María, madre y educadora de nuestro sacerdocio

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María, madre y educadora de nuestro sacerdocio
Pastores dabo vobis, 82

Queridos Padres, Hermanos, Seminaristas y Novicios:

Una vez más, tengo el agrado de dirigirme a todos Ustedes a través de esta carta circular a pocos días de celebrar a quien es nuestra Reina y Madre, la Santísima Virgen de Luján. Celebración que este año halla su marco dentro de la conmemoración del 20° aniversario del inicio del Proyecto Virgen de Luján que tan grandes gracias y bienes nos ha reportado.

No podemos dudar que la Virgen de Luján está íntimamente entrelazada a la historia de nuestro Instituto y a nuestra identidad mariana. Su preciosa imagen en nuestras casas religiosas, parroquias, escuelas, hogares, etc. confiesa silenciosa pero manifiestamente que somos todos suyos[1] y que de Ella esperamos “la ayuda para prolongar la Encarnación en todas las cosas”[2].

Siendo el nuestro un Instituto clerical donde la mayor parte de sus miembros son sacerdotes o se preparan para el sacerdocio[3], el rol de la Madre de Dios en nuestras vidas es fundamental. Y esto a título doble: por ser sacerdotes y por ser religiosos misioneros del Instituto del Verbo Encarnado. Por eso resulta muy importante el ahondar nuestra devoción y rendir cada vez más nuestro sacerdocio en santo abandono en los brazos de tan excelsa Madre.

Nosotros –por la participación del sacerdocio de Cristo– gozamos del inefable y dulcísimo privilegio de ser los predilectos de la Virgen. Así nos lo hace notar el Papa Benedicto XVI: “Son dos las razones de la predilección que María siente por ellos [los sacerdotes]: porque se asemejan más a Jesús, amor supremo de su corazón, y porque también ellos, como ella, están comprometidos en la misión de proclamar, testimoniar y dar a Cristo al mundo” [4]. Por lo tanto debemos sabernos aprovechar del precioso legado del Verbo Encarnado: nuestra Madre del cielo. 

La historia misma de la Virgen de Luján con su maternal y generoso auxilio a los sacerdotes, nos ilustra cuán cercanos somos los sacerdotes a su Inmaculado Corazón. Así, por ejemplo, en el año 1875 el P. Jorge María Salvaire, francés, misionero lazarista en Argentina, habiendo sido hecho prisionero y condenado a morir en manos de los indios, fue liberado tras haber hecho un voto a la Virgen de Luján de levantar a la gloria de tan gran Señora un templo digno de Ella, de propagar su culto y de dar a conocer su historia por doquier hasta el final de sus días, como relata él mismo. Hoy en día a él le debemos estas tres grandes obras: el magnífico libro de dos tomos acerca de “La Historia de Nuestra Señora de Luján” publicado en 1885 y en el que trabajó durante 8 años (y en cuya dedicatoria relata su salvación milagrosa); la coronación pontificia de la santa y venerada imagen en 1886; y la construcción de la gran basílica en su honor tal como la conocemos hoy.

Así como este, con otros innumerables signos la Madre del Verbo Encarnado ha manifestado desde siempre su voluntad de ejercer su oficio materno especialmente sobre ‘sus hijos sacerdotes’.

1. La Virgen es nuestra verdadera y propia Madre espiritual[5]

Todos los santos de todos los tiempos tanto de Oriente como de Occidente han atribuido grandísima importancia a la devoción a la Virgen en la vida sacerdotal, como un apoyo eficaz en el camino de santificación, fortaleza constante en las pruebas personales y como fuente de impulsos siempre nuevos para el apostolado.

Por eso San Juan Bosco solía decir a los suyos: “La devoción a María Santísima es una gran defensa y un arma poderosa contra las acechanzas del enemigo. […] María nos asegura que, si somos devotos suyos, nos cubrirá con su manto, nos colmará de bendiciones en este mundo y nos asegurará el paraíso. […] Amad, pues, a esta Madre celestial, acudid a Ella con toda el alma”[6].

El Padre Espiritual de nuestra Familia Religiosa en su primera Carta a los Sacerdotes con motivo del Jueves Santo –una carta que si se quiere es programática para la espiritualidad mariana sacerdotal– nos decía: “la Madre de Cristo, de modo particular es nuestra Madre: la Madre de los Sacerdotes”[7].

La razón profunda para nuestra devoción como sacerdotes religiosos a María Santísima se halla en la relación esencial que Dios en su Providencia ha establecido entre la Madre de Cristo y el sacerdocio de su Hijo, continuado en nosotros –ese mismo y único sacerdocio del que participamos–, como ministros de su Sangre. 

Esta relación de la Virgen con el sacerdocio deriva, ante todo, del hecho de su maternidad. Pues, en el instante de la Encarnación, María se convirtió en madre del Sumo Sacerdote. En efecto, al asumir el Verbo la naturaleza humana, el Hijo eterno de Dios cumplió la condición necesaria para llegar a ser, mediante su muerte y su resurrección, el sacerdote único de la humanidad[8]. Y mientras Cristo entrando en el mundo dijo: Sacrificio y oblación no quisiste; pero me has formado un cuerpo […]. Entonces dije: ‘He aquí que vengo […] a hacer, oh Dios, tu voluntad![9]; la Virgen María manifestó una disposición idéntica diciendo: He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra[10].

Por eso el derecho propio nos exhorta a “aprender a vernos encerrados con Cristo en el seno de María. Porque allí en el momento de encarnarse, en Él quedamos incluidos […] fuimos concebidos en el seno purísimo de María y por eso es nuestra verdadera y propia Madre espiritual”[11]. Y allí debemos aprender con Jesús a depender, total y omnímodamente, de Dios a través de María[12].

Tan es así que “nuestra espiritualidad sacerdotal no podría considerarse completa si no tomase seriamente en consideración el testamento de Cristo crucificado, que quiso confiar Su Madre al discípulo predilecto y, a través de él, a todos los sacerdotes, que han sido llamados a continuar Su obra de redención”[13].

Pero aún más: esta Madre bondadosa fue asociada de modo único al sacrificio sacerdotal de Cristo al compartir con Él su voluntad de salvar el mundo mediante la cruz. Por eso afirmaba San Juan Pablo II: “Ella fue la primera persona y la que con más perfección participó espiritualmente en su oblación de sacerdos et hostia. Como tal, a los que participan en el plano ministerial del sacerdocio de su Hijo puede obtenerles y darles la gracia del impulso para responder cada vez mejor a las exigencias de la oblación espiritual que el sacerdocio implica: sobre todo, la gracia de la fe, de la esperanza y de la perseverancia en las pruebas, reconocidas como estímulos para una participación más generosa en la ofrenda redentora”[14].

Las palabras de Jesús a su Madre Dolorosa en el Calvario: Mujer ahí tienes a tu hijo[15] hablan sin duda de la maternidad universal de la Santísima Virgen en la vida de la gracia con respecto a cada uno de los cristianos. Pero no podemos obviar el hecho de que estas palabras fueron dichas al discípulo predilecto que el día anterior en el Cenáculo había oído de labios de Cristo las palabras: Haced esto en memoria mía[16]. Es decir, es a Juan a quien el mismo Cristo le había dado el poder de celebrar la Eucaristía y pertenecía, como los demás Apóstoles, al grupo de los primeros sacerdotes a quienes les es dada María como Madre. Asimismo, San Juan siendo sacerdote es dado a María como hijo.

Por lo tanto, todos nosotros que hemos recibido el mismo poder de renovar el sacrificio de la cruz mediante la ordenación sacerdotal, en cierto sentido somos los primeros en tener el derecho a ver en Ella a nuestra Madre[17].

Y por eso las palabras de Cristo al Apóstol en la cruz Ahí tienes a tu hijo[18] hacen que la maternidad de la Virgen cobre para nosotros una fuerza y una dimensión especial si consideramos que fueron dichas al apóstol-sacerdote. De hecho, resulta muy apacible para el alma sacerdotal el pensar que al encomendar a San Juan de manera especial al cuidado de su propia Madre, Jesús también nos encomendó a nosotros y a las largas generaciones de sacerdotes que nos sucederán hasta el fin de los tiempos.

Pero también nuestro Señor al hacerle este excelentísimo don le dijo al discípulo y en él a todos nosotros: Ahí tienes a tu madre[19]. De donde se desprende la natural y suavísima obligación de todo cristiano de tratar a María como a nuestra Madre, de amarla, de defenderla. Sin embargo, no podemos obviar el significativo detalle de que estas palabras han sido dirigidas a un sacerdote. “¿No podríamos deducir de esto que somos nosotros los sacerdotes los que tenemos el encargo de promover y desarrollar la devoción a María y que, somos sus principales responsables?”[20].

Tengamos siempre muy presente que la devoción mariana y “el trabajar dentro de la impronta de María”[21] es un elemento no negociable que se sigue e integra con el carisma mismo del Instituto[22]. Y esto hasta el punto de que tenemos como nota distintiva el profesar un cuarto voto: el de materna esclavitud de amor a María. Por tanto, este elemento debe ser valorado en toda su importancia a fin de ser fuente perenne de fecundidad sobrenatural para nuestra Familia Religiosa.

No en vano el derecho propio nos exhorta a “ser Apóstoles de María entregándonos a Ella en la materna esclavitud de amor y haciendo todo ‘por María, con María, en María y para María’”[23].

Nosotros ya por ser sacerdotes religiosos, ya por ser misioneros, ya por ser sus esclavos, gozamos de una espléndida y penetrante cercanía con la Madre de Cristo. Por eso debe ser connatural en nosotros el recurrir a Ella con esperanza y amor excepcionales. Pues no hay necesidad o cuidado del cuerpo y del alma que esta Madre de Misericordia no esté dispuesta a socorrer con eficaz asistencia.

También nosotros –a semejanza del Apóstol San Juan– debemos acoger a la Santísima Virgen en “el ‘hogar’ interior de nuestro sacerdocio”[24]. Es decir, “amar y venerar con filial confianza a la Santísima Virgen María”[25] que nada se reserva para sí[26]. Este “acoger a María en nuestra casa significa” –explica Juan Pablo Magno– “hacerle un lugar en nuestra vida, y estar unido a ella diariamente con el pensamiento, los afectos y el celo por el reino de Dios y por su mismo culto. […] El presbítero ha de tener presente siempre que en las dificultades que encuentre puede contar con la ayuda de María; encomendarse a ella y confiarle su persona y su ministerio pastoral”[27]. Pues esta Madre cariñosa y de inefable ternura no nos es distante, ni se olvida de nuestros asuntos, antes bien, con gran efectividad nos auxilia en todo e incluso se adelanta a nuestras necesidades. ¡Pruebas tenemos de sobra acerca de lo que puede la Omnipotencia suplicante de María!

Para nosotros que nos confesamos esencialmente marianos, la devoción a la Virgen es algo primordial y un recurso muy a la mano que nos sirve de apoyo durante toda nuestra vida sacerdotal y ha de hacer muy fecundo nuestro ministerio. Si nosotros vivimos nuestro ministerio unidos a María Santísima, éste será custodiado en su Corazón y podremos como Ella permanecer dispuestos al servicio de todos. Entonces será así fecundo y salvífico, en todos sus aspectos. No olvidemos nunca que la Virgen es uno de nuestros grandes amores[28] y Ella, por tanto, debe ser el objeto de nuestras continuas atenciones y oraciones.

El Venerable Arzobispo Fulton Sheen escribía: “El sacerdote tiene un profundo amor a María no sólo en sus mejores momentos sino también en sus caídas. [Ya que] confía en su intercesión para combatir sus debilidades y particularmente busca su atención especial sabiendo que el hijo que cae más a menudo es el más apto para recibir más los besos de la madre. [Y] si alguna vez la manera de ser de Simón lo domina; si llegan momentos en que como Dimas se enamora del mundo presente[29]; si en la parroquia se vuelve conocido como ‘el golfista’ o ‘el tipo estupendo’ o como ‘uno de los chicos’ en vez de como ‘un buen sacerdote’ entonces sabe dónde debe ir por ayuda para encontrar a su Señor. Debe ir a María”[30].

Por eso también el Magisterio de la Iglesia nos exhorta a una devoción tierna, auténtica y personal con la Madre del Verbo Encarnado ya que Ella “nos ofrece una visión serena y una palabra tranquilizadora”[31]. Y posando con sus manos nuestra cabeza sobre su Corazón Inmaculado suavemente –como sólo la pedagogía maternal lo sabe hacer– nos va enseñando la victoria de la esperanza sobre la angustia, de la comunión sobre la soledad, de la paz sobre la turbación, de la alegría y de la belleza sobre el tedio, de las perspectivas eternas sobre las temporales, de la vida sobre la muerte[32].

No hace falta que les diga que la vocación sacerdotal implica una participación en los sufrimientos de Cristo. Pero sí quisiera insistirles en que “para acortar distancias en el camino difícil, para mitigar las asperezas y vencer los obstáculos, vela sobre nosotros, con la sensibilidad de su corazón y la potencia de su intercesión, María, Madre del eterno Sacerdote y de todos los sacerdotes. No se cansen nunca de recurrir a Ella. Rueguen con humilde insistencia y con plena confianza. La Virgen Santísima acogerá sus suplicas. Será la Stella Matutina, que en cada despertar difundirá una luz siempre nueva ante sus pasos”[33]. En otras palabras: “sean devotísimos de la Virgen”[34].

Nosotros como sacerdotes debemos mostrar el mismo amor de Cristo por su Madre con vivas expresiones de devoción mariana tales como la consagración diaria a María Santísima, el coloquio íntimo con Ella confiándole todos nuestros esfuerzos, dificultades y alegrías cotidianas[35], el uso del escapulario[36], el tener cerca una imagen de la Virgen que nos recuerde siempre que estamos bajo su maternal mirada[37], el rezar el oficio de Santa María in sabbato[38] y los miles de otros detalles que el afecto filial nos sugiera, pero por sobre todo: “el amor a María se manifiesta visiblemente en el rezo del Santo Rosario”[39].

2. La Santísima Virgen sea el modelo, la guía, la forma de todos nuestros actos[40]

“Como sabemos, la Virgen Santísima desempeñó su papel de madre no sólo en la generación física de Jesús, sino también en su formación moral”[41]. En virtud de su maternidad, le correspondió educar al Niño Jesús de modo adecuado a su misión sacerdotal, es decir, para ser víctima.

De modo similar, María está presente desde el origen de toda vocación y la acompaña a lo largo de todo el proceso formativo. Si esto es cierto de todas las vocaciones, ¡cuánto más de cada miembro del Instituto del Verbo Encarnado! Pues mucho antes de que considerásemos la vocación religiosa –e incluso antes de que naciéramos– ya la Virgen de Luján atesoraba en su Corazón a tantos hijos que un día serían sacerdotes del IVE. De tal modo que podemos decir que detrás de nuestra vocación se halla sin duda el gran amor de la Santísima Virgen. Por tanto, esta devoción profunda, concreta, y genuina de la que venimos hablando, debe gestarse y hacerse manifiesta ya desde el Noviciado y reafirmarse aún más durante el tiempo de formación en el Seminario Mayor a fin de cobrar todo su vigor y madurez durante nuestro ministerio, para poder corresponder a ese amor preferencial de nuestra Madre.

Así lo prescribe el derecho canónico y del mismo modo lo prescribe el derecho propio: “Deben fomentarse el culto a la Santísima Virgen María, incluso por el rezo del santo rosario, la oración mental y las demás prácticas de piedad con las que los alumnos adquieran espíritu de oración y se fortalezcan en su vocación”[42].

Todos sabemos que María, por ser nuestra Madre y Madre del Verbo Encarnado, sumo y eterno sacerdote, es la formadora eminente de nuestro sacerdocio. Ella es quien “coopera con un amor maternal”[43] y activo en la capacitación de todos los que un día han de convertirse en hermanos de su Hijo y que, de hecho, se convierten en sus amigos[44]. Más aún, Ella hará todo lo que esté a su alcance para que no traicionemos esta santa amistad[45].

Es la Madre amable y servidora fiel quien sabe modelar el corazón sacerdotal. Y así como velaba, con solicitud materna, por el Verbo Encarnado, del mismo modo vela para que nosotros crezcamos en sabiduría, edad y gracia delante de Dios y de los hombres.

Aunque muchas veces se lo hemos dicho a otros, conviene recordárnoslo a nosotros mismos: “No serán hijos devotos, quienes no sepan imitar las virtudes de la Madre”. Como sacerdotes, por tanto, hemos de mirar a María si queremos ser ministros humildes, obedientes y castos, que puedan dar testimonio de caridad a través de la donación total al Señor y a su Iglesia. Porque es guiados de la mano materna de la Virgen Purísima y al calor de su Inmaculado Corazón que nuestra alma se va impregnando del buen olor de Cristo[46] y nuestro corazón va compenetrándose de los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús[47].

Por eso explícitamente declara el Directorio de Vida Consagrada: “Es Ella el modelo perfecto de consagrada al que todo religioso debe siempre contemplar e imitar”[48].

¿Qué es lo que como ministros o futuros ministros de Cristo uno aprende de María?

Fundamentalmente, uno aprende de la Virgen a pronunciar a diario su fiat y como Ella a hacerse disponible para siempre a la voluntad de Dios: “en la humildad de una vida oculta, en la aceptación de los sufrimientos para completar lo que en la propia carne falta a las tribulaciones de Cristo[49], en el sacrificio silencioso, en el abandono a la santa voluntad de Dios, en la serena fidelidad incluso ante el declive de las fuerzas y del propio ascendiente”[50]. ¡Qué contradicción sería ver el magnífico ejemplo de generosidad en la entrega personal de nuestra Madre y luego sembrar mezquinamente![51].

En el contacto diario con la Virgen uno adquiere “aquel amor maternal, con que es necesario que estén animados todos aquellos que, asociados en la misión apostólica de la Iglesia, cooperan a la regeneración de los hombres”[52]. Y “así como en la Virgen María estuvieron unidas la virginidad y la maternidad, análogamente en el sacerdote deben estar unidas la virginidad y la paternidad”[53] a fin de engendrar a Cristo en los demás. San Juan Pablo II preguntaba a los sacerdotes: “si toda la Iglesia ‘aprende su propia maternidad de María’[54], ¿no necesitamos hacerlo también nosotros?”[55].

De la prisa de la Virgen María por asistir a su prima Santa Isabel aprendemos la “docilidad y prontitud en la ejecución de lo que pide el Espíritu Santo, trabajando siempre contra la tentación de la dilación, contra el miedo al sacrificio y a la entrega total y contra la tentación de recuperar lo que hemos dado buscando compensaciones o instalándonos en cosas que no sean Dios”[56]. Fulton Sheen de un modo muy real y concreto dice que el sacerdote aprende “a no demorarse en atender las llamadas de los enfermos, a no retrasarse mientras la familia se preocupa, sino que como María, el sacerdote se da prisa ya que nada requiere tanta velocidad como la necesidad de los demás”[57].

Contemplando a nuestra Madre en el misterio de la pérdida y el hallazgo del Niño Jesús en el templo aprendemos esta gran lección: que no debemos esperar a que los que están perdidos vuelvan, nosotros debemos ir en busca de ellos. Porque si somos misioneros debemos “movernos a impulsos del ‘celo por las almas’”[58] y “no buscar otra cosa sino que el bien de las almas se difunda y se acreciente”[59]. “En este sentido, la nueva evangelización exige que el sacerdote haga evidente su genuina presencia. Se debe ver que los ministros de Jesucristo están presentes y disponibles entre los hombres. También es importante por eso su inserción amistosa y fraterna en la comunidad”[60]. Nada más lejos del ejemplo de nuestra Madre que sacerdotes airados, recluidos en una oficina y sin roce con las almas.

En el misterio de las Bodas de Caná la Virgen nos enseña a los sacerdotes que nosotros no nos pertenecemos a nosotros mismos sino a la Iglesia. “Exhorta al respecto la Optatam totius: ‘llénense (a los alumnos) de un espíritu tan católico que se acostumbren a traspasar los límites de la propia diócesis o nación o rito y ayudar a las necesidades de toda la Iglesia, preparados para predicar el Evangelio en todas partes’”[61].

A su vez, la verdadera devoción a María previene al sacerdote de ser un mercenario[62] que piensa que es un funcionario con horario fijo, tareas determinadas, límites parroquiales y sin ovejas perdidas[63]. Es decir, nos previene de ser como aquellos que buscan sus propios intereses y no los de Jesucristo[64], que no aman gratuitamente a Cristo, que no buscan a Dios por Dios, que van en pos de las comodidades temporales, ávidos del lucro y deseosos de honores humanos. Porque para el verdadero devoto de María no existe el “on duty[65] ya que “el que anda en amor no cansa ni se cansa”[66] en todas partes está “on love[67].

También la Santísima Virgen nos enseña a los sacerdotes lo que es la compasión, que no quiebra jamás la caña cascada ni apaga la mecha humeante[68]. Un sacerdote que lleva una vida fácil, sin mortificación, que es altanero, no se puede inclinar a compadecerse de los demás[69]. Por eso es muy necesario que en la preparación al sacerdocio se incluya “una seria formación de la caridad. En particular un amor preferencial por los pobres, y un amor misericordioso y lleno de compasión por los pecadores”[70] [71]. Un amor que se defina como el amor del Buen Pastor que da la vida por las ovejas[72].

También de la Madre al pie de la cruz aprendemos a sufrir en silencio y a dar precisamente la vida por las ovejas. El Venerable Arzobispo americano lo expresa de la siguiente manera: “Si la Virgen María que merecía verse libre de todo mal, pudo, sin embargo, en la especial Providencia de su Hijo, tener una cruz, entonces ¿cómo es que nosotros, que no merecemos estar al mismo nivel de Ella, esperamos escapar de nuestro encuentro con la cruz? ‘¿Qué hice para merecer esto?’ es un grito de orgullo. ¿Qué hizo Jesús? ¿Qué hizo María? Que no haya quejas contra Dios por enviarnos cruces; que haya solo sabiduría suficiente para ver que María está allí haciéndola más liviana, más dulce, ¡haciéndola suya!”[73].

Cuentan que San Luis Orione solía desahogarse en voz alta con la Virgen en momentos de gran cruz buscando su amparo maternal. En ocasión del cierre forzado del Oratorio en Tortona le decía a la Virgen: “Queridísima y veneradísima Madre, Oh Madre mía, que nunca has abandonado a nadie, ¡no abandones a este, tu pobre y último hijito! Verdaderamente no puedo más… Sálvame, oh Mamá querida, sálvame con mis jóvenes y con mi oratorio. Somos calumniados y abandonados por todos. No puedo seguir adelante solo… Si tú no vienes, me ahogo con mis muchachos. ¡Ven, madre querida, ven y no tardes! ¡Ven oh Madre, ven a salvarnos!”[74].

Lo mismo debemos hacer nosotros siguiendo la recomendación expresa de las Constituciones que nos mandan a “sufrir con Ella”[75], especialmente cuando se trata de las cruces del ministerio sacerdotal. Porque si bien la Virgen María endulza todas nuestras cruces, lo hace principalmente con aquellas que tienen que ver con nuestro trabajo pastoral que, como bien dice el derecho propio, “es cruz”[76]. No olvidemos nunca que de Ella nos viene la ayuda imprescindible para prolongar la Encarnación en todas las cosas[77].

Pero también debemos “hablar de Ella, honrarla, glorificarla, recomendarnos a Ella, gozar con Ella, trabajar, orar y descansar con Ella”[78]. De lo contrario, corremos el riesgo de que nuestra devoción a la Virgen se vuelva abstracta, fría, e interesada, hasta tornarse estéril.

Nosotros debemos alimentar en todo momento la verdadera devoción a María que es siempre “interior, tierna, santa, constante y desinteresada”[79], sacando de ella consecuencias prácticas para nuestra vida y ministerio sacerdotal, lo cual no es otra cosa sino “marianizar la vida”[80].

3. Proyecto Virgen de Luján

A tal punto la devoción a la Virgen es central en nuestra espiritualidad que en repetidas ocasiones el derecho propio la sintetiza diciendo, a modo de “código fundamental”: “No, Jesús o María; no, María o Jesús / Ni Jesús sin María; ni María sin Jesús / No sólo Jesús, también María; ni sólo María, también Jesús / Siempre Jesús y María; siempre María y Jesús […] Todo por Jesús y por María; con Jesús y con María; en Jesús y en María; para Jesús y para María”[81]. Ya que una verdadera relación con Jesucristo no puede menos que ir acompañada de una devoción auténtica a María, Madre suya y Madre nuestra.

Tal espiritualidad encuentra su expresión no sólo en la profesión del cuarto voto de esclavitud mariana, según el espíritu de San Luis María Grignion de Montfort[82] sino en el desear la presencia de la Virgen en todas nuestras misiones y actividades, ya que estamos convencidos de que la devoción a María Santísima es de una eficacia pastoral incomparable a la hora de atraer a las almas a Cristo. De esto se siguen los vivos esfuerzos que en todas partes hacen nuestros misioneros por difundir la devoción a María entre las almas a ellos encomendadas: ya a través de las prédicas, del rezo del rosario en las parroquias, de la gran solemnidad con que se celebran las misas y procesiones en honor a la Madre de Dios en los días de fiesta, el empeñarse en que cada vez más almas realicen la consagración total a Jesús por María, el organizar peregrinaciones a sus santuarios, el adornar con gran decoro el altar de la Virgen, el promover el uso del escapulario, el nombrarla Patrona de los grupos parroquiales, etc.

Y es con esa misma certeza de que la devoción a la Virgen, la gran evangelizadora de la cultura, es de gran eficacia pastoral y constituye una fuerza renovadora de la vida cristiana[83], que surgió hace ya 20 años, el Proyecto Virgen de Luján que ha hecho a la Virgen aún “más nuestra”.

Como todos Ustedes saben, el Proyecto Virgen de Luján nació el 1 de enero de 1999 buscando dar más gloria a la Virgen. Se eligió, además, su imagen por ser la Celestial Patrona del país donde nació nuestra Familia Religiosa y porque a Ella le debemos incontables gracias y muy grandes bienes, entre ellos el don mismo de la vocación al Instituto, como atestigua nuestro Fundador[84].

Innegablemente, este Proyecto ha sido un vehículo espléndido para promover la devoción a la Virgen de Luján. Primero entre nuestros religiosos de tan variadas nacionalidades y luego también entre las almas a nosotros encomendadas en países tan distantes como Filipinas, Tayikistán, Papúa Nueva Guinea, etc.

En este punto quisiera hacer notar que la devoción a la Virgen de Luján no es sólo algo de los ‘argentinos’ sino del Instituto como un todo. Y esto por pedido, en su momento, mayoritariamente por los religiosos que no son argentinos. Recordemos que la Sagrada Congregación para el Culto y la Disciplina de los Sacramentos ha reconocido a la Santísima Virgen de Luján como Patrona oficial de nuestro Instituto[85]. Es decir: la Virgen de Luján es nuestra Patrona. Y así como los grandes misioneros a dondequiera que iban llevaban siempre consigo una imagen de la Virgen, así todo miembro del Instituto no sólo debe llevar impresa en el fondo de su alma la Virgen de Luján que lo ha engendrado para la vida religiosa en este Instituto sino que también nuestras misiones deben ser presididas por la Limpia y Pura Concepción de Luján.

Por gracia de Dios la mayor parte de nuestros misioneros distribuidos en más de una cuarentena de países hoy tienen el consuelo de descansar la mirada cada día en el manto azul celeste de la Virgen de Luján. Si en la actualidad hubiese alguna misión o casa religiosa que no tenga la Santa Imagen, es de desear que los religiosos tomen todos los recaudos necesarios para poder tener una. Ya que Ella “nos enseña a evangelizar la cultura fundamentándonos sobre nuestros propios valores, pero estando siempre abiertos a los universales”[86]. Y, además, porque la Virgen desea extender su amparo maternal sobre todos los pueblos que la invoquen. Por eso, los animo también a proveerse de estampas, estatuillas, medallas, y demás objetos de piedad para promover su devoción.

Consecuentemente, es clave que desde el Noviciado nos empapemos de la historia de la Virgen de Luján, que promovamos el estudio de los libros de Mons. Juan Antonio Presas, el máximo historiador de la Virgen de Luján, poniéndolos a disposición de nuestros religiosos y de los devotos, para que del conocimiento se engendre amor. Por otra parte, también se hace necesario fomentar su devoción con la práctica de la novena, la distribución de estampas con la oración a la Virgen, el solemnizar su fiesta, el organizar su coronación donde aún no se haya hecho, etc. Es decir, nosotros debemos ser verdaderos apóstoles de la Virgen de Luján sabiendo transmitir a otros nuestro amor por Ella de distintas maneras, siempre respetando al máximo las devociones particulares de nuestros misionados.

Es por eso que este próximo 8 de mayo y dentro del año en que se conmemora el 20° aniversario de iniciado el Proyecto Virgen de Luján, hemos de celebrar con gran solemnidad la Santa Misa en honor a nuestra Madre del Cielo en la Basílica de Santa María la Mayor, aquí en Roma.

Allí en nombre de todos presentaremos a la Reina del Instituto obsequios que hemos venido preparando a lo largo de este último año en conjunto con las Hermanas Servidoras.

Se trata de la publicación de cinco tesoros literarios –ya fuera de edición– referidos a nuestra Madre, la Purísima Virgen de Luján:

–  El primero es “Nuestra Señora de Luján – Estudio crítico-histórico – 1630-1730”, obra publicada por Mons. Juan Antonio Presas en 1980, con ocasión de celebrarse en la Nación Argentina el 350° aniversario de la llegada a sus playas de la santa y milagrosa imagen de Nuestra Señora de Luján. Ese volumen encierra, aunque más actualizados y documentalmente mucho más enriquecidos, otros tres estudios anteriores del autor.

–  El segundo son los dos volúmenes de la “Historia de Nuestra Señora de Luján” escrita por el P. Jorge María Salvaire que he mencionado al inicio de esta carta. Tal obra forma parte del cumplimiento del voto que hiciera el P. Salvaire ante su milagrosa liberación de una muerte inminente. Según los entendidos, la Historia del P. Salvaire “se levanta inconmensurablemente sobre todas las [obras] de su género, aparecidas a fines del pasado siglo”[87].

– Los otros tres escritos, que estarán en un mismo volumen, son la edición documentada con fotografías de las dos crónicas históricas más antiguas sobre Nuestra Señora de Luján, a saber: la crónica del R. P. Fray Pedro Nolasco de Santa María titulada “Historia de Nuestra Señora de Luján” escrita en el año 1737, y la del R. P. Fray Antonio Oliver titulada “Historia verídica sobre el origen, fundación y progresos del Santuario de la Purísima Concepción de Nuestra Señora de la Villa de Luján con la Novena a la Santísima Virgen”, publicada en 1812 por el P. Maqueda. Hemos añadido también una alocución, publicada luego como artículo científico en 1967, del Dr. Raúl Alejandro Molina –miembro de grado de la Academia Nacional Argentina de Historia– titulada Leyenda e historia de la Virgen de Luján, disertación que ha marcado un antes y un después en la investigación del Milagro de Luján.

Es de destacar que los diferentes capítulos de los dos volúmenes de la obra del P. Salvaire así como las secciones que dividen la edición documentada de las crónicas antiguas y la obra de Mons. Presas han sido ilustrados con óleos pintados magníficamente por la Hermana María de Jesús Sacramentado, quien muy generosamente ha puesto sus dones artísticos al servicio de esta obra. Ella a su vez ha pintado un hermoso cuadro del Siervo de Dios el Negro Manuel Costa de los Ríos, como se lo menciona en el estudio histórico que elaboró Mons. Guillermo Durán.

Finalmente, se han de distribuir estampas de la Virgen de Luján con una oración a Ella compuesta por uno de los nuestros. Oración que hemos de rezar todos juntos frente a la Imagen de la Limpia y Pura Concepción de Luján para renovar nuestra consagración a Ella invocando su Patrocinio sobre nuestra Familia Religiosa, y a la vez para agradecerle por nuestra vocación y por las numerosas vocaciones que se complace en seguir enviando a nuestro Instituto; para encomendar a su maternal protección la vocación y ministerio sacerdotal de todos nuestros miembros y pedirle que lo haga fructificar abundantemente y, por último, para rogarle por la pronta y exitosa consecución de varios proyectos que tenemos en marcha a nivel del entero Instituto.

 

* * * * *

A pocos días de la hermosa fiesta de la Virgen de Lujan es mi oración fervorosa que todos los miembros de nuestra Familia Religiosa sepamos ser fieles a la preciosa herencia que nos ha legado el Verbo Encarnado: Nuestra Señora, nuestra Madre, en su advocación de María de Luján.

Que María, la “forma Dei[88], también forme a Cristo en nuestras almas con esos toques misteriosos e intangibles de amor materno. Que su intercesión convierta el agua de nuestras vidas en vino y limpie con sus lágrimas la Sangre de las heridas abiertas en la cruz. Ella nos alcance además la gracia de saber recibir el don de nuestro sacerdocio con amor agradecido, apreciándolo plenamente como ella hizo en el Magnificat; la gracia de la generosidad en la entrega personal para imitar su ejemplo de Madre generosa; la gracia de la pureza y la fidelidad en el compromiso del celibato, siguiendo su ejemplo de Virgen fiel; la gracia de un amor ardiente y misericordioso a la luz de su testimonio de Madre de misericordia[89].

Les mando un gran abrazo, en el Verbo Encarnado y su Madre, la Virgen de Luján,

P. Gustavo Nieto, IVE
Superior General

1 de mayo de 2019
Carta Circular 34/2019

 

[1] Cf. Constituciones, 19.

[2] Cf. Constituciones, 17.

[3] Constituciones, 258.

[4] Benedicto XVI, Alocución durante el rezo del Ángelus (12/08/2009).

[5] Cf. Directorio de Espiritualidad, 79.

[6] Cf. San Juan Bosco, Obras fundamentales, Parte II, El joven cristiano, art. 8.

[7] San Juan Pablo II, Carta a los Sacerdotes con motivo del Jueves Santo (08/04/1979), 11.

[8] Cf. Hb 5, 1.

[9] Hb 10, 5.7.

[10] Lc 1, 38.

[11] Cf. Directorio de Espiritualidad, 79.

[12] Cf. Directorio de Espiritualidad, 84.

[13] Cf. P. C. Buela, IVE, Sacerdotes para siempre, Parte I, cap. 6 (II), 3.

[14] San Juan Pablo II, Audiencia General (30/06/1993).

[15] Jn 19, 26.

[16] Lc 22, 19.

[17] Cf. San Juan Pablo II, Carta a los Sacerdotes con motivo del Jueves Santo (08/04/1979).

[18] Jn 19, 26.

[19] Jn 19, 27.

[20] Cf. San Juan Pablo II, Audiencia General (30/06/1993).

[21] Constituciones, 30.

[22] Cf. Notas del V Capítulo General, 15.

[23] Directorio de Espiritualidad, 307; op. cit. San Luis María Grignion de Montfort, Tratado de la Verdadera Devoción, 257.

[24] San Juan Pablo II, Carta a los Sacerdotes con motivo del Jueves Santo (25/03/1988).

[25] Cf. Optatam totius, 8.

[26] Cf. Constituciones, 85.

[27] Cf. San Juan Pablo II, Audiencia General (30/06/1993).

[28] Directorio de Espiritualidad, 303.

[29] 2 Tim 4, 10.

[30] Ven. Arz. Fulton Sheen, The Priest is Not His Own, cap. 17. [Traducido del inglés]

[31] San Pablo VI, Exhortación apostólica Marialis Cultus (02/02/1974), 57.

[32] Cf. Ibidem.

[33] Cf. San Juan Pablo II, A los sacerdotes y religiosos en Palermo (20/11/1982).

[34] Don Orione, citado por P. Vincenzo Alesiani, Carta a Sacerdotes.

[35] Cf. Directorio de Misiones Ad Gentes, 173.

[36] Constituciones, 136.

[37] Cf. Directorio de Vida Contemplativa, 66.

[38] Ibidem.

[39] Cf. Congregación para el Clero, Directorio para el ministerio y la vida de los presbíteros, 50; 94; 100.

[40] Constituciones, 19.

[41] San Juan Pablo II, Audiencia General (30/06/1993).

[42] Directorio de Seminarios Mayores, 212; op. cit. CIC, can. 246, § 3.

[43] Lumen Gentium, 63.

[44] Cf. Jn 15, 15.

[45] Cf. San Juan Pablo II, Carta a los Sacerdotes con motivo del Jueves Santo (25/03/1988).

[46] Directorio de Espiritualidad, 44; op. cit. 2 Cor 2, 15.

[47] Directorio de Espiritualidad, 44; op. cit. Flp 2, 5. 

[48] Directorio de Vida Consagrada, 410.

[49] Col 1, 24.

[50] Directorio de Vida Consagrada, 227; op. cit. Vita Consecrata, 24.

[51] Cf. Directorio de Espiritualidad, 108.

[52] Directorio de Vida Consagrada, 412; op. cit. Evangelica Testificatio, 56; op. cit. Lumen Gentium, 65.

[53] Ven. Arz. Fulton Sheen, The Priest is Not His Own, cap. 17. [Traducido del inglés]

[54] Redemptoris Mater, 43.

[55] San Juan Pablo II, Carta a los Sacerdotes con motivo del Jueves Santo (25/03/1988).

[56] Directorio de Espiritualidad, 16.

[57] Ven. Arz. Fulton Sheen, The Priest is Not His Own, cap. 17. [Traducido del inglés]

[58] Cf. Directorio de Misiones Ad Gentes, 165; op. cit. Redemptoris Missio, 89.

[59] Directorio de Seminarios Mayores, 106.

[60] P. C. Buela, IVE, Sacerdotes para siempre, Parte II, cap. 3, 5.

[61] Directorio de Seminarios Mayores, 430; op. cit. 20.

[62] Jn 10, 12.

[63] Cf. Ven. Arz. Fulton Sheen, The Priest is Not His Own, cap. 17. [Traducido del inglés]

[64] Flp 2, 21.

[65] “En servicio”, para indicar que una persona está encargada en ese día o momento determinado de prestar un servicio.

[66] San Juan de la Cruz, Puntos de amor reunidos en Beas, 18.

[67] “Enamorado”, o en este caso en el sentido de “amando” en todas partes.

[68] Cf. Mt 12, 20.

[69] Cf. Ven. Arz. Fulton Sheen, The Priest is Not His Own, cap. 17. [Traducido del inglés]

[70] Pastores dabo vobis, 49.

[71] Cf. Directorio de Seminarios Mayores, 238.

[72] Jn 10, 11.

[73] Ven. Arz. Fulton Sheen, The Priest is Not His Own, cap. 17. [Traducido del inglés]

[74] P. Vincenzo Alesiani, San Luis Orione – Sembrar a Jesucristo, Carta a los Sacerdotes, op. cit. de Don L. Orione, vol. I, 765 – 66.

[75] Constituciones, 89.

[76] Constituciones, 156.

[77] Constituciones, 17.

[78] Constituciones, 89.

[79] San Luis María Grignion de Montfort, Tratado de la Verdadera Devoción, 105.

[80] Constituciones, 85.

[81] Constituciones, 47; Directorio de Espiritualidad, 325.

[82] Constituciones, 17.

[83] Marialis Cultus, 57.

[84] “De manera especial quiero decir que aún siendo seminarista siempre le pedí a Ella la gracia de poder orientar muchas vocaciones. Por eso, las vocaciones, el que podamos tener tantas vocaciones, es una gracia que le atribuyo a la Virgen de Luján”; María de Luján – Misterio de la Mujer que espera, cap. 7.

[85] Decreto del 25 de noviembre de 2011, Prot. N. 618/11/1, firmado por el Card. Antonio Cañizares, Prefecto de ese Dicasterio.

[86] P. C. Buela, IVE, María de Luján – Misterio de la Mujer que espera, cap. 12.

[87] P. Guillermo Furlong, Artículo sobre la historiografía eclesiástica argentina desde 1536-1943.

[88] Directorio de Espiritualidad, 83.

[89] San Juan Pablo II, Audiencia General (30/06/1993).

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