“Fe en la Encarnación”

Contenido

¡Tened fe en la Encarnación! [1]

San Juan Pablo II

Hace apenas unos días hemos comenzado el Adviento, tiempo en el que nos dedicamos –como nos enseña nuestro Directorio de Espiritualidad– de una “manera especial a la oración, a la práctica de la caridad y de la piedad, a negarse a uno mismo, a cumplir mejor las obligaciones de estado, etc.”[2], como preparación para la conmemoración del acontecimiento que inauguró la era cristiana: el nacimiento de Jesús.

Puede ser muy iluminante durante este tiempo notar que en la primera lectura que leeremos en la Misa de Nochebuena (o de medianoche) oiremos al Profeta Isaías hablarnos de un pueblo que caminaba en tinieblas … [que soportaba un] pesado yugo, y al cual una vara le hería los hombros[3]. Y nos dirá también que fue ese pueblo con toda su oscuridad y su dolor, el que aquella primera Navidad, vio una gran luz y se hizo grande su alegría[4].

Así es: a un mundo deprimido, desesperado y desconfiado vino Dios[5]. Y vino para ordenar a los hombres y al mundo según Dios, para ordenar no sólo sus corazones y sus almas sino también sus negocios, su vida familiar, sus gobiernos y todo lo humano. Lo cual nos recuerda aquella frase del derecho propio que tantas veces hemos leído y escuchado y que en este contexto adquiere encumbrada relevancia: “lo que no es asumido no es redimido”[6].

Por eso decía nuestro querido San Juan Pablo II citando el Prólogo del Evangelio de San Juan, que leeremos esta Navidad: “El Verbo se hizo carne, y puso su morada entre nosotros[7]. Al decir se hizo carne, el evangelista quiere aludir a la naturaleza humana, no sólo en su condición mortal, sino también en su totalidad. Todo lo que es humano, excepto el pecado, fue asumido por el Hijo de Dios. La Encarnación es fruto de un inmenso amor, que impulsó a Dios a querer compartir plenamente nuestra condición humana”[8].

De tal modo que podemos decir que Dios resolvió los problemas sociales, políticos, familiares y económicos del mundo no promulgando un nuevo sistema económico; no lo hizo mostrándonos una montaña de papeles con los resultados de su investigación, revelando nuevos aspectos del problema; ni tampoco lo hizo con guerras. Él salvó al mundo de sus males al nacer como un Niño en la insignificante villa de Belén, asumiendo todo lo humano.

Si nos fijamos bien, ese aparentemente trivial incidente, tan común y tan corriente, que refiere que los dueños de la posada despidieron a la Sagrada Familia diciéndoles simplemente que no había lugar para ellos en la posada, es el evento que dio vuelta el orden del mundo y la solución que le dio su paz. Cuántas veces hemos leído también que la Virgen Madre buscó refugio en un pesebre y recostó al Niño nacido en el suelo de este mundo. Pues bien, ese Niño al dar ese inmenso salto desde la vida celestial hasta el abismo de la existencia humana, como otro Sansón sacudió los pilares del mundo desde su misma raíz, tiró abajo el edificio que ya se derrumbaba y construyó el Templo del Dios viviente donde los hombres podrán nuevamente cantar, porque han encontrado a su Dios. Esa es la Buena Nueva que estamos llamados a proclamar hasta los confines de la tierra.

1. En Cristo, el tiempo humano se colmó de eternidad

Pero puede alguno preguntarse: ¿qué tiene que ver el nacimiento de Dios como un Niño con las condiciones sociales, políticas y económicas de su época y de nuestra época? ¿Qué relación puede existir entre el Niño recostado en la paja de un pesebre y César en su trono de oro? La respuesta es esta: el nacimiento del Hijo de Dios en la carne fue la introducción en el orden mundial histórico de una nueva vida; fue la proclamación al mundo que la reconstrucción de la sociedad tiene que ver con su regeneración espiritual; que las naciones pueden salvarse solamente cuando los hombres renacen a Dios como Dios nació en esa noche para los hombres. Y eso a nosotros, los miembros del Instituto del Verbo Encarnado, no nos puede dejar indiferentes, habiendo sido llamados como somos a “lanzarnos osadamente a restaurar todas las cosas en Cristo”[9].

Al hacerse hombre Dios entra en el orden creado, se hace parte de su historia de un modo totalmente nuevo, se hace cercano a nosotros y nos da una fuerza que viene de lo alto. El derecho propio trae al respecto una frase de San Juan Pablo II que dice: “Dios no estuvo nunca tan cercano del hombre −y el hombre jamás estuvo tan cercano a Dios− como precisamente en ese momento”[10]. Notemos entonces que “el hecho de que el Verbo de Dios se hiciera hombre produjo un cambio fundamental en la condición misma del tiempo. Podemos decir que, en Cristo, el tiempo humano se colmó de eternidad. Es una transformación que afecta al destino de toda la humanidad, ya que ‘el Hijo de Dios, con su encarnación, se ha unido, en cierto modo, con todo hombre’[11]. [Pues] vino a ofrecer a todos la participación en su vida divina. [Y] El don de esta vida conlleva una participación en su eternidad”[12].

Es decir, “el Salvador… quiso hacerse Hijo del Hombre para que nosotros pudiésemos llegar a ser hijos de Dios”[13]. Ese es el verdadero sentido de la Navidad. Jesús se hizo hombre para hacernos partícipes de su vida divina y luego de su gloria eterna. Es por esto que Cristo nace como Niño: para enseñarnos que la liberación de todo el caos económico, social y político puede ser logrado sólo por un nacimiento. El nacimiento de Cristo en las almas.

Siendo lo nuestro propio “restaurar, íntegramente, en Cristo, todas las cosas”[14], parece ser necesario volver a recalcar que el “Evangelio también debe penetrar, purificar y transformar el orden económico, social y político”[15].

Al tiempo del nacimiento de Cristo, la humanidad estaba cansada, estaba mental y espiritualmente exhausta; por cuatro mil años había estado haciendo el experimento del humanismo, y se encontraba como un hombre enfermo que no se puede curar a sí mismo. Estaba en un estado como el de nuestro mundo que desde los días del Renacimiento ha tratado de construir una civilización sobre la autosuficiencia del hombre sin Dios.

Cuánto tardamos los hombres en reconocer que la humanidad así por sí sola se hunde y se vuelve poco más o menos que una bestia. Tenemos pruebas suficientes de que gente de una cultura avanzada puede terminar siendo una cultura salvaje… (basta con mirar el noticiero alguna de estas noches).

Sin una ayuda sobrenatural la sociedad va de mal en peor hasta que su deterioración se vuelve universal. Es la ley del hombre sin Dios, no la evolución sino el retroceso; tal como es la ley del girasol sin sol.

La humanidad librada a sí misma no puede ni siquiera atarse los cordones de los zapatos. Con todo el conocimiento que hoy en día tiene el hombre acerca de la química, de la genética… no podemos hacer una vida humana en un laboratorio porque nos hace falta el principio vivificante que es el alma, la cual sólo viene de Dios. La vida no es un empujón desde abajo, sino un don de arriba. No es el resultado del necesario ascenso del hombre, sino del descendimiento de Dios. No es “progreso”; es el fruto de la Encarnación.

Por tanto, como aquel mundo en el cual Cristo nació, el mundo de hoy en día también necesita no de una mezcla de ideas viejas retocadas, no de un nuevo sistema económico, no de un nuevo sistema financiero: necesita un Nuevo Nacimiento. Necesita la irrupción en su orden de una nueva vida y un nuevo espíritu, el cual sólo Dios puede dar. No nos podemos dar a nosotros mismos ese Nuevo Nacimiento del mismo modo que ninguno de nosotros puede nacer de nuevo naturalmente. Si hemos de renacer a esta vida nueva, el principio de regeneración debe venir del cielo y ese es precisamente el significado de la Encarnación: la introducción en el mundo al nivel de la vida humana de la Vida de Dios, quien vino no a juzgar el mundo sino a salvarlo. Y es por eso que decimos que el Verbo Encarnado resolvió nuestros problemas naciendo como Niño, porque la regeneración de la sociedad tiene que ver con nacer, nacer a la vida de la gracia y crecer según ella. En este sentido, la Encarnación no es algo del pasado. ¿Cómo puede Dios pertenecer al pasado? La Encarnación está teniendo lugar ahora[16].

Pues, lo que Dios hizo a su naturaleza humana individual –la cual tomó de la Santísima Virgen María– es lo que desea hacer, en no menor grado, a cada naturaleza humana en el mundo; es decir, hacernos partícipes de la vida divina. El Verbo Encarnado que desde toda la eternidad quiso nacer en Belén aquella noche fría de Navidad, quiere que nosotros y todos los hombres y mujeres que caminan por este mundo, nazcamos a la eternidad de nuestro Padre Celestial, hechos creaturas nuevas, poseídos por la vida nueva de su gracia y miembros de su Reino.

La misma vida divina que vino al mundo hace dos mil veinte años debe volver a impregnar el proceso del mundo. Y a menos que renazca a esa nueva vida, el mundo perecerá. Por eso afirmamos una vez más que hoy como ayer “la correcta inteligencia del misterio adorable de la Encarnación del Verbo es también la clave de bóveda para entender y construir todo el orden temporal humano, su cultura y su civilización. Confesar la auténtica e íntegra condición humana de Jesús, asumida por el Verbo eterno de Dios, permite ‘recuperar la dimensión de lo divino en toda realidad terrena’[17][18]. Esta es la verdad que debe impulsarnos a la misión.

Nunca debemos olvidar que nosotros “confesamos al Único Dueño y Señor Nuestro Jesucristo[19], y que en Él está comprendida una referencia a todas las creaturas. […] [Lo cual significa que Él] es el punto de unión y cita de Dios y del hombre; de lo escatológico y de lo encarnado; de las distancias siderales y del milímetro. Por eso, nada escapa a Cristo: ni los viajes espaciales, ni el mundo de la electrónica y de las computadoras, de la ciencia más actual o de la técnica más perfeccionada, ni de los descubrimientos recientes, ni de la familia, el trabajo, la cultura, lo económico-político, etc.”[20]. El evangelizar en “los areópagos modernos”[21] no es simplemente una metáfora, es nuestra tarea hacerlo realidad.

Al escribir estos párrafos parece inevitable traer a la memoria el encendido pedido que nos hacía San Juan Pablo II en el discurso inaugural de su pontificado: “¡Abrid, más todavía, abrid de par en par las puertas a Cristo! Abrid a su potestad salvadora los confines de los Estados, los sistemas económicos y los políticos, los extensos campos de la cultura, de la civilización y del desarrollo. ¡No tengáis miedo!”[22].

Asimismo, cuán oportuno y relevante resulta el recordar la paternal exhortación que hacía en 1984 a unos religiosos y que parece estar dirigida especialmente hacia nosotros aquí y ahora: “¡Tened fe en la Encarnación! La cercanía de las fiestas navideñas me mueve a destacar este programa fundamental de vuestra vida religiosa […] Tener fe en la Encarnación significa en primer término creer firmemente en la Providencia Divina. Pues Dios ha manifestado concretamente su amor a la humanidad entrando en ella como Hombre y como Salvador. Escribe San Juan: en esto está la caridad, no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó y envió a su Hijo, víctima expiatoria de nuestros pecados[23]. Muchos sucesos de la vida actual nos chocan y turban; la ‘antropología cristiana’ basada en el concepto de la ‘persona humana’ creada por Dios, redimida por Cristo, iluminada por la Iglesia, responsable de sus actos para la eternidad, está en oposición con la antropología inmanentista e historicista sin relación alguna con la Revelación. […] Pero con todo ello, la conmemoración de la Navidad vuelve a destacar y sigue destacando que el Verbo se hizo carne para iluminar a la humanidad sobre su destino verdadero y sobre la presencia del amor divino en las vicisitudes de la historia. Se necesita humildad para aceptar y vivir esta realidad. Tener fe en la Encarnación significa asimismo amar al hombre, cualquiera sea, como criatura de Dios. El mismo hecho de que Dios haya querido hacerse hombre indica claramente cuánto lo ama, estima y valora Él. […] Y, en fin, tener fe en la Encarnación significa socorrer a las almas para salvarlas. Pues para esto nació en la gruta de Belén y murió en la cruz”[24].

Por eso es ineludible el llamado a someter para nuestro Señor todo lo humano y no “dejar de intentar nada para que el amor de Cristo tenga primado supremo en la Iglesia y en la sociedad”[25]: puesto que Él es el único que comunica a los hombres con Dios, ‘es necesario que toda la cultura humana sea henchida por el Evangelio’[26]. He ahí el rol importantísimo y fundamental que nuestra pequeña Familia Religiosa está llamada a desempeñar.

“La Navidad es la luz divina que da valor y sentido a la vida de las personas y a la historia de la humanidad”, decía el Padre Espiritual del Instituto. Por eso el gastar nuestras vidas en multiplicar navidades debe ser el propósito de nuestro sacerdocio. Pues que para que Dios nazca nuevamente en el corazón de tantos hombres y de tantas mujeres que todavía no conocen a Cristo o que quizás conociéndole no son coherentes con ello, es que nos ha sido conferido el sacramento del orden. La evangelización, la predicación de la Buena Nueva, nos corresponde a cada uno personalmente a pesar de nuestra pequeñez, de la falta de medios y de las circunstancias adversas.

La consigna de esta Navidad sigue siendo el contemplar nuestra vida con los ojos de Dios llenos de confianza y amor. Jesús nació en la pobreza de Belén para abrazar toda nuestra humanidad. Jesús vuelve a nosotros también este año para renovar el arcano prodigio de la salvación ofrecida a todos los hombres y a todo el hombre. Su gracia actúa silenciosamente en la intimidad de cada alma, porque la salvación es esencialmente un diálogo de fe y de amor con Cristo, adorado en el misterio de la Encarnación. Aceptemos este misterio como el verdadero regalo de la Navidad y seamos, a su vez, distribuidores magnánimos de dicho Don para que por medio de nuestra entrega triunfen, hoy como siempre, los ideales −los únicos que consuelan− de la vida gastada en la fe, en la caridad, en la bondad, en la santidad.

Y esto nos lleva al siguiente punto:

2. Llevar el misterio de la Navidad a las gentes

San Juan de la Cruz escribió que “las obras de la Encarnación del Verbo y misterios de la fe; las cuales, por ser mayores obras de Dios y que mayor amor en sí encierran que las de las criaturas, hacen en el alma mayor efecto de amor”[27]. San Juan Pablo II, por su parte, imbuido sin duda de la doctrina sanjuanista, no dudaba en afirmar que “en la Encarnación, más que en cualquier otra obra, se revela la gloria de Dios”[28].

Por tanto, el llevar a todos los pueblos la luz de la verdad del Dios Humanado que nos ha sido dado por “hermano, compañero y maestro, precio y premio”[29] no sólo es una excelente manera de dar gloria a Dios, sino que es el propósito mismo de la evangelización y, ciertamente, una de las prácticas pastorales más efectivas, o mejor dicho, “la práctica pastoral”. Explica el Santo Padre: “El hombre no puede vivir sin amor. Está llamado a amar a Dios y al prójimo, pero para amar verdaderamente debe tener la certeza de que Dios lo quiere”[30]. Y para ello nada mejor que el misterio del Hijo Dios recién nacido que pide nuestro amor “a través del cual aprendemos espontáneamente a entrar en sus sentimientos, en su pensamiento y en su voluntad: aprendamos a vivir con Él y a practicar también con Él la humildad de la renuncia que es parte esencial del amor”[31]. Ese es el “mayor efecto de amor” que queremos lograr.

Qué más elocuente para las almas “que la ternura de Dios: Dios que nos mira con ojos llenos de afecto, que acepta nuestra miseria, Dios enamorado de nuestra pequeñez”[32].

3. Un ejemplo del todo singular

Antes de mencionar las diferentes actividades que el derecho propio nos propone durante el tiempo de la Navidad, quisiera mencionar, a modo de un ejemplo del todo singular para nosotros, cómo San Juan Pablo II vivía la Navidad, pues lo vivía como un tiempo de particular intensidad espiritual. Pues, estimamos que su ejemplo, tan humano y a la vez tan sobrenatural, se puede replicar con cierta facilidad en nuestras vidas, en nuestras comunidades, en nuestras misiones, dada su simplicidad. Veamos:

Su devoción por el misterio de la Navidad se remonta a su niñez y lo describe muy sucinta pero hermosamente en una carta dirigida a los niños: “Cuando, hace muchos años, yo era un niño como vosotros, entonces yo vivía también la atmósfera serena de la Navidad, y al ver brillar la estrella de Belén corría al Nacimiento con mis amigos para recordar lo que sucedió en Palestina hace 2000 años. Los niños manifestábamos nuestra alegría ante todo con cantos. ¡Qué bellos y emotivos son los villancicos, que en la tradición de cada pueblo se cantan en torno al Nacimiento! ¡Qué profundos sentimientos contienen y, sobre todo, cuánta alegría y ternura expresan hacia el divino Niño venido al mundo en la Nochebuena! También los días que siguen al nacimiento de Jesús son días de fiesta: así, ocho días más tarde, se recuerda que, según la tradición del Antiguo Testamento, se dio un nombre al Niño, llamándole Jesús”[33].

Quienes vivieron con el Santo Padre las Navidades atestiguan[34] cuánto le gustaba este tiempo del año y cómo ansiaba la llegada de la Navidad. Dicen que siempre quería celebrarlo en una atmósfera familiar, de acuerdo a la tradición polaca; por eso, generalmente invitaba a todos los que compartían con él su vida diaria, las religiosas que trabajaban en su casa y los secretarios. También invitaba a alguno de sus viejos amigos de Cracovia junto con sus familias. En la noche de Navidad, Juan Pablo II comenzaba por encender una vela y colocarla en la ventana. Cuentan que comenzó con esa tradición en 1981, cuando el General Jaruzelski declaró la ley marcial en Polonia; y el Papa quería simbolizar con esa vela su cercanía a sus conciudadanos perseguidos. Una vez hecho eso, se leía un pasaje del Evangelio y sólo después de eso comenzaba la cena en la que, por supuesto, se servían platos tradicionales polacos.

Después de la cena se cantaban villancicos. Quienes vivieron con él testimonian que le gustaba mucho cantar y durante el tiempo de Navidad lo hacía cada noche desde el 24 de diciembre hasta el 6 de enero.

A Juan Pablo II le gustaba también y mucho el árbol de Navidad. Fue él quien inició la tradición de poner un pesebre monumental junto a un árbol de Navidad gigante en la Plaza San Pedro. No conforme con esto, también le gustaba decorar su departamento con los pequeños arbolitos de las montañas polacas de Zakopane que le mandaban y en el pasillo siempre se encontraba durante el tiempo navideño un pesebre, “porque no hay Navidad sin un pesebre” solía decir. Es más, “en el período navideño el establo con el pesebre ocupa un lugar central en la Iglesia”[35], puso por escrito el Santo Padre.

Ahora bien, debajo del arbolito de Navidad no había regalos −siguiendo la tradición polaca− en la que los regalos se entregan el 6 de diciembre, el día de San Nicolas. Entonces ese día, “San Nicolás venía al refectorio anunciado por campanas. Era una de las hermanas disfrazada como el ‘Santo de los regalos’. No sé si debería decirte esto”, decía uno de sus secretarios −el ahora Arzobispo Mieczyslaw Mokrzycki− y continuaba: “A decir verdad, en mi primer año en la casa papal yo estaba sorprendido, porque me parecía una fiesta de niños y todos éramos ya bastante crecidos. Pero realmente me conmovía mucho ver cómo el Papa nos quería y también porque entendía que en esos momentos él estaba recordando su niñez en Wadowice”[36]. “A ese punto, ‘San Nicolas’ tenía algo que decirle a cada persona allí presente antes de hacer la entrega de regalos. Pequeñas cosas: masas, frutas, una bufanda, una camisa, guantes. Bromeábamos y nos reíamos. Y así fue siempre, cada año, hasta el final, hasta diciembre de 2004”[37].

Este pequeño testimonio nos deja entrever, a la vez que la simplicidad de corazón del Papa Santo, el cuidado y la importancia que le daba a cada detalle de la Navidad en familia, como queriendo hacer percibir a los demás −de manera tangible− el amor de Dios por cada uno de ellos de manera personal.

Movido seguramente por la misma intención, no es un detalle menor el recordar el hecho de que en 1959, siendo obispo, celebró la Navidad al aire libre en Nowa Huta, la llamada ‘modelo de ciudad obrera’ en las afueras de Cracovia, la primera ciudad en la historia de Polonia construida deliberadamente sin iglesia.

Asimismo, a lo largo y ancho de todo su pontificado, pero especialmente en Navidad, San Juan Pablo II se esforzaba para que a todos llegase “la ternura inaudita de Dios que se ofrece a todos los hombres y que se manifiesta de forma admirable en el Niño de Belén”[38]. Él quería contagiar a todos del espíritu navideño. Así, por ejemplo, cuando visitó New York en octubre de 1995, frente a miles de personas en el Central Park, el Papa que amaba la Navidad desde que era un niño, repentinamente dejó de lado el texto que tenía preparado y empezó a hablar sobre uno de sus villancicos polacos favoritos, y que luego comenzó, espontáneamente, a cantar. La multitud aplaudía complacida, a lo cual el Papa respondió diciendo: “Y pensar que ni siquiera saben polaco”[39], y la gente aplaudió más vigorosamente todavía. Entonces dijo: “Ese es un himno que nos conmueve profundamente al recordarnos que Jesús, el Hijo de Dios, nació de María, nació para santificarnos y para hacernos hijos e hijas adoptivos de Dios. Es un himno al poder creativo del Espíritu Santo. Es una canción para ayudarnos a no tener miedo. Si hablo de Navidad es porque en menos de cinco años llegaremos al final del Segundo Milenio, dos mil años desde el nacimiento de Cristo en esa primera noche de Navidad en Belén. Debemos dejar que el Espíritu Santo nos prepare para este importante acontecimiento, que es otra etapa significativa de su paso por la historia y de nuestra peregrinación de fe”[40].

4. Nuestro modo de celebrar la Navidad

Similarmente, y bajo la guía del papa polaco, cada uno de los miembros del Instituto, impregnados de la fe en el misterio de la Encarnación y con gran entusiasmo apostólico[41] y entrega sacerdotal[42] no sólo debe vivir personalmente el tiempo navideño en toda su profundidad espiritual y con alegría festiva[43], sino que además debe esforzarse por trasmitir, contagiar y formar a otros en el espíritu propio de la Navidad; incluso a través de las expresiones más humildes de la sensibilidad popular como pueden ser el armar un buen pesebre, el decorar un lindo árbol de navidad, el promover la participación de tantos como sea posible en el ‘pesebre viviente’, el organizar peregrinaciones a los pesebres en las distintas iglesias o casas de los fieles, el canto de los villancicos o conciertos de Navidad, etc. Todas esas expresiones de piedad popular hacen que la gente capte de un modo intuitivo[44]:

– el valor de la ‘espiritualidad del don’, propia de la Navidad: un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado[45], don que es expresión del amor infinito de Dios que tanto amó al mundo que nos ha dado a su Hijo único[46];

– el mensaje de solidaridad que conlleva el acontecimiento de Navidad: solidaridad sobre todo con el hombre pecador, por el cual, en Jesús, Dios se ha hecho hombre por nosotros los hombres y por nuestra salvación; solidaridad con los pobres, porque el Hijo de Dios siendo rico se ha hecho pobre para enriquecernos por medio de su pobreza[47];

– el valor sagrado de la vida y el acontecimiento maravilloso que se realiza en el parto de toda mujer, porque mediante el parto de María, el Verbo de la vida ha venido a los hombres y se ha hecho visible[48];

– el valor de la alegría y de la paz mesiánicas, aspiraciones profundas de los hombres de todos los tiempos: los Ángeles anuncian a los pastores que ha nacido el Salvador del mundo, el Príncipe de la paz[49] y expresan el deseo de paz en la tierra a los hombres que ama Dios[50];

– el clima de sencillez y de pobreza, de humildad y de confianza en Dios, que envuelve los acontecimientos del nacimiento del niño Jesús.

Y así, de un modo sencillo, todas esas prácticas de piedad contribuyen a salvaguardar la memoria de la venida terrena de nuestro Señor, y hacen que la fuerte tradición religiosa vinculada a la Navidad no se convierta en terreno abonado para el consumismo ni para la infiltración del neopaganismo[51].

El derecho propio, aunque escuetamente, enumera por su parte varias actividades que no sólo se esperan que se hagan en nuestras casas de formación o en nuestras parroquias, sino que desea que se potencien y enriquezcan lo más que se pueda −siempre que la prudencia pastoral así lo permita− dando lugar a que la creatividad apostólica haga surgir otras actividades que provoquen en las almas la deseada “santa familiaridad con el Verbo hecho carne”[52].

  • El Directorio de Parroquias, por ejemplo, menciona que se debe solemnizar la Vigilia de Navidad[53], que muy bien puede ir precedida por una novena de Navidad ya que se trata de uno de los momentos fuertes de la pastoral parroquial[54]. Asimismo, destaca que este tiempo debe ser aprovechado al máximo en vistas a lo cual se lo ha de preparar con esmero[55]
  • El Directorio de Obras de Misericordia señala además que “sería loable fomentar entre nuestros laicos las obras de misericordia. Tales como la piadosa tradición de vestir un niño pobre el día de Navidad en memoria del niño de Belén, o a toda la familia el día de la Sagrada Familia”[56]. No se debe olvidar la caridad con los pobres que acuden a buscar comida a la hora de preparar la cena de Navidad[57] y esto no sólo en las misiones sino también en las casas de formación.
  • El Directorio de Seminarios Menores dice a su vez que uno de los hobbies que sería lindo que aprendiesen los seminaristas menores son diversas técnicas para construir pesebres[58]. En otro lado también se sugiere la creación de una Asociación de Pesebres Navideños que se ocupen de promover, difundir y premiar los pesebres públicos y familiares que se hagan en una parroquia[59].

Por otra parte, el Directorio de piedad popular y la liturgia emanado por la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos durante el pontificado de Juan Pablo II sugiere cosas que muy bien pueden enriquecer las actividades que ya se hacen o se pueden empezar a poner en práctica ya sea a nivel comunitario o parroquial según corresponda[60], así por ejemplo:

→ Durante el Adviento

El Directorio señala la tradición de la corona de Adviento, que es costumbre sobre todo en los países germánicos y en América del Norte, y se ha convertido en un símbolo del Adviento en los hogares cristianos. La corona de Adviento consiste en cuatro cirios sobre una corona de ramos verdes que se van encendiendo progresivamente, domingo tras domingo, hasta la solemnidad de Navidad. Es memoria de las diversas etapas de la historia de la salvación antes de Cristo y símbolo de la luz profética que iba iluminando la noche de la espera, hasta el amanecer del Sol de justicia[61]. Es bueno hacerla, y hacerla bien, explicando sea a los fieles como a los religiosos de nuestras comunidades el valor de estas tradiciones.

Asimismo, se mencionan las procesiones de Adviento que son un anuncio por las calles de la ciudad del próximo nacimiento del Salvador (la ‘clara estrella’ en algunos lugares de Italia), o bien representaciones del camino de José y María hacia Belén, y su búsqueda de un lugar acogedor para el nacimiento de Jesús (conocidas como las ‘posadas’ en la tradición española y latinoamericana). O como lo son también las novenas que se realizan de madrugada en algunas de nuestras misiones como en Filipinas (conocido como el Simbang Gabi), Guyana, etc.

→ Para la Nochebuena:

En el tiempo que discurre entre las primeras Vísperas de Navidad y la celebración eucarística de media noche, junto con la tradición de los villancicos, que son instrumentos muy poderosos para transmitir el mensaje de alegría y paz de Navidad, la piedad popular propone algunas de sus expresiones de oración, distintas según los países, que es oportuno valorar y, si es preciso, armonizar con las celebraciones de la Liturgia. Se pueden presentar, por ejemplo:

– los “Nacimientos vivientes”, la inauguración del Nacimiento doméstico, que puede dar lugar a una ocasión de oración de toda la familia: oración que incluya la lectura de la narración del nacimiento de Jesús según San Lucas, en la cual resuenen los cantos típicos de la Navidad y se eleven las súplicas y las alabanzas, sobre todo las de los niños, protagonistas de este encuentro familiar;

– la inauguración del árbol de Navidad. También se presta a un acto de oración familiar semejante al anterior.

– la cena de Navidad. La familia cristiana que todos los días, según la tradición, bendice la mesa y da gracias al Señor por el don de los alimentos, realizará este gesto con mayor intensidad y atención en la cena de Navidad, en la que se manifiestan con toda su fuerza la firmeza y la alegría de los vínculos familiares.

La Iglesia desea además que todos los fieles participen en la noche del 24 de diciembre, a ser posible, en el Oficio de Lecturas, como preparación inmediata a la celebración de la Eucaristía de media noche. Donde esto no se haga, puede ser oportuno preparar una vigilia con cantos, lecturas y elementos de la piedad popular, inspirándose en dicho oficio.

En la Misa de media noche, que tiene un gran sentido litúrgico y goza del aprecio popular, se podrán destacar:

– al comienzo de la Misa, el canto del anuncio del nacimiento del Señor, con la fórmula del Martirologio Romano;

– la oración de los fieles que deberá asumir un carácter verdaderamente universal, incluso, donde sea oportuno, con el empleo de varios idiomas como un signo; y en la presentación de los dones para el ofertorio siempre habrá un recuerdo concreto de los pobres;

– al final de la celebración podrá tener lugar el beso de la imagen del Niño Jesús por parte de los fieles, y la colocación de la misma en el nacimiento que se haya puesto en la iglesia o en algún lugar cercano.

No deja de ser importante el instruir catequéticamente a las personas sobre la posibilidad de ganar indulgencias plenarias durante la bendición Urbi et orbi impartida por el Papa y que debe ir acompañada de la confesión y la comunión de quien la reciba con fe y devoción, incluso a través de la televisión, la radio o internet.

Una palabra quisiera agregar sobre los cantos navideños, los villancicos, que deben llenar todo este tiempo. Es hermoso que fomentemos estos cantos, en la liturgia, en las familias, en los grupos parroquiales, en las procesiones navideñas, etc. Que nosotros, religiosos, podamos ser instrumentos, para mantener, enriquecer y acrecentar estas hermosas tradiciones.

→ La fiesta de la Sagrada Familia

Para la fiesta de la Sagrada Familia (Domingo en la octava de Navidad) se debe animar en nuestras parroquias a que toda la familia participe unida, ese día, en la Eucaristía. Y resultaría muy significativo que la familia se encomendase nuevamente al patrocinio de la Sagrada Familia de Nazaret, que se realice la bendición de los hijos, o que se renueven las promesas matrimoniales. En varias de nuestras jurisdicciones, este día se utiliza también para reunirnos los religiosos con los terciarios para celebrar el tiempo de Navidad “en familia” y que ya ha se ha constituido en una hermosa tradición.

→ El 31 de diciembre

Es costumbre la exposición prolongada del Santísimo Sacramento, que ofrece una ocasión tanto a los religiosos como a los fieles para un tiempo de oración, preferentemente en silencio; el canto del Te Deum, como expresión comunitaria de alabanza y agradecimiento por los beneficios obtenidos de Dios en el curso del año que está a punto de terminar.

En algunos lugares, sobre todo en comunidades monásticas, la noche del 31 de diciembre tiene lugar una vigilia de oración que se suele concluir con la celebración de la Eucaristía. Se debe alentar esta vigilia, y su celebración tiene que estar en armonía con los contenidos litúrgicos de la Octava de la Navidad, vivida no sólo como una reacción justificada ante la despreocupación y disipación con la que la sociedad vive el paso de un año a otro, sino como ofrenda vigilante al Señor, de las primicias del nuevo año.

→ La solemnidad de Santa María, Madre de Dios

En Occidente el 1 de enero es un día para felicitarse: es el inicio del año civil. Los fieles están envueltos en el clima festivo del comienzo del año y se intercambian, con todos, los deseos de “Feliz año”. Sin embargo, es bueno saber dar a esta costumbre un sentido cristiano, y hacer de ella casi una expresión de piedad. Los fieles saben que “el año nuevo” está bajo el señorío de Cristo y por eso, al intercambiarse las felicitaciones y deseos, lo ponen, implícita o explícitamente, bajo el dominio de Cristo, a quien pertenecen los días y los siglos eternos[62].

Con esta conciencia se relaciona la costumbre, bastante extendida, de cantar el 1 de enero el himno Veni, creator Spiritus, para que el Espíritu del Señor dirija los pensamientos y las acciones de todos y cada uno de los fieles y de las comunidades cristianas durante todo el año. Además, ese día, desde el 1967, se celebra la “Jornada mundial de la paz”.

En fin, mucho más se podría decir, pero lo importante es que todos vivamos la Navidad como se debe: cristianamente, en familia, y con alegría festiva. ¡Cuán necesitado está nuestro mundo de todo eso! Es nuestro honroso oficio impregnar la cultura de la verdad de la Navidad: “El Hijo unigénito de Dios, queriendo que también nosotros fuéramos partícipes de su divinidad, asumió nuestra naturaleza humana, para que, hecho hombre, hiciera dioses a los hombres”[63], es decir, partícipes por gracia de la naturaleza divina. Y es imperioso implorar al cielo que descienda sobre las almas –como el rocío desciende cada mañana sobre el campo– esa vida divina que fecunda las almas.

¡Santas Navidades! y ¡Santo año!, que es lo mismo que desearles todo, todo lo bueno de la vida de acá que sirva o no estorbe para ganarse todo lo bueno de la vida de allá, que es la vida verdadera.

Y como los deseos, si no se convierten en obras o en oraciones, no sirven para nada, convirtamos nuestros deseos en súplicas al Verbo Encarnado y su Santísima Madre los unos por los otros.

Que la sencillez y la ternura del Niño en Belén anide en sus corazones y se expanda a sus comunidades y, mejor aún, a todo el mundo, gracias a Ustedes.

¡Muy feliz y Santa Navidad!

 

[1] A los religiosos de la Orden Hospitalaria de San Juan de Dios en Roma (23/12/1984).

[2] Directorio de Espiritualidad, 103

[3] Cf. Is 9, 2; 4.

[4] Cf. Is 9, 1

[5] Citamos libremente al VEN. ARZOBISPO FULTON J. SHEEN, The Prodigal World, Cap. 1. [Traducido del inglés]

[6] Constituciones, 11; op. cit. SAN IRENEO, citado en el Documento de Puebla, 400.

[7] Jn 1, 14.

[8] Audiencia General (10/12/1997).

[9] Directorio de Espiritualidad, 1; op. cit. Ef 1, 10.

[10] Directorio de Espiritualidad, 25; op. cit. SAN JUAN PABLO II, Alocución Dominical (02/08/1981), 2; OR (09/08/1981), 1.

[11] Gaudium et Spes, 22

[12] SAN JUAN PABLO II, Audiencia General (10/12/1997).

[13] Directorio de Espiritualidad, 80; op. cit. SAN LEÓN MAGNO, citado en Liturgia de las Horas, t. I, 363.

[14] Constituciones, 13.

[15] Directorio de Evangelización de la Cultura, 223.

[16] VEN. ARZOBISPO FULTON J. SHEEN, The Prodigal World, cap. 1. [Traducido del inglés]

[17] SAN JUAN PABLO II, Saludo a las autoridades comunales durante la peregrinación a Subiaco (28/09/1980).

[18] P. C. BUELA, IVE, El Arte del Padre, Parte II, cap. único

[19] Jds, 4.

[20] Directorio de Espiritualidad, 57.

[21] Constituciones, 168.

[22] Homilía en la misa inaugural de su pontificado (22/10/1978).

[23] 1 Jn 4, 10.

[24] SAN JUAN PABLO II, A los religiosos de la Orden Hospitalaria de San Juan de Dios en Roma (23/12/1984).

[25] Directorio de Espiritualidad, 58; op. cit. SAN JUAN PABLO II, Alocución a los obispos de la Conferencia Episcopal Toscana (14/09/1980), 5; OR (21/09/1980), 17.

[26] SAN JUAN PABLO II, Discurso a los profesores de la Universidad Católica de Washington (07/10/1979).

[27] SAN JUAN DE LA CRUZ, Cántico Espiritual B, canción 7, 3.

[28] SAN JUAN PABLO II, Audiencia General (27/05/1998).

[29] SAN JUAN DE LA CRUZ, Subida del Monte, Libro 2, cap. 22, 5.

[30] SAN JUAN PABLO II, Carta a los niños en el Año de las Familias (13/12/1994).

[31] BENEDICTO XVI, Homilía de la Natividad del Señor (24/12/2006).

[32] FRANCISCO, Homilía de la Natividad del Señor (24/12/2014).

[33] SAN JUAN PABLO II, Carta a los niños en el Año de las Familias (13/12/1994).

[34] Citamos libremente el testimonio de Mieczyslaw Mokrzycki, secretario personal del Santo Padre por 9 años. Cf. WLODZIMIERZ REDZIOCH, Stories About Saint John Paul II Told by His Close Friends and Co-Workers. [Traducido del inglés]

[35] SAN JUAN PABLO II, Carta a los niños en el Año de las Familias (13/12/1994).

[36] Cf. WLODZIMIERZ REDZIOCH, Stories About Saint John Paul II Told by His Close Friends and Co-Workers. [Traducido del inglés]

[37] Ibidem.

[38] Cf. SAN JUAN PABLO II, Discurso a los miembros del cuerpo diplomático acreditado ante la Santa Sede (15/01/1994).

[39] GEORGE WEIGEL, Testigo de la esperanza, p. 778.

[40] SAN JUAN PABLO II, Homilía en el Central Park, New York (07/10/1995).

[41] Directorio de Espiritualidad, 84.

[42] Constituciones, 41.

[43] Ibidem.

[44] CONGREGACIÓN PARA EL CULTO DIVINO Y LA DISCIPLINA DE LOS SACRAMENTOS, Directorio de piedad popular y la liturgia (año 2002), 108.

[45] Is 9, 5.

[46] Jn 3, 16.

[47] 2 Cor 8, 9

[48] Cf. 1 Jn 1, 2.

[49] Is 9, 5.

[50] Lc 2, 14.

[51] Cf. Directorio de piedad popular y la liturgia, 108.

[52] Constituciones, 231.

[53] Cf. Directorio de Parroquias, 55

[54] Cf. Directorio de Parroquias, 89.

[55] Cf. Ibidem.

[56] Cf. Directorio de Obras de Misericordia, 83.

[57] Directorio de Obras de Misericordia, 80.

[58] Cf. Directorio de Seminarios Menores, 79.

[59] Cf. P. C. BUELA, IVE, Mi Parroquia.

[60] Citamos de dicho Directorio los nn. 98-117.

[61] Cf. Mal 3, 20; Lc 1, 78.

[62] Cf. Ap 1, 8; 22, 13

[63] SANTO TOMÁS DE AQUINO, Opusc. 57 in festo Corporis Christi, 1.

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