Creatividad apostólica y misionera

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Creatividad apostólica y misionera

 

“No se puede ser apóstol sin ser creativo; y sin ser creativo no se puede ser misionero”[1].

De allí que para nosotros que nos confesamos “esencialmente misioneros”[2] uno de los elementos no negociables adjuntos del carisma del Instituto sea precisamente la creatividad apostólica. Elemento que se desprende del mismo mandato de Cristo: Id al mundo entero y proclamad el Evangelio[3] y como el Padre me ha enviado, así también os envío yo[4].

Es por eso por lo que todo miembro del Instituto del Verbo Encarnado experimenta una sana “impaciencia por predicar al Verbo en toda forma”[5]. Y así, siguiendo el mandato evangélico: Id y enseñad a todas las gentes[6], por todo el mundo[7] marcha “con el fervor y el entusiasmo de los santos, aún en los momentos de dificultad y persecución”[8] a predicar el evangelio “aun a costa de renuncias y sacrificios”[9].

Cada uno de nosotros sabiéndonos evangelizadores y catequistas nos esforzamos en desempeñarnos como tal donde quiera que vayamos y cualquiera sea la tarea que se nos encomiende. Me gastaré y me desgastaré[10] es nuestro programa. No nos instalamos en la comodidad alcanzada después de algunos años en nuestro lugar de misión, no ahorramos esfuerzos para evangelizar, sino que nos dedicamos a hacer más y mejor por la causa de Cristo, sabiendo al mismo tiempo que el principal protagonista de la misión es el Espíritu Santo: todo es gracia y nada podemos sin Él, pero Él nos ha constituido como cooperadores suyos[11]. Lo nuestro es estar siempre disponibles. Por eso no renunciamos a priori a ninguna de las formas de predicar la Palabra[12], y con gran creatividad e inventiva buscamos adaptarnos para llegar a todas las almas.

Somos conscientes de que “hay que asumir, en la medida de lo posible, sin dejar los medios tradicionales de apostolado, los modernos campos que se abren a la actividad de la Iglesia. Pues la sana creatividad es un elemento esencial de la Tradición viva de la Iglesia”[13]. Pero al mismo tiempo, por ser “del Verbo Encarnado” no tenemos miedo a las pastorales inéditas, siempre que sean según Dios. De modo tal que nos consagramos con entusiasmo no sólo a enseñar el catecismo sino también a servir a todos por cuantos medios nos inspire el consejo y la prudencia, con la única pretensión de gastarnos y desgastarnos para ganar almas para Dios. Porque lo nuestro es vivir la locura de la cruz, es decir, el vivir en el más y en el por encima[14].

Así es que en las diversas realidades de nuestras misiones, ya sea en zonas rurales o en las grandes metrópolis, ya en los climas más extremos, ya trabajando en obras de misericordia corporales o espirituales, ya en el silencio del claustro, lo nuestro es morir a nosotros mismos para que otros tengan vida y esperanza, fundando principalmente toda nuestra labor apostólica en una vida interior rica de fe y de unión íntima con Dios[15].

Hoy en día contamos con misioneros dedicados al trabajo intelectual, a la publicación de revistas, de libros, a la predicación de misiones populares y ejercicios espirituales, a la atención de parroquias, muchas de ellas en zonas necesitadas; otros dedicados a la pastoral familiar, juvenil, hospitalaria, vocacional, etc.; misioneros avocados al cada vez más extenso apostolado de los medios de comunicación social; misioneros dedicados al apostolado educativo en todos sus niveles y en especial a la formación en seminarios, entre otros muchos que podríamos mencionar. Porque estamos convencidos de que “lo que no es asumido no es redimido”[16], y de que nada de lo humano nos puede permanecer ajeno ni puede permanecer ajeno al evangelio.

En definitiva, el nuestro ha sido un llamado a “realizar grandes obras, empresas extraordinarias”[17]; a tomar en serio las exigencias del Evangelio: ve, vende todo lo que tienes…[18] por eso pedimos a Dios cada día “el fervor espiritual, la alegría de evangelizar, aun cuando tengamos que sembrar entre lágrimas”[19].

Somos religiosos para irradiar el fervor de quien ha recibido, ante todo en nosotros mismos, la alegría de Cristo, y aceptamos consagrar nuestras vidas a la tarea de anunciar el reino de Dios y de implantar la Iglesia en el mundo[20]. Y con ese mismo espíritu estamos dispuestos a “descubrir con alegría y respeto las semillas del Verbo que se hallan presentes en las tradiciones nacionales y religiosas de los distintos pueblos para transformarlos con la fuerza divina del evangelio”[21]. Estamos persuadidos de que nuestro campo de acción como misioneros del Verbo Encarnado no tiene límites de horizontes, sino que es el ancho mundo, porque Jesús dijo: id por todo el mundo…[22]. Así entonces, nuestra visión misionera es universal, y nos esforzamos en lograr llegar al mayor número de almas a través de distintos medios.

Por eso estamos dispuestos a dar los primeros pasos por Cristo, sin amedrentarnos “por miedo a los límites, reales o ficticios, que pretenden acortar nuestra acción sacerdotal”[23], antes bien procuramos movernos “con docilidad y prontitud a la ejecución de lo que pide el Espíritu Santo”[24] y en esta misma fidelidad al Espíritu Santo hallamos la superación a todas las dificultades que pudiésemos encontrar en la misión. No nos conformamos con sólo tener las puertas abiertas de una parroquia o de una misión, sino que salimos a exhortar a las almas a que vengan, y con un sinnúmero de iniciativas hacemos que esa parroquia o esa misión se mantenga viva y Jesús tenga siempre compañía. Porque lo nuestro es la creatividad apostólica[25].

[1] Cf. Ars Participandi, cap. 10, 2, c, 1.

[2] Constituciones, 31.

[3] Mc 16, 15.

[4] Jn 20, 21.

[5] Directorio de Espiritualidad, 115.

[6] Mt 28, 19.

[7] Mc 16, 15.

[8] Directorio de Misiones Ad Gentes, 143.

[9] Directorio de Misiones Ad Gentes, 139.

[10] 2 Cor 12, 15.

[11] Cf. 2 Cor 6, 1.

[12] Sacerdotes para siempre, II Parte, cap. 3.11.

[13] Constituciones, 160.

[14] Directorio de Vida Consagrada, 398.

[15] Cf. Directorio de Vida Consagrada, 259-260.

[16] San Ireneo de Lyon, citado en Documento de Puebla, n. 400; cf. Concilio Ecuménico Vaticano II, Decreto Ad Gentes, n. 3, nota 15; Constituciones, 11; 40.

[17] Directorio de Espiritualidad, 216.

[18] Ibidem; op. cit. Mt 19, 21.

[19] Cf. Directorio de Misiones ad Gentes, 144.

[20] Cf. Ibidem, 144; op. cit. Cf. Evangelii Nuntiandi, 80.

[21] Cf. Directorio de Evangelización de la Cultura, 83; op. cit. cf. Ad Gentes, 11.

[22] Cf. Directorio de Espiritualidad, 87; op. cit. Mc 16, 15.

[23] Cf. Sacerdotes para siempre, I Parte, cap. 6.5.

[24] Directorio de Espiritualidad, 16.

[25] Notas del V Capítulo General, 5.

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