El camino obligado del elemento metafísico
Cf. Juan Pablo II, Fides et Ratio, 83
[Introducción] Sin lugar a dudas “la cultura es una dimensión fundamental de la persona y de las comunidades humanas. [Y] dado que la cultura es el resultado de la vida y de la actividad de un grupo humano, las personas que pertenecen a ese grupo están formadas, en gran medida, por la cultura en la que viven. Al cambiar las personas y las sociedades, también cambia con ellas la cultura. Cuando ésta se transforma, transforma así mismo a las personas y las sociedades”[1].
Cada uno de los religiosos que estamos aquí, yo y cada uno de Ustedes, ha sido llamado por Dios para la sublime y más que nunca urgente tarea de evangelizar la cultura. Para esto, “es imprescindible conocer suficientemente la cultura actual en sus grandes líneas de pensamiento y orientaciones”[2] a fin de poder refutar con eficacia los errores de nuestro tiempo[3] y hacer nuestra propuesta desde el Evangelio.
De aquí la gran importancia que tiene para nosotros el asistir a la Lectio Brevis como acto inaugural del sostenido esfuerzo que debemos hacer durante todo el año por estudiar sin ahorrar ni medios ni esfuerzos[4] para ello, dada la gran injerencia que tiene para la evangelización; ya que el estudio es uno de los medios capitales por el cual nos preparamos para un diálogo fructuoso y eficaz con los hombres de nuestro tiempo, como lo exige el ministerio apostólico[5] que se nos ha encomendado.
En este identificar las líneas de pensamiento y orientaciones de la humanidad de nuestro tiempo, el Venerable Arzobispo Fulton Sheen, en el prólogo de su libro “Religión sin Dios”, sostiene que hoy en día[6] “hay un desprecio evidente de todo lo mejor que ha habido en la cultura y en la tradición que heredamos”. Y en este mismo sentido la Gaudium et spes no duda en afirmar que: “las condiciones de vida del hombre moderno, desde el punto de vista social y cultural, han sufrido un profundo cambio, de tal manera que se puede hablar de una nueva época de la historia humana”[7]. En la cual el “mundo moderno aparece a la vez poderoso y débil, capaz de lo mejor y lo peor”[8].
Esto lo percibimos en innumerables síntomas, basta salir un día al centro y observar el comportamiento de la gente, mirar incluso el comportamiento de los niños y jóvenes en nuestras parroquias, leer en el diario algún discurso político, prestar atención al debate de las leyes en algunos países… es evidente que nuestro mundo desmejora en aspectos que son vitales.
El Arzobispo emérito de Filadelfia, Mons. Chaput, escribió en un artículo algo que me parece que de alguna manera resume estos síntomas: “vivimos en un mundo desencantado, lo cual significa en un mundo re-hecho por manos humanas, racionalizado y tecnocrático. Es un mundo sin trascendencia. En este mundo, nos ‘protegemos’ de la inconveniencia de Dios, de sus exigencias y de sus invitaciones amurallándonos a nosotros mismos lejos de Él. A Dios, por ejemplo, no lo mencionamos en una conversación educada. Las convicciones religiosas son tenidas por difíciles o incómodas, en el mejor de los casos, aunque por peligrosas, en el peor de ellos. Lo que le pasa a la razón humana ante la ausencia de referencia alguna a Dios es predecible. Sus horizontes se vuelven bajos. Se convierte en la herramienta de las ciencias modernas. […] El hombre es reducido a un animal físico que resuelve sus problemas por la tecnología, la política y la economía. La cultura se vuelve un cascaron vacío. El espíritu se ahoga por las preguntas profundas sobre la justicia, la amistad, la fidelidad, el culto, la existencia, Dios, la belleza. […] Nuestras modernas universidades usualmente evitan a Dios como una asignatura seria de estudio. Sin Dios, o al menos sin algún sentido de orden superior, la dignidad de la persona es poco menos que folclore, el residuo de creencias pre-Darwinianas. Dios y el alma están en el exilio. Y eso es”, concluye Monseñor, “porque la filosofía clásica está en exilio, para detrimento de un aprendizaje genuino”[9].
Algo similar decía el genio de Fulton Sheen: “Lo que el pensamiento tradicional llamó trascendente (pero no en el sentido de Kant), nuestros contemporáneos lo miran como extrínseco; y lo extrínseco es considerado como una amenaza a la libertad de pensamiento y a la libertad de pensar; como cosa que se interpone entre nosotros y ‘nuestro poder’ de procurar por nosotros mismos nuestra salvación”[10] y entonces se termina por adoptar una actitud de completa indiferencia frente a la verdad, ya al hombre no le interesa ni lo que está más allá de él, ni lo que está por sobre él, ni lo que es superior a él.
En efecto, vemos hasta el cansancio la notoria desconfianza que hay en la razón y en la capacidad humana de captar la verdad; incluso se pone en tela de juicio el mismo concepto de verdad. Hay quienes dicen que la verdad se construye culturalmente para el manejo de las masas y que las llamadas “verdades absolutas” son nada más que el producto en un determinado momento de tiempo y lugar de una cultura y por lo tanto sujetas a la crítica y al cambio[11]. (Afirmar tal cosa “es lo mismo que decir que una cosa es verdad a las tres de la tarde, pero que es falsa a las cuatro y media, y lo mismo que decir que dos manzanas más dos manzanas son cuatro manzanas en lunes, pero no un viernes”[12]). A su vez, cada uno es urgido a desarrollar una visión autónoma de sí mismo, distinta a la de los demás, cada uno tiene su ‘propia verdad’. Es la cultura del “It’s all about me” o “the me-culture”. Lo cual lleva inevitablemente a una cultura de un egoísmo simultáneo “en donde todos piensan, más o menos, lo mismo, que es lo que repiten a diario, hasta la saciedad, los medios de comunicación, que están bajo la dictadura de los ‘dadores de sentido’”[13].
Según el filósofo escocés Alasdair MacIntayre[14] en la actualidad nuestra sociedad está reglamentada por lo que él llama la ‘moral del emotivismo’[15] por la cual implícitamente el hombre pone los sentimientos por encima de un juicio prudente (es el “just do it” que vemos por ejemplo en las propagandas de Nike), la ‘sinceridad’ por encima de los hechos, y así, en nombre de ser ‘auténtico’ –aunque mundana e incluso perversamente hablando– al hombre no le importan los grandes daños que puede causar a los demás e incluso a sí mismo, es más, se enorgullece de ello[16] (de hecho, la ‘autenticidad’ entre comillas es uno de los argumentos que usa la agenda de la ideología de género).
“Ya no se aprecia ni se ama la vida; por eso avanza una cierta cultura de la muerte, con sus amargos frutos: el aborto y la eutanasia. No se valora ni se ama correctamente el cuerpo y la sexualidad humana; de ahí deriva la degradación del sexo, que se manifiesta en una ola de confusión moral, infidelidad y violencia pornográfica”[17]…Si se pone uno a pensar, el hombre moderno ha fabricado un mundo del sexo sin niños, un mundo donde uno puede generar (e incluso diseñar) una nueva vida sin que haya contacto entre sus progenitores.
Todo esto que venimos diciendo, es lo que el derecho propio sintetiza cuando dice que el hombre “embriagado por las prodigiosas conquistas de un irrefrenable desarrollo científico-técnico, y fascinado sobre todo por la más antigua y siempre nueva tentación de querer llegar a ser como Dios (cf. Gn 3, 5) mediante el uso de una libertad sin límites, se olvida de Dios, lo considera sin significado para su propia existencia, lo rechaza poniéndose a adorar los más diversos ‘ídolos’”[18].
Ante estos síntomas, ¿cuál es el diagnóstico? Nuestro querido San Juan Pablo II con clarividente visión no duda en afirmar: “Vivimos en un tiempo caracterizado, a su manera, por el rechazo de la Encarnación”[19], a causa de antiguos errores que no mueren, sino que se mantienen en letargo por un tiempo y luego vuelven a aparecer bajo otras formas[20] y que nosotros identificamos como los dos grandes males del gnosticismo y de la filosofía de la inmanencia (otros grandes males se derivan de estos postulados como lo son, por ejemplo, el neopelagianismo en la moral y el neoarrianismo en la dogmática). El gnosticismo es antiguo, la inmanencia es moderna. Y estos son los dos grandes puntos en los que voy a dividir esta conferencia.
1. Gnosticismo
En primer lugar, el gnosticismo. El gnosticismo es un sincretismo, por eso muchas veces es difícil detectarlo. No obstante, el gnosticismo pretende dar una cosmovisión de Dios, del hombre y del mundo. Es “el conocimiento de lo que somos y de lo que hemos llegado a ser; del lugar de dónde venimos y de aquél en que hemos caído; del objetivo hacia el cual nos apuramos a ir y del que hemos sido rescatados; de la naturaleza de nuestro nacimiento, y de nuestro renacimiento”[21]. No es una religión determinada, sino que más bien toma elementos de distintas religiones para formar una especie de mosaico. Es más, evita tomar partido u oponerse a cualquier religión y cultura.
Un primer equívoco que conviene disipar: gnosticismo no es lo mismo que gnosis. Estamos hablando en el contexto de la revelación bíblica, mosaica y especialmente cristiana. Existe una gnosis cristiana netamente diferente al gnosticismo, aún cristiano.
Cuando se habla de gnosis cristiana, se mira a aquel conocimiento de Dios y de sus misterios que los autores antiguos describen como el ideal superior del cristiano perfecto y que la distinguen de la simple fe. El cristianismo –y la religión judía que lo precedió– es un conocimiento; conocimiento de un secreto o revelación que es el designio de Dios de salvar al hombre. De modo particular, esta gnosis cristiana va a ser plena y sistemáticamente elaborada, y en gran parte, contra la herejía gnóstica, por Clemente de Alejandría y Orígenes. La tradición origenista queda viva en Gregorio de Nisa y Evagro el Póntico.
Pero existe siempre un peligro grave. Ese peligro es el gnosticismo al que Juan Pablo Magno definía como “esa postura del espíritu que, en nombre de un profundo conocimiento de Dios, acaba por tergiversar Su Palabra sustituyéndola por palabras que son solamente humanas”[22]. Por eso podemos decir que gnosticismo es una desvirtuación de la gnosis cristiana de la que hablábamos hace un momento. Ahora fíjense Ustedes que el mismo Papa nos advertía: “La gnosis no ha desaparecido nunca del ámbito del cristianismo, sino que ha convivido siempre con él, a veces bajo la forma de corrientes filosóficas, más a menudo con modalidades religiosas o pararreligiosas, con una decidida, aunque a veces no declarada divergencia con lo que es esencialmente cristiano”[23]. “¿Acaso no estamos viendo resurgir de modo extraño hoy la gnosis y creencias esotéricas junto con el panteísmo antiguo y el viejo paganismo? Los hombres han abandonado las fuentes de agua viva, decía ya el Profeta, y han acudido a cisternas vacías”[24]. E incluso ya antes que él, el Santo Papa Pablo VI denunciaba: “No admitimos la actitud de cuantos parecen ignorar la tradición viviente de la Iglesia, incluso el mismo Evangelio, las realidades espirituales, la divinidad de Cristo, su Resurrección o la Eucaristía, vaciándolas prácticamente de contenido y creando de esta manera una nueva gnosis”[25]. Éstos son –dice Juan Pablo II– los que con “audaces negaciones que tocan el corazón mismo de la fe católica, como por ejemplo la carencia o al menos la incerteza, a propósito de Cristo, de su clara identidad de Hijo de Dios, y muchos otros puntos vitales del Credo”[26].
Son los que hacen un mejunje de lo natural con lo sobrenatural, confunden psicología con espiritualidad[27], “quieren acomodar la Iglesia con el mundo”, etc. “De allí que el progresismo, [por ejemplo] por ser una gnosis, es compelido a caer en el sincretismo religioso o irenismo o falso ecumenismo, en donde desaparecen todas las diferenciaciones doctrinales, aun las reveladas”[28]. “Es un género de mezcla del cual no se ha de vestir ningún cristiano entendimiento”[29] dice nuestro Directorio de Espiritualidad.
El punto determinante es el siguiente ¿Por qué la legítima gnosis se transforma tan fácilmente en gnosticismo?[30] Es por la soberbia humana, la misma que trajo el mal al mundo en el Génesis y que hace que la razón se ensoberbezca y se crea autosuficiente, y por tanto resista a la auténtica verdad de Dios y de su determinante obra redentora. Porque, de manera admirable constatamos en los grandes pensadores que estudian estos temas, que el punto decisivo y determinante se encuentra ante el misterio de la Cruz de Cristo; ante su aceptación o su rechazo se juega todo, pues se juega la verdad. Veámoslo.
Dios se revela, revela sus misterios íntimos, revela también muchas cosas que por la debilidad del intelecto humano, son misteriosas para el hombre. El hombre responde aceptando, asimilando, conociendo la revelación divina. Es la respuesta de la fe. “Sólo la fe permite penetrar en el misterio, favoreciendo su comprensión coherente”[31], dice la Fides et Ratio.
Somos seres hechos para la Verdad. Y por eso somos seres ilimitados en nuestros deseos. Sin embargo, experimentamos múltiples limitaciones y una de ellas es el límite de nuestra razón por “su finitud ante el misterio infinito de Dios”[32]. Por eso, luego de experimentar el límite de nuestro entendimiento es necesario aceptar que necesitamos ayuda de lo alto. Aceptar esa ayuda exige “la humildad de la razón frente al misterio”[33] ante lo cual el hombre se puede revelar, ciertamente. Aquí reaparece el gnosticismo y la resistencia de la razón.
El pueblo hebreo por ejemplo fue testigo de innumerables intervenciones divinas en su favor. En muchas de ellas Dios dejaba bien en claro que era Su brazo y no las armas quien daba la victoria, una victoria que el pueblo tenía que agradecer en humildad.
Pero muchos de ellos cayeron en la tentación del gnosticismo, también llamado Cábala: un tentativo de dominar e instrumentalizar de modo mágico los poderes divinos.
Algo muy similar sucede en tiempos modernos. Fulton Sheen parar ilustrarlo usa un pasaje del Profeta Isaías quien refiriéndose a los antiguos ídolos decía: El carpintero toma las medidas con la cuerda, diseña la forma con el estilete, la trabaja con el cincel y la dibuja con el compás; le da figura de hombre y la belleza de un ser humano, para que habite en su casa. En efecto, cortó algún cedro, o tomó un roble y una encina que había dejado crecer entre los árboles del bosque, o plantó un abeto que luego la lluvia hizo crecer. El hombre se sirve de ellos para hacer fuego, los toma para calentarse y también los enciende para cocer el pan. Pero, además, hace con ellos un dios y se postra ante él; hace un ídolo y lo adora[34]. El moderno idólatra –dice Fulton Sheen– no va al bosque, sino que entra en el laboratorio, y allí, con la ayuda de los conceptos científicos, elabora la clase de Dios que él adorará después. Ésta es la fatalidad de una filosofía que ya no habla de Dios, sino de la idea de Dios”. […] “Si Dios fuese solamente una idea, habría muy poca diferencia entre la idolatría antigua y la nueva, pues los antiguos ídolos eran obra de las manos de los hombres y los ídolos modernos son creados por su inteligencia”[35]. Hasta aquí Fulton Sheen.
Esta tentación a la “cábala” o a la “idolatría” del gnosticismo no está ausente en muchos que reclaman ser cristianos como decíamos antes. De hecho el mismo Pablo VI llega a decir: “Estamos en una época gnóstica. Y esta es la batalla: contra las cerebraciones de la gnosis”[36].
Hace unos años celebrábamos el 20° aniversario de la magnífica Encíclica Fides et Ratio (que es la verdadera carta magna en este tema) donde leemos una frase que nos puede dar respuesta a la pregunta del porqué se cae en esto: “la Cruz puede dar a la razón la respuesta última que busca”[37] el hombre. No obstante, la Cruz es precisamente y al mismo tiempo el punto central que desafía toda filosofía [y que presenta el gran reto para nuestro entendimiento]. En este punto todo intento de reducir el plan salvífico del Padre a pura lógica humana está destinado al fracaso. Para lo que Dios quiere llevar a cabo ya no es posible la mera sabiduría del hombre sabio, sino que se requiere dar un paso decisivo para acoger una novedad radical: Ha escogido Dios más bien lo necio del mundo para confundir a los sabios […]. Lo plebeyo y despreciable del mundo ha escogido Dios; lo que no es, para reducir a la nada lo que es[38]. Y esto es para muchos hombres, para muchos cristianos –aun hoy en día– un escándalo (aunque no lo admitan conceptualmente).
La sabiduría del hombre rehúsa ver en la propia debilidad el presupuesto de su fuerza; ante lo cual San Pablo no duda en afirmar: la predicación de la cruz es una necedad para los que se pierden; mas para los que se salvan –para nosotros– es fuerza de Dios. (…) Quiso Dios salvar a los creyentes mediante la necedad de la predicación. Así, mientras los judíos piden señales y los griegos buscan sabiduría, nosotros predicamos a Cristo crucificado, escándalo para los judíos, necedad para los gentiles[39]. El hombre no logra comprender cómo la muerte pueda ser fuente de vida y de amor, pero Dios ha elegido para revelar el misterio de su designio de salvación precisamente lo que la razón considera locura y escándalo.
A imitación del Verbo Encarnado también la razón debe pasar por este difícil anonadamiento de la cruz, un anonadamiento que sin embargo no la destruye sino que es capaz de potenciarla: su conocimiento se transforma en conocimiento “afectivo” donde Dios llega incluso a ser “experimentado” más que meramente conocido. Es el “Crede, ut intelligas” de San Agustín, quien conoció el gnosticismo desde dentro pero supo servirse de la humildad, siendo esta el vehículo que lo libró del gnosticismo y fue entonces cuando su razón, así humillada, comenzó a ser elevada para convertirse en el Águila de Hipona y el faro del Occidente cristiano.
Es por eso que, si hacemos un análisis en profundidad, vemos que es en la verdad de la predicación y penetración auténtica en el misterio de la Cruz donde finalmente se centra la problemática contemporánea. Pues de su rechazo o aceptación, se sigue sea el surgimiento, sea el derrumbe del gnosticismo contemporáneo (como lo fue con el de todos los tiempos).
Por eso resultan particularmente iluminadoras las palabras de Juan Pablo Magno en Fides et Ratio –y con esto deseo terminar este primer punto–: “La sabiduría de la Cruz, pues, supera todo límite cultural que se le quiera imponer y obliga a abrirse a la universalidad de la verdad, de la que es portadora. ¡Qué desafío más grande se le presenta a nuestra razón y qué provecho obtiene si no se rinde! La filosofía, que por sí misma es capaz de reconocer el incesante transcenderse del hombre hacia la verdad, ayudada por la fe puede abrirse a acoger en la locura de la Cruz la auténtica crítica de los que creen poseer la verdad, aprisionándola entre los recovecos de su sistema. La relación entre fe y filosofía encuentra en la predicación de Cristo crucificado y resucitado el escollo contra el cual puede naufragar, pero por encima del cual puede desembocar en el océano sin límites de la verdad. Aquí se evidencia la frontera entre la razón y la fe, pero se aclara también el espacio en el cual ambas pueden encontrarse”[40].
2. Inmanencia
Digamos ahora algo acerca de la filosofía de la inmanencia. Nuestro Directorio de Evangelización de la Cultura afirma: El hombre es esencialmente un ser religioso, por lo cual la dimensión trascendente constituye el corazón de la cultura. ‘Toda cultura es un esfuerzo de reflexión sobre el misterio del mundo y en particular del hombre: es un modo de expresar la dimensión trascendente de la vida humana. El corazón de cada cultura está constituido por su acercamiento al más grande de los misterios: el misterio de Dios’[41]. El gran desafío cultural de la actualidad se ubica en el ámbito de la apertura del hombre a la verdad y al bien, en última instancia a la trascendencia y al misterio de Dios. [Ya que] la dependencia “ontológica” del hombre en relación a Dios es el fundamento último del pleno desarrollo de la libertad y vida humanas, a la vez que del respeto por la dignidad y la vida de cada ser humano. Por esto el punto central de toda cultura lo ocupa la actitud que el hombre asume ante el misterio de Dios[42]”[43].
Sin embargo, no tememos en afirmar que el fenómeno cultural más impresionante de esta época es precisamente el ateísmo, en especial el ateísmo práctico. La Gaudim et spes, de hecho, dice que “es uno de los fenómenos más graves de nuestro tiempo”[44]. Este ateísmo práctico es aquel sobre el cual Juan Pablo II nos advertía en su exhortación apostólica Ecclesia in Europa cuando decía: hoy “la cultura europea da la impresión de ser una ‘apostasía silenciosa’ por parte del hombre autosuficiente, que vive como si Dios no existiera”[45]. Y un poco lo hemos visto también reflejado en los síntomas que mencionábamos al principio en todas las culturas, no solo en Europa.
Este ateísmo es consecuencia lógica del principio de inmanencia, de aquí su gravedad, ya que el principio de inmanencia, al quedarse en el ser mental, no llega al ser extra mental, y no puede, por tanto, remontarse válidamente al Principio de todos los seres, al Sumo Ser. Por eso el Papa Pío X le llama a la filosofía de la inmanencia: “¡Cúmulo infinito de sofismas, con que se resquebraja y se destruye toda la religión!”[46]
Entonces, si antes decíamos que el gnosticismo es un sincretismo, ahora debemos decir que la filosofía de la inmanencia se presenta radicalmente concentrada en un solo principio: el ser intra mental, el cogito.
A diferencia del ‘ateísmo clásico naturalista’ por el cual había como un rebajamiento y una materialización del hombre al ponerlo en el mismo nivel ontológico de la materia; el ateísmo moderno implica una divinización del hombre, o sea la elevación del hombre al cogito, o sea la reducción del actuarse del ser al actuarse del cogito. Por eso, Fabro puede añadir que “esta positividad del nuevo ateísmo está expresado en el ambicioso epíteto de ‘humanismo’ que los ateos de la época moderna reivindican especialmente a partir de Feuerbach”. Este último, llega a afirmar, por ejemplo: “Dios no es más que la humanidad”[47] y por eso se habla incluso del “drama del humanismo ateo”[48].
Es decir: el pensamiento moderno erige el pensamiento, el cogito, en fuente creadora. Luego, Dios no es necesario. Es decir: “El hombre que ‘hace’ a Dios, en su cabeza, luego lo niega”. El pensamiento basta para crear el mundo. Si la realidad del mundo no es independiente y anterior al pensamiento, tampoco hay que buscar la explicación de esa realidad mundana y del pensamiento. En consecuencia, Dios no existe. El principio de la inmanencia implica el ateísmo.
Sus tres principales momentos históricos pueden ser identificados en las filosofías de Descartes, Spinoza y Hegel.
a) Descartes introduce el principio de la inmanencia como el primer principio de la filosofía “Cogito ergo sum”. Dios se reduce sólo a un contenido de la conciencia humana. Dios ya no es Creador, ni se entrega a sí mismo en el misterio de la Encarnación y de la Redención, es sólo una idea de libre elaboración del pensamiento humano. Consecuentemente, se desmoronan los fundamentos de la “filosofía del mal”. Porque el mal, en su sentido realista, sólo puede existir en relación al bien y, en particular, a Dios, sumo Bien […]. Pero si el hombre por sí solo, sin Dios, puede decidir lo que es bueno y lo que es malo, también puede disponer por ejemplo que un determinado grupo de seres humanos sea aniquilado[49]. Piensen en los regímenes comunistas, piensen en el aborto, y en todas las otras formas de infringir la ley de Dios que emanan de esta concepción.
b) Spinoza introduce la inmanencia metafísica. Para él, Dios se identifica con el mundo de las cosas creadas. Al ser divina la creatura, es divino también el hombre, quien queda unido a la divinidad. La inmanencia de Dios en el hombre se cambia en la inmanencia del hombre en Dios.
c) Hegel construye una filosofía que viene a ser como la forma más completa del pensamiento moderno, como la expresión teorética y más sistemática del principio de inmanencia. Él llega a afirmar: “Sin el mundo, Dios no es Dios”.
Esto es lo que el derecho propio –citando a Cornelio Fabro cuatro veces continuas– define como el nihilismo-ateísmo contemporáneo[50], que es el ateísmo radical como negación de lo trascendente, de la existencia de ‘un mundo metafísico que trasciende el mundo sensible’[51], haciendo que “el espíritu humano cerrado en sí mismo, ya no se abra a lo real –al acto de ser– y, por tanto, a Dios y entonces se vuelve incapaz de expresar la verdad y de fundar la libertad”[52] .
Desafortunadamente, dice un autor contemporáneo, “ahora se advierte que la fascinación por Hegel se va imponiendo no sólo en el campo protestante, sino también en el campo católico”[53]. Por eso quisiera mencionar al menos dos ejemplos que evidencian la aplicación de estos principios en el ambiente católico:
El primer ejemplo es “la dialéctica que ha entrado también en el mundo católico acerca del Cristo histórico y el Cristo de la fe. La misma finalmente termina siendo algo hegeliano, porque para toda esa línea de pensamiento no interesa el Cristo histórico real; lo que interesa es la idea que se tiene de Cristo, que es eterna, que está presente en nuestra alma más allá de sus ejemplificaciones históricas”[54]. Juan Pablo Magno en la Redemptoris Missio dice así, textual: “Es contrario a la fe cristiana introducir cualquier separación entre el Verbo y Jesucristo. San Juan afirma claramente que el Verbo, que estaba en el principio con Dios, es el mismo que se hizo carne[55]. Jesús es el Verbo encarnado, una sola persona e inseparable: no se puede separar a Jesús de Cristo, ni hablar de un ‘Jesús de la historia’, que sería distinto del ‘Cristo de la fe’. La Iglesia conoce y confiesa a Jesús como el Cristo, el Hijo de Dios vivo[56]. Cristo no es sino Jesús de Nazaret, y éste es el Verbo de Dios hecho hombre para la salvación de todos”[57]. Clarísimo.
El segundo ejemplo corresponde al progresismo que considera que la realidad tiene un carácter unidimensional, es decir, empuja a un monismo y el progresismo pleno es un monismo absoluto, que en el rechazo de la trascendencia afirma la inmanencia absoluta y que conlleva un falso concepto de Dios[58].
Muy acertadamente advierte Cornelio Fabro: “El Dios del progresismo teológico es la imagen refleja de la confusión progresista: un Dios de suavidad y debilidad, un Dios de despreocupación y de suficiencia. Ninguna huella del Dios que es fuego abrasador frente al cual los cielos no son puros, que no ha ahorrado el ‘cáliz’ de la Pasión a su único Hijo”[59].
Según nos parece, dos son las implicancias que entran necesariamente en el progresismo, por ser una concepción unidimensional e inmanentista de la realidad donde se exalta lo natural, lo profano, lo mundano, lo racional, lo temporal, lo secular… a costa de lo sobrenatural, lo sacro, la vida interior, la fe, lo eterno, lo religioso, Dios (es negación de lo sobrenatural y exaltación de lo natural):
- Por un lado, el endiosamiento del hombre, no por la gracia o por los méritos de Cristo o por obra de la Iglesia, sino por sí mismo, por su propio poder, sin subordinarse a nada ni a nadie. Sobra Cristo, Hijo de Dios consustancial al Padre y Salvador del mundo; sobra la ‘Iglesia institución’ contra distinguida del mundo ‘Sólo en ella está la salvación’; sobra la gracia santificante –según Trento ‘única formalis causa’ (Dz. 799) de la justificación– y sobran los sacramentos. No hace falta nada que venga de arriba y de afuera: El hombre se auto-redime.
- Por otro lado, el monismo progresista implica un carácter inmanente. Al ser uno y lo mismo Iglesia y mundo, no hay un “fuera” de la Iglesia, todo es “dentro”. De allí que los progresistas no se sientan impelidos a dejar la Iglesia. Más aún, conociendo el poder mentalizador de la Iglesia buscan no ser señalados por la jerarquía como enemigos de la Iglesia. Para que no los saquen están siempre dispuestos a camuflarse.
3. Remedio
Decíamos al comienzo que “cultura es la actividad que el hombre realiza para perfeccionarse”[60]. Pero resulta evidente de todo lo dicho, que no todo lo que el hombre hace contribuye verdaderamente a su perfeccionamiento y por eso no todas sus actividades son verdaderamente “cultura”. Por eso, no toda reflexión filosófica fundamenta una verdadera cultura humana, ya que hay muchas corrientes de pensamiento muy difundidas en la actualidad –como estas dos que hoy hemos visto– cuyos errores llevan a desvirtuar cualquier cultura que se apoye en ellas[61].
Tanto el gnosticismo como la filosofía de la inmanencia y otras tantas corrientes de pensamiento muestran la necesidad de fundamentar la cultura en una verdadera metafísica que no puede ser otra que la metafísica del ser. Ya que es la metafísica del ser y sólo la metafísica del ser la que puede devolver al hombre el verdadero lugar que ocupa en la sociedad y dar los fundamentos verdaderos sobre los cuales el hombre debe construir su cultura[62].
Y esto es así porque es la filosofía del ser la que permite la apertura plena y global a toda la realidad, superando cualquier límite y permitiendo llegar a Aquél que todo lo perfecciona[63].
Las filosofías que hemos descrito y todas aquellas que no se fundamentan en el acto de ser están lejos de satisfacer las más profundas aspiraciones del hombre. Lejos están de proporcionar al hombre “un absoluto que sea capaz de dar respuesta y sentido a toda su búsqueda. Algo que sea último y fundamento de todo lo demás. (…) Las hipótesis pueden ser fascinantes, pero no satisfacen”[64]. Porque son muchos los sistemas que hablan de Dios, que afirman la existencia de Dios pero no es el Dios que los hombres necesitamos y que proclama la fe cristiana[65].
Mons. Chaput, en el mismo artículo que mencioné antes, cuenta como “a veces escucha que los parroquianos se quejan de algunos sacerdotes por el contenido de sus homilías. Ellos dicen que están contentos con que se los exhorte a la generosidad y a la amabilidad pero tienen hambre de que se les presente de una manera accesible a ellos la sustancia de la fe, sus misterios y sus doctrinas. Estas homilías no son fáciles de hacer –comenta Monseñor–. Pero son imposibles de hacer si no tenemos una teología creíble, una que haya sido informada por la fuerte tradición filosófica que está en el corazón de la Iglesia y es el patrimonio de la Iglesia”[66], se refiere claramente, a la filosofía perenne del Aquinate.
Porque es “desde una filosofía del ser que el hombre puede encontrar su verdadero fundamento que es el ser, puede [además] encontrar su fin último que es el Ser por Esencia y puede encontrar también su fondo que es la libertad. De este modo, podrá descubrir los verdaderos valores culturales. Porque en última instancia, todos los valores culturales –de la ciencia, del arte, de las leyes y costumbres, etc.– en cuanto expresiones objetivas de la belleza, la verdad y la bondad, se fundamentan en el acto de ser[67].
Nosotros, los miembros de esta querida Familia Religiosa del Verbo Encarnado, vamos a poder desde lo pastoral ofrecer una respuesta positiva y eficaz a los grandes desafíos e incluso dramas del hombre ‘postmoderno’, principalmente a partir de la instancia metafísica, mediante la filosofía del ser[68].
* * *
[Conclusión] Por eso, y con esto ya voy terminando, a nosotros se nos pide “no conformamos con un conocimiento superficial de la filosofía y de la teología incapaz de comprender en toda su profundidad el drama del ateísmo contemporáneo y por tanto incapaz de remediarlo”[69]. A nosotros nos compete, por la misión que hemos recibido, el tener una formación cultural fuerte, que se defina frente a la cultura moderna[70]. Hace falta una “metafísica con garra”, que muerda la realidad.
Presten atención a lo que dice Juan Pablo II: “Si insisto tanto en el elemento metafísico es porque estoy convencido de que es el camino obligado para superar la situación de crisis que afecta hoy a grandes sectores de la filosofía y para corregir así algunos comportamientos erróneos difundidos en nuestra sociedad”. Cita textual del Directorio de Seminarios Mayores, 315. Pues, una filosofía en la que resplandezca la verdad de Cristo representa un aporte eficaz para la ética verdadera y a la vez planetaria que necesita hoy la humanidad.
La época actual tiene urgencia de Jesucristo. Las necesidades de la nueva evangelización son enormes y no podemos evadirnos ante la desafiante llamada que Cristo nos hace de ir por todo el mundo anunciando el Evangelio.
Recordémoslo siempre: Nuestra pastoral debe proponer infatigablemente a Jesucristo, el Verbo Encarnado, plenitud de toda vida y cultura auténticamente humanas[71]. “Tarea que no es únicamente de especialistas sino de todos”[72] y para la cual hace falta –lo repito– una sólida formación filosófica, ya que en la vida pastoral, todos debemos enfrentarnos con las exigencias del mundo contemporáneo y examinar las causas de ciertos comportamientos para darles una respuesta adecuada.
“La base para construir una verdadera civilización es colaborar con todas nuestras fuerzas para que ‘prevalezca en el mundo un auténtico sentido del hombre, no encerrado en un estrecho antropocentrismo, sino abierto hacia Dios’”[73]. Esta base es la Roca[74] misma, es decir, el misterio mismo de Jesucristo el Verbo Encarnado. Y Él es el modelo del que deriva raigalmente nuestra espiritualidad y nuestra pastoral[75].
Por eso lo nuestro será hoy y siempre dar testimonio de que el Verbo se hizo carne.
[1] Cf. Directorio de Evangelización de la Cultura, 9; op. cit. Cf. Ecclesia in Asia, 21.
[2] Directorio de Evangelización de la Cultura, 126.
[3] Directorio de Seminarios Mayores, pie de página 134.
[4] Cf. Constituciones, 259.
[5] Directorio de Seminarios Mayores, 298; op. cit. Cf. Optatam Totius, 15; Ratio Fundamentalis, 70, 216; Fides et Ratio, 103.
[6] Y estaba escribiendo en la década de los ‘50s.
[7] Directorio de Evangelización de la Cultura, 127; op. cit. Gaudium et Spes, 54.
[8] Gaudium et Spes, 9.
[9] First Things First, “Believe, That You May Live”, https://www.firstthings.com/article/2018/03/believe-that-you-may-understand marzo de 2018.
[10] Ven. Fulton Sheen, Religión sin Dios, II Parte, cap. 3.
[11] Denominado historicismo que “consiste en establecer la verdad de una filosofía sobre la base de su adecuación a un determinado período y a un determinado objetivo histórico”. Fides et Ratio, 87.
[12] Ven. Fulton Sheen, Religión sin Dios, III Parte, cap. 7.
[13] P. C. Buela, IVE, El Arte del Padre, III Parte, cap. 12, 3.
[14] Es un filósofo escocés nacido el 12 de enero de 1929, principalmente conocido por su contribución a la filosofía moral y política. Citado por S.E.R. Mons. Chaput en Believe, That You May Understand.
[15] Derivada quizás de cierto cientificismo donde “los valores quedan relegados a meros productos de la emotividad y la noción de ser es marginada para dar lugar a lo puro y simplemente fáctico”. Fides et Ratio, 88.
[16] Por ejemplo, los homosexuales le llaman Pride Day Parade a su desfile por la ciudad en New York, Toronto, etc.
[17] San Juan Pablo II, Mensaje con motivo del Capítulo General de la Orden de los Frailes Predicadores, 28 de junio de 2001.
[18] Directorio de Evangelización de la Cultura, 142; op. cit. Christifideles Laici, 4.
[19] San Juan Pablo II, Mensaje con motivo del Capítulo General de la Orden de los Frailes Predicadores, 28 de junio de 2001.
[20] Cf. Ibidem.
[21] Clemente de Alejandría, en su Excerpta ex Theodoro (78,2).
[22] San Juan Pablo II, Cruzando el umbral de la esperanza, Barcelona (Plaza & Janés) 1994, pp. 103-104.
[23] Ibidem.
[24] Discurso a la asamblea plenaria del Secretariado para los no creyentes, L’OR 14 (1985) 213; Cf. Jr 2, 13.
[25] Alocución Consistorial del 24/5/1976, L’ OR 30/5/1976, p. 4.
[26] Ibidem; op. cit. San Juan Pablo II, Discurso a los Obispos de Bélgica (18/9/1982). Un claro ejemplo: “También Jesús fue llamado y enviado; para ello tuvo que, en silencio, escuchar y leer la Palabra en la sinagoga y así, con la luz y la fuerza del Espíritu Santo, pudo descubrir plenamente su significado, referido a su propia persona y a la historia del pueblo de Israel”. Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones, 2018.
[27] Cf. Consejo Pontificio para la Cultura y Consejo Pontificio para el Dialogo Interreligioso, Jesucristo portador del agua de la vida, 2.3.2.
[28] P. Carlos Buela, IVE, El Arte del Padre, III Parte, cap. 13, 5.
[29] Directorio de Espiritualidad, 61.
[30] No afrontamos aquí las circunstancias históricas que ponen en evidencia como el gnosticismo fue el modo como el judaísmo intentó vaciar al cristianismo de su contenido sobrenatural, vaciándolo por dentro pero dejándole su apariencia exterior; un intento de judaizar o cabalizar el cristianismo.
[31] Fides et Ratio, 13.
[32] Fides et Ratio, 14.
[33] Directorio de Espiritualidad, 142.
[34] Is 44, 13-15.
[35] Cf. Religión sin Dios, III Parte, cap. 7.
[36] Citado por el P. Carlos Buela, IVE, El Arte del Padre, III Parte, cap. 11.
[37] Cf. Fides et Ratio, 23.
[38] 1 Co 1, 27-28.
[39] 1 Co 1, 18-23.
[40] Fides et Ratio, 23.
[41] San Juan Pablo II, Discurso ante la Asamblea General de las Naciones Unidas, (5/10/1995), 9-10.
[42] Cf. Evangelium Vitae, 96.
[43] Directorio de Evangelización de la Cultura, 39
[44] Gaudium et Spes, 19.
[45] Ecclesia in Europa, 9.
[46] Pascendi, 10.
[47] Citado en P. Carlos Buela, IVE, Sacerdotes para siempre, I Parte, cap. 3, 10.
[48] P. Carlos Buela, IVE, El Arte del Padre, III Parte, cap. 4.
[49] San Juan Pablo II, Memoria e identidad, 23.
[50] Cf. P. Cornelio Fabro, La odisea del nihilismo contemporáneo, Diálogo 4, (1992), 39ss.
[51] P. Cornelio Fabro, La odisea del nihilismo contemporáneo, Diálogo 4, (1992), 41.
[52] Directorio de Evangelización de la Cultura, 148; op. cit. Cf. P. Cornelio Fabro, La odisea del nihilismo contemporáneo, Diálogo 4, (1992), 50.
[53] P. Carlos Buela, IVE, El Arte del Padre, III Parte, cap. 11.
[54] Ibidem.
[55] Jn 1, 2.14.
[56] Mt 16, 16.
[57] Redemptoris Missio, 6.
[58] P. Carlos Buela, IVE, El Arte del Padre, III Parte, cap. 13.
[59] P. Cornelio Fabro, La aventura de la teología progresista, EUNSA, Pamplona 1976, p. 308.
[60] Directorio de Evangelización de la Cultura, 10.
[61] Cf. Directorio de Evangelización de la Cultura, 11.
[62] Ibidem.
[63] Cf. Fides et Ratio, 97.
[64] Directorio de Evangelización de la Cultura, 11.
[65] Ibidem; pie de página: “La crítica al pensamiento moderno –para quien la quiera emprender – no concierne ante todo al problema de Dios sino al problema del ser y del ente, es decir, al problema del comienzo y del fundamento (Grund). Sólo aquél que comienza con el ens intensivo (plexo real de esencia como potencia y de esse como acto) y se apoya en el acto de ser (esse) puede alcanzar al ser Absoluto que es Dios. Quien, en cambio, parte del fundamento de la conciencia (cogito, volo…) terminará por dejarse absorber por la finitud intrínseca de su horizonte, o bien, perderse en la nada de ser” (P. Cornelio Fabro, Appunti di un itinerario, en AA.VV., Essere e libertà. Studi in onore di Cornelio Fabro, Maggioli Editore, Rimini 1984, 60).
[66] Cf. “Believe, That You May Understand”.
[67] Directorio de Evangelización de la Cultura, 11.
[68] Cf. Directorio de Evangelización de la Cultura, 12.
[69] Constituciones, 259.
[70] Cf. P. Julio Meinvielle, Desintegración de la Argentina y una falsa integración, 1/12/1972, p. 4.
[71] Cf. Directorio de Evangelización de la Cultura, 244.
[72] Directorio de Evangelización de la Cultura, 243.
[73] San Juan Pablo II, Discurso al presidente y autoridades de Brasil, L’Osservatore Romano 12 (1980) 396.
[74] Cf. 1 Cor 10, 4.
[75] Cf. Directorio de Espiritualidad, 27.