La Reina que conquistó el corazón de Dios

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Coronación de Nuestra Señora

Monasterio de Velletri – Segni,

[Exordio] Queridas Madre y Hermanas: en primer lugar, quisiera agradecerles mucho la invitación que me han hecho. Estoy muy contento de haber podido venir a celebrar la Santa Misa con Ustedes, aquí en la Capilla de este Monasterio, y más todavía aun por la hermosa ocasión de la Coronación de la imagen de la Virgen Madonna delle Grazie.

La Coronación de Nuestra Señora es sin duda una ocasión de singular relevancia para una comunidad. Ya que, al hacerlo, Ustedes proclaman el reinado de María en particular sobre sus corazones y los corazones de los hijos de esta diócesis que se honran de tenerla por Madre. Pero también se comprometen a servirle con sumisión filial. Proceder de esta manera no es otra cosa sino rendir homenaje de adoración a Dios, que es el Padre, Hijo y Esposo de María, porque es Él quien la tiene constituida Reina del universo entero.

Por eso esta coronación es también, lo que se llama, “un juramento público de vasallaje”. Es decir, damos muestras de nuestro vínculo de fidelidad y dependencia total a tan dignísima Reina, porque llamándonos un día aquí a Velletri para vivir en su casa, se constituyó Soberana nuestra y muy particularmente de Ustedes.

Finalmente, esta Coronación a la Virgen que hoy realizaremos -por gracia de Dios- es sin duda un tributo de gratitud y de amor filial, justamente debido a esta Madre tan tierna y Patrona tan misericordiosa de esta diócesis y del monasterio.

He aquí, entonces, los tres puntos que brevemente quisiera tocar brevemente en esta homilía rogando la intercesión de la misma Madre de la Divina Gracia. 

1. Homenaje a Dios 

Comencemos por el primero: nuestro homenaje de adoración a Dios al venerar a su Madre.

Pertenece a la Bondad suma y a los insondables designios de Dios el haber creado una muchedumbre de hombres y mujeres y destinarlos a una felicidad eterna por virtud del Verbo Encarnado y mediación de la Madre de Dios.

Ahora bien, en el gran desfile de la humanidad se levanta Ella, bendita entre todas las mujeres, es la gran mujer por excelencia: la Santísima Virgen María.

Ella sola es un gran milagro: “Magnum miraculum[1], decía San Juan Crisóstomo, porque Ella sola superó y excedió en excelencia y dignidad a toda la tierra y a todos los cielos. Pues su dignidad como Madre de Dios es como infinita, según la expresión del Doctor Angélico.

Por eso decía un autor: que la Santísima Virgen “se elevó Ella sola entre todas las creaturas sobre la base de su humildad, a formar por singular y maravilloso modo, el complemento exterior de la misma Trinidad, dándole ella sola también la mayor gloria accidental”[2]. Y continuaba diciendo: “En ella, el Padre que solo tuvo eternamente al Divino Hijo, vino a tener en tiempo la Hija de que carecía; el Hijo que era eternamente engendrado por el Padre sin Madre, tuvo ésta en Ella; y el Espíritu de Dios que es caridad, amor eterno, quiero decir, el Espíritu Santo, vino a lograr asimismo en Ella, la Divina Esposa que le convenía y que eternamente había amado”[3].

Por eso, queridas hermanas, la Coronación de la Virgen –si me permiten la expresión–es como el pago de una deuda del mismo Dios para con Ella. Es como si Cristo al entrar triunfante y sentarse a la derecha del Padre, “extrañase” la presencia de la Madre y por eso Dios mismo la eleva al cielo para ser exaltada por el mismo Rey Eterno y ser dignamente coronada.

Así nos lo enseña el Magisterio de la Iglesia diciendo: “La Virgen Inmaculada, preservada inmune de toda mancha de culpa original, terminado el curso de su vida en la tierra, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial, y fue ensalzada por el Señor como Reina del universo con el fin de que se asemejase de la forma más plena a su Hijo, Señor de los señores (cf. Ap 19,16) y vencedor del pecado y de la muerte”[4].

Sí, María Santísima triunfó por sus virtudes y triunfó por la carne purísima que libremente ofreció en su casto seno a su Divino Hijo. Por eso el mismo Verbo Encarnado la corona diciéndole, y cito aquí el Cantar de los Cantares: Ven del Líbano, Esposa mía, ven del Líbano, ven serás coronada[5].

 Y es como si todo el universo debiera secundar los honores ofrecidos por Dios a la Divina Reina. Porque, aunque a solo Dios se debe la adoración, Dios mismo quiere que todas las creaturas del cielo y de la tierra, por honor y culto al mismo Dios, honremos a esta Dulcísima Madre. Y así, cuando en un momento coronemos a la Virgen como Reina no estamos haciendo otra cosa sino rendir el justo homenaje de adoración a la misma Trinidad, que tan grande y esplendida se ostenta en la que es su Hija, Madre y Esposa.

De tal modo que el rito de la coronación significa, más allá del reconocimiento de la glorificación de la Virgen, la acción de gracias a Dios porque la eligió como Madre virginal de su Hijo, porque María fue fiel enteramente hasta la cruz, porque Jesús nos la entregó como Madre y Ella nos recibió como hijos. Y en su regazo estamos al abrigo frente a toda intemperie. 

2. Juramento de vasallaje 

Esta coronación que vamos a hacer en un momento –réplica de la Coronación de la Madre de Dios hecha por la misma Trinidad– es también en nuestro caso, un acto de rendición y dependencia a esta Preciosa Madre, en atención y respeto de su majestad y soberanía[6]. ¡Cuántos son los inmensos favores que nos concede! Y esta es realmente nuestra intención, porque queremos reconocerla y venerarla como quien es: nuestra Dulce Soberana.

Haciéndola Reina del monasterio y de los corazones de todas las que viven ahora aquí y vivirán en el futuro, establecemos a la más Bondadosa de todas las Madres como la Abadesa que “sabe compadecerse de la miseria de sus hijas”[7] y en su suavísima providencia les concede todas las gracias. Y queda Ella establecida como la Maestra que con piadoso afecto, pero también “con mano segura encamina a sus hijas a la perfección”[8].

Siendo Ella la Reina, Ella será quien presida todas las actividades, las oraciones, los momentos de eutrapelia, y todo lo que hagan. Lo cual trae consigo la inefable gracia de vivir a la luz de su sonrisa, al calor de su corazón y sostenidas por su mano.

Más aun, coronándola expresamos que queremos que Ella reine no solo dentro de estos muros, sino en cada uno de los corazones que aquí palpitan, para que por medio de “la fidelidad al único Amor que se manifiesta y se fortalece en la humildad de una vida oculta, en la aceptación de los sufrimientos para completar lo que en la propia carne falta a las tribulaciones de Cristo (Col 1, 24), en el sacrificio silencioso, en el abandono a la santa voluntad de Dios, en la serena fidelidad incluso ante el declive de las fuerzas y del propio ascendiente”[9], nazca el fervoroso deseo de la entrega oblativa por amor al prójimo y así su reinado se expanda hasta los confines del mundo.

Y lo hacemos confiadísimos y sin reservas porque sabemos que esta augusta Señora “no permitirá que la honremos con respeto sin devolvernos el ciento por uno”[10]. 

3. Tributo de gratitud y de amor filial

La coronación expresa nuestra gratitud por el desvelo maternal de María, nuestra alegría por la exaltación como Reina, nuestra confianza en su protección en los peligros. Finalmente, esta coronación es muestra del tributo de gratitud y de amor filial debido a la Maddona delle Grazie. Ya que Ella un día nos acogió en esta bendita diócesis de Velletri‑Segni y bajo su manto virginal quiso resguardarlas a Ustedes en este monasterio –que es su casa– para una misión muy especial: rezar por los sacerdotes.

Por eso en esta sencilla y acogedora capilla, cual otro Nazareth, y que sirve de morada al Señor de los señores y al Rey de los reyes[11] queremos hacerla Reina, ya que estamos ciertos que al igual que la reina Ester, la Virgen Inmaculada que conquistó el corazón de Dios y en la que hizo grandes cosas el Omnipotente[12], no dejará de acceder a los ruegos que Ustedes sus hijas elevan sin cesar.

En este sentido es que nuestro Directorio de Vida Consagrada, citando a San Antonio María Claret dice: “los ruegos y oraciones de un corto número de almas buenas detienen la ira de Dios para que no descargue su brazo sobre un pueblo y aún sobre una nación”[13].

Por eso a la vez que les agradezco muchísimo por las oraciones que ofrecen por nosotros y las animo a que lo sigan haciendo con gran fervor, yo también pido a nuestra Madre que esta corona que hoy muy complacido coloco sobre sus preciosas sienes, sea figura de sus almas. Porque los buenos hijos son la corona de sus padres, y no sólo los hijos sino también los hijos de los hijos.

Por eso también pedimos en esta misa, muy especialmente por Ustedes, por sus familias, y por los frutos de la dignísima misión a la que la misma Virgen pareciera haberlas llamado, para que gracias a la fidelidad de cada una de Ustedes, sea una muchedumbre inmensa de almas las que entretejan la corona de la Purísima y siempre Virgen Maddona delle Grazie

Es mi deseo que, así como la Virgen sostiene al Nino Jesús en su regazo, Ella las sostenga a Ustedes y las acerque cada día más al Verbo Encarnado.

Que la Virgen las bendiga.

[1] In Brevi. Rom. Dom. II Nov., et St. Joan Chrys. Serm. at Metaphrast.

[2] Dr. Crescencio Carrillo y Ancona, Obispo de Yucatán, Sermón para la Coronación de la Virgen de Guadalupe.

[3] Ibidem.

[4] Lumen gentium, 59.

[5] Cant 4, 8.

[6] De hecho, está mandado por nuestras Constituciones, 89: “honrarla, glorificarla, recomendarse a Ella”.

[7] Directorio de Vida Contemplativa, 28.

[8] Cf. Directorio de Vida Contemplativa, 31.

[9] Directorio de Vida Consagrada, 227.

[10] San Buenaventura, Psalterium, lect. 4.

[11] Cf. Apoc 17, 14

[12] Cf. Est 5, 5 y Lc 1, 49.

[13] 288; op. cit. San Antonio María Claret, O.C., El sufrimiento de los justos, c. I, Madrid 1959, 759.

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