“Los imprescindibles”

Contenido

Los ‘imprescindibles’, “absolutamente” y “totalmente”

Cf. Constituciones, 17, 95, 174 y 210; Directorio de Espiritualidad 37

Al leer el derecho propio, especialmente sus documentos principales, es decir, las Constituciones y el Directorio de Espiritualidad, llama la atención que cinco veces se menciona la palabra imprescindible. Y dos de esas veces el derecho propio añade además los adverbios “absolutamente”[1] y “totalmente”[2].

La Real Academia Española define como “imprescindible” al adjetivo que se aplica a una cosa o persona de la que no se puede prescindir; aquello que es necesario, que es obligatorio[3]. En este sentido, tanto en las Constituciones como en el Directorio de Espiritualidad se lee:

  • “Queremos manifestar nuestro amor y agradecimiento a la Santísima Virgen a la par que obtener su ayuda imprescindible para prolongar la Encarnación en todas las cosas, haciendo un cuarto voto de esclavitud mariana según San Luis María Grignion de Montfort”[4].
  • “Respecto a la alegría, como fruto del Espíritu Santo y efecto de la caridad, hay que tratar, por todos los medios, que ‘nadie sea disturbado o entristecido en la casa de Dios’[5]. Para ello es totalmente imprescindible vivir la caridad fraterna…”[6].
  • “… la caridad es imprescindible para evangelizar la cultura, como fin del que obra y como fin de la obra. En caso contrario, no se alcanzará ‘la civilización del amor’[7][8].
  • “Se encarnó para que tengamos vida y vida en abundancia (Jn 10,10). Para tener esa vida en Cristo Jesús (1 Co 15,21-22) es absolutamente imprescindible unirse a su Persona, tener su Espíritu, asimilar su doctrina, frecuentar sus sacramentos, imitar sus ejemplos, amar entrañablemente a su Madre, estar en perfecta comunión con su Iglesia Jerárquica por su doble vínculo, a saber: por una misma fe y una misma caridad, y por el gobierno de uno solo sobre todos: Pedro”[9].
  • “Debemos recordar siempre que la persecución para que sea bienaventurada debe reunir, imprescindiblemente, dos requisitos: que seamos ‘injuriados por causa de Cristo’, y que sea falso lo que se dice contra nosotros’[10]; y cuidar mucho de no volver y revolver en nuestros males, entreteniéndonos con delicadas complacencias en ellos, o cayendo en ‘esa creencia luciferina de que somos algo grande’, de que estamos sufriendo mucho”[11].

Cada uno de estos párrafos ponen de manifiesto con su tinte particular precisamente aquello que nos es indispensable, vital, irremplazable −es decir, imprescindible−, si es que hemos de realizar con creciente “perfección el servicio de Dios y de los hombres”[12] que es lo mismo que decir “un verdadero servicio a la Iglesia”[13].

A la luz de la fuerza de estos textos, se hace indicativo ahondar en aquello sin lo cual no estaríamos viviendo en plenitud nuestra vocación y sería en gran detrimento para la obra del Instituto.

1. Absolutamente imprescindible

Quisiéramos comenzar desarrollando aquello que las Constituciones en el número 210 definen como absolutamente imprescindible, remarcando con la expresión el carácter esencial de lo que se sigue.

Lo primero que allí se menciona es precisamente el fin de la vida cristiana: “unirse a su Persona”, es decir, unirse a Cristo. En eso está “la verdadera grandeza de la vocación cristiana y religiosa: la unión con Dios”[14].

En efecto, para eso nos hicimos religiosos, a eso consagramos nuestras vidas, y por eso señala el Directorio de Vida Consagrada citando al Magisterio de la Iglesia: “El religioso que se consagra a Dios de un modo peculiar buscando la unión con Dios por la práctica de la caridad perfecta, lo debe hacer por Cristo, con Cristo y en Cristo. Está llamado a unirse a Dios en Cristo y a imitar más de cerca y representar perennemente en la Iglesia ‘el género de vida que el Hijo de Dios tomó cuando vino a este mundo para cumplir la voluntad del Padre, y que propuso a los discípulos que lo seguían’[15][16].

Más aún, “si esto corresponde a todo religioso, ‘con mucha mayor razón debemos vivir nosotros esta realidad como religiosos de la Familia del Verbo Encarnado’[17][18]. La búsqueda incansable de la unión con Dios es esencial a todo religioso y debe serlo para nosotros. Más aún, esta impronta cristocéntrica debe quedar marcada a fuego en nosotros y en nuestro apostolado de evangelizar la cultura. Por eso, la “realidad de ser otros Cristos es central en nuestra espiritualidad”[19].

El derecho propio lo expresa magníficamente en una línea que se tendría que volver el estandarte que empuñamos cada día: “Si somos religiosos es para imitar al Verbo Encarnado casto, pobre, obediente e hijo de María”[20].

Ahora bien, la vida religiosa como seguimiento de Cristo en orden a alcanzar la perfección de la caridad “solamente se ha de dar en el marco del propio instituto: ‘La creciente configuración con Cristo se va realizando en conformidad con el carisma y normas del instituto al que el religioso pertenece. Cada instituto tiene su propio espíritu, carácter, finalidad y tradición, y es conformándose con ellos como el religioso crece en su unión con Cristo[21][22]. Por este motivo el Doctor Místico San Juan de la Cruz en sus Avisos a un religioso para alcanzar la perfección escribe: “En ninguna manera quiera saber cosas, sino sólo cómo servirá más a Dios y guardará mejor las cosas de su instituto”[23]. Para lo cual hace falta conocer en profundidad el espíritu del fundador, las sanas tradiciones del Instituto, ser ‘especialistas’ en el derecho propio y beber de allí los criterios de discernimiento para la acción y conducta propia, hace falta también conocer los escritos del fundador y encariñarse con lo propio, con los ideales y los santos intereses del Instituto. Cada uno de los miembros del Instituto debe apropiarse de los elementos no negociables, interiorizarlos y vivirlos como tales. Pues precisamente lo que se halla tan bien explicado y desarrollado en cada uno de esos elementos es lo que Dios nos ha llamado a vivir, para eso nos ha reunido Dios desde tantos países y de tan diversas culturas, y a eso mismo es a lo que nos hemos comprometido delante de Dios y de los hombres al realizar nuestra profesión religiosa. Pues ¿no decimos acaso que nos consagramos en pobreza, castidad y obediencia “de acuerdo al camino evangélico trazado en las Constituciones del Instituto del Verbo Encarnado[24]”? Por eso es indispensable que “todos los miembros de nuestro Instituto no sólo cumplan con la mayor perfección posible los consejos evangélicos y la entrega a Jesús por María, sino también ‘ordenar su vida según el derecho propio del Instituto y esforzarse así por alcanzar la perfección de su estado’”[25]. Ya que, en definitiva, en todos esos elementos que acabamos de mencionar tenemos la expresión concreta del camino que debemos seguir para la unión con el Verbo Encarnado. Es muy importante tener esto en cuenta porque no faltan religiosos que se nutren de una espiritualidad ajena, que será muy buena –excelente– para religiosos de esa otra congregación, pero no es la nuestra y no es lo que Dios quiere para nosotros. Eso hay que tenerlo en claro.

A lo largo y a lo ancho del derecho propio y del abundante tesoro del patrimonio del Instituto encontramos todo un abanico de lineamientos que convergen precisamente en la unión con Dios. De entre ellos quisiéramos destacar algunos:

– La oración: es en la oración –vocal o mental– donde el alma halla un medio propicio para unirse a Dios, y es allí donde halla esa familiaridad con el Verbo Encarnado[26] tan fundamental para quien se dice ser su religioso. Por eso cada documento del derecho propio con paternal insistencia nos dirige el llamado a la “oración y contemplación incesantes”[27], ya que es en la oración donde el alma se va revistiendo de la “pureza, gusto y voluntad”[28] de nuestro Señor.

Decía el Beato Giuseppe Allamano a sus religiosos: “Si hay piedad, hay unión con Dios y todo lo demás viene por añadidura, porque el Señor nos da las gracias que necesitamos, cuando rezamos bien”[29]. Y en la misma línea el Beato Paolo Manna escribía: “sin oración, no hay unión con Dios y sin unión con Dios, no hay estabilidad en el bien”[30].

Asimismo, y dentro del ámbito de la vida de oración, el silencio es un medio privilegiado para la unión con Dios: “El silencio es una necesidad del alma, para manifestar de la manera más profunda que, en presencia de Dios, no hay nada más que decir”[31]. Es un medio para lograr la unión con Dios y, por lo tanto, deberá llevar a la cumbre de la oración.

– La práctica de los votos religiosos: pues éstos “contribuyen no poco a la purificación del corazón y a la libertad espiritual, estimulan continuamente el fervor de la caridad y […] son capaces de asemejar más al cristiano con el género de vida virginal y pobre que Cristo Señor escogió para sí y que abrazó su Madre, la Virgen”[32]. Por tanto, si el fin específico del Instituto consiste en conseguir la perfección de la caridad “por la práctica de los consejos evangélicos ‘se fomenta singularmente la caridad para con Dios y para con el prójimo”[33].  Por consiguiente “los consejos evangélicos tienen un significado escatológico y, en particular, el celibato consagrado anuncia la vida del más allá y la unión con Cristo Esposo; la pobreza proporciona un tesoro en el cielo; el compromiso de la obediencia abre el camino a la posesión de la perfecta libertad de los hijos de Dios en la conformidad con la voluntad del Padre celestial”[34]. Todo lo cual queda maravillosamente expresado en la misma fórmula de votos religiosos: “… casto, por el Reino de los Cielos, pobre, manifestando que Dios es la única riqueza verdadera del hombre, y obediente, hasta la muerte de cruz para seguir más íntimamente al Verbo Encarnado en su castidad, pobreza y obediencia”[35].

– El apostolado o el trabajo mismo, cualquiera sea, es conducente a la unión con Dios: ya que “toda la actividad apostólica debe estar animada por la unión con Cristo, a la que no pueden menos de tender los religiosos, en virtud de su profesión”[36]. Siendo “el apostolado una realidad sobrenatural –plenamente teológica–, su fecundidad depende de la unión con Dios y con la Iglesia”[37]. A su vez, “el identificarse con Cristo nos debe llevar a obrar como Él, de quien se dice que todo lo hizo bien[38][39]; “soportando el peso del trabajo, en unión con Jesús”[40].

– La cruz en nuestras vidas: es decir los sufrimientos. Debe resonar como estribillo en el fondo de nuestra alma “ni Jesús sin la Cruz, ni la Cruz sin Jesús”[41]. Ambos son imprescindibles en nuestra vida, por eso debemos aprender a aprovecharnos de las cruces que Dios nos manda, que siempre vienen acompañadas con la compañía íntima y real del Verbo Encarnado. Espléndidamente nos lo dice el Directorio de Espiritualidad: “Toda la eficacia corredentora de nuestros padecimientos depende de su unión con la Cruz, y en la medida y grado de esa unión. […] Ningún dolor es redentor si no se une a la Pasión de Cristo. Si no aprendemos a ser víctimas con la Víctima, todos nuestros sufrimientos son inútiles”[42]. Por eso es “preciso vivir muriendo”[43]. “¡Este es el secreto de toda fecundidad sobrenatural! ¡Todo está en saber morir! ¡Esa es la gran ciencia!”[44]. Y para alentarnos a sufrir en unión con Cristo nos dice: “Nada atrae tanto la benevolencia divina como el sufrimiento”[45].

Tan fundamental es la cruz en nuestras vidas que el derecho propio toma como suya la afirmación del Místico Doctor de Fontiveros que dice: “Si… le persuadiere alguno… doctrina de anchura y más alivio, no la crea ni abrace, aunque se la confirme con milagros, sino penitencia y más penitencia y desasimiento de todas las cosas, y jamás si quiere llegar a poseer a Cristo, le busque sin la cruz[46].

– La ayuda de María Santísima, pues nadie como Ella estuvo unida a Dios al desposarse con el Espíritu Santo y llevar en su seno purísimo al Verbo de Dios. Ella es “el fin próximo, el centro misterioso y el medio fácil para ir a Cristo”[47]. Cada miembro del Instituto debe aprender a depender “total y omnímodamente, de Dios a través de María”[48] si es que quiere alcanzar la unión con Dios, puesto que para nosotros no hay otro camino más llano, más fácil ni más corto para ir a Dios que “por María, con María, en María y para María”[49]. Sin eso, no podríamos decir que somos esencialmente marianos[50].

Todas estas cosas, bien vividas, practicadas a conciencia y con convicción traen aparejadas ciertas actitudes, modos de proceder, criterios para emprender o dejar de lado empresas apostólicas que nos tienen que ir transformando desde el interior en ‘otros Cristos’. Hermosamente y con gran poder de síntesis lo expresaba así nuestro Padre Espiritual San Juan Pablo II:

“La verdad de la vida consagrada como unión con Cristo en la caridad divina se expresa en algunas actitudes de fondo, que deben crecer a lo largo de toda su vida. A grandes rasgos, se pueden resumir así: el deseo de transmitir a todos el amor que viene de Dios por medio del corazón de Cristo, y, por tanto, la universalidad de un amor que no se detiene ante las barreras que el egoísmo humano levanta en nombre de la raza, la nación, la tradición cultural, la condición social o religiosa, etc.; un esfuerzo de benevolencia y de estima hacia todos, y de manera especial hacia los que humanamente se tiende a descuidar o despreciar más; la manifestación de una especial solidaridad con los pobres, los perseguidos o los que son víctimas de injusticias; la solicitud por socorrer a los que más sufren, como son en la actualidad los numerosos minusválidos, los abandonados, los desterrados, etc.; el testimonio de un corazón humilde y manso, que se niega a condenar, renuncia a toda violencia y a toda venganza, y perdona con alegría; la voluntad de favorecer por doquier la reconciliación y de hacer que se acoja el don evangélico de la paz; la entrega generosa a toda iniciativa de apostolado que tienda a difundir la luz de Cristo y a llevar la salvación a la humanidad; la oración asidua según las grandes intenciones del Santo Padre y de la Iglesia”[51].

Es asimismo absolutamente imprescindible el “tener el Espíritu de Cristo y asimilar su doctrina”. Esto es así, simple y sencillamente, porque el Espíritu de Cristo, es decir, el Espíritu Santo, es el espíritu de nuestra Familia Religiosa[52]. “Por el carisma propio del Instituto”, dicen nuestras Constituciones, “sin coacciones de ninguna especie, respetando escrupulosamente las conciencias, promoviendo el sano pluralismo, llevando a vivir plenamente la libertad de los hijos de Dios[53] porque donde está el Espíritu Santo, allí está la libertad[54][55]. Consecuentemente, es vital el poner los medios para tener el alma constantemente pronta para todo lo que Dios disponga[56].

Inexorablemente unida a la docilidad al Espíritu Santo está la lectura asidua y “profundizada en Iglesia”[57] de la Sagrada Escritura, que debe ser siempre “el alma de nuestra alma, de nuestra espiritualidad, teología, predicación, catequesis y pastoral”[58] porque es allí donde se halla la doctrina de Cristo entendida en la Iglesia[59]. Dicho en pocas palabras: “Sólo el que es totalmente fiel a la doctrina de Cristo puede ser eficazmente apóstol”[60].

No sorprende entonces que uno de los elementos no negociables adjuntos al carisma sea precisamente el de la docilidad al Magisterio de la Iglesia y que nuestros miembros sean formados en la “más estricta fidelidad al Magisterio supremo de la Iglesia de todos los tiempos”[61], sólidamente instruidos en una sana teología –la cual “proviene de la fe y trata de conducir a la fe–”[62], edificada sobre “un conocimiento profundo de la filosofía del ser”[63].

Señalan también las Constituciones que es absolutamente imprescindible para cada miembro del Instituto el “frecuentar sus sacramentos, imitar sus ejemplos”. Y acerca de esto encontramos abundantes provisiones en el derecho propio que no sólo prescriben y nos animan a la recepción fructuosa de los sacramentos −haciendo de la vida sacramental parte esencial de la disciplina del Instituto− sino que lo hace central a la hora de la misión. “La auténtica evangelización debe conducir y culminar en la digna recepción de los sacramentos, pues por medio de ellos se comunica de modo ordinario la gracia del Espíritu Santo”[64]. En efecto, varios de nuestros documentos desarrollan desde distintos puntos de vista la vida sacramental tanto para los miembros como para los fieles en nuestras misiones. Resulta entonces natural que la devoción eucarística y la digna celebración de la Santa Misa, como acto litúrgico por excelencia del misterio de Redención, sea otro de los elementos no negociables.

Respecto a la imitación de los ejemplos de Cristo ya algo hemos dicho anteriormente. Agreguemos aquí que “si todo cristiano debería pasar por la tierra a imitación del Dios Encarnado, con mucha mayor razón debemos vivir nosotros esta realidad como religiosos de la familia ‘del Verbo Encarnado’. Y no sólo vivir nosotros la vida de Cristo buscando en todo a Dios, sino difundir la vida de Cristo en los demás, e informar con ella las culturas de los hombres para elevar al hombre”[65].

Con varias expresiones el derecho propio remarca insistentemente lo indispensable que es para nosotros “el ser ‘otros Cristos’, ser ‘como una nueva encarnación del Verbo’, ‘como otra humanidad suya’, de modo que el Padre no vea en nosotros ‘más que el Hijo amado’[66][67]. De hecho, a eso mismo nos hemos comprometido bajo voto al decir que queremos “seguir más íntimamente al Verbo Encarnado” a fin de que nuestra “vida sea memoria viviente del modo de existir y de actuar de Jesús, el Verbo hecho carne[68], ante el Padre y ante los hombres”[69]. Todos nuestros documentos no son sino un desplegar de lineamientos, actitudes, criterios, explicaciones, etc., acerca de cómo mejor imitar al Verbo Encarnado. En verdad, en nuestra espiritualidad –si ha de ser seria como queremos que sea– la imitación de Cristo es irremplazable.

Amar entrañablemente a su Madre”. Lo hemos dicho y lo queremos enfatizar: el amor a la Madre del Salvador, la devoción a la Virgen Santísima –que debe ser grande, tierna y constante[70]– es indispensable en la vida de todo miembro del Instituto. Pues la nuestra es una consagración en esclavitud de amor a la Madre de Dios. Y como tal debemos “invocarla, saludarla, pensar en Ella, hablar de Ella, honrarla, glorificarla, recomendarse a Ella, gozar y sufrir con Ella, trabajar, orar y descansar con Ella”[71]. Por este motivo, desde el ingreso al Instituto podemos decir que nuestra formación es “una escuela de amor filial y profundo a la Santísima Virgen María”[72].

Ella es, además, no sólo el Modelo y amparo de nuestra vida consagrada[73] sino nuestro Modelo como misioneros[74], ya que Ella es de quien aprendemos todo, particularmente la “docilidad y prontitud en la ejecución de lo que pide el Espíritu Santo”[75] y, a decir verdad, su “ayuda nos es imprescindible para prolongar la Encarnación en todas las cosas”[76]. Por este motivo, no se puede ser del Verbo Encarnado y no ser al mismo tiempo de la Madre del Verbo Encarnado.

Finalmente, el párrafo de las Constituciones que venimos desarrollando termina diciendo que es absolutamente imprescindible el “estar en perfecta comunión con su Iglesia Jerárquica por su doble vínculo, a saber: por una misma fe y una misma caridad, y por el gobierno de uno solo sobre todos: Pedro”. Esto es así porque el Instituto ha nacido en la Iglesia Católica y es de la Iglesia Católica y para la Iglesia Católica, por tanto, todos los miembros del Instituto del Verbo Encarnado nos formamos y trabajamos para edificación de la única Iglesia de Cristo.

En este sentido, leemos en el Directorio de Espiritualidad que “amar a Jesucristo y amar al Papa es el mismo amor”[77], ya que “… amar al Papa, amar a la Iglesia, es amar a Jesucristo”[78]. Razón por la cual “nuestro lema es ‘con Pedro y bajo Pedro’”[79].

Pues no podría ser de otra manera ya que “en el mismo espíritu del Instituto del Verbo Encarnado encontramos el fundamento de nuestro amor y fidelidad a la Iglesia –de una auténtica espiritualidad eclesial– pues ‘Cristo mismo está Encarnado en su Cuerpo, la Iglesia’[80]; y en cada hombre, porque ‘Cristo se identifica misteriosamente con cada hombre […] ‘en Él somos cristos y Cristo’[81][82]. Y, además, como verdaderos devotos de la Santísima Virgen María que es modelo de comunión eclesial[83] no podemos menos que tender a la unidad de la Iglesia universal.  Siendo entonces la perfecta comunión con su Iglesia imprescindible para cada uno de nosotros y para la obra del Instituto nos esforzamos por “lograr con la oración, la penitencia, el estudio, el diálogo y la colaboración, llegar a la plena comunión en la unidad de la Iglesia ‘que Cristo concedió desde el principio a su Iglesia, y que creemos que subsiste indefectiblemente en la Iglesia Católica y esperamos que crezca hasta la consumación de los siglos’[84][85]. De ello se desprende como indispensable nuestra fidelidad al Magisterio de la Iglesia, nuestro amor indefectible a la figura del Santo Padre, el abrazar la causa del ecumenismo y el llevar adelante con el ímpetu de los santos la obra misionera en favor de la Iglesia con el único objetivo de que Cristo reine. 

2. La caridad es imprescindible

En este segundo punto quisiéramos tratar, aunque muy brevemente, lo que dicen las Constituciones en sus números 17 y 174 y que señalan a la caridad como imprescindible –esto es, cardinal y capital– para nuestra tarea evangelizadora si la hemos de realizar con fruto y con alegría.

Citando las palabras de San Pablo VI, el derecho propio dice: “… la caridad es imprescindible para evangelizar la cultura, como fin del que obra y como fin de la obra. En caso contrario, no se alcanzará ‘la civilización del amor’[86][87].

Porque “amar a Dios manifestándolo en el amor concreto a los hermanos, es el único medio posible de amar a Dios, según nos enseñó Jesucristo”[88]; por eso “nuestra Familia Religiosa, cual otra prolongación de la Encarnación del Verbo, ‘para encarnarlo en todo lo humano’, se dedica humildemente a lograrlo por medio de las obras de misericordia”[89] espirituales y corporales.

En este sentido estamos persuadidos y ha sido nuestra experiencia a lo largo de los años de que el fin específico y singular del Instituto se halla en absoluta sintonía con las obras de misericordia espirituales y son éstas las que difunden mayormente el bien[90].

Sin embargo, como “amor a Dios y amor al prójimo se funden entre sí: [ya que] en el más humilde encontramos a Jesús mismo y en Jesús encontramos a Dios”[91] y porque, además, nuestro Redentor así lo hizo, también nos dedicamos a las obras de misericordia corporales[92] especialmente con los discapacitados y los más pobres. Es decir, es nuestra opción preferencial servir a quienes se encuentran en una situación de mayor debilidad y, por tanto, de más grave necesidad[93] puesto que “la caridad con los pobres […]; la asistencia a los enfermos y a los que sufren, contribuyen de manera significativa a la misión de la Iglesia”[94]. De aquí que consideramos a los miembros del Instituto que trabajan en esta clase de apostolados como “piezas claves del empeño apostólico del Instituto”[95].

Indica el derecho propio que son, pues, las obras de misericordia “las que dando testimonio concreto de caridad ganarán a muchos hombres para el reino de Cristo, dando gloria a Dios y salvando muchas almas, cumpliendo así con nuestro fin universal y también con el fin específico de nuestra familia religiosa”[96].

Habiendo sido concebido nuestro Instituto como misionero –con miembros activos y contemplativos– debemos decir que la misma misión ya es una obra de caridad y que las mismas obras de caridad forman parte “esencial de la misión de la Iglesia”[97]. Por consiguiente, “junto con el anuncio de la Palabra y la administración de los sacramentos, el servicio de la caridad forma también parte de los ámbitos esenciales de la evangelización”[98].

“Las ventajas que tienen las obras de misericordia para la concreción del carisma del Instituto es algo manifiesto, sobre todo en países donde la proclamación explícita del Evangelio está prohibida y la única forma de hacerlo es a través del testimonio silencioso de los religiosos. En países musulmanes, por ejemplo, puede llegar a ser el único medio de evangelización. Pero también permite, en los lugares donde se puede predicar con la palabra, corroborar con obras lo anunciado”[99].

“Por esto, en la variedad de apostolados de nuestros Institutos se ha de reservar un lugar preferencial a la labor caritativa, que es un componente esencial de la misión evangelizadora de la Iglesia y un elemento imprescindible para la evangelización de la cultura”[100]. Pues como decía el Papa Benedicto ese “sigue siendo el camino real para la evangelización”[101].

Se comprende entonces que las obras de misericordia o las actividades caritativas, cualesquiera sean, son imprescindibles a nuestra tarea misionera y un elemento no negociable adjunto al carisma del Instituto.

Mas debemos decir que el párrafo 174 que hemos citado de las Constituciones inmediatamente después de resaltar que “hay que privilegiar la atención de pobres, enfermos y necesitados de todo tipo” porque la caridad de Cristo nos urge[102], nos exhorta a practicar “concretamente la caridad, como testimonio, en primer lugar, a todos los miembros de nuestros Institutos de que ‘la caridad, sólo la caridad salvará al mundo, ¡bienaventurados los que tengan la gracia de ser víctimas de la caridad!’[103]”.

“En esta obra de apostolado en la que ‘se es misionero ante todo por lo que se es… antes de serlo por lo que se dice o se hace’[104], ocupa el primer lugar el testimonio de vida, ‘primera e insustituible forma de la misión’[105], de modo que resplandezca entre los fieles la caridad de Cristo[106][107]. Si falta ese testimonio de caridad entre los miembros de la propia Familia no solo el mensaje que se predica no es creíble, sino que se previene a muchos de abrazarlo con gran perjuicio de la obra misionera que se nos ha encomendado.

Esta “práctica de la caridad se manifiesta en la actitud de servicio a los demás: a imitación del Verbo Encarnado que con su gesto de lavar los pies a sus discípulos, nos reveló la profundidad del amor de Dios por el hombre: ¡en Él, Dios mismo se pone al servicio de los hombres! Dándonos así ejemplo de que nuestra vida religiosa se realiza plenamente en el amor oblativo, de concreto y generoso servicio”[108].

“Si en tierras de misión las comunidades religiosas son verdaderamente tales y en ellas se busca vivir intensamente la caridad fraterna con todos y cada uno de sus miembros[109], entonces se podrá esperar mucho fruto. Si, por el contrario, un misionero no sabe vivir con sus pares, desconoce los principios fundamentales del diálogo, no practica la caridad fraterna de facto y todo lo hace girar en torno a sí, en esa comunidad habrá que gastar una buena cuota de energía solamente en sobrellevar al hermano débil”[110].

Muchos hay que se dicen muy fieles al Instituto, porque llevan muchos años en él, porque citan algunas frases del derecho propio con cierta facilidad, porque ocupan o han ocupado algún cargo de importancia, porque participan ocasionalmente en alguna fiesta sin darse cuenta de que “no basta con participar en alguna reunión o festividad para ser plenamente religioso”[111]–, etc., y, sin embargo, al mismo tiempo se permiten faltas graves contra la caridad. Entre ellas “y la que a veces se comete con menos remordimientos es la murmuración”[112]. A estos religiosos el derecho propio los llama “‘Hombres de dos caras’ porque meten confusión entre muchos que viven en paz[113][114] y no se dan cuenta de que atentan contra la concordia, la unión de los hermanos de una misma Familia y la paz de la comunidad, infundiendo tristeza –fruto tantas veces del mal espíritu y la injusticia de los comentarios–, dilapidando así el fundamento básico de su consagración en este querido Instituto que es precisamente el amor y el servicio a Cristo, “tanto al Cuerpo físico de Cristo en la Eucaristía, cuanto al Cuerpo Místico de Cristo, que es la Iglesia, formada por nosotros mismos… y por todos los hombres”[115] entre quienes se hallan los miembros del Instituto. Debemos estar dispuestos a morir unos por otros, a defender el Instituto con todos sus elementos no negociables, a custodiar firmemente el riquísimo patrimonio que se nos ha legado: por eso, quien adopta una actitud tantas veces cómoda y no lucha por los intereses del Instituto o por mantener en alto el estandarte de nuestros ideales… ese tal, de alguna manera, ya ha desertado. Acaso ¿no hemos leído que cada uno debiera tener “el alma dispuesta a recibir la muerte, si fuese preciso, por el bien del Instituto al servicio de Jesucristo”[116]?

Entendámoslos bien: si no practicamos la caridad en concreto con los miembros del Instituto nos estamos apartando del camino de perfección al que Dios nos ha llamado. “El misionero es el hombre de la caridad”[117], y sin caridad, no somos misioneros, y ni siquiera a llegamos a ‘buen cristiano’. Nos lo decía el apóstol San Pablo: Aunque yo hablara todas las lenguas de los hombres y de los ángeles, si no tengo amor, soy como una campana que resuena o un platillo que retiñe. Aunque tuviera el don de la profecía y conociera todos los misterios y toda la ciencia, aunque tuviera toda la fe, una fe capaz de trasladar montañas, si no tengo amor, no soy nada. Aunque repartiera todos mis bienes para alimentar a los pobres y entregara mi cuerpo a las llamas, si no tengo amor, no me sirve para nada[118]. Uno puede saber muchos idiomas, tener mucha ciencia, haber publicado libros y dado un sinnúmero de disertaciones, puede que conozca el mundo entero, que tenga amistades de cierta influencia, que tenga considerables dones personales y medios abundantes para el apostolado, pero una vez más… si no tengo caridad todo eso de nada me aprovecha.

“Esta es la razón por la que debemos alimentar la caridad fraterna[119] en nuestras comunidades religiosas. Es verdad que siempre van a haber dificultades, porque somos creaturas, falibles, y, por tanto, podemos fallar. Pero estas dificultades se llevan adelante, se solucionan. Es por eso que la falta de caridad y, específicamente, la murmuración en la vida fraterna, proviene de la falta de entendimiento o no querer entender el mandamiento del amor de modo exquisito. Ojalá se pueda decir de los miembros del Instituto del Verbo Encarnado lo que se decía de los primeros cristianos: ¡Mirad cómo se aman!”[120]. Y si alguno cree que estas son palabras dulzonas para los principiantes, lea lo que las Constituciones mismas dicen al respecto: “Y no se crea que esto es una utopía, que muchas veces ya hemos escuchado expresiones parecidas. Debemos tener el firme propósito de salvar siempre la caridad, a pesar de que pueda haber falsos hermanos[121], que se entrometen para espiar la libertad que tenemos en Cristo Jesús[122], que parecen estar con nosotros, pero que no son de los nuestros[123]. ¡La caridad no morirá jamás![124][125].

Todos nuestros miembros deberían tener siempre presentes los consejos de San Benito: “Anticípense a honrarse unos a otros. Tolérense con suma paciencia sus flaquezas así físicas como morales; préstense obediencia a porfía mutuamente; nadie busque lo que juzgue útil para sí, sino más bien para los demás; practiquen la caridad fraterna castamente; teman a Dios con amor; amen a su Abad con sincera y humilde dilección y nada absolutamente antepongan a Cristo, el cual nos lleve a la Vida Eterna”[126].

Sin la práctica de la caridad no hay alegría. Porque “sólo se alegra verdaderamente el que se alegra en el amor”[127]. Por tanto, cuanta mayor sea nuestra fidelidad a estos imprescindibles con más vehemencia estaremos tendiendo hacia la perfección, más extensa y creativa será nuestra caridad, más desinteresado nuestro sacrificio, mejor cumpliremos con nuestro fin de religiosos del Verbo Encarnado, mayor será la alegría y estaremos en la plenitud de nuestra gracia.

*     *     *

Quizás nos persigan por todo esto, en cuyo caso deberemos dar gracias a Dios que nos ha encontrado dignos y volver a releer los requisitos imprescindibles para que la persecución sea bienaventurada[128], cuidándonos mucho de no volver y revolver en nuestros males, entreteniéndonos con delicadas complacencias en ellos, o cayendo en ‘esa creencia luciferina de que somos algo grande’, de que estamos sufriendo mucho[129].

Que la Virgen Santísima, Madre del Verbo Encarnado y Madre nuestra, conocedora de nuestras luchas interiores y de nuestras necesidades, cuando la tempestad arrecie nos repita con acento maternal el haced lo que Él os diga[130] que en aquellas bodas decía a los sirvientes, y se cambie el agua de nuestra flaqueza y debilidad en el vino de su fortaleza.

[1] Constituciones, 210.

[2] Constituciones, 95.

[3] https://dle.rae.es/imprescindible?m=form

[4] Constituciones, 17.

[5] San Benito, Santa Regla, XXXI, 19. Constituciones, 95.

[6] Constituciones, 95.

[7] San Pablo VI, Homilía en el rito de clausura del Año Santo (25/12/1975); AAS 68 (1976), 145.

[8] Constituciones, 174.

[9] Constituciones, 210.

[10] San Juan Crisóstomo, In Matt. hom., XV, 5

[11] Directorio de Espiritualidad, 37.

[12] Constituciones, 6.

[13] Constituciones, 272.

[14] Directorio de Espiritualidad, 117.

[15] Lumen Gentium, 44.

[16] Directorio de Vida Consagrada, 36.

[17] Directorio de Espiritualidad, 29.

[18] Directorio de Vida Consagrada, 37.

[19] Directorio de Espiritualidad, 29.

[20] Directorio de Vida Consagrada, 325.

[21] Elementos Esenciales sobre la Vida Religiosa, 46.

[22] Directorio de Vida Consagrada, 324.

[23] San Juan de la Cruz, Avisos a un religioso para alcanzar la perfección, 9.

[24] Constituciones, 254, 257.

[25] Constituciones, 378.

[26] Cf. Constituciones, 231.

[27] Directorio de Espiritualidad, 22.

[28] San Juan de la Cruz, Puntos de amor, reunidos en Beas, 19.

[29] Los quiero así, cap. 10, p. 242.

[30] Virtudes Apostólicas, Carta circular núm. 16, Milán, septiembre de 1931.

[31] Directorio de Vida contemplativa, 107.

[32] Directorio de Vida Consagrada, 63; op. cit. Lumen Gentium, 46.

[33] Directorio de Vida Consagrada, 60; op. cit. Lumen Gentium, 45.

[34] Cf. San Juan Pablo II, Catequesis (08/02/1995).

[35] Constituciones, 254, 257.

[36] San Juan Pablo II, Catequesis (11/01/1995).

[37] Cf. Directorio de Vida Consagrada, 257.

[38] Mc 7, 37.

[39] Directorio de Noviciados, 31.

[40] Directorio de Vida Consagrada, 110.

[41] Directorio de Espiritualidad, 144; op. cit. San Luis María Grignion de Montfort, El amor de la Sabiduría Eterna, XIV, 1.

[42] Directorio de Espiritualidad, 168.

[43] Tomás de Kempis, Imitación de Cristo, II, 12.

[44] Directorio de Espiritualidad, 173.

[45] San Gregorio de Nacianzo, Orationes, 18; cit. en Directorio de Vida Contemplativa, pie de pág. 115.

[46] San Juan de la Cruz, Epistolario, carta 24; cit. en Directorio de Vida Contemplativa, 92.

[47] San Luis María Grignion de Montfort, Tratado de la verdadera devoción a la Santísima Virgen, 265.

[48] Directorio de Espiritualidad, 84.

[49] San Luis María Grignion de Montfort, Tratado de la verdadera devoción a la Santísima Virgen, 257. Citado en Directorio de Espiritualidad, 307.

[50] Cf. Constituciones, 31.

[51] San Juan Pablo II, Catequesis (09/11/1994).

[52] Cf. Constituciones, 18.

[53] Santo Tomás de Aquino, S. Th., I, 34, 3.

[54] 2 Co 3, 17.

[55] Constituciones, 30.

[56] Cf. Constituciones, 74.

[57] Directorio de Espiritualidad, 238; op. cit. San Juan Pablo II, Alocución a los obispos de Malí (26/03/1988); OR (24/04/1988), 11; cf. San Juan Pablo II, Renovar la familia a la luz del Evangelio. Discurso al Consejo Internacional de los Equipos de Nuestra Señora (17/09/1979); OR (30/09/1979), 8.

[58] Directorio de Espiritualidad, 239.

[59] Cf. Directorio de Espiritualidad, 111.

[60] Directorio de Ecumenismo, 106; op. cit. Ecclesiam Suam, 40.

[61] Constituciones, 222.

[62] Constituciones, 44.

[63] Constituciones, 50.

[64] Directorio de Evangelización de la Cultura, 62.

[65] Directorio de Espiritualidad, 29.

[66] Santa Isabel de la Trinidad, Elevaciones, 33, 34 y 36.

[67] Directorio de Espiritualidad, 30.

[68] Cf. Jn 1, 14.

[69] Constituciones, 254; 257.

[70] Directorio de Seminarios Menores, 28.

[71] Constituciones, 89.

[72] Directorio de Seminarios Menores, 27.

[73] Directorio de Religiosos Hermanos, 38; op. cit. CIC, can. 663.

[74] Cf. Directorio de Misiones Ad Gentes, 172.

[75] Directorio de Espiritualidad, 16.

[76] Cf. Constituciones, 17.

[77] San Luis Orione, Cartas, I, 99; cit. en OR (24/07/1992), 1.

[78] San Luis Orione, Cartas, “Carta del 1 de julio de 1936”, 133.

[79] Constituciones, 211.

[80] San Juan Pablo II, Discurso durante el encuentro de oración en Toronto (15/09/1984), 5; OR (30/09/1984), 15. Cf. Directorio de Espiritualidad, 244.

[81] Directorio de Espiritualidad, 28.

[82] Cf. Directorio de Vida Consagrada, 350.

[83] Directorio de Espiritualidad, 304.

[84] Unitatis Redintegratio, 4.

[85] Directorio de Espiritualidad, 278.

[86] San Pablo VI, Homilía en el rito de clausura del Año Santo (25/12/1975); AAS 68 (1976), 145.

[87] Constituciones, 174.

[88] Directorio de Obras de Misericordia, 15.

[89] Cf. Ibidem.

[90] Directorio de Obras de Misericordia, 17.

[91] Directorio de Obras de Misericordia, 18.

[92] Ibidem.

[93] Directorio de Evangelización de la Cultura, 155.

[94] Cf. Ibidem.

[95] Cf. Constituciones, 194.

[96] Cf. Directorio de Obras de Misericordia, 18.

[97] Directorio de Obras de Misericordia, 70

[98] Directorio de Evangelización de la Cultura, 62; op. cit. cf. Deus Caritas est, 22.

[99] Directorio de Obras de Misericordia, 70.

[100] Directorio de Evangelización de la Cultura, 156.

[101] Benedicto XVI, Discurso a los obispos, sacerdotes y fieles laicos participantes en la IV Asamblea eclesial nacional italiana, Feria de Verona (19/10/2006).

[102] 2 Co 5, 14.

[103] San Luis Orione, “Saludo natalicio de 1934”, en Camino con Don Orione, ed. Provincia Nuestra Señora de la Guardia, 1974, t. I, 96.

[104] Redemptoris Missio, 23.

[105] Redemptoris Missio, 42.

[106] Cf. Ef 3, 19.

[107] Constituciones, 166.

[108] Cf. Directorio de Hermanos Religiosos, 71.

[109] Cf. 1 Pe 1, 22.

[110] Directorio de Misiones Ad Gentes, 121.

[111] Directorio de Vida Fraterna, 93.

[112] Directorio de Vida Fraterna, 71.

[113] Ecle 28, 15.

[114] Directorio de Vida Fraterna, 74.

[115] Cf. Constituciones, 7.

[116] Constituciones, 113.

[117] Redemptoris Missio, 87.

[118] 1 Co 13,1-3.

[119] Cf. Carlos Buela, IVE, Sacerdotes para siempre, IVEPress, Nueva York 2011, 125.

[120] Directorio de Vida Fraterna, 82.

[121] Cf. 2 Co 11, 26.

[122] Ga 2, 4.

[123] Cf. 1 Jn 2, 19.

[124] 1 Co 13, 8.

[125] Constituciones, 96.

[126] San Benito, Santa Regla, LXXII, 4-11; citado en Directorio de Vida Contemplativa, 17.

[127] Directorio de Espiritualidad, 212.

[128] Directorio de Espiritualidad, 37.

[129] Cf. Ibidem.

[130] Jn 2, 5.

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