroratio] Muy queridos Seminaristas Menores: es mi oración fervorosa por cada uno de Ustedes en este día del Inmaculado Corazón, de que a imitación de San Juan XXIII quieran ser siempre todo de María Santísima para ser todo de Jesús. Les repito de nuevo: amen mucho a la Virgen, constantemente, tiernamente, esforzándose por darle siempre alegrías. No dejen de encomendarse a Ella con el rezo del Rosario y las tres Ave Marías. Y ¡mucho ánimo! porque como dice el Directorio de Seminarios Menores: “la santidad es alcanzable porque es, sobre todo, obra de Dios”[21] y de la Virgen.

Que la Virgen de Luján los bendiga y los proteja siempre. 

[1] Directorio de Seminarios Menores, 27.

[2] San Luis María Grignion de Montfort, El secreto de María, 11.

[3] Cf. Directorio de Seminarios Menores, 153.

[4] Cf. Directorio de Oratorios, 52: “Para lograr este ambiente de caridad es necesario que los súbditos no sólo sean amados, sino que se sientan amados”.

[5] Cf. Directorio de Seminarios Menores, 10.

[6] San Luis María Grignion de Montfort, Tratado de la verdadera devoción, 202.

[7] Directorio de Seminarios Menores, 26.

[8] Directorio de Seminarios Menores, 27.

[9] Cf. Ibidem.

[10] San Luis María Grignion de Montfort, Tratado de la verdadera devoción, 118.

[11] San Juan XXIII, Diario de un alma, 1898, Notas Espirituales, [4], domingo 6 de marzo.

[12] San Juan XXIII, Diario de un alma, 1898, Notas Espirituales, [4], domingo 13 de marzo, domingo 20 de marzo, lunes 15 de agosto, etc.

[13] San Juan XXIII, Diario de un alma, 1897, Notas Espirituales, [3].

[14] San Juan XXIII, Diario de un alma, 1897, Notas Espirituales, [5], jueves 27 de octubre.

[15] San Juan XXIII, Diario de un alma, 1898, Notas Espirituales, [4], miércoles 17 de agosto. 

[16] San Juan XXIII, Diario de un alma, 1898, Notas Espirituales, [4], domingo 13 de marzo.

[17] Cf. San Juan XXIII, Diario de un alma, 1898, Notas Espirituales, [4], domingo 1 de mayo.

[18] San Juan XXIII, Diario de un alma, 1898, Notas Espirituales, [4], domingo 1 de mayo.

[19] San Juan XXIII, Diario de un alma, 1899, Notas Espirituales, [7], lunes 22 de mayo.

[20] Cf. San Juan XXIII, Diario de un alma, 1897, Notas Espirituales, [5], 21 de octubre.

[21] 35.

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