Prepararse para ser víctima

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       Casa de formación de Nuestra Señora de Sheshán – Filipinas               

Comienzo del año académico 2017

  

[Exordio] Queridos padres, seminaristas y novicios,

En primer lugar, me gustaría decir que estoy muy contento de estar aquí. Es la primera vez que vengo al Seminario (al menos en este lugar; lo visité en los comienzos, cuando estaban en otro lugar) y, ciertamente, es una alegría encontrarme con todos ustedes. Tengo que decir que es un gozo para mí ver que la llamada de Cristo da fruto en sus corazones y doy gracias al Señor y a la Virgen por el don de la vocación de cada uno de ustedes a nuestro Instituto. También quiero agradecer al P. Diego por invitarme a presidir la Misa y predicar en esta ocasión del inicio del año académico.

El inicio de un nuevo año académico en el seminario –y en realidad, en cualquiera de nuestras casas de formación– significa otra oportunidad para “configurarnos con Cristo”. Porque eso es lo que cada seminarista y cada miembro del Instituto del Verbo Encarnado está llamado a ser –incluso desde el Noviciado–: “imitar a Jesucristo lo más perfectamente posible”[1]; revestirse de Cristo[2] configurándose con Él[3], como leemos en nuestro Directorio de Espiritualidad.

Y si estamos llamados a ser “otros Cristos” –como confesamos con orgullo en nuestras Constituciones– debemos imitar a nuestro Señor, que vino a morir para que los demás –y eso nos incluye a ustedes y a mí– tengan vida.

Los seminaristas suelen decir: “Estoy estudiando para ser sacerdote”. Pero ¿cuántas veces un seminarista dice o incluso piensa: “Estoy estudiando para ser sacerdote y víctima”?… y, sin embargo, eso es lo que hacemos. Porque, si estamos llamados a imitar al Verbo Encarnado, eso es precisamente lo que buscamos imitar: A Aquel que fue: Sacerdos-Victima. Él unió en Sí mismo el sacerdocio y la condición de víctima y nosotros no podemos concebir nuestro sacerdocio sin hacernos víctimas en la búsqueda de nuestro fin específico: la prolongación de Su Encarnación. 

Nuestro Directorio de Espiritualidad, al hablar de la vida terrenal de nuestro Salvador, continúa diciendo: “Se ofreció sin restricciones como víctima al Padre; se sacrificó en expiación; se entregó al Padre sin reservas”[4]. Y, sigue diciendo: “Tal debe ser la actitud sacerdotal de todos los miembros de nuestra pequeña Familia Religiosa”[5].

De ahí que el inicio de este nuevo año académico signifique una nueva oportunidad para configurarnos al Verbo Encarnado como Sacerdote-Víctima.

Por eso, en esta homilía, me gustaría hablarles –aunque sea brevemente– acerca de a qué nos referimos cuando decimos que el Verbo Encarnado es Sacerdote-Víctima y de cómo debemos imitarlo.

1. Primero, el Verbo Encarnado es Sacerdote-Víctima 

 

Los textos de nuestras Constituciones y Directorios tienen mucho material sobre el tema, que los animo a que lean.

Sin embargo, comencemos diciendo que nuestro Señor se diferencia de todos los demás sacerdotes –paganos y judíos– del Antiguo Testamento. Todos los demás sacerdotes ofrecían una víctima distinta de ellos mismos; por ejemplo, una cabra, un cordero, un buey; pero Cristo se ofreció a Sí mismo como víctima. Se ofreció a Sí mismo sin mancha a Dios, un sacrificio espiritual y eterno [6], escribe San Pablo. Todos los demás que han venido a este mundo, vinieron para vivir; Él vino para morir. Una muerte sacrificial era la meta de su vida, el oro que buscaba: Con un bautismo tengo que ser bautizado, y ¡qué angustiado estoy hasta que se cumpla! [7].

Ahora, presten atención a esto: Nuestro Señor fue siempre Sacerdote y Víctima, desde su Encarnación. No sólo un sacerdote, ni sólo una víctima. Cristo fue contado entre los pecadores porque fue Víctima por sus pecados. Pero fue separado de los pecadores porque fue un sacerdote sin pecado. Comió y se mezcló con los pecadores, compartió su naturaleza y miró sus pecados. Pero fue separado de ellos por su inocencia.

“Jesús fue al mismo tiempo sacerdote y víctima de su propio sacrificio”[8]. Él es a la vez el Oferente y la Ofrenda; el Sacerdote y la Víctima. Y aunque el Verbo Encarnado no habló de este profundo secreto del Siervo Sufriente a las multitudes, lo reservó para sus discípulos y futuros sacerdotes a quienes llamó Amigos[9]. Sólo a ellos les desveló la profecía de Isaías 53, y sólo a ellos les interpretó su muerte como rescate por los pecadores[10]. Y quiere confiarles a ustedes lo mismo, a través de los momentos de oración y en los distintos aspectos de la formación. 

Como Sacerdote fue impecable, y la Sagrada Escritura tiene material más que suficiente para demostrarlo. El Arcángel Gabriel lo proclama en la Anunciación: El ángel respondió: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios”[11]. Él mismo lo dijo cuando preguntó a los judíos “¿Quién de vosotros puede probar que soy pecador?»[12] Y más tarde dijo a sus apóstoles: «Ya no hablaré muchas cosas con vosotros, porque llega el Príncipe de este mundo. En mí no tiene ningún poder [13]. Incluso el diablo lo confesó: «¿Qué tenemos nosotros contigo, Jesús de Nazaret? ¿Has venido a destruirnos? Sé quién eres tú: el Santo de Dios.» [14]

Como Víctima se identificó con los pecadores: “A quien no conoció pecado, le hizo pecado por nosotros, para que viniésemos a ser justicia de Dios en él.”[15]. Como Sacerdote, fue santo con la Santidad de Dios; como Víctima, fue hecho pecado. Como Sacerdote fue “separado” del mundo; como Víctima entró en él para luchar contra el Diablo, el Príncipe del mundo.

Miren el hermoso Crucifijo que tienen aquí: En la Cruz, estuvo erguido como Sacerdote; en la Cruz, estuvo postrado como Víctima. Como Sacerdote, intercedió por nosotros ante el Padre; como Víctima, medió por los pecados de los hombres. Ante Pilato, habló siete veces como Sacerdote-Pastor; ante Pilato, calló siete veces como Víctima-Cordero. Como Sacerdote tuvo dignidad; como Víctima sufrió indignidad. Como Sacerdote rogó al Padre que pasara el Cáliz; como Víctima lo bebió hasta sus heces. Cuando su ministerio alcanzó el momento culmen, insistió cada vez más en que la victoria sobre los principados y potestades debía darse a través de su sacrificio y su muerte. Y, aunque personalmente estaba libre de pecado, fue considerado culpable. Cristo era inocente de pecado, dice San Pablo, y, sin embargo, “a quien no conoció pecado, le hizo pecado por nosotros, para que viniésemos a ser justicia de Dios en Él.”[16].

Murió en nuestro lugar porque nos amó y, al hacerlo, “reconcilió al mundo consigo, no tomando en cuenta las transgresiones de los hombres, sino poniendo en nosotros la palabra de la reconciliación[17]. “Lo que [Cristo] es por naturaleza lo somos por comunicación; Él es en plenitud, nosotros lo somos por participación; Él es el Hijo de Dios por generación, nosotros lo somos por adopción”. [18]

Aquí está la clave del sacerdocio victimal de Cristo y de todos los que estamos llamados a ser sacerdotes. Como sacerdotes, debemos ser santos. No es que por nuestro sacerdocio estemos ligados al mundo; ¡por el sacerdocio estamos vinculados a Dios Padre! Sin embargo, como víctimas, ocupamos el lugar de los pecadores, asumiendo su culpa y su pobreza e intercediendo por ellos.

Así, del mismo modo que Cristo es un Sacerdote-Víctima nosotros –que pretendemos ser “otros Cristos”– debemos seguir el mismo camino. Nuestros seminaristas y novicios no se preparan sólo para ser predicadores sino también “portadores de pecados”, no sólo para ser oferentes sino también para ser ofrecidos, no solo para atender las necesidades de los hombres como lo hacen los trabajadores sociales sino también como redentores. Y como nos recuerdan los Padres Capitulares “Si no formamos religiosos profundamente convencidos de esto, no formaremos religiosos del Verbo Encarnado”. [19]

El ser víctimas significa sentir la culpa y el pecado del mundo como si fueran propios, y mediante la unión constante con Cristo, buscar reconciliar a toda la humanidad con Él.

2. Así que ahora surge la pregunta obvia: ¿Cómo nos preparamos para ser sacerdotes-víctimas?

 

a. En la profesión de nuestros votos podemos ver claramente este aspecto de victimación del que hemos estado hablando, haciéndonos víctimas voluntarias para “aceptar la muerte a este mundo para unirnos totalmente a Cristo y participar de su reino”[20]. En efecto, nuestra “profesión religiosa constituye un verdadero holocausto de sí mismo, ya que nos ofrecemos a nosotros mismos y a todos nuestros bienes totalmente y sin reservas a Dios[21].

Fíjense que hemos dicho: totalmente y sin reservas. Nosotros, como Cristo, entramos libremente en la vida religiosa para morir a nosotros mismos, completamente. Y como Cristo, que siempre fue sacerdote y víctima, no queremos volver atrás. Nuestra entrega es para siempre, es decir, hasta el final. San Juan Pablo II escribió: “Los que se preparan para el sacerdocio deben darse cuenta de que toda su vida sacerdotal tendrá valor en la medida en que sean capaces de entregarse a Cristo y por Cristo al Padre”[22]. Y esto me lleva al segundo elemento que nos ayuda a prepararnos para ser sacerdotes-víctimas.

b. Porque la profesión de nuestros votos nos exige: fidelidad.

La fidelidad significa, por supuesto, que somos fieles a la naturaleza y a las exigencias de nuestra llamada, que vivimos una vida íntegra que fluye de la convicción interior de quiénes somos a los ojos de Dios, que cumplimos plenamente los deberes asociados a nuestra vocación, que somos hombres de palabra, con los que se puede contar para hacer lo que decimos y vivir como profesamos.

La fidelidad es lo esencial en toda la vida de un hombre que desea ser o que ya está configurado con Cristo en lo más profundo de su ser a través del sacramento del orden.

Nuestras casas de formación deben ser ese “ambiente familiar” donde nuestros religiosos se formen en esta virtud: la fidelidad. Fidelidad al compromiso con Cristo y su Iglesia por los tres votos, fidelidad a la propia vocación, fidelidad al mandato de Cristo: Id por todo el mundo y predicad el Evangelio a toda la creación [23]. Y como señala nuestro Directorio “un verdadero religioso no sólo es fiel y muestra un gran amor a su vida religiosa, sino también a su propio Instituto, que incluye de manera muy particular a su Fundador y sus Constituciones”. Luego, citando a Vita Consecrata dice: “es necesaria la fidelidad al carisma fundacional y a la posterior herencia espiritual de cada Instituto. Precisamente es en esta fidelidad a la inspiración de los fundadores, inspiración que es en sí misma un don del Espíritu Santo, en que se pueden discernir más fácilmente los elementos esenciales de la vida consagrada y ponerlos en práctica con mayor fervor”. [24]

¿Por qué? Porque es nuestro “carisma que nos llevará a pertenecer enteramente a Dios, a hablar con Dios o de Dios en cada situación. Porque también fomentará una íntima y gozosa comunión de vida con el Verbo Encarnado, en la escuela de su generoso servicio a Dios y al prójimo. Y así, nos conformaremos con Cristo progresivamente” [25].  

Aprendan a ser fieles. Háganlo un hábito. Para que más adelante en la vida, cuando las “estructuras externas” de la vida del seminario se retiren, perseveren en su fidelidad. Fidelidad a su vida de oración, donde el mismo Señor les susurrará en lo más profundo de sus almas lo que significa ser una víctima. Fidelidad a sus estudios, a sus apostolados, a los cargos que se les asignen, al horario, a las tradiciones de nuestro Instituto… No como robots, no sólo exteriormente, sino profundamente convencidos de que ésa es la voluntad de Dios para ustedes. Sean fieles, aunque no tengan los mejores medios, o ante las dificultades exteriores y las pruebas interiores porque es cuando mejor demuestran que son auténticos religiosos del Verbo Encarnado, es decir, cuando “trabajen en suma docilidad al Espíritu Santo y según el ejemplo de la Virgen María para que Jesucristo sea el Señor, incluso en las situaciones más difíciles y en las condiciones más adversas”, [26]como dice nuestro carisma.

La fidelidad en la acción brota de una conciencia confiada, agradecida y humilde de nuestra vocación. Sean fieles a Cristo que los ha llamado. Al final, todo lo demás son comentarios espirituales.

Y no sólo sean fieles, ¡sean alegremente fieles! Ese es –como saben– uno de los puntos no negociables de nuestro carisma: ¡la alegría! No es que deban obligarse a fingir la risa en todo momento, eso sería ridículo. Pero alégrense por el hecho de que, incluso en las situaciones difíciles, Dios los ayuda a hacer lo que es mejor para ustedes. Dios eligió el sufrimiento para redimirnos. Así que, si el sufrimiento es “soportado con paciencia, aceptado como proveniente de Dios, y santificado uniéndolo al dolor de Cristo”[27], salvarán innumerables almas.

c. En tercer lugar, la Para que “capten el ‘estilo’ de nuestro Señor Jesucristo, es decir, sus actitudes y sentimientos. [La disciplina es la actitud fundamental del discípulo. Es una sumisión a las reglas de la vida para que la verdad se haga carne en la vida del discípulo. Para nosotros, la verdad es Cristo, y ser dóciles a la disciplina significa dejar que Él sea nuestro Señor”[28]. Ténganlo siempre presente.

d. Cuarto, estudiar. No podemos amar lo que no conocemos. Por eso, si no estudiamos, si no leemos la Escritura, si no nos sumergimos en el estudio de las enseñanzas de la Iglesia ¿cómo podemos dar razones de nuestra fe a los demás? Porque no debe suceder que alguien se convierta en “un predicador vacío de la palabra de Dios a los demás, sin escuchar la palabra de Dios en su propio corazón”[29], dice Juan Pablo II citando a San Agustín.

e. Por último, la perseverancia. Como venimos diciendo: la nuestra es una formación orientada a configurarnos con Cristo Sacerdote-Víctima, que necesariamente apunta a la Cruz en nuestra vida. Por lo tanto, no podemos concebir un sacerdocio sin cruz, sin enemigos, sin pruebas. Todo eso no son más que ocasiones finas e individuales para hacer nuestra vida más parecida a la de Cristo. Sí, el sacerdocio es una gran dignidad, que conlleva el glorioso sufrimiento de la ignominia por causa de Cristo. Y eso hace más necesaria la perseverancia. “El valor de las buenas obras está en la perseverancia”, decía San Gregorio Magno.

Su preparación como sacerdotes-víctimas aquí en estas casas de formación significa que se están preparando para ser testigos. En la Escritura, el testimonio significa el martirio[30]. Pero, aunque ninguno de ustedes derrame su sangre por causa de Cristo, el testimonio implica siempre la separación del mundo. Deben ser la sal de la tierra: que con sus obras lleven la gente a Dios, que con la proclamación de la verdad denuncien el espíritu del mundo, etc.

Por eso, recuerden siempre lo que dice nuestra regla: “‘Estar en el mundo’ sólo tiene sentido cuando depende de ‘no ser del mundo’. [Que es exactamente lo que hizo nuestro Señor, Sacerdote y Víctima]. Sólo así se puede ser verdaderamente sal de la tierra y luz del mundo (Mt 5, 13ss)”[31]. De nuevo: esto traerá necesariamente la cruz en sus vidas. Por lo tanto, deben esperar compartir su Pasión: el ridículo, la burla, la persecución, la ingratitud, etc. Pero deben perseverar. Nuestra disposición debe ser la de un mártir. Téngalo en cuenta a medida que avancen en este año académico.

San Isaac Jogues, uno de los mártires norteamericanos, después de muchos años en su misión y habiendo sufrido mucho en manos de los nativos y sintiendo que no avanzaba realmente hacia esta configuración con Cristo Sacerdote y Víctima, escribió una vez a su superior: “Querido Padre, ¿cuándo empezaré a servir y a amar a aquel cuyo amor por nosotros no tuvo principio? ¿Cuándo comenzaré a entregarme por completo a quien se ha entregado a mí sin reservas? Aunque soy extremadamente miserable y he hecho mal uso de las gracias que Nuestro Señor me ha dado en este país, aún así no pierdo el valor. Él se toma la molestia de ayudarme a hacerlo mejor; todavía me proporciona nuevas oportunidades para morir a mí mismo y unirme inseparablemente a él”. Y añadió –escuchen con atención–: “Mi confianza está puesta en Dios, que no necesita nuestra ayuda para realizar sus designios. Lo único que tenemos que hacer es tratar de serle fieles y no estropear su obra con nuestros defectos”. ¡Qué importante es que vivamos según eso!

[Queridos hermanos sacerdotes, seminaristas y novicios: Es mi deseo para todos ustedes que este nuevo año académico que ahora inician sea una oportunidad para configurarse con el Verbo Encarnado, Sacerdote y Víctima.

También ustedes están llamados a imitar a Aquel que, como Sacerdote, fue santo con la santidad de Dios “a través de la santidad de sus vidas”[32]; a imitarlo como Víctima, que fue “hecho pecado” por el “holocausto de ustedes mismos” en la vivencia fiel de los votos religiosos.

Ustedes también están llamados a imitarlo como Sacerdote “separado” del mundo y que vino a luchar con el Príncipe de este mundo dando testimonio público de su consagración, por la forma en que viven que “incluye el desprendimiento del mundo”[33] y “haciéndose tonto ante el mundo para convertir a ese mismo mundo con la necedad de su predicación”[34].

Sepan que también ustedes están llamados a imitar al Verbo Encarnado que, como Sacerdote, pidió al Padre que pasara el cáliz, pero que, como Víctima, lo bebió hasta la saciedad “amando la cruz viva de los trabajos, humillaciones, insultos, torturas, dolores, persecuciones, incomprensiones, disgustos, desprecios, vergüenzas, calumnias, muerte… y poder decir con San Pablo: muero cada día para clavar en sus corazones a Aquel que fue clavado en la cruz por ustedes”[35]. De hecho ¡nos llamamos ‘corredentores’!”[36].

Los animo a todos a no escatimar ninguna actividad, ninguna lección, ninguna tarea mientras se esfuercen por alcanzar este sublime Ideal. Él se acercó a ustedes primero. Déjense formar por Él. Aprecien y agradezcan la magnífica llamada que han recibido, la de ser “otros Cristos” por su fidelidad a ella.

Que nuestra Santísima Madre, Madre de Cristo Sacerdote y Víctima, los eduque con su amor materno, para que se refleje en ustedes la auténtica imagen de su Hijo.

A ella le encomiendo a ustedes y a todos los que vendrán después de ustedes a estudiar en su casa, la Casa de Formación Nuestra Señora de Sheshán.

¡Que Dios los bendiga a todos!

[1] Directorio de Espiritualidad, 44.

[2] Gal 3, 27.

[3] Directorio de Espiritualidad, 44.

[4] Cf. Directorio de Espiritualidad, 72.

[5] Directorio de Espiritualidad, 73.

[6] Heb 9, 14.

[7] Lc 12, 50.

[8] C. Buela, El Arte del Padre, Parte III, cap. 1. II. a.3.

[9]  Jn 15, 15.

[10] Ven. Arch. Fulton Sheen, Esos sacerdotes misteriosos.

[11] Lc 1, 35.

[12] Jn 8, 46.

[13] Jn 14, 30.

[14] Mc 1, 24.

[15] 2 Cor 5, 21.

[16] 2 Cor 5, 21.

[17] Cf. 2 Cor 5, 19.

[18] El arte del Padre, Parte III, cap. 1. II. a. 3.

[19] Notas del VII Capítulo General.

[20]  Cf. Constituciones, 50.

[21]  Cf. Constituciones, 51.

[22] Pastores dabo vobis, 47.

[23] Mc 16, 15.

[24]  Cf. Vita Consecrata, 36.

[25] Ibidem.

[26] Constituciones, 30.

[27] Directorio de Espiritualidad, 166.

[28] Constituciones, 216.

[29] Pastores dabo vobis, 47.

[30] Hch 1, 8.

[31] Directorio de Espiritualidad, 65.

[32] Constituciones, 7.

[33] Constituciones, 25.

[34] Cf. Constituciones, 69.

[35] Cf. Directorio de Espiritualidad, 135.

[36] Directorio de Espiritualidad, 167.

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